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martes, 29 de septiembre de 2020

LA PANDEMIA SANCHISTA

 Éste es ahora su objetivo principal: acabar con la independencia judicial para subvertir el principio de legalidad

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias en el Congreso 

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias en el Congreso Efe

 

Las cepas más virulentas de la covid-19 son capaces de provocar en algunos pacientes fallos multiorgánicos que, en el mejor de los escenarios, les dejan graves secuelas en órganos vitales y, en el peor, ocasionan su fallecimiento. Los paralelismos con la manera de proceder del sanchismo en el sistema democrático español son inevitables.

Desde el 78, todos los gobiernos de nuestro país han infectado en mayor o menor medida las instituciones democráticas. En el año 1985, el PSOE reformó la Ley Orgánica del Poder Judicial para convertir la designación de los miembros del órgano de gobierno de los jueces, el Consejo General del Poder Judicial, en moneda de cambio política. En el año 1996 se selló el pacto del Majestic, en virtud de cual Aznar consiguió el apoyo de los independentistas catalanes para su investidura como presidente a cambio de ceder competencias a Cataluña. En 2007, el socialista Zapatero aprobó la ley de Memoria Histórica sembrando de nuevo la semilla del odio guerracivilista entre los españoles. En esa misma legislatura, cerró con ETA un mal llamado 'proceso de paz', en el que se realizaron cesiones inconfesables a la banda terrorista. De estos y otros envites la democracia española salió muy debilitada, pero no se rindió a pesar de que nadie le suministró el necesario tratamiento, más allá de esa suerte de pulmón artificial que suponen la Unión Europea y sus fondos. Cuarenta años después, las instituciones que nuestros padres y abuelos nos han dado con la Constitución siguen aún siendo reconocibles para la sociedad.

Qué gran paradoja que el mayor virus político que ha sufrido la democracia española haya venido de la mano de una pandemia sanitaria. Porque, de igual manera que la enfermedad epidémica del coronavirus ha afectado a todos lo países del mundo, la pandemia sanchista está infectando todas nuestras instituciones. Se trata de un virus que instala en nuestras administraciones una concepción utilitarista de la democracia, en la que todo está permitido siempre que redunde en beneficio de Pedro Sánchez.

Esta simbiosis del PSOE con los especímenes patrios más totalitarios del panorama político persigue infectar todos los organismos vitales de nuestra democracia

El virus ha ido mutando en función de las necesidades de Su Persona y ahora nos muestra su cepa más dañina: la que se mimetiza con los cachorros del chavismo, con los herederos políticos de ETA y con los condenados por intentar subvertir nuestro régimen constitucional en Cataluña. Esta simbiosis del PSOE con los especímenes patrios más totalitarios del panorama político persigue infectar todos los organismos vitales de nuestra democracia que podrían generar respuesta inmune: el poder judicial y la Jefatura del Estado. Porque la oposición ni está ni se le espera.

En la actualidad, la enfermedad se encuentra en una fase de transición, aunque hay evidencias de que la polémica en torno a la ausencia del Rey en la entrega de despachos a los jueces les ha resultado mejor de lo esperado: ha servido al Gobierno no sólo para contentar al independentismo, sino también como canalizador en su campaña contra el régimen constitucional. Las declaraciones de Lesmes, presidente del CGPJ, desvelando el pesar del monarca por no poder asistir al acto en Barcelona sirvieron para que los españoles recordásemos que estamos pagando a un ministro comunista que pasará a la historia no por su gestión, prácticamente inédita, sino por acusar al Rey de golpista. Sí, señores: los mismos que rechazan la trascendencia penal del referéndum secesionista del 1-O y lo minimizan refiriéndose a él como un suceso democrático, hablan de golpe de Estado contra el Gobierno por una llamada telefónica a título personal del monarca en la que lamenta no poder asistir a un evento. Dan ganas de reírse si no fuera para llorar.

Han recordado que imparten justicia en nombre del Rey y que esto no va de monarquía o república sino de Estado de derecho

Pero la revelación de Lesmes también les ha venido muy bien para poner a la Justicia en el centro de la diana, acusando de injerencia en las labores del Ejecutivo a todos los jueces que, a raíz del suceso, han recordado que imparten justicia en nombre del Rey y que esto no va de monarquía o república sino de Estado de Derecho. Hay que admitir que de injerencias saben lo suyo. Basta si no recordar cómo pretenden dejar en papel mojado la sentencia del Supremo que condenó a prisión a los líderes independentistas. Ya están trabajando en una reforma del Código Penal para crear un delito de sedición que permita poner en libertad a Junqueras y demás presos independentistas.

De todas formas, la propagación del virus sanchista en la Justicia empezó con el nombramiento de Dolores Delgado como Fiscal General y, desde entonces, sigue expandiéndose con el objetivo de conseguir modificar el sistema de acceso de jueces y fiscales, basado en el mérito, por uno en el que prime la ideología. Éste es el objetivo principal ahora: acabar con la independencia judicial para subvertir el principio de legalidad, que es el que somete a todos los ciudadanos al imperio de la ley, y así conseguir la ansiada impunidad. O dicho de forma más coloquial: no tener que responder ante nadie por sus desmanes. Ya nos hemos tomado un aperitivo con la postura de la fiscalía ante las querellas contra el Gobierno por la gestión del coronavirus.

Pero la Jefatura del Estado y el Poder Judicial no son los únicos órganos infectados: la economía, que es el estómago de la democracia, está moribunda. Cientos de miles de ciudadanos esperan a que el Gobierno les abone unas prestaciones anunciadas a bombo y platillo que nunca llegan, con un mercado laboral sostenido en miles de ERTEs zombis. Millones de personas cuya economía familiar y personal ha pasado a depender del Estado. Y es que cuando el socialismo afirma que no hay libertad sin un plato de comida en la mesa, lo que quiere decir es que si quieres comer, tendrás que tragar, porque convierten al Estado en el único sustento del ciudadano: libertad a cambio de pan.

Reescribir la Historia

Por ultimo, la infección se está extendiendo también al que yo considero el órgano institucional más importante de todos y que, no por ser intangible, es menos trascendente: la memoria democrática de nuestra sociedad. Están reescribiendo la Historia para que olvidemos las bases sobre la que se construye nuestra convivencia. La idealización de la contienda entre españoles y la visión romántica de los principios y actuaciones del Frente Popular durante la guerra civil, tan alejados de la democracia liberal como los franquistas, son buena muestra de ello. Pero claro, si olvidamos de dónde venimos, seremos menos conscientes de hacia dónde nos llevan. No existen paraísos en la tierra, mucho menos socialistas.

En cualquier caso, hay que reconocer que es un virus bastante polifacético, porque la cara que mostraba en periodo electoral no era la de una enfermedad, sino la de un tratamiento contra todas esas patologías que he relatado, algunas nuevas y otras previas. Llegaba la cura de los 'evidence based', qué suerte la nuestra.

Entre tanto, hay todavía muchos periodistas, politólogos y ciudadanos de a pie que niegan la pandemia sanchista. Algunos, porque son meros agentes transmisores del virus que se hacen pasar por asintomáticos mientras embaucan al público con llamadas a la unidad y al consenso. Sólo espero que decidamos actuar contra esta pandemia política antes de que entremos en la UCI y se produzca el fallo multiorgánico democrático. Entonces será demasiado tarde.

  •                                          GUADALUPE SÁNCHEZ  Vía VOZ PÓPULI

MIEDO A MORIR Y MIEDO A VIVIR

 La pandemia de coronavirus, con la difusión del miedo, ha desvelado mucho sobre lo que se piensa de la vida y de la muerte. 

La pandemia de coronavirus, con la difusión del miedo, ha desvelado mucho sobre lo que se piensa de la vida y de la muerte


El miedo a morir y el miedo a vivir acaban caminando juntos de forma inevitable. Lo hemos visto en la pandemia del coronavirus, pero se da en otras muchas situaciones.

Un extremo lo encontramos en aquellos que, bloqueados por el miedo, se encierran para evitar todo riesgo posible. En este caso, es claro como el miedo a morir les lleva a temer vivir. Su vida se convierte en una reclusión, en una especie de huida hacia el interior de la cueva. El miedo a vivir se hace patente en este caso. ¿Vale la pena evitar la muerte si a cambio se renuncia a vivir la vida?

El otro extremo lo encontramos en los que niegan el peligro. El miedo a morir les lleva a rechazar esa posibilidad. Se dicen: «No voy a morir nunca» o «Poco me importa morir», y desprecian todo tipo de precaución. Descartan la muerte de sus vidas, ignoran lo que ocurre a su alrededor y ponen en peligro a sus semejantes. ¿Puede llamarse vida a ese vivir temerario de espaldas a la muerte? Porque la vida de verdad incluye la muerte, se vive y se muere al mismo tiempo, y por tanto vivir incluye la prudencia, la precaución, la responsabilidad y la generosidad. ¿Vivir en la frivolidad no es una forma de temer la vida verdadera?

Esta posición frívola recuerda aquella deliciosa escena de Ratatouille, cuando el farsante chef Linguini reprocha al crítico Anton Ego que no puede gustarle la comida porque está muy flaco, a lo que el ampuloso crítico responde: “No me gusta la comida, la adoro, y si no la adoro no me la trago”. Vivir frívolamente es como comer cualquier cosa, y el que come cualquier cosa es porque no aprecia el valor de la comida. Vivir frívolamente es una forma de despreciar la vida.

Otros, podrían llevar el planteamiento de Anton Ego a otro extremo: renunciar a comer para siempre. Eso es el suicidio. De nuevo aparece el miedo a la vida. Se rechaza la vida por lo que tiene de muerte continua. Se prefiere morir de golpe.

Por todas estas razones, en estos momentos de incertidumbre, muchos se replantean el valor de sus vidas y se ven apremiados a tomar decisiones importantes. Ante la amenaza de la muerte, el valor de la vida recupera su protagonismo. Ni la huida, ni la frivolidad, ni el suicidio son opciones satisfactorias para el deseo de vivir en plenitud. ¿Qué hacer entonces si mi vida no me satisface?

Entonces nos interpelan aquellas palabras misteriosas de Cristo: “Yo soy el camino y la verdad y la vida” (Jn 14, 6).

 

                        MIGUEL ÁNGEL MARTÍNEZ  Vía RELIGIÓN en LIBERTAD

Miguel Ángel Martínez es escritor, editor en Ediciones Trébedes (donde mantiene un blog de Literatura Cristiana) y colaborador de Escritores.red


ES EL MIEDO

 

El pánico, que paraliza a quienes estarían obligados a reaccionar, puede desencadenar revoluciones

Juan Carlos Girauta 

Juan Carlos Girauta

Si el foco de destrucción se circunscribiera a los ministros designados por Podemos, como sugieren los teóricos de «en el PSOE están muy preocupados», la encrucijada sería menos comprometida y la amenaza menos grave. De hecho, ya habrían tenido que abandonar el Gobierno. Al fin y al cabo, el nuestro es un sistema de canciller con otro nombre. Quien lleva la correa y la afloja a voluntad es el presidente.

Va siendo hora de meterse en la cabeza que todo lo que sucede sucede porque quiere Sánchez, y que el PSOE es Sánchez y unos flecos, alguno de los cuales tiene de vez en cuando la valentía de descolocarse y realizar alguna hazaña. No sé, pedir un poquito de respeto

 al Rey de España. ¡Heroico! Como Vetusta a la hora de la siesta. Desengáñense, si la democracia española está malherida es por culpa del Narciso de La Moncloa, y de nadie más.

¿Qué esperaban que hicieran Iglesias, Garzón y Castells? Pues representar su papel. Son actores sin versatilidad. Cualquiera que venza la pereza lectora puede hacerse deprisa una composición de lugar de lo que se traen entre manos. Casi todo está en Ernesto Laclau y señora, con Gramsci al fondo. Van a lo suyo y no dan más juego. Su peligro sería insignificante si Sánchez no estuviera convencido de que su conveniencia personal coincide con el juego podemita. Vaya usted a saber qué ignoto resentimiento se remueve ahí.

Castells no se permite abroncar al Rey: se lo permiten. Garzón no tiene el valor de atornillar una jaula para Felipe: lo toma prestado. Iglesias no pone en peligro la forma de Estado: le han colocado un amplificador y unos potentes altavoces. Sin ellos sonaría a megáfono de manifa de facultad. Así que la clave está en la voluntad del presidente, que habla por boca del ministro Campo cuando presenta un viaje del Rey a Cataluña como provocación. Lo otro simplemente le conviene: que Castells se sobre con el Monarca, que Garzón exponga la necesidad de amordazarlo, o que Iglesias se adentre en la fantasía del advenimiento de la Tercera República.

Porque aquí no adviene nada. Aquí se reforma o no se reforma la Constitución. Y si la República debe volver será porque sus partidarios logran que dos Congresos y dos Senados diferentes lo voten por dos tercios, y que un referéndum lo ratifique. Y nada de eso ocurrirá porque no les da la aritmética parlamentaria ni la popular.

¿Qué pretende entonces Sánchez? Añadir miedo social al miedo de la pandemia. Pretende que la cobardía de las élites opere un milagro sobre la percepción; la realidad no le coge tan a mano. Pero por mucho que los conspiradores más visibles del Gobierno profesen la superstición de Berkeley según la cual «ser es ser percibido», tan fascinante idea solo se la toman en serio los publicitarios.

O sea, que mientras la percepción del personal se va alterando, lo que de verdad nos sobrevuela no es la revolución sino la alarma. Este es el verdadero estado de alarma. El pánico, que paraliza a quienes estarían obligados a reaccionar, puede desencadenar revoluciones, cierto es. Pero eso toma su tiempo, que sería muy largo si se tratara efectivamente de conformar una gran mayoría para la reforma constitucional. Y que es muy corto si lo que se busca es aprovechar el canguelo de las élites para armar una autarquía disimulada: presionar a los jueces, impulsar el uso alternativo del Derecho, indultar golpistas, imponer en la Fiscalía los criterios de Garzón, obligarnos a tragar con la rueda de molino de la Memoria Democrática, o consolidar por tortuosas vías una asimetría que ya existe de antaño: arriba están Cataluña y el País Vasco, que tienen historia, y abajo los demás, que nacieron ayer.

 

                                                   JUAN CARLOS GIRAUTA   Vía ABC

domingo, 27 de septiembre de 2020

O Sánchez y su banda o Democracia

 Felipe VI y Pedro Sánchez. 

Felipe VI y Pedro Sánchez. Europa Press

 

Felipe VI tuvo, al fin, un gesto de entereza el viernes, al tirar de móvil y llamar al presidente del Tribunal Supremo, Carlos Lesmes, para transmitirle que le "hubiese gustado" asistir al acto de entrega de despachos a los nuevos jueces en Barcelona, al que no pudo asistir por habérselo prohibido el Gobierno que preside Pedro Sánchez, es decir, Pedro Sánchez. En una de las semanas más aciagas para la España constitucional que se recuerdan en mucho tiempo, dos silencios han resonado con la fuerza hueca de su significado frente a la brutalidad de un Gobierno decidido a hacer girones este país para poder pagar las facturas que le pasan a cobro quienes le llevaron en mayo de 2018 al poder y le sostienen en la peana de Moncloa: Génova, sede del Partido Popular, y Zarzuela, residencia del monarca. Pero, ¿qué hace el Rey? ¿Por qué no dice nada? ¿Cómo es que no protesta ante decisión tan arbitraria como contraria a los intereses nacionales? Silencio.

Es verdad que la incalificable conducta de su padre, el Rey emérito, le ha dejado una herencia tan pesada como difícil de gestionar, y es verdad también que, de acuerdo con el mandato constitucional, el Gobierno tiene la facultad de refrendar los actos del monarca, de modo que Sánchez no ha cometido ninguna ilegalidad en el caso que nos ocupa, de lo que se deduce que el margen de maniobra del titular de la Corona es muy escaso, por no decir nulo; pero de ahí a asumir como propia la iniciativa del presidente de vetar ese desplazamiento para satisfacer las exigencias de sus socios independentistas, a quienes necesita para aprobar no ya los PGE sino simplemente el techo de gasto, que viene primero, media un abismo. Porque eso es lo que ha hecho Zarzuela: aceptar con mansedumbre la decisión del sátrapa de La Moncloa y endosarla como propia, algo que solo puede entenderse como un desvarío propio del que no sabe lo que se está jugando, o como un pésimo consejo de quienes le rodean, con el jefe de la Casa del Rey, Jaime Alfonsín, a la cabeza, un personaje de educación exquisita en el que se funde la prudencia con la cobardía en dosis muy contraproducentes para los tiempos de vértigo que vivimos, en los que el valor es una condición sine qua non simplemente para subsistir.

Cierto, el Rey no puede provocar un conflicto institucional y además no debe hacerlo, obligado como está a mostrar un exquisito respeto al mandato constitucional, pero eso no equivale a cruzarse de brazos en uno de los momentos más críticos de la reciente historia de España. ¿Qué tendría que haber hecho, entonces? Haberse plantado, como poco, y manifestado su disgusto por la decisión del Ejecutivo. La entrega de despachos a los nuevos jueces no es un acto cualquiera. "La Constitución de 1978, al instituir y regular el poder judicial, emplea una fórmula de hondo significado simbólico y constitucional: 'La justicia emana del pueblo y se administra en nombre del Rey'. Esta breve frase expresa la legitimidad del poder judicial que emana, como todos los poderes del Estado, del pueblo español en el que reside la soberanía nacional y que expresa también que la administración de la justicia se hace en nombre de quien simboliza la unidad y permanencia del Estado, conjugándose así en la fórmula constitucional las ideas de soberanía y unidad de nuestra nación. Por todo ello, la presencia del Rey en este acto tiene una enorme dimensión constitucional y política, expresión del apoyo permanente de la Corona al poder judicial en su defensa de la Constitución y de la ley”. Se lució Lesmes en Barcelona.

El monarca no puede consentir convertirse en una antigualla a la que un Gobierno de izquierda radical arrincona en silencio, un Gobierno hacia el que Felipe VI no oculta, por cierto, sus simpatías

Esto es lo que han hecho añicos Sánchez y su banda. Y esto es lo que no puede consentir el Rey si no quiere jugarse la Corona en el cubilete de un trilero dispuesto a romper el edificio constitucional en su personal provecho. El monarca no puede consentir convertirse en una antigualla a la que un Gobierno de izquierda radical arrincona en silencio, un Gobierno hacia el que Felipe VI no oculta, por cierto, sus simpatías, por no hablar de la reina consorte. Curiosa esta querencia de los Borbones por la izquierda, llamativa hasta rozar lo escandaloso en el Emérito huido a los Emiratos Árabes con su dinero a cuestas. Porque si el rey calla y otorga, corre el riesgo de que la gente empiece a preguntarse para qué sirve. En estas andábamos el viernes tarde cuando, a última hora, a las redacciones llegó la bomba fétida lanzada por el ministrínGarzón acusando al Rey de "maniobrar contra el Gobierno democráticamente elegido" por haber contado a Lesmes que le “hubiera gustado” estar en Barcelona, calificando de “insostenible” la posición de la Monarquía, a la que acusa de incumplir el principio de neutralidad que marca la Constitución.

Con ser grave, todo hubiera resultado la típica salida de pata de banco de un tipo no muy dotado por la madre naturaleza, un auténtico good for nothing, si no hubiera sido porque, casi a renglón seguido, la Casa del Rey emitía un comunicado, ¡viernes noche!, dejando a Lesmes a los pies de los caballos al asegurar que ese “me hubiera gustado” nunca salió de labios del monarca. De donde se colige que el jefe de la banda llamó cabreado al rey Felipe y le puso firme o lo intentó, ¿le amenazó? ¿Con qué le amenazó? ¿Qué cosas guarda este Gobierno contra el monarca? Hasta el punto de que en Zarzuela se asustaron mucho, se lo hicieron en los pantalones y decidieron dejar a Lesmes como un mentiroso. Y esto es ya más que una anécdota. Esto es una crisis institucional de proporciones gigantescas, que es quizá la orilla a la que el Gobierno social comunista lleva tiempo queriendo llevar a la Corona. El incidente del golfo de Tonkín. De modo que o bien el presidente Sánchez desmiente y cesa de inmediato a su ministro de no sé qué, el tal Garzón, o realmente es Sánchez, como sospechamos casi todos, quien en primera fila dirige las operaciones de acoso y derribo contra la monarquía parlamentaria española. 

Felipe VI debe ponerse en marcha

El episodio, en fin, ha puesto una vez más de manifiesto lo desprotegido que se encuentra el Rey en Zarzuela, lo aislado incluso, lo falto de soportes de talento en derredor. Carente de equipo. El monarca sabe que ya no es el tiempo del actual jefe de la Casa, pero se resiste a reconocerlo y a obrar en consecuencia. Alfonsín es ese contramaestre que asiste al hundimiento de la nave sin ser capaz de lanzar al agua los botes salvavidas. No tiene demasiado tiempo para pensarlo. Felipe VI debe ponerse en marcha dispuesto a movilizar apoyos en la sociedad civil al margen de los partidos, empresarios, colegios profesionales, academias, asociaciones de todo tipo, gente dispuesta a defender algo más importante incluso que el propio Felipe VI, como son la Constitución y la monarquía parlamentaria que han dado cobijo a estos más de 40 años de paz y prosperidad. No tiene tiempo que perder, a menos que un día no lejano quiera repetir el triste lamento que Aixa formula a su hijo Boabdil al abandonar Granada: “Llora como una mujer lo que no has sabido defender como un hombre”.

Silencio llamativo también el de Pablo Casado al frente de un ausente PP. Esta ha sido la semana más dura de la legislatura para el líder de la oposición. El miércoles por la tarde, mientras se acumulaban las noticias a cual más alarmante (veto al Rey, tramitación del indulto a los golpistas, reforma del delito de sedición, negociación con EH Bildu), medio Madrid se echaba las manos a la cabeza preguntándose, entre el pasmo y la indignación, ¿dónde está Casado? ¿Qué se hizo del PP? ¿Por qué no sale a emitir siquiera opinión? Resultó que había salido, lo había hecho. Había aparecido el mismo miércoles en una fugaz rueda de prensa en el patio del Congreso para calificar de vergüenza que el Gobierno no pudiera garantizar “la integridad física del jefe del Estado” en una parte del territorio español, y para anunciar que recurrirá los indultos a los líderes del 'procés' y se opondrá a la reforma de los delitos de sedición y rebelión. Dio la cara, pero nadie se enteró. Ese es el drama actual del líder del PP: que los medios, en particular esas televisiones que con tanto mimo Rajoy y Soraya contribuyeron a enriquecer, les ignoran olímpicamente.

También a Casado le queda poco tiempo. También Casado se encuentra desasistido, necesitado de incorporar talento con urgencia en la sede de Génova. Falto de un estado mayor con capacidad para arroparle, ayudarle a preparar estrategias y a dar respuesta puntual a las demandas de al menos esa mitad de España (“La fortuna mis tiempos ha mordido / las horas mi locura las esconde / falta la vida, asiste lo vivido / y no hay calamidad que no me ronde”) que asiste horrorizada a la deriva de un Gobierno campeón del sectarismo, la incompetencia y la irresponsabilidad. El PP corre el riesgo no ya de no volver a gobernar (Iglesias, en plan Dolores Ibarruri ante Calvo Sotelo, ya se ha encargado de recordárselo, amenazador, desde la tribuna del Congreso), sino de desaparecer de la política española como un partido desconectado de las necesidades reales de la población.

Para sacar adelante los Presupuestos está dispuesto a vender hasta la última de las joyas de la abuela, dispuesto a arrastrar por el fango desde la Corona a la última de las instituciones

De modo que Sánchez lo tiene fácil. El presidente del Gobierno con el menor apoyo parlamentario que ha existido del 78 a esta parte goza de la beatífica vida de quien maneja una cómoda mayoría absoluta. Lo hace por incomparecencia del contrario. Con apenas 120 diputados y con la audacia del déspota carente de cualquier barrera moral o ética, Sánchez hace lo que le sale de las pelotas, con perdón por la expresión. Nombra fiscal general del Estado a la novia de Garzón, Baltasar, auténtico capo de la Justicia española en estos momentos, anuncia indultos, veta al Rey, rebaja las penas por sedición, prepara mesas de diálogo, lisonjea a EH Bildu… Todo, con total desahogo; y todo gratis, sin el menor desgaste personal. Porque podría indultar a los golpistas a cambio de algo, a cambio de un arrepentimiento siquiera fingido, de un “no lo volveremos a hacer”. Pero él y nosotros sabemos que lo volverán a intentar, aunque, torpes y patéticos cual son, siempre terminen llegando al mismo sitio del que salieron: a ninguno.

El idílico transitar de Sánchez

Sánchez tiene un Gobierno de coalición a su servicio, con un Iglesias sumamente débil, que jamás osará romper la urna de cristal en la que vive. Y con unos separatistas que igualmente atraviesan por su peor momento en años, conscientes de que tardarán tiempo en volver a embarcarse en otra aventura como la de 2017. Ninguno gana nada rompiendo el idílico paisaje que el presidente y su banda tienen preparado para esta España “amputada, doliente, vencida”, que cantaba Rubén Darío. Ninguno tiene incentivos para traicionarle. Bonito el precipicio que nos está quedando. De modo que el jefe de la banda puede hacer lo que le venga en gana. Sin nadie en frente. Con un PP en las catacumbas y un Cs que ha decidido suicidarse lentamente camino a la próxima cita electoral. Y con Vox sirviéndole de eficaz espantajo para mantener prietas las filas, recias, marciales van hacia la ansiada Confederación de Repúblicas de las Cartagenas Autónomas.

Y lo hace sin estrategia de fondo alguna. Viviendo al día pero, eso sí, dispuesto a hacer lo que sea menester para apalancarse en el poder durante 10 o 20 años. A lo Putin. A lo Erdogan. El signo de los tiempos. Con elecciones cada cuatro años. Ahora se trata de conseguir tener unos PGE de una vez por todas, porque la aprobación de las cuentas públicas le garantiza tres años más de legislatura y lo que venga. Ese es el charco que le queda por vadear. Ese, y el paro y sus secuelas de hambre y miseria, consecuencia de la hecatombe económica que se viene encima, un tsunami que cree poder superar con el dinero europeo. Y para sacar adelante esos Presupuestos está dispuesto a vender hasta la última de las joyas de la abuela, dispuesto a arrastrar por el fango desde la Corona a la última de las instituciones. Y una vez que los tenga en el bolsillo bajará el suflé, atenuará la crispación y aplacará a sus dobermanes para dedicarse con tranquilidad a desmontar definitivamente la Transición y acabar con la Monarquía parlamentaria, haciendo definitivamente realidad esa mayoría social, moral y política de izquierda social comunista que significará el exilio, interior o exterior, de la media España que aspira a seguir viviendo en libertad (“España mía, combate / que atormentas mis adentros, / para salvarme y salvarte, / con amor te deletreo”). O Sánchez y su banda o democracia. Ese es el dilema. 


                                                       JESÚS CACHO  Vía VOZ PÓPULI

El autogolpe y la "republikETA" de los simios

 Sánchez preside un Ejecutivo destructor del orden democrático que, en el corazón de Europa, ejecuta en meses lo que a Chávez, padrino de sus socios de Gobierno, le costó un par de decenios en Venezuela

ULISES


El planeta de los simios registra uno de los grandes finales del cine de ficción. Justo en el instante en el que el astronauta Taylor cabalga plácidamente por una desértica playa tras desembarazarse de unos monos inteligentes que lo habían hecho preso tras el aterrizaje forzoso de la nave espacial que comandaba. Ambientada en el 3.978 -20 siglos después de su marcha de la Tierra-, tiene como marco un ignoto paraje astral en el que sus pobladores humanos son tiranizados por antropoides donde los orangutanes se arrogan la dirigencia, los gorilas asumen la función militar y los chimpancés desempeñan las tareas científicas. En su cabalgada, una oscura mole reclama la atención de Taylor, quien se apea de la montura y entra en estado de shock. Al arrodillarse como ante una repentina aparición, su compañera de fuga alza la vista -y con ella la cámara- trasladando al espectador la visión apocalíptica de la neoyorkina Estatua de la Libertad derruida y semienterrada entre el mar y las rocas.

El coronel acaba de percatarse de que el planeta de los simios es, en realidad, la Tierra. Espantado de cómo ha devenido en barbarie el mundo de ayer sojuzgado por unos monos que muestran la involución humana, exclama con odio y pesar: «¡Maniáticos! ¡La habéis destruido! ¡Yo os maldigo a todos!». Con la mirada rota por los escombros del monumento que la Francia de la Liberté, Egalité, Fraternité donó a EEUU en el centenario de su Independencia, el personaje que interpreta Charlton Heston se lamenta de que sus estúpidos congéneres hubieran sido incapaces de evitar su autodestrucción aniquilando su libertad y progreso.

Como la realidad imita al arte, el relato fantástico inspirado en la novela de Pierre Boulle, autor asimismo de El puente sobre el río Kwai, es un hecho ya en la Tierra sin aguardar a ese hipotético 3.978. Basta contemplar ese país de los simios en que desembocó la democracia venezolana del «aquí eso no puede pasar» en la que Chávez plantó sus garras y gobernó como el planeta de los simios. Es más, es difícil no establecer paralelismos con la España actual colonizada política y judicialmente por un bolivarismo que tiene al ex presidente Zapatero como gran canciller, al vicepresidente Iglesias como brazo ejecutor y al ex juez Garzón, defensor de los gerifaltes de aquella narcodictadura, moviendo los hilos de la Fiscalía General del Estado merced a su relación sentimental con la ex ministra y jefa del Ministerio Público, Dolores Delgado.

Todo ello con el añadido de fiscales conchabados con Podemos para librar a sus dirigentes de las causas que le comprometen y que les tienen al tanto de sumarios que puedan perjudicar a unos adversarios a los que Iglesias amenaza en las Cortes con que «no volverán a formar parte del Consejo de Ministros de este país» retrotrayendo España a los tiempos convulsos previos a la Guerra Civil. A este respecto, resulta esclarecedor el apuñalamiento del teniente fiscal Navajas, a la par que exculpaba al Gobierno de cualquier responsabilidad penal en la Covid-19 con sus más de 50.000 fallecidos, a dos fiscales del juicio del 1-O por la tentativa golpista en Cataluña, Consuelo Madrigal y Fidel Cadena, actualizando el drama escrito por Zorrilla -El puñal del godo- sobre la traición del conde don Julián, para vengarse de don Rodrigo, que franqueó la invasión árabe de la Península.

La navaja del teniente fiscal de ese apellido sirve además para seguir ajustando cuentas, al modo de los diez negritos de Agatha Christie, con quienes preservaron el orden constitucional hace tres años. Esta venganza no cejará hasta colocar al Rey por su histórico discurso del 3 de octubre en una hornacina en la que sea testigo mudo del cambio de régimen que se opera en España después de legitimarse y legalizarse el proceso catalán.

Entre tanto, como maniobra de distracción, dos reconocidos fracasados en la gestión de la covid, como Illa y Simón, desestabilizan el Gobierno de la Comunidad de Madrid para desviar la atención con el mismo cinismo que Serrano Suñer, ministro franquista de la Gobernación, se ofrecía al embajador británico en Madrid a mandarle policías que le protegieran de los manifestantes que él mismo convocaba a las puertas de la misión diplomática. El asalto a la Comunidad de Madrid, en tanto en cuanto es el baluarte más visible que gobierna el centro derecha, es inseparable del autogolpe en marcha. El valor que no tienen con Torra lo emplean con Ayuso.

Secundando los parámetros de golpe de Estado en Cataluña -ahora desde el Gobierno y antes desde el Palacio de la Generalitat-, este autogolpe pretende derogar el régimen constitucional sobre la base de que la excepcionalidad política, acorde con las tesis de Carl Schmitt en las que se apoyó Hitler aprovechando la crisis de la democracia de Weimar, autoriza a dotar de una legitimidad superior al presidente del Gobierno sobre los poderes legislativo y judicial. Sentada esa premisa, como refiere el historiador inglés Ian Kershaw en su biografía sobre Hitler, se trata de «trabajar en la dirección del Führer», algo que no cabe circunscribir a la Alemania nazi.

Por eso, atendiendo a los visos de este autogolpe de Estado, el fotograma final de El planeta de los simios es la viva imagen de la devastación de la España democrática fiada a quienes auspician «esa republiqueta (más bien RepublikETA, dada la contribución del brazo político de la banda terrorista) plurinacional con derecho de autodeterminación» que ha denunciado el 13 años presidente del Gobierno y 20 secretario general del PSOE, Felipe González, al diario argentino Clarín.

Al constatar cómo se devastan 40 años de democracia y cómo se arriesga la integridad territorial, su perplejidad evoca la del astronauta Taylor al observar los restos de su milenaria civilización. Esto lleva a González a manifestarse resuelto, «con lo que me queda de fuerzas», a combatir lo que entiende «sería la semilla de la autodestrucción de España como Estado-Nación». Sotto voce, algunos dirigentes y muchos militantes del PSOE participan de esa turbación, pero no rompen la espiral de silencio de la obediencia debida.

Ello hizo que hace meses, tras escuchar en Sevilla un alegato similar al de González por parte de Guerra, una «socialista de verdad» tomara del brazo al ex presidente andaluz Borbolla: «¿Lo has oído? ¿Entonces por qué no hacéis nada? ¿A qué tenéis miedo?». Con palmaria incomodidad, según testigos, este biznieto de un ministro de Alfonso XII buscó justificarse: «Lo que acaba de decir Alfonso lo decimos muchos en el PSOE. Yo no estoy acobardado...». Es de temer que, para disgusto de Borbolla, aquella señora no albergara el pensamiento de la hortelana que acudía a las disertaciones de Ralph Waldo Emerson, pensador de cabecera de Lincoln, porque le encantaba escuchar, aunque no entendiera nada -como le confesó cuando éste quiso indagar sobre aquella insólita asistente-, a «alguien que nos habla como si todos fuésemos inteligentes». Pocos elogios, desde luego, más placenteros.

Lo cierto es que 43 años de democracia pueden quedar asolados en 43 semanas de Gobierno de cohabitación PSOE-Podemos con un presidente temerario dispuesto a sostenerse en el poder echando abajo los pilares del Estado de Derecho para reinar autocráticamente como un zar. Después de negar que no pactaría con un populismo cuyo final es la pobreza y la falta de democracia de Venezuela, ni con quien defiende un referéndum de autodeterminación en Cataluña y que hay presos políticos en España, ni formaría un Gobierno de coalición abocado al fracaso y que le haría ser un presidente insomne, Sáncheztein se guía por el camino que dijo no tomar.

En estos meses de Ejecutivo socialcomunista, se ha apoderado de instituciones claves poniéndolas a su servicio, socava la separación de poderes, envenena la atmósfera política polarizando la sociedad y suplanta al mismo Rey después de prometer todo el Consejo de Ministros, por su conciencia y honor, cumplir fielmente las obligaciones del cargo «con lealtad al Rey y guardar y hacer guardar la Constitución como norma fundamental del Estado».

Haciéndole expiar su defensa del orden constitucional tras el intento de golpe de Estado del 1-O de 2017 de los hoy socios independentistas del presidente del Gobierno, Sánchez ha hecho a Felipe VI cautivo al punto de prohibir al Jefe del Estado acudir a la entrega de despachos a una nueva promoción de jueces que, según la Constitución, administran Justicia en nombre de ese Monarca al que despacha como si fuera un subalterno incumpliendo su deber de acudir al Palacio de la Zarzuela a tratar los asuntos de Estado.

El maltrato de Sánchez a quien amenaza aviesamente con permitir la investigación que reclama Podemos sobre su padre ejemplifica esta apreciación de Julio Camba: «Hacerse el amo es todo lo contrario de serlo. El amo de una cosa la cuida o la descuida, allá él, pero no hay temor alguno de que, para demostrar sus derechos de propiedad o dominio, coja la cosa en cuestión y la destruya, que es, precisamente, como procede aquel que quiera hacerse el amo». Es más, como no oculta Podemos, quiere limitar las funciones del Rey por medio de una ley que, con clara vulneración de la Carta Magna, lo relegue a ser «la quinta rueda del carro», que decía Julián Marías. Así, reducido a la mera insignificancia, sería casi indiferente la conservación de la institución. En suma, privarle de la condición de «cabeza de la nación» tan primordial para combatir los intentos de golpe de Estado contra el orden constitucional.

Por su voluntad y de deseo, Sánchez preside un Gobierno destructor del orden democrático que, en el corazón de Europa, ejecuta en meses lo que a Chávez, padrino de sus socios de Gobierno, le costó un par de decenios en Venezuela. No es casualidad, sino causalidad, que no se aclare la presencia en España de la vicepresidenta de Maduro, Delcy Rodríguez, contraviniendo la legalidad europea, y se remplace el embajador que acogió en la legación española en Caracas al opositor Leopoldo López para tender puentes con una dictadura que ha convocado unas elecciones sin garantías para blanquearse.

Si la satrapía venezolana ilustra de cómo se echan a perder las democracias por quienes usan las urnas para llegar al poder y luego subvierten las reglas para perpetuarse, España ya debiera tener claro que aquello de que «eso no puede pasar aquí» supone un modo de suicidio. Pero si con la covid no escarmentó en la cabeza ajena de Italia ni tampoco en la propia tras cien días de Estado de Alarma empleados en agrietar el sistema, en vez de sofocar la pandemia, es altamente probable que la mayoría de los ciudadanos se hagan la composición de lugar de aquellos ingenuos venezolanos que pensaban que no había por qué asustarse con aquel militar golpista. Terminaría apaciguando su fogosidad antisistema y amansando sus arrestos revolucionarios, al ser «un accidente de fin de siglo».

Como ha explicado, entonando su particular mea culpa, el escritor Ibsen Martínez al evocar el candor del artículo que publicó hace veintidós años en El Universal de Caracas bajo el título «Por qué no me asusta Chávez», en aquel momento, muy pocos expresaban su alarma. Al tratarse de la «democracia más antigua y sólida de la región», creyeron que se trataba de un cambio de elenco «zafio y cuartelario, cómo negarlo». Sin contemplar la posibilidad de que aquel petroestado trocara en la narcodictadura militar de hoy.

Pensando que «eso no puede pasar aquí», muchos españoles no perciben a dónde les conducen aquellos que han visto en la covid 19 la oportunidad verbalizada sin ambages por Iglesias para desestabilizar la democracia española con la anuencia satisfecha de Sánchez: «Los comunistas sólo pueden tener éxito en los momentos de excepción, de tempestad para abrir paso a una nueva normalidad». Como previene Tocqueville en La democracia en América, «no debemos tranquilizarnos pensando que los bárbaros están muy alejados de nosotros, pues si hay pueblos que se dejan arrancar la luz de las manos, también los hay que la sofocan ellos mismos con los pies». Como aquella tierra convertida en El planeta de los simios por la insensatez de quienes dejan avanzar el mal permitiendo que todo sea siempre peor al día siguiente.

 

                                                         FRANCISCO ROSELL   Vía EL MUNDO