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domingo, 26 de diciembre de 2021

El Covid y el sastre de Sánchez

Sánchez es digno de figurar entre los "optimistas sin escrúpulos", dado como desmerece su palabra cada vez que la emplea y como la deprecia al nivel del bolívar venezolano como prototipo de moneda basura
ULISES CULEBRO La selección del director Recibe las noticias de mayor interés comentadas por Francisco Rosell En esta segunda Navidad covidiana, lejos de ser la de los reencuentros y la del resarcimiento económico brindado por quienes hablan por no callar, no sólo se registra una mortificante fatiga pandémica por la persistencia de este mutante Covid-19, sino también una creciente indignación contra unos gobernantes que se revelan unos impertérritos «optimistas sin escrúpulos» vendiendo espurias esperanzas. Siendo legión los políticos encasillables en ese apartado -más en tiempos revueltos en los que el populismo se adueña de la política-, no hay duda de que el presidente Sánchez es digno de descollar entre ellos, dado como desmerece su palabra cada vez que la emplea y como la deprecia al nivel del bolívar venezolano como prototipo de moneda basura. En su caso, más le vale no someterse, ni como diversión turística, a La bocca de la verità, el pétreo medallón esculpido en la fachada de la iglesia romana cercana al Circo Máximo. Allí, según la leyenda a la que da pie la broma que Gregory Peck le gasta a Audrey Hepburn en Vacaciones en Roma, el embustero que introduce su mano en las fauces del monstruo barbado puede perderla como Juliano el Apóstata. Ciertamente, como coligen los protagonistas de la cinta de Wyler -el fotógrafo y la princesa, al cabo de su romántica aventura-, la vida no es siempre como uno quiere, y la política no es una excepción, si bien exige un liderazgo guiado por el conocimiento y la razón, en vez de apañar ficticias soluciones que, por su simpleza e improvisación, agraven los males y los enquisten. Frente a los que quieren mandar «aunque sea un hato de ganado» -como verbaliza Sancho Panza al otorgarle el Duque la autoridad sobre la ínsula Barataria, algo que apetece por «probar a qué sabe el ser gobernador»-, es juicioso atenerse a la admonición de Don Quijote a su fiel escudero sobre que «los oficios y grandes cargos no son otra cosa sino un golfo profundo de confusiones». Mandar es oficio bien distinto de gobernar y ejercer el liderazgo cuando no cabe pasividad al aguardo de la marea que conduzca a la fortuna, siendo causa de naufragio seguro el político que se ufana de su engreimiento y vuelve la espalda a esa elemental prudencia para no hincharse como la rana que quiso igualarse al buey. No ayuda, en palabras del gran politólogo italiano Giovanni Sartori en su comunicación a las Cortes españolas en el vigésimo aniversario de la Constitución, que las elecciones, concebidas como instrumento cuantitativo para escoger de forma cualitativa a los representantes democráticos, hayan sido pervertidas a causa de la partitocracia, en un método para seleccionar lo malo. Por mor de esa devaluación, el liderazgo valioso -concluía Sartori- es reemplazado por otro impropio en el que, mezclando mediocridad y demagogia, irradia el populismo como una variante política de la pandemia sanitaria. Así, después del rosario de despropósitos que jalonan la negligente gestión de la pandemia de Sánchez, su última ocurrencia sobre la obligatoria reposición de las mascarillas en espacios abiertos para sofocar la propagación del Covid impulsada por la nueva cepa ómicron lo ha vuelto a desenmascarar y le ha granjeado la abierta crítica de los presidentes autonómicos sin distingos de partido. Tras endosarles el mochuelo con el ardid de una supuesta «cogobernanza» -en realidad, «desgobernanza»- con las administraciones autonómicas, ni siquiera ha provisto a estas -al cabo de dos años- del paraguas de una ley de pandemias que no les deje a la intemperie judicial. Él sí se dispuso de un estado de alarma para imperar cesáreamente a cuenta del Covid, según le ha reprochado el Tribunal Constitucional en varias sentencias contrarias a tales abusos. Como ha significado el presidente castellanomanchego, García-Page, ello les impone mendigar a los tribunales la aprobación de unas medidas que, trastocando los papeles de los poderes del Estado, transfigura a esos togados en gobernantes por el vacío legal, en vez de garantes del cumplimiento de unas normas inexistentes por dejación de quien se lava las manos como Poncio Pilatos en la jofaina de la arbitrariedad. Así, con su querencia por el melodrama y por la sobreactuación, el parto de los montes que Sánchez anunció para el pasado miércoles con gran prosopopeya en su declaración institucional del sábado anterior en Barcelona ha engendrado no sólo el ridículo ratón de tantas veces, sino el mismo. Hace bueno lo que contaba Bernard Shaw para certificar que el music-hall de su época no experimentaba evolución alguna. Aburrido de contemplar a un prestidigitador que hacía ejercicios con unas bolitas, se marchó y, al regresar al cabo de 10 años, el artista jugaba allí con el número de antaño. Tal fiasco ha sobrevenido en la víspera de esta Nochebuena con el parto de los montes de Sánchez para envolver la nada más absoluta con un decorativo celofán, mientras el repunte del Covid desbarataba cenas familiares. Como maniquí expuesto en el gran escaparate de las televisiones, Sánchez es como esos bailarines de minué a los que aludía Voltaire para criticar a los metafísicos de su época: muy elegante, mucha inclinación, mucho exhibirse, pero sin avanzar nada, mientras entroniza el lugar común y canoniza la frase hecha en una política de trampantojos que le faculte trampear hasta el escrutinio de las urnas. Para su minué, endilga promesas vanas que exhibe como originalidades a base de sofismas y falacias para que desplacen, al igual que la falsa moneda hace con la de curso legal, realidades tan palmarias y onerosas como el precio de la luz. Esta vertiginosa subida, que se comprometió a revertir al nivel de 2018, desata una espiral de inflación que empobrece de modo galopante a una España que, pese a sus altos niveles de vacunación, sigue a la zaga de la recuperación, de la misma manera que fue la que mayor impacto sufrió con la explosión del Covid y sus casi 100.000 muertos. Ante ello, los «bla, bla, bla, presidente» sólo mueven al hastío de unos ciudadanos que sacan más cosas en claro conversando con la máquina del café que oyendo los vaniloquios sanchistas. Diríase que, en La Moncloa, el único que parece tomar medidas es el sastre de Sánchez para sus apariciones televisivas sobre el Covid. Como tantos otros ilusionistas patológicos, una vez que los españoles parecen haber perdido la inmunidad de grupo adquirida con los desaguisados infligidos por el optimista antropológico Zapatero, Sánchez personaliza lo que, en las escuelas de negocios, se denomina la «paradoja Stockdale» en alusión al drama del prisionero estadounidense de mayor rango de la guerra del Vietnam tras ser derribado el avión que tripulaba al sobrevolar territorio enemigo, y que permaneció casi ocho años recluido en una celda de uno por tres metros, carente de ventana, en la prisión bautizada irónicamente por la guerrilla del Vietcong como «Hanoi Hilton». Cuando le preguntaron a este jefe del ejército de EEUU por quienes no sobrevivieron, James Stockdale contestó: «Oh, eso es sencillo, los optimistas eran los que decían: 'Saldremos para Navidades'. Y las Navidades venían y las Navidades se iban. Entonces decían: 'Saldremos por Pascua'. Y llegaba la Pascua y la Pascua se iba. Y después, el día de Acción de Gracias; y después eran de nuevo las Navidades. Murieron a causa del corazón roto... Ésta es una lección muy importante. Nunca se debe confundir la confianza en que al final triunfarás -que nunca puedes permitirte el lujo de perder- con la disciplina para enfrentarte a los hechos más brutales de la propia realidad, sea cual sea». El devenir de quien logró vivir para contarlo porque, en medio de su calvario, mantuvo la lucidez racional para ver lo que podía y lo que no podía hacer durante su cautiverio hizo acuñar al consultor estadounidense Jim Collins, en su manual Empresas que sobresalen, el concepto de «la paradoja Stockdale». Describía así como el exceso de optimismo puede causar destrozos como los que acarrearon la muerte, cayendo en el desánimo, de aquellos soldados tras desvanecerse sus vaticinios, al revés de quien aceptó aquella brutalidad sin perder la fe en ser liberado de aquella pesadilla. En este sentido, conviene no perder nunca la confianza, pero ser prudentes cuando la circunstancia advierte en contrario. Para doblegar la realidad como la curva de la pandemia hay que investirse de liderazgo y no rehuir la responsabilidad de la encomienda que se desempeña mediante compromisos apócrifos en foros con presidentes autonómicos en los que se adoptan acuerdos que, en apariencia, satisfacen todas las exigencias contradictorias, pero sin concretar respuestas. Ante tal envite, la perversión del preciado consenso degenera en un costosísimo sistema de organizar la irresponsabilidad en el que, en consonancia con el refranero, «entre todos la mataron y ella sola se murió». Siguiendo la estela del gran liberal Isaiah Berlin en su ensayo sobre Tolstoi, inspirado en el verso del poeta griego Arquíloco de que «la zorra sabe muchas cosas, pero el erizo sabe una importante», Collins se inclina por los erizos a la hora de alcanzar resultados efectivos al centrarse éstos en lo esencial, como el agraciado Stockdale; así como «subir al autobús a las personas adecuadas», esto es, rodearse de equipos con talento para afrontar la adversidad por dura que sea. Por eso, ni el optimismo a tutiplén ni el lanzamiento de pronósticos esperanzadores como si fueran confetis -cuando existe riesgo serio de que se vean incumplidos- son virtudes políticas, como espolvorea Sánchez con la bobería solemne con la que Zapatero arruinó y enfrentó a los españoles. Son maniobras desatentadas que acarrean el descrédito político y el infortunio ciudadano haciendo que sólo se pueda ser optimista respecto al futuro del pesimismo. «Sólo un tonto optimista puede negar la oscura realidad del momento», fue el resorte que llevó en 1933, en una situación no menos hostil que la presente, al presidente Franklin D. Roosevelt en su discurso inaugural como inquilino de la Casa Blanca, a rescatar antiguas verdades para revivir una gran nación a fin de que perdure en el tiempo. «Tengo -aseveró- la firme convicción de que lo único que tenemos que temer es al miedo en sí, a ese injustificado terror que paraliza los esfuerzos necesarios para convertir el retroceso en una marcha hacia adelante. Nuestra angustia no viene de la falta de talento ni estamos afectados por ninguna plaga bíblica. En comparación con los peligros que nuestros antepasados superaron, todavía nos queda mucho que agradecer». En aquella encrucijada, como la de Inglaterra de la II Guerra Mundial con Churchill, EEUU se dotó de un liderazgo competente en contraposición con estos otros, como le espetó hace días el líder laborista a Boris Johnson en los Comunes, al frente de países como España que padecen el peor primer ministro en el peor tiempo posible. Ello hace que, cuando Sánchez pide tranquilidad, todos deducen que hay que inquietarse seriamente y correr en busca del bote salvavidas sin reparar en la orquesta del Titanic. Si el Churchill del «sangre, sudor y lágrimas» ironizaba con que «soy optimista porque no parece muy útil ser otra cosa», algunos parecen tomárselo al pie de la letra para escurrir el bulto. FRANCISCO ROSELL Vía EL MUNDO

sábado, 18 de diciembre de 2021

Carmen Iglesias: "No hay que pedir perdón por el pasado"

 La directora de la Real Academia de la Historia repasa en esta entrevista el pasado y el presente de España. "Que los representantes de lo que ha sido ETA estén en el poder es peligroso", afirma

 Carmen Iglesias, el pasado jueves en la Real Academia de la Historia. 

Carmen Iglesias, el pasado jueves en la Real Academia de la Historia.ÁNGEL NAVARRETE

El estreno el pasado octubre en un centenar de salas de cine del documental España. La primera globalización fue un punto de inflexión en el modo de acercarse al período de mayor esplendor de la historia de este país, sostiene Carmen Iglesias. En aquella cinta, ahora disponible en DVD, que dirigió José Luis López Linares fue clave la participación de la directora de la Real Academia de la Historia, catedrática, autora de numerosos ensayos y especialista en la Ilustración. Ella misma, y la generación de sus maestros (Luis Díez del Corral, José Antonio Maravall, Luis García de Valdeavellano, José María Jover), afirma: «Siempre hemos puesto en cuestión la leyenda negra y, sobre todo, nos ha preocupado a muchos la interiorización que hacían los españoles de ella. Este país es como los demás, tiene sus altibajos», dice en esta entrevista celebrada el jueves en su despacho de la Real Academia de la Historia. «La historia del mundo no se puede contar sin la historia de España. El descubrimiento, el proceso de tres siglos, la Monarquía Hispánica con una expansión territorial... Los americanos eran como los españoles, eran súbditos de la Monarquía Hispánica así que tenían los mismos derechos. Las leyes de Indias son un modelo; y ya con Isabel la Católica se protegían a las mujeres indias para que no se casaran en sus comunidades contra su voluntad. Fue impresionante».

Entonces, qué ha fallado.
No haber salido a la palestra y decir esto no es así.
Parece que siempre nos avergonzamos de nuestro pasado.
Sí, es un victimismo. Esto tiene que ver con un largo proceso. España fue el primer gran imperio global; bueno, un imperio que no es imperio, pues ya digo que los españoles llevamos allí [a América] lo que era España, lo bueno y lo malo, como en todo proceso histórico. Pero nunca hubo genocidio, hubo batallas sangrientas en donde muchas tribus indias lucharon junto a los españoles frente a los imperios indígenas. La mayor tasa de muertes primeras de población fueron por epidemias, pues en las Indias no tenían ninguna inmunización a nuestras enfermedades por su aislamiento geográfico. Pero en el siglo XVIII ya se había recuperado toda la población indígena, y eso explica que en el XIX los indios estén luchando del lado de la monarquía hispánica, no con los independentistas.
López Obrador, el actual presidente de México, vuelve a decir que los españoles hemos de pedir perdón por la conquista.
En el DVD extra del documental precisamente explico que no hay que pedir perdón por un pasado que se sitúa en otras coordenadas, con otro contexto y con otras mentalidades. Los encuentros de los pueblos siempre han sido conflictivos, la migración nunca se ha interrumpido, ni siquiera en la Edad Media.

Carmen Iglesias solía repetir a sus alumnos en la Universidad: «No sabemos quiénes somos hasta que no visitamos América». Y agrega ahora que «no hay más que recorrer las ciudades con sus edificios, con sus universidades, con sus leyes...».

Carmen Iglesias, directora de la Real Academia de la Historia.
Carmen Iglesias, directora de la Real Academia de la Historia.ÁNGEL NAVARRETE
Igual nos parece mejor ir a Londres que a Lima.
Exacto. Humboldt, que no es precisamente hispano, hace toda la travesía (con el pasaporte que le da Carlos IV) desde el sur de América, y cuando llega a Filadelfia se sorprende del retraso de ese Norte, que no tenía ni universidad ni nada. Claro, él había pasado por Cuba, que era una de las joyas de la Corona. Otra cuestión es que se suele olvidar es que la Monarquía Hispánica fue policéntrica, con varios centros; pues tan importante era México (avanzado el XVI y XVII era el centro del mundo) como Sevilla. Además nunca hubo ejército, más que algunas tropas de refuerzo en el siglo XVIII. Había representantes de la monarquía, pero la administración de los virreinatos se hizo con gente que estaba allí, criollos, mestizos... El mestizaje. Recuerdo que Carlos Fuentes siempre decía que el único pueblo que se había mezclado era el español. Todos somos mestizos al final.
Uno de los problemas de la historia es su enseñanza, que no es igual, depende de las autonomías.
Eso lo estamos combatiendo los historiadores desde el principio, pero nunca nos han hecho caso. Hay dos cuestiones que quiero resaltar: el comienzo traumático de España en la contemporaneidad y, ya con la democracia, el error político de haber dado tanto a las autonomías. Bastaba con haber reformado la ley electoral para que no hubiera pasado esto. Sobre el papel, el Estado de las autonomías no estaba tan mal, pero sí las concesiones sucesivas que han hecho los partidos políticos para mantenerse en el poder. Los dos partidos. No había que reformar la Constitución, hubiera bastado con haber reformado la ley d'Hont, que era muy discutible. Todos los sistemas de elección tienen sus defectos, pero este nos ha perjudicado muy especialmente en España. La transición se cerró en 1978 y fue modélica, no se pudo hacer mejor en ese momento. Esas personas que dicen que todo lo tenían pensado son de una prepotencia que no tiene sentido. La vida es imprevisible. Ha habido un descuido, como si la democracia funcionara sola. Como decía Rodríguez Adrados, la democracia es una tela de Penélope que hay que estar continuamente tejiéndola y destejiéndola para que no se nos acabe. Ahí ha habido un fallo de todos gravísimo. Me refiero al desarrollo de la democracia, la gran corrupción en los partidos. Y frente a eso hay que tener una barrera, hay que estar constantemente en guardia para que no se convierta en una corrupción generalizada o un caciquismo en el que perdamos el control de todo.
Aun así, creo que usted defiende que no hay que ser catastrofista.
Aquí vuelvo al principio de la contemporaneidad, que España la empieza en el siglo XIX con una guerra napoleónica que es de lo peor que nos ha pasado en la historia. Esa guerra duró seis años, fue la más larga de todas las que hubo en Europa y en ella el ejército francés entró a saco. Y el ejército inglés, que era el aliado, hizo lo mismo. Los españoles querían que hubiera sido una guerra rápida, pero no fue así y el ejército sufrió mucho. También se ha dicho, algunos historiadores, que era la primera guerra civil: eso es una tendenciosidad. La primera guerra civil española (de la modernidad, se entiende) es la primera guerra carlista y las dos siguientes, con todo su reaccionarismo. Esa ha sido la desgracia del siglo XIX. España quedó devastada.
Hay quien dice que España se puede desmembrar.
Desde luego estamos en un momento crítico. El nacionalismo, que ya surge en el XIX con fuerza, ha sido la gran desgracia de Europa, porque en el XX provocó las dos guerras mundiales. España ya sufrió en la I República el separatismo hasta llegar al cantonalismo, a la destrucción. Aquí, como pertenecemos a Europa, espero que de alguna manera haya un dique. Espero, porque lo que se está haciendo con el país es peligroso. Eso de que en cada región, cada autonomía... En el documental, las dos intervenciones que hace Alfonso Guerra, que es el único político que aparece, lo dice muy bien porque cuando se leen los estatutos de autonomía cada una de las regiones se define como absolutamente cabeza de todo ¿y resulta que España no significa nada, el conjunto no vale? Ha habido una dejación de la educación cívica. Yo antes de presidir Unidad Editorial [empresa editora de EL MUNDO] fui directora del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales y lo primero que hicimos fue crear unos seminarios con profesores de secundaria sobre la enseñanza de la Constitución y su historia, para que pudieran transmitirlo. Duró dos años.
¿Por?
Se cortó en un momento dado porque los catalanes y los vascos, que siempre han sido unos privilegiados, con la monarquía, con Franco... no querían. Y los gobiernos centrales se amilanaban. Esto ha pasado desde el siglo XIX.
Ahora están Bildu y...
Ahora hemos llegado a un nivel... Que los representantes de lo que ha sido ETA estén en el poder es peligroso, ¿no? Nunca pensamos que se pudiera llegar a esto. Creo que la sociedad civil y algunos partidos y algunos políticos tienen cosas que decir. Habrá de alguna manera un dique. O ponemos un dique o esto se va a paseo. Sólo cuando hemos sido unitarios y flexibles ha funcionado la cosa.
Ahí está Felipe VI, que parece que lo tiene clarísimo.
Lo tiene clarísimo. Y está soportando un peso importantísimo. Es la clave de bóveda de todo el sistema. Realmente, la monarquía constitucional, la parlamentaria, ahí está lo que los clásicos llamaban un régimen mixto con frenos y contrapesos. En Europa siguen funcionando. Conocer la historia, y volvemos al meollo, es absolutamente fundamental. Porque no podemos hacer nada desde pequeños cantones. En la transición, que sigue siendo modélica, se aprendió eso que dice Hannah Arendt y luego su discípula Agnes Heller, que en un momento dado hay que pararse en un punto cero y decidir que haya una reconciliación, que es lo que se hizo. Porque si no las generaciones jóvenes estarán en guerra civil constantemente.
El nivel de enfrentamiento actual no parece que lo hubiera durante la transición.
Pues hay que luchar, pelear un poco y poner sobre la mesa toda la historia para que se demuestre que así no vamos a ningún sitio.
¿Habría que aprender de la transición?
La transición era el producto de una larga etapa, como fue el franquismo, donde al final había un divorcio total entre la sociedad civil (ahí está Espacios de libertad, el discurso de ingreso de Juan Pablo Fusi en esta Academia) y dónde estaba todavía el gobierno firmando penas de muerte. Y manteniendo cada año el 'vencedores y vencidos'. Los españoles habían entendido que para vivir en paz y para estar con el modelo europeo había que reconciliarse. Al final de la Guerra Civil, ya lo propugnó Azaña con las tres 'p', lo que pasa es que lo dijo en el 38 ["Paz, piedad, perdón", discurso pronunciado el 18 de julio de 1938], no en el 36. La transición, terminó en 1978 con la nueva Constitución y el comienzo de la democracia. Los errores en las personas y en las instituciones crean un efecto acumulativo, por eso, pretender como si ETA no hubiera existido es absolutamente intolerable, porque ETA ha estado asesinando en democracia y ha creado unas víctimas, y las víctimas están ahí y no se las puede dejar sin más. Una cosa es 'pasemos un poco al olvido' y otra cosa es que esa gente esté representada en el Gobierno. También lo que ha pasado en la democracia es que las cuestiones que estaban equivocadas no se han modificado, ha habido un efecto acumulativo que nunca se ha intentado corregir a tiempo, como la ley electoral. En este momento tan confuso hay gente relacionada con ETA que aparece como hombres de paz, que ya es el colmo. La falta de decoro con que se niega hasta la verdad de los hechos, como si todo fuera relativo.
¿Y la idea de la España como la primera globalización?
Empezamos hace cuatro años, en los ciclos de conferencias que hacemos en CentroCentro con la Fundación Santander a difundir este sintagma para definir aquellos siglos de presencia española en el mundo, que responden a la verdad de los hechos.
 
 
                                                             MANUEL LLORENTE   Vía EL MUNDO

jueves, 16 de diciembre de 2021

¿Está cambiando algo Cataluña?

 Esta cambiando Catalunya Lo relevante 42_1 

El objetivo de El Panóptico es intentar comprender lo que sucede, y eso supone detectar tendencias, cosa siempre arriesgada. ¿Está habiendo algún cambio en la sociedad catalana?

 

Según el sondeo del Institut de Ciències Polítiques i Socials (ICPS) de 2021, el apoyo a la independencia baja en Cataluña. Solo un 39’4 % de catalanes estarían a favor de la secesión. El 59’9% estarían a favor de seguir formando parte de España. En cambio, el 82% estaría a favor de mejorar la financiación, es decir, de mejorar las condiciones reales de vida.

Esta cambiando Catalunya Artículo

"Mano sosteniendo un signo de interrogación ”, Freepik

Si de las tormentosas cumbres ideológicas descendemos a los problemas reales, que son muchos, es posible que nos decidiéramos a resolverlos

En La Vanguardia, Francesc Granell escribe: “Me da la sensación que, de un independentismo extremo, Catalunya está ahora entrando a un proceso de aceptación del constitucionalismo (…) Vemos que Catalunya está cada vez más inserta en la realidad española”.

Isabel García Pagan, también en La Vanguardia: “La pandemia y la presidencia de Aragonés ha devuelto a Catalunya al multilateralismo autonómico, pero hasta el independentista más pragmático esquiva el debate de la reforma constitucional”. Los politólogos nos dicen que es muy difícil el acuerdo sobre temas ideológicos, pero que es más fácil sobre temas concretos que afectan a la política real.

Jordi Pujol, en Entre el dolor i l’esperanza (Proa, 2021) reconoce que “el resultado de esa confrontación ha sido malo para unos y para otros”. Admite, por supuesto, el derecho a plantear la independencia, pero recomienda lo que a mi juicio es una clara llamada a convertir el conflicto en problema: los independentistas deben estar abiertos “a fórmulas no independentistas que, seriamente y con garantías, aseguren la identidad, la capacidad de construir una sociedad justa y de facilitar la convivencia”.

Si de las tormentosas cumbres ideológicas descendemos a los problemas reales, que son muchos, es posible que nos decidiéramos a resolverlos. 

 

 

JOSÉ ANTONIO MARINA Vía EL PANÓPTICO Número 42

 

miércoles, 15 de diciembre de 2021

Madre patria: Desmontando la leyenda negra desde Bartolomé de las Casas hasta el separatismo catalán

Portada 

En la contraportada de este libro, editado por ESPASA, se dice lo siguiente:

«En Madre patria, el profesor Marcelo Gullo Omodeo demuestra que lo que está pasando ahora en España, en su contexto histórico y geográfico, es imposible de separar de la América hispana. Las cuentas pendientes son las mismas: afianzar las democracias y conjurar la inestabilidad territorial, cara y cruz de la misma moneda. Sorprende que el autor viva la profunda crisis que España atraviesa con tanta implicación y más sentido de la responsabilidad que muchos españoles». María Elvira Roca Barea

En este monumental libro, Marcelo Gullo Omodeo demuestra que la leyenda negra fue la obra más genial 

del marketing político británico. Que, de manera inconcebible, los españoles se han creído la historia de España e

 Hispanoamérica que escribieron sus enemigos tradicionales, y se avergüenzan de un pasado del que deberían

 sentirse orgullosos. Que Hernán Cortés no fue el conquistador de México, sino el libertador de cientos de pueblos

 indígenas que estaban sometidos al imperialismo más feroz que ha conocido la historia de la humanidad: el de los

 aztecas. Que no fueron Pizarro y el puñado de españoles que lo acompañaban los que pusieron fin al 

imperialismo totalitario de los incas, sino los indios huancas, los chachapoyas y los huaylas. Que las masas 

indígenas en Colombia, Ecuador y Perú se mantuvieron fieles a la Corona española hasta el final. Que los

 libertadores Simón Bolívar y José de San Martín no quisieron romper de forma absoluta los vínculos que unían a

 América con España, sino que buscaron con todas sus fuerzas la creación de un gran imperio constitucional 

hispanocriollo con capital en Madrid. O que la responsabilidad de la disolución del Imperio español la tuvo

 Fernando VII, que prefirió estar preso en Europa y no libre en América.

Concluye el autor señalando que nada separa a España de América, ni a América de España, salvo la mentira y la

 falsificación de la historia, y que el futuro de ambas depende de que sean capaces de desterrar para siempre el

 mito de la leyenda negra de la conquista española de América".

 

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Mariano y un sentimiento de profunda tristeza

 A mucha gente del Partido Popular la 'performance' del lunes tarde del expresidente ante la comisión de Kitchen le ha hecho mucha gracia, pero es la enésima prueba de la seca calidad moral del personaje

Mariano y un sentimiento de profunda tristeza 

El expresidente del Gobierno, Mariano Rajoy. Europa Press

A mucha gente del Partido Popular la performance del lunes tarde de Mariano Rojoy ante esa comisión Kitchen que en el Congreso trata de esclarecer la trama urdida por el exministro del Interior, el devoto Fernández Díaz, con la intención de destruir las pruebas contra el partido y sus dirigentes que pudiera ocultar el extesorero Bárcenas, le ha hecho mucha gracia. Mariano les ha vuelto a parecer un tipo muy ingenioso, qué tablas, qué grande, cuánta ironía, qué de chascarrillos, cómo ha toreado a los portavoces, y qué corte al rufián de ERC, toda una demostración de “marianismo” en vena… Y a mí me ha parecido una exhibición más de su poca vergüenza, la enésima prueba de la seca calidad moral que se cobija bajo la indolente arquitectura del personaje, y me asombra que haya gente, tanta gente, dispuesta a reír las gracias (escasas) de un sujeto cuya nefasta influencia en la complicadísima situación por la que atraviesa este país es más que evidente.

Después del episodio protagonizado en la tarde noche del 31 de mayo de 2018, jornada en la que, en el Congreso de los Diputados, se estaba decidiendo la suerte de una democracia que ya venía muy dañada por años de incuria y corrupción; después de aquella tarde noche en la que el personaje, seguramente implorando un piadoso trágame tierra, decidió refugiarse, cobarde como él solo, en el reservado de un restaurante de Alcalá esquina Independencia del que salió dando tumbos; después de aquel general oprobio uno esperaba, digo, que Mariano Rajoy corriera a refugiarse en el monasterio de San Isidro de Dueñas, Orden Cisterciense de la Estricta Observancia, trapenses acogidos a la regla de San Benito, sumido en las sombras del silencio, o en su caso en el de Santa María la Real de Oseira, el mítico enclave orensano donde uno imagina a Eco escribiendo El Nombre de la Rosa, y diciendo adiós a todos para siempre jamás, escondido tras gruesos muros de los casi 11 millones de votantes traicionados, aquella mayoría absoluta dilapidada en el altar del más inaceptable tancredismo, un río de votos que vino a rendir aguas en la desembocadura de un crimen que nadie nunca podrá perdonarle: el de haber servido el poder en bandeja al experimento político más dañino que ha conocido España desde Franco. El Gobierno de un aventurero sin escrúpulos dispuesto a pactar con lo peor de cada casa para mantenerse en el poder.

La Trapa o, en el peor de los casos, la reclusión voluntaria en el registro de la propiedad del que es titular, echando sobre su vida un manto de silencio que jamás nadie con un átomo de dignidad hubiera osado abandonar. Pero en lugar de eso, el truhán no duda en exhibirse con la pachorra y el desparpajo de quien hizo de su presidencia una exaltación de su incapacidad. Lo del lunes fue eso, otra demostración de cuajo, otra muestra de indecente atrevimiento. Cuánta astucia, cuánta maña, cuánto artero disimulo.

Y es posible que, en efecto, no conozca a Villarejo, raro, raro, y hasta es posible que nunca haya hablado con él, pero lo que jamás podrá negar es que siempre estuvo informado de las idas y venidas del famoso excomisario, esa enmienda a la totalidad de la calidad de nuestra democracia

Nunca supe nada, nunca hablé con nadie, no conozco a Villarejo… Y es posible que, en efecto, no conozca a Villarejo, raro, raro, y hasta es posible que nunca haya hablado con él, pero lo que jamás podrá negar es que siempre estuvo informado de las idas y venidas del famoso excomisario, esa enmienda a la totalidad de la calidad de nuestra democracia. Informado de las andanzas de Villarejo, de quienes pagaban a Villarejo y de los periodistas que servían de correos a Villarejo. Le informaba María Dolores de Cospedal y, más puntualmente, Mauricio Casals, el listísimo capo de La Razón, embajador plenipotenciario del grupo Planeta en Madrid. ¿Y quién informaba a Casals? Pues naturalmente que Villarejo.

En realidad, Mariano siempre estuvo al corriente de lo que ocurría en España y alrededores, como no podía ser de otro modo. Otra cosa es que el pasmarote se tumbara a la bartola dejando pudrir una información que debiera haber utilizado en defensa de los intereses de la nación. Porque lo suyo fue siempre un verlas venir, dejarlas pasar y si te mean encima decir que llueve. Lo sabía todo, lo supo todo, nunca hizo nada. Todo lo instrumentó con ese enfermizo afán que se apodera de quienes tocan poder por atesorar información para enfrentar a unos con otros (Cospedal contra Soraya; Soraya contra Cospedal), para estar al corriente de lo que hacía cada cual y guardar sus espaldas. Lo sabía todo del CNI. Le informaba puntualmente Soraya. Y cuando a Sanz Roldán se le ocurrió realizar alguna aventura pro modo sua o de su verdadero amo, léase Juan Carlos I, sin avisar a Moncloa, tal que aquel viaje a Londres para amenazar a la célebre Corina, Mariano reaccionó airado pidiendo explicaciones.

-Es que ha sido un viaje particular.


-¿Cómo que particular? El jefe de los servicios secretos no puede tomar una iniciativa de esa clase sin que lo sepa el presidente del Gobierno. Que no vuelva a ocurrir.

¿Cómo es posible que el PP siga presumiendo de un tipo al que debería haber encerrado para siempre en las catacumbas de su ominoso pasado reciente? Se explican así muchas de las cosas que siguen ocurriendo en el PP

Lo supo todo, pero todo le dio lo mismo. Todo se lo pasó por el arco del triunfo de su infinita molicie. Alguien escribió ayer en un tuit, tan brutal en el lenguaje como certero en el mensaje, asegurando que “Mariano Rajoy personificó el peak del sudapollismo español”. A Mariano siempre le importó un bledo este país, porque de otra forma no se entendería lo de la noche del 31 de mayo de 2018. De su comparecencia del lunes queda una visión agraz de España y de su clase política, el paisaje desolado de un país de difícil arreglo, y la tierra quemada de un PP anclado en el barro, un partido que en lugar de haber hecho examen de conciencia y haberse disculpado ante aquellos 11 millones de votantes estafados; en lugar de reconocer errores y mostrar propósito de enmienda; en lugar de embarcarse, Pablo, en una regeneración integral con la vista puesta en servir a la modernización de este país mediante el instrumento de una moderna derecha liberal, en lugar de eso, digo, te has dedicado a sacar en procesión a Mariano, el pobre Mariano, esa representación viva de la decadencia, por cuantos festejos, convenciones y congresos realizas por las cuatro esquinas. ¿Cómo es posible que el PP siga presumiendo de un tipo al que debería haber encerrado para siempre en las catacumbas de su ominoso pasado reciente?
Se explican así muchas de las cosas que siguen ocurriendo en el PP.

Como esa locura que se ha apoderado de una cúpula en Génova decidida a acabar, al precio que sea, con Isabel Díaz Ayuso, la política más prometedora que ha dado este país en mucho tiempo. Difícil lo tiene España. Difícil, los millones de ciudadanos que aspiran a vivir en una sociedad abierta, madura y crítica, libre de espasmos, confiada en el buen funcionamiento de las instituciones, convencida de la fuerza de una ley igual para todos. Alguien dirá que esto es cargar las tintas sobre un Rajoy menor habiendo casos peores, recorridos aún más censurables, despojos humanos como el de ese también expresidente que ahora se dedica a jalear a las dictaduras sudamericanas y, lo que es peor, a hacerse millonario al lado de tiranos como Maduro con la desgracia de millones de venezolanos condenados a la muerte o el exilio, y seguramente será cierto, solo que uno nunca esperó nada del socialismo y sí de la libertad. Y desde el punto de vista de los amantes de la libertad y de los partidarios de la España liberal, el recordatorio de Mariano, el peregrinar de Mariano por Hormigueros y Congresos, resulta un espectáculo inaceptable. Una insoportable exhibición de impudicia, traducido al final en un sentimiento de profunda tristeza.

 

                                                                           JESÚS CACHO   Vía VOZ PÓPULI

domingo, 12 de diciembre de 2021

El delito de lesa humanidad del 'apartheid' catalán

Mientras Barcelona asistía a la iluminación de la estrella que corona la torre de la Virgen en la Sagrada Familia, los herodes del independentismo promovían su particular infanticidio educativo.

 El delito de lesa humanidad del 'apartheid' catalán 

ULISES CULEBRO

 Mientras Barcelona asistía deslumbrada en la Festividad de la Inmaculada a la iluminación de la estrella que corona la torre de la Virgen María de la Sagrada Familia, con asistencia del cardenal Omella y toda la oficialidad de la Generalitat con Pere Aragonès al frente, los herodes del independentismo promovían su particular infanticidio educativo en Canet de Mar contra el derecho de un colegial de cinco años a recibir parte de su enseñanza en español. Contra lo ventilado por el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña en favor de tantos "santos inocentes" estigmatizados por el cruel despostismo nacionalista, estos émulos de aquel Herodes el Grande han recreado la venganza de quien, burlado por los Magos de Oriente, sobre el lugar exacto del nacimiento de Cristo y sobre la estrella que debía orientarle, ordenó deshacerse, según la tradición, de los menores de dos años nacidos en Belén.

Lejos de cejar en su acoso y de preservar su intimidad ordenada por el tribunal a las autoridades gubernativas, las turbas independentistas redoblaron su hostilidad el viernes al concentrarse, a la hora de la salida de los escolares, en los aledaños del colegio y revelar la supuesta identidad de los progenitores, así como su actividad laboral. Es lo que acaecía en la Alemania nazi con los judíos y se ha hecho hábito en una Cataluña independentista en la que la vida, en contraste con la película de ese título, no es bella para los Josué catalanes.

A diferencia de la oscarizada película de Roberto Benigni, es difícil que este padre de Canet se las ingenie para hacer creer a su retoño que el apartheid que les asola, en este ascenso del fascismo, es un juego, aunque acredite gran heroicidad en este brete en el que el silencio puede ser el grito más fuerte, como enseña la agridulce cinta italiana. Todo ello con el mutismo ominoso de Pedro Sánchez que, para no enojar a quienes le sostienen en La Moncloa, se lava las manos como Poncio Pilatos ante el desacato de una Generalitat que se niega a aplicar el fallo del Alto Tribunal catalán y que alienta a los lobos del fanatismo. Aullando como fieras hasta perder la máscara de la sonrisa y dejar a la vista su naturaleza de alimañas, procuran expulsar el español de Cataluña dentro de un proceso encaminado a excluir de todo derecho a quien no comulgue con su credo.

A través de la delación lingüística y la persecución social, imponen la adscripción al nacionalismo como religión oficial del confesional nuevo Estado catalán, desplazando a la marginalidad y al desprestigio social a esa mayoría que, según el Instituto de Estadística de Cataluña, posee el castellano como lengua materna (52,7% frente al 31,5%), se identifica con él (46,6% frente al 36,3%) o lo usa como lengua habitual (48,6% frente al 36,1%). Sin embargo, como el horror no cae del cielo, la indiferencia puede hacer que la gente normalice lo execrable y se insensibilice hasta entronizar al mismo mal.

Como refiere el protagonista de la versión cinematográfica de El hombre lobo de París, "hasta un hombre puro de corazón que reza sus oraciones por la noche puede convertirse en lobo cuando florece el acónito y la luna está llena". Si un pueblo culto como el alemán llegó al delirium tremens de empujar a los márgenes de la sociedad y al exterminio a una minoría que parió talentos como Einstein, Heine o Mendelsohn, esto puede suceder en todo lar. La indiferencia se torna contra el indiferente, si no se defiende la ley como la familia de Canet porque sólo así se vence a los enemigos de la libertad.

No todos, desde luego, tienen la posibilidad de marcharse ni tienen por qué hacerlo como el pintor norteamericano de origen irlandés Sean Scully, del que este verano transcendía que había cogido, junto a su mujer, la artista Liliane Tomasko, y su criatura de cuatro años el portante y se había ido de la Barcelona a la que recaló en vísperas de las Olimpiadas por no estar dispuesto a que "griten a nuestro hijo, o a nosotros, por no hablar en catalán". A este maestro del arte abstracto, dos veces nominado al premio Turner, se le clavó en el corazón el aguijón de avispa de una anciana que vejó a su crío por balbucear algo en español, después de sufrir él mismo la desconsideración de que se le dirigieran en catalán personas que dominaban el español como el que suelta: "Jódete". "No pudimos soportar esa mierda», aseveró un perplejo Scully, dado que hay catalanes que, viviendo en Irlanda, hablan en inglés sin que se les critique por no emplear el irlandés «al sobrentenderse que los países con lenguas propias son bilingües".

Así, antes que escolarizar a su hijo en catalán, Scully cruzó la frontera francesa y se instaló en Aix-en-Provence para no tener que aguantar el asfixiante clima que se había adueñado de una Cataluña en las antípodas de la que le atrajo y cuyo declive coincidió con la extinción del fuego del pebetero olímpico, que obscureció las Luces de la Razón. Al fin y al cabo, para el proyecto de inmersión nacionalista, las Olimpiadas fueron un paréntesis en la construcción de un movimiento en el que la lengua suple el papel de la raza, de la que aún no ha mucho echó mano el líder golpista y jefe de filas de ERC, Oriol Junqueras, quien diferenció los genes de los catalanes de los del resto de los españoles en sintonía con el atrabiliario racista doctor Robert, alcalde de Barcelona a fines del XIX, para trazar una infranqueable línea divisoria entre "nosotros" y "ellos".

Mientras se festejaba la caída del Muro de Berlín por una Europa que quería enterrar los nacionalismos que originaron dos guerras mundiales, Cataluña sentaba las bases para erigir el suyo, desencadenando la hégira de aquellos que se lo podían permitir como Scully o el ostracismo a quienes no estaban dispuestos a renunciar a su tierra. En su adiós sin despedida de la Barcelona perdida, el nacionalista irlandés que había sido el joven Scully constató como pintor y padre la apreciación de George Orwell en su Homenaje a Cataluña: "Los nacionalistas no sólo no condenan las malas acciones realizadas por su bando, sino que tienen una increíble capacidad para ni siquiera oír hablar de ellas".

El nacionalismo siempre ha tenido claro que la lengua es un arma de primer orden frente a la torpeza inconmensurable de los sucesivos gobiernos españoles. Con la llegada de Jordi Pujol, éste pasó, postergando a los castellanoparlantes, del bilingüismo al monolingüismo en catalán en una la ley de inmersión que refrendó el temor de Tarradellas de que su sucesor, quebrando la etapa de confianza e ilusión iniciada en 1977 con la restauración de la Generalitat, emprendía una ruptura que "haría recordar otros tiempos muy tristes y desgraciados para nuestro país".

Lamentablemente, se desaprovechó una magnífica oportunidad para cerrar el melón de las divisiones y enfrentamientos cosiéndolas con cañamazo fuerte, como el balón de rugby que sirvió a Mandela para conciliar a un país enemistado en rivalidades raciales y para sanar las heridas aún frescas del apartheid. Fue providencial la clarividencia de un Mandela que, pese a padecer el pasado tras barrotes, no se agarró a él -el odio es un sentimiento desdichado-, sino que lo superó con la excusa del Mundial de Rugby de 1995 garantizando la paz y la libertad a la Sudáfrica en precario que tomó bajo su mando.

Ciertamente, así ha sido con la inconsciencia de los partidos nacionales, deudos del voto nacionalista para sus mayorías parlamentarias, y que sirvieron a Pujol los pertrechos para que se pusiera rumbo a su imaginaria Ítaca luego de implantar lo que Tarradellas denominó una "dictadura blanca" más peligrosa, si cabe, que la roja porque, si bien "no asesina, ni mata, ni mete a la gente en campos de concentración, se apodera del país". A este propósito, Pujol controló férreamente el ingreso a la función pública con especial atención al campo educativo tras forzar la salida de profesorado castellanohablante.

Para imponer su plan, se adueñó de los colegios desde las aulas a los patios hasta requerir a los padres que hablen en catalán en el ámbito familiar para que los niños no sean unos inadaptados y sí unos buenos catalanes. Además, de la mano de la lengua, se justifica un expansionismo que entronca con el "espacio vital" al que Hitler afirmaba tener derecho sobre las naciones de habla alemana. Un proyecto de ingeniería que se corresponde con la modificación de la toponimia hasta erradicar el castellano y distanciarse de España promoviendo la catalanización de nombres y apellidos. Algo que se puso de moda en la Alemania de la segunda mitad del XIX, donde se dio en bautizar a los niños con sonoros nombres de la antigüedad germano-escandinava y que se incrementó en el Tercer Reich. No había forma más fácil de demostrar fidelidad al régimen que un nombre nibelungo. A esta ósmosis se sumaron algunos judíos, como algunos charnegos agradecidos, vilipendiados por supremacistas que se arrogan dispensar certificados de limpieza de sangre.

Como certificó Samuel Johnson, el intelectual por excelencia de Inglaterra, las lenguas son el linaje de las naciones. De ahí la erradicación legal del castellano y la condena al ostracismo de sus hablantes, que son males que ni cura el tiempo ni el silencio, sino que los agrava.

Nadie -y menos el Gobierno- debiera enmudecer frente a un nacionalismo de lengua bífida que envenena la convivencia de modo letal como las serpientes. Dentro de su pregonado reparto de organismos por España, la ocasión se la pintan calva para que un gran oportunista como Sánchez ubique en Cataluña esa Oficina del Español que, por el procedimiento de copia y pega, le plagió a Ayuso, pero de la que, como su tesis doctoral fusilada, se ha quedado sólo con el título.

La cacería humana de Canet de Mar constituye un eslabón de la cadena en una estrategia de linchamiento y de depuración política que ya se ha cobrado sus frutos en el País Vasco, donde ETA no sólo perpetró más de 1.000 asesinatos, sino que acometió la limpieza étnica de unos 100.000 ciudadanos alterando el censo electoral y el devenir político de la autonomía. Es lo que arguye con tino y saber jurídico el presidente de la Audiencia Provincial de Madrid y ex magistrado instructor de la Audiencia Nacional Juan Pablo González, para procesar a los dirigentes de la banda por delitos de lesa humanidad.

No en vano, las víctimas de sus casi 1.000 crímenes con autor conocido, junto a los otros más de 350 asesinatos todavía sin esclarecer, así como a los miles obligados a exiliarse, se les escogió por su adscripción política e ideológica. Ello, según Juan Pablo González, alteró "de manera significativa" el censo y consolidó "como inevitable la hegemonía del nacionalismo", mientras condenaba a la irrelevancia a los que más hicieron contra el terror, como se aprecia en los últimos 20 años desde el intento del PP y PSOE, con Mayor Oreja y Redondo Terreros, de plantear una alternativa constitucionalista en 2001.

Sin un juicio de Núremberg sobre los crímenes de ETA que condene su ideología totalitaria, el brazo político de la banda, con su legalización por Zapatero y su blanqueamiento por Sánchez, se alza como determinante. Lejos de ser derrotada políticamente, dicta la suerte de España, a la par que marca el camino al separatismo catalán -con el que selló un pacto de sangre en Perpiñán en 2004- a la hora de aterrorizar a la población hasta inclinar el censo a su favor y que la ruptura sea irreversible bajo los aullidos de una masa que no deja de mostrar su apetito mientras exista alguien fuera de ella. De ahí que el 'apartheid' catalán tenga los visos de desembocar, como el vasco, en un delito de lesa humanidad.

 

                                                                  FRANCISCO ROSELL   Vía EL MUNDO