Discurso de Año Nuevo de Torra
El inicio del nuevo año es siempre una buena ocasión para
reflexionar. En realidad, es la simple conmemoración de un suceso
sideral, pues el año empieza varias veces mientras discurren los 12
meses del calendario. Las cuentas no suelen cerrarse hasta varias
semanas después del fin de diciembre, como tampoco las grandes
decisiones se toman en enero, sino más bien en septiembre, cuando el
mundo despierta poco a poco del letargo veraniego y regresa la ansiedad,
atenuada en agosto, cuando la vida se vuelve fácil. En otoño se celebra
la cosecha, la siembra y la vendimia; y a finales de febrero, con las
Marzas, la llegada de la primavera y el reverdecer del campo tras
sobrevivir a las tinieblas y las duras heladas del invierno castellano.
El calendario de este país ha estado condicionado durante los últimos años por los sucesos de Cataluña, que, de momento, impiden pasar página e inaugurar un nuevo ciclo. En septiembre, con la Diada, el discurso aumentaba su intensidad y la tensión iba in crescendo hasta alcanzar el clímax, que fue la consulta de 2014 orquestada por Artur Mas, la declaración de inicio de la desconexión de noviembre de 2015 y la DUI
de 2017. Este año, las hostilidades ya han comenzado y han aumentado
paulatinamente su intensidad como consecuencia de la añagaza de la huelga de hambre o de los sucesos previos a la celebración del Consejo de Ministros en Barcelona, el pasado 21 de diciembre.
No es difícil adivinar que el clímax tendrá lugar cuando los líderes
independentistas se sienten en el banquillo de los acusados en el juicio
sobre el procés, que comenzará en pocas semanas.
Entonces, no es difícil adivinar que la Generalitat volverá a hacer gala
de su músculo mediático, con TV-3 como punta de lanza.
El independentismo, fragmentado, ha tratado en los últimos meses de evitar perder fuerza con acción callejera,
lo que ha mantenido la mecha encendida incluso a costa de certificar
que aquello de que los secesionistas "son gente de paz" es falaz en
muchos casos. No sólo el de los CDR, sino también el del presidente
autonómico, Quim Torra, quien hace unas horas llamaba a los catalanes "sublevarse" para conseguir la "libertad" en 2019.
El amarillismo, bien en discursos, bien en noticias, tiene tanto de nocivo como de rentable.
Saben bien los promotores del procés
que es cuestión de tiempo que quienes secundan las movilizaciones
vuelvan a sus casas, desencantados con el movimiento, con su rumbo o con
la falta de avances, pues el frenesí es una sustancia que se agota con
relativa rapidez. Los medios de comunicación
también son conscientes de que echar más leña al fuego no ayudará a
paliar este grave problema. Pero ambos hacen exactamente lo contrario a
lo que deberían, pues, en el fondo, el mantenimiento del conflicto y de
la tensión que genera es bueno para unos cuantos. El amarillismo,
bien en discursos, bien en noticias, tiene tanto de nocivo como de
rentable. Y, desde luego, no ayudan a pasar página ni los lazos
azafranados de las solapas de los líderes secesionistas, ni los debates a
voz en grito entre grandes vividores del oficio periodístico y de la
política; ni las tribunas de opinión -también de amarillo chillón- de
aquellos que han sido engordados con cientos de miles de euros en ayudas de la Administración y escriben al dictado (y no sólo de la Generalitat). Más bien, todo lo contrario.
¡Qué viene la derecha!
En las próximas semanas, también está previsto que el 'pacto de las derechas' ponga fin a la más larga etapa de la democracia española, que es la que ha transcurrido con el PSOE al frente de la Junta de Andalucía. El partido de los ERE, de la complacencia, del clientelismo y de los 15.000 euros en juergas en locales de luces rojas. Esta comunidad será la primera en la que Vox
conseguirá presencia en un parlamento autonómico, lo que ha provocado
que los partidos de izquierda hayan advertido por activa y por pasiva
sobre la venida de 'el Coco'. Pero, ¿qué es 'el Coco'?
Hace casi un mes, en una reunión de jefes del diario El Mundo, se debatió precisamente eso, ante las múltiples referencias sobre la posición de 'ultraderecha' o de 'extrema derecha' que se había atribuido a Santiago Abascal y los suyos. La conclusión fue que era mejor definirlo como 'derecha radical' o 'derecha populista'. Entre otras cosas, para aplicar el mismo filtro que se emplea con Podemos,
cuyo voto, por cierto, también se explica en el descontento con los
partidos tradicionales de una buena parte de los españoles, quienes han
padecido durante una década los rigores de la Gran Recesión; y a quienes
los discursos de los nacionalistas periféricos y de esa parte de la
izquierda que reclaman privilegios para minorías le suenan a tomadura de
pelo.
Al igual que ocurre con Podemos,
el lobo de Vox ni es tan fiero como lo pintan, ni a la hora de la
verdad podrá aplicar las medidas más radicales que propone. Pero la
semana pasada, Antonio García Ferreras
definía el pacto de las derechas como un 'terremoto político de gran
magnitud'. No sólo por el desahucio del PSOE, sino también por la
llegada de la ultraderecha a las instituciones.
Ciertamente, relativizar
y poner estos ingredientes encima de la mesa ayudaría a describir a Vox
en la dimensión correcta (que es la de una derecha patriotera y
oportunista), pero eso sería menos alarmista y generaría menos
audiencia.
Al igual que ocurre con Podemos, el lobo de Vox ni es tan fiero como lo pintan, ni a la hora de la verdad podrá aplicar las medidas más radicales que propone.
Al otro lado del Atlántico, hay unas cuantas empresas periodísticas que han hecho su agosto con su férrea oposición a Donald Trump,
que, al igual que Vox, lanzó al agua varios anzuelos populistas que la
prensa progresista mordió, lo que fue bueno para ambas partes. Uno,
utilizó las furibundas críticas de sus rivales -dentro y fuera de los
medios- para medrar y ganar las elecciones. Otros, aprovecharon la
ocasión para ganar suscriptores para sus muros de pago, con la excusa de
que, con este tipo en la Casa Blanca, el periodismo -exagerado y maniqueo- es más necesario que nunca. Por lo visto desde que Vox organizara el mitin de Vistalegre, el patrón no será muy diferente en España.
Vendrán curvas
Queda
claro que serán meses complejos los primeros de 2019, desde el punto de
vista mediático. Las elecciones locales y autonómicas volverán a
demostrar que la prensa que habla de fake news lanzadas a gran escala desde Rusia, China o Irán
tiene el paladar mucho menos fino a la hora de publicar los infundios
que se lanzan en las campañas electorales. Los que proceden de los
partidos que copan las Administraciones que riegan con jugosas
subvenciones a la prensa amiga. El asunto
es impresentable y resta credibilidad al que debería ser uno de los
grandes poderes de una democracia. Pero, evidentemente, la prensa no
habla de ello, salvo en escenarios de excepcional gravedad, como el
catalán. Siempre de los otros.
A esta incertidumbre política también se unirá la económica,
pues en 2019 -según los principales paneles internacionales- comenzarán
a llegar las curvas, que se parece que serán más cerradas y peligrosas
en 2020. Allá por 2007, hubo políticos -el primero, Zapatero- y medios
que negaron la evidencia hasta que el país estuvo con el agua hasta el
cuello. Habrá que ver la reacción mediática -y su dosis de
sensacionalismo económico, bueno para el share-
ante el que será el gran problema al que se enfrente España, más allá
del chauchau político y de los casi siempre exagerados debates que
plantea para generar incertidumbre y ansiedad, pero, últimamente, sin cambios relevantes.
Últimamente,
el país se ha caracterizado por empezar los años sin resolver los
problemas de los anteriores, pero con la certeza de que otros nuevos
llegarán. Habrá que tomárselo con calma hasta que, al menos, puedan
cantarse las Marzas en este lugar del mundo. Los chinos celebrarán a partir del 5 de febrero el año del cerdo, que es sinónimo de despensa llena y felicidad. Habrá que confiar en ello y guardar la calma. No queda otra.
RUBÉN ARRANZ Vía VOZ PÓPULI
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