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domingo, 18 de diciembre de 2022

LO DE ESPAÑA TIENE REMEDIO

Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, en un pleno en el Senado. Europa Press
"España está en pleno proceso de desmantelamiento y la cosa no tiene remedio", escribía este viernes el cubano Juan Abreu en sus emanaciones.com. "El problema no es el enemigo, los malos, como suele suceder, sino los buenos. Son demasiado torpes, demasiado lentos, demasiado ciudadanos, demasiado culogordos y demasiado cobardes para triunfar sobre fuerzas decididas, ideológicamente muy motivadas, y carentes de escrúpulos, como suelen ser las de izquierdas. El plan está bien trazado y obedece a la ambición de Sánchez (…) España es el lugar ideal para poner en práctica su plan de toma del poder sin violencia (armada; la violencia callejera e institucional es parte fundamental del plan), y establecimiento de una república populista de izquierdas. En primer lugar, por las taras tribales españolas: en España todos son algo antes que españoles…" Semana trágica, que recuerda como dos gotas de agua lo ocurrido en el Parlamento de Cataluña los días 6 y 7 de septiembre de 2017, cuando el separatismo decidió privar por las bravas a la mayoría de los ciudadanos catalanes de sus derechos constitucionales para abrir paso a un referéndum ilegal y a la independencia. En aquellos días, el PSC planteó un recurso de amparo al Constitucional, que es justo lo que el PP trató de hacer el jueves para frenar la aprobación en el Congreso de las nuevas "leyes de desconexión" con las que esta versión del "procès" que ahora encabeza el PSOE de Pedro Sánchez pretende hurtar los derechos constitucionales de los españoles en favor de comunistas y separatistas de toda laya y condición. Habrá que esperar a mañana lunes, pero conviene aclarar que el TC deberá pronunciarse no sobre lo que se votó el viernes, sino sobre cómo se votó. Es decir, sobre si modificar el Código Penal y dos leyes orgánicas por vía de urgencia, sin informes y sin debate previos, es legal y no vulnera ningún derecho. No se entienden los nervios del Ejecutivo presionando a los jueces y marcándoles el camino porque, si todo lo han hecho bien, no tendrían nada que temer. Menos aún tratar a la oposición de "golpista" por recurrir en amparo al Constitucional como el propio PSOE ha hecho en otras ocasiones, de acuerdo con lo establecido en el Art. 42 de la LOTC. Pero, ya lo han visto. Ahora resulta que los golpistas son quienes tratan de oponerse al golpe con el que el bloque de la moción de censura, Sánchez y su banda, tratan de desmontar el régimen del 78 para llevarnos a esa República Confederal Ibérica. El mundo al revés. Alguien lo ha dicho en Twitter con ironía: "Para la izquierda, todo es un golpe menos el golpe que ahora resulta que son disturbios". La perversión del lenguaje o la estrategia de embarrar el campo para que nadie sepa en qué lugar del firmamento se encuentra la estrella polar. Es la incapacidad de la sociedad actual, ahogada por la creciente pérdida de libertades, para discernir lo que es verdadero o falso, porque es el todopoderoso "Ministerio de la Verdad" (Carlos Augusto Casas, Ediciones B) quien se encarga de seleccionar la información que llega, manipulada, a los ciudadanos sometidos a esta reedición del orwelliano "1984". Rodearse de talento parece tarea obligada para el futuro presidente del Gobierno de España, dotarse de un equipo que a estas alturas debería estar trabajando a fondo en la preparación de una alternativa de Gobierno, un nuevo proyecto de futuro para una España liberal. Todo lo demás es despilfarro inicuo Los planes de Sánchez se van cumpliendo al milímetro. Con pocas sorpresas. Nada que no supiéramos desde el principio, o más bien desde la noche del 10 de noviembre de 2019, las generales con las que confiaba reforzar su poder para gobernar en solitario sin la amenaza del monstruo que le impedía dormir tranquilo. Aquella noche, cuando comprobó que había perdido más de 800.000 votos, llamó presa del pánico al loro de Podemos dispuesto a abrazarse al palo mayor de la izquierda reaccionaria para el resto de su carrera. Una izquierda reforzada por separatistas, bildutarras y esos "bandidos varios que desde hace 60 años gobiernan Cuba", según Abreu, y que han hecho del psicópata el perfecto rehén, un auténtico prisionero obligado a pagar el apoyo de sus socios con el desguace de España a plazos. La estrategia la viene diseñando, como ayer revelaba aquí Alberto Pérez Giménez, José Antonio Martín Pallín, una especie de Vyshinski de Sánchez, un ex magistrado del Supremo de ideología comunista que viene marcando la hoja de ruta del Ejecutivo en lo que atañe al control del poder judicial y del TC. Martín Pillín, como se le conocía entre sus compañeros del TS, es un adelantado del indulto a los condenados del prusés, la eliminación de la secesión, la rebaja de la malversación y el referéndum pactado para Cataluña. Desde hace meses apunta directamente contra S. M. el Rey. Lo hacía este viernes en Lo País, el órgano de propaganda del Gobierno social comunista. Felipe VI es la próxima pieza de caza del bloque Sáncheztein. Y la última, antes del derrumbe definitivo del régimen del 78. Un rey enfrentado otra vez a la prueba suprema de un nuevo 3 de octubre de 2017 ("Estamos viviendo momentos muy graves para nuestra vida democrática"). Una bala de plata, quizá la última, en la cartuchera del monarca, para ser usada en el momento procesal oportuno. La situación admite ya poca discusión. Durante la jornada del jueves se oyeron en el Congreso español planteamientos propios de líderes chavistas en las antípodas de una democracia liberal ("Ninguna toga tiene la capacidad para limitar que el pueblo pueda autogobernarse. Que tomen nota porque, en nombre del rey, no se puede limitar la democracia", Rafael Mayoral, Podemos). La apelación a la defensa de la libertad, a menudo descartada por los beatos del "eso en España no puede pasar" como una exageración sin fundamento, se ha convertido ya en una realidad insoslayable. Todas las miradas se dirigen hacia la oposición, y en particular hacia un Núñez Feijóo convertido en la alternativa al actual inquilino de Moncloa. Tenía razón el viernes César Antonio Molina en El Mundo: "En la tierra baldía cultivada por este Gobierno, ya no hay más que dos opciones. Solo dos y ni una más. O Sánchez cabalgando hacia el abismo, o la moderación, el temple y el orden de Feijóo". Sé que son legión los ciudadanos que piden respuestas contundentes a las provocaciones de sanchismo, gente exasperada por la "moderación" de un PP contaminado hasta el tuétano de marianismo, esa enfermedad que impele a procrastinar decisiones obligadas cuando el vendaval amenaza con llevárselo todo por delante. Pero no hay más: Feijóo y la necesidad de llegar a un acuerdo con Santiago Abascal, porque sin esa entente no habrá posibilidad de gobernar, más la obligación moral de incorporar a la tarea de restaurar el orden constitucional a los restos de Ciudadanos y a la tropa en desbandada de esa izquierda moderada que huye del PSOE de Sánchez. Mayoría sobrada para llegar a la Moncloa. "Yo no valgo para estar dando gritos todos los días desde la oposición", suele recordar Feijóo a quienes le urgen a comportarse como Santiago matamoros. La oposición, además de ingrata, ofrece escasas posibilidades de frenar las iniciativas de un Ejecutivo empeñado de pasar cual caballo de Atila sobre las instituciones. Pero sí obliga a preparar a conciencia una alternativa. En primer lugar, manteniendo tensionado y en forma a un partido dispuesto a reñir la batalla electoral y, en segundo, rodeándose de un equipo potente, en el que prime el talento sobre la fidelidad, capaz de hacerse cargo del aparato del Estado llegado el momento. El equipo, el talón de Aquiles del gallego según criterio extendido. El mismo problema que padeció Pablo Casado. A pesar de su encomiable comportamiento del viernes en el Congreso, Cuca Gamarra sigue sin ser tomada en serio por buena parte del votante "pepero". A la misma hora que el socialista Felipe Sicilia comparaba a la derecha con Tejero, el novelista González Pons, bloqueado en Estrasburgo, suspendía la presentación en Valencia de su última novela "El escaño de Satanás". Entrevistado a primera hora del viernes en la emisora valenciana de la SER, se manifestaba de esta guisa: "He hecho política ficción contando dónde conspiran los políticos, dónde comen y con quienes se enrollan, en un marco de novela de terror". Es vicesecretario general del PP y diputado en el Parlamento Europeo. Y es mano derecha de Feijóo. Es lo que hay. El mismo jueves tarde, mientras en el Congreso se apedreaba a la España de ciudadanos libres e iguales, mi Mariano trasegaba Macallan 12 años en el Milford en Juan Bravo, como suele hacer todas las tardes tras abandonar el despacho en pleno Barrio de Salamanca. El sátrapa ha entrado en pánico. De modo que claro que España tiene remedio, a condición, naturalmente, de que los españoles de bien se movilicen. Y son mayoría Con estos bueyes hay que arar. Rodearse de talento parece tarea obligada para el futuro presidente del Gobierno de España, dotarse de un equipo que a estas alturas debería estar trabajando a fondo en la preparación de una alternativa de Gobierno, un nuevo proyecto de futuro para una España liberal, empezando por esa decena de decretos leyes que al día siguiente de las generales el jefe debería tener sobre su mesa de trabajo listos para su publicación en el BOE. Todo lo demás es despilfarro inicuo. Construir una alternativa y tejer un entramado de apoyos en la sociedad civil, si es que tal cosa existe. Llamar a los capos de las televisiones privadas y anunciarles que RTVE volverá a emitir publicidad comercial. Convocar en su despacho a Ana Botín y a Álvarez-Pallete y preguntarles si les preocupa en algo el futuro de sus empresas. Tomar un café con Oughourlian y darle el pésame, decirle que va a perder en Prisa hasta la camisa, porque nadie le va a sacar las castañas del fuego dentro de unos meses, que en el nuevo Ejecutivo no habrá Sorayas dispuestas a echarle una mano. Enseñar colmillo. Elevar el nivel político e intelectual del discurso. Y trabajar, trabajar a fondo, porque mayo está a la vuelta de la esquina y tal vez al día siguiente sea preciso presentar de una vez esa moción de censura tantas veces sopesada como aplazada, cuando sea evidente que a Sánchez, como al jefe mafioso rodeado por agentes del FBI, solo le apoya la banda a la que ha hecho rica a costa de esquilmar a los españoles. No hay más que Feijóo y su obligada alianza con Abascal. Y Feijóo, por suerte, no es Mariano. Escribía Abreu este viernes en su blog: "No tiene remedio [lo de España, se entiende]. Desde la Ley y el Orden y desde la Civilización no es posible ganar a las hordas bárbaras, que es lo que encarnan las izquierdas, los nacionalracistas catalanes y vascos y la invasión castro chavista del populismo analfabeto. No tiene remedio, repito, porque la única forma de parar el horror que se avecina es el uso de la fuerza del llamado Estado de Derecho. Y, seamos honestos, nadie la usará. Falta cerebro, falta arrojo, y faltan huevos (lugar común)". Discrepo. La encuesta publicada el lunes en este medio arrojaba una mayoría PP+Vox de 184 escaños. La de Metroscopia (que últimamente trabaja más para el PSOE que para el PP) del viernes elevaba la suma hasta los 191. Probablemente es lo que explica la mayoría de las cosas que están ocurriendo. El sátrapa ha entrado en pánico. De modo que claro que tiene remedio, a condición, naturalmente, de que los españoles de bien se movilicen. Y son mayoría.
Artículo de JESÚS CACHO Vía VOZ PÓPULI

domingo, 11 de diciembre de 2022

PUNTO DE INFLEXIÓN

Seguramente no siempre es fácil identificar con tanta precisión el momento preciso en que un Estado democratico de Derecho empieza a alcanzar un punto de deterioro que puede llegar a ser irreversible. Las noticias de los últimos días apuntan todas en la misma dirección: reforma del Código Penal del delito de malversación para reducir las penas cuando los políticos desvían dinero público no para sus bolsillos, sino para la causa o el partido, reforma para que el Gobierno pueda nombrar a sus dos candidatos al tribunal Constitucional sin esperar a que nombre los suyos un CGPJ bloqueado y desprestigiado, con la aspiración explícita de controlarlo mediante nombramientos de personas que han sido altos cargos del gobierno que los propone, reformas que permiten que posibles nuevos desafíos al orden constitucional vigente desde las instituciones queden impunes…Y todo por la puerta de atrás, vía enmiendas o proposiciones de ley, sin un debate en el Parlamento y en la sociedad digno de tal nombre y por supuesto sin recabar ningún dictamen o informe a los organismos competentes al no tramitar las modificaciones como seria conveniente cuando se trata de cambios de este calado. El que la razón última de estos cambios sea la necesidad de contar con los votos de ERC, cuyos altos cargos están directamente implicados en procesos por delitos que pueden verse afectados por las reformas que se anuncian resulta especialmente indecente si tenemos en cuenta que en 2018 se produjo una moción de censura del PSOE contra el PP a consecuencia del caso Gürtel con la bandera de la regeneración democrática e institucional. Que un gobierno del mismo partido termine rebajando penas por delitos de corrupción a sus aliados parlamentarios parece un mal sueño. Realmente creo que podemos concluir que el puente de la Constitución de 2022 va a ser un punto de inflexión en nuestra historia constitucional y no precisamente para bien. Termina así una primera etapa en que la democracia española, con todas sus imperfecciones, tenía unas mínimas aspiraciones éticas, al menos de boquilla. Ahora, todo vale. Es el triunfo de la idea profundamente antidemocrática y profundamente inmoral de que el fin justifica los medios. Es sabido que en el siglo XXI las democracias y las instituciones se deterioran desde dentro y lentamente: el reciente informe sobre la situación del Estado de Derecho de la Fundación Hay Derecho lo ha puesto de relieve con datos cuantitativos para el periodo 2018~2021 aunque la deriva viene de lejos, como lo demuestra el degradante ejemplo del CGPJ. Pero en la nuestra el proceso se ha acelerado mucho en las últimas semanas o incluso días. Que la solución a una situación de politización institucional extrema y de corrupción institucional generalizada sea más reparto de cuotas partidistas, más ocupación de las instituciones de contrapeso y más impunidad para los políticos corruptos es algo que los ciudadanos españoles de izquierdas, derechas o de centro sencillamente no nos merecemos. Y para demostrarlo deberíamos reaccionar cuanto antes, cada uno en la medida de sus posibilidades. Como decía Burke, el mayor error lo comete quien en una situación como esta no hace nada porque piensa que podría hacer muy poco.
Artículo de ELISA DE LA NUEZ SANCHEZ-CASCADO Vía el blog de HAY DERECHO (Artículo publicado originalmente en El Mundo)

SÁNCHEZ ES NUESTRO CASTILLO

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. EFE
Primero fue el indulto concedido a los condenados por sentencia firme tras la asonada del 1 de octubre de 2017, una iniciativa que dejó a nuestro Tribunal Supremo temblando en el frío del descrédito ante la UE y ante la propia ciudadanía española. Después vino la derogación del delito de sedición con el argumento falaz de que había que alinearlo con un criterio europeo de lo más variopinto. Del brazo de la sedición apareció la malversación o el deseo expreso de rebajar hasta lo inaceptable el uso delictuoso de fondos públicos -dinero de los españoles- con un doble motivo: complacer a los golpistas del 1-O que así lo exigían, por un lado, y dejar impune la corrupción de notorios socialistas condenados también en firme por el saqueo de las arcas públicas en el caso de los ERE (Griñán, por cierto, sigue en su casa), por otro. Pero, atención, la reforma del delito de sedición no es simplemente una rebaja de penas, sino una derogación total del mismo, algo que acarrea consecuencias político-jurídicas demoledoras ya que, suprimido el delito, debe anularse la sentencia que condenó a quienes lo cometieron de acuerdo con el principio del nullum crimen, nulla poena sine praevia lege. Más grave aún porque, si no cometieron delito de sedición (desaparecido tras la reforma) tampoco hay delito en una malversación que quedó conformada como el uso indebido de fondos públicos para la comisión de un ilícito penal. Desaparecido este, desaparece cualquier reproche al uso de tales fondos. Las reformas introducidas este auténtico "viernes negro" español colocan a los golpistas catalanes -y de cualquier otra latitud- pasados, presentes y futuros en un escenario de total impunidad Un auténtico punch contra el Estado de Derecho que reclama enseguida el control de un Tribunal Constitucional que podría declarar ilegal el golpe y abrir una deriva en los tribunales de justicia que en su día acabara con los huesos de los golpistas, encabezados por Pedro Sánchez Pérez-Castejón, en la cárcel. De modo que tras el indulto, la sedición y la malversación, llega el obligado asalto a un Tribunal Constitucional (TC) al que queremos atar en corto para que valide nuestros desafueros colocando allí a nuestros fieles servants, los Juan Carlos Campo, Laura Díez, Bandrés y lo que venga, todos a las órdenes del gran edecán Conde-Pumpido y todos dispuestos a desmantelar la Constitución del 78. Un TC al que se le niega el derecho que le asiste para evaluar a los miembros designados por el Gobierno, y que hace tabla rasa del imperativo constitucional que establece la renovación por tercios, no por sextos, como pretende Sánchez y su troupe. En el mismo infamante viaje, Sánchez agrede al CGPJ al rebajar la mayoría exigible en la elección de los dos magistrados del TC que le corresponde designar, al tiempo que amenaza con acciones penales a los miembros del Consejo que no cumplan sus dictados. ¡El Gobierno amenazando a los jueces!, o la prueba del nueve de que la nuestra ha dejado de ser una democracia para convertirse en algo muy distinto. Las reformas introducidas este auténtico "viernes negro" español colocan a los golpistas catalanes -y de cualquier otra latitud- pasados, presentes y futuros en un escenario de total impunidad. La conclusión que cabe extraer desde una perspectiva de técnica jurídica penal es que no ha existido delito alguno, de modo que la próxima intentona les saldrá gratis. En puridad, Puigdemont puede ya empezar a hacer de su capa un sayo, como puede Junqueras volver a ser candidato a presidir la Generalidad. El Estado queda inerme, desarmado ante sus enemigos, víctima de un tiranuelo decidido a acabar con la división de poderes -no hay más poder que el Legislativo- y a desmontar la Constitución por piezas como si de un mecano se tratara para asegurar la impunidad de los sediciosos que le mantienen en Moncloa. Él se limita a pagar las letras que el separatismo le pasa periódicamente a cobro a cuenta de su apoyo parlamentario. Así se acaba con una democracia. Desde que nuestro Juan Linz escribiera su clásico "La quiebra de las democracias", centrado en la Europa de entreguerras, las técnicas para subvertir una democracia parlamentaria han cambiado mucho. Quienes con más éxito lo han estudiado han sido los profesores de Harvard Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en su "Cómo mueren las democracias" (Ariel), en la que analizan experiencias recientes en países varios que demuestran que acabar con el parlamentarismo ya no reclama de divisiones acorazadas ni revoluciones, sino de la lenta labor de zapa de un líder sin escrúpulos democráticos que, saliendo de las urnas, se entroniza con la elección como aliados de los enemigos del sistema, se fortalece en la confrontación y la descalificación de los adversarios políticos, a los que se tacha de enemigos, y alcanza su punto álgido con la ocupación de las instituciones por personas de su absoluta lealtad dispuestas, en una estrategia gradualista, a subvertir las leyes y/o sustituirlas por otras destinadas a asegurar su poder sin contrapesos de ningún tipo. La fase final apunta a la restricción de las libertades civiles de la oposición, si no abiertamente a su ilegalización -atentos al futuro de Vox-, empezando por el control de los medios de comunicación. Una temeridad la de este Castillo sin almenas intentando dar un golpe de Estado en Perú y no en España, donde hubiera sido celebrado como un héroe posmoderno Lo ocurrido este viernes, en pleno macropuente de la Constitución y la Inmaculada, nocturnidad y alevosía, no es flor de un día, que viene de lejos. Nada menos que del 11 de marzo de 2004 y de las generales que tres días después colocaron en el poder a un Zapatero que sin la masacre no se hubiera comido un colín. El personaje dio pronto muestras bastantes de su capacidad para torcer el rumbo de la nación y dirigirlo hacia la ensenada donde anclan las dictaduras de medio pelo que andando el tiempo le harían rico, algo que debería haber inducido a nuestras elites -políticas e intelectuales, además de económicas-, a poner pies en pared y situar al impresentable en su sitio. Nada hicieron porque nunca hemos tenido esas elites cultas capaces de responsabilizarse de la gobernación del país. Vino luego la mayoría de Mariano Rajoy criminalmente dilapidada en el altar de la inanidad más absoluta, una trayectoria que culminó en la luctuosa jornada del 31 de mayo de 2018, página para el oprobio de nuestra historia reciente, donde el gañán entregó gentilmente el poder al mayor enemigo de la nación que ha tenido España desde Fernando VII a esta parte. Ganó la moción presentada con la espuria excusa de una morcilla falsa metida por un juez prevaricador en una sentencia judicial contra el PP, y a partir de ese 1 de junio del 18 se puso, caminemos todos francamente y yo el primero, al frente del golpe. Porque ese es Pedro Sánchez: el líder del golpe de Estado permanente contra la Constitución en que vivimos desde entonces. "Un presidente ilícito", como lo definía el editorial publicado el viernes en este medio. Por una de esas ironías de la historia, el golpe de Pedro en España ha venido a coincidir con el protagonizado por otro Pedro en Perú. El Pedro hispano se pavonea gallito por el corral patrio exhibiendo ufano sus fechorías, mientras el Pedro peruano pena por calabozos y sentinas tras ser detenido por su propia escolta cuando intentaba refugiarse en la embajada de México. Una temeridad la de este Castillo sin almenas intentando dar un golpe de Estado en Perú y no en España, donde hubiera sido celebrado como un héroe posmoderno. Sánchez es nuestro Castillo, pero Perú, quien lo hubiera dicho años atrás, no es España. Ahora nuestro sátrapa pretende acabar en plena Navidad con la legalidad constitucional para, en enero, largadas las estachas que le mantenían abarloado al dique de contención de la Justicia, emplearse a fondo en la compra de voluntades con dinero público (la señora Nadia, que acaba de colocar a su señor marido en Patrimonio Nacional en un acto de prevaricación, vulgar corrupción, de imposible digestión en cualquier democracia seria, puede serle de gran ayuda en la tarea) y en la demonización -léase persecución- de la oposición por tierra, mar y aire ante el reto mayúsculo del mayo electoral que se viene. Lo que viene es un nuevo referéndum en Cataluña disfrazado de consulta mediopensionista, difícil de encajar en 2023 por premura de tiempo y por los compromisos del Caudillo, nuestro Castillo sin sombrero, pero que el separatismo exigirá en previsión del dramático cambio de tercio que para sus intereses podría significar la salida de la Moncloa del sujeto tras las próximas generales. Lo ocurrido esta semana es una de esas piedras miliares que marcan los cambios de destino en la historia de las naciones. A partir de ahora, la fiesta de la Constitución del 6 de Diciembre será sustituida por la fiesta de la República Confederal Española del 9 de diciembre. Hasta aquí llegó la riada de la Transición. Porque detrás del referéndum separata viene el asalto a la Corona, el último muro legal que a la mafia golpista que lidera Sánchez le queda por derribar. Lo de la República Confederal Española no es una humorada o una nota cómica a pie de página. Es la clave del arco argumentativo que desde hace tiempo manejan ilustres socialistas sin el menor rubor. "A ver, Fulano, seamos sinceros, ¿tú no prefieres una España unida bajo la forma de una República Confederal a una España rota de la que se haya ido Cataluña? Pues eso…". A este nivel ha llegado la sombra de un PSOE cuyo cadáver arrastra hecho girones el truhan que nos preside. Pocas dudas de que, si en este país queda algún mimbre moral capaz de resistirse al aprendiz de tirano, acabará condenado por alta traición un día no lejano En "El ocaso de la democracia", Anne Applebaum ("Los líderes despóticos no llegan solos al poder; lo hacen aupados por aliados políticos, ejércitos de burócratas y unos medios de comunicación que les allanan el camino") sostiene que "el declive de la democracia no es inevitable, pero tampoco lo es su supervivencia. Si declina o sobrevive depende de las decisiones que tomemos cada día. La respuesta se llama movilización". ¿Qué hacer? Es la pregunta que hoy se formulan millones de españoles abrochados al desasosiego, con un pie plantado en el miedo al futuro y otro en el deseo de revancha. No tengo claro que una moción de censura como la propuesta por Santiago Abascal fuera a resultar determinante a los fines de desalojar al personaje del poder -y no reforzarlo-, mandato imperativo que hoy debe convertirse en norte de todo demócrata que se precie. No podemos esperar que la solución venga de la mano de esa patética Von der Layen enamorada del Caudillito, ni de una CE encantada con el aprendiz de brujo. A Sánchez hay que derrotarle en las urnas, de modo que será la ciudadanía, consciente del momento histórico que vivimos y de los riesgos que el personaje entraña para nuestro futuro y el de nuestras familias, la que peche con la tarea. Lo que está claro es que estamos ante un tipo sumamente peligroso, un fauno engalanado de soberbia hasta la azotea que ha traspasado todas las líneas rojas de la decencia política. Su deriva lo sitúa en el epicentro de una traición jamás vista en nuestra historia reciente. Pocas dudas de que, si en este país queda algún mimbre moral capaz de resistirse al aprendiz de tirano, acabará condenado por alta traición un día no lejano. Movilización es la palabra. />
Artículo de JESÚS CACHO Vía VOZ PÓPULI

domingo, 4 de diciembre de 2022

El estrecho margen de la libertad individual

Este predominio absoluto e indiscutible de los expertos ha generado una deriva hacia una utopía que combina rasgos de Un Mundo Feliz, con otros de 1984
Imagen de un cartel feminista en una manifestación contra la violencia de género
Aunque discrepen en las causas, muchos autores coinciden en que la libertad de expresión, de opinión, se encuentra en retroceso en Occidente ante el imperio de una ortodoxia del pensamiento y el ascenso de una mentalidad censora, de cancelación de los disidentes, de intolerancia con la discrepancia, la crítica y el debate. Mientras tanto, se multiplican las leyes que, asignando derechos especiales a colectivos concretos, vulneran principios fundamentales como la igualdad ante la ley o, incluso, la presunción de inocencia, mientras se difuminan esos cruciales mecanismos que establecen límites al ejercicio del poder. Todos estos elementos parecen cuestionar la propia existencia del estado liberal. Hay quienes creen ver, incluso, una senda de convergencia con regímenes como el de China y aunque, por suerte, aún media una notable distancia, no es señal halagüeña que se imiten algunas ocurrencias surgidas en aquellas latitudes. En cualquier caso, resulta paradójico que el enorme avance de la ciencia y la tecnología haya desembocado en el surgimiento de nuevos dogmas y el estrechamiento de la libre opinión. O quizá no sea tan paradójico. La libertad es incompatible con la existencia de ortodoxias o verdades absolutas: necesita un espacio de duda, de consciencia de nuestras propias limitaciones. Los dogmas obligatorios suelen surgir cuando se trastoca el curso natural de los cambios, ese delicado proceso por el que los nuevos conocimientos, actitudes e ideas se van incorporando al acervo heredado del pasado. La tensión entre tradición y nuevos valores, entre creencias (doxa) y nuevos conocimientos (episteme), es tan antigua que ya fue objeto de debate en la Grecia clásica. Pues bien, la libertad individual requiere una relación armónica entre ambos, un equilibrio que no puede inclinarse excesivamente hacia ninguno de los extremos sin que aparezca la amenazadora sombra de la verdad absoluta. Porque lo antiguo necesita el contrapeso de lo nuevo; y lo nuevo de lo antiguo. La libertad individual es una delicada planta que se marchita en sociedades aferradas a una tradición inmutable, a una eterna ortodoxia. Pero tampoco florece en sistemas, como el Occidente moderno, que rompen radicalmente con su pasado. No encuentra terreno abonado allí donde lo referido a la conciencia, a lo que es correcto o incorrecto, se establece como regla obligatoria por alguien investido de especial autoridad, llámese experto o ayatolá. El difícil equilibrio entre lo nuevo y lo antiguo En The Constitution of Liberty, Friedrich Hayek sostiene que la herencia cultural del pasado desempeña un papel fundamental. La sociedad liberal requiere unos valores, costumbres y creencias compartidas, que son resultado de la experiencia histórica, de un dilatado proceso de evolución adaptativa, prueba y error, donde solo sobrevivieron las pautas más exitosas. Este acervo cultural es valioso porque contiene la sabiduría acumulada por la sociedad durante muchos siglos. Ahora bien, para evitar que se petrifiquen, que se conviertan en grilletes, estas normas culturales heredadas no pueden ser coactivas o estrictamente obligatorias. Deben estar abiertas al cambio, ya que algunos aspectos van quedando obsoletos o desfasados. Precisamente, la libertad individual para vulnerar estas normas, para adoptar otras distintas es, según Hayek, un mecanismo que favorecía la evolución pues permitía experimentar, probar nuevas vías. Y, aunque muchas veces fracasara, el transgresor a veces acertaba, descubría una vía mejor, que era imitada por el resto. Olvidaron que la ciencia no puede establecer los fines, ni tomar las decisiones que corresponden a los ciudadanos a través del sistema democrático En el Occidente actual, la creencia de que las proposiciones científicas son verdades absolutas, dogmas que deben guiar de forma obligatoria la conducta de los individuos, acabó desequilibrando el proceso a favor del último descubrimiento, de la moda, propiciando la conversión de los expertos en sumos sacerdotes. Olvidaron que la ciencia no puede establecer los fines, ni tomar las decisiones que corresponden a los ciudadanos a través del sistema democrático. Los conocimientos científicos son, por definición, provisionales, imperfectos, especialmente en ciencias sociales. Buena parte de los nuevos hallazgos son erróneos, hasta el punto de que John Ioannidis mostró en un famoso artículo que la mayoría de las nuevas aportaciones en su campo científico, la medicina, están equivocadas. Aunque esto no constituye un problema grave, porque la ciencia posee un lento, pero eficaz, método para ir corrigiendo los errores a través del debate, la crítica, la constante contrastación y refutación, cualquier selección interesada de estos muy provisionales resultados puede convertirse, con la colaboración de los medios, en un potente instrumento de manipulación. Demasiada gente acepta hoy día, como verdades absolutas, auténticas majaderías, como que todas las asignaturas deben enseñarse "con perspectiva de género" Se sobrevalora en exceso el consejo del experto, especialmente en ciencias sociales, olvidando que el conocimiento se encuentra hoy tan fragmentado, que cada profesional domina tan solo una minúscula porción del campo del saber: Nadie posee una visión profunda y panorámica de todo el conjunto. Por ello, aunque los criterios de ciertos expertos susciten hoy la misma credibilidad que tuvo en su día el oráculo de Delfos, sus recomendaciones deberían tomarse con mucha más cautela, especialmente cuando acaban afectando a aspectos de la realidad que son ajenos a su correspondiente campo de estudio. Un ejemplo muy ilustrativo de este deslizamiento hacia la moda y la ruptura con el pasado son esas reformas educativas que desprecian la enorme experiencia acumulada por maestros y profesores para rendir pleitesía a la última teoría del pedagogo de cabecera. Los nuevos métodos no se implantan con prudencia, tras contrastar sus resultados con los tradicionales, sino de forma coactiva, por ley, como si cualquier ocurrencia mínimamente elaborada constituyera la verdad revelada. Como resultado, demasiada gente acepta hoy día, como verdades absolutas, auténticas majaderías, como que todas las asignaturas deben enseñarse "con perspectiva de género". La pandemia retrató a Occidente Esta apoteosis de lo último, ese ambiente incompatible con las libertades, se manifestó en grado superlativo en la gestión del Covid. No solo se despreció la dilatada experiencia de la humanidad para afrontar pandemias; también se rechazaron súbitamente conocimientos científicos asentados hasta el momento para sustituirlos por otros improvisados, que no admitían discusión o cuestionamiento. Se censuró a los académicos que planteaban hipótesis alternativas, desvistiendo así al conocimiento científico de sus elementos centrales: la crítica, el contraste entre hipótesis y la posibilidad de refutación. Durante la última pandemia se politizó la ciencia hasta extremos inauditos, convirtiéndola en un mecanismo de control social. Esta preponderancia de los expertos mediáticos, junto con los intereses de la clase política, desembocaron en 2020 en una de las mayores y más absurdas violaciones de derechos y libertades que han conocido los países democráticos. Y también en uno de los más infames e ignominiosos espectáculos de las últimas décadas, con personajes autodenominados liberales apoyando incondicionalmente el encierro coactivo de todos los sanos, algo que China todavía sigue perpetrando, o exigiendo la revocación de derechos fundamentales para quiénes no se vacunaran. Se mostraba, una vez más, que defender la libertad requiere valentía, escepticismo y ciertas dosis de vergüenza torera. Porque tan dañino es para la libertad un entorno donde la ideología de género está prohibida, como otro donde es obligatoria Al desprenderse de sus raíces, Occidente ha dejado de ser un modelo para otras culturas, que no entienden esa denodada obsesión por autoflagelarse, por abjurar completamente de un pasado que siempre tendrá luces y sombras. Difícilmente obtiene respeto quién no se respeta a sí mismo. Este predominio absoluto e indiscutible de los expertos ha generado una deriva hacia una utopía que combina rasgos de Un Mundo Feliz, con otros de 1984. Quizá el fracaso de lo nuevo, la intensa andanada de moralina barata lanzada e impuesta desde arriba, ha llevado a algunos a buscar refugio y soluciones en el extremo contrario, en modelos que intentan conservar una tradición inmutable. Solo así podría entenderse esa sorprendente admiración por el execrable régimen de Vladimir Putin. O la crítica demasiado tibia al Irán de los ayatolas. Porque tan dañino es para la libertad un entorno donde la ideología de género está prohibida, como otro donde es obligatoria. Corregir el rumbo implica recuperar el equilibrio, situarse en ese espacio intermedio de duda, humildad, ausencia de seguridad absoluta. Y aceptar, con espíritu crítico, el legado del pasado. Ni prohibido ni obligatorio; ese es el estrecho margen de la libertad individual.
Artículo de JUAN MANUEL BLANCO Vía VOZ PÓPULI