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domingo, 27 de marzo de 2022

De Aznar a Feijóo, 32 años en bucle

El candidato a la Presidencia del PP, Alberto Núñez Feijóo. EFE />
Un 1 de abril de 1990. Sobre las cenizas de Alianza Popular, un neonato PP celebra el congreso en Sevilla en el que Manuel Fraga pasa el testigo a un joven José María Aznar, quien, en su discurso de proclamación como nuevo presidente ("Un Proyecto en Libertad"), presenta a los españoles un decálogo liberal destinado a llevar a la derecha, aún contaminada de franquismo, a los mandos de la nave española, con el felipismo dando ya claros síntomas de agotamiento. Nuestra historia reciente no podría entenderse sin valorar la importancia de aquel cónclave que modernizó la derecha patria. Un 1 de abril pero del año 2022. Congreso del PP también en Sevilla. Mismo recinto ferial Fibes. Un Alberto Núñez Feijóo ya muy rodado se dispone a ser elegido por aclamación nuevo capitán de un PP recién salido del trauma provocado por la decapitación de Pablo Casado, muerte y fracaso que ejemplifican como pocos la pérdida de rumbo del partido. Llega Feijóo en momentos especialmente críticos, dramáticos deberíamos decir sin miedo a la hipérbole, para el propio PP y para España. Porque esto ya no da más de sí. Entre el Congreso de Sevilla de 1990 y el de este 2022, entre la caída del muro de Berlín y la invasión de Ucrania, entre la llegada de Aznar por la puerta grande y la salida por el excusado de su hijo político, han transcurrido 32 años, ¿32 años perdidos?, más de tres décadas en la historia en bucle de un PP desnortado, sin ideario ideológico conocido, que se dispone a hacerse cargo del cadáver en que el PSOE ha vuelto a convertir España, pero obligado de una vez a alumbrar un proyecto de futuro para el país más allá de la pedestre gestión del aparato del Estado. En efecto, esto no da más de sí. Todas las cesiones que en materia presupuestaria está obligado a hacer el Ejecutivo van a desaguar en el mar de un déficit y una deuda pública insostenible. Esto no tiene arreglo más que con cirugía de campaña Porque, en efecto, esto no da más de sí. Aguante anclado al poder hasta el final de la legislatura o se vea obligado a adelantar generales, todo apunta a que la gravedad del enfermo no hará sino empeorar con riesgo de entrar en shock. Todas las cesiones que en materia presupuestaria está obligado a hacer un Ejecutivo cercado por grupos y sectores varios van a desaguar en el mar de un déficit y una deuda pública insostenible, que amenaza con hacer crisis más pronto que tarde. Esto no tiene arreglo más que con cirugía de campaña. Por eso no importa ya el PSOE y el futuro de su líder canalla. Ahora importa saber qué va a hacer la alternativa, si es que la hay; qué proyecto alberga el PP, si alguno, para enmendar el rumbo, corregir la deriva hacia la depauperación de esta Grecia de Tsipras multiplicada por cuatro; qué planes guarda ese Feijóo en el morral, un tipo a quien el PP se ha entregado como se otorga el náufrago al navío que aparece en el horizonte dispuesto a devolverlo a la vida. ¿Va a ser este PP el avergonzado gestor de la nada de un país en bancarrota y en apariencia dispuesto, con la resignación del manso, a aceptar su triste destino, o hay en él mimbres morales bastantes para urdir una trama capaz de sacarlo adelante -sangre, sudor y lágrimas- desde la plataforma de un proyecto liberal? ¿Aceptará Feijóo convertirse en una copia en sepia del triste Rajoy, o aspirará a pasar a la historia como el hombre que fue capaz de certificar el final de un modelo -económico, político y social- agotado, y de plantear su superación? "Cargos del PP piden a Feijóo un partido de tecnócratas", rezaba el titular de una información que el martes firmaba aquí Jesús Ortega. "Un PP para formar un gobierno como el de Draghi en Italia. Así ven importantes dirigentes populares al nuevo partido, en un contexto en el que ve más posible que nunca un adelanto electoral por parte de Sánchez". Un PP convertido en una elongación de aquel PP que, mayoría absoluta mediante, la incuria de Rajoy entregó a las supuestas doctas manos tecnocráticas de Soraya Sáenz de Santamaría. Conviene decir enseguida que esta sería la peor salida imaginable de la crisis profunda que hoy vive el país. Una puerta sin esperanza. Desde el final de la II Guerra Mundial hasta la gran crisis del petróleo de 1973, la derecha europea se adornó del florón teórico keynesiano aunque en la práctica se desempeñara con estricta vocación liberal y pro mercado, un mix que permitió la reconstrucción de un continente asolado por la guerra en tiempo récord. La crisis del petróleo a que dio lugar la guerra del Yom Kipur supuso, sin embargo, el inicio de una expansión brutal del tamaño del sector público, empeñados los Gobiernos en la construcción del Estado del Bienestar. La vuelta a los valores liberales que significó la aparición de líderes como Thatcher y Reagan en Gran Bretaña y EE.UU. resultó efímera, enseguida desbordada por la vocación de un continente entregado de hoz y coz a la socialdemocracia rampante, ora gestionada por la izquierda, ora por la derecha. El socialismo muere y, donde sobrevive, se radicaliza, se echa al monte, caso del PSOE de Sánchez. Pero esa derecha que ha renunciado a los viejos principios no tiene ya capacidad para gestionar el monstruo de unos Estados inmanejables Embarcada en la construcción de ese Estado del Bienestar, la derecha hizo suyos, con entusiasmo comparable al de la izquierda, programas masivos de gasto público. Tal vez gestionando mejor, cierto, lo que ha convertido casi en un cliché la idea de que, en las últimas décadas, la derecha europea no ha pasado de ser una especie de taller de reparaciones donde la socialdemocracia ha purgado los excesos de una izquierda extasiada ante la posibilidad de gastar el dinero ajeno. En España, el Gobierno Rajoy, llamado con su mayoría a repensar el modelo y proponer otra vía de crecimiento sólido para la economía española, llevó esa pulsión socialdemócrata al paroxismo con tipos tan pintorescos como Cristóbal Montoro en Hacienda. Pero ese modelo hace tiempo que ha entrado en crisis. Crisis terminal. Tal vez el mejor ejemplo sea ahora mismo Francia, un país que dedica casi el 62% de su PIB a gasto público. Cuando, cada 1 de enero, los Estados levantan el telón de sus respectivos Presupuestos, la parte del león de los mismos está asignada con compromisos de gasto insoslayables, a los que se añaden constantes remiendos de gasto nuevo que se convierte en estructural y se enchufa directamente a una deuda que no ha dejado de crecer en los últimos años por culpa, entre otras cosas, de la pandemia. Todo ya repartido, todas las cartas marcadas, todo el futuro agotado en una UE acogotada por la burocracia. No hay crecimiento. No hay empleo. No hay futuro para los jóvenes. España es quizá el mejor ejemplo de este drama. Y, ¿qué ha hecho Europa para combatir este cáncer terminal? Nada, regodearse en su infortunio. Incrementar exponencialmente el mal con nuevas metástasis. Con el agravante de que ha sido la derecha la que ha asumido casi en exclusiva el papel de garante de esa socialdemocracia desvencijada, ese Estado paternalista que todo lo invade achicharrando la iniciativa privada. La derecha como gestor atontado de un modelo, el socialdemócrata, claramente agotado, del que se han ido desprendiendo cual frutos maduros los partidos socialistas (el francés, el italiano, el griego, con el portugués jugando a liberal) hasta desaparecer. El socialismo muere y, donde sobrevive, se radicaliza, se echa al monte, caso del PSOE de Sánchez. Pero esa derecha que ha renunciado a los viejos principios no tiene ya capacidad para gestionar el monstruo de unos Estados inmanejables, quebrados en su mayoría, con una deuda superior a los bienes y servicios que un país como España es capaz de producir en un año entero. El desafío se ha convertido en inabarcable para nuestros aprendices de Rajoy. Ya nadie puede ocultar la necesidad de una revisión integral del modelo, revisión que va mucho más allá de su vertiente puramente económica para, de forma obligada, invadir terrenos naturalmente de la política (la calidad de la democracia, la regeneración de las instituciones, el desalojo de las mafias, tipo Garzón & Delgado, que han copado el aparato del Estado) y social (la batalla cultural contra esa parodia llamada progresismo woke y la lucha sin cuartel contra las sanguijuelas progres acostumbradas a vivir de los impuestos del ciudadano). ¿Va a oficiar Feijóo como nuevo sumo sacerdote de ese rajoyismo acomodaticio dispuesto a bailarle el agua a la izquierda? Porque si esa es la alternativa, entonces la buena gente de derechas votará a Vox Por eso, ¿gestionar qué y para qué, señores del PP? Alcanzar el poder implica poner en marcha un modelo de gestión capaz de determinar en paralelo un modelo de sociedad. Porque si solo se trata de gestionar, mejor encargar la tarea a una gestoría profesional. Conviene insistir: lo que está en crisis es el modelo, el consenso socialdemócrata que ha gobernado Europa durante décadas, el de un gasto público desenfrenado, el de unos impuestos confiscatorios, el de un Estado Leviatán lleno de funcionarios, vocacionalmente dispuestos a decirle al ciudadano cómo debe vivir su vida y lo que tiene o no prohibido hacer. La carga fiscal que soportaban los europeos hasta la gran crisis del petróleo de 1973 era muy inferior a la actual, lo que permitió a las economías crecer con fuerza y crear empleo. Eso hace mucho tiempo que se acabó. Italia lleva más de 20 años sin crecer. ¿Va a oficiar Feijóo como nuevo sumo sacerdote de ese rajoyismo acomodaticio dispuesto a bailarle el agua a la izquierda? Porque si esa es la alternativa, si no va a pasar de ser una copia en blanco y negro del pasmarote (invitado, por cierto, a Sevilla), entonces la buena gente de derechas votará a Vox. Ese es el reto al que se enfrenta un Partido Popular en busca de su destino. Trabajo, pues, para el nuevo capo de Génova. La legislatura está vista para sentencia. La recuperación del crecimiento dañado por la pandemia, que se esperaba, como ocurrió en tantos países de la UE, a finales de 2021, no se producirá en este 2022 y muy probablemente ni siquiera en 2023. El futuro de España empieza a presentar perfiles muy amenazadores. "El BOE publicó el miércoles las condiciones del bono cultural joven, es decir, del cheque que se ha inventado Moncloa para intentar sobornar a quienes alcanzarán la mayoría de edad en 2022", escribía aquí el viernes Rubén Arranz. "Puede sonar simple", añadía, "pero cualquier explicación más compleja sería errónea". Un PSOE que no deja de insultar la inteligencia del ciudadano mientras mete mano en su cartera. He aquí, pues, una derecha enfrentada a un doble reto: romper con su pasado estatista, vale decir hacerse liberal, entronizar de nuevo la oferta liberal ("Creemos que este pueblo debe decir fuera intervenciones, fuera mordazas, fuera amenazas, fuera intentos de control. Queremos devolver el protagonismo a los ciudadanos antes que a la sociedad. Y a la sociedad antes que al Estado") con la que Aznar se presentó en Sevilla aquel 1 de abril de 1990, por un lado, y romper de una bendita vez con el consenso socialdemócrata que ha dominado la vida española desde los ochenta, por otro. Salir del bucle de inanidad en el que el PP ha navegado desde, más o menos, 2002, para recuperar el pulso. Sería la doble ruptura de la derecha española./>
Artículo de JESÚS CACHO Vía VOZ PÓPULI

domingo, 20 de marzo de 2022

¿ELECCIONES GENERALES ESTE MISMO AÑO?

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el Palacio de la Moncloa (Madrid). Europa Press />
Muy probablemente. Muy probablemente al mago que nos preside no le quede más remedio que convocarlas después del verano y con un argumento de fondo tan sencillo como demoledor: porque mañana podría estar peor que hoy; porque su posición, muy comprometida en este momento, podría convertirse en insostenible en 2023, y porque las posibilidades de seguir gobernando tras unas generales adelantadas a la segunda mitad de este año, aunque muy escasas, serían prácticamente nulas de pretender agotar mandato. He ahí a un genio de la política, un mago del juego callejero del trile, entre la espada y la pared. "Parece claro que el gobierno pretendía 'vender' a los electores un fuerte crecimiento económico en 2022 y 2023 como reclamo previo a las elecciones de fin de la legislatura", escribía aquí el viernes Carmelo Tajadura. La crisis provocada por la invasión de Ucrania, sobrevenida tras otra crisis sanitaria de la que no se había recuperado la economía española, ha partido por la mitad tal pretensión. Sin más ideología que su personal conveniencia, Pedro Sánchez se halla ante un callejón sin salida del que va a intentar escabullirse abrazándose al Partido Popular, convenciendo al PP de la necesidad de firmar un gran pacto nacional para vadear los meandros de una crisis que es a la vez económica, política y social. ¿Qué hará Núñez Feijóo? Sobre la profundidad de la crisis social habla la concentración que hoy tendrá lugar en Madrid y que tiene al Gobierno en un puño, en la que se van a dar cita los sectores más golpeados por la deriva de los precios de la energía y los combustibles. Como hoy escribe Jorge Sáinz, el Gobierno está francamente asustado por la dimensión de la protesta. La situación de tanta gente es tan crítica que ni la labor de zapa de unos sindicatos cuya misión parece consistir hoy en mantener la calle tranquila a cambio de una riada de subvenciones es suficiente para detener la revuelta. La reacción del Ejecutivo y sus terminales mediáticas, para quienes los manifestantes son todos de "ultraderecha", no hace sino encabritar más a esa buena gente española cuya proverbial capacidad para aguantar carros y carretas parece haber sido ya ampliamente rebasada por la desvergüenza de un tipo siempre dispuesto a echar la culpa de sus fracasos al lucero del alba, ahora a Putin, naturalmente, pero también a Bruselas porque que no le deja sacar el gas del "pool" eléctrico. Sánchez intentará escabullirse convenciendo al PP de la necesidad de firmar un gran pacto nacional para vadear los meandros de una crisis económica, política y social. ¿Qué hará Núñez Feijóo? Pedro ha aplazado al 29 de marzo la rebaja de impuestos que gravan los carburantes, largo me lo fiáis, sin que, comodín de Bruselas al margen, se sepa muy bien el motivo de semejante tardanza, aunque se adivina: su intención de colar en paralelo un gran pacto de rentas, negociado con patronal y sindicatos, que él se encargaría de vender a la opinión pública como los nuevos Pactos de la Moncloa, sus Pactos de la Moncloa, y que naturalmente debería suscribir el PP para poder engalanar la dupla con el debido oropel. Nadie Calviño dio la pista cuando, en el último Ecofin, anunció confiada a sus pares que el Gobierno de España tenía a punto un gran pacto salarial que naturalmente iba a suscribir la patronal CEOE, iba a firmar el bueno de Garamendi porque así se lo iban a imponer los capos del Ibex que comen en la mano de Pedro. Pero ese pacto, muy necesario para controlar la inflación, iría acompañado, como no podía ser de otro modo en un Ejecutivo participado por Podemos, por otro paralelo sobre los beneficios empresariales, algo cuyos efectos podrían ser discutibles en el caso de la gran empresa pero que pondría a una miríada de pymes, muchas de las cuales no se han recuperado de las pérdidas ocasionadas por la pandemia, al borde de la suspensión de pagos y la quiebra. Estamos, en todo caso, ante un problema puramente técnico y no ideológico: las políticas de rentas nunca han logrado drenar un proceso inflacionario sin el concurso de la política monetaria, como resultó evidente en los ochenta, cuando Miguel Boyer se plantó ante Felipe González exigiendo la subida de tipos por parte del gobernador Mariano Rubio. La clave del arco que soporta las esperanzas de Sánchez de salvar el match ball al que se enfrenta descansa sobre ese gran acuerdo o pacto que ha ofrecido a Feijóo. En la nueva Génova han sonado las alarmas. "Este quiere darnos el abrazo del oso", han advertido al gallego. Cierto, esta sería una de esas ocasiones en las que estaría más justificado que nunca un gran acuerdo entre los dos partidos protagonistas de la transición para poder hacer frente a la dramática situación en que se encuentra un Estado financieramente quebrado, con una deuda pública insostenible. Las similitudes con la gran crisis del petróleo de 1973 son evidentes: guerra del Yom Kippur, precio del crudo que se dispara, inflación desatada sin aparente control y un proceso de empobrecimiento que termina en los Pactos de la Moncloa. La diferencia es que Adolfo Suárez era creíble, tenía prestigio, mientras que el crédito de Pedro Sánchez es cero. Nadie puede confiar en la voluntad para hacer el bien de un individuo parapetado tras la banalidad del mal. El episodio de Marruecos conocido este fin de semana lo retrata como un autócrata, un sátrapa de bolsillo capaz de tomar una decisión tan importante para los intereses españoles sin consultar con la oposición ni con el Parlamento y sin pasar siquiera por Consejo de Ministros. Ni con Franco había ocurrido cosa semejante. Una burla al sistema democrático. Cuentan que el PP va a responder a la requisitoria de Sánchez con un argumento demoledor de puro obvio: si quiere hablar de un gran acuerdo o pacto de Estado en aras a superar las dificultades del presente, tiene usted que reducir de inmediato la dimensión de su Gobierno suprimiendo ministerios cuya mera existencia es un insulto a la dignidad de los ciudadanos y a su bolsillo, además de embarcarse en un programa de recorte del gasto público improductivo, cuestión inevitable en cualquier circunstancia y a la que este Gobierno o el que le sucede deberá enfrentarse. Algo que, salvo milagro, Sánchez no está en disposición de hacer por razones obvias. He ahí un gobernante convertido en un simple rehén de los compañeros de viaje que voluntariamente eligió para gobernar. El episodio de Marruecos retrata a Sánchez como un autócrata capaz de tomar una decisión tan importante para los españoles sin consultar con la oposición ni con el Parlamento y sin pasar siquiera por Consejo de Ministros. Ni con Franco había ocurrido cosa semejante Unos socios que tampoco le acompañarán en dos escollos que el Ejecutivo tendrá que pasar antes de fin de año: los PGE para 2023, una dificultad que podría solventar prorrogando los actualmente en vigor, y la definitiva reforma de las pensiones que el Ejecutivo está obligado a enviar a Bruselas de acuerdo con el "Operational Agreement" suscrito y que, esta vez sí, deberá entrar en cuestiones tan delicadas como "el ajuste del periodo de cómputo, alargándolo para el cálculo de la pensión", o la indexación con el IPC anual, entre otras cuestiones. La imposibilidad de embarcar a Podemos y al resto de los socios en materias de ese porte induce a pensar que, en realidad, la legislatura termina a finales de este año. Y si por un milagro lograra Sánchez adentrarse en 2023 con posibilidades de agotar mandato, antes debería vérselas con la prueba del nueve que este Gobierno, o el que le suceda, no tendrá más remedio que afrontar: el inicio de un proceso de consolidación fiscal impuesto por la CE en razón a nuestra pertenencia al euro, lo que equivale a decir la puesta en marcha de un programa de ajuste capaz de enmendar el rumbo de nuestras desbocadas finanzas públicas. Y ese ajuste jamás será endosado por la muchachada de Podemos y sus amigos catalanes y vascos. Lo decía aquí José Luis Feito el viernes: la indisciplina presupuestaria conduce inevitablemente a la crisis fiscal. Como en cualquier familia bien administrada que se precie. En realidad, la vigencia del Gobierno Sánchez tiene fecha de caducidad, con independencia de las decisiones que pueda adoptar Podemos: las elecciones autonómicas y locales previstas en el calendario para mayo de 2023, una cita que podría convertirse en un calvario para el PSOE. Excepción hecha de Cataluña y País Vasco, la suma de PP y Vox amenaza con arrebatarle una mayoría, si no todos, de Gobiernos autonómicos, diputaciones y alcaldías, lo que para Sánchez significaría una escabechina de tal magnitud que convertiría su voluntad de seguir gobernando en misión imposible. Un terremoto al que no podría arriesgarse en modo alguno y que claramente marca el final lógico del Gobierno de coalición. Ocurre, sin embargo, que la situación ha empeorado tanto en las últimas semanas, los frentes abiertos son tantos y de tal magnitud, que son muchos los que ven casi imposible que este Ejecutivo llegue vivo a la orilla de mayo de 2023, argumento que lleva a pensar que Pedro Sánchez Pérez-Castejón, siempre en el filo de la navaja, adelantará las generales para hacerlas coincidir con las andaluzas, ahora previstas, tras no pocos sofocos, para el mes de octubre del año en curso. Y a echar el resto, a emplearse a fondo en una campaña de agit-prop capaz de movilizar el voto de gran parte de la izquierda, con Podemos desaparecido en combate y con la glamurosa Yolanda Díaz en el séquito del bello Pedro, ese hombre todo verdad, con la intención, además, de pescar en los caladeros del centro político. La vigencia del Gobierno Sánchez tiene fecha de caducidad: las elecciones autonómicas y locales previstas para mayo de 2023, que podrían convertirse en un calvario para el PSOE Un territorio que el aludido piensa disputar a Feijóo y en el que ya intentó lanzar las redes en la previa de las generales de noviembre de 2019. Fracasó estrepitosamente, lo que no obsta para que ahora lo vuelva a intentar a pesar de la mochila de socios con la que carga a sus espaldas. Sus frenéticos viajes internacionales de estos días pretenden presentárnoslo como un estadista de talla mundial, capaz de opacar con su glamur al mismísimo Macron. Solo nosotros sabemos que no pasa de ser nuestro doméstico Putin de peluche. Acorralado como está, ha demostrado, sin embargo, ser un enemigo formidable, sin el menor escrúpulo a la hora de utilizar en su favor desde el BOE hasta el aparato del Estado. Sus esperanzas estarían puestas en conseguir un puñado de escaños más que Feijóo, para obligar al PP a apoyar su investidura con la ayuda de una CE que se encargaría de impedir que los populares gobernaran con Vox. Ese es justamente el problema al que se enfrenta el nuevo líder del PP: el de un pletórico Santiago Abascal dispuesto a oficiar como oposición pura al Gobierno social comunista, presto además a recoger las nueces que pudieran caer del árbol de cualquier acuerdo que el gallego decidiera suscribir con el Ejecutivo. Atentos a la manifestación de este domingo en Madrid. Ahí vamos a ver la dimensión del incendio que consume a millones de familias. También la capacidad de UGT y de las CC.OO. de simplemente Yolanda para contener el cabreo social que se avecina. Es una de las claves del futuro de Sánchez/>
Artículo de JESÚS CACHO Vía EL MUNDO

domingo, 13 de marzo de 2022

SE VIENEN TIEMPOS DIFÍCILES

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y la vicepresidenta primera, Nadia Calviño, este mes en el Congreso. EFE />
El 24 de junio de 1941, dos días después de que Hitler lanzara su 'Operación Barbarroja' contra la Unión Soviética, Serrano Suñer, ministro de Asuntos Exteriores, se dirigió a la multitud congregada frente a la sede de la Secretaría General del Movimiento, calle Alcalá 44, para, camisa azul y uniforme de un blanco impoluto, lanzar su discurso de "¡Rusia es culpable!" con el que iba a dar comienzo el reclutamiento de la División Azul destinada a combatir junto a la Wehrmacht contra el ejército de Stalin. "Camaradas, no es hora de discursos; pero sí de que la Falange dicte en estos momentos su sentencia condenatoria: ¡Rusia es culpable! Culpable de nuestra guerra civil. Culpable de la muerte de José Antonio y de la de tantos camaradas y soldados caídos en aquella guerra por la agresión del comunismo. El exterminio de Rusia es una exigencia de la historia y del porvenir de Europa". El domingo 13 de julio partieron los soldados desde la estación de Atocha. "Vais a defender los destinos de una civilización que no puede morir, y a contribuir a la fundación de la unidad de Europa", arengó el capo de Falange. Desde aquel día, el "¡Rusia es culpable!" se convirtió en uno de los lemas más coreados del franquismo, compitiendo duramente con otros no menos célebres salidos del magín del propio Franco y su obsesión con la masonería y el comunismo. Por una de esas piruetas de la historia, el "¡Rusia es culpable!" se ha vuelto a poner de moda estos días por obra y gracia de un Pedro Sánchez dispuesto a echarle la culpa al empedrado de las calamidades de todo orden que nos afligen. Se vienen tiempos difíciles. La invasión de Ucrania por las tropas de Putin es una desgracia sobrevenida de hondas consecuencias para la economía española y naturalmente también para la política. Se avecinan tiempos de empobrecimiento colectivo. Todo el mundo sabe lo ocurrido con los precios de las materias primas, especialmente petróleo y gas, a resultas del conflicto. El petróleo, en niveles de 130 dólares por barril, ha subido casi un 50% en el último mes, mientras el precio del gas se ha multiplicado por cuatro desde principios de año. Y la decisión de Estados Unidos y Gran Bretaña de cortar la compra de combustibles fósiles rusos no hará sino alimentar la espiral inflacionista. Hay que ahogar a la Rusia de Putin y a sus oligarcas, pero el mundo libre debe estar dispuesto a pagar un alto precio por defender la independencia de Ucrania, que es tanto como defender su propia libertad. Hay que ahogar a la Rusia de Putin y a sus oligarcas, pero el mundo libre debe estar dispuesto a pagar un alto precio por defender la independencia de Ucrania, que es tanto como defender su propia libertad Aceptar sacrificios y apretarse el cinturón. En muchas gasolineras el precio de la gasolina 95 ha rebasado ya el listón de los dos euros litro, de modo que no son pocos los automovilistas que soportan grandes colas ante una estación de servicio de las llamadas "baratas" para poder ahorrarse 20 o 30 euros en el llenado del depósito. El shock de las gasolineras se ha trasladado también al supermercado, con la crisis de Ucrania contagiando al 90% de los productos que componen la cesta de la compra. Escasea el trigo y el maíz, de los que Ucrania es gran productora, pero también muchas materias primas (cemento, acero, níquel) necesarias en la construcción y la industria, particularmente aquellas intensivas en el consumo de electricidad. La aventura del tirano ruso va a mermar el poder adquisitivo de un Juan Español que en febrero de este año pagó el recibo de la luz un 80,5% más caro que en febrero de 2021. Estamos en puertas de una crisis económica y social muy grave, cuya duración y profundidad dependerá del desarrollo de la guerra. Una crisis que nos va a hacer más pobres. En realidad, el PIB per cápita español sigue estancado en los niveles de 1999, lo que equivale a decir que en términos de convergencia en renta disponible, los españoles hemos perdido 23 años frente a los países más ricos de la UE, al punto de haber sido rebasados ya por Chequia, Chipe, Eslovenia, Lituania y, el último en hacerlo, Estonia. España no ha vuelto a los ritmos de crecimiento previos a la gran crisis financiera de 2008, aquella época dorada que se inició en 1996 con el primer Gobierno Aznar y que duró casi 12 años. Aunque a partir de 2013 el PIB español volvió a crecer con relativa fuerza, no lo hizo con la suficiente como para cerrar esa brecha. La llegada de la pandemia vino a poner en evidencia los males de fondo de nuestra economía, en particular su falta de productividad, de modo que en 2021 el PIB per cápita español era un 29% inferior a la media ponderada de la eurozona (25.410 euros frente a 35.740). Respecto a un país rico como Alemania, nuestro PIB per cápita es un 41% inferior al alemán, 42.920 euros. La mayoría de expertos confiaban en recuperar los niveles de actividad previos al Covid en la segunda mitad de este año, pero esa estimación ha naufragado como consecuencia de la guerra (contracción del consumo y de la cuenta de resultados de las empresas), de modo que el PIB podría situarse en un entorno del 3%, muy lejos del 5,6% esperado por Bruselas y no digamos ya del 7% imaginado por Nadie Calviño, con una inflación media -el impuesto de los pobres- de entre el 8% y el 9%, con algunos meses rozando el 10%. El 2022 ya puede considerarse un año perdido en términos de crecimiento y de renta, pero el horizonte de 2023, sometido a todas las incertidumbres que hacen al caso, amenaza con llevar la economía española a un escenario de estancamiento inflacionario, la temida estanflación. Un empobrecimiento evidente para millones de personas en un país de rentas tradicionalmente bajas. El horizonte no puede ser más oscuro, y lo es no porque el castigo provocado por la invasión de Ucrania sea algo exclusivo de nuestra economía, sino porque esta crisis incide de lleno en un tejido económico muy castigado, muy deteriorado por la irresponsabilidad de este Gobierno en la toma de decisiones, todas de matiz ideológico, en materia de política económica. Ninguna buena. Un Gobierno víctima de una pulsión desmedida por el gasto, que hace gala de una absoluta falta de disciplina presupuestaria, que recela de la empresa y de los empresarios, que considera a empleadores y empleados meros sujetos sospechosos a los que freír a impuestos, con decisiones semanales, casi diarias, que ponen en evidencia, junto a la ausencia de rigor, una llamativa falta de cultura económica y una disposición casi criminal a dilapidar recursos públicos, a disponer del dinero del contribuyente con total desahogo, todo con un grado de irresponsabilidad que terminará por pasar factura a este país cuando toque, pero que inevitablemente tocará. El horizonte no puede ser más oscuro, y lo es no porque el castigo provocado por la invasión de Ucrania sea algo exclusivo de nuestra economía, sino porque esta crisis incide de lleno en un tejido económico muy deteriorado por la irresponsabilidad de este Gobierno en materia de política económica Con decisiones que suenan escandalosas en la actual coyuntura, tal que el anuncio efectuado esta semana por la ministra de Igualdad según el cual "el Gobierno aprobará en consejo de ministros el III Plan Estratégico de Igualdad Efectiva entre Mujeres y Hombres con una inversión de 20.319 millones para impulsar políticas feministas de forma transversal en todas las administraciones". Una cifra equivalente al 4,5% de los PGE para 2022, y que es un 307% superior al presupuesto de Sanidad (6.606 millones), un 152% al dedicado a I+D+i y un 207,5% al gasto en Defensa, además de comparar con los 25.000 millones de las prestaciones por desempleo o los 30.000 millones que dedicamos al servicio de la deuda, una deuda ya cercana al 120% del PIB. Un retrato del socialismo en cuerpo entero. Decisiones tan escandalosas, también, como la aprobación este martes de una subvención de 17 millones a los sindicatos (esos señores que se disfrazan de pobres para salir en la tele), cifra superior en un 23% a los 13,8 que obtuvieron en 2021. El precio del silencio de quienes tendrían que salir a la calle a protestar por el recibo de la luz o el coste de la gasolina. Un claro ejemplo de miseria humana. Un Gobierno que prepara una reforma fiscal destinada a saquear los bolsillos de las clases medias, para lo cual la ministra del ramo, Marisú Montero, ha tenido a un "comité de expertos", todos cercanos a la PSOE, trabajando durante un año para concluir, sin que se les caiga la cara de vergüenza, que "hay margen para recaudar 35.000 millones más en IVA y tributos verdes". El presidente del citado comité, Jesús Ruiz-Huerta, un señor a quien le parece "lamentable decir que el dinero está mejor en el bolsillo de los ciudadanos", definía los objetivos del grupo con una sinceridad abrumadora: "Hablamos de recaudar ingresos para hacer políticas de gasto". Porque se trata de gastar a manos llenas como si no hubiera un mañana. La impunidad con la que estos salteadores de caminos que nos gobiernan hablan de subir impuestos para financiar sus "cosas chulísimas" es tal, que tratar de pagar lo menos posible a la Hacienda Pública se ha convertido en una suerte de obligación moral para cualquier ciudadano que viva honradamente de su trabajo. Ni una sola referencia al control del gasto público. Ahora puede apreciarse en su magnitud la barbaridad que en términos de sostenimiento de las finanzas públicas supone la indexación de las pensiones y el sueldo de los funcionarios al IPC, ello ante la que parece inevitable, a pesar de Ucrania, subida de tipos por parte de un BCE que no podrá resistir las presiones de los países ricos ante la evidencia de una inflación del todo punto inaceptable. Silencio, desprecio absoluto ante informes tan solventes como el que acaba de publicar el Instituto de Estudios Económicos (IEE), según el cual España podría reducir su gasto público en un 14% -equivalente a unos 60.000 millones- sin rebajar la calidad de los servicios que presta mejorando su eficiencia. Es decir, que las Administraciones despilfarran cada año 60.000 millones del dinero del contribuyente, cifra grosso modo equivalente al dinero nuevo que cada año el Tesoro se ve obligado a pedir prestado para mantener nuestro Estado del Bienestar a base de acumular deuda. Pero se trata de gastar, lo único que sabe hacer bien este Gobierno, razón por la cual Nadie Calviño quiere pedir ya a Bruselas los 70.000 millones restantes en forma de créditos blandos ante "el deterioro de la situación española" y antes de que suban los tipos, y por eso nuestro presidente, ese sublime jeta apellidado Sánchez, busca una ampliación de los fondos Next Generation más allá de 2026, como ayer contaba aquí Jorge Sáinz, a ver si suena la flauta y los tontos de "Uropa" se avienen a seguir financiando su juerga hasta que se aburra y decida abandonar Moncloa. Se está gestando una muy gorda. Una situación inmanejable que amenaza con condenar a la pobreza a varias generaciones de españoles. Pero, como de costumbre, Sánchez no tiene la culpa. Ahora la culpa es de Putin. Como en el franquismo, "¡Rusia es culpable!" Se está gestando una muy gorda. Una situación inmanejable que amenaza con condenar a la pobreza a varias generaciones de españoles. Pero, como de costumbre, él no tiene la culpa. Ahora la culpa es de Putin. Como en el franquismo, "¡Rusia es culpable!". Se lo dijo con total desparpajo a la pobre Cuca Gamarra en sede parlamentaria: "La inflación, señoría, como los precios de la energía, son única responsabilidad de Putin". No importa que la electricidad llevara un año subiendo y que la inflación estuviera ya en el 7,4% en el momento de la invasión de Ucrania. Una situación que antes de explotar se llevará por delante al mentiroso compulsivo que nos gobierna, ese descuidero de la política cuyo paso por Moncloa será visto en el futuro como el momento de la gran devastación española. El panorama que se divisa desde el puente para quien tome el relevo se antoja tan sombrío como el espectáculo de esas ciudades ucranianas arrasadas por los tanques rusos, pero alguien tendrá que venir a poner orden, a limpiar el país de tanto detritus ideológico, a sanear las cuentas públicas. Alguien tendrá que abordar los ajustes obligados tras tanto dislate, tanto gasto superfluo comprometido. Y entonces arderá Troya, porque, entonces sí, entonces los sindicatos se mostrarán bien dispuestos a quemar la calle. En medio de la tormenta, la semana ha proporcionado un rayo de luz a la España liberal con la firma del pacto entre PP y Vox para el Gobierno de Castilla y León. La forma en que se ha empleado la zurda zote atacando el acuerdo, los compungidos lamentos que ha regurgitado esa legión de pijoprogres adinerados que vive de propalar los dogmas que excreta Sánchez y su banda, hace pensar que esta vez la derecha ha dado en el clavo. Hasta Aitor Esteban, el peneuvista del árbol y las nueces, se ha mostrado preocupadísimo. Mucha gente ha empezado a ver peligrar su estilo de vida, su modo de entender el mundo. Es muy simple: los derechos de los españoles que votan derecha quedan reducidos a pagar impuestos, dinero con el que la izquierda bien pensante se amanceba en el quicio de la subvención para todos. Eso es lo que se están jugando: los garbanzos. Tienen motivos para preocuparse. Gracias a los Rajoys, Casados y demás derecha cutre y acomplejada, la izquierda lleva años pensando que España le pertenece en exclusiva. Miles de chiringuitos, decenas de miles de enchufados bien subvencionados. Acostumbrados a pastar de los recursos de la sociedad productiva, no pueden consentir la llegada de alguien dispuesto a acabar con tan obsceno reparto de la tarta en su exclusivo beneficio. No hay un solo votante del PP que vaya a dejar de serlo por pactar con Vox. El resto es humo. Feijóo, calienta que sales./>
Artículo de JESÚS CACHO en VOZ PÓPULI

domingo, 6 de marzo de 2022

¿TIENE ARREGLO LO DEL PP?

Una crisis cerrada en falso, o mejor dicho, una crisis que Alberto Núñez Feijóo y su grupo, los nuevos amos de este PP con sabor a fin de fiesta, quieren cerrar en falso al grito de «unidad» y censura de cualquier discrepancia. Es tan extraordinario lo que está ocurriendo en el PP que en realidad no sabemos lo que ha ocurrido con Pablo Casado o, mejor dicho, por qué le han echado, por qué lo han descabalgado de la presidencia del PP, evento de la mayor gravedad en cualquier formación política. En este precipitado cierre de filas, todos se afanan en hacernos creer que aquí no ha pasado nada, y hasta le invitan a quedarse, faltaría más, y hay quien incluso le augura días de gloria en Génova, de modo que dentro de nada le veremos desfilando como telonero en los mítines del PP de la mano del gran Mariano, otro que tal baila, otra de las glorias de esta liquidación por derribo, un tipo que fue capaz de regalar la presidencia del Gobierno al malandrín que hoy la ocupa mientras él se emborrachaba en un garito de cinco tenedores. El PP es un erial ideológico, el vacío sin fin de un proyecto que ha permanecido demasiado tiempo en manos de patanes Cerrar en falso una crisis de tal calibre no arregla en absoluto los males del partido sino a lo sumo los aplaza, con el riesgo de hacer realidad ese dicho que sostiene que mal que no mejora, empeora. De forma más o menos explícita, los nuevos amos de la cosa propalan la idea de que con la llegada de Núñez Feijóo a Génova 13 van a desaparecer los problemas como por ensalmo, pero hasta el más lego en la materia sabe que eso más que ficción es embeleco, el edificio de cartón piedra del que se quiere engañar con señuelos que no resisten el mínimo análisis. El problema del PP no es de nombres, sino de ideas. Lo sabemos desde 2004 por lo menos. La historia de un partido de centro derecha que se fue convirtiendo en una gestoría de asuntos públicos sin ningún aditamento ideológico, y que en su ruin deriva llegó a invitar a liberales y conservadores a abandonarlo hasta el punto de terminar convertido en lo que hoy es, lo que hoy son los «partidos del turno»: grupos de presión especializados en la ocupación del poder en beneficio de una pequeña elite muy jerarquizada, una pequeña mafia a las órdenes de un capo todopoderoso, desligada de la realidad social y reacia a cualquier corriente de aire fresco que ponga en peligro el statu quo. Descartada Díaz Ayuso (y no digamos ya gente como Cayetana), encarnación de ese aire fresco que el «aparato» rechaza y combate con saña, Feijóo es la joya de la corona, el último de Filipinas, el clavo ardiendo al que agarrarse en el cabo de las tormentas. No hay más. No había más en el armario. Ocurre que no hay nombres porque no hay ideas, no hay líderes porque no hay una ideología detrás que los sustente. El PP es un erial ideológico, el vacío sin fin de un proyecto que ha permanecido demasiado tiempo en manos de patanes. Razón que explica que los nuevos amos acudan tan frescos a ese congreso extraordinario sin una ponencia ideológica, que es precisamente lo que con más urgencia necesita el PP. Lejos de nosotros la funesta manía de pensar. Algunos dirán, y no sin razón, que si Feijóo -un contrincante de mayor enjundia que el diminuto Casado- terminara logrando, dentro de dos años o cuando toque, desalojar de Moncloa al canalla que nos gobierna, entonces todo habría merecido la pena, porque mandar al guano a este granuja frenando en seco la deriva hacia el abismo en el que vivimos instalados desde junio de 2018, sería en sí mismo un cambio de enormes consecuencias. Pero, siendo ese desalojo prioritario, también lo es que no arreglaría la cuestión de fondo, no resolvería el problema nuclear del PP, esa ausencia de ideología, esa carencia de ideas transformadoras más allá de la simple gestión cotidiana del aparato del Estado. Queremos el poder, cierto, pero ¿para hacer qué? ¿Cuál es tu proyecto de país? ¿Qué idea de España guarda Feijóo en el zurrón? ¿Cuáles serían las reformas de fondo que una derecha liberal debería poner en marcha para hacer realidad la modernización de España? Porque si el asunto no pasa del «quítate tú para ponerme yo», la victoria electoral sobre Sánchez y su banda solo podría satisfacer a los más acérrimos hooligans de la derecha. Un PP convertido en reflejo del peor marianismo con Feijóo a los mandos jamás lograría la vuelta de los millones que lo abandonaron asqueados por años de vacío ideológico y escandalosa corrupción Las credenciales del gallego no invitan al optimismo. ¿Más de lo mismo? ¿Más marianismo? Un tipo cauto, precavido, más medroso que lanzado, gregario de esa práctica socialdemócrata que ha inspirado todos los Gobiernos de la transición, escasamente liberal (que se sepa), y por si fuera poco abonado a ese nacionalismo -nacionalismo «light», dicen- convertido en cáncer que carcome las raíces de esta nación de siglos. Con semejante bagaje ideológico, Feijóo sería una especie de Cánovas fin de fiesta dispuesto a llegar a acuerdos con ese imposible Sagasta que encarnaría el bellaco de Sánchez, en un postrer intento de ambos por darle hilo a la cometa de un régimen acabado que reclama un calafateado con urgencia. Un Feijóo capaz de llegar a acuerdos con el susodicho para simplemente mantener el reparto del botín, mientras el país se desliza por la pendiente de la irrelevancia más absoluta. Pero un PP convertido en reflejo del peor marianismo con Feijóo a los mandos jamás lograría la vuelta de los millones que lo abandonaron asqueados por años de vacío ideológico y escandalosa corrupción. Sería un PP condenado a pactar con Vox para gobernar tanto a nivel nacional como autonómico, si es que antes no resulta rebasado por la fuerza arrolladora de la formación que lidera Abascal. A tenor de algunas de sus declaraciones recientes, da la impresión de que Alberto Núñez no ha entendido la raíz de los problemas que aquejan a la formación que se dispone a presidir. No ha reflexionado sobre las razones por las que los 10.866.566 españoles que votaron PP en noviembre de 2011 se convirtieron en 4.373.653 en abril de 2019, no ha pensado por qué en siete años y medio el partido perdió el afecto de casi 6,5 millones de españoles y ahí sigue, clavado en los 5 millones de votos raspados. Esos españoles huyeron porque ese partido había traicionado las esperanzas de quienes reclamaban un Gobierno capaz de hacer frente al separatismo catalán, bajar impuestos, plantear la batalla educativa y cultural a la izquierda, combatir la corrupción y modernizar definitivamente este país, entre otras cosas. Huyeron porque un partido no puede ser el negocio de unos pocos donde se colocan otros tantos de espaldas a los intereses generales. Un partido de centro derecha no puede ser ni una simple gestoría administrativa ni el taller de reparaciones de los desperfectos que provoca la izquierda cada vez que gobierna. Más allá de una buena gestión, el votante de centro derecha reclama un proyecto de país en lo político, lo económico y lo social, y eso implica remontarse aguas arriba de una filosofía o, mejor dicho, una ideología, cabe decir un marco de valores que deben servir de referencia a la hora de armar esas políticas concretas. Esa es la revolución a la que el PP está enfrentado y que más pronto o más tarde tendrá que abordar si quiere seguir vivo. Da la impresión de que el país ha bajado los brazos, de que las clases medias se resignan a su suerte (el hachazo fiscal, el empobrecimiento progresivo y la pérdida de libertades), con las elites económico financieras alineadas en torno a un tal Sánchez en espera del reparto del botín Abordar esa transformación no importa solo al PP sino a España. Con un PSOE que ha abdicado del constitucionalismo, la vuelta del PP a los valores que caracterizan a una derecha moderna y liberal se antoja esencial para la supervivencia del régimen del 78. El momento no puede ser más delicado. Asistimos a la reedición de lo que, hace más o menos cien años, Fernández Almagro llamó «la disolución de los partidos históricos» de la Restauración. No fueron pocos los autores que atribuyeron aquel fracaso al trabajo de zapa no de los enemigos del régimen liberal, sino de quienes estaban llamados a ser sus máximos defensores. La pérdida de fe de las elites, primero, y de la opinión pública, después. La desconexión con la calle. El sistema de la Restauración no cayó por los embates de sus enemigos, sino por la desafección de sus teóricos paladines, una idea que Ossorio y Gallardo expresó en 1930 de forma brillante: «Los regímenes políticos no se derrumban ni perecen por el ataque de sus adversarios, sino por la aflicción y el abandono de quienes deberían sostenerlos». ¿Hay alguien dispuesto a seguir defendiendo el régimen del 78? ¿Alguien con agallas en la izquierda para enmendar el camino de servidumbre emprendido por el PSOE con Zapatero y Sánchez? ¿Alguien con fundamentos liberales bastantes en la derecha para reconvertir el PP en un partido útil para el futuro? Ni una sola referencia al grito de «Salvar España» que caracterizó a aquella nihilista generación del 98. Da la impresión de que el país ha bajado los brazos, de que las clases medias se resignan a su suerte (el hachazo fiscal, el empobrecimiento progresivo y la pérdida de libertades), con las elites económico financieras alineadas en torno a un tal Sánchez en espera del reparto del botín. Tenía razón Solzhenitsyn (qué gran consejo el suyo cuando animaba a los rusos a «no vivir de mentiras») al criticar la pérdida de la voluntad y la capacidad intelectual de Occidente para defenderse no tanto de los ejércitos extranjeros cuanto de sus críticos internos, esa quinta columna disolvente que está liquidando el sistema de valores compartido por generaciones de ciudadanos libres. La España de hoy es un fiel reflejo de ese Occidente caduco. Parte de la solución vuelve a estar en manos de un gallego. ¿Tiene arreglo lo del PP? />
Artículo de JESÚS CACHO en VOZ PÓPULI