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domingo, 18 de diciembre de 2022

LO DE ESPAÑA TIENE REMEDIO

Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, en un pleno en el Senado. Europa Press
"España está en pleno proceso de desmantelamiento y la cosa no tiene remedio", escribía este viernes el cubano Juan Abreu en sus emanaciones.com. "El problema no es el enemigo, los malos, como suele suceder, sino los buenos. Son demasiado torpes, demasiado lentos, demasiado ciudadanos, demasiado culogordos y demasiado cobardes para triunfar sobre fuerzas decididas, ideológicamente muy motivadas, y carentes de escrúpulos, como suelen ser las de izquierdas. El plan está bien trazado y obedece a la ambición de Sánchez (…) España es el lugar ideal para poner en práctica su plan de toma del poder sin violencia (armada; la violencia callejera e institucional es parte fundamental del plan), y establecimiento de una república populista de izquierdas. En primer lugar, por las taras tribales españolas: en España todos son algo antes que españoles…" Semana trágica, que recuerda como dos gotas de agua lo ocurrido en el Parlamento de Cataluña los días 6 y 7 de septiembre de 2017, cuando el separatismo decidió privar por las bravas a la mayoría de los ciudadanos catalanes de sus derechos constitucionales para abrir paso a un referéndum ilegal y a la independencia. En aquellos días, el PSC planteó un recurso de amparo al Constitucional, que es justo lo que el PP trató de hacer el jueves para frenar la aprobación en el Congreso de las nuevas "leyes de desconexión" con las que esta versión del "procès" que ahora encabeza el PSOE de Pedro Sánchez pretende hurtar los derechos constitucionales de los españoles en favor de comunistas y separatistas de toda laya y condición. Habrá que esperar a mañana lunes, pero conviene aclarar que el TC deberá pronunciarse no sobre lo que se votó el viernes, sino sobre cómo se votó. Es decir, sobre si modificar el Código Penal y dos leyes orgánicas por vía de urgencia, sin informes y sin debate previos, es legal y no vulnera ningún derecho. No se entienden los nervios del Ejecutivo presionando a los jueces y marcándoles el camino porque, si todo lo han hecho bien, no tendrían nada que temer. Menos aún tratar a la oposición de "golpista" por recurrir en amparo al Constitucional como el propio PSOE ha hecho en otras ocasiones, de acuerdo con lo establecido en el Art. 42 de la LOTC. Pero, ya lo han visto. Ahora resulta que los golpistas son quienes tratan de oponerse al golpe con el que el bloque de la moción de censura, Sánchez y su banda, tratan de desmontar el régimen del 78 para llevarnos a esa República Confederal Ibérica. El mundo al revés. Alguien lo ha dicho en Twitter con ironía: "Para la izquierda, todo es un golpe menos el golpe que ahora resulta que son disturbios". La perversión del lenguaje o la estrategia de embarrar el campo para que nadie sepa en qué lugar del firmamento se encuentra la estrella polar. Es la incapacidad de la sociedad actual, ahogada por la creciente pérdida de libertades, para discernir lo que es verdadero o falso, porque es el todopoderoso "Ministerio de la Verdad" (Carlos Augusto Casas, Ediciones B) quien se encarga de seleccionar la información que llega, manipulada, a los ciudadanos sometidos a esta reedición del orwelliano "1984". Rodearse de talento parece tarea obligada para el futuro presidente del Gobierno de España, dotarse de un equipo que a estas alturas debería estar trabajando a fondo en la preparación de una alternativa de Gobierno, un nuevo proyecto de futuro para una España liberal. Todo lo demás es despilfarro inicuo Los planes de Sánchez se van cumpliendo al milímetro. Con pocas sorpresas. Nada que no supiéramos desde el principio, o más bien desde la noche del 10 de noviembre de 2019, las generales con las que confiaba reforzar su poder para gobernar en solitario sin la amenaza del monstruo que le impedía dormir tranquilo. Aquella noche, cuando comprobó que había perdido más de 800.000 votos, llamó presa del pánico al loro de Podemos dispuesto a abrazarse al palo mayor de la izquierda reaccionaria para el resto de su carrera. Una izquierda reforzada por separatistas, bildutarras y esos "bandidos varios que desde hace 60 años gobiernan Cuba", según Abreu, y que han hecho del psicópata el perfecto rehén, un auténtico prisionero obligado a pagar el apoyo de sus socios con el desguace de España a plazos. La estrategia la viene diseñando, como ayer revelaba aquí Alberto Pérez Giménez, José Antonio Martín Pallín, una especie de Vyshinski de Sánchez, un ex magistrado del Supremo de ideología comunista que viene marcando la hoja de ruta del Ejecutivo en lo que atañe al control del poder judicial y del TC. Martín Pillín, como se le conocía entre sus compañeros del TS, es un adelantado del indulto a los condenados del prusés, la eliminación de la secesión, la rebaja de la malversación y el referéndum pactado para Cataluña. Desde hace meses apunta directamente contra S. M. el Rey. Lo hacía este viernes en Lo País, el órgano de propaganda del Gobierno social comunista. Felipe VI es la próxima pieza de caza del bloque Sáncheztein. Y la última, antes del derrumbe definitivo del régimen del 78. Un rey enfrentado otra vez a la prueba suprema de un nuevo 3 de octubre de 2017 ("Estamos viviendo momentos muy graves para nuestra vida democrática"). Una bala de plata, quizá la última, en la cartuchera del monarca, para ser usada en el momento procesal oportuno. La situación admite ya poca discusión. Durante la jornada del jueves se oyeron en el Congreso español planteamientos propios de líderes chavistas en las antípodas de una democracia liberal ("Ninguna toga tiene la capacidad para limitar que el pueblo pueda autogobernarse. Que tomen nota porque, en nombre del rey, no se puede limitar la democracia", Rafael Mayoral, Podemos). La apelación a la defensa de la libertad, a menudo descartada por los beatos del "eso en España no puede pasar" como una exageración sin fundamento, se ha convertido ya en una realidad insoslayable. Todas las miradas se dirigen hacia la oposición, y en particular hacia un Núñez Feijóo convertido en la alternativa al actual inquilino de Moncloa. Tenía razón el viernes César Antonio Molina en El Mundo: "En la tierra baldía cultivada por este Gobierno, ya no hay más que dos opciones. Solo dos y ni una más. O Sánchez cabalgando hacia el abismo, o la moderación, el temple y el orden de Feijóo". Sé que son legión los ciudadanos que piden respuestas contundentes a las provocaciones de sanchismo, gente exasperada por la "moderación" de un PP contaminado hasta el tuétano de marianismo, esa enfermedad que impele a procrastinar decisiones obligadas cuando el vendaval amenaza con llevárselo todo por delante. Pero no hay más: Feijóo y la necesidad de llegar a un acuerdo con Santiago Abascal, porque sin esa entente no habrá posibilidad de gobernar, más la obligación moral de incorporar a la tarea de restaurar el orden constitucional a los restos de Ciudadanos y a la tropa en desbandada de esa izquierda moderada que huye del PSOE de Sánchez. Mayoría sobrada para llegar a la Moncloa. "Yo no valgo para estar dando gritos todos los días desde la oposición", suele recordar Feijóo a quienes le urgen a comportarse como Santiago matamoros. La oposición, además de ingrata, ofrece escasas posibilidades de frenar las iniciativas de un Ejecutivo empeñado de pasar cual caballo de Atila sobre las instituciones. Pero sí obliga a preparar a conciencia una alternativa. En primer lugar, manteniendo tensionado y en forma a un partido dispuesto a reñir la batalla electoral y, en segundo, rodeándose de un equipo potente, en el que prime el talento sobre la fidelidad, capaz de hacerse cargo del aparato del Estado llegado el momento. El equipo, el talón de Aquiles del gallego según criterio extendido. El mismo problema que padeció Pablo Casado. A pesar de su encomiable comportamiento del viernes en el Congreso, Cuca Gamarra sigue sin ser tomada en serio por buena parte del votante "pepero". A la misma hora que el socialista Felipe Sicilia comparaba a la derecha con Tejero, el novelista González Pons, bloqueado en Estrasburgo, suspendía la presentación en Valencia de su última novela "El escaño de Satanás". Entrevistado a primera hora del viernes en la emisora valenciana de la SER, se manifestaba de esta guisa: "He hecho política ficción contando dónde conspiran los políticos, dónde comen y con quienes se enrollan, en un marco de novela de terror". Es vicesecretario general del PP y diputado en el Parlamento Europeo. Y es mano derecha de Feijóo. Es lo que hay. El mismo jueves tarde, mientras en el Congreso se apedreaba a la España de ciudadanos libres e iguales, mi Mariano trasegaba Macallan 12 años en el Milford en Juan Bravo, como suele hacer todas las tardes tras abandonar el despacho en pleno Barrio de Salamanca. El sátrapa ha entrado en pánico. De modo que claro que España tiene remedio, a condición, naturalmente, de que los españoles de bien se movilicen. Y son mayoría Con estos bueyes hay que arar. Rodearse de talento parece tarea obligada para el futuro presidente del Gobierno de España, dotarse de un equipo que a estas alturas debería estar trabajando a fondo en la preparación de una alternativa de Gobierno, un nuevo proyecto de futuro para una España liberal, empezando por esa decena de decretos leyes que al día siguiente de las generales el jefe debería tener sobre su mesa de trabajo listos para su publicación en el BOE. Todo lo demás es despilfarro inicuo. Construir una alternativa y tejer un entramado de apoyos en la sociedad civil, si es que tal cosa existe. Llamar a los capos de las televisiones privadas y anunciarles que RTVE volverá a emitir publicidad comercial. Convocar en su despacho a Ana Botín y a Álvarez-Pallete y preguntarles si les preocupa en algo el futuro de sus empresas. Tomar un café con Oughourlian y darle el pésame, decirle que va a perder en Prisa hasta la camisa, porque nadie le va a sacar las castañas del fuego dentro de unos meses, que en el nuevo Ejecutivo no habrá Sorayas dispuestas a echarle una mano. Enseñar colmillo. Elevar el nivel político e intelectual del discurso. Y trabajar, trabajar a fondo, porque mayo está a la vuelta de la esquina y tal vez al día siguiente sea preciso presentar de una vez esa moción de censura tantas veces sopesada como aplazada, cuando sea evidente que a Sánchez, como al jefe mafioso rodeado por agentes del FBI, solo le apoya la banda a la que ha hecho rica a costa de esquilmar a los españoles. No hay más que Feijóo y su obligada alianza con Abascal. Y Feijóo, por suerte, no es Mariano. Escribía Abreu este viernes en su blog: "No tiene remedio [lo de España, se entiende]. Desde la Ley y el Orden y desde la Civilización no es posible ganar a las hordas bárbaras, que es lo que encarnan las izquierdas, los nacionalracistas catalanes y vascos y la invasión castro chavista del populismo analfabeto. No tiene remedio, repito, porque la única forma de parar el horror que se avecina es el uso de la fuerza del llamado Estado de Derecho. Y, seamos honestos, nadie la usará. Falta cerebro, falta arrojo, y faltan huevos (lugar común)". Discrepo. La encuesta publicada el lunes en este medio arrojaba una mayoría PP+Vox de 184 escaños. La de Metroscopia (que últimamente trabaja más para el PSOE que para el PP) del viernes elevaba la suma hasta los 191. Probablemente es lo que explica la mayoría de las cosas que están ocurriendo. El sátrapa ha entrado en pánico. De modo que claro que tiene remedio, a condición, naturalmente, de que los españoles de bien se movilicen. Y son mayoría.
Artículo de JESÚS CACHO Vía VOZ PÓPULI

domingo, 11 de diciembre de 2022

PUNTO DE INFLEXIÓN

Seguramente no siempre es fácil identificar con tanta precisión el momento preciso en que un Estado democratico de Derecho empieza a alcanzar un punto de deterioro que puede llegar a ser irreversible. Las noticias de los últimos días apuntan todas en la misma dirección: reforma del Código Penal del delito de malversación para reducir las penas cuando los políticos desvían dinero público no para sus bolsillos, sino para la causa o el partido, reforma para que el Gobierno pueda nombrar a sus dos candidatos al tribunal Constitucional sin esperar a que nombre los suyos un CGPJ bloqueado y desprestigiado, con la aspiración explícita de controlarlo mediante nombramientos de personas que han sido altos cargos del gobierno que los propone, reformas que permiten que posibles nuevos desafíos al orden constitucional vigente desde las instituciones queden impunes…Y todo por la puerta de atrás, vía enmiendas o proposiciones de ley, sin un debate en el Parlamento y en la sociedad digno de tal nombre y por supuesto sin recabar ningún dictamen o informe a los organismos competentes al no tramitar las modificaciones como seria conveniente cuando se trata de cambios de este calado. El que la razón última de estos cambios sea la necesidad de contar con los votos de ERC, cuyos altos cargos están directamente implicados en procesos por delitos que pueden verse afectados por las reformas que se anuncian resulta especialmente indecente si tenemos en cuenta que en 2018 se produjo una moción de censura del PSOE contra el PP a consecuencia del caso Gürtel con la bandera de la regeneración democrática e institucional. Que un gobierno del mismo partido termine rebajando penas por delitos de corrupción a sus aliados parlamentarios parece un mal sueño. Realmente creo que podemos concluir que el puente de la Constitución de 2022 va a ser un punto de inflexión en nuestra historia constitucional y no precisamente para bien. Termina así una primera etapa en que la democracia española, con todas sus imperfecciones, tenía unas mínimas aspiraciones éticas, al menos de boquilla. Ahora, todo vale. Es el triunfo de la idea profundamente antidemocrática y profundamente inmoral de que el fin justifica los medios. Es sabido que en el siglo XXI las democracias y las instituciones se deterioran desde dentro y lentamente: el reciente informe sobre la situación del Estado de Derecho de la Fundación Hay Derecho lo ha puesto de relieve con datos cuantitativos para el periodo 2018~2021 aunque la deriva viene de lejos, como lo demuestra el degradante ejemplo del CGPJ. Pero en la nuestra el proceso se ha acelerado mucho en las últimas semanas o incluso días. Que la solución a una situación de politización institucional extrema y de corrupción institucional generalizada sea más reparto de cuotas partidistas, más ocupación de las instituciones de contrapeso y más impunidad para los políticos corruptos es algo que los ciudadanos españoles de izquierdas, derechas o de centro sencillamente no nos merecemos. Y para demostrarlo deberíamos reaccionar cuanto antes, cada uno en la medida de sus posibilidades. Como decía Burke, el mayor error lo comete quien en una situación como esta no hace nada porque piensa que podría hacer muy poco.
Artículo de ELISA DE LA NUEZ SANCHEZ-CASCADO Vía el blog de HAY DERECHO (Artículo publicado originalmente en El Mundo)

SÁNCHEZ ES NUESTRO CASTILLO

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. EFE
Primero fue el indulto concedido a los condenados por sentencia firme tras la asonada del 1 de octubre de 2017, una iniciativa que dejó a nuestro Tribunal Supremo temblando en el frío del descrédito ante la UE y ante la propia ciudadanía española. Después vino la derogación del delito de sedición con el argumento falaz de que había que alinearlo con un criterio europeo de lo más variopinto. Del brazo de la sedición apareció la malversación o el deseo expreso de rebajar hasta lo inaceptable el uso delictuoso de fondos públicos -dinero de los españoles- con un doble motivo: complacer a los golpistas del 1-O que así lo exigían, por un lado, y dejar impune la corrupción de notorios socialistas condenados también en firme por el saqueo de las arcas públicas en el caso de los ERE (Griñán, por cierto, sigue en su casa), por otro. Pero, atención, la reforma del delito de sedición no es simplemente una rebaja de penas, sino una derogación total del mismo, algo que acarrea consecuencias político-jurídicas demoledoras ya que, suprimido el delito, debe anularse la sentencia que condenó a quienes lo cometieron de acuerdo con el principio del nullum crimen, nulla poena sine praevia lege. Más grave aún porque, si no cometieron delito de sedición (desaparecido tras la reforma) tampoco hay delito en una malversación que quedó conformada como el uso indebido de fondos públicos para la comisión de un ilícito penal. Desaparecido este, desaparece cualquier reproche al uso de tales fondos. Las reformas introducidas este auténtico "viernes negro" español colocan a los golpistas catalanes -y de cualquier otra latitud- pasados, presentes y futuros en un escenario de total impunidad Un auténtico punch contra el Estado de Derecho que reclama enseguida el control de un Tribunal Constitucional que podría declarar ilegal el golpe y abrir una deriva en los tribunales de justicia que en su día acabara con los huesos de los golpistas, encabezados por Pedro Sánchez Pérez-Castejón, en la cárcel. De modo que tras el indulto, la sedición y la malversación, llega el obligado asalto a un Tribunal Constitucional (TC) al que queremos atar en corto para que valide nuestros desafueros colocando allí a nuestros fieles servants, los Juan Carlos Campo, Laura Díez, Bandrés y lo que venga, todos a las órdenes del gran edecán Conde-Pumpido y todos dispuestos a desmantelar la Constitución del 78. Un TC al que se le niega el derecho que le asiste para evaluar a los miembros designados por el Gobierno, y que hace tabla rasa del imperativo constitucional que establece la renovación por tercios, no por sextos, como pretende Sánchez y su troupe. En el mismo infamante viaje, Sánchez agrede al CGPJ al rebajar la mayoría exigible en la elección de los dos magistrados del TC que le corresponde designar, al tiempo que amenaza con acciones penales a los miembros del Consejo que no cumplan sus dictados. ¡El Gobierno amenazando a los jueces!, o la prueba del nueve de que la nuestra ha dejado de ser una democracia para convertirse en algo muy distinto. Las reformas introducidas este auténtico "viernes negro" español colocan a los golpistas catalanes -y de cualquier otra latitud- pasados, presentes y futuros en un escenario de total impunidad. La conclusión que cabe extraer desde una perspectiva de técnica jurídica penal es que no ha existido delito alguno, de modo que la próxima intentona les saldrá gratis. En puridad, Puigdemont puede ya empezar a hacer de su capa un sayo, como puede Junqueras volver a ser candidato a presidir la Generalidad. El Estado queda inerme, desarmado ante sus enemigos, víctima de un tiranuelo decidido a acabar con la división de poderes -no hay más poder que el Legislativo- y a desmontar la Constitución por piezas como si de un mecano se tratara para asegurar la impunidad de los sediciosos que le mantienen en Moncloa. Él se limita a pagar las letras que el separatismo le pasa periódicamente a cobro a cuenta de su apoyo parlamentario. Así se acaba con una democracia. Desde que nuestro Juan Linz escribiera su clásico "La quiebra de las democracias", centrado en la Europa de entreguerras, las técnicas para subvertir una democracia parlamentaria han cambiado mucho. Quienes con más éxito lo han estudiado han sido los profesores de Harvard Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en su "Cómo mueren las democracias" (Ariel), en la que analizan experiencias recientes en países varios que demuestran que acabar con el parlamentarismo ya no reclama de divisiones acorazadas ni revoluciones, sino de la lenta labor de zapa de un líder sin escrúpulos democráticos que, saliendo de las urnas, se entroniza con la elección como aliados de los enemigos del sistema, se fortalece en la confrontación y la descalificación de los adversarios políticos, a los que se tacha de enemigos, y alcanza su punto álgido con la ocupación de las instituciones por personas de su absoluta lealtad dispuestas, en una estrategia gradualista, a subvertir las leyes y/o sustituirlas por otras destinadas a asegurar su poder sin contrapesos de ningún tipo. La fase final apunta a la restricción de las libertades civiles de la oposición, si no abiertamente a su ilegalización -atentos al futuro de Vox-, empezando por el control de los medios de comunicación. Una temeridad la de este Castillo sin almenas intentando dar un golpe de Estado en Perú y no en España, donde hubiera sido celebrado como un héroe posmoderno Lo ocurrido este viernes, en pleno macropuente de la Constitución y la Inmaculada, nocturnidad y alevosía, no es flor de un día, que viene de lejos. Nada menos que del 11 de marzo de 2004 y de las generales que tres días después colocaron en el poder a un Zapatero que sin la masacre no se hubiera comido un colín. El personaje dio pronto muestras bastantes de su capacidad para torcer el rumbo de la nación y dirigirlo hacia la ensenada donde anclan las dictaduras de medio pelo que andando el tiempo le harían rico, algo que debería haber inducido a nuestras elites -políticas e intelectuales, además de económicas-, a poner pies en pared y situar al impresentable en su sitio. Nada hicieron porque nunca hemos tenido esas elites cultas capaces de responsabilizarse de la gobernación del país. Vino luego la mayoría de Mariano Rajoy criminalmente dilapidada en el altar de la inanidad más absoluta, una trayectoria que culminó en la luctuosa jornada del 31 de mayo de 2018, página para el oprobio de nuestra historia reciente, donde el gañán entregó gentilmente el poder al mayor enemigo de la nación que ha tenido España desde Fernando VII a esta parte. Ganó la moción presentada con la espuria excusa de una morcilla falsa metida por un juez prevaricador en una sentencia judicial contra el PP, y a partir de ese 1 de junio del 18 se puso, caminemos todos francamente y yo el primero, al frente del golpe. Porque ese es Pedro Sánchez: el líder del golpe de Estado permanente contra la Constitución en que vivimos desde entonces. "Un presidente ilícito", como lo definía el editorial publicado el viernes en este medio. Por una de esas ironías de la historia, el golpe de Pedro en España ha venido a coincidir con el protagonizado por otro Pedro en Perú. El Pedro hispano se pavonea gallito por el corral patrio exhibiendo ufano sus fechorías, mientras el Pedro peruano pena por calabozos y sentinas tras ser detenido por su propia escolta cuando intentaba refugiarse en la embajada de México. Una temeridad la de este Castillo sin almenas intentando dar un golpe de Estado en Perú y no en España, donde hubiera sido celebrado como un héroe posmoderno. Sánchez es nuestro Castillo, pero Perú, quien lo hubiera dicho años atrás, no es España. Ahora nuestro sátrapa pretende acabar en plena Navidad con la legalidad constitucional para, en enero, largadas las estachas que le mantenían abarloado al dique de contención de la Justicia, emplearse a fondo en la compra de voluntades con dinero público (la señora Nadia, que acaba de colocar a su señor marido en Patrimonio Nacional en un acto de prevaricación, vulgar corrupción, de imposible digestión en cualquier democracia seria, puede serle de gran ayuda en la tarea) y en la demonización -léase persecución- de la oposición por tierra, mar y aire ante el reto mayúsculo del mayo electoral que se viene. Lo que viene es un nuevo referéndum en Cataluña disfrazado de consulta mediopensionista, difícil de encajar en 2023 por premura de tiempo y por los compromisos del Caudillo, nuestro Castillo sin sombrero, pero que el separatismo exigirá en previsión del dramático cambio de tercio que para sus intereses podría significar la salida de la Moncloa del sujeto tras las próximas generales. Lo ocurrido esta semana es una de esas piedras miliares que marcan los cambios de destino en la historia de las naciones. A partir de ahora, la fiesta de la Constitución del 6 de Diciembre será sustituida por la fiesta de la República Confederal Española del 9 de diciembre. Hasta aquí llegó la riada de la Transición. Porque detrás del referéndum separata viene el asalto a la Corona, el último muro legal que a la mafia golpista que lidera Sánchez le queda por derribar. Lo de la República Confederal Española no es una humorada o una nota cómica a pie de página. Es la clave del arco argumentativo que desde hace tiempo manejan ilustres socialistas sin el menor rubor. "A ver, Fulano, seamos sinceros, ¿tú no prefieres una España unida bajo la forma de una República Confederal a una España rota de la que se haya ido Cataluña? Pues eso…". A este nivel ha llegado la sombra de un PSOE cuyo cadáver arrastra hecho girones el truhan que nos preside. Pocas dudas de que, si en este país queda algún mimbre moral capaz de resistirse al aprendiz de tirano, acabará condenado por alta traición un día no lejano En "El ocaso de la democracia", Anne Applebaum ("Los líderes despóticos no llegan solos al poder; lo hacen aupados por aliados políticos, ejércitos de burócratas y unos medios de comunicación que les allanan el camino") sostiene que "el declive de la democracia no es inevitable, pero tampoco lo es su supervivencia. Si declina o sobrevive depende de las decisiones que tomemos cada día. La respuesta se llama movilización". ¿Qué hacer? Es la pregunta que hoy se formulan millones de españoles abrochados al desasosiego, con un pie plantado en el miedo al futuro y otro en el deseo de revancha. No tengo claro que una moción de censura como la propuesta por Santiago Abascal fuera a resultar determinante a los fines de desalojar al personaje del poder -y no reforzarlo-, mandato imperativo que hoy debe convertirse en norte de todo demócrata que se precie. No podemos esperar que la solución venga de la mano de esa patética Von der Layen enamorada del Caudillito, ni de una CE encantada con el aprendiz de brujo. A Sánchez hay que derrotarle en las urnas, de modo que será la ciudadanía, consciente del momento histórico que vivimos y de los riesgos que el personaje entraña para nuestro futuro y el de nuestras familias, la que peche con la tarea. Lo que está claro es que estamos ante un tipo sumamente peligroso, un fauno engalanado de soberbia hasta la azotea que ha traspasado todas las líneas rojas de la decencia política. Su deriva lo sitúa en el epicentro de una traición jamás vista en nuestra historia reciente. Pocas dudas de que, si en este país queda algún mimbre moral capaz de resistirse al aprendiz de tirano, acabará condenado por alta traición un día no lejano. Movilización es la palabra. />
Artículo de JESÚS CACHO Vía VOZ PÓPULI

domingo, 4 de diciembre de 2022

El estrecho margen de la libertad individual

Este predominio absoluto e indiscutible de los expertos ha generado una deriva hacia una utopía que combina rasgos de Un Mundo Feliz, con otros de 1984
Imagen de un cartel feminista en una manifestación contra la violencia de género
Aunque discrepen en las causas, muchos autores coinciden en que la libertad de expresión, de opinión, se encuentra en retroceso en Occidente ante el imperio de una ortodoxia del pensamiento y el ascenso de una mentalidad censora, de cancelación de los disidentes, de intolerancia con la discrepancia, la crítica y el debate. Mientras tanto, se multiplican las leyes que, asignando derechos especiales a colectivos concretos, vulneran principios fundamentales como la igualdad ante la ley o, incluso, la presunción de inocencia, mientras se difuminan esos cruciales mecanismos que establecen límites al ejercicio del poder. Todos estos elementos parecen cuestionar la propia existencia del estado liberal. Hay quienes creen ver, incluso, una senda de convergencia con regímenes como el de China y aunque, por suerte, aún media una notable distancia, no es señal halagüeña que se imiten algunas ocurrencias surgidas en aquellas latitudes. En cualquier caso, resulta paradójico que el enorme avance de la ciencia y la tecnología haya desembocado en el surgimiento de nuevos dogmas y el estrechamiento de la libre opinión. O quizá no sea tan paradójico. La libertad es incompatible con la existencia de ortodoxias o verdades absolutas: necesita un espacio de duda, de consciencia de nuestras propias limitaciones. Los dogmas obligatorios suelen surgir cuando se trastoca el curso natural de los cambios, ese delicado proceso por el que los nuevos conocimientos, actitudes e ideas se van incorporando al acervo heredado del pasado. La tensión entre tradición y nuevos valores, entre creencias (doxa) y nuevos conocimientos (episteme), es tan antigua que ya fue objeto de debate en la Grecia clásica. Pues bien, la libertad individual requiere una relación armónica entre ambos, un equilibrio que no puede inclinarse excesivamente hacia ninguno de los extremos sin que aparezca la amenazadora sombra de la verdad absoluta. Porque lo antiguo necesita el contrapeso de lo nuevo; y lo nuevo de lo antiguo. La libertad individual es una delicada planta que se marchita en sociedades aferradas a una tradición inmutable, a una eterna ortodoxia. Pero tampoco florece en sistemas, como el Occidente moderno, que rompen radicalmente con su pasado. No encuentra terreno abonado allí donde lo referido a la conciencia, a lo que es correcto o incorrecto, se establece como regla obligatoria por alguien investido de especial autoridad, llámese experto o ayatolá. El difícil equilibrio entre lo nuevo y lo antiguo En The Constitution of Liberty, Friedrich Hayek sostiene que la herencia cultural del pasado desempeña un papel fundamental. La sociedad liberal requiere unos valores, costumbres y creencias compartidas, que son resultado de la experiencia histórica, de un dilatado proceso de evolución adaptativa, prueba y error, donde solo sobrevivieron las pautas más exitosas. Este acervo cultural es valioso porque contiene la sabiduría acumulada por la sociedad durante muchos siglos. Ahora bien, para evitar que se petrifiquen, que se conviertan en grilletes, estas normas culturales heredadas no pueden ser coactivas o estrictamente obligatorias. Deben estar abiertas al cambio, ya que algunos aspectos van quedando obsoletos o desfasados. Precisamente, la libertad individual para vulnerar estas normas, para adoptar otras distintas es, según Hayek, un mecanismo que favorecía la evolución pues permitía experimentar, probar nuevas vías. Y, aunque muchas veces fracasara, el transgresor a veces acertaba, descubría una vía mejor, que era imitada por el resto. Olvidaron que la ciencia no puede establecer los fines, ni tomar las decisiones que corresponden a los ciudadanos a través del sistema democrático En el Occidente actual, la creencia de que las proposiciones científicas son verdades absolutas, dogmas que deben guiar de forma obligatoria la conducta de los individuos, acabó desequilibrando el proceso a favor del último descubrimiento, de la moda, propiciando la conversión de los expertos en sumos sacerdotes. Olvidaron que la ciencia no puede establecer los fines, ni tomar las decisiones que corresponden a los ciudadanos a través del sistema democrático. Los conocimientos científicos son, por definición, provisionales, imperfectos, especialmente en ciencias sociales. Buena parte de los nuevos hallazgos son erróneos, hasta el punto de que John Ioannidis mostró en un famoso artículo que la mayoría de las nuevas aportaciones en su campo científico, la medicina, están equivocadas. Aunque esto no constituye un problema grave, porque la ciencia posee un lento, pero eficaz, método para ir corrigiendo los errores a través del debate, la crítica, la constante contrastación y refutación, cualquier selección interesada de estos muy provisionales resultados puede convertirse, con la colaboración de los medios, en un potente instrumento de manipulación. Demasiada gente acepta hoy día, como verdades absolutas, auténticas majaderías, como que todas las asignaturas deben enseñarse "con perspectiva de género" Se sobrevalora en exceso el consejo del experto, especialmente en ciencias sociales, olvidando que el conocimiento se encuentra hoy tan fragmentado, que cada profesional domina tan solo una minúscula porción del campo del saber: Nadie posee una visión profunda y panorámica de todo el conjunto. Por ello, aunque los criterios de ciertos expertos susciten hoy la misma credibilidad que tuvo en su día el oráculo de Delfos, sus recomendaciones deberían tomarse con mucha más cautela, especialmente cuando acaban afectando a aspectos de la realidad que son ajenos a su correspondiente campo de estudio. Un ejemplo muy ilustrativo de este deslizamiento hacia la moda y la ruptura con el pasado son esas reformas educativas que desprecian la enorme experiencia acumulada por maestros y profesores para rendir pleitesía a la última teoría del pedagogo de cabecera. Los nuevos métodos no se implantan con prudencia, tras contrastar sus resultados con los tradicionales, sino de forma coactiva, por ley, como si cualquier ocurrencia mínimamente elaborada constituyera la verdad revelada. Como resultado, demasiada gente acepta hoy día, como verdades absolutas, auténticas majaderías, como que todas las asignaturas deben enseñarse "con perspectiva de género". La pandemia retrató a Occidente Esta apoteosis de lo último, ese ambiente incompatible con las libertades, se manifestó en grado superlativo en la gestión del Covid. No solo se despreció la dilatada experiencia de la humanidad para afrontar pandemias; también se rechazaron súbitamente conocimientos científicos asentados hasta el momento para sustituirlos por otros improvisados, que no admitían discusión o cuestionamiento. Se censuró a los académicos que planteaban hipótesis alternativas, desvistiendo así al conocimiento científico de sus elementos centrales: la crítica, el contraste entre hipótesis y la posibilidad de refutación. Durante la última pandemia se politizó la ciencia hasta extremos inauditos, convirtiéndola en un mecanismo de control social. Esta preponderancia de los expertos mediáticos, junto con los intereses de la clase política, desembocaron en 2020 en una de las mayores y más absurdas violaciones de derechos y libertades que han conocido los países democráticos. Y también en uno de los más infames e ignominiosos espectáculos de las últimas décadas, con personajes autodenominados liberales apoyando incondicionalmente el encierro coactivo de todos los sanos, algo que China todavía sigue perpetrando, o exigiendo la revocación de derechos fundamentales para quiénes no se vacunaran. Se mostraba, una vez más, que defender la libertad requiere valentía, escepticismo y ciertas dosis de vergüenza torera. Porque tan dañino es para la libertad un entorno donde la ideología de género está prohibida, como otro donde es obligatoria Al desprenderse de sus raíces, Occidente ha dejado de ser un modelo para otras culturas, que no entienden esa denodada obsesión por autoflagelarse, por abjurar completamente de un pasado que siempre tendrá luces y sombras. Difícilmente obtiene respeto quién no se respeta a sí mismo. Este predominio absoluto e indiscutible de los expertos ha generado una deriva hacia una utopía que combina rasgos de Un Mundo Feliz, con otros de 1984. Quizá el fracaso de lo nuevo, la intensa andanada de moralina barata lanzada e impuesta desde arriba, ha llevado a algunos a buscar refugio y soluciones en el extremo contrario, en modelos que intentan conservar una tradición inmutable. Solo así podría entenderse esa sorprendente admiración por el execrable régimen de Vladimir Putin. O la crítica demasiado tibia al Irán de los ayatolas. Porque tan dañino es para la libertad un entorno donde la ideología de género está prohibida, como otro donde es obligatoria. Corregir el rumbo implica recuperar el equilibrio, situarse en ese espacio intermedio de duda, humildad, ausencia de seguridad absoluta. Y aceptar, con espíritu crítico, el legado del pasado. Ni prohibido ni obligatorio; ese es el estrecho margen de la libertad individual.
Artículo de JUAN MANUEL BLANCO Vía VOZ PÓPULI

domingo, 27 de noviembre de 2022

LA POLÍTICA COMO TEATRO

José Antonio Marina
El espectáculo es una de las herramientas del poder. El mundo acaba de presenciar un ejemplo: las ceremonias del entierro de la reina Isabel II. Hace cuarenta años, Georges Balandier escribió un interesante libro titulado Le pouvoir sur scénes. Su tesis es que el poder necesita teatralizarse. Entiendo por ”teatralizar” representar simbólicamente una acción sobre un escenario para emocionar al espectador. Ningún poder quiere mantenerse apelando solo a la fuerza. Además de ella cuenta con cuatro poderosos instrumentos: 1. la capacidad de dar premios, 2. de infligir castigos, 3. de cambiar las creencias y 4. de cambiar los sentimientos de los dominados. Para conseguir estos dos últimos efectos la teatralización resulta muy eficaz, lo que ha llevado en ocasiones a una hipertrofia monstruosa o ridícula, según se mire. Por ejemplo, las grandes celebraciones nazis, de las que Jean Duvignaud decía que sustituían la “sociedad civil” por una “fusión delirante”. El pueblo quedaba transformado en una multitud de figurantes fascinados por el drama al que les incitaba a participar el dueño absoluto del poder. Los antropólogos han mostrado que los espectáculos del poder tienen profundas raíces simbólicas. No tratan sólo de impresionar, sino de dramatizar -de hacer visibles emocionalmente- una concepción del mundo, son dramaturgias cosmológicas. Estamos refiriéndonos a una constante universal. Marcel Granet explica, en La Pensée chinoise, que el palacio imperial chino era un edificio sagrado: la «casa del calendario». Esta construcción representaba la tierra, a través de su base cuadrada, y el cielo, por medio del techo redondo. Sus cuatro lados correspondían a los puntos cardinales, sus doce aberturas a los meses del año. Representaba la globalidad del universo. El emperador debía, en el curso de los días, circular alrededor de esta figuración del mundo, con el fin de mantener la armonía en su reino y garantizar para sus súbditos la paz y la prosperidad. Christian Duverger, en un libro de inquietante título, La Fleur letale, ha mostrado la terrible dramaturgia azteca: le Soleil est assoiffé du sang humain que lui procure le sacrifice. El Sol está sediento de sangre humana, que necesita para mantener su energía. Ningún pueblo parece haberle concedido una dimensión hasta tal punto dramática al problema del orden social. El repertorio de ejemplos puede ser interminable. En el Togo septentrional, el jefe de clan de los moba no accedía a su cargo sino después de haberse retirado un tiempo ante los altares protectores. Allí, recibía coronación, formación e insignias. Se convertía en otro, en tanto había sido objeto de una mutilación sexual, había asumido un nuevo nombre, había aprendido un código de conducta específico que le imponía especialmente no hablar sino a través de un intermediario. Las grandes monarquías antiguas aplicaron este procedimiento de forma todavía más radical y dramática. El soberano Yatenga, que gobernaba uno de los reinos mossi de Burkina Faso, no era, en una primera fase, sino el jefe de todos los jefes. No podía recibir la calidad de rey sino luego de un itinerario iniciático de larga duración, que le llevaba a través de una parte del reino a los lugares simbólica e históricamente poderosos. Durante el recorrido, la persona real se formaba y el poder real se iba precisando. El acto decisivo y último se situaba allí donde quedara establecida la primera residencia del fundador del Estado. El rey ya lo era. Se le exponía a pleno sol sobre la «piedra del poder» y era presentado al pueblo sobre un caballo semental que simbolizaba el nuevo reino, revestido de ropajes blancos especiales. Con su triunfal retorno recibía todos los testimonios de sumisión. “La teatralización NO es el poder, sino una de las herramientas para conseguir obediencia, utilizando la apariencia” Napoleón tuvo un talento especial para la teatralización. Desde su campaña de Italia manejó con genialidad precoz los medios de comunicación para crearse una imagen pública seductora. La culminación de su talento teatral lo demostró en las ceremonias de su Consagración como emperador, un paradigma de teatralización productora de emociones. Una rocambolesca historia, llena de astucias e intereses, consiguió que la revolución que había acabado con la monarquía nombrase a un emperador, y que los mismos que habían acabado con los privilegios hereditarios, acuerden que el Imperio lo sea. No era suficiente. Había que conseguir que el pueblo sintiera afecto por la nueva institución. Louis de Fontanes, como presidente de la cámara legislativa, sostuvo una tesis: “Una monarquía filosófica (es decir, fundada en la razón) sobrevive apenas un año. Lo vimos en 1791. Una monarquía fuertemente constituida, rodeada del aparato de la religión y de las armas, resiste a la acción de los siglos”. Y precisa: “Tomando en su mano la justicia, la sacralidad, todo debe reaparecer para conmover vivamente la imaginación del pueblo”. La ceremonia, dirigida personalmente por Napoleón, fue fastuosa. Jacques Louis David la pintó. Clifford Geertz dio un paso mas y consideró que en Bali el ritual político no era un mero sostén del estado, sino al contrario: «El poder servía a la pompa, no la pompa al poder». O más crudamente: no era el estado el que producía rituales sino el ritual el que creaba periódicamente el estado. Creo que es un incompleto análisis del fenómeno. El ritual es un instrumento por el que un poder ya constituido se fortalece fomentando la obediencia. Geertz se deja llevar de un tic posmoderno que piensa que detrás de las representaciones no hay nada. Peter Burke escribió un libro titulado The Fabrication of Louis XIV (1992) para describir la teatralización de la política del rey sol. Comenta que los pensadores postmodernos le criticaron porque admitía que por detrás de la construcción simbólica había algo más – Burke señalaba que estaba el Luis real- y es esa referencia a algo real no construido socialmente lo que resulta insoportable al postmodernismo. “Con frecuencia, las afirmaciones de los políticos no son “declaraciones objetivas”, no son más que “llamamientos emocionales para buscar el apoyo popular” (Murray Edelman) La teatralización NO es el poder, sino una de las herramientas para conseguir obediencia, utilizando la apariencia. Murray Edelman en su obra Constructing the Political Spectacle (University of Chicago Press, 1988), saca unas conclusiones escépticas sobre la política: “Con frecuencia, las afirmaciones de los políticos no son “declaraciones objetivas”, no son más que “llamamientos emocionales para buscar el apoyo popular”. La relación de los gobernantes con los gobernados se basa en la ficción, en la apariencia, en la capacidad de seducir. Para Norberto Bobbio, esto sucede también en los Parlamentos, constituidos en el gran Teatro de la Nación: “El parlamento es el lugar donde el poder es representado en doble acepción: es la sede donde se reúnen los representantes y es el local donde, al mismo tiempo, sucede una verdadera y apropiada representación que, como tal, tiene necesidad del público y debe suceder en público”. Es muy posible que esta teatralización, ese aire de representación que adquiere la política, haga sospechar que lo real sucede detrás de las bambalinas, y que fomente la creencia en conspiraciones. Pero de esta pasión política hablaré en otra entrada.
Artículo de JOSÉ ANTONIO MARINA en su "Diario de un investigador privado"

domingo, 20 de noviembre de 2022

Médicos y enfermeros: ¡adiós mi España querida!

Médicos de Atención Primaria protestan en las puertas del Hospital Gregorio Marañón de Madrid. EFE
"Vine a España tras descartar la posibilidad de estudiar medicina en EEUU. No me gustó el sistema americano y preferí el español. Me atrajo desde el principio. Así que dediqué 10 años de mi vida a estudiar la carrera en Madrid y a sacarme el MIR en el Puerta de Hierro de Majadahonda, en la especialidad de medicina de familia. Pronto me enamoré de este país hasta el punto de sentirme una española más. Los principios no fueron fáciles. Trabajos precarios haciendo sustituciones, contratos basura con despido de viernes a lunes. Los tuve también semestrales, de los que creo haber empalmado unos cuantos. Pero se trata de ir ganando puntos e ir subiendo en la bolsa para poder aspirar a mejores destinos. Por fin llegó un contrato fijo en un centro de salud en jornadas de tarde de 14:30 a 21:00. Para entonces ya me había casado con un español y había sido madre de dos niños que ahora tienen 9 y 6 años. Es un turno duro porque no puedes ir a buscarlos a la salida del colegio, ni jugar con ellos, ni prepararles la cena, ni leerles un cuento antes de dormir. Empecé a darme cuenta de que por la ausencia de conciliación me estaba perdiendo la mejor etapa de mi vida, la de la infancia de mis hijos. De modo que cuando me ofrecieron un contrato de interinidad en el Servicio de Atención Rural (SAR) lo sentí como una liberación". Los SAR (40 centros) son los servicios de urgencia extrahospitalaria que atienden a partir de las 9 de la noche cuando cierran los centros de salud, dando cobertura a la población rural. Su equivalente en Madrid y grandes pueblos del conurbano madrileño son los SUAP. Dotados con una media de entre 4 y 6 médicos, los SAR no han cerrado ni en Filomena ni en la pandemia, y su eficacia está más que probada atendiendo desde asuntos menores hasta urgencias graves. Sí cerraron con la pandemia los 37 SUAP y cerrados han seguido desde entonces, en medio de un malestar que ha ido subiendo de grado entre la ciudadanía y los profesionales afectados, que en este tiempo se han ido buscando la vida como han podido. Hasta que la Consejería de Sanidad madrileña decidió en junio lanzar un plan de reapertura de estos centros sin contar con su personal, de modo que la Comunidad volvía a tener abiertos 77 centros de urgencia extrahospitalaria pero atendidos únicamente por el personal de los SAR, que ven así reducido drásticamente su equipo médico y de enfermería. La medida se implantó entre el 26/27 de octubre e implicó cambios bruscos de destino de los sanitarios, gente que recibió las órdenes de sus nuevos lugares de trabajo por burofax e incluso de madrugada. El cabreo fue grande en un sector muy consciente de su posición, muy afirmado en la importancia de su labor y que, en consecuencia, reclama de la "jefatura" el respeto debido. "El nuevo escenario me coloca en una situación imposible porque, dada mi situación familiar, yo no puedo trabajar por la tarde. En realidad aceptas trabajar fines de semana y festivos en un SAR porque te gustan las urgencias y porque tienes más o menos cubiertas las espaldas en tu casa, pero los cambios de destino y de jornada que te impone el nuevo diseño te rompe cualquier posibilidad de conciliación, de modo que escribo correos y más correos a la Consejería planteando mi problema sin recibir jamás respuesta, hasta que un día, harta de no recibir noticias, decido renunciar y que sea lo que Dios quiera porque no puedo más. Y entonces sí, entonces me contestan casi a vuelta de correo para comunicarme que me penalizaban en la bolsa colocándome en el último puesto del escalafón. Aquel día sentí que me estaban invitando a irme". El descalabro a nivel nacional es importante, porque el país está dedicando, durante una media de 10 años, cuantiosos recursos en la educación y especialización de médicos y enfermeros que luego se van a trabajar al extranjero dejando en situación precaria el sistema nacional de salud "Yo venía recibiendo ofertas de trabajo fuera de España desde hace tiempo, ofertas jugosas desde el punto de vista salarial y de condiciones de trabajo, de Alemania, de Francia, de Irlanda… Todas triplicaban mi sueldo, pero nunca me había planteado aceptarlas porque mi vida y la de mi familia está muy encarrilada en España, amamos a este país y queremos vivir aquí nuestra vida, pero ahora todo se ha ido al traste. No soy la única. Cerca de 30 médicos han renunciado en las últimas semanas en Madrid, una señal de alerta o de alarma que debería hacer reflexionar a quien corresponda". "De modo que volví a tomar contacto con la reclutadora que me había contactado hace tiempo y enseguida me presentó varias ofertas. La más interesante, de Irlanda, para trabajar en un centro fuera de Dublín, con una dotación de 9 médicos, en jornadas de lunes a viernes 4 horas mañana y otras 4 tarde, con 15 minutos de atención por paciente (cosa extraordinaria para un médico de familia español que a veces está obligado de recibir a 50/60 pacientes al día), con alojamiento a cargo del hospital y con posibilidad absoluta de conciliación familiar. Y 100.000 euros brutos. Y me voy, claro, me voy porque de un día para otro me han roto el rumbo de vida que tenía trazado, han hecho añicos mis planes… Mis hijos tienen que terminar el curso escolar, tiempo que utilizaré para completar el papeleo, bastante prolijo, y que empezará esta misma semana con un ejercicio de evaluación telemática de mi nivel de inglés". "Yo no quiero ganar los 100.000 euros que me ofrece Irlanda ni mucho menos. Yo aspiraba a seguir trabajando en España atendiendo bien a mis pacientes y conciliando mi vida familiar. Eso era todo. Cuando ese horizonte se quiebra, tienes que buscarte una salida. Por fortuna, mi marido puede trabajar con su ordenador desde cualquier sitio, de modo que por ahí no tengo problema. Supongo que empezaré haciendo suplencias para ir conociendo el sistema y a finales de curso nos iremos todos". El problema lo tiene España, la sanidad española, porque si a un joven titulado no le ofreces un entorno laboral adecuado y un contrato mínimamente atractivo se va a ir a trabajar fuera, que para los jóvenes no existen ya las fronteras y menos aún en la UE. Pero el descalabro a nivel nacional es importante, porque el país está dedicando, durante una media de 10 años, cuantiosos recursos en la educación y especialización de médicos y enfermeros que luego se van a trabajar al extranjero dejando en situación precaria tu sistema nacional de salud. Es un problema de primera magnitud que requería soluciones al máximo nivel y con el mayor consenso posible. Salarios atractivos, sí, pero también trato adecuado, respeto al trabajo y a la opinión de los profesionales sanitarios. Que parece haber sido lo que ha fallado en la reciente crisis de la sanidad madrileña. Ayuso es el espejo cóncavo donde se reflejan las miserias de un Gobierno empeñado en la paulatina demolición del edificio constitucional. Con Feijóo en un plano más institucional, la presidenta madrileña ha asumido el papel de mascarón de proa Para nadie es un secreto que Isabel Díaz Ayuso se ha convertido en la oposición más tenaz no ya al sanchismo, que va de suyo, sino a esa izquierda zarrapastrosa española, toda ella radical porque moderada ya no existe, que la distingue con su odio visceral. Ayuso es el espejo cóncavo donde se reflejan las miserias de un Gobierno empeñado en la paulatina demolición del edificio constitucional. Con Feijóo en un plano más institucional, la presidenta madrileña ha asumido el papel de mascarón de proa, frontón donde se estrellan los peores instintos de Sánchez y su banda. Es la mujer que saca a nuestro Antonio de sus casillas, porque no aspira a que esa izquierda casposa le perdone la vida, máxima pretensión de tanto centrista centrado en el santo temor al qué dirá de él nuestra atrabiliaria gauche. Y es la primera autoridad de la región más rica de España, una comunidad que desde hace tiempo se le resiste a un socialismo al que viene propinando sonoros portazos electorales. La obsesión de esa izquierda que no puede en las urnas con el Madrid liberal y urbano por acabar con Ayuso y ocupar la Puerta del Sol roza la paranoia. Con la sanidad como martillo pilón. La izquierda siempre ha tenido un sentido muy patrimonial de la sanidad y la educación, dos materias que considera suyas por derecho propio y donde no consiente que nadie meta la nariz a menos que sea para hacer lo que ella diga. De modo que cada tres o cuatro años monta el "pollo", siempre con el mismo argumento por bandera: la negativa a permitir que la malvada derecha desmantele la sanidad pública para entregársela en bandeja a sus amigos ricos de la privada. Convencida la "médica y madre" y su tropa de que si agitan convenientemente las aguas de un mar tan sensible como el sanitario, Ayuso acabará saltando por los aires y los madrileños acudirán a votarles en masa. Cosa que no suele ocurrir, lo que sitúa a las Mónicas en un callejón sin salida a medio camino entre la frustración y la melancolía. Lo peor, con todo, de tan mendaz estrategia es que va minando poco a poco la moral de médicos y enfermeros, en particular los de atención primaria, encapsulados entre los tics autoritarios de la Consejería de Sanidad y el martilleo de una izquierda sindical empeñada en sembrar diariamente derrotismo y miseria en una de las regiones con mayor esperanza de vida del mundo. Pero asumir esa condición de enemigo público número uno del sanchismo tiene un coste elevado para Ayuso, porque supone hacer frente a las maquinaciones de ese "enemigo formidable" que desde Moncloa maneja a su antojo el aparato del Estado y dispone de una armada mediática de fidelidad perruna. Que el Gobierno Sánchez ha utilizado políticamente la crisis sanitaria madrileña para desgastar a Ayuso es a estas alturas una obviedad que no reclama mayor análisis. Algo de sobra conocido por la propia Ayuso y su consejero de Sanidad, lo cual debería reclamar de ambos una dosis extra de mano izquierda, alejada de la proclama visceral, a la hora de hacer frente a un litigio tan complejo, tan cargado de sensibilidades, como el descrito. "Con tanta gente estresada como hay en el sector, lo que no puedes hacer es llamar vagos o rojos a médicos y enfermeros cuando sabes muy bien que este es un sector mayoritariamente de centro derecha. Eso es un despropósito que predispone al colectivo en tu contra". Esta crisis, que el viernes entró en vías de solución, no se resolverá con proclamas o denuncias de utilización política partidista y mucho menos con exabruptos. Esto se solucionará con talento y capacidad de gestión, que es precisamente lo que parece haber faltado en la Puerta del Sol en el arranque de la misma. Ocurre, además, que tocar cualquier elemento organizativo en Sanidad, por pequeño se sea, supone enfrentarse a los derechos adquiridos de médicos con plaza en propiedad que se resistirán al cambio como gato panza arriba. Esta es una organización muy inercial, en la que es difícil modificar el statu quo, razón de más para censurar el nivel de improvisación o desbarajuste que subyace en un plan de reapertura del servicio de urgencias extrahospitalarias que ha conocido hasta cuatro versiones o rectificaciones en los últimos meses. Este no es un problema madrileño, por mucho que las baterías del sanchismo hayan tratado de focalizarlo en Madrid. El de la sanidad es un problema nacional y de unas proporciones gigantescas, equiparable incluso al de las pensiones Con todo, este no es un problema madrileño, por mucho que las baterías del sanchismo hayan tratado de focalizarlo en Madrid. El de la sanidad es un problema nacional y de unas proporciones gigantescas, equiparable incluso al de las pensiones. De acuerdo con datos ofrecidos por el Sistema de Cuentas de Salud (SCS), el gasto total del sistema sanitario español, entendido como la suma de los recursos asistenciales públicos y privados, ascendió en 2019 a 115.458 millones de euros (81.590 financiados por el sector público y 33.868 por el sector privado). Durante el quinquenio 2015-2019, el gasto sanitario total se incrementó un 15,8% (15.748 millones en términos absolutos). El gasto sanitario público creció un 14,7% (10.466 millones), mientras que el privado lo hizo en un 18,5% (5.283 millones). En 2019, el gasto sanitario total representaba un 9,3% del PIB, financiado en un 6,6% con recursos públicos y en un 2,7% con privados. En relación a la población, ese gasto sanitario ha pasado de 2.148 euros por habitante en 2015 a 2.451 euros por habitante en 2019, con un incremento anual medio del 3,3% en el quinquenio. Estamos pues ante un sector que consume una cantidad ingente de recursos, pobremente financiado a tenor de las opiniones más solventes, y cuya situación se va a ir agravando a causa del envejecimiento de la población y de la necesidad de dedicarle crecientes partidas presupuestarias para, entre otras cosas, mejorar la retribución del personal sanitario evitando fugas como la de la protagonista de esta historia, y afrontar la renovación de equipos de alta tecnología médica y de carísimas especialidades farmacéuticas, todo ello con la vista puesta en seguir dando un buen servicio o incluso mejorarlo, lejos de situaciones como la que atraviesa el National Health Service (NHS) británico, con gente que muere porque no hay un médico que la atienda ni una ambulancia que la traslade a un hospital. Una bola de nieve cuyo tamaño no deja de crecer, porque no hay Gobierno en cuyos Presupuestos no figure un aumento del gasto sanitario del 6% anual o más, y que, por encima de todo, reclama una capacidad de gestión que brilla por su ausencia en nuestro sistema nacional de salud. Calidad de gestión para organizar los servicios y prestar la debida atención al ciudadano con el mismo o incluso menos dinero gracias a una cosa que se llama eficiencia en el gasto, un concepto con el que está reñida una izquierda tautológicamente convencida de que cualquier problema se arregla echándole encima paladas de dinero, dinero a espuertas como si no hubiera un mañana y como si creciera espontáneamente de un árbol tal que las cerezas. Un problema cuya solución deberá centrar la atención de Gobierno y oposición dispuestos a alcanzar un pacto que aborde el actual caos desde esa perspectiva de la calidad de la gestión. Seguir el ejemplo de esa Irlanda a la que emigran nuestros médicos. La isla, que en el XIX soportó una hambruna que causó más de un millón de muertos y obligo a otro millón a emigrar a USA, es hoy una economía abierta, con una fiscalidad atractiva para las empresas, un mercado laboral flexible y una mano de obra altamente cualificada, lo que se ha traducido en pleno empleo y en una renta per cápita que en 2021 rozaba los 85.000 euros, casi tres veces (30.115) la española. ¿Milagro? No, consecuencia de la aplicación durante mucho tiempo de buenas políticas públicas. España es el ejemplo perfecto de las malas políticas. Fijémonos en un tema tan crítico como el Covid. España fue el país de la UE que más PIB perdió y en el que se registraron más muertes de todo el continente. Pero, como las desgracias nunca vienen solas, es también el que cuenta con el mayor paro juvenil, las tasas de fracaso escolar más elevadas y la deuda pública, que acaba de rebasar el billón y medio de euros, más abultada (tras Italia) de Europa. Abogar, como recientemente hacía el profesor Fernández-Villaverde, por "una gran estrategia de futuro fundamentada en un gran consenso social y político" para abordar los temas de fondo (crecimiento, sanidad, pensiones, etc.) debería ser un imperativo moral más que una necesidad para cualquier demócrata español. Por desgracia, es imposible imaginar a día de hoy una tal estrategia con un Gobierno empeñado en remar en contra de los intereses de la nación. Toca resistir. O emigrar a Irlanda.
Artículo de JESÚS CACHO Vía VOZ PÓPULI

domingo, 13 de noviembre de 2022

Otro año más de barra libre para gastar lo que quiera

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el Palacio de La Moncloa. Europa Press
La Comisión Europea (CE) presentó el miércoles el borrador de reforma del Pacto de Estabilidad y Crecimiento suscrito a finales de los noventa por los 27 Estados miembros de la UE para asegurar la viabilidad del euro, consistente en el control fiscal de los miembros del club por parte de la propia Comisión y el Consejo de Ministros y cuya regla de oro limita la deuda y el déficit público de los socios al 60% y al 3% de su PIB respectivamente. "Bruselas pedirá un ajuste completo a países con deuda elevada como España", anunciaba aquí Mercedes Serraller, un título muy a tono con la importancia teórica del evento. El asunto, sin embargo, ha desfilado sin pena ni gloria por el bosque desencantado de una actualidad llena de sobresaltos como es la española. Principalmente porque la credibilidad de la CE está horas bajas o muy bajas, consecuencia de muchas cosas, entre ellas de su demostrada incapacidad para hacer cumplir las propias reglas comunitarias. A las instituciones de la Unión, principalmente a la Comisión, ya no se las toma en serio casi nadie después de unos años, particularmente los últimos, en que hemos visto desfilar ante nuestros ojos el espectáculo de pavorosa ineficacia provocado por la pandemia, la guerra de Ucrania o esa estrategia de transición energética empeñada en la renuncia drástica a los combustibles fósiles sin fuentes de energía alternativas, lo que pone en grave riesgo el crecimiento y la competitividad de la economía del viejo continente. Ver al presidente francés Macron, uno de los indiscutibles líderes de la UE, arrastrarse como un mendigo (¡ay, el petróleo!) con la mejor de sus sonrisas ante un sanguinario personaje como Maduro en la cumbre del clima de Sharm el-Sheij, no hace sino ratificar las miserias que actualmente corroen a un proyecto tan noble, tan grande, tan trascendente, como el edificado en su día por los fundadores del Tratado de Roma. Ver a la presidenta de la CE, Von der Leyen, miembro del Partido Popular Europeo, totalmente entregada a verdes y socialdemócratas al objeto de asegurar su reelección, su carrera personal, solo puede producir vergüenza ajena. Desde la llegada de la pandemia a principios de 2020, en la Unión han ocurrido muchas cosas y casi todas malas, la más llamativa de las cuales es que casi todos los países han visto crecer su deuda pública de forma alarmante, algunos hasta en más de 20 puntos porcentuales, con los sospechosos habituales (léase Italia y España) encabezando el ranking. El elefante en la habitación o la evidencia de que, tras cuatro años de total ausencia de reglas fiscales, algo había que hacer más pronto o más tarde, alguna decisión había que tomar para poner coto a una deriva que solo la actitud contemplativa, alejada de la neutralidad política y de toda prudencia, del Banco Central Europeo (BCE) ha evitado que terminara en desastre. Si Sánchez tenía algún miedo de que Bruselas pudiera apretarle las clavijas, la Comisión se lo acaba de quitar de un plumazo. Adiós a cualquier tipo de rigor en el manejo de las variables macroeconómicas. La Comisión le ha liberado de cualquier freno Y lo que ha hecho la CE, muy en línea con la parálisis que corroe al proyecto comunitario, ha sido darle hilo a la cometa. Como todo el mundo es consciente de que reconducir los niveles de deuda hacia la frontera del 60% del PIB es tarea de imposible cumplimiento, y más en la vorágine populista que vivimos, una meta del todo irreal particularmente cuando de los países del "club Med" se trata, pero como al mismo tiempo esa limitación no se puede suprimir de un plumazo porque está en los tratados de la Unión (artículos 121 y 126 del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea), lo que ha hecho la Comisión ha sido darle la vuelta como a un calcetín y enmascarar su incumplimiento con el relato piadoso de lo posible. Patada a seguir. ¿Cómo? Presénteme usted un plan fiscal a cuatro años, que los "malotes" del sur podrán alargar hasta siete años, basado en un recorte paulatino del ratio deuda/PIB, plan que yo me encargaré de vigilar con la manga ancha que me caracteriza, pero mucho ojo, porque, puestos a meter miedo, también habrá "un mayor abanico de sanciones, pero con reducción de importes". Vino con gaseosa. "Lo que importa para la sostenibilidad de la deuda es que los Estados miembros vayan reduciendo la suya de forma realista, gradual y sostenida", ha dicho el comisario de Economía, el italiano (quién si no) Gentiloni. ¿Recupera la CE algo de credibilidad con este borrador de reforma -que se aplicará a partir de 2024- de las reglas fiscales? Habrá que ver cuál es la reacción de los países del norte, a la luz de las consecuencias que para la estabilidad del euro vaya a suponer este abandono de la ortodoxia presupuestaria. Por lo que a España respecta, si Pedro Sánchez tenía algún miedo -es un decir, porque el personaje es muy capaz de pasarse cualquier regla por el arco del triunfo- de que Bruselas pudiera apretarle las clavijas obligándole a caminar a lo largo de 2023 por la senda de una cierta consolidación fiscal, la Comisión se lo acaba de quitar de un plumazo. Adiós a cualquier tipo de rigor en el manejo de las variables macroeconómicas. La Comisión le ha liberado de cualquier freno. De hecho, le da otro año más, y van cuatro, de barra libre para gastar lo que quiera y cómo quiera, para disponer a su antojo del dinero público en todo tipo de gasto improductivo con el objetivo puesto, lo sabe cualquier español mínimamente letrado, en asegurar su reelección sobre la base de incorporar a la nómina de las ayudas públicas a cada vez más grupos o sectores de población dispuestos, o eso piensa él y su troupe, a votarle en noviembre del año que viene. El mercado será el juez que colocará a los Gobiernos manirrotos y al propio euro frente a la cruda realidad Escribía Serraller este miércoles en VP que "España se jugaba mucho con el posible retorno de estas reglas. En concreto y al margen de una deuda que casi duplica la exigencia del 60%, el objetivo de déficit público marcado por el Gobierno para este año se sitúa aún en el 5% del PIB, dos puntos por encima del límite del 3%. El borrador conocido le libra de entrada de un ajuste de cerca de 25.000 millones en 2023, que debería acometer en víspera de las elecciones generales". Ningún problema para Sánchez y menos proveniente de esta UE dispuesta a mirar hacia otro lado cuando de cumplir su propia Ley se trata. Hay, sin embargo, un enemigo tan poderoso como invisible que vendrá silencioso a su hora dispuesto a poner a cada uno en su sitio: el mercado. Inapelablemente vamos a asistir a la sustitución de la disciplina del Pacto de Estabilidad y Crecimiento por la disciplina del mercado. El recuerdo de lo ocurrido recientemente en Gran Bretaña con Liz Truss está muy presente. El mercado será el juez que, lejos ya las políticas de un BCE dispuesto a monetizar cualquier cantidad de deuda emitida por los Estados miembros y a mantener tipos de interés negativos, colocará a los Gobiernos manirrotos y al propio euro frente a la cruda realidad. Que no puede ser más dura en el caso español. Escribía aquí Alberto Recarte hace escasas fechas que "si los tipos de interés a los que se coloca esa deuda [en las nuevas circunstancias de un BCE reduciendo balance y subiendo tipos] subieran al 4%, por ejemplo, el gasto en intereses supondría más de 60.000 millones de euros anuales. Ese gasto no se producirá en uno, sino en cinco o seis años, pero es seguro que ocurrirá". Lo avanzaba también en Vozpópuli José Luis Feito el 20 de septiembre: "Si persiste la guerra de Ucrania, se desencadenará de manera inevitable una crisis de deuda soberana en la eurozona, entendiendo por tal una situación en la cual los agentes privados exigen rendimientos muy superiores a los actuales para no vender o para renovar parte de sus tenencias de deuda pública y privada de Italia y otros países con elevada deuda y déficit públicos". De España, sin ir más lejos. Cuestiones todas que a nuestro Antonio Sánchez no le quitan el sueño. Él prosigue incansable su tarea de demolición del edificio constitucional español, en la doble vertiente política (la desaparición del delito de sedición, ahora mismo, como le exigen sus socios de investidura) y económica: la quiebra del Estado, víctima de una deuda pública imposible de financiar en el mercado. A gastar, a gastar, que el mundo se va a acabar.
Artículo de JESÚS CACHO Vía VOZ PÓPULI

EL MALESTAR POLÍTICO

He dudado si comenzar el diccionario con un fenómeno tan difícil de precisar. Me ha animado a ello la información que he guardado sobre el movimiento francés de los “chalecos amarillos”. Pierre Rosanvallon considera que lo peculiar de este movimiento es que no puede identificarse con otras revueltas, protestas o movilizaciones anteriores (Rosavallon, P. Les épreuves de la vie, Seuil, 2021). Se trata de un “malestar convergente”. En primer lugar, por su procedencia social: hay obreros, empleados, artesanos profesionales liberales, jubilados. Además, porque no había una reivindicación concreta. El movimiento comenzó por la subida de un impuesto. Pero lo que les ha unido ha sido el sentimiento de haber sido despreciados. El deseo de reconocimiento es una de las grandes fuerzas políticas. “En este momento, en muchos países avanzados podríamos hablar del “malestar dentro del estado del bienestar”. Es difícil definir el malestar. No es el sufrimiento, ni la guerra, ni la pobreza. Es, podríamos decir, una inquietud, una irritación, una incomodidad sorda y constante. Quizá la mejor definición sea la de la Enciclopedia Espasa de 1919: “sensación vaga e indefinible de mal funcionamiento orgánico, general o local”. En este Diccionario tendremos que incluir también el término “bienestar político”. En este momento, en muchos países avanzados podríamos hablar del “malestar dentro del estado del bienestar”. Hace unos años, la revista Time tituló en portada: “¿Por qué si estamos tan bien nos sentimos tan mal?”. Solo voy a ocuparme de su significado político. Isabel Ortiz, de la Columbia University, y colaboradores han estudiado los movimientos de protesta en su libro “World Protests: A Study of Key Protest Issues in the 21st Century”. Han analizado cerca de tres mil casos en 101 países durante el periodo 2006-2020. Han detectado cambios. Desde 2006 las protestas sobre reivindicaciones concretas se hicieron más políticas, suscitadas por el mal funcionamiento de las democracias, decepción con los políticos y falta de confianza en los gobiernos. Disminuyeron las protestas con objetivos concretos (p.e. la reforma educativa) y surgieron “ómnibus protests”, en las que convergen muchos objetivos diferentes, reclamando, por ejemplo, una “democracia real”. Al menos 52 de esos actos movilizaron a más de un millón de personas y en el 42% de los casos se consiguieron algunos cambios. Raymond Aron dio una explicación del malestar político en las naciones democráticas: las expectativas no se cumplieron. “Las modernas sociedades democráticas -escribió- invocan ideales en gran medida irrealizables y a través de la voz de sus gobernantes aspiran a un dominio inaccesible de su destino”. (Aron, R. Autobiografía, Alianza, 1985, pp. 122-123). Sostuvo una tesis que tendré que comprobar. Según él, no es la pobreza o la escasez la que incitan a la revolución, sino la interrupción del bienestar. “El Reinado de Luis XVI fue la época más prospera de la Antigua Monarquía, y ésta misma prosperidad precipitó la Revolución”. Es la quiebra de las expectativas la que desencadena el descontento público y la revolución, que “acentúa y va en aumento el odio a las antiguas instituciones” y añade: “Cabe decir que a los franceses les pareció más insoportable su posición cuanto mejor era. Hechos así producen asombro —añade—; la historia está repleta de espectáculos semejantes”. Ya veré si esto es verdad. El malestar puede derivar en resentimiento, en indignación, en acciones violentas, pero me gustaría lexicalizar ese “estado embrionario”, que resulta tan evidente y tan esquivo como el de “clima emocional”. En la película “Network”, de Sídney Lumet, un predicador moviliza a millones de espectadores con una única consigna. “Gritad: ¡Estoy harto!”. Algo parecido sucedió con el movimiento Indignados, estimulado por éxito del panfleto del mismo título de Stéphane Hessel, que en España dio lugar al movimiento 15 M, y a la posterior aparición de Podemos. En el caso de los gilets jaune, como en el de otras manifestaciones del malestar las reclamaciones no son generales, no son de clase, son biográficas: “Es que no puedo encender la calefacción”, “Es que mis hijos no encuentran trabajo”, “Es que cuando he pagado la hipoteca, la luz, el agua y la comida no me queda nada”. Nadie dice “Nosotros, los chalecos amarillos…”, sino ”mi problema es este”. Esto sucede en todos los movimientos populistas, que triunfan mientras se apoyan en ese “malestar político”, pero fracasan cuando tienen que diseñar soluciones para los problemas individuales o diseñar programas generales. En todos ellos, también en el de los chalecos amarillos, había un rechazo a la representación, a los partidos políticos, a los sindicatos, a los portavoces: las redes permitían intervenir a los individuos. En especial Facebook ha tenido protagonismo. Los populismos han reconocido la importancia de estos “motores afectivos” (expresión de Íñigo Errejón, (Cf. Mouffe, C. y Errejón, I., Construire un peuple. Pour une radicalisation de la démocratie, Cerf, Paris, 2017, pp. 96-99). “Los partidos populistas -escribe Rosanvallon- se han convertido en empresario de emociones. Dan forma al “descontento” social actuando como fuerzas del resentimiento, de la indignación, de la amargura o de la desconfianza que se expresan de manera difusa” “Nos quedamos en su “pórtico afectivo”: el malestar”. El “malestar político” puede acabar centrándose en un sufrimiento concreto y provocar revueltas. Los motines del trigo, las rebeliones luditas contra la mecanización, los movimientos feministas, las “insurrecciones de las barricadas, tan frecuentes en Paris de 1827 a 1871, por ejemplo. Pero ya tendremos ocasión de hablar de ellos. En esta entrada nos quedamos en su “pórtico afectivo”: el malestar.
Artículo de JOSÉ ANTONIO MARINA en su DIARIO DE UN INVESTIGADOR PRIVADO.

domingo, 6 de noviembre de 2022

LA ECONOMÍA Y LAS EMOCIONES

Desde Adam Smith, que escribió además de La riqueza de las naciones una Teoría de los sentimientos morales, la economía ha estado relacionada con la psicología. Sin embargo, la utilización de modelos abstractos y matemáticos marginó este enfoque. Es cierto que Keynes habló de la influencia de los animal spirits, de las emociones, en la toma de decisiones económicas, que consideraba en gran parte irracionales. Dos premios Nobel de Economía, George A. Akelrod y Robert J. Shiller utilizaron esa expresión como título de uno de sus libros: Animal spirits: Cómo influye la psicología humana en la economía (Gestion,2000). Me sugiere este comentario la concesión del Nobel de Economía a Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos durante dos períodos de 2006 a 2014, quien «demostró en un trabajo de 1983, con análisis estadístico y fuentes históricas, que el pánico bancario conducía a la quiebra de los bancos y que este fue el mecanismo que convirtió una recesión relativamente ordinaria en la depresión de los años 30, la crisis más dramática y severa del mundo que hemos visto en la historia moderna», dijo John Hassler, miembro del comité del Premio Nobel de Economía. Esto interesa al “proyecto gamma”. No sólo por la función económica del pánico, sino por lo que supone emocionalmente vivir una crisis económica. ¡Bienvenidos al club de la “psicohistoria pasional”! Ha llegado el tiempo de la “economía conductual” lo que exige tener en cuenta las emociones. ¡Bienvenidos al club de la “psicohistoria pasional”! Un psicólogo, Daniel Kahneman fue galardonado con el Nobel, premio que también recibió Robert Thaler, gran defensor de esa renovada Economía. Pero el filón no está explotado. No basta con estudiar los componentes motivacionales de la actividad económica, si previamente la hemos separado de la vida diaria y de los movimientos sociales. La pobreza es un fenómeno económico, que no se capta con estudios estadísticos, sino conociendo como se ha vivido y vive la pobreza, a lo largo de los siglos. En El deseo interminable he aprovechado las obras del historiador inglés Edward P. Thompson que dedicó gran parte de su obra a estudiar las rebeliones sociales. Tenía la convicción de que las rebeliones motivadas por los comienzos de la industrialización no eran solo la demostración de una situación económica insoportable, sino que estaban impulsadas por expectativas morales (E.P. Thompson, “The Moral Economy of the English Crowd in the Eighteenth Century”, Past and Present, nº 50,1971, pp. 76-136. Thompson, E.P. La formación histórica de la clase obrera, Laia, Barcelona, 1977. Gauthier, F., De “la economía moral” a “la economía política popular”: la fructífera intuición de Edward P. Thompson”, Sociología histórica, 3/2013:397-426). También he aprovechado la Historia económica de la felicidad, de Emanuele Felice que recorre la historia de la relación entre desarrollo económico y felicidad, preguntándose si la prosperidad material hace más felices a los seres humanos.
Artículo de JOSÉ ANTONIO MARINA Vía su "Diario de un investigador privado"

DESFASCISTIZACIÓN DEL FASCISMO

En torno al primer centenario de la Marcha sobre Roma de Mussolini, el autor realiza un análisis sobre las distintas realidades políticas que históricamente y en la actualidad se cobijan bajo el término «fascismo»
SEAN MACKAOUI
¿Es el fascismo una ideología o un sistema político «eterno», como afirmó Umberto Eco en una conferencia impartida en los EEUU en el año 1995, al cumplirse los 50 años de la Liberación? Eco advertía del retorno de esta ideología, revestida de otras formas. Y no solo en Italia, sino «en cada rincón del mundo». Emilio Gentile, veía peligroso el adjetivo «eterno», porque podía favorecer la fascinación de los jóvenes. El peligro existe, es real, y los síntomas alarmantes. Pero los tiempos aquellos de los totalitarismos, aunque nos puedan parecer hoy muy cercanos y una «retrotopía», como afirmó Bauman en su último libro titulado así, no son iguales. El mundo ha cambiado mucho. En Italia, el Movimiento Sociale Italiano fue fundado en el año 1946 por ex dirigentes mussolinianos. Y llegaron al poder en coalición con Berlusconi, fundador de Forza Italia, un partido liberal y anticomunista. La Lega Norte, secesionista, fundada por Bossi, también participaba de la coalición. Defendía los idiomas regionales frente al italiano, la secesión del norte con el sur, así como la supremacía racista de los norteños (celtas y germánicos), frente a los latinos y mediterráneos del sur. En los años 50 del pasado siglo, Lelio Basso, en su libro Dos totalitarismos. Fascismo y democracia cristiana, afirmaba que esta última formación era la heredera de la primera. Sea como fuere, todas esas alianzas de extrema derecha ( y creo que es la calificación más adecuada) no han logrado sobrevivir por mucho tiempo ni resucitado a Mussolini. Hoy regresan y espero que tengan la misma suerte. El peligro está siempre ahí: el peligro del fascismo y del comunismo. Hoy, por cierto, unidos en defensa de Putin. Aunque Berlusconi y Meloni ahora lo desmientan. Lo triste de todo esto es que la extrema derecha, como en otros lugares, ha llegado al poder democráticamente. En ¿Quién es fascista?, Gentile se pregunta si el partido político español Vox es fascista. Defiende un nacionalismo español católico (defensa de la familia, contra el aborto y la eutanasia, antifeminista); es monárquico y respeta la Constitución; no busca la toma del poder por la violencia; aboga por la unidad estatal centralizada; no se ha manifestado antidemocrático; protege los símbolos de la nación, entre otros, a la lengua común, el español, así como desdeña a las otras lenguas cooficiales; revisa el franquismo pero, de momento, aún no lo reivindica abiertamente; es hostil a la inmigración; rechaza al islam y defiende a Israel; y en la economía es ultraliberal. Comparto con Gentile la conclusión de que no estamos hablando de un partido fascista, sino de un partido de extrema derecha nacionalista y católico que tiene similitudes con otros partidos políticos europeos legalizados. ¿Podría ser considerado el Vaticano un estado fascista? ¿Era fascista la IV República francesa, que prohibió el aborto, defendió la familia y rechazó la inmigración? ¿Era fascista la Gran Bretaña de 1929, donde se castigaba el aborto con la cadena perpetua? ¿Era fascista la URSS en 1936 cuando eliminaron el aborto, el divorcio y reivindicaron el expansionismo zarista como hoy hace Putin? ¿Lo fueron los jacobinos durante la Revolución francesa? ¿Y De Gaulle? ¿Hoy lo son Le Pen, Orban, Erdogan, Trump o Bolsonaro, todos llegados por las urnas, pendiente Le Pen aún de conseguirlo? El fascismo histórico hoy en día tiene un difícil acomodo, aunque el peligro siempre está ahí. El fascismo no solo fue Mussolini y su Marcha sobre Roma, de la cual en estos días se ha cumplido el siglo. Fue también un movimiento, un partido, un régimen y una cultura. La desfascistización del fascismo coincide con su banalización. Croce, en su libro también titulado como el de Gentile, muy posterior el de este último, ¿Quién es fascista?, escribía que la palabra fascista ya solo equivalía a un «ultraje», un insulto sin mayor connotación. Los comunistas y los socialistas lanzaban este término despectivo a los liberales, católicos democráticos y demás militantes no socialistas ni comunistas revolucionarios, que no practicaban la violencia ni defendían la dictadura aunque fuera en nombre del proletariado y no del Estado o la nación. Incluso se lo aplicaban a aquellos favorables a las elecciones libres. El fascismo implicaba violencia, racismo, xenofobia, machismo, ultraconservadurismo, autoritarismo, antidemocracia, antisemitismo, censura, totalitarismo. La democracia defiende el gobierno del pueblo. El liberalismo, la libre competencia. El nacionalismo, la supremacía de la nación. El socialismo, la igualdad social. El comunismo, la comunidad de bienes. El anarquismo, la abolición del Estado. Y el fascismo, la unidad en torno a una persona omnipotente. La Internacional comunista adoptó el término fascista para atacar a la burguesía y el capitalismo. Hasta 1935, los comunistas consideraron fascistas a los socialistas. Togliatti, secretario general del PCI, definió a Pietro Nenni, líder de los socialistas, como una «excrecencia del fascismo». Nenni había pertenecido a los Fascios de combate. Togliatti, en 1929, había vaticinado: «Mañana marcharán junto a los fascistas porque estos y los socialdemócratas, tienen bases ideológicas idénticas comunes». Luego, en 1935, el propio Togliatti llamó a los fascistas «hermanos con camisa negra». ¿Y el pacto Hitler-Stalin de 1939? La Segunda Guerra Mundial lo aclaró todo. Gramsci comentó que los comunistas no solo querían derrotar a Mussolini, sino también al semifascismo de Amendola, Sturzo y Turati, representantes del liberalismo, el populismo católico y el socialismo reformista. El primero murió en el exilio en Francia (1926); el segundo también vivió exiliado en Inglaterra y EEUU hasta finales de la Segunda Guerra Mundial; y el tercero falleció en 1932 en París. Los prefascistas de 1919 no eran anticapitalistas ni populistas ni revolucionarios ni republicanos. Pedían la jornada laboral de ocho horas, impuestos sobre el capital, defendían a la burguesía y la colaboración entre las clases sociales. Eran muchas las coincidencias con los socialistas reformistas; no eran violentos, estaban a favor del sufragio universal masculino y femenino, así como rebajar la edad del voto a los 18 años, y no se consideraban un partido político. Hoy, todos los neos que se quieren agrupar en uno solo, también son diferentes, como sucede igualmente en la extrema izquierda. «La interpretación antropológica del nuevo fascismo bajo distintos ropajes es un claro ejemplo de ahistoriología, porque desliga al fascismo de su historia. El populismo de Berlusconi, de la Lega o de Cinco Estrellas, no son iguales entre sí, aunque tengan muchas coincidencias. Ni con su antecedente histórico», comenta Gentile. Hoy, el verdadero fascismo sería un movimiento de masas interclasista e integrado cultural, política y económicamente. Ejercería la violencia física contra sus adversarios políticos (lo que hizo ETA). Buscaría el monopolio del poder. Destruiría la democracia ejerciendo el terrorismo parlamentario, intervendría en la separación de poderes, atacaría la Constitución (lo que hacen reiteradamente Podemos y adláteres). Reinventaría un pensamiento mítico e histórico (los independentistas). Racistas amparados en las raíces de ser superiores (los independentistas). Establecimiento de un estado totalitario (los independentistas y la extrema izquierda). Antieuropeístas (independentistas y populistas de extrema izquierda). Censura en los medios de comunicación (esas «fuerzas oscuras» a las que se alude cuando no gustan las verdades que se publican). Restricciones de las libertades individuales. Partido único. La movilización continua. El jefe carismático. La supresión de la pluralidad de sindicatos. La política exterior alineada con sus semejantes. Y así podríamos seguir con nuestra enumeración, que nos lleva a ratificarnos en que los dos extremos están mucho más cercanos de lo que se cree. Además, la mayoría de las Constituciones de los países democráticos condenan y castigan estas ideologías, así como las leyes internacionales, la Carta de las Naciones Unidas o la Declaración Universal de los Derechos del Hombre. Hoy, los partidos de extrema derecha, que no los fascistas, son menos tabú que los de antes. Desde la pasada década de los 80, más de 70 gobiernos europeos colaboraron con la extrema derecha. Más que una ideología, hoy es un pragmatismo muy complejo y variopinto. Por lo tanto, más que hablar de fascismos, a la manera histórica, como Flores d'Arcais enumera, es mejor calificarlos de postfascismo, neofascismo, ultraderechas, derechas radicales o nacional populismo. Amendola, refiriéndose al abuso del término fascista, decía: «Lo centrista, liberal, conservador, lo reaccionario, lo autoritario o fascista, son términos que corresponden a varias formaciones políticas y distintas realidades. Hay que acostumbrar a las jóvenes generaciones el arte de la distinción». Y Leonardo Sciascia insistió en lo nefasto que era extender esta denominación entre todo el mundo que pensaba distinto. El gran escritor siciliano calificó a estos insultadores profesionales como «fascistas antifascistas». Eso es lo que es nuestro Gobierno, cuando a todos los socialistas que discrepamos con él y lo justificamos, e incluso al resto de los españoles, nos denomina de ese modo.
Artículo vía EL MUNDO de César Antonio Molina, que es escritor y fue ministro de Cultura. Su último libro 'Qué bello será vivir sin cultura' (Destino)

domingo, 30 de octubre de 2022

NO CON ESTE PSOE

El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. Europa Press
Confieso ser uno más de los miles de españoles que esta semana asistían perplejos a los preparativos del anuncio de acuerdo entre PSOE y PP, o mejor, entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, sobre la reforma del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ). Perplejo porque a lo largo de la semana había ido tomando cuerpo la especie de que el PP iba a terminar tragando con el nombramiento de ese sectario con balcones que responde al nombre de Cándido Conde-Pumpido, el de las togas y el polvo del camino, como nuevo presidente del Tribunal Constitucional (TC), la clave del arco que cierra el proyecto sanchista de demolición del edificio constitucional con la ayuda de la patulea que le mantiene en el poder, la destrucción del régimen del 78, proyecto que reclama el control del tribunal de garantías como condición sine qua non para llevar a efecto la labor de derribo y que, además, le proteja personalmente de cualquier asechanza que pudiera surgirle el día que, otro presidente del Gobierno y una Justicia independiente, alguien decida sentarlo en el banquillo por delito de alta traición (art. 102 de la CE). El control del Constitucional es la obsesión de Sánchez desde que accedió al poder, un Sánchez a quien importa una higa el CGPJ y sus vocales. Incluso está dispuesto a asumir cualquier tipo de compromiso, en línea con lo que viene proponiendo el PP, para que sean los jueces quienes se hagan cargo de al menos el 50% de su composición. Ya negará ese acuerdo o se apeará de él el día que le convenga. El desahogado que antes de junio de 2018 decía en La Sexta estar dispuesto "a recortar el poder de decisión del PSOE en todos esos órganos; estoy dispuesto a que el PSOE no sea quien proponga a los miembros del CGPJ, porque yo soy de los que creen que estas comodidades del bipartidismo a quien han hecho peor ha sido al PSOE", ya no puede engañar a nadie, salvo a quien se deje engañar. A él le importa controlar un TC dispuesto a tragarse el sapo de validar las leyes sometidas a recurso de inconstitucionalidad, las que están a punto de caramelo (la Ley Trans, por ejemplo) y las que están por venir y que tienen que ver con el estatus de Cataluña dentro (o fuera) de España, mediante un nuevo referéndum a pactar en la Mesa de Diálogo del socialismo con el separatismo. En eso Sánchez y Junqueras se parecen como dos gotas de agua. También a los chicos de ERC les obsesiona el control de la Justicia o más bien su desnaturalización, en concreto la revisión a la baja del delito de sedición en el Código Penal, y no ya para permitir el regreso triunfal del patético Puigdemont y demás huidos, sino, mucho más importante, para "ampliar el espacio de impunidad para cuando llegue el momento de hacer realidad el ho tornarem a fer", en palabras del columnista Ignacio Varela. Feijóo se ha asomado esta semana al precipicio. Ha estado a punto de firmar su propia sentencia de muerte o, por decirlo de otra forma, de perder las próximas generales muchos meses antes de ser convocadas Por eso resultaba estos días escandaloso ver al PP caminar cogido del ronzal por Sánchez hacia el acuerdo sobre el CGPJ cuando ya el lunes 24, el boletín oficial del sanchismo había anunciado ("El Gobierno se abre a reducir a la mitad la pena por sedición", Lo País) su intención de dar satisfacción a ERC, mientras el pánfilo de González Pons y Félix Bolaños, el siniestro mayordomo de Moncloa, negociaban los términos del pacto. Y por si en Génova no se hubieran enterado, 48 horas después, miércoles 26, la pintoresca María Jesús Montero, ministra de Hacienda, volvía a sacar a colación la reforma del Código Penal durante el debate de enmiendas en el Congreso a la totalidad de los PGE de 2023. "Traeremos a esta Cámara (…) la voluntad del Gobierno de homologar a los estándares europeos la calificación de determinados delitos en nuestro país". De modo que el PP estaba más que advertido, no obstante lo cual Feijóo y su magra guardia de corps siguieron adelante con los faroles. Resultado: Bolaños se ha burlado de Pons y Sánchez ha hecho lo propio con Feijóo. De la inclinación al engaño por parte de Sánchez estaba muy al tanto el malogrado Pablo Casado, que lo sufrió en sus carnes y que había llegado a la conclusión de que no era posible pacto alguno con quien está dispuesto a vender España a trozos para seguir un día más en el poder. Pero Feijóo no quiere parecerse a Casado (leit motiv de su política), no quiere encerrarse en el "no" perpetuo, consciente de la necesidad que un partido alternativa de Gobierno tiene de abrirse a pactos con otras fuerzas. Esta es la única explicación amable que cabe para el gallego al fiasco de esta semana: su buena voluntad para desbloquear la renovación del CGPJ a tenor de la promesa que días atrás hizo al comisario europeo de Justicia. Y de hecho es el propio Feijóo quien, en la conversación telefónica que en la tarde del jueves mantiene con un Sánchez "chulo y faltón" (Génova dixit) mientras volaba de regreso a España, le pide que le aclare si realmente piensa llevar a cabo la reforma de la sedición, y el vampiro le dice que sí, que naturalmente, faltaría más, que está en su programa de Gobierno y que no sabe de qué se extraña… convencido como estaba de tener al gallego entre la espada y la pared, como ayer sugería aquí Alberto Pérez Giménez: si firmas, mal; y si no firmas, peor, porque ya me encargaré yo de demoler tu figura a cuenta del "temblor de piernas". Y es entonces cuando el líder del PP huye despavorido de la boca del lobo en que se había metido y anuncia la ruptura del pacto, no sin que antes Ayuso y otros le hubieran advertido del riesgo que estaba corriendo. Esto no va a ser un paseo triunfal, Alberto, como pudo parecer tras la degollina de Casado. Estamos ante un enemigo formidable, un superdotado para el mal y un tipo sin ningún tipo de escrúpulos morales Porque hubiera resultado pura dinamita, en realidad hubiéramos asistido al final de la España constitucional tal como la hemos conocido, con sus grandezas y miserias, desde el 78, si el PP hubiera consentido poner la Justicia, teóricamente para reforzar su independencia, en manos de este bandolero, mientras por la puerta de atrás él mismo la desmantela para permitir a sus socios volver a delinquir con impunidad, todo ello para que nuestro pequeño sátrapa, que esa es la madre del cordero, pueda seguir gozando del apoyo de los 15 escaños de ERC en el Congreso. Ese es el crimen que hemos estado a punto de presenciar, y el drama de un país con su arquitectura constitucional supeditada a los intereses de una persona. "El Gobierno quiere una Justicia a la medida de los independentistas", dijo Feijóo el viernes en Vitoria. Pues claro, Alberto, y no es que lo quiera, es que se lo imponen sus socios, es el peaje que tiene que pagar para seguir vivo, pero eso lo sabe cualquier español mínimamente alfabetizado desde junio de 2018 sin necesidad de ser líder de la oposición, como sabe también que no es posible negociar nada con Sánchez y su banda a menos, claro está, que puedas cobrarte por adelantado a la manera de peneuvistas, separatistas y filoetarras, como ayer afirmaba el también columnista Ignacio Camacho. Feijóo se ha asomado esta semana al precipicio. Ha estado a punto de firmar su propia sentencia de muerte o, por decirlo de otra forma, de perder las próximas generales muchos meses antes de ser convocadas, porque semejante claudicación hubiera resultado insoportable para la dignidad de los votantes del centro derecha español. De la encerrona ha salido trasquilado pero vivo, que no es poco. Negociar sí, pero con otro PSOE. Con Sánchez y su banda, ni a aceptar una herencia. Los detalles de este drama con ribetes de farsa son de sobra conocidos. Ahora importa saber si en Génova han aprendido la lección y sacado alguna enseñanza provechosa con vistas al futuro. Porque esto no va a ser un paseo triunfal, Alberto, como pudo parecer tras la degollina de Casado. Lo he dicho ya otras veces pero conviene recordarlo: estamos ante un enemigo formidable, un superdotado para el mal, un tipo sin ningún tipo de escrúpulos morales, con una cantidad formidable de dinero para gastar a su antojo en la subvención de cada vez más grupos sociales encantados con la perspectiva de vivir a costa de un llamado Estado del Bienestar que no es otra cosa que el bienestar del Estado. Un sujeto dispuesto a todo con tal de repetir victoria en las generales de 2023. De aquí a noviembre de 2023 veremos cosas que nos helarán la sangre. De momento, aquel Feijóo que llegó en abril como presidente del Gobierno in pectore, no es más que el jefe de la oposición en octubre. Urge abrir ventanas, salir a la calle y hablar alto y claro. Abandonar cuanto antes la hura. Urge acabar con la abulia ideológica que tiene sedado al PP desde hace ya muchos años drenando cualquier ambición de cambio real En cualquier empresa que hubiera soportado un trauma semejante al del PP se impondrían cambios drásticos en su estructura gerencial. Convendría, por ello, saber si Cuca Gamarra, que el martes separaba campanuda la rebaja del delito de sedición de la negociación del CGPJ porque ambos asuntos "iban aparte", está en el puesto que corresponde a su valía, y convendría valorar si no es un drama para la historia universal de la literatura que González Pons desperdicie su enorme talento para la novela erótica por un arte tan menor como la política. Parece necesario reforzar la estructura de Génova con la incorporación de verdadero talento, tan escaso hoy, porque esta no es guerra para diletantes. Pero, por encima de todo, es urgente abordar de una vez por todas cuestiones que deberían estar en el ADN de un partido de centro liberal moderno y que el marianismo enterró hace tiempo convencido como estaba de poder vivir tranquilo en la deserción de la guerra cultural, la renuncia a la opción reformista y el apaciguamiento del socialismo peronista. Urge abrir ventanas, salir a la calle y hablar alto y claro. Abandonar cuanto antes la hura. Urge acabar con la abulia ideológica que tiene sedado al PP desde hace ya muchos años drenando cualquier ambición de cambio real. Casi todo lo que ha anunciado Feijóo en estos últimos meses, desde la deflactación del IRPF hasta el agravamiento de las penas de sedición y la tipificación del referéndum ilegal, lo registró Casado como proposiciones de ley hace muchos meses, alguna hace incluso años. Las iniciativas de Feijóo al respecto están por ver. Parece razonable otorgar al gallego un margen de confianza en el bien entendido de que llegar a la Moncloa no será nunca un paseo triunfal a pesar del profundo deterioro institucional y de la herida económica que su presidencia va a dejar en el bolsillo de los españoles. El PP debe volver a ser un partido al servicio de España y no una forma de vida para su cúpula, lo cual reclama abandonar el silencio habitual y proponer una dosis extra de actividad, de explicación alternativa, de propuestas, de presencia constante en los medios. Una admirable Inés Arrimadas a las puertas de su muerte política ha hablado más, y más brillantemente, en los últimos días de los problemas de España que todo el PP en los últimos meses. Vale insistir: lo que está en juego no es el futuro de Feijóo, sino el de la España constitucional.
Artículo de JESÚS CACHO Vía PÓPULI
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