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domingo, 24 de julio de 2016

¿INVESTIDURA IMPOSIBLE?: CUANDO NI LA CONSTITUCIÓN PUEDE AYUDAR AL REY

INCERTIDUMBRE ABSOLUTA ANTE LA NUEVA RONDA PARA ELEGIR PRESIDENTE

Los focos vuelven a posarse en la Zarzuela. Nueva ronda para designar candidato a presidente. Esta vez, sin aspirante claro. Ni calendario. Ni investidura a la vista.

El Rey Felipe VI, el presidente del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), Carlos Lesmes (i), y el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont. - Imagen EFE

"Sánchez no lo va a poner fácil", comentan en Zarzuela. La próxima semana arranca la cuarta ronda de consultas del Rey para proponer un candidato a la presidencia del Gobierno. Cuatro rondas en apenas dos años de reinado. Su padre, don Juan Carlos, tan sólo promovió diez en casi cuarenta años en la jefatura del Estado. Tiempos nuevos y escenarios desconocidos.
Todo pasa por la abstención del PSOE, comentan las mismas fuentes. "No hay otra, es la clave. Y no está por la labor", añaden. El líder socialista ya ha declarado en alguna ocasión que le desea a Mariano Rajoy que pase por el mismo incómodo trance que ya pasó él en su momento. Es decir, una investidura fallida. Dos jornadas de debate parlamentario para 'humillar' al aspirante, conocedor y consciente de que el partido concluirá en derrota por goleada. 'Ahora toca la venganza de Pedro', comentan en Ferraz algunos de sus íntimos.
Este jueves, una vez que Su Majestad haya escuchado a los doce líderes parlamentarios que desfilarán por Palacio, es muy posible que se encuentre con las manos vacías, sin un candidato que proponer y sin un camino claro para salir del laberinto. No se producirá un horror vacui, es decir, miedo al vacío, pero sí nos toparemos ante una situación incómoda y difícil de manejar. La Constitución, además, no sirve de ayuda en este caso. Salvo que impere el sentido común, esta fase podría eternizarse. Per saecula...

Sánchez vendió la piel sin oso

"Yo voy en serio", había advertido el secretario general del PSOE el pasado 2 de febrero, minutos después de recibir el encargo por parte de Su Majestad para presentarse a la investidura. Mariano Rajoy había rechazado el ofrecimiento por segunda vez. No tenía apoyos y así se lo dijo al Rey. Sánchez, sin embargo, dio a entender que sí. Y fracasó. En Zarzuela hay quien piensa que el dirigente socialista "nos engañó". Vendió la piel de un oso que ni siquiera había visto en pintura. Alguien convenció del jefe de filas del PSOE de que su anhelado acuerdo a tres, con Podemosy Ciudadanos, era posible. Y así se lo explicó al monarca. Y fracasó.
Tal cosa no volverá a suceder. En Zarzuela se camina siempre con pies de plomo. Sólidos e ignífugos, para evitar que la institución sufra en este periodo convulso y, de momento, sin salida. Cuatro figuras vuelven al tablero sin que la repetición de elecciones haya colaborado en despejar de incógnitas el panorama.
Don Felipe ha comentado privadamente, a cuantos se han acercado por palacio en estas últimas semanas, que todo es posible salvo volver a las urnas. Es el escenario impensable, la salida indeseada. Para que tal cosa no suceda, apenas hay un par de alternativas en el horizonte más próximo. Que Rajoy resulte elegido en una investidura a primeros de agosto o que lo sea después del verano. Nadie duda de que el líder del PP será de nuevo presidente. “Es el único de los cuatro grandes que viene con un resultado electoral victorioso”, comentan en estas fuentes. La clave es el calendario, los tiempos, las demoras.

Fricciones con el Gobierno

Don Felipe salió airosamente indemne en la anterior serie de audiencias en busca del presidente imposible. Las relaciones entre la Zarzuela y Moncloa, no tanto.  Rajoy no acogió con buen talante el que el Rey, al segundo intento, propusiera a Sánchez de candidato. Tras la investidura fallida, se demostró que el veterano dirigente del PP algo de razón tenía.
"La figura del Rey se vio fortalecida, todo el mundo pudo comprobar su forma de actuar, de neutral arbitraje, tal y como dicta la Constitución", comenta un dirigente socialista, muy alejado del círculo de amistades de  Sánchez. Salta de nuevo al ruedo don Felipe, esta vez con algunas lecciones aprendidas. La principal: no se nominará candidato alguno que no venga con los apoyos seguros, casi firmados ante notario. Ahora será más sencillo dado que no hay candidato alternativo. Esta vez el PSOE, que no Sánchez, ya ha desestimado la posibilidad de mirar hacia su izquierda para recolectar diputados en Podemos. No hay ahora vía socialista hacia la Moncloa.
El ritmo de los plazos inquieta. Y los pasos a dar, también. Una vez más, pueden producirse situaciones desconocidas
El ritmo de los plazos inquieta. Y los pasos a dar, también. Una vez más, pueden producirse situaciones desconocidas. La principal: ¿Y si, concluida la ronda, no hay candidato alguno que presente su investidura? En el PP han insinuado que Rajoy no acudirá a la Cámara en condición de aspirante a presidente sin garantía de victoria.  No parece que de aquí a diez días la vaya a tener. Se entraría en una delicada fase. Sin una investidura fallida, no se pone en marcha el cronómetro que fija en dos meses elplazo negociador para intentarlo de nuevo o ir a las urnas.
Mariano Rajoy es, a estas alturas, uno de los pocos dirigentes de cuantos pululan por Moncloa y Génova que confía en una solución próxima. Habló en su día de arrancar la sesión de investidura el 2 de agosto para concluirla el 5. Este calendario estaba previsto para el caso de que le salieran las cuentas. Es decir, de que hubiera logrado el ‘sí’ de Ciudadanos y la abstención del PSOE. De no lograrlo, el presidente en funciones habló de abrir ‘un periodo de reflexión’ entre los dirigentes políticos por ver la forma de evitar concurrir de nuevo a unas elecciones.
Esta posibilidad no es menor. De ahí la inquietud que se respira en Zarzuela, pese a la sangre fría que ha demostrado el monarca a lo largo de estos meses preñados de dificultades y contratiempos. No está claro el camino de salida.
En el corazón de todos los focos
Esta semana todos los focos se dirigen de nuevo hacia Zarzuela. "Es la hora del Rey", llegó a decir Rajoy, en un empeño nada oculto por subrayar el papel importante del monarca. El artículo 99 de la Constitución, muy genérico y abierto, habla tan sólo de que el Jefe del Estado propondrá un candidato a través del presidente del Congreso y una vez escuchado a todos los jefes de los grupos parlamentarios. Nada más.
La asepsia general de las anteriores rondas con respecto a la figura del Monarca ha empezado a resquebrajarse. Albert Rivera comentó, en una entrevista periodística,que solicitará la mediación de Su Majestad ante el PP y PSOE para desbloquear la actual situación. Ningún político se había expresado públicamente en estos términos. De ahí la tormenta posterior. "El Rey sobre todo, escucha", dicen las fuentes mencionadas. "Pregunta y escucha, no está para borbonear", aseguraba el titular de Exteriores, José Manuel García-Margallo. "Eso sería inconstitucional", añadía, dispuesto siempre a pronunciarse sobre cualquier asunto ajeno a su negociado.
En la Casa Real se tiene muy claro que la actitud del Monarca no va a variar ni un ápice en esta ronda con relación a la anterior
En el PSOE se respondió con alabanzas hacia la neutralidad mostrada siempre por don Felipe. Desde Podemos se recordó que el Rey no está para resolver “los acuerdos políticos que los partidos son incapaces de resolver”. La vicepresidenta Sáenz de Santamaría tan sólo recordó que las funciones del monarca están perfectamente señaladas en la Constitución.
La Corona había permanecido totalmente al margen del debate político en la fase previa a las anteriores elecciones. No está ocurriendo lo mismo en esta segunda. Han empezado las salpicaduras. Lo incierto de la situación las alimenta. En Zarzuela lo tienen claro: el Rey no va a ir ni medio centímetro más allá de lo que estipula la Carta Magna. En ámbitos políticos se comenta que "llegados a este punto, quizás el Monarca debería ejercer de impulsor de un entendimiento para superar el atasco". Y añaden: "Mucha gente se pregunta que, entonces, ¿para qué está Rey?".
En la Casa Real se tiene muy claro que la actitud del Monarca no va a variar ni un ápice en esta ronda con relación a la anterior. "No puede ser de otra forma". En el caso de que no se produzca un intento de investidura, seguirán las negociaciones sin límite temporal. "Será el tiempo de los políticos, no del Rey", subrayan estas fuentes.
La lógica invita a pensar que, en el caso de que no haya candidato tras esta ronda de audiencias en Zarzuela, el Rey opte por conceder unos días de oportunidad al diálogo, igual que ocurrió tras el fallido intento de Sánchez. En aquella oportunidad, sin embargo, el cronómetro funcionaba. En ese caso, cabe pensar que hasta finales de agosto no vaya a producirse la luz verdes, es decir, la confirmación de que hay un candidato en condiciones de ser elegido. Para que eso ocurra, naturalmente, Sánchez ha tenido que cambiar de opinión. O, algo imprevisible, como que Rajoy haya optado por plegar las velas e irse a casa. 

                                                            JOSÉ A. VARA  Vía VOZ PÓPULI



EL 'INSTINTO ASESINO' DE RAJOY QUE DESGARRA LA IZQUIERDA

Rajoy sigue moviendo los tiempos desesperando a la izquierda. Sin duda, por una concepción presidencialista de la política incompatible con la Constitución española.


Es probable que el comentario más lúcido sobre la campaña electoral en EEUU lo haya hecho el marido de Ruth Bader Ginsburg, la sagaz juez del Tribunal Supremo, quien rompiendo la imparcialidad que se le supone a tan alta magistratura, arremetió hace unas semanas contra el candidato Trump. Hasta el punto de que tuvo que pedir públicas disculpas.
Ginsburg, que representa el ala más liberal del Supremo norteamericano, en el sentido estadounidense del término, recordó en una entrevista con ‘The New York Times’ que su marido -y a la vista de lo que le espera a su país si gana el aspirante republicano-, suele decir: “Quizá haya llegado el momento de mudarnos a Nueva Zelanda”. Se ignora si el equipaje está listo.
Es probable que si en la primera semana de agosto no se celebra el debate de investidura, muchos ciudadanos tengan también razones más que de sobra para coger las maletas (al menos electoralmente) y olvidarse de la mezquina política española, donde se confunde el pacto con la traición. Sin duda, por una concepción binaria -y hasta pedestre- de la política que consiste en afirmarse por negación.
Si en agosto no se celebra el debate de investidura, es probable que miles de españoles cojan las maletas y le den la espalda a una política mezquina
Un partido conforma su identidad ideológica en tanto en cuanto aparece ante la opinión pública, y ante sus electores, como meridianamente distinto al adversario, lo cual genera compartimentos estancos que inevitablemente llevan a absurdas e inútiles confrontaciones (otras son las discrepancias consustanciales con la esencia de la democracia).
En países de larga tradición democrática, esto se resuelve evitando decirestupideces en la campaña electoral y dejando abiertas las puertas al entendimiento para favorecer la gobernabilidad; mientras que en otros, de escaso pedigrí democrático, se hace justo lo contrario. Se ganan votos reproduciendocomo papagayos lo que quieren oír los electores: ‘¿Qué parte del no, no ha entendido Rajoy?’, decía Sánchez. ‘Votaremos no’, decía Rivera.
Un ejercicio que recuerda más a la pureza de sangre de tiempos de la Inquisición que a una democracia que necesariamente tiene que ser híbrida y heterogénea. Hoy, la política no se entiende sin tener en cuenta la complejidad de las relaciones sociales, culturales y económicas que habitan en un país. Y ni siquiera el voto se puede vincular de forma mecánica a condicionantes económicos, como sucede en Francia, Austria o, incluso, Madrid y otras grandes ciudades españolas, donde los obreros votan a la derecha y las clases medias-altas, fundamentalmente profesionales, a formaciones como Podemos.
Al Partido Popular le ha ido bien históricamente esta concepción grosera de la política porque la mayoría de su electorado (con un perfil muy homogéneo) es, fundamentalmente, anti-PSOE (el franquismo sociológico sigue ahí), algo que explica su escasa oposición patriótica en los tiempos más duros de Zapatero; mientras que algo muy parecido sucede en el caso del Partido Socialista -el recuerdo de la dictadura sigue también ahí-. Muchos de sus votantes siguen viendo a los conservadores como los herederos naturales de los cien mil hijos de San Luis.

 

Carné de demócrata

El modelo puede ser útil en periodos de estabilidad política, pero salta por los aires cuando aparecen en el tablero nuevo jugadores con capacidad real de influencia.Y se complica todavía más cuando estos, los nuevos jugadores, reproducen los mismos errores que los viejos partidos repartiendo carnés de demócratas.
El resultado, como no puede ser de otra manera, es un país bloqueado institucionalmente al que sólo la política monetaria ultraexpansiva del BCE da alas. La economía estaría creciendo la mitad si no fuera porque el desplome de losgastos financieros (y el derrumbe de los precios del petróleo) está permitiendo a familias y empresas desendeudarse (otra cosa es el sector público) a una velocidad de vértigo, lo cual incrementa la renta disponible y permite, a su vez, la creación de empleo.
Este margen de maniobra, parece obvio, tenderá a diluirse en el tiempo, pero para entonces es muy probable que España continúe con los viejos problemas que en buena medida explican que la crisis haya sido especialmente intensa.
España es un país bloqueado institucionalmente y en manos del BCE mientras su clase política sigue mirándose al ombligo de sus preocupaciones
El más urgente (además de abordar la cuestión territorial), cambiar el irracional sistema de elección de presidente de Gobierno, que no es solo absurdamente lento, burocrático y trasnochado, sino que incentiva el presidencialismo hasta límites no compatibles con el mandato constitucional. Tanto en el partido que gana las elecciones como en el segundo partido más votado, que difícilmente podrá ser oposición si no hay Gobierno.
Incluso, provoca incongruencia en Podemos, cuyos afiliados y electores deberían pedir explicaciones todos los días a Pablo Iglesias por haber propiciado la continuidad de Rajoy. Hoy, se dice en algunos mentideros, el líder de Podemos estáalgo más que arrepentido de aquel voto ‘no’ al pacto PSOE-Ciudadanos. Pero ya es demasiado tarde. La fuerza del partido morado se irá derritiendo a medida que se estabilice la situación económica y política por no haber aprovechado una oportunidad histórica. ‘Game over’ para el pequeño Robespierre.

Instinto asesino

Aquel error tiene que ver con el tradicional ninguneo que ha practicado la izquierda de este país al ‘instinto asesino’ que Rajoy lleva dentro, como lo califica un veterano dirigente socialista, y que le lleva a ganar batallas manejando los tiempos como nadie explotando las contradicciones de sus adversarios políticos. Y en este sentido, Albert Rivera es muy probable que sea la próxima víctima del presidente en funciones habida cuenta de su incapacidad para llevar la iniciativa en la medida que se lo permiten sus 32 diputados.
Rivera, en su lugar, ha optado por un tacticismo un tanto pueril, ausente de verdadero liderazgo, que consiste en decir ‘no’ en la primera votación y abstenerse en la segunda. En lugar de hacer lo que 'a priori' parece más razonable, que no es otra cosa que presentar a la opinión pública un documento con algunas reivindicaciones muy potentes -con amplio consenso popular- que obliguen a Rajoy a definirse sacándolo de su habitual inacción, el terreno favorito del presidente en funciones. De esta manera, se podría conformar una mayoría muy representativa (170 diputados con el voto de Coalición Canaria) que haría muy difícil que el Partido Socialista (atrapado de pies y manos) votara en contra, total o parcialmente.
Entre otras cosas, porque Rajoy, que carece de una visión estratégica del Estado (los grandes problemas institucionales del país siguen ahí y nunca tendrá el arrojo para enfrentarse a ellos), se mueve como ningún otro político en el día a día, y solo rompiendo esa inercia, se podrá desbloquear el actual 'impasse' político sin que ello suponga renunciar a los principios políticos.
 Como decía Henry Kissinger, fogueado en miles de negociaciones, cuando alguien le planteaba una cuestión de principios durante una de esas maratonianas reuniones, dejaba de negociar, porque los principios no se discuten, sostenía.
Lo que se negocian son los problemas de los españoles. Y lo primero que debe hacer Albert Rivera es decir ya qué cosas reclama al candidato mejor colocado para dar su apoyo a quien muy probablemente será el próximo presidente del Gobierno, a quien, por cierto, le ha salido ‘gratis total’ la presidencia del Congreso de los Diputados. Hacer política pensando exclusivamente en las siguientes elecciones, y no en las que se acaban de celebrar, es una mala cosa y solo conduce a la frustración, como le ha pasado a Pablo Iglesias.
El ex primer ministro sueco  Göran Persson lo describió magistralmente cuando su país estaba atrapado por una espiral de deuda: “Para recortar esa deuda que nos humillaba tenía dos caminos: hacer lo que debía y no ser reelegido o no hacer nada y, seguramente, tampoco ser reelegido; pero, además, perjudicaba con mi inacción a mi país”. Pues eso.

                                                  CARLOS SÁNCHEZ Vía EL CONFIDENCIAL





sábado, 23 de julio de 2016

EL RETORNO DE ESPAÑA


Durante la mayor parte de los años de la democracia instaurada en 1978, España ha quedado fuera de las confrontaciones electorales. No quiero decir con ello que no se haya hablado del país ni de sus ciudadanos, naturalmente. Pero lo que se mantuvo en silencio en sucesivas pugnas por obtener el apoyo de los votantes fue el concepto mismo de España.


Quizás porque se daba por zanjada una querella que arrancaba de la honda crisis del 98 y se mantuvo en tensión hasta el acuerdo fundamental de nuestra vigente constitución. Quizás, también, porque se prefirió dejar el asunto a medio hacer, en un murmullo subterráneo, en el que las aguas de la radical problemática de España continuaban fluyendo sin ser vistas, a la espera de que un nuevo ciclo de quiebra de la convivencia las sacara a la luz.


Buena prueba de esta manera de esquivar  una cuestión  no resuelta fue la frecuencia con que, al hablar de España, se utilizaban términos que, en realidad, significan otra cosa. Por ejemplo, se aludía a la sociedad española, no atreviéndose el lenguaje a entrar en palabras más precisas y columpiándose  en la inocencia superficial de una expresión despreocupada. O se rebajaba la perspectiva para referirse al país, una palabra que además provocaba jocosas confusiones en el mundo del periodismo desde 1976.


O, en el más  malintencionado y ridículo procedimiento para no ofender a nadie y conseguir ofender a la mayoría, se consagraba el uso del “Estado español”. Lo que cualquier persona sensata entendería como referencia a las instituciones, pasó a sustituir la, al parecer, insultante alusión a España.

 

Algunos hemos ido mostrando nuestra perplejidad e   irritación ante el hecho de que, elección tras elección, se aceptara ese retroceso del lenguaje y no supiéramos de qué estábamos hablando, o permitiéramos que el tramposo dialectismo político   vedara el uso normalizado de España y, sobre todo, de la nación y la patria españolas.


Mientras la torpeza de los gobernantes inventaba juegos de manos grotescos para evitar la referencia a la  nación o a la patria, la  insolencia del secesionismo multiplicaba los panes y los peces de naciones de pleno derecho y orgullosa exhibición simbólica y emocional, a costa siempre de la única realidad nacional existente, corroborada por una historia centenaria y una voluntad política ininterrumpida.


Ha sido necesaria la llegada de esta crisis abrumadora, para que España vuelva a aparecer en  las polémicas más duras, para  que nuestra nación e incluso el patriotismo regresen a las mesas de debate. Ha sido preciso que estemos al borde del abismo para que la necesidad de una idea de España nos haya puesto en el sitio del que tantas naciones de Occidente nunca se habían movido.


Una conciencia soberana, un sentido de pertenencia a una comunidad, una perspectiva nacional completa es lo que permite a los ciudadanos adquirir su verdadera estatura de pueblos seguros de sí mismos, de personas que solo pueden entender su existencia social afirmando aquello que les singulariza y aquella peculiaridad con la que ingresaron  en un orden de civilización del que siempre hemos formado parte.


Ahora, a un lado y otro del tablero político, volvemos a oír hablar de España. De la necesidad de hacerse con una idea de España, de la urgencia de empuñar un proyecto que nos anime a constituirnos en verdadera nación.

En esta hora en que España es nombrada de nuevo;
en este tiempo oportuno para considerar en qué consiste esta nación cuyo perfil ha sido degradado, conviene anotar qué debe entenderse por patriotismo. La primera de las afirmaciones a realizar es la vigencia de España como nación frente a quienes  la han llegado  a considerar un mero caparazón institucional, creado por la política expansiva de una monarquía castellana que ha mantenido a pueblos enteros bajo la tiranía de una potencia ajena.


España lo es, más allá de los indudables excesos mesetarios de un casticismo anacrónico, porque constituye un largo proceso de integración de territorios y personas impulsadas a construir una sola nación, una nación entera, diversa y consciente del patrimonio  de su pluralidad.


Desde el inicio de la modernidad, no hay momento histórico que  pueda entenderse sin la participación de todas las regiones en la lenta e indeclinable formación de una nación  negada ahora  por el fanatismo particularista de unos o  la soberbia  centralista de otros.

España no es solo un sistema de garantías constitucionales. España es el sujeto del que brota nuestro orden político de convivencia. Aludir a la ley
cuando otros apelan a lo más  profundo de la maduración histórica de una nación, ha sido una forma penosa de ofrecer a los impugnadores de España la mayor coartada para sus delirios. España no se defiende mencionando tal o cual artículo de la Constitución.


Eso sirve para canalizar situaciones de conflicto, no para establecer el origen mismo de nuestra existencia nacional. Cuando España se constituyó como Estado social y democrático de derecho, en 1978, no hizo más que cobrar forma institucional y tender una red de garantías legales y de aspiraciones  a realizar.


Pero era España la que tomaba esa decisión, una España anterior, una España ya viva, una España que solo pudo configurarse de ese modo en el orden político porque estaba presente en la marcha de la historia.

Por otro lado, la defensa de la unidad española no debe distanciarse de la cohesión de los españoles. No existe nación donde no hay libertad, decían los liberales del siglo XIX. No hay nación donde no existe justicia, proclamó el pensamiento del siglo XX.



La unidad de España no es solo la territorial, sino la que se define por la dignidad de sus ciudadanos, evitando las situaciones de diversidad radical de recursos económicos. No hay nación donde la miseria de unos se acompaña de la opulencia de otros.


No puede haber unidad en una patria escindida por abismos sociales que desfiguran el sentido mismo de una declaración general de derechos y, todavía más, el significado de una idea ambiciosa de tradición y destino común de los españoles.




Y, por último, la nación solamente puede existir asumiendo aquellos valores que la han dotado de signos de identificación precisos. Valores compartidos con los que se ha construido Occidente, basados en la herencia del mundo clásico, del cristianismo y de la Ilustración.



Pero valores a los que, además, España dio un sentido propio en su deseo de preservar la unidad moral de Europa, de salvar el proyecto libre del hombre, de  proteger sus derechos naturales y de garantizar sus espacios de realización en la vida colectiva. En esa triple afirmación, la unidad histórica frente a la impugnación secesionista; la unidad social frente a la explotación de los humildes; la unidad de valores frente al relativismo y el vacío moral de nuestro tiempo, la idea de España reluce de nuevo en estas jornadas de discusión electoral. 


No es casual que políticos de tan diversa orientación hayan notado esa tremenda ausencia que a todos nos debilitaba.  Se trata ahora de encauzar lo que es mera intuición o caprichoso oportunismo en la verdadera reconstrucción de una conciencia nacional. En  la invulnerable afirmación de una esperanza.



                                                       FERNANDO Gª DE CORTÁZAR  Vía ABC


MODERADITOS


Prefiero al hombre que eleva la voz para decir sin ambages lo que piensa, aunque lo que piensa sea erróneo, que al hombre que oculta o disfraza lo que piensa: porque el primero es plenamente humano, aunque insista en el error (o precisamente por ello mismo), mientras que el 'moderadito', bajo su pérfida apariencia de neutralidad amable, es un ser pérfido.


Y es que el rasgo más característico del 'moderadito' es su gustosa permanencia en el redil de las ideas recibidas, que repite como un lorito, a la espera de la ración de cañamones que premie su conformidad. El 'moderadito' nunca tiene iniciativa, siempre adopta los usos del mundo, siempre asume las modas de la época, siempre corea o imita (con virtuosismo de ventrílocuo) las voces del momento. Todo lo que sea salirse de las pautas establecidas le parece exageración y desafuero; todo lo que sea expresarse con entusiasmo, con ardor, con crudeza, con vehemencia, le provoca disgusto, aversión, escándalo.


El 'moderadito', aunque en su fuero interno no profesa sinceramente ningún principio, puede disimular de puertas afuera que los profesa; pero con la condición de que sean principios hueros, meras declaraciones retóricas, principios que no se apliquen o se puedan aplicar aguadamente. Y, por supuesto, si alguien expresa esos mismos principios con un tono encendido y pretende aplicarlos sin reservas, se le antojará un energúmeno; y preferirá al que proclama los principios contrarios, siempre que lo haga con corrección, con morigeración, con fría y educada tibieza.


Por supuesto, al 'moderadito' las afirmaciones o negaciones netas le provocan horror, porque lo obligan
a tomar partido; prefiere las opiniones que picotean de todos los cestos, las expresiones brumosas, el sincretismo ambiguo, la borrosidad huera, la perogrullada, el mamoneo, el matiz. ¡Cómo le gustan al 'moderadito' los matices!


Se moja las bragas matizando, el tío; y si, además de matizar, puede 'consensuar', entonces ya es que se corre de gusto. Nada gusta tanto al 'moderadito' como ceder una porción de lo que piensa (pues todo lo que piensa carece de valor) a cambio de tomar una porción de la opinión contraria; pues sabe que en este sopicaldo mental su babosería e inanidad pasan inadvertidas.


El 'moderadito' odia al hombre que se compromete y empeña su prestigio en defender una posición, porque sabe que su actitud gallarda deja en evidencia su cobardía. Si, además, el comprometido es hombre de verbo fácil y escritura lozana que se derrama con franqueza incontenible e incluso con cierta falta de pudor, el odio del 'moderadito' alcanzará cúspides diabólicas; y empeñará sus fuerzas en desprestigiar al hombre comprometido, acusándolo de charlatanería, de radicalismo, de intemperancia, de cualquier vicio real o inventado que lo haga aparecer ante los ojos del
mundo como un orate.


El 'moderadito' odia al hombre comprometido como el eunuco odia al hombre viril; y no vacilará en conseguir su condena al ostracismo (pero siempre de forma indolora, que para eso es 'moderadito').


El 'moderadito' considera que en toda opinión hay algo bueno y algo malo y que todo pensamiento que se expresa sin ambages es expresión de ciega soberbia. Naturalmente, todo esto son artimañas alevosas para convencernos de que su tibieza y cobardía son prudencia, tolerancia, sentido común.


El 'moderadito' defiende los hábitos adquiridos, las inercias prejuiciosas, las convenciones establecidas y, en fin, todo lo que envuelve a las personas y a los pueblos en las telarañas de la pereza mental, de la repetición fofa, del estereotipo; en cambio, odia las tradiciones auténticas, que trata de convertir en costumbres maquinales y carentes de significado (y así, por ejemplo, el 'moderadito' puede llegar a participar en una procesión de Semana Santa y hasta del Corpus tan campante, con la misma aséptica complacencia con la que puede también participar en un desfile de carrozas del Orgullo Gay). 


El 'moderadito' nunca se enfurece, nunca se exalta, siempre nada a favor de la corriente. Odia al pecador arrepentido, cuyos errores pretéritos gusta mucho de airear; porque para pecar y para arrepentirse hace falta dominar y ser dominado por las pasiones, y el 'moderadito', que es de sangre fría como las culebras, ha reprimido todas sus pasiones.


Al 'moderadito' le repugnan los hombres atormentados, porque con sus imperfecciones y recaídas muestran una aspiración doliente al ideal; y el 'moderadito' quiere que su ramplonería y neutralidad se conviertan en tabla rasa que nivele la grandeza y la miseria humanas. Porque el 'moderadito' es un hombre sin grandeza y sin miseria, es un hombre que no se indigna, que no se asombra, que no rabia, que no se humilla ni se arrepiente.


El 'moderadito' carece de orgullo para erguirse y de humildad para arrodillarse; porque, al fin, es un despojo humano, un hijo del demonio, un reptil al que conviene pisar cuando nos lo tropezamos en el camino, antes de que nos muerda con su veneno.


                                             
                                                  JUAN MANUEL DE PRADA  Vía XL SEMANAL

DESESTABILIZAR A RIVERA: LA ÚLTIMA BAZA DE RAJOY ANTES DE VISITAR AL REY

GÉNOVA PERSIGUE EL 'SÍ' DE CIUDADANOS EN LA INCIERTA INVESTIDURA


Descartada cualquier posibilidad de diálogo con el PSOE, Génova centra toda su artillería sobre Ciudadanos para 'ablandar a Rivera antes de su visita al Rey.


El PP necesita el 'sí' de Ciudadanos. Albert Rivera tiene un punto débil, un visible talón de Aquiles. Un flanco por el que los populares pretenden ahora atacarle. Gran parte de sus electores, al menos un 60 por ciento según algunos estudios, provienen de las filas del PP, profesionales jóvenes y urbanos que abominan de Mariano Rajoy y desean la regeneración de España. “La situación ha cambiado drásticamente en estas últimas semanas. Muchos de esos votantes consideran más urgente solucionar el actual atasco institucional que propiciar la jubilación de Rajoy", estiman en fuentes populares. 
Gran parte de los seguidores 'naranjas' no terminan de comprender cómo en su día se apoyó al PSOE, con un ‘sí’ rotundo en la investidura de Sánchez, y ahora se le regatea un apoyo similar al PP
En Génova son conscientes de que el tiempo vuela, apenas disponen de unos días para que la operación ‘desestabilizar a Rivera’, puesta estos últimos días en marcha, obtenga sus frutos antes de que se cumpla la ronda de visitas ante el Rey. Cuentan con ese factor fundamental, el actual desconcierto de una gran parte de sus seguidores 'naranjas' que no terminan de comprender cómo en su día se apoyó al PSOE, con un ‘sí’ rotundo en la investidura de Pedro Sánchez, y ahora se le regatea un apoyo similar al PP, partido del que se sienten más cercanos, al margen de la controvertida continuidad de Rajoy. 
El foco y el título maldito
“Ciudadanos está jugando con fuego”, es la frase acuñada por Fernando Maíllo, vicesecretario de los populares y principal ariete en este empeño en macerar la postura de Ciudadanos antes de que sea demasiado tarde. El eje de la estrategia es situar a Rivera ante sus contradicciones. “Se enfada primero con el pacto de la Mesa, luego le dice al Rey lo que tiene que hacer, intenta luego pasarle la pelota a los socialistas para que solucionen la papeleta”. Subrayar este supuesto zigzagueo de Ciudadanos, sus frecuentes cambios de criterios, su escasa credibilidad a la hora de mantener sus posiciones forma también parte de esta línea de acoso a Rivera. Sus palabras en la portada de 'El País', algo sacadas de contexto, sobre lo que piensa decirle al Rey para que el PSOE abandone su 'no' permanente, se han sumado a esta vía de poner el foco en todo cuanto se mueve en torno a Rivera. 
Ciudadanos, a modo de arma defensiva, ha sacado de paseo su veto a la continuidad de Rajoy. “Esa excusa podía funcionarles en marzo, ahora ya carece de efecto alguno. En este momento del debate, no es la continuidad de Rajoy lo que está en juego, ahora se trata de evitar de nuevo las urnas”, comentan las fuentes mencionadas. Rivera quiere esquivar a cualquier precio aparecer como el gran obstáculo para deshacer el nudo gordiano de la formación de gobierno. En todas sus intervenciones recuerda con insistencia que su partido es el único que ha propuesto alternativas, que se ha abierto al diálogo, que ha planteado encuentros a tres bandas… frente al cerrilismo incomprensible de PP y PSOE. 

El paso previo

La presión sobre el bloque naranja va a intensificarse esta semana decisiva. El PP empuja a Rivera hacia el 'sí' pero no abandona su voluntad de entendimiento. Se les ha ofrecido sillones ministeriales, colaboración parlamentaria, se les ha dado dos sillones de relevancia en la Mesa del Congreso. Moncloa anda ya en tratos con algunos dirigentes de Ciudadanos para estudiar los próximos presupuestos, cuestión perentoria que necesita de un Gobierno en activo.
“Ha calado ya la idea de que un 'sí’ de Ciudadanos es el paso previo para que el PSOE reconsidera su actitud actual y se oriente hacia la abstención”, comentaba días atrás un ‘fontanero’ de la Moncloa
“Ha calado ya la idea de que un 'sí’ de Ciudadanos es el paso previo para que el PSOE reconsidera su actitud actual y se oriente hacia la abstención”, comentaba días atrás un ‘fontanero’ de la Moncloa. Cierto que los 32 diputados de Ciudadanos no son decisivos en la suma aritmética para superar el actual impasse. "Pero no es lo mismo ir a la investidura con 170 diputados que con 137", recuerdan los populares, haciendo suyo el argumento expresado por el barón socialista Fernández Vara.
Un 'sí' de Ciudadanos puede cambiarlo todo. Este es el eslogan. Varios dirigentes del PP lo machacan en un tono muy firme: “La actitud de abstención de Ciudadanos es un instrumento que obstruye, que obstaculiza, que paraliza la posibilidad de un Gobierno en España”. Rivera igual a obstáculo. El punto débil. El talón de Aquiles, los antiguos votantes del PP, toman nota. Es el escenario más temido para el partido naranja, cuyo eje central se basa en Cataluña en la guerra frontal contra el nacionalismo y en el conjunto nacional en ejercer de puente entre las posturas antagónicas del bipartidismo, en ser la bisagra capaz de mover piezas eternamente estancadas.

                                                                  JOSÉ A. VARA  Vía VOZ PÓPULI