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martes, 30 de junio de 2015

EL LARGO VIAJE DEL ESTADO ISLÁMICO

Atentado con coche bomba en el sur de Bagdad, Irak. Un segundo coche bomba detonará instantes después. Foto de Ronald Shaw Jr., Ejército de los EE.UU.
Sucedió durante la inauguración de una planta potabilizadora de agua, en el barrio de Yarmouk de Bagdad. Una multitud de niños asediaba a un grupo de soldados estadounidenses que repartía caramelos, cuando un coche giró bruscamente y se dirigió hacia ellos a gran velocidad. Inmediatamente después se produjo la primera explosión. Aún flotaban en el aire los ecos del estampido cuando otro vehículo siguió el mismo camino, y una segunda explosión, aún más violenta que la anterior, sacudió las casas adyacentes como si fueran de papel. Cuando el humo se disipó, los niños habían desaparecido. En su lugar un número indeterminado de diminutos zapatos, sandalias y restos humanos aparecieron esparcidos por el suelo en un radio de varias decenas de metros. A dos calles de distancia fue encontrada la cabeza de uno de los terroristas, sorprendentemente intacta. Pertenecía al hijo de una acomodada familia saudí.
Fue a partir del otoño de 2004 cuando los terroristas empezaron a llegar en masa a Irak. Lo hacían desde Siria, siguiendo el serpenteante curso del río Éufrates hasta Faluya
El desencadenante
Fue a partir del otoño de 2004 cuando los terroristas empezaron a llegar en masa a Irak. Lo hacían desde Siria, siguiendo el serpenteante curso del río Éufrates hasta Faluya, al oeste de Bagdad. Una ruta que los norteamericanos bautizaron como la Línea de las ratas. El procedimiento para entrar en Irak era sencillo. Bastaba con viajar a Siria y, una vez allí, declarar como destino final Turquía. Así se obtenía el visado de tránsito. Luego solo había que tomar un autobús hasta la frontera y vestir y comportarse como un occidental para entrar en el país.
En cuestión de pocas semanas, la situación empeoró drásticamente para las tropas estadounidenses y, sobre todo, para la población civil iraquí, la cual, en su inmensa mayoría no se había dejado seducir por las incendiarias soflamas de las diversas facciones insurgentes. Muy al contrario, los iraquíes habían confiado en que, desaparecido Saddam Hussein y reducido el partido Baath a la mínima expresión, la prometida reconstrucción del país, regada generosamente con dólares americanos, traería consigo la prosperidad y, sobre todo, la paz. A fin de cuentas, lo que los habitantes de Irak anhelaban, como los de cualquier otra parte del mundo, era seguridad y un horizonte de futuro. Dentro de este esquema, la democracia era algo secundario; una palabra extraña cuyo significado casi nadie alcanzaba a entender.
Pero Irak era un Estado arrasado, donde las infraestructuras y los organismos oficiales se habían volatilizado tras los intensos bombardeos previos a la invasión. Y lo poco que había quedado en pie, incluidos los registros civiles, los censos y los historiales médicos, había sucumbido a los saqueos posteriores ante la inexplicable pasividad y desidia de las tropas invasoras. Nada funcionaba. En la inmensa mayoría del país no había electricidad ni agua corriente. El Ejército y la policía habían sido disueltos y cualquier signo de autoridad o presencia del Estado había desaparecido. En definitiva, el caos era absoluto.
Saddam Hussein es sujetado en suelo durante su captura en Tikrit, el sábado 24 de julio de 2004. Foto del Ejército de los EE.UU.
Un error sobre otro
Para terminar de complicar las cosas, en Irak los grandes núcleos urbanos son escasos. Y los municipios menores, de unas pocas decenas de miles de habitantes, están dispersos y rodeados por infinidad de pequeñas aldeas que era imposible controlar, lo cual hacía que garantizar la seguridad y los suministros se convirtiera en un problema logístico sin solución. Así, mientras en el interior de poblaciones medias como Balad, de mayoría chiíta, asegurar la paz era relativamente sencillo, bastaba con alejarse unos centenares de metros más allá de sus límites para experimentar en carne propia la violencia de la insurgencia sunita, de Al Qaeda o de cualquier partida de saqueadores.
Fue en ese terreno de nadie donde proliferó la insurgencia, haciendo que las escasas vías de comunicación se volvieran cada vez más peligrosas e intransitables. El abastecimiento y el movimiento de tropas se complicó extraordinariamente, los pequeños municipios poco a poco dejaron de ser seguros y los cuerpos de seguridad locales, creados a la carrera por los estadounidenses, comenzaron a disolverse. Finalmente, los insurgentes se infiltraron en las poblaciones y se adueñaron poco a poco de sus calles, propagando el terror.
A los innumerables errores cometidos por los políticos de Washington se sumó la tenaz oposición de los diferentes actores con intereses en la zona y sus sucursales violentas
El país entero se sumió en la violencia, y todos los que tenían la piel sospechosamente pálida empezaron a sentir el aliento de la muerte en su nuca. Los políticos, diplomáticos, agregados comerciales, contratistas, analistas, periodistas y hasta los espías tuvieron que recluirse en la llamada Zona verde (Green Zone), un complejo laberinto de muros y fortificaciones que rodeaba algunos edificios oficiales en las afueras de Bagdad. Más allá de ese lugar Irak se había convertido en un territorio hostil donde la seguridad era una abstracción. En consecuencia, quienes debían administrar la reconstrucción del país y negociar la transición, perdieron todo contacto con la realidad.
Dejando al margen los controvertidos motivos que dieron lugar a la invasión de Irak en 2003, a los innumerables errores de cometidos por los políticos de Washington se sumó la tenaz oposición de los diferentes actores con intereses en la zona y sus sucursales violentas, cada cual con su propia hoja de ruta, pero con un común denominador: el odio a todo lo occidental.
 Una soldado traslada a un niño iraquí herido al Centro Médico Charlie en el campamento de Ramadi, Irak, marzo de 2007. Foto del soldado de primera clase. James F. Cline III
Pero aún faltaba la guinda del pastel. Y a los errores de la invasión de Irak y la ausencia de un plan de reconstrucción y viabilidad del Estado iraquí perpetrados por la administración Bush, Barak Obama sumó un tercero que a la postre ha sido el decisivo: la retirada de las tropas norteamericanas, consumada el 18 de diciembre de 2012. Un vació que tuvo que llenar el nuevo ejército iraquí, que resultó ser, tal y como recientemente se ha podido comprobar, el paradigma de la incompetencia y la corrupción.
Hoy, el terrorismo yihadista se extiende con fuerza por Oriente Próximo y golpea en Oriente Medio, Asia, África y Europa de manera regular. Quién lo hubiera imaginado hace tan solo un par de décadas, cuando la caída del régimen soviético pareció vaticinar un mundo occidentalizado y mucho más seguro que el del turbulento siglo XX.
El espejismo de la occidentalización
En efecto, hasta hace pocos años el triunfo de Occidente parecía una obviedad; su cultura y economía se propagaban por todo el mundo, llegando a florecer incluso en aquellos lugares más refractarios a las sociedades abiertas. ¿Cómo resistirse a esa visión del mundo en la que, además de que el individuo tenía reconocido el derecho a prosperar económicamente, el Estado le proporcionaba seguridad y servicios básicos inimaginables en la mayoría de países?
En apenas dos décadas, el influjo de Occidente llegó a todas partes. Desde Afganistán, pasando por la nueva y titubeante Federación Rusa, hasta llegar a la China del partido único comunista
En apenas dos décadas, el influjo de Occidente llegó a todas partes. Desde Afganistán, pasando por la nueva y titubeante Federación Rusa, hasta llegar a la China del partido único comunista. Su música, su literatura, sus productos, su forma de vestir y, en general, su estilo de vida se propagaban sin apenas resistencia. Las grandes transnacionales occidentales se enseñoreaban de Moscú, reproduciendo sus atractivas logomarcas en los lugares más emblemáticos, Mozart fluía a través del hilo musical de los centros comerciales de Pekín, incluso los habitantes de las aldeas remotas de la provincia de Kunar, en el inhóspito Afganistán, compraban televisores que conectaban a grupos electrógenos para ver los partidos del mundial de fútbol. Sin embargo, aquel inicial optimismo fue dando paso a la progresiva pérdida de influencia de Occidente y a una creciente inquietud, hasta que en 2008 la crisis financiera global marcó un punto de inflexión.
Hasta entonces no se le había dado excesiva importancia, pero lo cierto es que cada país había adaptado de forma peculiar la influencia occidental. Ahí está, por ejemplo, el paradigma de China, donde el espectacular desarrollo económico y social se ha producido en ausencia de una democracia formal, pues el gobierno y las instituciones, pretendidamente neutrales, están controlados por burócratas que no son elegidos democráticamente. Todo un órdago a la idea de que el progreso y la prosperidad dependen en buena medida no solo de la libertad económica sino también de la libertad política. Otro caso significativo es el de la Federación Rusa, donde el crecimiento económico no ha seguido la senda triunfal de China, y si bien, y al contrario que ésta, acometió reformas democratizadoras, más parece un régimen personalista que una democracia formal. También es obligado referirse a los países emergentes, como Brasil, la India o México, donde el auge económico ha sido formidable, pero que hoy o bien están abocados a una profunda recesión, o bien sus sistemas institucionales están seriamente comprometidos por la corrupción.
El siglo XXI ya tiene su utopía totalitaria: la nación-Estado suní
Pero de todas las regiones del mundo, es en Oriente Medio donde la influencia occidental ha sido más controvertida. Las élites de la región siempre han considerado lo occidental una amenaza a su poder secular. Por lo tanto, solo han adquirido de Occidente el gusto por el exceso y el lujo. Ni siquiera, como sí ha sucedido en China, han facilitado a sus súbditos el acceso a la economía. Ejemplos de esta resistencia a la apertura económica hay muchos, pero resulta especialmente ilustratvo lo sucedido en el Valle de Korangal 2009, cuando la construcción de una carretera y el pretendido establecimiento de una línea regular de autobuses desencadenó violentos combates entre talibanes y tropas norteamericanas. La razón de aquel repunte de la hostilidades poco tuvo que ver con con argumentos religiosos, ni siquiera soberanos. La realidad es que si aquel proyecto se llevaba a cabo los jóvenes de Korengal podrían ir y venir libremente y encontrar trabajo fuera de sus aldeas, liberándose así de la explotación a la que eran sometidos por los miembros de las shuras.
El califa del Estado Islámico, Abú Bakr al Baghdadi. Foto Europa Press.
Lo que hace que musulmanes de toda condición y procedencia –también los nacidos y educados en Occidente– se incorporen al Estado Islámico es la utopía musulmana
Esta lógica es lo que ha convertido al Islam en un recurso. Hoy el fundamentalismo religioso ha mutado hasta convertirse en una ideología. De hecho, tal y como sostiene Loretta Napoleoni (Roma, 1955), lo que hace que musulmanes de toda condición y procedencia –también los nacidos y educados en Occidente– se incorporen al Estado Islámico es la utopía musulmana de la creación de la primera nación-Estado suní, utopía que es sobre todo y por encima de todo política. Lo que convierte al yihadismo del siglo XXI en algo mucho más peligroso que el simple terrorismo.
En conclusión, un cuarto de siglo después de la caída del Muro de Berlín la creencia de que la era de la utopías totalitarias había llegado a su fin se desvanece. Lamentablemente, parece que Occidente solo ha conseguido inocular en el resto del mundo un estilo de vida que cada sociedad asimila a su manera, de forma facultativa. Y tal vez la civilización occidental lejos de haber ganado la partida está a punto de perderla.

                                           JAVIER BENEGAS   @BenegasJ       Vía VOZ POPULI    


lunes, 29 de junio de 2015

¿Por qué Carlomagno y un monje, Alcuin de York, son los padres de la Europa católica?




El interés sobre la figura de Carlomagno (742-814), presente siempre en la cultura europea, vuelve a renacer.
Así, por ejemplo, en diversos enclaves continentales se ha estado rodando, hasta su conclusión hace bien poco, una coproducción austroalemana que rescata para el cine la figura del considerado padre de Europa:
Carlomagno ha sido dirigida por Gabriele Wengler, con interpretación de Alexander Wüst y asesoramiento de Max Kerner, profesor en la Universidad de Aquisgrán, la que fuera capital de su imperio.


Y en España el escritor Joaquín Javaloys, economista del Estado, antiguo concejal del ayuntamiento de Madrid y autor entre otros libros de dos bestseller de investigación o narración históricas (El origen judío de las monarquías europeas y Yo, Juan de Austria) y de un auténtico hit en la red (más de dieciséis mil quinientas descargas), El ocaso de las autonomías, ha publicado una documentada y amenísima biografía del primer César Carlos: Carlomagno. El carismático fundador de Europa (Galland Books).

Cuando le preguntamos qué sentido tiene hablar hoy de alguien que murió hace doce siglos, la respuesta es clara y doblemente comprometida: "Es importante porque en la desnortada Unión Europea (que no es lo mismo que Europa) de hoy, donde ejercen el poder mediocres burócratas carentes de valores y, a veces, de ideas, hacen falta hombres de Estado como Carlomagno, quien aplicó un dinámico denominador común -el cristianismo- que fue capaz de unir secularmente a todos los pueblos de Europa occidental".


Y personalmente, ¿era un hombre religioso?
Como ha relatado su cronista Eginhard, mientras su salud se lo permitió, acudía regularmente a la iglesia por la mañana y por la tarde y también asistía a los oficios nocturnos y a la misa. Se entregó con gran dedicación a socorrer a los pobres y a hacer donaciones desinteresadas, y no sólo se preocupó de hacerlo en su patria y en su reino, sino que también solía enviar dinero a las tierras allende el mar: a Siria, Egipto, África, Jerusalén, Alejandría y Cartago, donde sabía que los cristianos vivían en la pobreza, lo que movía su compasión por ellos.

Pero repudió a dos esposas...
Carlomagno, como la sociedad de su tiempo, tenía una concepción laxa del matrimonio, pues entonces existía el divorcio por simple repudio, que él ejerció con su esposa la reina Desiderata de Lombardía. También era muy corriente el uso de una especie de “matrimonio”, de tradición germánica: el friedelehen, no aceptado por la Iglesia romana, que es el que empleó el rey de los francos en su unión con Himiltrude, a la que posteriormente repudió para casarse con la reina Desiderata en matrimonio cristiano. En esa época era frecuente que los reyes o los magnates tuviesen una esposa legítima de acuerdo con el rito cristiano y otra mujer esposada en friedelehen o como simple concubina.

¿Es cierto que Carlomagno ha sido venerado como santo?
Lo fue en algunos territorios del Sacro Imperio Romano, lo que fue aprovechado por el emperador Federico Barbarroja en el siglo XII, cuando estaba enfrentado al papa Alejandro III, para promover la canonización de Carlomagno en 1165 por el antipapa Pascal III. La canonización de Carlomagno fue sospechosa para la Iglesia católica romana debido a que fue aprobada por dicho antipapa, considerándola una operación de propaganda política imperial. Sin embargo, en el Sacro Imperio Romano Germánico nadie discutió esa canonización, y el culto del emperador franco se extendió por Centroeuropa e incluso se practicó en España en la ciudad de Gerona, sin que la Santa Sede se opusiera.

Pero ¿ha sido formalmente beatificado?
En el siglo XVIII el papa Benedicto XIV, teniendo en cuenta que se daba culto a Carlomagno en varias iglesias locales y que durante seis siglos el Papado no se había opuesto al mismo, admitió su beatificación por equivalencia. Desde el siglo XII, la Santa Sede ha consentido el culto regional, intentando que quede reducido a Aquisgrán, siendo tolerado fuera de esta ciudad únicamente en las localidades suizas de Matten y Münster, por indulto especial de la Congregación Vaticana de Ritos.

¿Por qué se le considera "padre" de Europa?
Cathwulf, un monje anglosajón de la abadía de San Denis, en la carta exhortatoria que remitió a Carlomagno en 775, que es una especie de “espejo de príncipes”, lo calificó ya como “soberano de Europa”, o sea, soberano de todas las naciones cristianas de la Europa occidental. La expansión del reino de los francos había hecho coincidir prácticamente sus límites con los de la Cristiandad latina, lo que finalmente provocó que la noción geográfica Europa comenzara a tener un contenido político.

Y ese contenido político, ¿por qué fue cristiano y no otra cosa?
Su consejero y maestro Alcuin de York le persuadió de que el rey debía instaurar en la naciente Europa la Ciudad de Dios agustiniana, un reino de justicia y de paz que unificara este mundo con el otro, procurando no solo el bienestar de sus habitantes sino también su salvación eterna, y que sería gobernado por un davídico rey-sacerdote. Carlomagno cimentó la construcción europea en las comunes creencias cristianas, forjando una análoga identidad cultural en las naciones que gobernó.  De esta forma, el cristiano rey de los francos llegó a ser, también, el patriarca de la única Europa posible, la coincidente con la Cristiandad latina.


Así que en los orígenes de Europa está un monje...
El rey de los francos era consciente de que su familia y su pueblo seguían siendo ignorantes, y su preocupación mayor era que los francos pudieran ser instruidos por buenos maestros que les enseñasen lo necesario para saber dirigir y guiar a las naciones de Europa occidental. Necesitaba encontrar en el extranjero a los mejores maestros y convencerlos de que fuesen a su reino a dirigir la escuela palatina. Le expuso a Adriano I esa necesidad y el Papa le recomendó a Alcuin de York.

¿Quién era?
Un diácono que se había formado en la famosa escuela episcopal de York con el arzobispo Egbert, que había sido discípulo de Beda el Venerable, y que se había convertido en un erudito y eficiente maestro.

Y Carlomagno le hizo el encargo, y Alcuin aceptó...
El maestro puso en marcha la escuela palatina, que no tenía una sede fija, pues era itinerante ya que seguía al rey en sus estancias por su diversos palacios. El ignorante rey comenzó un intenso aprendizaje pues su actividad escolar era tan intensa como todas sus actividades. Alcuin era un excelente pedagogo que sabía enseñar de una forma amena y atractiva, por lo que toda la familia real asistía gustosamente a las lecciones del maestro.

¿Sólo era para ellos?
Asistían a ella muchos alumnos, incluso los clérigos adscritos a la capilla real. Cuando llegaron los maestros procedentes de Britania y la escuela se dividió en los siete grados, comenzaron a incorporarse también otros alumnos, porque había bastantes solicitudes de hijos de nobles extranjeros o francos que no eran palatinos, pero que habían pedido al rey que permitiera a sus vástagos ser educados en la corte, que comenzaba a ser un foco irradiador de cultura, además de un centro de poder.

¿Cuándo dejó de ser itinerante este centro de formación?
La Academia palatina de Aquisgrán comenzó a funcionar a principios del año 795. Sus miembros formaban un círculo intelectual que en sus reuniones, además de hacer juegos literarios, practicaban placenteramente la retórica y la poesía.

Un auténtico foco de cultura...
La nueva república cristiana de los filósofos. Carlomagno fue el que hizo que se abriera para la historia del espíritu un nuevo capítulo consiguiendo que sabios francos, lombardos, visigodos, anglosajones e irlandeses se acordaran en una obra común: el renacimiento carolingio, que fue tanto una misión política como una misión religiosa.

¿Puede decirse entonces que, si Carlomagno es el "creador" de Europa, Alcuin es su "ideólogo"?
Carlomagno, gracias a Alcuin, había descubierto su vocación: desde entonces su reinado tenía una meta trascendental, pues el Renacimiento carolingio constituyó el primer intento colectivo emprendido en la naciente Europa para remodelar toda una sociedad según un programa o un plan preestablecido. La influencia de Alcuin en Carlomagno aumentaba incesantemente y, cada vez más, el maestro se convertía en un consejero real, que orientaba sabiamente la acción político-religiosa del monarca.

¿Cuáles fueron los pilares de dicho plan?
En junio de 799 Alcuin de York dirigió a Carlomagno una carta en la que le decía: "En este momento la Iglesia de Cristo solo puede contar con vuestra protección; únicamente de vos espera la salud: de vos, vengador de los crímenes, guía de los que yerran, consolador de los afligidos, amparo de los buenos". En esa carta Alcuin realizó una admirable codificación del pensamiento político carolingio. Desde luego, el Imperio cristiano fue un concepto acuñado por los intelectuales carolingios encabezados por Alcuin.

¿No "se le subió a la cabeza" esa dignidad imperial, así justificada, a Carlomagno?
Cuando Carlomagno fue coronado emperador, su sentido de responsabilidad le llevó a reflexionar durante mucho tiempo sobre su misión imperial. Menos mal que Alcuin, el ángel salvador que Dios le concedió, le estaba iluminando y aconsejando en esa tarea: en el año 802 el maestro publicó un tratado titulado De Trinitate en el que concluyó que el nuevo Imperio cristiano debía inaugurar un periodo de paz y de justicia, en el que las naciones se iban a someter al emperador a quien Dios había dado el poder y se iban a unir en la fe católica, que es la única capaz de vivificar a la humanidad.

¿Por qué se habló entonces también de una dignidad "sacerdotal" del rey?
La realeza de Carlomagno, además de ser absoluta, era también sagrada porque había sido ungido por el papa Esteban II, en la abadía de San Denis. Y cuando Pablo el Diácono calificó a Carlomagno de rey-sacerdote y sabio gobernador de los cristianos quiso expresar la unidad existente entre su función real y su función sacerdotal, como un nuevo David. La realeza davídica es simultáneamente regia y sacerdotal porque el rey-sacerdote esgrime en su mano derecha la espada triunfal del poder mientras que en su boca resuenan las trompetas de la predicación católica.

¿Intervino mucho en el gobierno de la Iglesia?
Ya a mediados de su reinado, en el año 789, tras escuchar a sus sabios consejeros, dictó la Admonitio generalis, que estableció una reglamentación de la vida religiosa en su reino, como rector y defensor que era de la Iglesia franca, ejerciendo así su derecho a intervenir en asuntos relativos al fuero interno de los fieles que, hasta entonces, habían sido competencia exclusiva de la autoridad eclesiástica.

¿Y ésta no lo veía abusivo?
La Iglesia toleraba gustosamente esas injerencias en materia de fe porque Carlomagno respetaba escrupulosamente la doctrina más ortodoxa, fielmente basada en todo lo que contienen los Evangelios de nuestro Señor Jesucristo.
La actuación de Carlomagno como rector de la Cristiandad tenía precedentes históricos que confirmaban su docta actitud intervencionista en las cuestiones eclesiásticas. Y en 794 fue aclamado por los obispos reunidos en Frankfurt como “sacerdote y rey”: rey por el poder; sacerdote por el magisterio de la enseñanza.

¿Le veían también así los Papas?
El papa Adriano I escribió sobre él la siguiente laudatoria oración: “Señor, salva al rey y atiéndenos cuando te invocamos, porque un nuevo y muy cristiano emperador Constantino ha surgido en nuestro tiempo, el cual Dios se ha dignado dárselo a la Santa Iglesia de Pedro, el príncipe de los apóstoles”.

En el libro se ve cómo incluso los Estados Pontificios provienen de Carlomagno...
En abril de 774, el Papa Adriano I recibió en el Vaticano al rey de los francos y le recordó amablemente la promesa que su padre le hizo a Esteban II en el palacio de Ponthion hacía ya veinte años y seguidamente le preguntó, abiertamente, si él estaba dispuesto a mantener la donación de Pepin el Breve a la Santa Sede. Con el ánimo de complacer al Papa, Carlomagno ratificó la donación de Pepin. Ordenó a su notario Ithier que sacase una copia del texto de la donación de Pepin que había leído el Papa antes de depositar el original sobre el altar de San Pedro, que iría acompañado de un acta notarial de su ratificación de la Donación que, como testigos, también iban a rubricar los obispos, condes y abades que se hallaban presentes.

¿Qué ganó Carlomagno con ello?
Su título de “patricio de Roma” dejaba de ser algo honorífico y se convertía en una función, ya que le daba potestad indirecta sobre la Ciudad Eterna, porque el rey de los francos quedaba confirmado como protector y brazo armado secular del Papado, consolidando así la alianza entre el trono y el altar definitivamente.

¿Y el Papa?
Iba a ser el soberano de los dominios territoriales pontificios y no solamente el jefe espiritual de la Iglesia. Con la ratificación por el rey de los francos de la Donación de Pepín el Breve quedó formalizada la soberanía temporal del Papa sobre los denominados “Estados pontificios”.


CARMELO LÓPEZ-ARIAS     (Vía RELIGIÓN EN LIBERTAD)  @Carmelopeza