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miércoles, 31 de julio de 2019

Una solución ‘a la portuguesa’

Sí hay modos y maneras que se pueden copiar: la paciencia (para conseguir pactos a varias bandas), la constancia (para hacerlos cumplir durante cuatro años) y la ausencia de egolatrías

 

investidura sanchez 

  Pedro Sánchez, presidente español, y António Costa, primer ministro portugués.  (EFE)

 A Portugal no paran de salirle admiradores. Aparte del descubrimiento de sus playas y ciudades, los españoles apelan al ejemplo portugués para afear a los líderes parlamentarios su incapacidad para construir un Ejecutivo estable. Portugal es el ejemplo a seguir, dicen, pero no es tan fácil replicar una “solución a la portuguesa”. Hasta ahora, los intentos de Sánchez han fallado.
Las visitas a Lisboa de políticos socialdemócratas y de otras ideologías han ido in crescendo desde que en 2015 António Costa se convirtió en primer ministro de un Gobierno socialista en minoría. Al principio, los que vivimos y trabajamos en la capital portuguesa pensábamos que los visitantes trataban de fotografiarse junto al hombre que había frenado la caída de la socialdemocracia en Europa, tras los descensos en España, Francia, Italia…Pero, pasados cuatro años, sigue aumentando la admiración por el vecino; incluso la nueva temporada de la serie La Casa de Papel incorpora una integrante a la banda y su nombre es Lisboa.
 El entusiasmo, sin embargo, acaba por tergiversar la realidad. Hace unos días pasé 15 minutos intentando convencer a un amigo español de que el ministro de Trabajo portugués no es comunista. Allí no manda una coalición de izquierdas, sino un Gobierno socialista.
Replicar el pacto luso en España es difícil, entre otras cosas porque ellos solo tienen un nacionalismo
Replicar el pacto luso en España es difícil, entre otras cosas porque ellos solo tienen un nacionalismo, el portugués, y tampoco dividen el país en autonomías. El secesionismo —por muchas visitas de los indepes catalanes— está prohibido por la Constitución. Hay, de hecho, pocos pueblos tan patriotas. El himno nacional lo cantan con orgullo desde los comunistas hasta los más conservadores.
La llamada geringonça del Gobierno luso surge de acuerdos programáticos a tres bandas: del Partido Socialista (PS) con el Bloco; del PS con el Partido Comunista, y del PS con Los Verdes. Nació para rechazar la investidura de un Gobierno de centro-derecha (PSD-CDS) que había ganado las elecciones. Debido a los acuerdos entre partidos de izquierda, Passos Coelho, el líder de la coalición conservadora, no consiguió la mayoría parlamentaria para formar gobierno. Tras los pactos programáticos de las izquierdas, discutidos y firmados por separado —ni siquiera hubo foto de familia—, Costa formó “su” Ejecutivo, que, al igual que la presidencia del Parlamento y otras instituciones públicas, fue enteramente ocupado por políticos socialistas.
No hay un país igual a otro ni circunstancias exactas. Las claves de la solución portuguesa se basan en los resultados electorales y en aceptar el mal menor para evitar el mayor (en su caso, la repetición del Gobierno de centroderecha que aplicó la austeridad de la troika).
Un día después del recuento electoral de 2015, participé en una cena en un restaurante lisboeta junto al Tajo con empresarios y periodistas. Durante una animada, incluso airada, discusión, uno de los hombres más ricos de Portugal afirmó con la rotundidad que solo da el dinero: “El PCP nunca pactará con un partido que no ha ganado; son serios, son comunistas”. Pactaron. El motivo esencial fue la proporción de votos. Los comunistas lusos, muy fuertes sindicalmente y nada propicios a los vaivenes (continúan siendo marxista-leninistas), obtuvieron el 8,2% de los votos; el Bloco, la nueva izquierda hermanada con Podemos y dispuesta a pactar con los socialistas, un 10,2%. Costa, con el 32,3%, tenía un peso mucho mayor que sus futuros socios parlamentarios, pero solo juntos sumaban la mayoría. Los equilibrios electorales en España son diferentes, pero comparten una coincidencia: si la izquierda no va unida es imposible que gobierne y abre un panorama difícil de entender para sus votantes.
La admiración crece. Incluso la nueva temporada de La Casa de Papel incorpora una integrante a la banda, Lisboa
Portugal lleva cuatro años estables, creciendo, reduciendo la desigualdad y convirtiéndose en ejemplo internacional. El entendimiento entre los socios no quita que en la campaña electoral de septiembre, el Bloco y el PC intenten impedir la mayoría absoluta socialista. Un Gobierno de derechas está descartado, debido a la desunión y falta de liderazgo de los conservadores.
Los líderes portugueses volverán de vacaciones dispuestos, como siempre, a la negociación. Por lo visto en el reciente debate de investidura, el ejemplo de diálogo portugués de poco ha servido. Incluso es muy posible que los vecinos tengan Gobierno antes que nosotros. Aviso a compatriotas: colgaré el teléfono al próximo que me suelte aquello de "menos mal, menos mal que nos queda Portugal". Parece que no nos queda.
La solución a la portuguesa ha fracasado —de momento— en España. Hay muchos condicionantes —como el independentismo— que complican su réplica, pero sí hay modos y maneras que se pueden copiar: la paciencia (para conseguir pactos a varias bandas), la constancia (para hacerlos cumplir durante cuatro años) y la ausencia de egolatrías.

                                                                         ROSA CULLELL   Vía EL PAÍS

 

 

El Antiguo Testamento y el tema de la elección de Israel


Opinión 

Pedro Trevijano


 
Los cristianos no podemos prescindir del Antiguo Testamento, tanto más cuanto que cada vez se ve mejor la unidad fundamental entre ambas partes de la Escritura, y ya no es posible oponerlos, como se ha hecho alguna vez, como si el Antiguo fuese solamente un Testamento de Ley y Temor, y el Nuevo fuese un Testamento de Espíritu y Amor en contradicción con el Antiguo.

            El Antiguo Testamento es por supuesto auténtica Historia de la Salvación. Dios se nos revela allí y allí encontramos su Palabra inspirada. Dios va a ser conocido como el Dios Único gracias a su Revelación a los Patriarcas, a Moisés y a los Profetas, concentrándose en Él la totalidad de lo divino, que los cultos paganos dispersaban entre una multitud de poderes más o menos identificados con las potencias cósmicas.

           Además, Cristo nos propone en varias ocasiones su enseñanza moral en relación con el Antiguo Testamento, afirmándonos que no ha venido a abrogar la Ley (Mt 5,17), aunque también nos muestra los límites del Antiguo Testamento en relación con su enseñanza (Mt 5,20-48).

            Podríamos multiplicar los ejemplos y así lo que Pablo llama "ley del espíritu" nos hace pensar no sólo en la superación de la Ley Antigua, sino también en la realización de las promesas proféticas de Jer 31,31-34 y Ez 36,26-27. El Nuevo Testamento no es un aerolito, sino que hay en él mucho incomprensible, si no se tiene en cuenta el Antiguo Testamento al que asume y perfeccio­na. El encuentro entre Dios y el hombre se realiza en la Historia y la Revelación se formula muy a menudo en función de la Historia y de las situaciones históricas.

            La lectura de la Biblia supone grandes exigencias, incluso intelectuales, pues es la obra de la fides quaerens intellectum, de la fe buscando comprender en toda su profundidad la Realidad de la que nos habla la Escritura. En cuanto a la Moral bíblica será sobre todo continuar reconociendo la acción siempre presente de Dios en la Historia de Salvación que Él ha iniciado. Al descubrir a Dios y su misterio, al constatar la obra de salvación llevada a cabo por su Creador, el hombre se siente obligado en una respuesta de acción de gracias a una conversión moral que se traduce en conductas precisas.

            El tema central de la moral veterotestamentaria es la Alianza entre Dios y el pueblo de Israel, Alianza que tiene como requisito previo la Elección. Israel es, según ha demostrado la investigación histórica, el nombre de la confederación sagrada de tribus, que se constituyó por primera vez después del ingreso en Palestina.

            Ya desde el primer momento Dios llama a la Humanidad a una vida de amistad y de intimidad con Él, colmándonos de favores que superan nuestra condición natural. Nos crea a su imagen y semejanza (Gen 1,26), y como se trata de un Dios personal, también nosotros somos y tenemos la tarea de realizarnos como personas. Pero el pecado del primer hombre y los de sus descen­dientes arrastran la Humanidad hacia la catástrofe (Gen 3-7).

            Dios sin embargo se reserva un justo (Noé)  y concluye con Él un pacto de Alianza (Gen 9,1-17), pero nuevamente el pecado vuelve a prevalecer alcanzando el desorden moral su culmen en la construcción de la Torre de Babel (Gen 11,1-9). Sin embargo esta vez Dios, fiel a su promesa (Gen 8,21-22), no aniquilará a la Humanidad y ésta no estará irremisiblemente perdida, sino que, en la persona de Abrahán, Dios llama a una minoría, el pueblo escogido, para salvar al Resto de la humanidad. Éste es el punto de partida de la Elección.

            La elección divina de Israel se nos aparece como un acto fundado en el misterio del amor misericordioso de Dios, por el que Éste escoge libremente y entra en relación personal con un pueblo que será el portador de su relación salvífica al dar testimonio del verdadero Dios y ser instrumento de sus designios de salvación, hasta que llegue el momento de la Revelación definitiva con Jesucristo.


                                                                      PEDRO TREVIJANO  Vía RELIGIÓN en LIBERTAD

Todo estaba en el punto de partida: Podemos y el abatimiento de la izquierda

Es el momento de las explicaciones, de justificar cómo se ha llegado hasta aquí. Pero las consecuencias del fracaso de Podemos van más allá y están dejando efectos desoladores

Foto: Eran otros tiempos, pero las diferencias ya estaban presentes. (Reuters) 

 Eran otros tiempos, pero las diferencias ya estaban presentes. (Reuters)

Es curioso cómo, una vez constatada la derrota, han empezado a difundirse las explicaciones acerca de lo que no ha funcionado. Han aparecido numerosos artículos en los últimos días sobre lo que ha ido mal y sus causas, y el mismo Iglesias ha dedicado un 'Fort Apache' a explicitar los motivos del descarrilamiento. El líder de Podemos, en realidad, no ha hecho más que ratificar todo aquello que los suyos han divulgado por las redes en las últimas fechas: las élites querían acabar con Podemos, el PSOE forma parte de una malla de poder sistémica y su única intención durante las negociaciones era doblar el brazo a los morados para hacerles el mayor daño posible. En el fondo latía la negativa radical del sistema a incorporar políticas de izquierda, así como un cierre ideológico que redirige las alianzas hacia el PP y quizá Cs si entra en razón. En definitiva, el régimen del 78 se ha regenerado y trata de asentarse eliminando a su rival más incómodo, Podemos.
Era previsible una reacción como esta, que alude a la peligrosidad real de un partido no domesticado y a una reducción de los márgenes para la política, pero es una explicación insuficiente. Imaginemos que fuera así y existiera una intención expresa por parte de los poderes fácticos españoles de excluir del Gobierno a Podemos; es más, que la hubiera para que el partido desapareciese. Pero eso es algo que no está en sus manos. Hay que partir del detonante de todo este proceso, las últimas elecciones y los resultados obtenidos en ellas, que son los que enmarcan las posibilidades. Si hubiera ganado UP las elecciones, estaríamos en otro contexto, al igual que si hubieran obtenido los 53 diputados necesarios para lograr la mayoría absoluta junto con los 123 del PSOE. No fue así, y eso lo decidieron los electores, no los poderes fácticos.

El error táctico

En segunda instancia, incluso cuando hubiera un deseo expreso del PSOE de gobernar en solitario, que está presente en buena parte de sus dirigentes, los socialistas también eran conscientes de que UP les era necesario. En buena medida porque se trataba de la opción preferida de la mayoría de sus votantes, también porque hay cuadros socialistas que prefieren un Gobierno de izquierda y, desde luego, porque era la opción más factible. En ese escenario, las negociaciones fueron tardías y deficientes, llenas de desconfianza por ambas partes y demasiado centradas en el reparto de poder. Podemos jugó sus bazas y los socialistas las suyas, pero la realidad es que Iglesias no supo sacar partido de sus opciones. Sobrevaloró sus posibilidades, del mismo modo que creyó que el ansia de conservar el Gobierno por parte de Sánchez le llevaría a ceder más parcelas.
Puede que Pedro Sánchez e Iván Redondo no quisieran gobernar con Podemos, pero lo cierto es que Iglesias se lo puso muy fácil

Puede que los poderes fácticos no quisieran que UP estuviera en el Gobierno, pero hubo oferta para ello; más satisfactoria o menos, más justa o menos, pero la hubo, y lo cierto es que a una parte no menor de la población una vicepresidencia y tres ministerios no le parecen desdeñables. Y, en realidad, tampoco lo eran. Quizá se trataba de áreas que no eran claves, pero UP no podía pretender la misma cuota que si sus escaños sumasen mayoría absoluta y actuó como si así fuera. Además, es un partido con debilidades internas, lo que le perjudicaba a la hora de negociar, porque la otra parte lo sabía y sacó partido de ello, y conseguirá más de esa presión tras el fracaso. Y además existían otras opciones. De modo que quizá Sánchez y Redondo no querían gobernar con Podemos, pero lo cierto es que Iglesias se lo puso muy fácil. Los socialistas no jugaron muy limpio, pero los morados cayeron en la trampa.

Regresar al inicio

Tras la derrota, cada facción de UP, incluidos los que ya no están, trata de explicar a los suyos los motivos de que las cosas no hayan funcionado, pero lo curioso es que todos lo hacen desde la misma perspectiva. El sentido y emocionante artículo de Yayo Herrerodescribiendo los errores que llevaron al triunfo de la derecha en la ciudad de Madrid y en el que aboga por una reconstitución de la izquierda a partir de su vitalidad popular, no es más que una alabanza de lo que fue Ganemos. En el fondo, lo que expresa es que se hicieron las cosas bien en un momento concreto, pero que después todo se pervirtió y que para volver a tener éxito habría que regresar a ese instante. Errejón insiste en que habría que regresar a ese momento populista en el que se buscaba vincular a mayorías, y que se perdió por el desplazamiento hacia la izquierda y por el talante hostil de Iglesias. Y los anticapitalistas continúan en lo suyo, hablando de regresar a organizaciones horizontales y antifascistas y de lo común y de la importancia de los movimientos no institucionales.
El mensaje que transmiten todas las facciones es el mismo: todo iba bien y todo funcionaba hasta que los otros lo estropearon
Pero más allá de las propuestas de cada corriente, que consisten en regresar al punto de partida (es decir, a su punto de partida), el mensaje que transmiten es el siguiente: todo iba bien, todo funcionaba hasta que alguien lo estropeó. Algunos, como Isidro López, exdiputado en la Comunidad de Madrid, han sido muy explícitos, hablando de la “basura errejonista/carmenista” a raíz de la Operación Chamartín, pero esa hostilidad es común, aunque se exprese en términos más amables: todo iba bien hasta que nos convertimos en un partido que se basaba en el hiperliderazgo, todo iba bien hasta que los errejonistas se vendieron, todo iba bien hasta que entró IU, todo iba bien hasta que Iglesias purgó a Errejón, todo iba bien hasta que el Ibex decidió que no íbamos a gobernar.

Las verdaderas causas

A todos los que desean volver al punto de partida tratando de encontrar la pureza perdida, que era también la causa del éxito desde su perspectiva y que casualmente coincidía con las tesis que su corriente defiende, hay que señalarles de modo expreso que no es así; que todo lo que ha ocurrido es precisamente consecuencia del punto de partida. Podemos es un partido montado por tres corrientes muy distintas, a las que solo unía el rechazo de la izquierda tradicional, es decir, de IU, y la hostilidad frente al PP, pero que ni compartían proyecto ni se llevaban bien. Es un proyecto sin articulación territorial, ya que dependía de sus confluencias, y esa debilidad interna se acrecentó cuando IU se sumó a Podemos. Es un partido que carecía de bases, porque a todos aquellos que se fueron acercando a los círculos los mandaron rápidamente a casa, y que tampoco contaba con cuadros preparados. Es un partido que, como bien señala una extrabajadora de Podemos en un artículo conmovedor, se construyó a partir de un solo criterio, la lealtad (“te das cuenta de que los que mandan siguen en lógica de guerra. Que si no matas por ellos no eres fiel, que no vales la pena. Que no sirves para nada”). Es un partido que, por tanto, expulsó el talento (“te ves rodeada de necios inútiles a los mandos. Y sigues viendo lo que llevas viendo desde el primer día: gente absolutamente excepcional a la que alejan, o que se aleja porque no lo soporta más”). Es un partido que excluía a los que pensaban diferente con formas hostiles y calificativos despectivos. Es un partido construido a partir de la figura de un líder que se rodeó de un núcleo reducido de fieles, y que, en consecuencia, cuando se equivocó estratégica y tácticamente, no tenía a nadie al lado para reconvenirle. Con todas estas piezas, la derrota era el único destino.

Tierra devastada

Ahora, cada una de las corrientes, que actuaban del mismo modo, alega una causa justificativa y trata de quedarse con los restos con la excusa de un reinicio. No, gracias. No es cuestión de volver a vuestras casillas de salida, porque todo ha salido según lo esperado, no ha sido más que una sucesión de acontecimientos lógicos. Y lo peor no es la derrota, ni no estar en el Gobierno, ni la escasa presencia social, sino la sensación de abatimiento y desesperanza que habéis dejado, convirtiendo la izquierda en tierra devastada.
Desde luego, España necesita una izquierda a la altura de los tiempos y, aunque tarde, logrará construirse, de eso no hay duda. Hemos de afrontar problemas serios y más en una etapa de recomposición del capitalismo y de cambio geopolítico, que tiene consecuencias obvias en numerosos asuntos, materiales, sociales y climáticos. Por lo tanto, no más purgas, no más núcleos irradiadores, no más soberbia y desdén, no más desconocimiento de la sociedad en la que vivís, no más fórmulas de éxito televisivo, no más procesos constituyentes, no más significantes vacíos, no más conceptos altisonantes, no más estupideces. Tuvisteis vuestro momento y lo habéis desaprovechado. Actuad en consecuencia.

                                       ESTEBAN HERNÁNDEZ  Vía EL CONFIDENCIAL

martes, 30 de julio de 2019

Matías Cortés y el fantasma de la Transición


Matías Cortés Domínguez. 

Matías Cortés Domínguez.



Si Matías Cortés Domínguez levantara la cabeza y pudiera leer los panegíricos que el grupo Prisa le ha dedicado con motivo de su reciente fallecimiento seguramente se volvería a morir, pero de vergüenza. El País lo ha presentado como una especie de beatífico padre Ángel encargado de las obras de caridad de los ricos del lugar, o un Kelsen y su 'Teoría pura del Derecho' que, crecido en las últimas décadas del pasado siglo, “entró en el XXI con el deseo de poner a disposición de sus colegas del Derecho su energía y su inteligencia” (sic). Nada más lejos de la realidad. Matías era uno de esos tipos raros que de Pascuas a Ramos producen -no necesariamente para bien- países como el nuestro. Admirado por unos, odiado por otros y temido por casi todos, Matías ha sido uno de esos hombres que en la sombra han movido los hilos de la Transición sin dar nunca la cara. No ha habido operación importante en los últimos 40 años de historia económica –cabría mejor decir historia de los negocios- española que, de un modo u otro, no haya contado tras las bambalinas con el genio conspirativo y maquinador de un Cortés que, más que un abogado al uso, en realidad era un gran “componedor”, un creador de imaginativas soluciones alegales a problemas complejos en los que, conditio sine qua non, siempre estaban en juego enormes sumas de dinero. Una especie de Du Guesclin al servicio de quien pudiera pagar sus cuantiosas minutas, desde Ruiz-Mateos a Luis del Rivero, pasando por Luis Valls, Mario Conde, Javier de la Rosa, Jaime y Emilio Botín, Ignacio Coca, los March, Juan Abelló, Juan Carlos de Borbón y un largo etcétera. Y, naturalmente, Jesús Polanco. La flor y nata del capitalismo patrio.
Hombre de talento fuera de lo común y de un sentido del humor -a veces ácido hasta bordear lo cruel- difícil de hallar por estos pagos, lo de Cortés no tiene parangón en el panorama español de las últimas décadas. La mente conspirativa del personaje (“es que la gente no piensa, Jesús, no piensa”, solía decirme en la época ya lejana en que compartimos cierta amistad) hizo de él un gran urdidor de estrategias allí donde se requería el manejo a un tiempo de los mimbres del poder político, del financiero-bancario, del judicial (la historia jamás contada de cómo Baltasar Garzón traicionó a su amigo Gómez de Liaño, se supone que gratia et amore, para evitar que Juan Luis Cebrián fuera a parar a la cárcel por el caso Sogecable) y, naturalmente, mediático. Si durante los años del desarrollismo franquista solía decirse que los millonarios americanos que llegaban a Madrid creían que Garrigues era un impuesto y no el nombre de un bufete de abogados, Francisco Fernández Ordóñez contaba con sorna que “Cortés no es un apellido, sino un contaminante”. Se refería naturalmente a Matías, compañero en el despacho que en la calle Juan de Mena llegó a reunir a cabezas tan privilegiadas como la de los citados y la de Rafael Pérez Escolar.
Cortés terminó obligando a Pacordóñez a abandonar el bufete, apenas unos meses antes de que Adolfo Suárez le hiciera ministro de Hacienda. Decía que era “el becario” de la oficina y que no pegaba palo al agua. Tampoco es que Matías fuera uno de esos esforzados currantes dispuesto a deslomarse de sol a sol. Charla distendida en su chalé de Puerta de Hierro, todavía con Mai por pareja. Al hacer referencia crítica a un ministro de Felipe González, aclara con su habitual socarronería: “Es que Fulano es muy peligroso, Jesús, muy peligroso, porque es muy tonto y trabaja muchísimo”. Matías laburaba lo justo. Lo suyo era pensar, esa cosa tan difícil de hallar en este país de arrieros y mozas del cántaro. No había operación, anuncio de fusión bancaria o inversión extranjera de campanillas que no tuviera al día siguiente a Cortés llamando a las puertas del cielo, convertido en una especie de Rasputín bajito y grueso, de hablar lento y guasón. Maquinando una solución para llevar a buen puerto el proyecto y presentando después unas minutas de infarto. Como los 18 millones de pesetas que cobró a KIO por un informe de dos folios y medio. O los 100 millones que, bajando en ascensor de un despacho del edificio Pirámide (Castellana 31), pidió –y cobró- a un conocido financiero tras haberle presentado a quienes terminarían siendo sus socios extranjeros.

Componer, maquinar, urdir…

Escribía el sábado Juan Cruz, encargado del panegírico oficial en las páginas de El País, que “sus grandes pasiones fueron el derecho y la música”. ¡Qué va, hombre! La única gran pasión de Matías fue el dinero. El derecho y la música serían, en todo caso, meras aficiones, puro divertimento como lo fueron algunas de las mujeres de sus amigos. Cargado de dignidades académicas hasta el techo (licenciado en Derecho por Granada y doctor por el Real Colegio de España en Bolonia –miembro del club de los “bolonios”, que tanta importancia tendría en su entrada en el sanedrín de los negocios-, además de catedrático de disciplinas varias en Granada y Madrid), Cortés sabía lo justo de Derecho, cosa que no supone demérito en absoluto sino al revés, que ahí tenemos a una vicepresidente del Gobierno, doctora en Derecho Constitucional por Córdoba nada menos, a quien nadie en su sano juicio se le ocurriría pedir un simple consejo jurídico. Lo de Matías era otra cosa. Lo suyo era “componer”, “maquinar”, “urdir” soluciones paralegales a problemas que en la estricta aplicación del Derecho jamás hubieran encontrado solución, llegando incluso a ocuparse como sui géneris banquero de negocios, encargado de buscar dinero bajo las piedras para solventar situaciones desesperadas de sus clientes amigos. Él fue quien trajo a JP Morgan a la macroampliación de capital del Banesto de Mario Conde de la mano de Violy de Harper, y él fue quien en 2010 trajo el fondo de capital riesgo Liberty, vehículo inversor de Nicolas Berggruen, para inyectar 650 millones y evitar la quiebra del grupo Prisa.
Nada hubiera sido igual en la vida de Matías sin su intensa presencia en la vida de Jesús Polanco, incapaz de dar un paso sin consultar a su abogado de cabecera, y de su negocio editorial, ese grupo Prisa que proporcionó la protección mediática y política que necesitaba para enriquecerse un hombre que despreciaba las ideologías y desde luego la política, y que siempre se sintió muy cómodo con los Pradera, Cebrián, Felipe y el universo progre de la beuatiful people de entonces. Cortés fue todo un poder fáctico en Prisa, cuya influencia fue en aumento conforme el viento de la crisis de deuda iba poniendo al grupo contra las cuerdas. Miembro del Consejo desde 1977, de su Comisión Ejecutiva y presidente de la Comisión de Auditoría, Matías, además de oficiar de banquero ocasional, llevaba al tiempo la asesoría jurídica externa a través de Cortés Abogados, la boutique de Hermanos Bécquer donde trabajaban, esta vez sí, sus hermanos Luis y Antonio Cortés. Cinco ocupaciones en paralelo, pues, un caso sin parangón en el mundo del Derecho español, que no parecía tropezar con ningún tipo de conflicto de interés o deontológico al uso. El caso es que don Matías, por sí y a través de su boutique, facturó 34,4 millones en los tres años que van de 2008 a 2010 por “servicios de asesoramiento jurídico y dirección letrada”. Eso es facturar.
A nadie respetó tanto Matías como a Emilio Botín, un respeto rayano incluso en el temor, a pesar de haberle prestado servicios tan notables como idear (“es que en este país la gente no piensa”) el andamiaje jurídico que permitió al cántabro desalojar del BSCH a José María Amusátegui y Ángel Corcóstegui. Verdura de las eras reducida a ceniza bajo el lento pero indefectible paso de los años. “Todos somos unos aficionados: la vida es tan corta que no da para más”, decía Matías remedando a Chaplin, de modo que este especialista en detectar debilidades del alma humana se entregaba con ritmo pausado a los placeres de la buena vida –mesa propia en el antaño famoso restaurante Jockey, que el maitre jamás permitía ocupar en su ausencia- mientras seguía “maquinando”. Matías se ha ido y con él un poco más de esa Transición cuyas esencias, incluidas las morales, él encarnó como pocos: el descreimiento, los comportamientos cínicos, la afición al lujo, la ambición por el dinero a gran escala, la preferencia por las sombras, los arreglos extralegales, el secretismo, el miedo a hablar alto y claro, y también la inteligencia, sí, la inteligencia, esa cualidad del alma que ahora brilla por su ausencia en esta España pirateada por la mediocridad, una inteligencia que Matías Cortés llegó a convertir casi en un arte. Matías o el fantasma de una Transición que hoy parece perderse en la niebla del tiempo. El pasado ha dejado de ser y el futuro todavía no es.
Descanse en paz Matías Cortés Domínguez.

                                                                            JESÚS CACHO  Vía VOZ PÓPULI

EL SALCHCHÓN Y LA DEMOGRESCA


Opinión 

Juan Manuel de Prada


 
Algunos amigos cándidos me lloran en el hombro, deplorando las desavenencias de partidos políticos, que hacen cada vez más difícil la formación de gobiernos estables. Yo les recuerdo entonces aquella estampa demoledora de Madrid, de corte a checa, en la que Agustín de Foxá retrata a los diputados en el buffet del Congreso, después de haberse despellejado en la sesión parlamentaria que acaba de concluir: «Se trataban todos con el afecto de los actores después de la función. Como Ricardo Calvo, tras hacer el Tenorio, se iba a cenar al café Castilla con don Luis Mejía, al que acababa de atravesar en escena».

Tantos años después, don Juan Tenorio y don Luis Mejía siguen atravesándose en escena, para mantener en vilo a sus respectivas aficiones, antes de pegarse la comilona. Ocurre, sin embargo, que los contendientes son cada vez más numerosos y aspaventeros y alargan cada vez más sus duelos, a veces tanto que exigen una repetición de la función (o sea, de las elecciones). Pues los partidos políticos nacieron con el único propósito -nos lo enseña Julio Camba- de apoderarse del Estado, «para mejor repartírselo entre unos y otros», «con el mismo criterio con que hubieran podido apoderarse de un salchichón; y, ni cortos ni perezosos, proceden a merendárselo vorazmente, en presencia del país entero que, siempre cándido y confiado, dice: “Bueno. Primero habrá que dejarles tomar algunas fuerzas, que bien deben necesitarlas los pobres, y luego ya empezarán a trabajar”». Ocurre, sin embargo, que el Estado convertido en almoneda por la partitocracia, acaba siendo pasto de los logreros y los vivillos, que quieren aumentar su porción de salchichón esgrimiendo sus resultados electorales, o bien gorronear su porción al compinche (que, sin embargo, aparenta ser rival o adversario, mientras dura la representación). Por lo demás, cuantos más comensales se suman al reparto, más trabajo cuesta repartir el salchichón; y como algunos comensales dan muestras indisimulables de carpanta, los comensales mejor nutridos aprovechan para torearlos ante el respetable, para que se note que pasan necesidad y así gorronearles más fácilmente su porción de salchichón. Nadie debe, pues, preocuparse por las estocadas de pega que carpantas y gorrones se pegan en escena, mientras se disputan el salchichón. Lo que de veras debería preocuparnos es que, mientras estos zampones se ventilan el salchichón, España se va volviendo poco a poco ingobernable, como siempre acaba ocurriendo con los pueblos sin religión y sin moral (o con la religión y la moral supletorias que les presta la política), según la ley de los dos termómetros enunciada por Donoso. Pues la partitocracia, para mantener en pie su tiranía (y lograr que los sometidos piensen, además, que viven en una democracia fetén), necesita encizañar a los pueblos en una demogresca constante que los agote y esterilice, suscitando en ellos motivos de discordia permanente que nada tienen que ver con las legítimas discrepancias, sino más bien con aquel clima que describiese San Pablo a los corintios: malquerencias, animadversiones, contiendas, envidias, difamaciones, pleitos, animosidades, disputas, murmuraciones y sediciones. Este clima de discordia es la gangrena que corrompe a España en todos los órdenes, desde el ámbito familiar (con sus destrozos antropológicos) hasta el ámbito de la comunidad política (con sus rampantes separatismos); pues ya no hay realidad social española que no encontremos dividida e incapacitada para alcanzar la comunidad del bien. Y este deterioro no hará sino crecer mientras no invirtamos la ley de los dos termómetros enunciada por Donoso.

Pero, ¡oye!, mientras la demogresca nos destruye, al menos podemos disfrutar de las estocadas de pega que nos brinda la partitocracia, en su disputa del salchichón.


                                                                                          JUAN MANUEL DE PRADA
                                                                                          Publicado en ABC.

EL IDILIO PENDIENTE DEL PSOE Y EL PP

El PSOE y el PP saben que tienen un idilio pendiente, un objetivo común, y se lo dijeron abiertamente en el debate de investidura frustrado de Pedro Sánchez

Foto: El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez (i), y el presidente del Partido Popular, Pablo Casado, durante sus intervenciónes en el debate de investidura. (EFE) 

El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez (i), y el presidente del Partido Popular, Pablo Casado, durante sus intervenciónes en el debate de investidura. (EFE)

Volver a ser lo que fuimos. Se miraron a los ojos y se susurraron eso, como en el himno de Andalucía, volver a ser lo que fuimos, las dos grandes fuerzas políticas de España que, con normalidad democrática, sin estridencias a la izquierda y a la derecha, consiguen alternarse en el poder y garantizar la gobernabilidad del país. ¿Volver a ser lo que fuimos es volver al bipartidismo?
Exacto, el PSOE y el PP saben que tienen un idilio pendiente, un objetivo común, y se lo dijeron abiertamente en el debate de investidura frustrado de Pedro Sánchez (el único presidente que ha fracasado en dos investiduras y ha triunfado en una moción de censura; no habrá otro como él en la historia). El ruido de los platos rotos era tan fuerte, tanta intensidad tenían las filtraciones del PSOE y de Podemos para culparse mutuamente de la ruptura de las negociaciones, que nada más pudo trascender. Pero en las actas del Congreso quedó recogido el momento más desapercibido y más trascendente, una propuesta que trasciende del momento político porque lo que propugna es que España supere este quinquenio (2014-1019) y regrese al bipartidismo como modelo oficial.
La frase de Pablo Casado, en la tribuna del Congreso, es del siguiente tenor literal: “Usted y yo tenemos una tarea en común por delante, ensanchar el espacio central de la moderación y hacerlo tan grande que, de nuevo, los dos podamos ganar en él. Pero para ello es necesario que abandone la idea de ser Gobierno en un nuevo sistema y asumir que es mejor ser oposición en el sistema que juntos, ustedes y nosotros, construimos en 1978. Solo así podremos reencontrarnos el PSOE y el PP”.
Los protagonistas del bipartidismo parecen haber llegado a la conclusión de que es el momento de acabar con este modelo de bloques que se instauró
Nunca el bipartidismo se había hablado así, tan a las claras, en el Congreso, mientras contemplaban la escena, como invitados incómodos, advenedizos, los líderes de los dos partidos, Ciudadanos y Podemos, que rompieron el bipartidismo que había funcionado en España desde la Transición o, más exactamente, desde que implosionó la Unión de Centro Democrático de Adolfo Suárez y se hizo añicos. Tras casi 35 años de alternancia (dos gobiernos del PSOE, dos del PP; González y Zapatero; Aznar y Rajoy), vino la crisis económica, llegaron los recortes sociales y la tiesura, y se produjo la ‘tormenta perfecta’ cuando estallaron los grandes casos de corrupción de los dos grandes partidos. Las ‘tarjetas black’, en diciembre de 2013, fueron el detonante de todo, la gota que colmó la paciencia.
Cinco años después, los protagonistas del bipartidismo parecen haber llegado a la conclusión de que es el momento de acabar con este modelo de bloques que se instauró, acaso porque tampoco ha funcionado de forma distinta a como lo hacía el bipartidismo. El giro abrupto de Ciudadanos hacia el centro derecha, con su política de ‘líneas rojas’ hacia del PSOE, ha devuelto el panorama político a la incomunicación entre izquierda y derecha en que se encontraba antes, con el agravante de que el ‘bibloquismo’, si se puede llamar de esa forma, es más inestable que el bipartidismo porque la conformación de Gobierno, como se ha visto, es mucho más compleja por el fraccionamiento del Parlamento, de las instituciones.
Lo que nos queda por ver es si también el electorado español, de la misma forma que los líderes del PSOE y del PP, ha llegado a la conclusión de que lo mejor para el país es volver de nuevo al bipartidismo y cerrar este quinquenio de bloques.
De la frase de antes de Pablo Casado, conviene resaltar dos expresiones clave, “una tarea común” para que “de nuevo los dos podamos ganar”, porque nos sintetizan bien el propósito. Quizá todo comenzó unas semanas antes, en algunas de las rondas de contacto que han mantenido en la Moncloa los líderes del PSOE y del PP. De forma paralela, tanto Pablo Casado como Pedro Sánchez han lanzado ya propuestas para acabar con el ‘bibloquismo’ mediante reformas legales. Lo que propuso el presidente conservador fue una reforma de la Ley Electoral para que el ganador de las elecciones obtenga una ‘prima’ de hasta 50 escaños —la Constitución permite la ampliación del Congreso hasta los 400 diputados— para que el partido que gane las elecciones se garantice el Gobierno gracias a ese plus de escaños.
La propuesta posterior de Pedro Sánchez fue la de reformar el artículo 99 de la Constitución porque “es evidente que debemos encontrar un mecanismo que permita una investidura e impida coaliciones negativas que aboquen a una repetición electoral". Una y otra, como se apreciará, persiguen lo mismo. Si la política siempre hizo extraños compañeros de cama, socialistas y populares, desengañados de sus nuevos amantes, han decidido retomar el idilio que mantenían para volver al lecho del bipartidismo.
                                                                  JAVIER CARABALLO Vía EL CONFIDENCIAL