El éxito o la recuperación de los grandes partidos radica en absorber o
usar a los pequeños, adaptándose a la nueva política para no perder
votos y ganarse a los nuevos electores y abstencionistas
Santiago Abascal en Málaga.
EFE
El PSOE tiene algo más que dificultades para designar candidatos,
como el PP. Ambos no encuentran a personas con el perfil adecuado -y
que acepten- para encajar en el nuevo mapa político de competencia entre
partidos. Así, los socialistas se resignarán a presentar en Madrid a Reyes Maroto, una absoluta desconocida aun siendo ministra de Industria, pero sanchista hasta el tuétano y bizcochable para aceptar el sometimiento a los podemitas y a otras periferias izquierdistas.
Los populares
asumen el mismo criterio de elección: una persona adaptada a la nueva
política en el espectro del centro-derecha, capaz de pactar con Cs y VOX.
Olvídense de mayorías absolutas. Ganará quien sepa llegar a acuerdos
“naturales”; es decir, no del tipo “Frankestein” que pasan factura a
nivel nacional y en los medios.
Lo mismo está ocurriendo en Ciudadanos, donde la claudicación ante Manuel Valls se está revelando en muy poco tiempo como un error a la altura de su alianza con Libertas en 2009, aquella organización euroescéptica y derechista de oscura financiación.
La imposición del ex primer ministro francés se debe a un deseo de absorber a los otros constitucionalistas.
Es una apuesta que asume como daño colateral el varapalo que ha
supuesto para la gente de Ciudadanos en Cataluña. Las pequeñas
rebeliones y las negativas internas que ha provocado no llegarán a las
de hace diez años, cuando Antonio Robles y José Domingo, dos de los tres diputados entonces de Cs, abandonaron el grupo.
El primero en intentar la absorción del pequeño, recuperando el ‘zapaterismo’ y utilizando un antifranquismo de ansiolítico, sobreactuado y risible, fue Pedro Sánchez
No voy a entrar en la ausencia de una élite política a la
altura de la crisis de régimen que pasamos. Hoy no es ese día, que
diría Aragorn a las puertas de Mordor. Lo importante ahora es recalcar
que el éxito de los grandes está en absorber o usar a los pequeños. Los partidos tradicionales
saben que han de adaptarse a la nueva política para no perder votos,
arrancárselos al compañero de viaje, y ganarse a los nuevos electores y
abstencionistas.
Es una radicalización del discurso
y de la acción política que pasa por echar al otro, no por llegar a
grandes consensos de Estado. Hemos llegado al punto en el que la
solución es la defenestración de un adversario ya casi convertido en
enemigo. No en vano, el término “traidor” ha vuelto a la palabrería cotidiana junto al de “patriota”.
El primero en intentar la absorción del pequeño fue Pedro Sánchez. Puso en marcha una estrategia que supuso una vuelta de tuerca al zapaterismo:
demonización del PP y de la derecha en general, guerracivilismo,
relativismo en la idea de nación española, y pacto con cualquiera para
conseguir el poder. De ahí que, por ejemplo, saque un antifranquismo de ansiolítico, sobreactuado y risible.
El objetivo, claro está, es absorber o detener el avance de Podemos.
Es una maniobra de poco rendimiento, de momento, porque más que sumar
el voto podemita está alimentado el del centro-derecha. Se ha visto en
Andalucía y así lo dicen las encuestas.
El PP lo ha comprendido más tarde. El marianismo
vació el partido de verdadera ambición política, de ese empeño en
establecer una hegemonía, no en la mera administración de la finca para
convertirse en el tecnócrata del año. El acierto del congreso popular de
2018 fue elegir a Pablo Casado, el único capaz de representar la
adaptación a la nueva política. Ahora hay que actualizar al partido, y
es aquí donde está la dificultad.
Casado y su equipo han asumido que su porvenir inmediato depende de recuperar y absorber al movimiento que se identifica con VOX
La técnica de mostrar en cada circunscripción a Casado como si fuera el candidato local o autonómico, la sobreexposición,
tiene un límite, como le pasa a Rivera, quien tuvo que hacerse
acompañar de Arrimadas en Andalucía como tirón electoral. Casado y su
equipo han asumido que su porvenir inmediato depende de absorber el
movimiento que se identifica con VOX y, por tanto, a parte del
electorado posible de Abascal.
Esto significa que los candidatos del PP de Casado han de tener un perfil vinculado al universo liberal-conservador:
constitucionalismo, tradición sin dogmatismo, españolismo, memoria de
las víctimas del terrorismo, menos Estado y más Gobierno y sociedad
civil, denuncia de la corrección política, y una vocación expresa de
combate a las izquierdas y a los nacionalistas. El conjunto se traduce
en que los posibles candidatos deben hacer gala de un discurso sin
complejos, cosa que hacía mucho que no se veía en el PP.
La cercanía a VOX favorecerá que los populares tomen ese voto derechista que de otra manera iría a los de Abascal
La cercanía a VOX favorecerá que los populares tomen ese voto derechista
que de otra manera iría a los de Abascal. Por eso el PP trata a los de
esta formación como hermanos, porque con esos instrumentos y desde una
posición de gobierno es más sencillo ganarse a esos electores, o
apoyarse en VOX tras las elecciones. Es lo mismo que ha hecho Sebastian
Kurz en Austria: desmontar el ascenso a su derecha de un partido
nacional-populista adoptando parte de sus principios y de su discurso,
sí, pero desde las maneras e imagen de la nueva política.
La solución
a todo este planteamiento de estrategias arriesgadas solo se resolverá
cuando el maniquí de La Moncloa decida que ya ha cumplido sus objetivos
personalistas, esa tendencia a subordinar el interés común a miras
personales, y convoque elecciones generales. Eso, o cuando se acabe el
combustible del Falcon o haya disfrutado de todos los privilegios
propios y pagados de un presidente del Gobierno en España.
JORGE VILCHES Vía VOZ PÓPULI
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