¡No tengas miedo a la verdad! Lo zanja bien claro Jesucristo: “La verdad
os hará libres” (Jn 8,32). Entonces, ¿por qué disfrazar la verdad
dorando la píldora? La Verdad es la realidad, no otra cosa. Como explica
santa Teresa, “la humildad es la verdad”. La humildad consiste en
reconocer, asumir la verdad, porque dicho así, la verdad lo es todo, lo
integra todo como integrada en el Todo o Absoluto: “Yo soy el camino, la
verdad y la vida”, sintetiza Jesucristo (Jn 14,6), explicitándonos cómo
ir al Padre, que es el Absoluto. De ahí que, englobando los tres
conceptos, alejarse de la verdad, eso es, no asumiendo la realidad, es
pecar de falta de humildad. Por eso la Iglesia enseña que la soberbia es
la raíz de todo pecado. Y esa es, en esencia, la gran perdición del
hombre contemporáneo, tan ensimismado, encerrado en sí mismo, para
sentirse seguro, porque adolece de una inseguridad alarmante: ahí
encuentra su defensa, defendido por sí mismo y como mucho por su
grupito. Y del autorreferentismo y de grupito en grupito surge la
necesidad de imponerse, para lo cual, como no es fácil que prevalezca la
propia visión, se recurre a lo políticamente correcto, y de ahí
llegamos a la posverdad, que es la mentira elevada a la enésima. Así, ya
hemos llegado al centro del atolladero. Y no saldremos de él a menos
que nos unamos y volvamos a la raíz y aceptemos la Verdad; no “nuestra”
verdad. Para ello es necesario llamar a las cosas por su nombre. De
tanto ser sutil, en una, como mucho, falsa caridad, la Verdad ha quedado
enmarañada e invisible a la mirada superficial del ser humano de
nuestros días, de manera que casi no es perceptible a la razón, porque
la Verdad, sencillamente, está dormida bajo un caparazón de positivismo.
Me riñes: “A veces no es necesario decir ciertas cosas, porque se
sobrentienden”. Y te respondo que a menudo sí lo es, y más hoy, porque
bajo ese caparazón la herida está infectada y comienza la gangrena. No
caigamos en el buenismo de no decir que el desafino ha degenerado en
ruido, puesto que la melodía se ha ya esfumado. El mensaje cristiano es
el antídoto que puede llevarnos a evitar la gangrena, pero solo si
presenta sin ambages ni distorsiones la melodía original, como hablaba
el propio Jesucristo, a quien seguimos. ¡Es el camino, no hay otro!
Nuestra salida. Y me retas: “¿Positivismo o verdad?”. Te respondo que
seamos positivos en la actitud y en el lenguaje, pero el mensaje es ya
positivo en sí mismo, si es fiel a la Verdad. No seamos reduccionistas
ni excluyentes. Ofrezcamos un positivismo en la Verdad.
JORDI MARÍA D'ARQUER Vía FORUM LIBERTAS
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