El presidente del Gobierno habría pasado ayer por un polígrafo sin que el gráfico registrase alteraciones de pulso o de tensión ante las preguntas formuladas y las respuestas ofrecidas
El presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez. (EFE)
Pedro Sánchez se desayunó ayer
con la primera página de 'El País' en la que el vicepresidente de la
Generalitat, Pere Aragonès, le advertía de que si no “orientaba” a la
Abogacía del Estado y al Ministerio Fiscal en el proceso penal de los
políticos catalanes presos, podía olvidarse de que ERC apoyase los
Presupuestos Generales del Estado. O sea, el presidente del Gobierno amanecía con un órdago que a ojos de extraños —los míos— le importaba lo justo.
Porque mientras Pepa Bueno le entrevistaba en una sala de La Moncloa, este que suscribe, a la derecha del secretario general del PSOE, se podía permitir el lujo de observar lo que decía pero, sobre todo, cómo lo decía. Durante los casi 40 minutos de conversación con Bueno —en la que no faltó ningún asunto relevante—, este observador podría asegurar que el presidente habría pasado por un polígrafo sin que el gráfico registrase alteraciones de pulso o de tensión ante las preguntas formuladas y las respuestas ofrecidas.
Sánchez —el renacido— ha pasado por graves penalidades personales y políticas (su destitución del liderazgo del PSOE, su abandono del escaño en el Congreso, las primarias y su victoria sobre Susana Díaz), y las de ahora las aborda con serenidad y un punto de relativismo. Da la entera sensación de que el presidente del Gobierno tiene descontadas todas las dificultades que ya padece y las que le van a sobrevenir. Y al tenerlas amortizadas las enfrenta con una calma extraña, políticamente taimada, como la del explorador que conoce la ruta y sabe dónde se van a producir las emboscadas. Eso sí: equipado con el arma de destrucción masiva que consiste en la facultad que le confiere, personalísimamente, la Constitución de disolver las Cámaras y convocar elecciones. ¿Lo va a hacer en el corto o medio plazo? Si por medio plazo entendemos 2019, seguramente. Pero no antes de primavera.
Tiene difícil cambiar a tiempo la ley de estabilidad presupuestaria y sostenibilidad financiera para retirar el veto del Senado a la senda del déficit; más difícil aún aprobarla (el 1,8%) después de no haberlo logrado en julio, y ahora solo dispone de los apoyos, precarios aún, de Podemos, y muy lejos del acuerdo con los partidos catalanes. Y pese a todo eso mantiene que los actuales Presupuestos (elaborados y aprobados por el PP) no son los suyos. Yendo un poco más allá de sus palabras, pero interpretando su lenguaje gestual, Sánchez, ante la insistencia de si convocará elecciones si no dispone de las cuentas públicas que su Gobierno quiere, da la entera impresión de que lo hará, pero reservándose el cuándo.
Y ese cuándo puede estirarlo el presidente como un chicle, de modo que la convocatoria caiga en el otoño de 2019, vistos los resultados de las elecciones municipales, autonómicas y europeas (en mayo) y dilucidada la situación procesal de los políticos catalanes presos, porque la Sala Segunda del TS habrá ya dictado sentencia. Antes, Sánchez no va a mover ficha y agitará algunos debates de oportunidad (¿de oportunismo?) para contento de los progresistas recalcitrantes (ahora maneja ya una anacrónica “comisión de la Verdad” sobre la Guerra Civil y el franquismo) y reactividad del PP y, en tanto sea posible, también de Ciudadanos que, como ayer argüía con buen tino Isidoro Tapia en este diario, es la oposición que más batalla presenta al Gobierno, especialmente en el frente catalán.
Sánchez está en los márgenes de la ortodoxia política. Y allí se encuentra cómodo, y da la sensación de que lo está cuando se le escucha al mismo tiempo que se le observa y de que desde ese espacio esquinado maneja un discurso tan creíble para la izquierda como descoyuntado para la derecha. El secretario general del PSOE parece conocer los estímulos que debe activar para que la una y la otra reaccionen. Como cuando supo ganar las primarias de su partido mientras todos los analistas pensamos que las perdería, empezando por la llamada 'vieja guardia' de su partido. A modo de conclusión: a un presidente impertérrito y curtido en la política tahúr de los órdagos a la grande, es mejor no subestimarle. Y mucho menos si solo tiene en el Congreso 84 diputados. Porque la necesidad hace virtud.
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS Vía EL CONFIDENCIAL
Porque mientras Pepa Bueno le entrevistaba en una sala de La Moncloa, este que suscribe, a la derecha del secretario general del PSOE, se podía permitir el lujo de observar lo que decía pero, sobre todo, cómo lo decía. Durante los casi 40 minutos de conversación con Bueno —en la que no faltó ningún asunto relevante—, este observador podría asegurar que el presidente habría pasado por un polígrafo sin que el gráfico registrase alteraciones de pulso o de tensión ante las preguntas formuladas y las respuestas ofrecidas.
Sánchez —el renacido— ha pasado por graves penalidades personales y políticas (su destitución del liderazgo del PSOE, su abandono del escaño en el Congreso, las primarias y su victoria sobre Susana Díaz), y las de ahora las aborda con serenidad y un punto de relativismo. Da la entera sensación de que el presidente del Gobierno tiene descontadas todas las dificultades que ya padece y las que le van a sobrevenir. Y al tenerlas amortizadas las enfrenta con una calma extraña, políticamente taimada, como la del explorador que conoce la ruta y sabe dónde se van a producir las emboscadas. Eso sí: equipado con el arma de destrucción masiva que consiste en la facultad que le confiere, personalísimamente, la Constitución de disolver las Cámaras y convocar elecciones. ¿Lo va a hacer en el corto o medio plazo? Si por medio plazo entendemos 2019, seguramente. Pero no antes de primavera.
Da
la entera sensación de que el presidente del Gobierno tiene descontadas
todas las dificultades que ya padece y las que le van a sobrevenir
Tiene difícil cambiar a tiempo la ley de estabilidad presupuestaria y sostenibilidad financiera para retirar el veto del Senado a la senda del déficit; más difícil aún aprobarla (el 1,8%) después de no haberlo logrado en julio, y ahora solo dispone de los apoyos, precarios aún, de Podemos, y muy lejos del acuerdo con los partidos catalanes. Y pese a todo eso mantiene que los actuales Presupuestos (elaborados y aprobados por el PP) no son los suyos. Yendo un poco más allá de sus palabras, pero interpretando su lenguaje gestual, Sánchez, ante la insistencia de si convocará elecciones si no dispone de las cuentas públicas que su Gobierno quiere, da la entera impresión de que lo hará, pero reservándose el cuándo.
Y ese cuándo puede estirarlo el presidente como un chicle, de modo que la convocatoria caiga en el otoño de 2019, vistos los resultados de las elecciones municipales, autonómicas y europeas (en mayo) y dilucidada la situación procesal de los políticos catalanes presos, porque la Sala Segunda del TS habrá ya dictado sentencia. Antes, Sánchez no va a mover ficha y agitará algunos debates de oportunidad (¿de oportunismo?) para contento de los progresistas recalcitrantes (ahora maneja ya una anacrónica “comisión de la Verdad” sobre la Guerra Civil y el franquismo) y reactividad del PP y, en tanto sea posible, también de Ciudadanos que, como ayer argüía con buen tino Isidoro Tapia en este diario, es la oposición que más batalla presenta al Gobierno, especialmente en el frente catalán.
Sánchez
está en los márgenes de la ortodoxia política. Maneja un discurso tan
creíble para la izquierda como descoyuntado para la derecha
¡Ah! el frente catalán:
ahí está la madre del cordero político. Sánchez está jugando a que este
otoño la crisis catalana siga eufórica en épica de resistencia (“hacer
república”) pero que no se traduzca en hechos que le obliguen a tener
que pactar con el PP la aplicación, otra vez, del artículo 155. Este es el flanco débil del presidente
del Gobierno. Su táctica es de contención, de oír declaraciones pero no
de escucharlas, de ver pero de mirar para otro lado, de aplicar la
política de 'culo de hierro' (jamás levantarse de la mesa de
negociación) haga lo que haga el interlocutor y de introducir
contradicciones en las filas separatistas. Ayer lo hizo (y le repregunté
al respecto) al sostener que habrá que convocar un referéndum “sobre el
autogobierno, no sobre la independencia”. La aclaración se imponía y la
admitió: “Los catalanes no han votado el actual Estatuto” (el texto
votado y ahora vigente fue enmendado tras el referéndum de aprobación
por el Tribunal Constitucional), de lo que se infiere —y así lo afirmó—
que se trataría de un referéndum estatutario.
Sánchez está en los márgenes de la ortodoxia política. Y allí se encuentra cómodo, y da la sensación de que lo está cuando se le escucha al mismo tiempo que se le observa y de que desde ese espacio esquinado maneja un discurso tan creíble para la izquierda como descoyuntado para la derecha. El secretario general del PSOE parece conocer los estímulos que debe activar para que la una y la otra reaccionen. Como cuando supo ganar las primarias de su partido mientras todos los analistas pensamos que las perdería, empezando por la llamada 'vieja guardia' de su partido. A modo de conclusión: a un presidente impertérrito y curtido en la política tahúr de los órdagos a la grande, es mejor no subestimarle. Y mucho menos si solo tiene en el Congreso 84 diputados. Porque la necesidad hace virtud.
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS Vía EL CONFIDENCIAL
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