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viernes, 14 de agosto de 2020

El mundo tras el fin del turismo

Es posible que una vacuna contra el covid nos devuelva a la vieja normalidad. Pero incluso eso es dudoso. Un mundo sin turismo cambiará mucho más que nuestra economía o nuestra política

Foto: Varias turistas toman fotografías en Valencia. (EFE) 

Varias turistas toman fotografías en Valencia. (EFE)

Ante las incertidumbres provocadas por los brotes de covid que están reapareciendo en media Europa, este columnista tomó a principios de agosto una decisión un tanto extravagante: pasaría sus vacaciones de agosto en Sevilla. Ciertamente, haría calor, pero los precios de los apartamentos eran muy baratos y, en caso de que se produjera alguna emergencia —como la imposición de un nuevo confinamiento, el estallido de un brote en la propia ciudad o el contagio de uno de nosotros— estaríamos a poco más de dos horas de casa. Era una decisión muy cauta.
Resultó, además, acertada. Sevilla estaba completamente vacía. Se podía deambular por el entorno de la catedral, pasear por el barrio de Santa Cruz y cruzar Triana sin apenas encontrarse con nadie, y conseguir mesa en restaurantes normalmente atestados llamando con media hora de antelación. “Los sevillanos se han ido a la playa y no ha venido ningún turista”, nos dijo un amigo economista que se encontraba en la ciudad porque había tenido que cancelar sus vacaciones en un país del norte de Europa. Para nosotros, aquello era casi un paraíso. Pero también un recordatorio de la devastación económica hacia la que nos dirigimos.
La caída del turismo y de los sectores vinculados a él no solo ha sido brutal en España, donde en el mes de junio la llegada de turistas internacionales disminuyó un 97,68%. En Reino Unido, el Gobierno ha puesto en marcha el proyecto 'Eat Out to Help Out'(Come fuera para ayudar), mediante el cual subvencionará la mitad de las consumiciones en bares y restaurantes (hasta 11 euros y sin incluir las bebidas alcohólicas) para intentar evitar una oleada masiva de bancarrotas en el sector hostelero. En Alemania, donde la mayoría de sus ciudadanos suelen pasar las vacaciones fuera del país, especialmente en el Mediterráneo, una agencia de viajes escogió un eslogan publicitario un poco lúgubre para animar a la gente a gastar dinero, aunque fuera en casa: “¡También podemos viajar por ALEMANIA!”. En Italia, decía la semana pasada el 'Corriere', “para Roma, Venecia, Florencia, Turín y Milán, que juntas equivalen a un tercio del turismo italiano, la ausencia de visitantes extranjeros se está traduciendo en una terrible debacle económica […] Y las consecuencias, importantes para toda la economía urbana, lo son en particular para las empresas del centro histórico”
Se calcula que este año el tráfico aéreo global caerá alrededor de un 60%. En lugares muy turísticos como España, todo esto ha influido incluso en el precio de la vivienda: en el centro de Madrid, los precios del alquiler han caído alrededor de un 8-10%, en parte, por la ausencia de alquileres vacacionales. Basta con pasear por el centro de Madrid para observar el mismo cambio drástico: al igual que en Sevilla, los vecinos se han marchado, pero apenas ha llegado nadie de fuera.
Dos turistas descansan en la Puerta del Sol de Madrid. (Reuters)
Dos turistas descansan en la Puerta del Sol de Madrid. (Reuters)
Sin embargo, la desaparición del turismo no solo tendrá consecuencias económicas. Inventado en el siglo XVII por los jóvenes nobles que decidían recorrer Europa para empaparse de su viejo espíritu y adquirir distinción en la conversación y los modales, el turismo moderno ha sido una de las fuerzas que han conformado de manera más definitiva nuestra cultura actual. En España, a partir de los años sesenta, contribuyó a transformar la sociedad y prepararla para la democracia. En Europa, es probable que solo el programa Erasmus haya igualado la importancia del Interrail a la hora de conformar una cierta conciencia europea en la generación que ahora está llegando a la mediana edad. Los vínculos entre el turismo y el sexo son tantos, del descubrimiento al adulterio, que casi constituyen un género cinematográfico en sí. Aún hoy, una forma particular de turismo, la peregrinación, es una de las bases de religiones como el cristianismo o el islam. Casi nada en la cultura occidental es ajeno al turismo, al viaje por placer. Un inglés en la Giralda, o un americano en París, son una oportunidad económica, pero también una señal de la apertura del mundo y de la posibilidad de enriquecerlo.
Pero también está la política. Los habitantes de las grandes ciudades han colocado el turismo en el centro de la disputa política local y los ayuntamientos han tenido que seguirles, aunque con enormes dificultades. Ciudades como París o Ámsterdam han restringido muchísimo la disponibilidad de apartamentos de alquiler temporal para turistas. Ada Colau paralizó la concesión de licencias turísticas en Barcelona y ha aprobado la limitación de la apertura de nuevos hoteles; detener la gentrificación —la sustitución de la población local por extranjeros más adinerados— es desde hace años una de sus propuestas estrella y uno de los mayores focos de enfrentamiento con la oposición. Los impuestos a los turistas, la imposición de regulaciones estrictas para que estos cumplan normas de comportamiento e indumentaria, la atracción de turistas más adinerados y cultos en sustitución de quienes vienen a emborracharse o a despedirse de su soltería: hoy en día, casi nada es tan controvertido políticamente como el turismo y las actividades de las empresas turísticas, quizá el mayor lobby político español, que aportan algo más de un 12% de nuestro PIB.
En el centro de Sevilla, la propietaria de una pequeña tienda de productos derivados de la naranja amarga nos dijo que vivía del turismo y que ese año no estaba llegando nadie. Dudaba de que en septiembre las cosas mejoraran. Nos llevamos mermelada y agua de azahar y volvimos a las calles completamente vacías. Es posible que la comercialización masiva de una vacuna contra el covid nos devuelva a la vieja normalidad. Pero incluso eso es dudoso. Un mundo sin turismo cambiará mucho más que nuestra economía o nuestra política. Es posible que transforme por completo nuestra cultura. Sin duda, a peor.

                                 RAMÓN GONZÁLEZ FÉRRIZ  Vía EL CONFIDENCIAL

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