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domingo, 31 de enero de 2021

ILLA Y EL CAPITÁN DEL PRESTIGE

Si Sánchez hubiera querido revirar hacia posiciones constitucionalistas lo habría buscado, pero no lo hizo, como no lo hará Illa. Aspiran a unos buenos resultados que supediten a ERC en Cataluña y en las Cortes

Illa y el capitán del Prestige 

 

Con la catástrofe medioambiental del petrolero Prestige en las costas gallegas, el PSOE desencadenó en 2002 una desaforada ofensiva contra el PP, al mando de las administraciones estatal y autonómica, sumamente eficaz. Tanto que, a ojos de la opinión pública, aparentó que Aznar y Fraga, más que cometer errores de gestión para atajar el vertido de fuel, hubieran hundido aquella chatarra flotante con su tóxica mercancía. De esta guisa, su capitán habría sido una víctima de los elementos y usado como cabeza de turco para desviar la atención sobre su responsabilidad.

De hecho, en 2013, la Audiencia de Coruña condenó al capitán Mangouras a sólo nueve meses de prisión por tardar tres horas en aceptar que se remolcara. Hubo que esperar a 2016 para que el Tribunal Supremo elevara la pena a dos años al estimar que Mangouras maniobró «temerariamente y a sabiendas de que probablemente se causarían tales daños». Aun así, el perito judicial de la plataforma que aglutinó todas las movilizaciones razonaba que Mangouras nunca debió haber pasado por reclusión.

En ese contexto, poco faltó -valga la ironía retrospectiva- para que Nunca máis estampara camisetas con la foto de Mangouras, al modo del intento de deificación laica -simultaneado con su aparición en programas de entretenimiento- de hace meses de Fernando Simón, director del Centro de Alertas y Emergencias Sanitarias, pese a su contumacia en la mentira desde que se desató el coronavirus hace un año. A esa anómala percepción de la realidad coadyuvaron antaño y hogaño cadenas televisivas que retransmitieron las campanadas de la Nochevieja de 2002 envueltas en chapapote, de igual forma que, tras ocultar los féretros de los más de 80.000 muertos por el covid, han apreciado esta vez de mal gusto cualquier alusión a la pandemia en la última medianoche de 2020 a fin de que estas uvas no fueran las de la ira como las del año del Prestige.

El frenesí socialista fue tal aquel 2002 que al diputado madrileño Antonio Miguel Carmona se le soltó la lengua y presumió de que, si al PSOE no le llegaban con esos votos para tomar La Moncloa, «ya hundimos otro Prestige». No lo habría, pero acontecería otra calamidad más terrible como la masacre islamista del 11-M de 2004 en Madrid para que España tuviera un «presidente por accidente» como Zapatero. Sin duda, Carmona verbalizó lo que era general comentario socialista y, si bien hubo de dimitir, el PSOE siguió agitando la consigna «votar PP es votar el Prestige». Como en la primavera de 1981 había enarbolado la pancarta del «vota UCD, vota colza» a raíz de la adulteración criminal de ese aceite por unos desaprensivos.

Si a Rajoy, entonces vicepresidente, le persigue su ocurrencia de que salían del Prestige «unos pequeños hilitos como de plastilina», otro tanto cupo al ministro ucedista Sancho Rof cuanto soltó la simpleza de que el mal de la colza era infligido por «un bichito tan pequeño que, si se cae de la mesa, se mata». Sin embargo, con Sánchez, Illa y Simón, son tantas las boberías dichas en este año del covid que una sepulta a la siguiente. Mucho más si, en sociedades videoadictas con memoria de pez y en las que la última noticia borra a la anterior, se cuenta con una legión de medios públicos y concertados. Esto lleva, contra de lo tarareado por el argentino León Gieco en su clásica canción de protesta, a que «el engaño nos sea indiferente».

Recobrando el intento de redención del capitán del Prestige, cabe fijar algunas analogías con el relato propagandístico del PSOE para trocar el defecto Illa, por su indolente tarea contra la pandemia, en el pregonado efecto Illa a base de difuminar su actuación y subrayar su talante, que diría Zapatero, para auspiciar la candidatura de quien no ha pronunciado como ministro ninguna mala palabra, salvo las invectivas contra la presidenta madrileña, pero tampoco ha protagonizado una buena acción.

Si en cualquier otro país tirarse del barco en el punto álgido de la pandemia y en medio de un complicado proceso de vacunación, tras prometer que el 70% de su población estaría inoculada el 21 de junio, lo inhabilitaría para figurar en cartel alguno, aquí esa defección se juzga una muestra de vocación de servicio por parte del presidente, Pedro Sánchez, con redoble de tambores del primer secretario del PSOE y feliz nuevo ministro de Política Territorial, Miquel Iceta, en una muestra de cómo los intereses generales se postergan a los partidistas.

En este sentido, como al capitán del Prestige, a Illa se le ha sacado brillo como a las monedas falsas para que pasen por piezas de curso legal. A este respecto, no se han regateado medios públicos hasta instrumentalizar empresas estatales como Aena, cuyo presidente, Maurici Lucena, ha mostrado su disposición militante a ser vicepresidente de Illa para ayudarle a vestir el muñeco, pero no dimite ni se priva de su bicoca. Claro que, en la demenciada política catalana -«vorágine de patologías políticas», la ha catalogado el premio Pulitzer George F. Will en The Washington Post-, Illa no desentona de muchos contrincantes pudiéndole bastar con poner punto en boca de modo para que cada cual interprete a su gusto el hermetismo de un funcionario de partido dispuesto a políticas de cualquier hechura.

Tirando de manual, Illa sigue la falsilla de Sánchez en las elecciones generales, si bien el plebiscito que anhelaba el presidente no fue tal y bajó de escaños abrazándose a Iglesias. Así, de la misma manera que el CIS a cargo de ese desaprensivo sociólogo apellidado Tezanos infló con hormonas numéricas las expectativas de Sánchez para valerse de la aureola de ganador y concentrar el voto útil de los electores de centroderecha usando el espantajo de Podemos, desdiciéndose de sus compromisos a las 72 horas de cerrarse las urnas, ahora se reitera la patraña presentando a IIla -¡con una participación del 70% en plena pandemia!- como la lista más votada.

Por medio de estas encuestas horneadas por Tezanos, siempre al gusto de La Moncloa y al servicio de su militancia socialista, se busca igualmente un efecto arrastre y se abona que Illa concentre el voto útil constitucionalista en un partido criptonacionalista que, desde el tripartito de Maragall en adelante con ERC y los neocomunistas, luego refrendado por Montilla, nunca ha favorecido la entente que pregonó hace un año Sánchez para sí y ahora reitera Illa con similar mendacidad. No deja de ser un señuelo para recobrar el voto que permitió a Ciudadanos entronizarse como primera fuerza después de nacer de una costilla del PSC al integrarse este último en el partido único de Cataluña como una tendencia más.

Empero, pasma que muerdan el anzuelo quienes debieran estar escaldados y se declaren dispuestos -como sugieren los líderes nacionales del PP y Cs- a formar un gobierno constitucionalista presidido por Illa cuando, en el caso de que los votos posibilitaran esa cábala, ni querría ni podría. Como sentenció Rafael Guerra Guerrita, «lo que no pue ser, no pue ser, y además es imposible». El centroderecha se conduce errático -en especial, Cs, como refleja su descabellada campaña del «vota abrazos»- y, como los borrachos, busca una farola, no para leer lo que ocurre, sino para no perder la verticalidad.

Illa no va a reformular lo que es la estrategia del PSC en lo que va de siglo XXI y argüirá que, en aras a coser las heridas abiertas con el golpe de Estado separatista de 2017, hay que forjar un tercer tripartito con ERC, como los precedentes muñidos por Iceta. Pero, primordialmente, porque descabalaría el Gobierno Sáncheztein y haría que quien lo ha designado candidato con su dedazo bailara el resto de la legislatura en la cuerda floja en la que lo hizo el jueves, al depender del voto de Bildu y de la abstención de Vox para convalidar el decreto-ley que entrega a La Moncloa el manejo de los fondos europeos contra las secuelas económicas del Covid-19, a la par que su vicepresidente Iglesias acentuaría la desestabilización interna. Si Sánchez hubiera querido revirar hacia posiciones constitucionalistas lo habría buscado de veras, pero no lo hizo, como tampoco lo hará Illa. Su común aspiración es obtener unos buenos resultados que supediten a ERC en Cataluña y, de paso, ésta no tenga a Sánchez en las Cortes con el alma en vilo.

En la mejor de las hipótesis, Illa reviviría lo sucedido a Txiqui Benegas tras ganar los comicios vascos de 1986 al escindirse del PNV el ex lehendakari Garaikoetxea. Tras unas negociaciones con Eusko Alkartasuna y Euskadiko Ezkerra, frustradas por la exigencia de Garaikoetxea de ser lehendakari, Benegas declinó en favor del peneuvista Ardanza conformándose un gabinete de coalición. Con motivo del óbito de Benegas en 2015, Sánchez escribió una necrológica donde descuella un párrafo que, más que un epitafio, es un aviso a navegantes. «Nos mostró a todos -resaltó- que su mayor ambición la reservaba para su causa, no para él. Pudo ser lehendakari porque ganó las elecciones de 1986 y ofreció su derecho de primogenitura en aras de la convivencia y de la integración de todos los vascos. Siempre estuvo convencido de que el acuerdo es la mejor victoria».

Ahí se encierra su plan para la Cataluña poselectoral en el que el PSC rehúsa a presidir la Generalitat al entender, paradójicamente, que garantizarán mejor la convivencia quienes no desisten de repetir su asonada, pero estarían dispuestos a dejar pasar un tiempo, en línea con lo declarado por Iceta, el ministro «ocho naciones», hasta que crezca el apoyo a la secesión y convocar entonces una consulta. Si Benegas hubiera podido leer la oración fúnebre de Sánchez, se habría removido de la tumba para proclamar lo que, teniendo a Santiago González por testigo, les confió a otros dirigentes del PSE en el bar del hotel Ercilla: «Qué renuncia ni que pollas en vinagre. Lo que pasó es que nadie [ni Garaikoetxea ni Ardanza] quiso pactar con nosotros para que yo fuera lehendakari». Crudeza de vasco como la que llevó a otro de ellos, el gran Pío Baroja, en El árbol de la ciencia, a rematar: «Realmente, la política española nunca ha sido nada alto ni nada noble».

El cristianismo en España. De Bad Goldemberg a la prospectiva de Arnold Toynbee

 El cristianismo es el vínculo de continuidad en la forja de la cultura occidental. Es un tensor; aquello que pone en tensión, como los cables de un puente o una torre, que permiten que soporten las cargas

cristianismo en españa

En 1959 se produjo un cambio sustancial en la socialdemocracia alemana, que tuvo un claro efecto sobre otros partidos socialistas, y en concreto y años después, en el PSOE. Fue el congreso en Bad Goldemberg en el que abandonó toda referencia marxista. Pero el programa allí aprobado fue mucho más allá, acordando que el socialismo democrático, enraizado en Europa en la Ética cristiana, el humanismo y la filosofía clásica, no pretende proclamar verdades absolutas (Tony Judt Posguerra. 2006. P 540). El hecho cristiano era para los socialdemócratas alemanes una referencia obligada para su caracterización, toda vez que olvidaban el marxismo.

Y es que el cristianismo es el vínculo de continuidad en la forja de la cultura occidental. Es un tensor; aquello que pone en tensión, como los cables de un puente o una torre, que permiten que soporten las cargas. Un tensor también es una fuerza que empuja en un determinado sentido. Es lo que impulsa a una nave en el agua, a lo que esta responde con una determinada velocidad.

Y no solo forja nuestra sociedad, sino que contiene los factores necesarios para superarla.

Arnold Toynbee escribió en 1952 y en el marco de un trabajo extraordinario, por su magnitud, Estudio de la Historia, (edición EMECE Buenos Aires 1961vol. VII Iglesias Universales p 94 y 95) unas páginas que sugieren toda una reflexión si las relacionamos con la actualidad casi 70 años después:

Una civilización secular occidental cristiana podría ser una superflua repetición de la civilización helénica precristiana y, en el peor de los casos, podría llegar a constituir el final del mundo occidental secularizado por su pernicioso apartamiento de la senda de progreso espiritual.

La única justificación histórica concebible de su existencia sería la del posible futuro servicio que, inadvertidamente, podría prestar al cristianismo y a las tres religiones hermanas vivas, al brindarles, sin proponérselo, un campo terrenal de encuentro de dimensiones literalmente mundiales… a ponerlas todas por igual frente a la amenaza de un recrudecimiento de la idolatría viciosa del culto colectivo del hombre.

El culto del leviatán, el estado, que recrudecía era una religión a la que en alguna medida rendía culto todo hombre occidental contemporáneo; era, desde luego, lisa y llana idolatría.

El comunismo, que era otra de las religiones recientes del hombre occidental, tenía el mérito de ser una hoja arrancada del libro del cristianismo; pero era una hoja estéril precisamente por haber sido arrancada y malinterpretadas fuera de su contexto.

La democracia, que era otra hoja del libro del cristianismo, también había sido arrancada de él y, si acaso no se la interpretó mal, se la vació a medias de su significación al separarse del contextos cristiano y al secularizarse.

El síntoma más negativo de todos era que los hombres del mundo occidental habían estado viviendo del capital espiritual al aferrarse a la práctica cristiana sin mantener, empero, las creencias cristianas.

Los hijos de la civilización occidental deben revisar su concepción corriente de la reciente historia para desembarazarse de esta concepción que era la de considerar que esta nueva civilización había permanecido en estado de inmadurez mientras se encontró bajo los auspicios cristianos y, de haber dado gozosos, la bienvenida al repudio de sus orígenes cristianos

Lo que nos decía Toynbee, a mitad del siglo pasado, era el diagnóstico exacto de lo que hoy acaece. La civilización europea, transformada en una sociedad secularizada que rechaza su naturaleza cristiana, carece de futuro como civilización, y entrará en crisis, excepto si se presta quizás involuntariamente, a un resurgimiento cristiano, “frente a la amenaza de un recrudecimiento de la idolatría viciosa del culto colectivo del hombre”

Toynbee era británico, y obviamente no era católico. Llegaba a tales conclusiones que hoy resultan tan actuales, mucho más que en los años cincuenta, no porque partiera de ninguna ideología confesional, sino como un diagnóstico colateral surgido de su Estudio de la Historia.

España es un excelente ejemplo de esta grave crisis, por ser muy deudora del hecho católico y haber abjurado en pocos años de él. Pero también la propia UE muestra descarnadamente su crisis e impotencia a pesar del desarrollo económico y del bienestar alcanzado.

Pero la necesidad del renacimiento civilizatorio cristiano, que apunta Toynbee, no se da, al menos no todavía, porque su principal sujeto colectivo, la Iglesia Católica, tiene una presencia débil e incierta en este momento tan decisivo en el escenario europeo.

En el caso de España esto todavía resulta más evidente porque son muy visibles los tres grandes vectores que están demoliendo a la fe y a la Iglesia.

Uno, lo apuntaba el joven obispo de Solsona monseñor Xavier Novell en un reciente texto referido a las elecciones catalanas:  No se presenta ninguna opción en el arco parlamentario que asuma de una manera más o menos completa las convicciones morales sobre la vida, las relaciones sociales y las económicas propias del catolicismo”.

Con los matices que se quiera esta es una evidencia molesta generalizable a toda España.

El segundo ha sido objeto de una amplia polémica: en el debate público está ausente la concepción del pensamiento católico, a pesar del gran numero de universidades y centros de este nivel de que dispone la Iglesia.

Y el tercero, seguramente el más grave, guarda relación con la gran apostasía. A base de darle vueltas, a base de primar el sociologismo sobre la verdad evangélica, a base de ceder y callar, se ha aceptado que la laicidad entendida como neutralidad de las instituciones públicas ante las diversas confesiones religiosas, se haya convertido en laicismo de la exclusión cultural-cristiana y la cancelación religiosa, hasta devenir en un régimen político, en un estado, ateo, donde toda referencia a Dios está prohibida, excepto si es para la blasfemia. El acomplejamiento cristiano es tal que existen organizaciones de esta naturaleza, aunque se presentan como seculares, que todavía creen que, para conseguir sus fines, que surgen de sus conciencias cristianas, han de censurar la apelación a Dios y a la razón cristiana. Desastroso.

Hay en todo esto una gran debilidad que debemos subsanar con urgencia y decisión.

 

                                                            EDITORIAL de FORUM LIBERTAS

UN PAIS A PRECIO DE SALDO

 Francisco Reynés, presidente de Naturgy. 

Francisco Reynés, presidente de Naturgy.

Todo gran país necesita de grandes empresas. Es un axioma que en el mundo occidental, teórico adorador de la economía de mercado, no precisa demostración. Grandes empresas nacidas al calor de grandes empresarios. Emprendedores que por encima de todo se sienten “propietarios” a la manera en que se sentía Soames Forsyte (La saga de los Forsyte, de Galsworthy), dispuestos no ya a conservar lo alcanzado sino a traspasarlo a sus herederos multiplicado. Grandes empresas como cuadernas sobre las que descansa la estructura económica de un país. Empresas y grupos industriales con influencia nacional e internacional. Esas sociedades suelen ser ejemplo de buen gobierno corporativo, son normalmente las mejor gestionadas y las que más puestos de trabajo crean (empleo de calidad), además de implicarse a fondo en tareas de investigación y desarrollo y de estar capacitadas para soportar mejor los ciclos recesivos. Grandes empresas como adelantadas de la riqueza nacional y como baluartes de su soberanía.  

Particularmente importantes son aquellas consideradas estratégicas para el normal funcionamiento de un país, las energéticas, por supuesto, las industrias relacionadas con la defensa, incluso los grupos de comunicación. No es el caso, por ejemplo, de una sociedad dedicada a la producción de coches, que crea muchos puestos de trabajo, cierto, pero puede tener sus plantas de montaje aquí o en Pernambuco. Viene esto a cuento de la noticia aparecida esta semana referida a la intención del fondo australiano IFM Investors de hacerse con el 22,69% del capital de Naturgy, antigua Gas Natural Fenosa, mediante una OPA parcial por importe de 5.060 millones, lo que equivale a pagar 23 euros por acción, como aquí explicabaAlberto Sanz el pasado día 26. Un anuncio que tiene muchas lecturas y casi ninguna buena.

Hubo un tiempo, no tan lejano, en el que España llegó a presumir de grandes multinacionales capaces de invertir no solo en países en desarrollo, sino en mercados tan maduros como el europeo o el norteamericano. Eso ha pasado a mejor vida. Llevamos ya un puñado de años instalados en la senda de una paulatina pérdida de influencia como país, años de caída de nuestra capacidad industrial, desde luego, años de endeudamiento progresivo. Somos víctimas del “efecto Buddenbrook” sin haber pisado nunca el cénit de los Buddenbrook. Estamos descapitalizando el país, lo estamos desmembrando, vendiéndolo a trozos en el sálvese quien pueda de un empobrecimiento general al que nos conduce una clase política cada día más depauperada, más cercana al analfabetismo funcional, unas instituciones desprestigiadas, una Justicia a punto de perder el último aliento de independencia, unos medios de comunicación víctimas de unas cuentas de resultados miserables y unas elites empresariales y financieras rendidas en su mayoría al Rinconete y Cortadillo de quien diariamente maneja el BOE desde Moncloa. Las clases medias, antaño orgullo patrio, se han refugiado en sus casas dispuestas a protegerse del virus y a ahorrar, sin atreverse a asomar la cabeza. Y los cuatro que siguen haciendo negocios a pecho descubierto y sin paraguas oficial, algún grande tipo Amancio o Roig, siguen refugiados en provincias más convencidos que nunca del acierto de mantenerse alejados de las rojas alfombras madrileñas por las que desfila la corrupción a gran escala.    

Sobre los restos del naufragio madrileño reinan tipos como Florentino Pérez, eximio representante de esa corrupción moral que no le hace ascos a trincar y hacer negocios a la sombra de la derecha y de la izquierda, de quien este diario daba el sábado cuenta a propósito de una comida que le sentó en un restaurante de Padre Damián junto a la fiscal general del Estado, Dolores Delgado (“la que bebe de mi copa”), su novio el exjuez Baltasar Garzón (alias “querido Emilio”), expulsado de la carrera judicial por prevaricador, y la estrella de la televisión Ferreras, prototipo de esa nueva elite de millonarios de izquierda sobre la que escribe gente como Peter Turchin o Jack A. Goldstone, ocupados en predicar las bondades del colectivismo comunista desde sus mansiones en las mejores zonas de la capital. Perfecto resumen de la España contemporánea. El desempeño del Ibex en los últimos años es un buen ejemplo de esa pérdida de potencia, de esa caída en la irrelevancia que acompaña a este país. Y el grupo Criteria, o por decirlo claramente el antiguo conglomerado empresarial acogido al patronazgo de La Caixa, representa mejor que nadie esa descapitalización, ese empobrecimiento de dimensión nacional.

José Vilarasau levantó el mayor grupo industrial español en torno a Caixa Holding primero, y Criteria después. Un grupo que tenía participaciones importantes en casi todos los sectores de actividad: banca, energía, seguros, telecomunicaciones, autopistas, centros logísticos… Vilarasau en el origen e Isidro Fainé en su apogeo y en su imparable decadencia actual. Cuando Juan María Nin abandonó la casa, todavía estaba en plena forma. De su gestión se hizo cargo después un grupo de aventureros que parece más interesado en labrarse una buena fortuna personal que en el futuro de sus empresas. Gente que no se juega su dinero, porque no lo tiene. Que tampoco cuenta con vocación empresarial porque en su mayoría son financieros puros, simples gestores pendientes del corto y medio plazo, cuya estrella polar es el bonus anual. Y se lo están puliendo todo. Se vendió una empresa como Abertis a los italianos por cuatro monedas (se repitió el escándalo de la venta de Endesa a Enel, ente público transalpino, en una operación que, por el camino, hizo millonarios a los Entrecanales). El primer ejecutivo de Abertis, Francisco Reynés, se fue después a Gas Natural no sin antes embolsarse una suculenta indemnización. Tras rebautizar la compañía con el absurdo nombre de Naturgy, abrió la puerta a dos grandes fondos (CVC y GIP, cada uno con el 20% del capital), y ahora prepara la llegada con banda de música de un tercero, el citado IFM, con lo cual el trío de ases tendrá pasado mañana mayoría en el Consejo y podrá hacer –mayormente deshacer- a su antojo, vendiendo el resto de las joyas de la abuela para hacer caja (la filial chilena CGE en noviembre pasado), o, en el peor de los casos, lo que algunos se malician: trocear la empresa y vender sus partes al mejor postor.

Un país sin grandes empresarios

No ha habido grandes empresarios en España. Nunca grandes fortunas industriales. Y ahora menos que nunca. Los March (la gran fortuna española del siglo XX, con los Botín a distancia, sacaron su dinero cuando el franquismo agonizaba y ahora vuelven a invertir aquí utilizando como vehículo esos fondos (Rioja Adquisition, participado en un 74,27% por el luxemburgués CVC y en un 25,73% por la familia mallorquina). Esos ejecutivos que se han hecho fuertes en el puente de mando de las empresas lo fían todo al cobro de un bonus indexado al precio del valor en bolsa. ¿Cómo hacer subir la acción? Para esos grandes fondos, responsables de las pensiones de millones de jubilados en todo el mundo, la cuestión es sencilla: se trata de darle gusto al gatillo. ¿Dónde encontrar unos propios que, adecuadamente untados y con un precio por acción atractivo, estén dispuestos a ponerte alfombra roja para que entres hasta la cocina? La ecuación está servida. “Los accionistas de Naturgy están de enhorabuena”, escribía el miércoles Agustín Marco. “Pero lo están aún más Francisco Reynés y su guardia de corps, que gracias a la revalorización de la cotización por el desembarco del fondo australiano van a poder cobrar un bonus de hasta 200 millones de euros”.

Queda por ver qué hará el Gobierno de coalición, cómo lidia este toro el líder de Podemos, qué posición adoptará el 'moñas' con una empresa que representa el 50% del suministro de gas español, a punto de caer en las manos mayoritarias de unos fondos cuya estructura societaria se pierde en las tinieblas de mil paraísos fiscales

Dispuestos a venderlo todo y a desplumar el país. También a embolsarse auténticas fortunas, aunque, eso también, con la elegancia propia de quien arquea la ceja en un movimiento a medio camino entre el desdén y el reproche ajeno. Las sospechas de concertación no pueden ser ignoradas, y algo tendrá que decir al respecto la CNMV e incluso la CNMC. Media hora después de que IFM anunciara la nueva, los fondos inquilinos en Naturgy aseguraban haberse “obligado con el oferente a no aceptar la oferta”. Eso es rapidez. Porque no se trata de salir, sino de esperar la entrada de un nuevo inquilino. También Fainé ha protestado inocencia en lo ocurrido, aunque resulte difícil imaginar que algo semejante pueda ocurrir en el universo Caixa sin el visto bueno del señor cardenal. De momento, el guardián entre el centeno mantiene silencio. Entre otras cosas porque aún está por culminar la gran operación de absorción de Bankia por Caixabank, y la prudencia aconseja ir con pies de plomo. Lo más probable, sospechan quienes conocen la casa, es que Criteria venda a IFM un 10% del 24,4% que controla en Naturgy, y que la fundación que preside Fainé se cobre un buen dividendo con el que socorrer después a sus desvalidos de la obra social, argumento convertido en burladero tras el que esconder este proceso acelerado de ventas al por mayor.

De aquella Criteria convertida en un gran holding industrial va quedando poco. Participaciones menores. Tanto sacarle jugo al pernil, los Reynés de este mundo se están topando ya con el puro hueso. A estas alturas, nadie se acuerda de Aguas de Barcelona. Ni de Abertis (donde se coló Florentino, nuestro hombre en La Habana). Ni de Fenosa. Ni de tantas otras cosas. Hace tiempo que España decidió enajenar su industria para centrarse en los servicios, que no hay lugar en el mundo donde se tire la caña con más gracia que en Madrid y alrededores. Luego, cuando llega doña covid y te cierra el chiringuito playero, los lamentos se oyen en Perpignan. España está en venta. Liquidación por fin del negocio. Como en el mercadillo de los jueves en la plaza del pueblo, todo muy barato. Después de haber puesto la televisión generalista en manos de dos grupos italianos responsables del miserable horizonte cultural del español medio, ahora se acaba de autorizar la entrada de Vivendi en el capital del primer grupo editorial, quien además se apresta a vender Santillana, empresa clave en la concepción del idioma español como arma cultural de primer nivel. Nada que objetar desde el punto de vista liberal contra IFM y el resto de fondos. Ocurre que los países serios acostumbran a defender sus intereses estratégicos a capa y espada. En Francia, los canadienses que pretendían hacerse con la bollería de Carrefour salieron por pies cuando el ministro del ramo enarcó apenas la ceja y dijo quiá. Queda por ver qué hará el Gobierno de coalición, cómo lidia este toro el líder de Podemos, qué posición adoptará el 'moñas' con una empresa que representa el 50% del suministro de gas español, a punto de caer en las manos mayoritarias de unos fondos cuya estructura societaria se pierde en las tinieblas de mil paraísos fiscales. Ahí la tienes, Pablito, báilala.

 

                                                               JESÚS CACHO   Vía VOZ PÓPULI

viernes, 29 de enero de 2021

Cuando a Simón Bolívar se le puso cara de Hugo Chávez

 El historiador Carlos Malamud retrata en su libro cómo la propaganda venezolana manipuló la figura del libertador para extender su proyecto por toda América Latina

 Hugo Chávez participa en la presentación oficial de una imagen... 

Hugo Chávez participa en la presentación oficial de una imagen digitalizada de Simón Bolívar EFE

2006 fue el año de gloria del bolivarismo. Hugo Chávez ganaba sus terceras elecciones en Venezuela, Lula, Kirchner y Evo Morales gobernaban y a Rafael Correa sólo le faltaban unos meses para convertirse en presidente de Ecuador... Y, lo que es más importante, el precio del petróleo empezaba una escalada que no terminaría hasta 2009 y que permitió que el estado de Venezuela viviese en la abundancia gracias a la empresa pública Petróleos de Venezuela S.A. Tanto dinero tenía Caracas que se lo gastaba en el Carnaval de Río de Janeiro.

En 2006, la escola do samba Unidos do Vila Isabel ganó la competición de comparsas con un espectáculo lleno de imágenes de Simón Bolívar y banderas venezolanas. Sus integrantes confesaron después que muchos de ellos no sabían bien quién era Bolívar y contaron que la petrolera venezolana los había patrocinado con una cantidad de entre 450.000 y un millón de dólares. Al año siguiente, Venezuela dejó de invertir en el carnaval y nunca más se ha vuelto a ver por Río una imagen de Bolívar.

Carlos Malamud, historiador argentino, catedrático de la UNED e investigador principal del Real Instituto Elcano, cuenta la anécdota de la comparsa chavista en El sueño de Bolívar y la manipulación bolivariana (Alianza Editorial, publicación el 4 de febrero), un ensayo que sintetiza la historia de los libertadores de América Latina, con Simón Bolívar el primero, y lo compara con su uso propagandístico en la América del siglo XXI. "Lo interesante de esa actuación es que Bolívar es un personaje irrelevante en la historia de Brasil. Bolívar apenas se interesó por Brasil y Brasil dio la espalda a Bolívar", explica Malamud. "Lo mismo puede decirse de América Central y de México. Pero Chávez necesitaba un Bolívar con dimensión americana y si hacía falta invertir en propaganda, se invertía".

El sueño de Bolívar trata de demostrar que el proyecto revolucionario-panlatinoamericano del bolivarismo ha manipulado la realidad del libertador para convertirlo en su símbolo. "Se presenta la figura de Bolívar como el gran impulsor de la integración cuando el concepto de integración no pertenece al tiempo de Bolívar. Él no pensaba en la integración, si acaso quería recomponer la unidad del Imperio español que había saltado por los aires en las guerras de independencia", explica Malamud.

Según su libro, Bolívar es en realidad un personaje esquivo que se adapta a lo que cada espectador quiera ver en él. "Fue un hombre de acción, más que un intelectual o político. No hay una unidad de sentido en su obra propagandística. Cada discurso se adapta a la coyuntura de su momento, de modo que todos podemos encontrar al Bolívar socialista, al revolucionario, al conservador o al liberal, según lo que busquemos".

El bolivarismo, claro, buscó y encontró en Bolívar una inspiración de "antimperialismo, socialismo del siglo XXI y de independencia respecto a EEUU". Por buscar, buscaron incluso un reflejo físico de Chavez. El 24 de julio de 2012, la antropóloga forense Lourdes Pérez presentó una reconstrucción de la cara del libertador. "Quisiera destacar que esta reconstrucción facial científica se llevó a cabo gracias a la voluntad de un gobierno profundamente bolivariano", dijo Pérez. El resultado de su trabajo contradecía los retratos contemporáneos de Bolívar, que le atribuían tenía los rasgos de un europeo. A partir de 2012, su aspecto se hizo más mestizo, más parecido a... Hugo Chávez.

"Otro momento estelar", continúa Malamud, "fue la exhumación de los restos de Bolívar en un gran espectáculo de televisión en directo en 2010. La única conclusión a la que llegaron es que aquel era el cuerpo de Bolívar, cosa que ya se sabía. La exhumación tenía un doble objetivo: poner su figura en el centro del debate y probar la teoría, obsesiva para el chavismo, de que Bolívar había sido envenenado por la oligarquía bogotana". La investigación no dio los frutos deseados y el libertador volvió a su tumba.

Cuatro años más tarde, Maduro tomó el relevo: la carta de Jamaica, el texto más importante en la obra de Bolívar (1819), cuyo original estuvo perdido durante casi dos siglos. apareció en 2014 en Quito. El nuevo presidente de Venezuela celebró en primicia el hallazgo del "texto sagrado" y anunció que los historiadores habían detectado un párrafo, hasta ese momento desconocido y supuestamente censurado, que habría de desvelar la clave para entender la conspiración asesina contra Bolívar. La realidad es que el nuevo párrafo era un comentario irónico sobre la piedad de los revolucionarios mexicanos y su devoción por la Virgen de Guadalupe. Nada realmente relevante.

En realidad, todas estas anécdotas, más o menos cómicas, construyen en conjunto la idea de que la integración latinoamericana se ha construido, más que sobre las instituciones, sobre un discurso emocional en el que Bolívar es un fetiche. Y que por eso, no ha podido avanzar como lo ha hecho la Unión Europea. "¿Quiénes son presentados en Europa como los fundadores de la identidad europea? De Gasperi, Monnet, Schuman, Churchill... Son políticos, juristas, economistas, académicos... Mientras que en América tenemos a Bolívar, Sanmartín, Sandino, Guevara... Son todos militares, menos José Martí", explica Malamud.

"En América hay tres obstáculos para la integración, dos excesos y un déficit", continúa el historiador. "Está el exceso de retórica, al estilo del realismo mágico, que se ver reforzado por el presidencialismo exagerado. Está el exceso de nacionalismo, consustancial a la formación de las identidades nacionales. Los españoles americanos, que era como se llamaban a sí mismos, tuvieron que desprenderse dolorosamente de una parte de su identidad, tuvieron que matar al padre que era España; y, después, tuvieron que afirmarse por oposición a sus semejantes... El nacionalismo está fuertemente insertado en el pensamiento político latinoamericano y dificulta la cesión de mínimas cuotas de soberanía a instituciones supranacionales. Y la falta es de liderazgo, Ni México ni Brasil, los líderes naturales, han querido encabezar ese proceso y además, han desconfiado mutuamente en muchos momentos. Argentina pudo ser ese líder pero ya no está en condiciones. La Venezuela de Chávez también pudo y quiso pero muchos países rechazaron del liderazgo de Chávez. Por eso, la integración atraviesa una profunda parálisis".

"Latinoamérica existe, parto de esa premisa. Es una realidad concreta y tangible, no un invento", termina Malamud. "Creo que la integración regional sería bueno. La reconstrucción después de la pandemia, por ejemplo, se gestionaría mejor desde la integración. En la práctica, lo que vemos es que los países compiten todos contra todos para captar las vacunas".

 

                                                              LUIS ALEMANY   Vía EL MUNDO

martes, 26 de enero de 2021

LA CEPA CHAVISTA

 La pandemia es un destructor de riqueza y prosperidad inusitado, el marco habilitante que necesitaban para hacer lo único que saben: gestionar la miseria

Pablo Iglesias e Irene Montero 

Pablo Iglesias e Irene Montero Gtres

Contrariamente a lo que muchos pensaban, la conformación del Gobierno de coalición PSOE-Podemos en enero de 2020 no sólo no ha moderado a los morados, sino que ha desplazado a los socialistas hacia posiciones más extremas. Ninguna sorpresa para los que, como yo, estábamos convencidos de que Sánchez ya venía radicalizado de casa y que su pose centrista únicamente obedecía a un meditado tacticismo electoralista.

A estas alturas caben pocas dudas de que el virus creado en los laboratorios de la Complutense y desarrollado en CEPS bajo el auspicio de Chávez ha cruzado el charco tras infectar de totalitarismo y miseria a Venezuela. La cepa chavista ha encontrado en el socialismo español el huésped ideal al que parasitar y en la pandemia el caldo de cultivo perfecto para propagarse.

Frente a quienes consideran que la actitud de Sánchez obedece a un intento de absorber a Podemos para anularlo en las urnas, yo sólo veo a un partido socialista totalmente mimetizado con el chavismo. Y quienes aún no han sido infectados callan y muestran una actitud servil y acrítica: los barones socialistas se han convertido en una mera comparsa del Consejo de Ministros. Cuestionar a Sánchez puede ser el preludio de su decapitación política y quienes han convertido la moqueta en su hábitat natural no sabrían sobrevivir fuera de ella. El poder y los privilegios que conlleva son adictivos y rehabilitarse resulta harto difícil para quienes los han estado consumiendo desde su juventud.

Propiedad privada

Al igual que la covid-19 se confunde a menudo con una vulgar gripe o catarro, la cepa venezolana se camufla de políticas sociales, impidiendo así detectar los síntomas totalitarios: en nombre del feminismo se resucita el derecho penal de autor y se implanta una suerte de lucha de sexos que sustituye a la de clases. El derecho a una vivienda digna se utiliza para atacar a la propiedad privada y al modelo capitalista. La voluntad popular es el pretexto perfecto para intervenir y someter el Poder Judicial. La protección de la salud es la argucia óptima para socavar los cimientos de la democracia liberal y del Estado de derecho. El advenimiento del neocomunismo.

La prórroga de seis meses del estado de alarma abrió a los de Podemos puertas con las que no habían ni soñado cuando pactaron el Ejecutivo de coalición. Gracias al patetismo de buena parte de la oposición, que confunde el centrismo con la inanidad y la moderación con el “mainstream”, tienen por delante medio año de vía libre para contagiar a todo el entramado institucional. Lo hacen a base de dedazos y de decretos que vulneran derechos y libertades de los ciudadanos, cuya ratificación en el Congreso está asegurada gracias al nuevo cordón sanitario integrado por independentistas y bilduetarras. Sánchez les debe esta mayoría para la legislatura y los de Iglesias se están cobrando bien la deuda. Aunque el presidente se muestra encantado, quizás porque su escudero Redondo lo ha convencido de que los ciudadanos lo toleran todo siempre que se ejecute en nombre del progreso y por boca de la izquierda. Y no les puedo negar que no le falta razón.

Empresarios y autónomos se arruinan mientras el sector público, identificado con una ideología determinada, se engorda y crece a costa de exprimir a los primeros

Además, la pandemia es un destructor de riqueza y prosperidad inusitado, el marco habilitante que necesitaban para hacer lo único que saben: gestionar la miseria, que para ellos no es más que un sinónimo de dependencia estatal. Los empresarios y autónomos se arruinan mientras el sector público, identificado con una ideología determinada, se engorda y crece a costa de exprimir a los primeros. Gente válida y con experiencia pidiendo préstamos para subsistir o haciendo cola en los bancos de alimentos mientras multitud de ineptos copan cargos de responsabilidad y se embolsan decenas o cientos de miles de euros por el mero hecho de adular al líder del partido. El mérito sustituido por el servilismo y la obediencia debida.

Inmunidad de rebaño

Al igual que Fernando Simón auguró que en nuestro país no habría más de uno o dos casos de coronavirus, no son pocos quienes vaticinaron que el chavismo no triunfaría por estos lares, porque Venezuela no es España. Pero la cepa chavista ha demostrado una alta capacidad de contagio institucional y ha confirmado que contrayendo la enfermedad no se alcanza la inmunidad de rebaño, sino que te conviertes en él. A veces sin casi darte cuenta. Porque no son pocos los críticos de Podemos que han interiorizado que, en aras a proteger la salud, todo vale. Que un fin superior justifica los medios y que los debates jurídicos han de postergarse. Ellos no lo saben, pero están infectados.

La vacuna contra esta cepa chavista que mantiene a nuestra democracia en la UCI es aquello que más odian los tiranos de todo signo y condición: la libertad. Como sucede con el coronavirus, existen negacionistas que la rechazan, pues implica responsabilidad y esfuerzo. Y cierto es que algunos de quienes antaño se presentaron como sus valedores se han plegado y dejado llevar por la corriente. Otros la seguiremos defendiendo mientras nos quede tinta en la pluma.

 

                                                 GUADALUPE SÁNCHEZ   Vía VOZ PÓPULI