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viernes, 8 de febrero de 2019
TONGO Y FARSA AL SERVICIO DE UNA SUMA: 150 + 25
Sánchez pudo ahorrarse esta carrera
de obstáculos en el lodo si, cumpliendo su palabra, hubiera convocado
elecciones tras ganar la moción de censura
Ilustración: Raúl Arias.
Los socialistas descubren, con espanto, que su secretario general está dispuesto a permitir
que sus candidatos vayan al matadero en las elecciones de mayo si ello
resulta funcional para pavimentar el camino de su próxima investidura.
Los políticos, analistas y observadores contemplan con estupor a un gobernante que no vacila en poner en almoneda las instituciones del Estado para abrir paso a su permanencia en el poder.
Quienes conocen la Administración, saben que todos los organismos dependientes del Gobierno están dedicados exclusivamente a trabajar para la reelección del actual presidente.
Los líderes nacionalistas han descubierto, gozosa sorpresa, que en la
Moncloa habita un tipo que sabe que los necesita, siempre que ellos
asuman que lo necesitan a él y ambas partes actúen en consecuencia. Los demás territorios padecen las consecuencias de esa dependencia mutua y del pacto que conlleva, cada vez más obsceno y menos implícito.
150+25 es la fórmula mágica de Pedro Sánchez: 150 diputados del PSOE y de Podemos
más 25 nacionalistas. Es la vía que lo llevó el poder y la única que se
lo puede prorrogar tras las elecciones. Cualquier otra combinación es
una entelequia. El PSOE y Podemos no superarán en escaños a la derecha, y cada día se alejan más las condiciones objetivas (numéricas) y subjetivas para ensayar una alianza nacional con Ciudadanos —al menos, mientras siga ahí Pedro Sánchez—.
150+25 es la obsesión, el hilo conductor, la clave interpretativa universal
de la acción de este Gobierno. Se trate de política económica, social o
territorial, del espacio nacional o del internacional, de Cataluña o de
los Presupuestos, todo se supedita a preservar esa suma al coste que sea.
En contra de lo que parece, la política de Sánchez es extremadamente
coherente. Lo que sucede es que su lógica no es la propia de un Gobierno
—ni siquiera de un partido—, y es eso lo que desconcierta. Sánchez pudo ahorrarse esta carrera de obstáculos
en el lodo si, cumpliendo su palabra, hubiera convocado elecciones tras
ganar la moción de censura. Pero actuó como los malos jugadores de
casino: le tocó el pleno sin esperarlo y, en lugar de hacer caja, sintió
la atracción fatal de seguir jugando para aumentar el beneficio. Hoy es prisionero de los prestamistas.
Le
tocó el pleno sin esperarlo y, en lugar de hacer caja, sintió la
atracción fatal de seguir jugando. Hoy es prisionero de los prestamistas
Al aceptar el juego de ligar los Presupuestos con la cuestión catalana, unos y otros se han visto abocados a escenificar un tongo que, según pasan los días, adquiere más carácter de farsa. El papel de los 21 puntos de Torra
fue una provocación destinada a probar al interlocutor. Un gobernante
consciente de su obligación habría interrumpido la conversación en el
instante en que se lo entregaron y, a continuación, se lo habría
explicado al país. Cuando Sánchez lo escondió para vender aquella delicuescente declaración conjunta, ambas partes supieron que tenían enfrente material maleable.
El
tongo consiste en fingir una pelea para que ambos saquen partido de
ella. Nosotros amagamos con tirarte los Presupuestos, y te ponemos unas
enmiendas y unas condiciones. Tú rechazas una parte —la obviamente
inaceptable, la que se refiere a la Justicia— y aceptas la otra, aunque cada uno la explicamos a nuestra manera. Si todo va bien, nos damos por satisfechos con el apaño y continúa la función hasta el próximo episodio. Si la cosa se tuerce, siempre podremos presumir de firmeza ante las respectivas clientelas.
La farsa consiste en montar una mesa de partidos políticos organizada por y desde los gobiernos. Una burda reproducción del modelo de doble nivel negociador ya ensayado en Irlanda del Norte y en el caso de ETA: lo operativo lo discuten los gobiernos (en los casos anteriores, el Gobierno y la banda terrorista) y lo político, los partidos.
¿Todos los partidos? No, ahí está el truco: para que dialoguen todos los partidos, no hay mejor mesa que un Parlamento.
Cuando el diálogo se saca del Parlamento, es que hay que excluir a
alguien o urdir algo que no se puede explicar. En este caso, se trata de hablar de España y Cataluña
en una mesa en la que faltan el primer partido del Parlamento español y
el primero del Parlamento catalán. Hay que sortear los parlamentos,
porque allí están los apestados.
En el ámbito catalán, la pomposa 'mesa de diálogo entre partidos' se reduce al encuentro de los soberanistas con el PSC.
¿Para eso necesitan un mediador? Si Iceta últimamente pasa más tiempo
hablando con Torra, Artadi y Aragonès que con la ejecutiva de su
partido, y su vocación de relator es legendaria…
Si se trasladara la 'mesa de
partidos' al ámbito nacional, como los separatistas dicen que les han
prometido y la confusa Calvo desmiente, estaríamos en una situación
similar: la dupla Iglesias-Sánchez (o sus
representantes) sentada con los independentistas (y el PNV, como de
costumbre, trabajando 'pro domo sua'). Nada distinto a lo que sucede
cotidianamente desde que Sánchez llegó al poder.
Ninguna de esas mesas-tongo aportará nada a la solución del problema de fondo.
Quizá tendría sentido un diálogo entre el constitucionalismo por un
lado y el independentismo por otro, siempre que se dieran tres
condiciones: la concertación dentro de cada bloque; la fijación previa de un perímetro del diálogo
que vendría necesariamente delimitado por la Constitución y el
Estatuto, aunque fuera para modificarlos, y la exclusión de la
cuestiones judiciales en la negociación política. Pero esa hipótesis ni
está en la realidad ni forma parte de las intenciones de Sánchez o de
los separatistas, que están a otras cosas.
En
el ámbito catalán, la pomposa 'mesa de diálogo' se reduce al encuentro
de los soberanistas con el PSC. ¿Para eso necesitan un mediador?
Todo el servicio exterior de España y los eurodiputados constitucionalistas llevan meses combatiendo en Europa la idea humillante de una mediación
para el conflicto de Cataluña. Con el invento del relator, Sánchez y
Calvo se han cargado todo ese esfuerzo, convalidando ante el mundo la tesis más preciada de Puigdemont. Borrell, el héroe de la Vía Layetana, avala y consiente.
Las últimas maniobras de Sánchez han hecho sonar en el anestesiado mundo socialista dos alarmas. Una alarma democrática, por lo que el socialismo institucional (presanchista) percibe como un asalto a la Constitución tolerado por su Gobierno.
Y una alarma partidaria, provocada por la sospecha de que los
candidatos socialistas de mayo están llamados a ser las primeras
víctimas del 155+25 (Susana Díaz abrió el camino), sin que a su líder
ello le produzca especial inquietud. La alarma democrática se
sobrellevaba tapándose las narices. Es la segunda la que ha
desencadenado la escandalera de esta semana. Se llama miedo.
Podemos vive una escisión material y el PSOE una escisión moral. Menos mal que ha llegado Pepu Hernández.
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