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domingo, 27 de diciembre de 2020

Adiós a un año maldito (y un rayo de esperanza)

 Celebración de un entierro por un fallecido a causa del coronavirus en el Cementerio de Santa Mariña, Orense. 

Celebración de un entierro por un fallecido a causa del coronavirus en el Cementerio de Santa Mariña, Orense. EFE

 

“Difícil ser optimista cara a 2020”, se decía en esta columna, titulada 'Un presidente al precio de una democracia', hace justamente un año, el 29 de diciembre de 2019 para ser exactos. “Con el viejo PSOE recluido en las catacumbas, el tipo que se ha hecho con las riendas del socialismo español está dispuesto a aceptar la ruptura de España antes que renunciar al poder. Y aceptar esa ruptura significa acabar con la Constitución del 78, que es la norma que nos ha permitido vivir en paz desde la muerte de Franco a esta parte. Significa, en definitiva, acabar con la democracia. Que los Dioses les sean propicios durante 2020”. Es evidente que los Dioses tenían otros planes para nosotros durante el año que ahora termina, porque, además de haber consentido la deriva hacia la ruptura de la unidad nacional que arriba se denunciaba, nos reservaban una sorpresa terrible, una desgracia sanitaria como la que la covid-19 ha representado para nuestro país y para el resto del mundo, con el correlato añadido de una crisis económica de consecuencias mucho más graves que la sufrida en 2008.

Al cierre del ejercicio, el espectáculo que se divisa desde el puente no puede ser más desolador. La pandemia se ha llevado por delante la vida de más de 71.000 personas (exceso de mortalidad en España entre el 10 de marzo y el 21 de diciembre pasado, según el Instituto de Salud Carlos III y el INE), 71.000 españoles que, como ese soldado desconocido al que se homenajea tras las grandes guerras, han fallecido en silencio, muertos sin rostro, a menudo en el mayor de los abandonos, desaparecidos sin dejar rastro por expresa voluntad de un Gobierno decidido a ocultar una tragedia cuya dimensión contrasta violentamente con el enanismo moral de sus miembros. Tragedia sanitaria y derrumbe económico añadido, porque no otra cosa se podía esperar del peor Gobierno que le ha tocado a España en la peor de las circunstancias imaginables. Y junto a la tragedia sanitaria y el desplome económico, la mayor de las crisis políticas ocurridas en el país desde la muerte de Franco, crisis existencial en la que se juega no ya la independencia de Cataluña, esa pesadilla recurrente en la memoria de los españoles, sino la propia existencia de España como nación.

El deterioro de las constantes vitales de nuestra democracia es tan evidente, el desprestigio de las instituciones tan acelerado, las humillaciones a que los socios de Gobierno de Sánchez –y que Sánchez consiente mirando hacia otro lado- someten cada día a los ciudadanos son tan brutales, que para muchos la pertenencia a la Unión Europea (UE) se ha convertido en la última instancia, el clavo ardiendo al que los demócratas españoles se aferran para imaginar que no todo está perdido y que aún es posible el milagro de evitar la caída en ese abismo de miseria y pérdida de libertades al que el Ejecutivo social comunista pretende conducir a este gran país llamado España. Situación paradójica la que vivimos con la UE. Por un lado, mantiene con vida al Gobierno Sánchez gracias a las compras de deuda pública que el Banco Central Europeo (BCE) realiza de las emisiones del Tesoro, evitando así el riesgo de tener que salir a colocarlas en los mercados. Por otro, permite abrigar la esperanza de que ese club de democracias liberales al que pertenecemos en ningún caso consentirá que España se deslice por la pendiente que ha convertido a países ricos, caso de Argentina, Venezuela, en Estados fallidos condenados a la miseria económica y la ruina moral.

Digámoslo alto y claro: lo que en este final del maldito 2020 está en juego es ni más ni menos que la libertad

Como aquí se dijo el domingo pasado, la decisión del BCE de seguir comprando deuda soberana de los países miembros al menos hasta la primavera de 2022 augura al Gobierno Sánchez un próximo año relativamente tranquilo desde el punto de vista de las variables macroeconómicas, aunque la realidad de un déficit y una deuda pública desbocadas acabará por imponer su amenazadora presencia ante la Comisión Europea en el momento en que Alemania, Holanda y resto de países “frugales” empiecen a crecer con fuerza. Ese será el momento de nuestro “rescate”, y esta vez no solo económico. España, que llevaba tiempo deslizándose por la pendiente de la irrelevancia como país, ha visto ese proceso acelerado con la llegada al Poder de un Gobierno iliberal y proclive a fórmulas peronistas (Sánchez) cuando no abiertamente comunistas (Iglesias) en la gestión de los asuntos públicos. A estas alturas de la covid-19, está claro que los países que mejor han resistido la pandemia han sido aquellos que han sabido mantener sus finanzas públicas bajo control (caso de Alemania, Holanda, Corea del Sur, Taiwán, Nueva Zelanda, etc.), sin entregarse al frenesí del gasto público urgido por el populismo rampante. No es solo que el exceso de endeudamiento público y privado reduzca el crecimiento potencial (Italia apenas ha crecido un 4% en los últimos 20 años) y aumente las desigualdades sociales, es que los países que han perdido el control de sus finanzas públicas han perdido también el control de la crisis sanitaria, son los que peores resultados han cosechado en la lucha contra la covid. Y para muestra basta el botón de España bajo el Gobierno de Pedro & Pablo.

Y lo que vale para España, vale en mayor grado para Italia e incluso para Francia. El mito del dinero gratis esconde la realidad de un crecimiento económico muy pobre, un paro convertido en estructural y un nivel de crecientes desigualdades, con el riesgo de que esas desigualdades macroeconómicas, traducidas al final en riqueza o pobreza per cápita, terminen llevando al euro al punto de ruptura. Es lo que está en juego en esta Europa post Brexit, hoy empantanada en un cruce de caminos en medio del cual se halla nuestro país. Desde el punto de vista español, está claro que la moneda única y el fortalecimiento de la UE no es que sigan siendo la mejor opción a la hora de frenar nuestra deriva hacia la irrelevancia, sino que se ha convertido en la única para asegurar la paz social y un cierto progreso económico. Y lo que es más importante aún, para preservar nuestras libertades amenazadas hoy por las pulsiones autoritarias de los nuevos tiranos revestidos de apóstoles del igualitarismo por decreto.

La libertad en juego

Digámoslo alto y claro: lo que en este final del maldito 2020 está en juego es ni más ni menos que la libertad. Pocas frases resumen, con ejemplar economía de lenguaje, el desguace al que está siendo sometida España, como esta de Félix de Azúa que figura en un breve texto que bajo el título “Progresamos” fue publicada el pasado 22 de diciembre: “El último [escarnio de este Gobierno] ha sido el ataque directo a la cabeza misma. Con razón: el rey Felipe es el jefe de las Fuerzas Armadas y hay que descabezarlas. El penúltimo es someter al poder judicial para acabar con el arcaísmo de la división de poderes. ¿Alguien imagina a un peronista, a un chavista, a un comunista, obedeciendo al poder judicial? Ya hay una parte de España que no acata las sentencias jurídicas y no pasa nada. Ahora falta el resto del país que, menos Madrid, es fácil de someter”.

¿Algún asidero para la esperanza, esa esperanza a la que tan reiteradamente aludió la reina Isabel II en su mensaje de Navidad a los británicos? Nada que esperar de una clase política que sigue ciega, prisionera de los vicios adquiridos a lo largo de una Transición cuya muerte parecen empeñados en ignorar. Tampoco de una “intelligentsia” hace tiempo desaparecida como grupo, y menos aún de unos poderes empresariales y financieros entregados de hoz y coz al Gobierno Sánchez, dispuestos como están a participar en el festín de esos 72.700 millones gratis total que la Comisión Europea ha destinado a España y que van a servir no para modernizar este país, sino para engendrar un ramillete de nuevas grandes fortunas a las ya tradicionales. La esperanza se llama Juan Español, ese español medio que trabaja con dedicación, cumple religiosamente la ley, educa a sus hijos en los valores de la honestidad y el esfuerzo, defiende la propiedad privada, paga sus impuestos y se muestra solidario como pocos cuando la ocasión lo requiere. La esperanza reposa en esos millones de familias españolas que la noche del 24 se sentaron frente al televisor esperando divisar un rastro de luz en el discurso del rey Felipe VI. Ese Juan Español, ¡Dios, qué buen vasallo si oviesse buen señor!, no está muerto por más que pueda hoy parecer dormido.

Al iniciar nuestro décimo año de vida, quienes hacemos 'Vozpópuli' solo estamos dispuestos a servir a la verdad en defensa de la libertad

Al servicio de Juan Español quiere estar este diario digital que el pasado 18 de diciembre estrenó nuevo director en la persona de Álvaro Nieto. Paradojas de la vida, el año 2020 ha sido el mejor en la corta historia de Vozpópuli, doce meses en los que hemos doblado nuestra audiencia y aumentado plantilla en lugar de reducirla. Si la degradación de los medios de comunicación es una de las mayores desgracias que le han ocurrido a España en los últimos tiempos, he aquí un medio liberal y de progreso dispuesto a prestar su humilde contribución a la tarea de consolidar una sociedad abierta, una nación de ciudadanos libres e iguales, un país más rico, más libre y menos corrupto. Un periódico empeñado en la regeneración de este hermoso oficio hoy prostituido, centrado en hacer el viejo periodismo de siempre, el bueno, el que consiste en salir a la calle a buscar noticias, contrastarlas y publicarlas sin miedo a la reacción del anunciante. Nos alienta la determinación de no ser portavoces ni marionetas movidas por control remoto por partidos políticos ni grupos de poder empresarial o financiero. Libres y fiables. No somos los únicos, cierto, que en este país hay medios como el nuestro dispuestos a honrar la profesión y millones los españoles que hacen su trabajo sin corromperse. Pero no queremos parecernos en nada a quienes babean ante el mundo del dinero en espera de recompensa, quienes tiran de recortada a la hora de conseguir publicidad, quienes se han convertido en oficinas de propaganda al servicio del partido de turno, o quienes, esclavos de doctrinas pasadas de fecha, diariamente están dispuestos a sacrificar información por ideología. Al iniciar nuestro décimo año de vida, quienes hacemos Vozpópuli solo estamos dispuestos a servir a la verdad en defensa de la libertad. Porque lo que está en juego ahora se llama libertad. Feliz 2021 para todos.

 

                                                       JESÚS CACHO  Vía VOZ PÓPULI

FELIPE VI, ESA RAREZA CONSTITUCIONAL

Desatendiendo los señuelos de quienes persiguen su perdición, Don Felipe refrendó, como ironizó Churchill, que «no es suficiente con hacerlo lo mejor que podamos; a veces, tenemos que hacer lo que hay que hacer»

 

ULISES

 Frente a los cantos de sirena del ala socialista del Gobierno de cohabitación Sáncheztein y a los aullidos de la facción comunista de Podemos con los grillos independentistas de coro, Felipe VI ha vuelto a corroborar esta Nochebuena su condición constitucional de cabeza de la Nación en las Navidades más tristes desde la Guerra Civil con casi 80.000 sillas vacías de víctimas del coronavirus y con otras tantas de familiares alejados por las cuarentenas para frenar la pandemia. No lo ha tenido fácil, desde luego, con una vicepresidenta erigida en aya real con capacidad para dictarle un discurso que regalara el oído al Gobierno con música celestial en periodo de réquiem, como si fuera un Rey débil al que dominar como un colegial salido de la Academia, y con otro vicepresidente chantajeándole. Olvidan que el destinatario del mensaje real es la Nación al margen de quien la rija. A este respecto, debieran repasar el artículo 56 de la Constitución y repetirlo en voz alta para ver si se les queda.

Atándose al palo mayor de la Carta Magna cual Ulises ante los arrullos de las sirenas y desatendiendo los señuelos de quienes persiguen su perdición, Don Felipe refrendó, como ironizó Churchill, que «no es suficiente con hacerlo lo mejor que podamos; a veces, tenemos que hacer lo que hay que hacer». De hecho, es lo que ha sido su singladura, navegando contra viento y marea, desde su apresurada entronización en 2014 tras abdicar Juan Carlos I.

En su tradicional charla, el Monarca supo mostrarse cercano con el dolor de un pueblo que ha visto su salud quebrantada, en muchos casos de manera irreversible, y su economía despedazada. A la par, ratificó su compromiso con la ejemplaridad sin que quepan excepciones familiares o de rango, aunque su cumplimento produzca pungentes desgarros paternofiliales a resultas de las comisiones percibidas por su progenitor y su posterior blanqueo fiscal.

Tras el público repudio meses atrás, el Rey ha afrontado el escándalo paterno con la conciencia de que «ofende más la mancha en el brocado que en el sayal», según la máxima de El Criticón Baltasar Gracián, el sabio jesuita del Siglo de Oro. Desde el respeto a la presunción de inocencia, pero sin ser ello óbice para recusar su conducta y, por ende, apartarlo de su lado como honrosa adenda a la intachable hoja de servicios de que goza Felipe VI desde que ciñera sus sienes con la Corona.

Dado que «Dios no ha dotado a ningún estadista (...) de sabiduría suficiente para armar un sistema gubernamental intachable», como subrayó con tino el vigésimo tercer presidente estadounidense Benjamin Harrison -único sustituido, por cierto, en el cargo por su antecesor-, conviene siempre poner pronto remedio para que una manzana podrida no pudra al canasto en su conjunto.

En este sentido, a ningún español le pasó desapercibida la referencia tan explícita al Rey Emérito sin precisar mentarlo por su nombre, salvo a esos sectarios que, obscenos, evocan al personaje de la Reina de Corazones que Lewis Carroll retrata en Alicia en el País de las Maravillas. Colérica, urge impaciente «¡que le corten la cabeza!» a cuantos no se pliegan a sus órdenes bajo la premisa: «¡Primero la sentencia, luego el veredicto!». Descuellan en su insolencia y descaro algunos vituperadores podemitas y secesionistas condenados por sentencia firme. Procuran exculparse de sus pecados vociferando los ajenos.

Sin ser tartamudo como el protagonista de la memorable película El discurso del rey, seguro que Don Felipe habrá ensayado su habitual plática navideña para no atragantarse como Jorge VI en su patriótica alocución radiofónica de septiembre de 1939 en la que este soberano por accidente, tras abdicar el tarambanas y filonazi Eduardo VIII, comunicó a su pueblo la declaración de guerra a la Alemania hitleriana. Superando su minusvalía merced a un pintoresco logopeda, el padre de Isabel II hizo lo que Don Felipe el 3 de octubre de 2017 en su comparecencia televisiva a raíz del intento de golpe de Estado separatista en Cataluña y ha tenido que reeditar este 24 de diciembre para enderezar un annus horribilis para la Monarquía y para España. Haciendo de tripas corazón, como monarca y como hijo, Su Majestad se ha visto forzado a tener que digerir un plato de su disgusto como es la olla podrida de los negocios paternos.

Si Jorge VI no podía permitirse tartamudear ni quedarse sin articular palabra, como en la ocasión que se recrea al inicio de aquella película de Oscar, tampoco Don Felipe podía ni debía enmudecer. No podía porque, como entrevé el personaje del rey Jorge reflexionando en voz alta, «si soy un rey... ¿dónde está mi poder? ¿Puedo formar un Gobierno, puedo subir los impuestos, declarar una guerra? ¡No! Y así y todo soy la base de la autoridad. ¿Por qué? Porque la Nación cree que, cuando hablo, hablo por ellos». Y a fe que así actúa Don Felipe, consciente de que la Corona, junto a la legitimación de origen -en el caso español, histórica y, ante todo, constitucional-, requiere también de una legitimación de ejercicio que pasa por una virtuosa integridad que le dote de autoridad moral para jugar el papel moderador que le asigna la Ley de Leyes.

En un país donde sobran normas y faltan moldes, los administradores y custodios públicos han de ser espejo ciudadano, al igual que la mujer del César no sólo debía ser honesta, sino parecerlo. A diferencia del común de la gente que puede practicar todo lo que no prohíban las leyes, quienes deciden sobre la vida y la hacienda de los demás deben predicar con el ejemplo.

En este sentido, tanto Don Felipe como la Reina Letizia vienen procediendo en este año aciago de la Covid 19 en parangón como obraron el rey Jorge VI y la reina consorte Isabel Bowes-Lyon para restañar el prestigio dañado de la Corona gracias a su infatigable tarea en la II Guerra Mundial. Ello granjeó gran popularidad a quien fue, como Letizia, la primera mujer de sangre no real en casarse con un miembro de la casa de Windsor. Durante los bombardeos alemanes de Londres, mostró al país cómo debía comportarse la realeza al negarse a marcharse. Se fotografió, junto al soberano, en el palacio de Buckingham devastado por la poderosa Luftwaffe durante sus ocho meses de incursiones aéreas diarias. «Casi me alegro -señaló, según una edulcorada leyenda- de que nos hayan alcanzado. Así podré mirar sin vergüenza a esa pobre gente de los barrios obreros del East End tan castigados por los proyectiles».

Si el rey tartamudo acabó hablando por ella -hasta el punto de que un sastre judío le habría aconsejado a Jorge VI en una visita a una zona siniestrada: «Hágame caso, ponga el imperio a nombre su esposa»-, Don Felipe ha hallado la inestimable ayuda de una Reina plebeya sobre la que su augusto padre habría vaticinado, como argumento extremo para oponerse a su matrimonio, que finiquitaría la institución.

En cualquier caso, no es cómodo el futuro que aguarda a los Reyes a juzgar por cómo se le hace viajar de tapadillo a Cataluña para dar el Premio Cervantes al poeta Joan Margarit después de prohibírsele entregar sus despachos a los nuevos jueces, por cómo se limitan sus atribuciones, por cómo se trata de inspirarle su mensaje de Navidad con comas incluidas y por cómo los socios de Sánchez le insultan mientras el PSOE mantiene un displicente y clamoroso silencio. Mas allá de reacciones de reglamento sobre la intervención real de Nochebuena de la presidenta del partido, Cristina Narbona, siempre dispuesta a salir cuando no hay nada que decir, cabe circunscribir todo ello en una deliberada estrategia de Sánchez para dejar que los demás exploren por adelantado el camino que le haga transitar de la Presidencia del Gobierno a la Jefatura del Estado al modo de Putin sorteando obstáculos legales.

Ese premeditado mutismo lo llenan sus sindicados en el Gobierno y en las Cortes que no disimulan a donde quieren arribar. Sin la beligerancia montaraz de antes de ingresar en el Consejo de Ministros, con la hoy ministra Irene Montero amenazando al Rey con guillotinarlo y echarlo «a los tiburones», y con el secretario general del PCE, Enrique Santiago, asesor de la narcoguerrilla colombina, soñando con asaltar La Zarzuela como Lenin el palacio del zar, Iglesias da por descontado que el PSOE, más temprano que tarde, se subirá al carro dejando en la estacada al Monarca y pasándose a la República.

Por eso, hay empeño común en el Gobierno de cohabitación socialcomunista en dar especial realce y empaque este 2021 al nonagésimo aniversario de la Constitución republicana contraponiéndola a la vigente de 1978. Abandonando cualquier vestigio de contención, orillan que no fue revalidada en referéndum, fue traicionada por sus promotores para remover irregularmente como presidente republicano al conservador Alcalá-Zamora en provecho de Azaña, fue arrollada por socialistas e independentistas en 1934, por medio de la Revolución de Asturias y de la proclamación del Estat catalá, y fue a la postre desollada en los prolegómenos de la Guerra Civil. «Todo el mundo sabía -anota el gran europeísta republicano Salvador de Madariaga, amigo de Julián Besteiro- que los socialistas de Largo Caballero estaban arrastrando a los demás a una rebelión contra la Constitución de 1931».

En América se dice, como modo de no incurrir en errores de antaño, que «quien se quema con leche llora cuando ve a la vaca», pero aquí, dejando que los mismos hagan las mismas cosas, se persigue que el pretérito imperfecto sea el porvenir de una España sin cura. En consecuencia, hay que tomarse en serio la Constitución y la Monarquía Parlamentaria en medio de un panorama que va a exigir al Rey, como aconsejaba Maquiavelo a El Príncipe que tomó como padrón, «ser zorro para conocer las trampas y león para apartar a los lobos». Muchos más en un adverso campo político en que casi todos los amigos son falsos y todos los enemigos son verdaderos.

En lontananza, la primera prueba de fuego para esa rareza constitucional que empieza a ser Don Felipe como síntoma de la actual anomalía española: el indulto a los golpistas del procés. Un derecho de gracia que corresponde al Monarca, según el artículo 62 de la Constitución, y que no autoriza indultos generales como se busca por quienes atacan al Rey y a la Constitución por ser garantes de la integridad territorial de España y de la igualdad de sus habitantes. Los indomables fiscales en el juicio del 1-O -Cadena, Madrigal, Moreno y Zaragoza- llevan alertando sobre ello desde la ensoñación del Tribunal Supremo.

 

                                                           FRANCISCO ROSELL   Vía EL MUNDO

No salimos de este 2020 siendo mejores, pero sí con una mejor Europa (por ahora)

 No hemos salido mejores de esta pandemia, pero la Unión Europea, contra todo pronóstico ante los primeros compases de la pandemia, ha salido más fuerte

Foto: Ursula Von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea. (EFE) 

Ursula Von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea. (EFE)

 Hay pocas respuestas más dolorosas y claras a una petición de auxilio que el simple y frío silencio. Cuando en los primeros compases de marzo y mientras se multiplicaban las páginas de las esquelas del diario local de Bérgamo en el norte de Italia, la respuesta europea a la petición de auxilio italiana fue dolorosa y peligrosa: primero silencio y después, un portazo. Alemania y Francia prohibieron la exportación de material sanitario a Roma. La solidaridad europea estaba muriendo en vivo y en directo a manos del miedo y el pánico de la primera ola.

 

No se trataba ya de solidaridad para rescatar bancos o para salvar empleos. Se trataba de la solidaridad más básica: ayuda para salvar vidas de ciudadanos europeos. La rabia vivida aquellos días en Italia, sazonada con una sensación de incredulidad y de estupor auguraba un futuro complicado. ¿Saldría una Europa mejor de la pandemia? A juzgar por lo que se veía y vivía en ese momento, la respuesta era un claro “no”.

 

Muchos han sido los que se han preguntado a lo largo de los últimos meses si el coronavirus nos haría mejores personas. Pasado el tiempo parece claro que no ha tenido un efecto significativo sobre la tendencia previa. Como explicaba ya en junio Ramón González Férriz, que siempre predica la mesura, este tipo de eventos solamente sirven para reforzar nuestra visión previa: si creemos que el ecologismo es el futuro, defenderemos que la pandemia demuestra que la transición verde es el camino a seguir, o si crees que el capitalismo es el origen de todos los males asegurarás que este es un golpe definitivo al neoliberalismo. La realidad es que salimos más o menos igual. Y si ha habido algún cambio ha sido para peor.

Foto: Pedro Sánchez y Emmanuel Macron. (Reuters)

Pero, ¿y esa Europa que mostraba su peor cara a principios de la pandemia? Contra todo pronóstico la Unión Europea que sale del 2020 es mejor que la que comenzó el año. A partir de aquel portazo a Italia y la constatación de que se estaba empujando a los ciudadanos italianos hacia el precipicio de un euroescepticismo justificado, la dinámica cambió en el momento en el que, bajo presión de la Comisión Europea, Alemania y Francia levantaron su veto a la exportación de material sanitario. El año ha dejado al menos tres logros muy positivos para la Unión Europea cuyos efectos pueden llegar a ser muy relevantes en el futuro de los Veintisiete. El primero, y seguramente el menos valorado en la dimensión que tiene, es la puesta en marcha del Fondo de Recuperación de 750.000 millones de euros.

 

El acuerdo franco-alemán de mayo de 2020 en el que París y Berlín acordaron, con el apoyo de Bruselas en la sombra, la emisión de deuda europea conjunta por valor de 500 mil millones de euros para ser destinados en forma de transferencias a fondo perdido a los Estados miembros más afectados por la pandemia ha sido un paso histórico minusvalorado o al que el público general se ha acostumbrado con una pasmosa rapidez.

Emmanuel Macron y Angela Merkel. (Reuters)
Emmanuel Macron y Angela Merkel. (Reuters)

En solo cuestión de unos meses, y justo cuando terminaba de arrojarse la última palada de tierra sobre el féretro de la idea de un presupuesto común para la Eurozona, reducido a una herramienta sin capacidad y sin ambición, la Unión Europea ha diseñado y puesto en marcha el instrumento fiscal que tanta falta le hace la zona euro. Ahora el Banco Central Europeo (BCE) ha pedido que se convierta al Fondo en algo permanente, porque lleva ya demasiado tiempo pidiendo que se pusiera en marcha una capacidad presupuestaria para la zona euro.

 

Durante años Alemania y otros Estados miembros se han negado a cruzar esta línea roja, pero hoy es una realidad. Es cierto que la negociación fue muy compleja, y que socios como Países Bajos ahondaron en esa sensación de enfrentamiento norte-sur, pero lo crucial es que en cuestión de meses la Eurozona ha avanzado décadas. La clave ahora es que funcione lo mejor posible, porque aunque Berlín asegura que esta medida se ha acordado de forma excepcional y única, si surte efecto se acabará quedando. Ya se ha cruzado el Rubicón, y todos los esfuerzos deben centrarse ahora en no volver atrás.

 

El fracaso del artículo 7 del Tratado de la UE no ha dejado otra opción que crear una herramienta paralela

 

El otro gran paso ha sido la vinculación de los desembolsos con el respeto al Estado de Derecho, que casi lleva al bloqueo total del Marco Financiero Plurianual y por lo tanto del Fondo de Recuperación. El fracaso del artículo 7 del Tratado como cláusula para la protección de los valores fundamentales de la Unión Europea no ha dejado otra opción que buscar la forma de crear una herramienta paralela, vinculada al presupuesto, que permita tomar medidas reales contra un Estado miembro que, por ejemplo, decida desmantelar el sistema judicial, como ha ocurrido con Polonia.

 

Es cierto que el acuerdo es mejorable, y que existen dudas sobre hasta qué punto se está sentando un precedente peligroso al acordar que la Comisión Europea no aplicará una norma a la espera de la opinión legal del Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE), retrasando su puesta en marcha. Pero también es cierto que la UE se ha dotado por fin de un instrumento que le permite poner coto a la diseminación del autoritarismo en el club comunitario. Lo importante ahora será que exista la voluntad y la valentía política para hacer uso de él cuando sea necesario.

Foto:  Tres banderas de la Unión Europea ondean frente al edificio Berlaymont, sede de la Comisión Europea en Bruselas (Bélgica). (EFE)

Por último, y desde una perspectiva más general aunque no menos relevante, la Unión ha respondido de forma muy rápida a la crisis, siendo capaz de poner en marcha una primera triple red de seguridad de medio billón de euros en cuestión de pocos meses, rompiendo así con la larga tradición de parálisis y dificultad a la hora de reaccionar rápido a retos imprevistos. Poco después, ya en julio, alcanzó el histórico acuerdo del Fondo de Recuperación. En menos de medio año puso en pie un paquete de más de un billón de euros.

 

Tres conclusiones de un año del que la Unión Europea sale algo mejor de lo que lo entró. No significa que todo sean buenas noticias. Las divergencias en el mercado interior aumentarán y cristalizarán debido a esta crisis y, aunque los líderes han acordado un mecanismo para hacer cumplir los requisitos del Estado de Derecho, lo cierto es que, al menos por ahora y durante un tiempo, algunos países seguirán minando desde dentro los valores fundamentales de la Unión.

 

Tampoco es sinónimo de que no se pueda dar marcha atrás en esos logros. Para el primero será clave que la Alemania del futuro siga entendiendo que en su interés particular está que no se rompa todavía más el Mercado Interior, y con la canciller Angela Merkel prácticamente despidiéndose ya de su cargo no hay ninguna garantía de que eso vaya a seguir siendo así. Que la idea de la emisión masiva de deuda conjunta para financiar un instrumentos presupuestario común sobreviva depende completamente de Berlín.

Los problemas no se van

Para retener el segundo logro será necesario valentía política, la misma que a todos las familias políticas europeas les falta para lidiar con sus miembros problemáticos: el Partido Popular Europeo (PPE) sigue siendo incapaz de expulsar al Fidesz de Viktor Orbán, los socialdemócratas europeos siguen tolerando al PSD rumano a pesar de su reciente historial y evita hablar del rol de los socialistas en Malta y el asesinato de la periodista Daphne Caruana, y los liberales actúan como si el primer ministro checo Adrej Babis no formara parte de su familia política. A la hora de la verdad los socios europeos siguen siendo muy tolerantes con los países descarrilados en materia de estado de derecho, especialmente si tienen importantes intereses económicos como es el caso de Alemania en Hungría.

 

Los logros alcanzados en 2020 tienen todos una rápida vuelta atrás. Pero hay bastantes motivos para la esperanza: aunque parezcan frágiles, lo cierto es que se han hecho dichos progresos, y que sin ellos estaríamos hablando de una Unión Europea ya muy diferente, mucho más dividida, enfrentada y polarizada. El reto para 2021 es demostrar que los cambios han llegado para quedarse.

 

                                               NACHO ALARCÓN  Vía EL CONFIDENCIAL