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sábado, 31 de agosto de 2019

César Antonio Molina: “Los socialistas no pueden pactar con los asesinos de sus militantes”

Las democracias son evolutivas, no revolucionarias, plantea el escritor en 'Las democracias suicidas', su más reciente libro, publicado por Fórcola


César Antonio Molina, en una fotografía de archivo.

César Antonio Molina, en una fotografía de archivo. EFE

César Antonio Molina es gallego, abogado y escritor. Creció en una familia republicana que probó la amargura del exilio y predispuso su sensibilidad para el pensamiento y la creación. La cosa pública le importa. Ha dedicado a ella páginas y tiempo, lleva más de treinta libros y cuarenta años dedicados a la vida cultural española. Ha participado en ella como periodista, gestor –estuvo al frente del Círculo de Bellas Artes, fue director del Instituto Cervantes y ministro de Cultura en el Gobierno de Zapatero-, y por supuesto, como escritor.


Hay un poso político en el pensamiento y las opiniones de César Antonio Molina. Cuando la cultura entró bajo sospecha, en aquellos años que sucedieron a la crisis económica y barruntaban la que se produjo en política, publicó A la caza de los intelectuales (Destino) y ahora, cuando la socialdemocracia parece incapaz de levantar un muro para frenar los nacionalismos y los populismos, escribe Las democracias suicidas, un conjunto de ensayos publicados por Fórcola, un sello que se distingue por los libros sólidos y necesarios. Y este lo es. 

"La socialdemocracia parece incapaz de levantar un muro para frenar los nacionalismos y los populismos", asegura
 Urge debatir y pensar los temas de los que Molina habla en este libro: la desconfianza mutua entre representantes y representados, la proliferación de reescrituras de la leyenda negra y el auge de una lógica populista que se vale del agravio para dinamitar el sistema político. Para conseguir una mirada profunda, Molina propone al lector recuperar pensadores esenciales, desde desde María Zambrano o Miguel de Unamuno hasta Kant, Hanna Arendt o Kierkegaard, así como personajes históricos que iluminen un presente obsesionado con apagar las luces.

Las democracias son evolutivas, no revolucionarias, plantea el escritor. En las páginas de estos ensayos, César Antonio Molina reflexiona, prácticamente estruja, episodios del radicalismo del siglo XX, para extraer de ellos el sentido original de su tragedia y su amenaza. No pretende aliviar la sed del lector, sino recordarle que la siente o que alguna vez la tuvo. Sobre algunos de estos temas conversa el intelectual gallego en esta entrevista que concede a Vozpópuli.  

El nacionalismo y el populismo son la advertencia constante en Las democracias suicidas. ¿En qué se diferencian los de hoy de los del siglo XX?

Son distintos en la superficie, pero en el fondo tienen las mismas características. Los populismos aprendieron de las terribles consecuencias de sus antecesores. Por eso sus maneras, sus formas y su vestimenta parecen más benévolas que en el pasado. Hoy no veremos nunca a un populista de extrema derecha o izquierda vestido con uniforme militar, como los nazis o los anarquistas.

Si pensamos en el independentismo catalán, ¿cuál ha sido más efectivo, el de hoy o el del Pujolismo?

El independentismo actual ha creado sus propios instrumentos. Por ejemplo, la Asamblea Nacional de Cataluña es ese tipo de organismo como los que se utilizaron en la Alemania del nazismo o la Italia del fascismo: elementos civiles que agitaban, perseguían, denunciaban y actuaban en nombre del poder haciéndolo pasar como deseo del pueblo. Eso ha existido, entonces y hoy,  de la misma manera que en las escuelas y las universidades se tergiversaba, se mentía y  se convertía a los jóvenes en seres sectarios. Entonces, como hoy, se utilizó el cine y la radio para difundir esas ideologías. Luego la televisión, una televisión envenenada, mentirosa e inverosímil para engañar y manipular a la opinión pública. Los instrumentos y las ideas son las mismas.
"La Asamblea Nacional de Cataluña es ese tipo de organismo como los que se utilizaron en la Alemania del nazismo o la Italia del fascismo"
Pero no el siglo. Estamos en el XXI. Han transcurrido ochenta años. 
Entonces se ejerció la violencia, y hoy también. Sólo que la violencia ha cambiado. Hoy la violencia es que te persigan en Internet y en las redes sociales. Como entonces, es violencia que pinten las casas de la gente que no es nacionalista. Y también es violencia que a los niños les impidan hablar el idioma que quieren. Y por supuesto que es violencia que en la universidades, empresas y oficinas dividan a los que son nacionalistas de los que no. Eso es violencia. Lo que ocurre es que Torra no va en uniforme saludando a la romana, aunque creo que en el fondo le gustaría.
         ¿Por qué a la socialdemocracia le cuesta tanto generar un muro de contención ante los                 populismos?
La socialdemocracia parte de la creencia de que todo ser humano es bueno y que sólo puede ser malo si se le educa para esa maldad. La socialdemocracia cree en la persona, en el individuo, en la libertad, en las ideas y en el hecho de que todo el mundo pueda defenderlas de una manera legal. La socialdemocracia es transigente, comprensiva y hasta cierto punto paternalista. Por eso le cuesta tanto actuar drásticamente, porque eso contradice el espíritu de libertad, fraternidad e igualdad que defiende. Eso le pasó a la República española. Si hubiese tomado algunas decisiones no hubiese pasado lo que pasó, por eso fue transigente con los nacionalistas catalanes.
"La socialdemocracia es transigente, comprensiva y hasta cierto punto paternalista. Por eso le cuesta tanto actuar drásticamente" 
Una democracia que no sabe defenderse es una democracia débil. ¿Cree que la democracia española es débil? 
No es que sea débil, es condescendiente y eso puede provocar debilidad. Como partimos de la Guerra Civil y de una dictadura larguísima y tremenda, pensamos que cualquier movimiento podría remitirnos a tiempos del pasado y eso es un error. Hoy tenemos una constitución y leyes que rigen el país y deben de ser cumplidas. Y todas aquellas personas que no las cumplan deben pagar por eso. La democracia debe regirse por ese principio: cumplir o no cumplir la ley. Los nacionalistas dicen que se judicializa todo, ¿pero qué pretendían ellos? Pues lo que harían en su Estado totalitario, el que ellos quieren crear, donde los jueces serían nombrados por los políticos y ellos serían los que dictaminarían a favor o en contra de sus propios intereses. La democracia no tiene por qué tener la más mínima mala conciencia, aquellos que no cumplan las leyes que han sido votadas por la gran mayoría de los españoles y refrendadas en sus órganos de decisión, el parlamento y el senado, tienen que ser condenados.
"La democracia no tiene por qué tener la más mínima mala conciencia, aquellos que no cumpla, las leyes tienen que ser condenados" 
Para que María Chivite gobernara, el PSN pactó con Bildu. Eso lo permite la democracia, ¿pero es correcto? 
Son partidos legales, de lo contrario no estarían ahí. Pero me parece terrible que el Partido Socialista, en cuyas filas hay personas asesinadas por gente de la misma ideología que ese partido, apoye a los asesinos de sus militantes. Ya no es una cuestión de legalidad, es una cuestión de ética, de sentimientos dentro del partido, de honor a sus propias víctimas y de reconocimiento a la labor que hicieron. ¿Qué pensaría Ernest Lluch? ¿Qué pensaría Tomás y Valiente? No se puede pactar con los asesinos de tus militantes, ciudadanos libres de este país, ni se puede pactar con aquellos partidos que van contra la constitución, contra la unidad de España y  contra las instituciones. 
Pues esos que menciona son hoy, en su mayoría, socios del PSOE. En esa lógica, el PSOE que aspira a gobernar es una amenaza contra 
El PSOE es un partido con una gran historia y es consciente de eso, pero se ha metido en un pragmatismo erróneo, porque no se puede gobernar a toda costa. El fin no justifica los medios. Los partidos políticos tienen que dar ejemplo a la ciudadanía y es incomprensible que se pueda pactar con estos partidos que sabemos que son enemigos del propio partido socialista.
"El PSOE es un partido con una gran historia pero se ha metido en un pragmatismo erróneo, porque no se puede gobernar a toda costa"
Desde el verano de 2015 España vive una inestabilidad política continua. ¿La dificultad para hacer posible una investidura es un síntoma. ¿De qué exactamente? 
El mundo en general no está pasando por su mejor momento, no es sólo España. Es incomprensible que un país como EEUU, defensor de la democracia y refrendador de todas las libertades, tenga un presidente como Trump, que es otro fascista enmascarado. Un país como Inglaterra, el país parlamentarista más antiguo del mundo y ejemplar en sus momentos más difíciles, pueda tener de primer ministro a un payaso como el que tiene. Esto da idea de por dónde va el mundo. Menos mal que hay gente como Macron o Merkel, porque es terrible que Italia tenga a un ministro mussoliniano como el que hay. 
¿Cómo juzga el liderazgo político español en comparación? 
A la altura de las cosas que vamos nombrando, digamos que está en un nivel medio menos malo. Hay tres partidos verdaderamente constitucionalistas encabezados por gente joven, que tiene saber y conocimiento, pero a la que le falta la capacidad de tacto y que prefieren anteponer sus intereses particulares a los del Estado. España está en un momento grave porque tenemos un cosa de gran envergadura y muy compleja con el secesionismo. 
¿Cómo encararlo? 
Eso debería conducir a un pacto de Estado en los que enumeraran las diez cosas fundamentales que tiene que afrontar este país, incluida Cataluña, la inmigración, la igualdad, el género, la sanidad. Una vez que acordaran eso, deberían trabajar de manera conjunta. Porque no hay demasiadas diferencias entre ellos, cuando sí las hay con los nacionalismos  catalanes o vascos, y  con los populismos de extrema derecha o extrema izquierda. Tienen que ser capaces de ver que la situación es complicada y que o se afronta de manera colectiva o vamos a tener gravísimos problemas.
"Es un error hablar de izquierdas y derechas. No debemos volver al mundo filológico y lingüístico del pasado, que nos trajo tantos males"
Se habla de un resurgimiento de la derecha, un resurgir conservador, se habla hasta de trifachito. ¿Qué piensa? 
Es un error hablar de las derechas y las izquierdas. Es volver a la época de la Guerra Civil. Deberían ser conscientes de lo que están haciendo tratando de equiparar a Vox con Ciudadanos y el PP o a Podemos con el PSOE. El propio PSOE no debería cometer ese error, de hablar de las derechas, porque son distintos entre sí como el propio PSOE lo es, de la misma manera que no debemos hablar de un frente popular, no debemos volver al mundo filológico y lingüístico del pasado, que nos trajo tantos males. 
¿Tiene sentido mantener una ley de memoria histórica, tal cosa como ésa se puede legislar? 
Walter Benjamin decía que toda la historia debía ser un presente, para recordar los males e injusticias cometidas, resarcirlas y continuar, en lugar de estar todo el tiempo hurgando en la herida. Hay que curarla y continuar. Cuando vino la democracia por la que todos luchamos, y volvieron los exiliados políticos al parlamento, la Pasionaria, Carrillo y muchos otros que habían luchado incluso en bandos contrarios, vimos la reconciliación. La Constitución es el hijo que nació de esa reconciliación. A partir de ese momento, incluso en aquellos que formamos parte de familias que sufrieron el exilio, lo supimos. Tenemos que recordar, pero ese recuerdo no puede ser un ancla en el futuro de un país.
"Mi paso por la política lo considero satisfactorio. Uno siempre está dispuesto a servir a su país donde le toque"
¿Quedó muy resabiado después del episodio del ministerio de Cultura? ¿Volvería usted a ocupar un cargo político? 
Todos los ciudadanos desarrollan una actividad política en el puesto de trabajo en el que están y yo nunca he dejado de ejercerla, ni antes de estar en la política activa ni después. Mis artículos, mis opiniones siguen siendo de carácter político, a pesar de que yo sea profesor y escritor. Mi paso por la política lo considero satisfactorio, tanto en el Instituto Cervantes como en el ministerio de Cultura, hicimos un montón de cosas, licuamos por nuestro país en todo el mundo. Uno siempre está dispuesto a servir a su país donde le toque. 
Se lo pensaría, ¿entonces? 
Lo que pasa es que ya fuera de la apolítica activa uno es más libre e independiente para decir lo que piensa dentro de las mismas ideas que uno ha defendido siempre. Yo sigo opinando lo mismo, pero hay temas como el nacionalismo y los populismos que se me hacen insoportables. Por eso espero que los dirigentes del PSOE piensen y mediten algunas cosas de las que hacen, porque están representando a miles de personas y a 140 años de historia como organización. Y sí, me siento más libre. Además, en la política se pueden hacer muchas cosas. Los que dicen que no tienen medios y no pueden hacer nada son malos políticos. ¿Y entonces para qué están en el puesto? Con poco dinero se pueden hacer muchas cosas si hay inteligencia, ganas y creatividad. Eso fue lo que hicimos mi equipo y yo tanto en el ministerio de Cultura como en el Instituto Cervantes.


                                                                             KARINA SAINZ BORGO   Vía VOZ PÓPULI

LO QUE LA IGLESIA PUEDE OFRECER




Es evidente: lo primero que ofrece la Iglesia es el anuncio de la buena nueva de Jesucristo. Esto es lo fundamental, pero no lo único, porque como siempre, a lo largo de la historia ofrece, o puede hacerlo, mucho más, y no solo a quienes asumen el evangelio, sino a todos los seres humanos, porque la Iglesia acompaña a la humanidad en su transitar histórico para su bien. Y lo hace en términos adaptados a las necesidades históricas del momento.

Un buen ejemplo de ello lo encontramos en la Europa destrozada por la II Guerra Mundial. La destrucción, tremenda, no es solo humana, sino también material.  Este es el  marco en el que actuó la Iglesia católica.

Tony Judt en su inmensa obra en calidad y cantidad (más de 1100 páginas) Posguerra. La historia de Europa desde 1945, escribe (2006. 341):
De las religiones tradicionales de Europa, solo los católicos aumentaron el numero de sus electores durante las décadas de 1940 y 1950. Esto se debió en parte a que solo la Iglesia católica tenía partidos políticos directamente asociados a ella… Pero, sobre todo, la Iglesia católica podía ofrecer a sus miembros algo que por entonces escaseaba en gran medida: un sentido de continuidad, de seguridad y de tranquilidad en un mundo que había sufrido violentas alteraciones en la década anterior, y que iba a transformarse aún mas drásticamente en los años venideros…. Incluso su firme oposición a la modernidad y al cambio la dotó de un atractivo especial en estos años de transición.

La iglesia ofrecía lo que mucha gente necesitaba y que, como casi siempre, esto era seguridad, continuidad, condiciones básicas para que exista un horizonte de futuro. Y para ello no miraba al mundo, sino a sí misma, y no temía ser alternativa de la modernidad, ni sentía complejo por ella. En aquel periodo, las organizaciones católicas florecieron como nunca lo han vuelto a hacer en Europa, lo cual no significa que no puedan -deban- reeditarlo en un tiempo futuro, próximo o lejano, eso sí, sin equívocas añoranzas.

Este impulso católico se dio en el tránsito de solo dos décadas, de un continente en ruinas dañado por el exterminio, rebosante de sufrimiento y de odio, a una Europa dotada de un desarrollo y bienestar extraordinarios y comprometida con una unidad inexistente desde el surgimiento de los estados, regida por la democracia, el estado de derecho y la economía social de mercado; que no el mercado a secas. Todo esto ha ido muy bien, casi milagrosamente bien, hasta convertirse en un espacio único en un mundo mucho más desequilibrado. Pero el resultado no fue consecuencia de ningún fatum. Por el contrario, en 1945 se podían repetir en todas partes errores del pasado, los de la cercana posguerra de 1918, con su empeño en la venganza y el resentimiento.  Una clave decisiva, insuficientemente valorada de la diferencia entre ambas posguerras, radicó precisamente en la distinta situación de la Iglesia católica, y en la capacidad de sus hombres y mujeres en aportar la respuesta adecuada, y que la debilidad y la visión que existía en 1918 no hizo posible.

El florecimiento católico era un hecho extraordinario en una Iglesia que venía de un período histórico, en el que estuvo muy castigada y marginada por las revoluciones liberales del siglo XIX, cuyo centro, la Santa Sede había pasado incluso un tiempo de reclusión y aislamiento.  Cierto que después, y a partir de León XIII, las cosas cambiaron, y a lo largo del siglo XX, creció y creció la proyección católica, pero la otra gran catástrofe previa, la I Guerra Mundial, había vuelto a causar un daño terrible.

Las distintas iglesias protestantes no registraron el mismo efecto, como acota Judt, no ejercieron el mismo poder de atracción. Por tanto, no fue un resurgir religioso, sino sobre todo un hecho específicamente católico. Y en este sentido vale la pena anotar lo que escribe el historiador:
Las Iglesias protestantes no ofrecían una alternativa al mundo moderno, sino mas bien la manera de vivir en armonía con él.

Y esa es la diferencia fundamental: la de propiciar una alternativa para generar un nuevo orden allí donde solo había los restos de una gran guerra, con una inteligente combinación de principios morales, grandes ideales y realizaciones prácticas y beneficiosas, en lugar de simplemente acomodarse para transitar en el carro mundano, sin voluntad de señalar el camino, simplemente buscando solo ser aceptados en el viaje. Es, y ustedes perdonaran, la diferencia entre el vuelo del águila y el vuelo gallináceo.

Hoy, Occidente, Europa, la mayoría de sus sociedades viven una crisis profunda que no es fruto de la destrucción material de una guerra, sino moral. Es la destrucción del sentido de lo humano, del bien, de la justicia, tan grave que ha cegado a la cultura dominante y a los poderes establecidos haciéndoles incapaces de practicar el diagnóstico. Es la crisis de la sociedad desvinculada, de la sociedad liquida, de la anomia, de la posmodernidad, que ya es incapaz de cumplir y hacer cumplir aquellos fines que dice perseguir.

La Iglesia, los católicos han de preguntarse sobre cuál es su papel en esta crisis, que hasta ahora se asemeja más a la impotencia de 1918, o al “buen” compañero de viaje de las Iglesias reformadas en el 1945, que aquel catolicismo que de forma tan decisiva contribuyó al florecimiento de Europa y a la construcción de los 30 gloriosos años. Y eso que escribo sobre Europa y nuestros países tiene su lectura y aplicación en sus propias circunstancias, para América Latina y Estados Unidos. Porque la crisis desvinculada y la gran transición está en todas partes.


                                                                    JOSEP MIRÓ i ARDÉVOL   Vía FORUM LIBERTAS

ATAR CABOS SOBRE VENEZUELA























Todo sucedió el jueves pasado. Es sólo cuestión de unir los datos y extraer las conclusiones. Los gringos, en su envidiable lenguaje de síntesis, le llaman “connect the dots” .

The Wall Street Journal publicó en su primera página que el gobierno de EEUU hablaba con las facciones antimaduristas del régimen venezolano. Se refería, en primer término, a Diosdado Cabello. El principal autor de la información fue Jose de Córdoba, un notable periodista que no empeñaría su nombre en una patraña sensacionalista.

Cabello es un consumado negociante dispuesto a venderle el cadáver de su abuela a la McDonald’s. Eso lo saben perfectamente los estrategas de Washington, especialmente Mauricio Claver-Carone, el principal asesor de la Casa Blanca para América Latina, o Comeniños, como lo designan los maduristas en su paranoica jerga clandestina.

Simultáneamente, la agencia Reuters publicó un extenso análisisde las relaciones militares entre Cuba y Venezuela. Los papeles estaban basados en dos documentos firmados entre Caracas y La Habana que demuestran algo que la académica María Werlau ha dicho, explicado y sostenido mil veces: la Venezuela de Nicolás Maduro sólo se sostiene gracias a la siniestra ayuda de la inteligencia y contrainteligencia de la metrópolis cubana.

Esa noche del jueves 22 de agosto se presentó en Miami, en la sede del Interamerican Institute for Democracy, un libro escrito por su director ejecutivo, Carlos Sánchez Berzaín, titulado Castrochavismo, cuyo subtítulo revela y resume el contenido de la obra: “Crimen organizado en las Américas”. Lo que, al mismo tiempo, sugiere la forma de enfrentarse a ese fenómeno delictivo: recurrir a la Convención de Palermo para combatir las mafias.

CSB sostiene que la cuestión ideológica ha pasado a un segundo plano y los países del Socialismo del siglo XXI –Cuba, Venezuela, Nicaragua y Bolivia, puesto que Ecuador se dio de baja del cártel tras la elección de Lenin Moreno– se dedican al narcotráfico, la extorsión, el asesinato, la tortura y el apresamiento o exilio de opositores.

Esas actividades, que incluyen, si es necesario, la creación de “oposiciones funcionales”, las ocultan tras un falso manto democrático creando las primeras “dictaduras electorales con lenguaje de izquierda” que recuerda la historia del continente.

Bruno Rodríguez, el canciller cubano, niega (inútilmente) que Cuba se haya fagocitado a Venezuela. ¿Cómo Cuba puede ser la cabeza de ese tinglado si se trata de una nación muy pobre, totalmente improductiva, ocho veces más pequeña, de la que huyen todos los que pueden, que ha vivido adosada a la URSS, a Venezuela, y que sobrevive alquilando profesionales en el extranjero o de las migajas de las remesas de sus cientos de miles de emigrantes?

Muy sencillo. Cuba aprendió de la URSS cómo sujetar a un país por medio de sus servicios militares. Entre 1960 y 1963 unos 40.000 interventores soviéticos montaron en Cuba el satélite de Moscú. Cuba, además, cuando desapareció el subsidio soviético, a partir de 1991, desarrolló un sistema de gobierno que principalmente beneficia a los mandos uniformados: el Capitalismo Militar de Estado.

Cuba lo tenía todo: el salivero ideológico, el sistema económico y los operadores satisfechos (los mandos militares), que garantizaban que el poder seguiría siendo detentado por la cúpula dirigente permanentemente. No sólo vendían la dictadura llave en mano: agregaban la asesoría militar para impedir que el gobierno se escapara de las manos.

Naturalmente, el “modelo cubano” significaba el empobrecimiento progresivo del país y la “tugurización” o “haitinización” de la base de sustentación material, pero esas circunstancias carecían de importancia para los que mandaban. Ellos podían vivir en una burbuja artificial de comodidades y recursos.

Pero lo más grave de esa pesadilla de pobreza y brutalidad es que el “modelo cubano” tiene que crecer a expensas de otras sociedades. Cuba necesita exportar su revolución para poder sobrevivir. Ese era el objetivo cubano del Foro de Sao Paulo. La mercancía que ofrece a cambio es su propio ejemplo: 60 años de férreo control de una pobre gente que ha perdido cualquier vestigio de libertad.

Ojalá América Latina reaccione y sea capaz de “connect the dots”. En ello les va la vida.





                                                         Carlos Alberto Montaner
                                                        Vía EL INDEPENDIENTE

viernes, 30 de agosto de 2019

CON EL FASCISMO NO SE DEBATE


Cristian Campos 

Nos la estamos cogiendo con papel de fumar. Y lo que es peor, dando demasiadas explicaciones. Que si no hay que interpretar los libros del siglo XIX a la luz de la moral de hoy. Que si la imposición de lo políticamente correcto convierte el debate público en una escenificación de beatería más falsa que un duro sevillano. Que si el derecho a la presunción de la inocencia es uno de los pilares del Estado de derecho. Que si la libertad de expresión también es aplicable a los ciudadanos de derechas. Que si tus sentimientos no son prueba, ni excusa, ni garantía de nada.

¿Pero qué hacemos explicándole cuatro mil años de civilización a un macaco con una ametralladora? Tú, sentado con las piernas cruzadas y el dedo meñique levantado, intentando resumirle toda Grecia y toda Roma al macaco en un par de frases comprensibles sin la ayuda de plastidecores: "No, mira, yo te explico, mi derecho a no ser acusado de canibalismo sin pruebas me ampara frente…". Y el macaco ahí, metiéndote plomo con los ojos inyectados en sangre y jaleado por el resto de su tribu de macacos: "RATATATATÁ, RATATÁ, RATATATATÁ". ¿Pero estamos tontos o qué cojones nos pasa?
Con estos individuos, y me van a perdonar que no les cite de forma explícita porque los lectores de EL ESPAÑOL son gente inteligente y saben perfectamente de quiénes hablo, no hay que razonar nada. Cada argumento que se discurre frente a ellos con la misma buena intención con la que se le explica a un niño por qué no hay que meter la lengua en los enchufes es un argumento que ellos utilizan para atribuirse el estatus de interlocutor válido. Y ahí, como decimos en Cataluña, ya has bebido aceite. En español de España, date por jodido.
Una vez concedido el estatus de interlocutor válido al macaco, es decir, una vez concedida la presuposición de que sus alaridos simiescos son, a priori, tan legítimos y merecedores de atención y discusión como toda Grecia y toda Roma, el siguiente paso consiste en gastar tiempo y esfuerzo en refutar idioteces en el plano de lo teórico. Tiempo que el macaco utiliza para crujirte EN EL PLANO DE LO REAL. Porque lo que el macaco ha entendido perfectamente, y tú no, es que esto no va de quién tiene la razón, sino de quién tiene el poder. Humpty Dumpty estaba en lo cierto.
Lo que el macaco ha comprendido también muy bien, y tú no, es que los mecanismos de sanción social no se limitan hoy al Código Penalsino que abarcan una amplia panoplia de recursos punitivos para los que son imprescindibles los medios de comunicación y las redes sociales. Dicho de otra manera. Hoy en día es perfectamente posible joderle la vida a alguien no ya sin sanción penal alguna, sino con la condena o el reproche de la parte que acusa en falso. Porque lo que importa hoy no es ya la verdad sino la percepción social de la verdad. Que se lo digan a Woody Allen. O a Enid Blyton, esté donde esté. 
En realidad, el cáncer es el mismo que también afecta a las democracias occidentales y del que acabaremos muriendo en unas pocas décadas. ¿Cómo defenderse de aquellos que utilizan las garantías del sistema para reventar el propio sistema? ¿Cómo defenderse de quienes se aprovechan de los peores instintos del ser humano, y entre ellos el gregarismo, para imponer esa neomoral que le habría parecido esperpéntica hasta a los puritanos de la Salem del siglo XVII? 
En algo tienen razón estos macacos, y aquí enlazo con el principio de esta columna: con el fascismo no se debate, al fascismo se le combate. Al razonamiento, impecable, tan sólo le falta el giro de guion final. El de colgarle la etiqueta de 'los fascistas de hoy en día' a los verdaderos fascistas de hoy en día

                                                               CRISTIAN CAMPOS Vía EL ESPAÑOL

Inmigración y cuestión religiosa (y IV)


Opinión 

Juan Manuel de Prada

 
Ese «espíritu común» que brinda la religión, convirtiendo a los pueblos en auténticas comunidades, como afirmaba Unamuno, no requiere que todos los miembros de la comunidad sean fervorosos creyentes. Requiere, en cambio, que creyentes y no creyentes se reconozcan en una misma tradición religiosa, en unas instituciones nacidas de esa tradición, en unos principios morales alimentados por ella, en una cosmovisión compartida. No hay comunidad auténtica donde no hay un ethos común; y ese ethos que conforma y vincula a los pueblos, capacitándolos para los esfuerzos colectivos, tiene siempre un sustrato religioso. No en vano todas las civilizaciones que en el mundo han sido han nacido de una religión; y han perecido cuando la religión que les brindaba sustento se marchitó. El empeño de Occidente por sostenerse sobre el indeferentismo religioso, convirtiendo la Democracia o la República o el Sistema Métrico Decimal en idolatría sustitutoria, es un empeño tan quimérico como suicida.

Por lo demás, sólo ese espíritu común que brinda la religión, a la vez que rechaza los espíritus adversos, permite la integración de elementos de otros espíritus compatibles. Los musulmanes creyentes y pacíficos, por ejemplo, encontrarían mucho más atractiva una sociedad cohesionada por normas morales e inquietudes espirituales; y los musulmanes fanatizados por doctrinas criminales sentirían, por el contrario, una repugnancia invencible que los mantendría alejados. En cambio, las sociedades irreligiosas, donde triunfan el individualismo y el libertinaje, provocan repugnancia en los musulmanes creyentes y pacíficos y los arrojan en brazos del fanatismo, que al menos les ofrece vínculos y normas, aunque sean perversos. Una civilización cristiana, en fin, sería tolerante con el creyente auténtico de otra religión; y resultaría intolerable para el fanático criminal. Exactamente lo contrario que una sociedad irreligiosa.

Y en esa comunidad con «espíritu común» habría caridad auténtica, pues anfitrión y huésped se reconocerían como hermanos, por ser hijos del mismo Padre. Todo lo contrario que ocurre en las sociedades irreligiosas, donde no se acoge al inmigrante por amor al prójimo, sino por postureo político coyuntural; o por suscitar -según la receta de Laclau- en el seno de la sociedad «antagonismos» que faciliten la dinámica revolucionaria (una vez que la «clase obrera» ya no se considera sujeto revolucionario); o incluso por odio sibilino pero irreprimible hacia la religión que constituyó nuestra civilización. Y quienes rechazan al inmigrante no lo hacen tampoco por amor a su patria, sino para explotar electoralmente el odio al extranjero, o para sembrar el miedo egoísta a la pérdida del bienestar material.

En las sociedades irreligiosas, en fin, hasta la Iglesia se desnaturaliza, dedicándose a las obras de misericordia… corporales, a la vez que renuncia a las espirituales, olvidando la encomienda para la que fue fundada. Así puede llegar a convertirse en un capataz al servicio del multiculturalismo, el laicismo y la apostasía. Si Europa desea brindar una respuesta a la vez disuasoria y acogedora al problema de la inmigración tendrá primero que restaurar su ethos y ofrecerse lealmente a otras culturas, dejándoles claro que no piensa dimitir de su identidad ni rendirse a los intereses de la plutocracia globalista. Mientras esto no ocurra, mientras Europa reniegue o no tenga conciencia de su identidad, mientras el escepticismo y la indiferencia religiosa dominen las almas, todo está perdido. Como nos recordaba Will Durant, «una gran civilización no es conquistada desde fuera hasta que no se ha destruido a sí misma desde dentro».


                                                                                             JUAN MANUEL DE PRADA
                                                                                             Publicado en ABC.

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Iglesias y Sánchez, traición mutua asegurada

El aspirante a presidente ya ha dejado claro que no confía en nadie salvo en su persona. No quiere compartir el gobierno con Podemos, ni con la derecha ni con los independentistas

Foto: El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez (i) , y el líder de Unidas Podemos, Pablo Iglesias. (Reuters) 

 El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez (i) , y el líder de Unidas Podemos, Pablo Iglesias. (Reuters)

El embrollo español de la investidura es relativamente sencillo de describir aunque, en los términos en los que se plantea, casi imposible de resolver. Solo hay un presidente posible, eso es cierto. Este podría componer varias mayorías de gobierno por su izquierda y por su derecha, pero solo acepta gobernar en solitario. Lo que no se ganó en las urnas y lo que los demás partidos no están dispuestos a entregarle.
El aspirante ha dejado claro que no confía en nadie salvo en su persona. No quiere compartir el Gobierno con Podemos —admitiendo un alto grado de coincidencia programática— porque descree de su lealtad. Su desconfianza de la derecha es ontológica: no se fía de ella por el mero hecho de ser derecha. Tampoco se fía de los independentistas, aunque acepta gentilmente sus apoyos.
Lo notable es que aquel que de nadie se fía exige a los otros que realicen un acto de fe ciega, otorgándole un contrato presidencial de cuatro años sin cláusula de rescisión. La causa más poderosa del bloqueo no está en el artículo 99 de la Constitución, que regula la investidura, sino en el 133, que obliga a articular una mayoría absoluta en torno a un candidato alternativo para destituir al presidente del Gobierno. Eso pesa como una losa en el ánimo de unos y otros. En el de Sánchez, porque sabe que, una vez elegido, nadie lo podrá echar. Y en el del resto de los partidos, por el mismo motivo: son conscientes de que podrían hacer la vida difícil a Sánchez, paralizar el Parlamento —como, de hecho, lleva paralizado desde 2015—, pero no sacarlo de la Moncloa ni provocar unas elecciones que solo él tendría la potestad de convocar. Conociendo al personaje, pagar tal peaje resulta temerario.
En este Parlamento, ni Sánchez se fía de nadie ni hay nadie que se fíe de Sánchez. Todos sospechan de todos, y todos con razón. Los actuales líderes políticos han dado motivos de sobra a los demás —incluidos sus compañeros de partido— para esperar una puñalada a la vuelta de cualquier esquina. La justificada presunción de deslealtad ha pasado a ser la norma que rige la política española. Tratándose de Pablo Iglesias y Sánchez, esa presunción es un axioma. Por eso hacer depender la elección presidencial de la confianza o desconfianza entre partidos conduce irremisiblemente a un callejón sin salida. Hay que sacar la confianza de la ecuación para sustituirla por las garantías, que es lo que no termina de ofrecerse.
Si no hay confianza entre el PSOE y Podemos para compartir un Gobierno, mucho menos debería haberla para elegirlo y sostenerlo con el endeble vínculo de un texto programático. Sánchez alega la mutua desconfianza para vetar un Gobierno de coalición, pero ese recelo no le estorba para cortejar a Podemos como aliado y proclamar lo mucho que los une. Su discurso le delata: sabe que incumplir un pacto es mucho más costoso si el socio está dentro del Gobierno que si está fuera. El tema nuclear de esta absurda no-negociación es el precio de latraición presentida. La de los hipotéticos ministros de Podemos al Gobierno que no dudarían en reventar llegado el momento, y la de Sánchez a un acuerdo programático que quebrantaría en cuanto le conviniera.
Sánchez alega la mutua desconfianza para vetar un Gobierno de coalición, pero ese recelo no le estorba para cortejar a Podemos como aliado
El argumento de que un Gobierno de coalición exige un alto grado de confianza entre los socios es, al menos, equívoco. La cosa funciona más bien al revés: cuando dos partidos se ven obligados por las circunstancias a acompañarse en un proyecto de gobierno y no se fían el uno del otro, la única garantía real para ambos es el reparto efectivo del poder.
Está sucediendo ahora mismo. En Italia, la aversión entre el Movimiento 5 Estrellas y el Partido Democrático es mucho más intensa que entre Podemos y el PSOE. Ambos necesitan imperiosamente parar a Salvini, y solo pueden hacerlo aliándose. Pero si el M5E, que tiene más fuerza electoral y parlamentaria que el PSOE, hubiera demandado al PD que le permitiera gobernar en solitario sin otra caución que un pacto programático, el corte de mangas habría resonado en toda Europa. Con frecuencia, la coalición no es un acto de amistad, sino de protección mutua. Algo parecido podría decirse del Gobierno alemán que comparten conservadores y socialdemócratas.
Da igual que el PSOE presente hoy 300 o 300.000 medidas, dicen que para seducir a Podemos. Lo que Podemos necesita para apoyar a Sánchez no son cantos de sirena ni presiones mediáticas, sino poder o libertad de acción. Entre otras cosas, para defenderse de Sánchez. Ambos parten de la traición mutua asegurada. Paradójicamente, por ahí podría venir la solución.

Por otra parte, es urgente que alguien explique al profesor Iglesiascómo funciona un Gobierno en España. Reclamar el Ministerio de Trabajo “para subir el salario mínimo y derogar la reforma laboral” o el de Ciencia “para que la inversión en I+D sea el 2% del PIB” es un engaño infantil o una pavorosa muestra de ignorancia. Ni esas ni ninguna otra decisión relevante las toma el ministro del ramo si no cuenta con el consentimiento de los titulares de Economía y de Hacienda, con el respaldo del presidente y con la aprobación de todo el Consejo de Ministros, solidariamente responsable de los actos de cada uno de sus miembros. También a él lo delata su discurso: tienen razón los socialistas en temer que un Gobierno con Podemos sería una finca parcelada con distintos capataces.
En las próximas tres semanas, correrán en paralelo dos hechos que se repelen entre sí: una negociación contra el reloj para formar Gobierno y una precampaña electoral lanzada ya a todo gas. Lo que sirve para la precampaña es nocivo para la negociación de gobierno, y viceversa. Por ejemplo, lo de las 300 medidas de Sánchez forma parte más de la precampaña que de una negociación seria. Por cierto, ¿ha caducado el programa de gobierno que presentó en el Congreso en julio?
Lo de las 300 medidas de Sánchez forma parte más de la precampaña que de una negociación seria
Lo que Pedro dice a Pablo evoca aquella frase memorable de Clint Eastwood en 'El bueno, el feo y el malo': “El mundo se divide en dos categorías: los que tienen el revólver cargado y los que cavan. Tú cavas”. Pero sospecho que Iglesias, que no nació para cavar, también ha visto la película y recuerda otra frase: “Duermo tranquilo porque mi peor enemigo vela por mí”. Así está el patio cuando lo único normal que sucede en España es que el final de agosto coincide con el principio de septiembre.

                                                   IGNACIO VARELA Vía EL CONFIDENCIAL

jueves, 29 de agosto de 2019

¿Qué pasa con la seguridad de Barcelona?

El turismo, los extranjeros, la crisis económica, la politización y los recursos de la policía y la actitud de la alcaldesa son algunas de las causas que explican el aumento de la delincuencia en una ciudad de gran complejidad

Una mujer alerta de la inseguridad en el metro de Barcelona.

Una mujer alerta de la inseguridad en el metro de Barcelona



Las crisis de seguridad suelen coger a muchos por sorpresa; pero solo porque han mirado hacia otro lado mientras las señales de deterioro se acumulaban hasta estallar. El caso de Barcelona ilustra bien esta lógica. De hecho, los tranquilos meses de verano se han visto alterados por una cadena de noticias sobre robos y homicidios en la ciudad que han despertado a la opinión pública a la escalada de criminalidad que sufre la capital catalana.
Habitualmente, los primeros síntomas del deterioro de la seguridad en una ciudad suelen verse en un incremento de las cifras de robos y otros delitos que no necesariamente involucran muertes (robos, reyertas, etc). Luego, a medida que la situación se deteriora, comienza a aumentar el homicidio impulsado por un aumento en la agresividad en las acciones delictivas. Finalmente, si no se interviene, los grupos criminales cristalizan y se hacen visibles hechos asociados con la consolidación de la delincuencia organizada como la extorsión o los ajustes de cuentas.
Barcelona comenzó esa deriva hace ya tiempo. Según fuentes del Ministerio del Interior, los robos con violencia pasaron de 9.650 en 2016 a 10.285 en 2017 y luego a 12.277 en 2018, un aumento sostenido de más de un 27% en dos años. La escalada ha seguido en el primer trimestre de 2019 con 3.549 delitos de este tipo, un 28,6% más que en el mismo periodo del año anterior. Al mismo tiempo, la crisis ha entrado en una etapa en la que se han empezado a acumular los homicidios. Si la ciudad sufrió un total de 10 asesinatos en 2018, ya suma 13 en lo que va de este año. Las cifras desmienten por sí solas a aquellos que todavía insisten en descalificar los reclamos de los ciudadanos por la inseguridad como un puro problema de percepción.
Para entender cómo se ha llegado a esto, es necesario mirar la situación de seguridad de la capital catalana como el resultado de la interacción entre el tejido social de la ciudad y el aparato de seguridad - Mossos d'Esquadra, Guardia Urbana, etc.- responsable de su protección. Desde esta perspectiva, la crisis se explica por dos cuestiones. Por un lado, la ciudad ha cambiado y hoy resulta más difícil de asegurar. Por otra parte, el sistema que debe controlar el crimen se ha debilitado sustancialmente durante los pasados años. Empezando por la primera cuestión, Barcelona se ha convertido en un espacio muy diverso y complejo. En los 15 años entre 2003 y 2018, el número de inmigrantes legales censados en la provincia ha pasado de 268.093 a 802.741. Paralelamente, el turismo se ha disparado hasta alcanzar la cifra de más de ocho millones de visitantes en 2018. Esto no quiere decir que el aumento de extranjeros sea el factor que explique el crecimiento de la delincuencia; pero ciertamente, en un ambiente más diverso, la policía suele tenerlo más difícil.
Además, Barcelona sigue mostrando los efectos de la crisis económica, sobre todo en su periferia donde municipios como Sabadell o Badalona mantienen tasas de desempleo superiores a las que tenían antes de la gran recesión. En este contexto, los problemas sociales se convierten en caldo de cultivo para el crimen. La capital catalana se enfrenta a un creciente consumo de narcóticos. De hecho, el número de heroinómanos ha experimentado un fuerte aumento y algunos estudios la señalan como la ciudad europea con mayor consumo de cocaína. Entretanto, zonas del centro urbano se enfrentan a la presencia de grupos de Menores Extranjeros No Acompañados (MENA), frecuentemente de origen norteafricano, que se han convertido en uno de los motores del crecimiento de la criminalidad.
Por su parte, el sistema de seguridad que protege la ciudad da crecientes señales de inoperancia fruto de una combinación de politización, mala gestión y falta de recursos. La aventura independentista pilotada desde la Generalitat ha tenido dos consecuencias nefastas para la seguridad. Por un lado, ha roto la neutralidad de los Mossos, donde se ha desatado una batalla sorda entre funcionarios favorables y contrarios al procés. Por otra parte, ha hecho casi imposible la cooperación entre el Gobierno central, la cúpula autonómica y las autoridades locales.
Mientas, el Ayuntamiento ha basado su abordaje del problema en una combinación de consignas y negación de la realidad. La alcaldesa Ada Colau ha ganado notoriedad por sus simpatías hacia el movimiento okupa y denunció la problemática de los manteros como consecuencia de una ley de extranjería que no deja trabajar a los inmigrantes ilegales. Esto va más allá de lo anecdótico porque el mensaje implícito es que algunos colectivos están en su derecho de vulnerar ciertas leyes -los derechos de propiedad o las regulaciones comerciales- si opinan que son injustas. Semejante planteamiento en boca de la máxima autoridad local solo puede tener efectos devastadores sobre el respeto a legalidad.
Al mismo tiempo, el ajuste económico a resultas de la crisis ha pasado factura a las capacidades para mantener la ley el orden. En los últimos tiempos, el debate se ha centrado sobre las condiciones salariales de los agentes -una reivindicación más que justa-, pero se ha hablado poco de los medios a su disposición -desde el estado de los vehículos hasta el equipo individual de los agentes-, que muchas veces son escasos o se encuentran en mal estado. Además, el diseño del sistema de seguridad se ha quedado obsoleto frente a nuevos retos como el caso de los MENA.
Así las cosas, recuperar la seguridad de Barcelona podría ser más difícil de lo que calculan los optimistas. Ciertamente, ha habido ciudades que han salido de situaciones aún más difíciles que la de la capital catalana. Ese fue el caso de Nueva York a comienzos de los 90 cuando desplegó una nueva estrategia de seguridad que redujo radicalmente el crimen y recuperó la ciudad para sus habitantes. Pero entonces fue una combinación virtuosa de nuevas técnicas policiales y voluntad política la que hizo posible el rescate. En Barcelona, el sistema de seguridad está cada vez más roto y no se vislumbra una mejora del clima político.

                                                                     ROMÁN D. ORTIZ*  Vía  EL MUNDO
*Román D. Ortiz es analista de seguridad.