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sábado, 8 de diciembre de 2018

VOX NO ES FASCISTA Y NUNCA LO SERÁ

No hablan con propiedad quienes, desde la ira separatista o el engreimiento de Podemos, califican de fascistas a los seguidores del partido de Abascal


El presidente de Vox, Santiago Abascal. (EFE)


El cabreo transversal respiró por la izquierda hace cuatro años (Mover ficha: por la indignación al cambio) y ahora ha respirado por la derecha (Cien soluciones para una España viva). Su grado de adhesión constitucional es mejorable, pero ambos aceptan el alojamiento en el sistema y sus reglas de juego.

Podemos dio el salto en las elecciones europeas de 2014 y Vox lo acaba de dar en las andaluzas del domingo pasado. Entonces y ahora se suscitó un debate sobre la legitimidad de su respectiva subida al escenario. Y a los dos se les aplica la plantilla utilizada en la detección del populismo: soluciones simples a problemas complejos.

Se miran a cara de perro desde los extremos del arco político. Como Podemos, Vox hace primarias y, henchido de feminismo rampante, pide cadena perpetua contra los violadores. Los dos disparan contra vigas maestras del edificio constitucional. Podemos reclama la abolición de la Monarquía. Y Vox, la del Estado autonómico.

El fascismo está enterrado. Un movimiento violento, paramilitar y antidemocrático que quería confiscar el Estado e imponer un férreo orden vertical

Todo ello al amparo de un saludable pluralismo en la circulación de ideas libre y pacíficamente expresadas. Gracias a la vigencia de una democracia cuya hoja de ruta acaba de cumplir cuarenta años. Con discurso del Rey en el templo de la soberanía nacional. Ritual, sí, pero cuesta imaginar que un presidente de la República hubiera hecho una exaltación del dogma democrático tan firme, tan contundente, tan comprometida, como la que hizo Felipe VI el jueves pasado.

También caben los extremos. Que los nomine la geometría. No el odio o la intolerancia, que han banalizado el uso del término "fascista" como pedrada contra el adversario. Hay insidia, pero también hay desconocimiento doloso. No hablan con propiedad quienes, desde la ira del separatismo impaciente o el engreimiento ilustrado de Podemos, califican de fascistas a los seguidores de Vox. Iglesias Turrión hace llamamientos para frenar el fascismo en Andalucía. Si bien Iñigo Errejón, mucho más lúcido, sabedor de que el problema es otro, ha dicho: "No nos equivoquemos, compañeros, en Andalucía no hay 300.000 fascistas".

Al amparo de un saludable pluralismo en la libre circulación de ideas, Podemos reclama la abolición de la Monarquía y Vox, la del Estado autonómico

La huella del fascismo está enterrada en la historia del siglo XX. El concepto va ligado a un periodo (entre años veinte y cuarenta) marcado por el descrédito de las democracias liberales y la pinza de los dos grandes horrores. El de Hitler y el de Stalin. Fue un movimiento violento, paramilitar y antidemocrático que pretendía confiscar el Estado (En España, véase Ramiro Ledesma Ramos) para imponer un férreo orden vertical (o sea, una Dictadura) en nombre del pueblo (sin consultarle, claro), la patria y los sueños imperiales.

Hoy no hay frontera entre fascismo y comunismo. Si acaso, entre derecha e izquierda. Ahí encajan tanto Podemos como VOX, al amparo de los dogmas civiles constitucionalmente consagrados. A saber: separación de poderes, descentralización territorial, libertad de expresión, igualdad ante la ley, pluralismo, soberanía nacional como fuente del derecho, etc., etc., etc.

Vox está dentro del sistema y acepta la Constitución, aunque solo sea para utilizar los mecanismos de su propia reforma. Fascismo sería cualquier movimiento insurreccional orientado a terminar con la democracia e imponer el sueño patriótico de cualquier iluminado, como lo fue Mussolini, o Hitler, o Stalin, o Franco. No es el caso de Santiago Abascal. Ni lo será. Por mucho que algunos hayan decidido ponerse estupendos con sonoros rasgados de vestiduras en la plaza pública.


                                                                                ANTONIO CASADO  Vía EL CONFIDENCIAL

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