Entre tantas tácticas y regates, ya llegamos tarde a las citas trascendentes. Todos los analistas solventes coinciden en anticipar un próximo giro negativo de la economía
Papeletas de los diferentes partidos para las elecciones generales de 2016. (EFE)
España necesita unas elecciones generales desde hace mucho tiempo. En concreto, desde que se comprobó que las celebradas en diciembre de 2015 y en junio de 2016 fueron fallidas, porque en ambos casos el Parlamento resultante fue incapaz de garantizar la gobernación del país.
A
la primera, ninguno de los dos grandes partidos pudo reunir los votos
para la investidura. A la segunda, solo el pánico de los socialistas a
hacerse responsables de una nueva convocatoria los obligó a abstenerse, permitiendo la elección de Rajoy
pero sin asumir ningún compromiso sobre la estabilidad. Esa decisión
les costó, además, una fractura y una pelea sanguinaria en su interior.
La
fórmula de gobiernos minoritarios sin acuerdos de coalición ni de
legislatura es un desastre que conduce a la parálisis o a una acción de
gobierno descoyuntada, pendiente únicamente de vivir al día y rebuscando
extraños pactos de supervivencia a costa de que los socios de ocasión lo sangren en cada negociación. Le ocurrió a Rajoy y le ocurre, aún en mayor grado, a Sánchez.
La fórmula de gobiernos minoritarios sin acuerdos de coalición ni de legislatura es un desastre que conduce a la parálisis
Un Gobierno en abismal minoría parlamentaria
y sin capacidad de hallar espacios de colaboración con la oposición es
un artefacto inútil. De nada vale invocar el sagrado derecho a gobernar
del partido más votado o inventar artificios de ley electoral para
premiarlo con una mayoría absoluta que las urnas no le dieron. En la
democracia parlamentaria pluripartidista no gana el primero en votos,
sino el que está en condiciones de encabezar y sostener un Gobierno estable.
Si nuestros partidos no saben construir ese tipo de mayorías ni tampoco
suplirlo con acuerdos amplios, simplemente incumplen su deber y
defraudan al país.
El Gobierno de Rajoy optó por la parálisis.
El de Sánchez, por una hiperactividad convulsa y vacua en la que solo
se reconoce, como criterio sostenido, el propósito de utilizar su tiempo
en el poder para una prolongada precampaña electoral. Ocupar el Gobierno hoy para seguir ocupándolo mañana.
En
la democracia parlamentaria no gana el primero en votos, sino el que
está en condiciones de encabezar y sostener un Gobierno estable
Ellos
mismos lo han narrado. Se trata de convertir su debilidad esencial (la
extrema minoría) en fortaleza propagandística. Tras el Gobierno bonito, una lluvia de propuestas bonitas cuyo contenido, consistencia y efectos son irrelevantes.
Da igual que se aprueben o no: para cada victoria habrá una medalla que
colgarse y para cada derrota, un banderín de enganche y una ráfaga de
metralleta contra los socios y/o adversarios. O nos permiten gobernar
sobre el aire o se les pasa la factura de imagen. Ingenioso, quizá, como
artimaña electoral; pero completamente inservible como programa serio de gobierno.
El único compromiso esperanzador de Sánchez en la moción de censura fue el de convocar elecciones lo antes posible. Al día siguiente, lo transmutó en hacerlo lo más tarde que pueda. Es la firma de la casa.
Mientras, todas las reformas importantes están paralizadas al menos desde octubre de 2015.
La
reforma del sistema político, incluida la necesaria revisión
constitucional. La del sistema de protección social, especialmente la
amenazada viabilidad de la Seguridad Social y las pensiones.
La del aparato productivo, ligada a la transformación del sistema
energético. La de un modelo de relaciones laborales que sea a la vez
contemporáneo, justo y eficiente. Y la del modelo territorial, que hace
aguas por todas partes. Poco ha tardado Sánchez en admitir —y advertir—
que todo eso tendrá que esperar a que él gane las elecciones.

Además, están los grandes problemas de nuestro tiempo. Unos específicamente españoles, como el desafío separatista en Cataluña.
Otros compartidos, como la destrucción climática del planeta, las
migraciones masivas, el terrorismo islamista o la crisis demográfica de
las sociedades occidentales.
Las reformas pendientes y los desafíos rampantes son imposibles de abordar con rigor si no se dispone de un Gobierno estable que lidere y con una voluntad de acuerdo y cooperación
entre las fuerzas políticas y las instituciones: justamente las dos
cosas de las que España carece desde hace demasiado tiempo. Por el
momento, a este Gobierno le interesa más ubicar al PP y a Ciudadanos en la extrema derecha que tratar de entenderse con ellos sobre algo sustancial para el país.
España
carece desde hace demasiado tiempo de las dos cosas necesarias para
abordar con rigor las reformas pendientes y los desafíos rampantes
Pasamos el rato hablando de las elecciones únicamente desde la óptica de lo que interesa o no a los partidos. A fulanito le interesan las elecciones, pero a menganito no. Este las quiere ahora
y aquel más tarde. Todos somos finos analistas de las estrategias
ajenas. Por el camino, se nos olvida preguntarnos alguna vez qué es lo
que conviene al país.
Es fácil ver que Podemos probablemente votará el techo de gasto y los Presupuestos, entre otros motivos, por privar a Sánchez de la coartada para convocar prematuramente unas elecciones
para las que el partido de Iglesias no está preparado. Que los
independentistas no desean que una convocatoria de elecciones generales
se interponga en sus planes para precipitar las catalanas aprovechando
el aquelarre que montarán por el juicio, por lo que tienen que medir los
tiempos de su ruptura con el Gobierno de España. Que el propio Sánchez
parece preferir un resultado exitoso en las municipales y autonómicas
(en las que el éxito no se mide en votos, sino en gobiernos) que lo
propulse para las generales. Que el PP necesita tiempo para recomponer
la figura, consolidar a Casado y que se pase el mal
sabor de boca que dejó Rajoy. Y que Rivera, siempre atento a navegar a
favor de la corriente y sabiendo que es gratis, pide lo que, según las
encuestas, desea la mayoría: elecciones, ya.
Parece
que en los últimos meses todo se ha movido pero solo hemos pasado del
bloqueo atrofiado de Rajoy al bloqueo atolondrado de Sánchez
Entre tantas tácticas y regates, ya llegamos tarde a las citas trascendentes.
Todos los analistas solventes coinciden en anticipar un próximo giro
negativo de la economía. Se frenarán el crecimiento y la creación de
empleo, volverá la desconfianza de los mercados (sobre
todo si se insiste en disparar el gasto público y los impuestos), la
gigantesca deuda nos pesará como una losa… y la ola pillará a España con
gobiernos inanes desde hace tres años y todos los deberes sin hacer.
Parece que en los últimos meses todo se ha movido pero, en realidad, solo hemos pasado del bloqueo atrofiado de Rajoy al bloqueo atolondrado de Sánchez.
Nada importante se resolverá mientras no haya un Gobierno —seguramente
de coalición— sostenido por una mayoría estable y con un programa
conocido y practicable. Está archicomprobado que eso no puede salir de
este Parlamento. Por eso España necesita con premura que sus votantes
desatasquen lo que han atascado sus políticos.
IGNACIO VARELA Vía EL CONFIDENCIAL
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