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lunes, 30 de marzo de 2020

La UE, a prueba: el choque norte-sur pone en riesgo la idea común de Europa

Europa vuelve a partirse en dos, pero en esta ocasión amenaza con generar una frontera mental entre el norte y sur, en la que la gestión de mensajes y expectativas es clave

Foto: Un manifestante camina con una bandera europea. (Reuters) 

Un manifestante camina con una bandera europea. (Reuters)

Dicen que Bruselas es como una gran cocina que todo el mundo usa, pero que nadie recoge. La UE es un poco como su capital: todo el mundo la utiliza, la ensucia y la deja en el fregadero cuando ya no le es de utilidad. Todos quieren obtener sus beneficios, pero nadie quiere tener que ensuciarse las manos cuando la cena y la diversión han terminado. La crisis que está desatando el coronavirus está siendo la máxima muestra de ello.
Desde hace días, los líderes europeos debaten entre ellos las acciones económicas que se pueden tomar para contrarrestar los devastadores efectos del Covid-19. Pero las recetas son muy distintas. Algunos países, entre ellos España y ocho más, piden un instrumento de deuda común, o eurobonos, para afrontar la situación, mientras otros apuestan por utilizar la caja de herramientas que hay hoy, sin nada especialmente extraordinario.
Pedro Sánchez junto al primer ministro italiano, Giuseppe Conte. (EFE)
Pedro Sánchez junto al primer ministro italiano, Giuseppe Conte. (EFE)
La negativa alemana y holandesa a considerar instrumentos fuera de lo común, como por ejemplo los eurobonos, mezclada con la ansiedad y necesidad que empiezan a sentir países como Italia o España, los más azotados por esta crisis sanitaria, están haciendo que, más allá del debate técnico sobre las medidas que se puedan tomar, empiece a surgir una frontera mental entre el norte y el sur que no tiene precedentes ni en la crisis del euro.
A diferencia de entonces, esto ya no va de políticas económicas irresponsables, de asunción de responsabilidades o de pérdida de empleo. El marco del debate es otro para Roma o Madrid, porque esto ya va sobre miles de muertos y un sistema sanitario a punto de colapsar. Pero para Berlín o La Haya el marco no ha cambiado. Su lenguaje, sus formas y sus actitudes replican las vividas hace solo unos años, solo que esta crisis es radicalmente distinta a la que se experimentó entonces.
Las trincheras comenzaron a cavarse hace semanas, con ayuda de todos, cuando las peticiones de material sanitario por parte de Italia fueron desoídas por el resto de países, especialmente Francia y Alemania, que respondieron estableciendo controles a las exportaciones del mismo a otros socios de la Unión, una medida que la Comisión Europea fue capaz de revertir. Hasta en los gestos más básicos de solidaridad, los socios estaban fallando. Y eso hacía prever que sería todavía más difícil cuando llegara el turno de la solidaridad profunda.
Lo que ha llegado desde entonces ha sido desagradable. Países Bajos y Alemania tienen razones para oponerse a la emisión de deuda conjunta. España y otros países se han tomado las normas fiscales comunes de la Eurozona con, como mínimo, bastante calma y laxitud, a pesar de estar viviendo años de bonanza, en vez de aprovechar el buen momento para ajustar sus cuentas. Llevan razón. También es cierto que Países Bajos ha minado los ingresos fiscales del resto de socios siendo un paraíso fiscal dentro de la UE.
La canciller alemana junto al primer ministro holandés. (EFE)
La canciller alemana junto al primer ministro holandés. (EFE)
Pero siendo cierto que las normas se han seguido con bastante laxitud, y habiendo muchos elementos que mejorar, cuando la economía europea se ve amenazada por una pandemia sin precedentes para la UE, es el momento de mostrar unidad, de lanzar un mensaje y de dejar claro que un virus, del que ningún país del club es culpable, va a hundir a los ciudadanos europeos y sus perspectivas de futuro dependiendo del país en el que estén. Puede ser con 'coronabonos' o con otro instrumento, pero lo importante es lanzar el mensaje. Es un momento enormemente político. Y es en esto en lo que los socios del sur acusan a La Haya y Berlín de no estar a la altura.
No es el momento de que Wopke Hoekstra, ministro de Finanzas holandés, vuelva a utilizar la idea de "riesgo moral" cuando se habla de compartir riesgos, y ni mucho menos es el momento de que pida a la Comisión Europea que investigue por qué Italia y España no tienen colchón fiscal.
Lo que pasa cuando te muestras intransigente, inflexible, sin voluntad ninguna de negociar y con malas formas es que el que tienes al otro lado de la llamada, que cuando cuelgue tiene que gestionar que el ejército siga sacando cadáveres de Bérgamo, acaba cabreado y la temperatura termina subiendo mucho. Países Bajos ha utilizado siempre ese lenguaje agresivo, esas técnicas que muchas veces sacan de quicio al resto de socios. La mayoría de las ocasiones les ha salido gratis. Empieza a ocurrir que el resto de capitales ya no encajan tan bien esa actitud, y menos en este momento.
Es lo que está ocurriendo en Italia y en España, pero ningún otro líder lo ha representado como Antonio Costa, primer ministro portugués. Tras el Consejo Europeo del jueves, preguntado por el discurso de Hoekstra, el luso no se mordió la lengua: "repugnante". "Esa mezquindad recurrente amenaza el futuro de la UE", aseguró Costa, siendo bastante claro sobre cómo ven desde el sur este debate, como algo existencial, no como una crisis más que se podría resolver con disciplina fiscal.
También lo ha expresado Sánchez. "Está en juego el futuro del proyecto europeo, elegimos entre una UE coordinada y solidaria o el individualismo", ha tuiteado el presidente del Gobierno, que ha insistido en que Madrid seguirá impulsando la idea de un instrumento de deuda común que esta semana apoyaron nueve líderes europeos en una carta enviada al presidente del Consejo.
Antonio Costa, primer ministro de Portugal. (EFE)
Antonio Costa, primer ministro de Portugal. (EFE)
Sánchez repitió ese mensaje en una declaración televisada en la que se mostró muy exigente con la Unión Europea. Parece, ahora sí, que los socios sureños, los tradicionalmente más proeuropeos, se han quitado la boina del europeísmo ingenuo. Pero el lenguaje, y la generación de expectativas, es peligroso. Sánchez, y el resto de socios, deben medir bien su mensaje, evitar que cruce la delgada línea que justifica el discurso eurófobo. La crítica es necesaria, pero si no quieren generar una situación que pueda escaparse de su control deben dejar claro que, en cualquier caso, esta crisis sería mucho más dura si no existiera la Unión Europea. Los líderes necesitarán acierto y destreza para transitar por la línea de la necesaria crítica de cara a la negociación sin cruzar la frontera que prenda fuego a un nuevo discurso euroescéptico. Y eso no es una tarea sencilla.
En sus discursos y en su pulso con Berlín y La Haya, Sánchez y el resto de líderes tienen que tener en cuenta los efectos colaterales de generar unas expectativas desproporcionadas. Los eurobonos, como muchos otros progresos, son pulsos de largo alcance. Son batallas de trincheras. Dar la idea de que es un asunto que debe resolverse rápido, y que la emisión de deuda conjunta es lo mínimo exigible, es el camino más corto hacia la frustración, y la frustración es el principal ingrediente del discurso euroescéptico.

El gran trauma

Dice Ivan Krastev que la crisis de refugiados de 2015 y 2016 fue un trauma para Europa, su 11-S particular. Lo fue especialmente para los países del este, cuya mentalidad, sociedades e historia se dan muchas veces por hecho en el oeste de Europa, que la mira desde una atalaya moral que dificulta la comprensión de su complejidad. Muchas capitales se sintieron incomprendidas, abandonadas y estigmatizadas por las capitales del oeste del club y por las acciones de la Comisión Europea. Eso solo reforzó y redobló sus durísimas posturas antiinmigración, su desapego hacia el resto de socios de la Unión, y generó, tras el trauma inicial, una frontera mental que ha acomodado tendencias autoritarias en algunos países del este de Europa y ha establecido una dinámica que parece difícil de frenar.
Sin ser una situación igual, Italia y España están viviendo ahora una experiencia traumática. Una sensación de abandono total, agudizada por el desconocimiento por gran parte de los ciudadanos de lo que hacen las instituciones europeas, donde la Comisión, Parlamento y Banco Central Europeo sí que están haciendo su trabajo, y una rabia ya no contenida ante la actitud de una Alemania y unos Países Bajos que no entienden que esta crisis y este debate no tienen nada que ver con los de hace años.
El riesgo es que tras el trauma, tras el 'shock' representado por las palabras de Costa, llegue la frontera mental. Llegue una nueva división interna en la Unión, una que vuelva a ser difícil de superar y que ponga las cosas más complicadas al proyecto europeo. La respuesta no es siempre más Europa, pero la respuesta no puede ser "sálvese quien pueda" cuando la solidaridad es uno de los ejes centrales de la Unión. Y si esto falla, probablemente es que la Unión para los nórdicos es diferente de lo que es la Unión para los sureños. Y ahí está la frontera mental.
El proyecto europeo no puede ser lo mismo para todos los socios. Es legítimo que los países esperen cosas distintas de la Unión. Pero lo que sí es preocupante es que esta crisis pueda desvelar que no haya un mínimo común denominador, que las visiones sean demasiado alejadas. Es lo que, en cierto modo, ha ocurrido entre el oeste y el este. Algunos líderes de la parte oriental de la Unión, a raíz de la inmigración, pero también de elementos como el Estado de derecho, consideran que hay dos proyectos distintos y que solo uno de ellos puede vencer. En cierto modo, la capacidad del autoritario primer ministro húngaro de imponer su visión antiinmigración al resto de países europeos valida su teoría. El riesgo político es que esta crisis abra una nueva entre el norte y el sur.
La indignación de los ciudadanos del sur tampoco debe llevar a la ceguera. La realidad, y quizás no se está siendo suficientemente claro en esto, es que esta crisis, sin la Unión Europea, estaría siendo mucho peor: no habría ninguna mutualización de riesgos que discutir con países vecinos con los que no compartiríamos moneda, tampoco podríamos esperar una especial solidaridad de ellos. Y, quizás lo más importante, no dormiríamos por la noche con la tranquilidad que da saber que el BCE tiene un paquete de compras de 750.000 millones de euros.
Bandera europea frente a la sede de la Comisión Europea en Bruselas. (Reuters)
Bandera europea frente a la sede de la Comisión Europea en Bruselas. (Reuters)

La salida

La pregunta que se hace todo el mundo en Bruselas es: ¿cómo salimos de aquí? La respuesta honesta es: no lo sabemos. Al menos no lo sabemos aún. Ahora los ministros de Finanzas deben trabajar durante las dos próximas semanas para ofrecer nuevas propuestas a los líderes. La dirección que tome el debate dependerá, probable y lamentablemente, de la medida en la que Países Bajos y Alemania se vean golpeados por la crisis del coronavirus y el 'shock' les haga ver que los marcos conceptuales de la crisis anterior no son aplicables a la actual.
Algunos de los instrumentos que se están barajando, como los 'coronabonos', bien estructurados y organizados, tienen sentido económico y, además, tienen sentido político para la Unión. Es cierto que sería una operación compleja, y puede que no estemos todavía del todo listos para ella. Existen otras posibilidades, como es reformular el rol del Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) con algunos cambios en su estructura legal. Pero cualquier solución pasa por una actitud activa. La negativa alemana y holandesa a los 'coronabonos' y a nuevos instrumentos es más que legítima, pero a nivel político es difícil de explicar, hasta para los proeuropeos, el bloqueo a considerar un debate serio al respecto, y es todavía más difícil de explicar que a esas propuestas se responda de malas maneras y acusando a los países más golpeados por el virus.
Sede del Consejo Europeo en Bruselas. (EFE)
Sede del Consejo Europeo en Bruselas. (EFE)
Por su parte, esos Estados miembros, los sureños, deben estar listos para, una vez pase este 'shock', cumplir con una serie de normas fiscales europeas cuya estructura y cumplimiento están ya siendo revisados para que sean más efectivos. Sin unas reglas conjuntas por las que se rijan, de verdad, todos los países, será difícil mantener al club unido mucho tiempo. Sin solidaridad hacia los que sufren por una crisis de la que no son culpables será todavía más complicado.
La situación ha sido lo suficientemente grave como para que a sus 95 años Jacques Delors, expresidente de la Comisión Europea y una de las figuras más destacadas en la historia de la construcción europea, haya roto su silencio. Y sin medias tintas avisa de que esta situación pone en riesgo la existencia del proyecto. Jacques Delors emerge de su silencio: "El clima que parece reinar entre los jefes de Estado y de gobierno y la falta de solidaridad europea representan un peligro mortal para la Unión Europea".
Las próximas semanas serán claves para el futuro de la Unión. El lema de que Europa sale reforzada en las crisis ha sido útil hasta ahora, porque, más o menos, de manera parcial, se ha ido cumpliendo. Pero la realidad es que es una frase peligrosa: porque el día que la Unión no salga de una de crisis reforzada puede ser la última.

                                               NACHO ALARCÓN Vía EL CONFIDENCIAL


Poderes máximos, eficacia mínima


El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su comparecencia este sábado en Moncloa. 

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su comparecencia este sábado en Moncloa. EFE


Lo más parecido a una dictadura. Eso es España hoy. ¿Cuál es la característica que distingue a las dictaduras por encima de cualquier otra? Sin duda la distancia abismal que separa la vida real, la que se masca en la calle, de la oficial, la artificialmente creada por el poder y difundida por los medios de comunicación que controla, casi todos en el caso español. Ayer sábado mis vecinos de Aravaca salieron también, puntuales a la cita, a aplaudir al personal sanitario que presta servicio en el Centro de Salud local, calle Riaza, y médicos y enfermeros aparecieron en la entrada, como todos los días, a corresponder a las muestras de afecto, y unos y otros se saludaban y aplaudían mutuamente, y aquello parecía una fiesta, un juego de galantes requiebros desde las ventanas, como si nada pasara, como si navegáramos sobre una balsa de aceite, como si el jueves no hubieran muerto 762 personas, como si el viernes no hubieran caído 832, y como si ayer sábado no lo hubieran hecho otras tantas. En total, cerca de 2.400 españoles se han ido en silencio, solos como perros, en los últimos tres días, y no es un guateque, no, esto es un drama de dimensiones apocalípticas para quienes se han ido y sus familias, esta es una guerra que va ganando ese cruel enemigo invisible al que un Gobierno enfermo de incompetencia y arrogancia es incapaz de frenar.
De modo que hay una España oficial, una España donde en apariencia no pasa nada, porque los españoles no ven cadáveres, ni féretros sobre una pista de hielo, ni duelos desgarrados, ni huellas de las heridas por las que sangra un país al borde del derrumbe sanitario, económico y político, y eso porque los medios, con las televisiones de mascarón de proa, han decidido construir un muro de silencio sobre el dolor de la España desgarrada por los 5.690 muertos y los 72.248 contagiados que, a falta de los datos de ayer, se llevan contabilizados, y lo hacen para no perjudicar al Gobierno social-comunista, para que Pedro Sánchez pueda seguir galleando en el Congreso perdonándonos la vida, sin dignarse siquiera dirigir la mirada al jefe de la oposición cuando Casado ocupa la tribuna de oradores. Y hay otra España, la España real que ha sido tocada por el virus, que conoce a este o aquel afectado, que sabe de tal o cual fallecimiento, la España aterrada que comparte su angustia a través de wasap y manifiesta su indignación en las redes sociales, la España abrumada ante la perspectiva de los 10.000, de los 20.000 muertos que se vienen, la del Estado en quiebra, la de la Economía destruida, y también la España de la dictadura silenciosa que avanza sobre el edificio constitucional en ruinas, el país que camina hacia el modelo bolivariano que aspira a imponer Sánchez, porque el enemigo que viene no se apellida Iglesias sino Sánchez Castejón. Ese es el sátrapa que amenaza nuestras libertades.
Con las muestras de incompetencia dejadas por este Gobierno desde el inicio de la crisis podría llenarse una biblioteca. El episodio de los test rápidos, hasta 640.000, comprados a China, de cuya falta de fiabilidad tuvimos noticia este jueves, resume en sí mismo la tragedia y la farsa que se ha adueñado de este pobre país en uno de los momentos más críticos de su historia. El pasado sábado, 21 de marzo, a las 9 de la noche, el señorín de Moncloa apareció en la primera de TVE, la voz hueca y engolada, marcando las pausas, inerme como espantajo en trigal, para anunciarnos: “Ya se ha materializado la compra y puesta en marcha de los test rápidos. Algo muy importante. Los test rápidos. Se trata de test fiables, homologados, y esto es muy importante: la homologación. Es muy importante porque deben contar con todas las garantías sanitarias…”. Resultó que no funcionan, que eran inservibles porque se compraron a una empresa china no homologada. La propia embajada del país asiático en Madrid se encargó de ponerle colorado. Un ridículo semejante hubiera forzado a cualquier persona sensible a recluirse en La Trapa de por vida. En 2014, el figurín pedía enérgicamente la dimisión de Rajoy con motivo de la crisis del Ébola (dos misioneros muertos que llegaron a España contagiados). La ministra González Laya, Exteriores, pretendió lanzarle un salvavidas echando más leña al fuego: “Hay intermediarios que nos ofrecen gangas y luego resulta que no lo son”. Hay vendedores de crecepelo capaces de engañar a Gobiernos incompetentes que no se han asomado nunca al mundo y no saben nada porque nunca han gestionado nada.
Estamos perdiendo la batalla sanitaria, al menos de momento, y es muy probable que perdamos la económica, la recesión que cual tsunami se nos viene encima con su ejército de nuevos parados
Mi amigo Manolo Martínez, 70 tacos bien cumplidos, natural de Linares, donde tres huevos son dos pares, sigue recorriendo el mundo vendiendo chatarra procedente de grandes desguaces sin hablar una palabra de inglés. No le engaña nadie. Con todos se entiende. Estos días son incontables los testimonios de empresarios y ejecutivos que se han ofrecido a Moncloa para gestionar la compra de material sanitario a China y otros países. Esfuerzo vano. Hace 15 días una gran empresa del Ibex que reclama el anonimato ofreció 200.000 mascarillas a Sanidad: “Tardaron cinco días en decirnos dónde se las teníamos que dejar”. Incompetencia. Los ejemplos del desbarajuste que nos rodea serían incontables. Salvador Illa, filósofo en funciones de ministro de Sanidad, ha reconocido que “la compra se hizo a través del proveedor habitual”. ¿Quién es ese proveedor? ¿Por qué no se conoce su nombre? ¿Ha cobrado alguien comisiones en este trueque? Los resultados de tanta impericia se agolpan en los féretros que reposan en una pista de hielo de Madrid y es tal la lista de espera que se va a habilitar otra morgue en la difunta Ciudad de la Justicia, en Valdebebas. También en los más de 10.000 sanitarios contagiados por falta de material de protección adecuado. Impericia e incompetencia con resultado de muerte. Poderes máximos, eficacia mínima. 

La mentira como forma de Gobierno

Los especialistas médicos se dieron cuenta de que los test no servían (“daban muchos falsos negativos”) el mismo lunes 23, apenas 24 horas después de que el pavo real se esponjara en televisión, pero el Gobierno decidió ocultarlo hasta el jueves 26. Como el positivo de la vicepresidenta Calvo, negado por Moncloa a este diario cuando lo adelantó en exclusiva. Porque esta es una constante en quienes nos gobiernan: la ocultación sistemática, la tergiversación, la manipulación, la mentira como arma de defensa personal y de partido. Esta es la verdadera España de la pandereta, la España del túnel de la risa si la muerte no diera tanta pena, si la tragedia no causara tanto dolor. La mentira como forma de Gobierno, tarea a la que se presta complacida la flota mediática que apoya al Ejecutivo, que es la mayoría, con las televisiones en su totalidad, y con TVE a la cabeza siempre dispuesta a echar mano con el Prestige o los recortes sanitarios de la Comunidad de Madrid, que, ya se sabe, la culpa es siempre del PP. Nunca el periodismo se arrastró tanto. Un tuit muy celebrado resumía ayer la situación del oficio al anunciar la llegada de “640.000 rodilleras para los periodistas imparciales de televisión y radio. Pueden pasar a recogerlas”.
Estamos perdiendo la batalla sanitaria, al menos de momento, y es muy probable que perdamos la económica, la recesión que cual tsunami se nos viene encima con su ejército de nuevos parados amenazando colapsar las calles en cuanto acabe la pandemia. El anuncio efectuado el viernes por la ministra comunista de Trabajo, según el cual las empresas no podrán despedir alegando el Covid-19, con el añadido de que las que se acojan a ayudas deberán mantener plantilla durante los seis meses siguientes, es una prueba más del alma totalitaria de un Ejecutivo que, parapetado tras el estado de alarma en curso, toma decisiones que abiertamente vulneran la Constitución e ignoran las normas que rigen una economía de libre mercado en una democracia parlamentaria. “No se puede despedir”, sentenció la ministra. El escándalo en la comunidad empresarial fue de tal calibre que el Gobierno se vio obligado a matizar unas horas después, BOE de ayer sábado. Lo explicaba aquí Alejandra Olcese: las empresas podrán seguir despidiendo por causas económicas, pero el despido tendrá que ser improcedente y además más caro, porque en lugar de abonar 20 días por año trabajado, de acuerdo con la legislación laboral en vigor, tendrán que pagar 33 días. Porque lo digo yo.
Sánchez Castejón es el cáncer que amenaza nuestras libertades, el populista radical que persigue instaurar en nuestro país esa agenda social bolivariana antaño pregonada por Podemos
Está en el aire la batalla sanitaria, podemos perder la económica, y vamos a perder también la más importante de las tres en curso, la batalla de la libertad ("la capacidad del ser humano para determinar su propio destino y crear su propio proyecto de vida sin interferir en la de los demás", según la definió Hayek). Las libertades amenazadas por un Gobierno que, en su radical sectarismo, pretende aprovechar el tumulto causado por esta maldita pandemia para, a poco que la suerte acompañe, acabar con la España constitucional e instaurar una especie de satrapía según el modelo Putin y/o Erdogan, en Rusia y Turquía, con un sector público elefantiásico, con restricciones a la iniciativa privada, control total de los medios de comunicación, ocupación de la Justicia y elecciones cada cuatro años, sí, que serían fácilmente ganadas por el sátrapa con la ayuda del gigantesco aparato del Estado a su servicio. Es falso, por eso, que “el Gobierno sea prisionero en sus decisiones de los pactos con sus socios de Podemos y los independentistas catalanes y vascos”, como días atrás escribía Juan Luis Cebrián. Es falso porque Sánchez es hoy más Podemos que Iglesias. El problema no es ya un Iglesias encantado en su dacha de Galapagar, sino Sánchez Castejón. Él es el cáncer que amenaza nuestras libertades, el populista radical que persigue instaurar en nuestro país esa agenda social bolivariana antaño pregonada por un Podemos que acabará pronto vertiendo sus aguas residuales en el sanchismo.

Compartir responsabilidades con el PP     

Aprovechando los poderes especiales del estado de alarma, Sánchez intenta dar forma a ese Estado leviatán contra el que advirtió el citado Hayek en su Camino de servidumbre, al recordar la obligación de todo liberal de velar por mantener al Estado bajo control y estar alerta ante las ambiciones de líderes mesiánicos que pretenden extender ilimitadamente los poderes de ese Estado en nombre del “bien común”. Que la batalla por la libertad se está jugando ya lo prueban las voces que, cada día en mayor número, reclaman, casi con desesperación, algún tipo de Gobierno de concentración o de salvación nacional, con el PP como muleta. Intento vano. Y no por Pablo Casado, sino por un Sánchez que desprecia a la derecha y ha despachado con desdén las oportunidades que ha tenido de llegar a algún tipo de pacto con los populares. Ni un solo guiño, nunca, sobre la posibilidad de un acuerdo. Lo que a Sánchez le gustaría ahora, se vio en la sesión del miércoles en el Congreso, es consensuar con Génova algunas de las medidas más duras a adoptar en la lucha contra el virus.
El chico está asustado (lo volvió a demostrar ayer tarde en su ¡Aló presidente!, buscando nuevos culpables de la tragedia española, que esta vez ha resultado ser la Unión Europea) y quiere compartir riesgos y eludir responsabilidades. También, por supuesto, le encantaría que el PP le apoyara unos Presupuestos Generales del Estado cuando toque, si es que toca algún día. “Este quiere que dentro de unos meses le aprobemos unos Presupuestos draconianos para combatir la crisis y así poder mantenerse en el poder siete u ocho años más, mientras nosotros nos comemos su mierda”. Nuestro Erdogan tiene ciertamente difícil asentarse en el poder. Radicalmente amoral, ayer censuró también a quienes “buscan culpables” de lo ocurrido. El peso de los muertos, decenas de miles de muertos por causa de una pandemia que él ha contribuido a expandir con su ineficacia y radical irresponsabilidad, es tan brutal, su realidad tan devastadora, que lo normal es que el personaje acabe no muchos años en el poder, sino en la cárcel.

                                                                      JESÚS CACHO  Vía VOZ PÓPULI

«Dominio» o la gran herejía europea


Opinión 

Josep Miró i Ardèvol

Dominio. Una nueva historia del Cristianismo es el título de la extraordinaria obra de Tom Holland, que también podría llamarse la historia más grande jamás contada. Se refiere a las causas del éxito del cristianismo, primero en Europa y después en todo el mundo. Vale la pena subrayar esta dimensión global, porque desde nuestra experiencia se nos pasa por alto esta paradoja: mientras el catolicismo mengua en Europa, y en España lo hace de una manera acelerada durante este siglo, a escala global está viviendo una etapa de oro. Con cifras récord de conversiones, y a pesar de las persecuciones y asesinatos. Sucedió algo parecido en los primeros cuatro siglos de nuestra era, cuando los seguidores de Jesús eran unos pocos miles concentrados en aquel rincón del mundo que era Judá. Cuatrocientos años más tarde se transformaron en la fe mayoritaria del imperio, sobre todo en las ciudades. Tanta era su importancia, que Constantino para asegurar su poder puso fin a su criminalización y la situó en el mismo plano que las demás religiones practicadas en Roma.
Holland aporta una explicación ilustrada a este fenómeno cuando dice que “hay algo único en el cristianismo que atrae a la gente humilde y hace que se identifiquen con Dios. Tal vez tenga que ver con un Dios todopoderoso, que de repente, desprovisto de poder, se convierte en un ser humano más, uno de los débiles, para luego elevarse de nuevo con todo su poder. Esto mostró a la gente sencilla que también podían lograr un propósito elevado”. Y remata: “La propia cruz, forma atroz y humillante en la
que fue ejecutado Jesucristo, se convirtió con el paso de los siglos en el símbolo máximo de los débiles contra los fuertes, y es una de las razones porque el cristianismo tiene tanta potencia en nuestros días”.
Holland, que tiene otros buenos libros históricos como Rubicón. Auge y caída de la República Romana (2003), Milenio. El fin del mundo y el origen de la Cristiandad (2008), y Dinastía. La historia de los primeros emperadores de Roma (2015), abjuró de niño del cristianismo, según él mismo declara, por considerar que el Dios de la Biblia era un señor enemigo de la libertad. Solo cambió esta visión de mayor, cuando estudió la antigüedad latina, base de la mayoría de sus obras. Este mejor conocimiento histórico, le permitió observar la transformación radical en bien que experimentó la sociedad romana a causa del impacto de cristianismo.
Coincide en su apreciación con otras obras imprescindibles, como la de Wayne A. MeeksLos orígenes de la moralidad cristiana. Los dos primeros siglos (1994), y la más reciente de Peter BrownPor el ojo de una aguja, cuyo subtítulo es suficientemente explícito: La riqueza, la caída de Roma y la construcción del cristianismo en Occidente (350-550-d.C). Su título se inspira en un conocido pasaje del evangelio de Mateo (19, 23-26) en el que entre otras cosas afirma que “es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios”. Vale la pena leerlo entero para alcanzar una buena comprensión de lo que realmente nos dice Jesús. El libro es un gran fresco de la época, particularmente atento a la progresiva expansión de ideas opuestas a la cultura imperial, tales como la renuncia a la riqueza, la pobreza como virtud, y la caridad. Toda esta concepción todavía impregna a Europa, aunque cada vez más mermada, en la medida que las raíces que la alimentan son cercenadas.
Holland afirma un hecho que es común a otros historiadores: la cuna de Europa no es Roma sino la Edad Media. Un término que, como nos recuerda, no es neutro, pues surge con la reforma protestante que después de la Ilustración prosigue y amplifica, para cargar a aquella época de falseadas connotaciones negativas, presentándolo como lo contrario de la época de la luz, con Grecia y Roma.
Nuestro historiador sostiene las evidencias de que no fue así. Que no hubo un decrecimiento de la cultura, sino una recuperación después del hundimiento del Imperio romano y que precisamente esto fue posible gracias al cristianismo. Y es que sin ser un experto resulta difícil pensar en algo culturalmente pobre contemplando las catedrales que jalonan Europa, o sus monasterios y bibliotecas. Incluso en el ámbito de lo más elemental y necesario, la agricultura, las fundaciones benedictinas, llevaron a cabo una revolución agraria que facilitó superar las periódicas hambrunas. No es posible pensar en una época oscura, teniendo delante a Dante y su Divina Comedia, el renacimiento carolingio, y el otoniano, con tantas mujeres al frente. Fue entonces cuando nació Europa. Tanto es así, tan profundo ha sido aquel legado, que si se observan los límites de los estados miembros de la Comunidad Económica Europea surgida del Tratado de Roma de 1957, es fácil constatar su coincidencia con los limites del Sacro Imperio Romano Germánico.
El cristianismo ha esculpido nuestra cultura, incluidos los perjuicios, creencias, virtudes, y escala de valores. Incluso entre aquellos que se declaran contra él, que reniegan de los postulados cristianos. Quien haya leído la mejor obra de Charles Taylor (y tiene muchas buenas) Las Fuentes del Yo. La construcción de la identidad moderna ve la influencia moldeadora del cristianismo en todas las ideas de nuestra época. Por ejemplo, la interioridad del ser humano, explícita en el relato de Jesús, evidente en San Pablo, se desarrolla en San Agustín, hasta configurar la gran novedad del pensamiento y moral europeo y occidental, hasta sobrepasar todos los límites: la primacía de la individualidad, que, sin el encauzamiento de Dios, termina por convertirse en la primacía del deseo, y su satisfacción en el fin de nuestra sociedad desvinculada.
Pero hoy, como ya anunciaba proféticamente Péguy a principios del siglo XX, “vivimos en un mundo moderno que ya no es solamente un mal mundo cristiano, sino un mundo incristiano, descristianizado… Esto es lo que hace falta decir. Esto es lo que hay que ver. Si tan solo fuera la otra historia, la vieja historia, si solamente fuera que los pecados han vuelto a rebasar los límites una vez más, no sería nada. Lo que más sería un mal cristianismo, una mala cristiandad, un mal siglo cristiano, un siglo cristiano malo… Pero la descristianización es que nuestras miserias ya no son cristianas, ya no son cristianas”.
Hoy, transcurridos casi cien años, la transmutación de oro a plomo casi ha culminado. Lo que ahora existe es una Europa cada vez más deslavazada, porque su Imperium cruje por todas sus costuras, con un sistema de valores contradictorios, como sucede con los relictos incoherentes. Es así porque se han cercenado las raíces que les daban sentido. En realidad hoy Europa es una gran herejía cristiana, trufada de apostasía, que recuerda el rechazo de las élites y la mayoría del pueblo de Israel al anuncio de Jesucristo que nosotros conocemos por el llamado Sermón de la Montaña, que tan bien explica Romano Guardini en El Señor.
Es posible que el cristianismo en Europa se acabe convirtiendo en algo parecido a lo que son los cristianos en tierras del islam. Pero también cabe lo contrario, y entonces la imagen más próxima sería la caída de Roma, y también cabe la posibilidad de un difícil encuentro entre el secularismo europeo y un cristianismo renacido. Nadie posee la respuesta, en todo caso creo que es razonable afirmar que sin cristianismo es improbable la continuidad de Europa.
                                                                   JOSEP MIRÓ i ARDÈVOL
                                                                    Publicado en La Vanguardia.