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domingo, 28 de febrero de 2021

La exaltación y recuperación del bipartidismo irritan y alertan al resto de partidos

PSOE y PP dan pasos para recuperar la hegemonía compartida, con actos como el del 23-F e intentos de pactos bilaterales que se rompen por el rechazo de los demás al bipartidismo

Foto: Acto conmemorativo del 40º aniversario del intento golpista del 23-F. (EFE) 

Acto conmemorativo del 40º aniversario del intento golpista del 23-F. (EFE)

 

Esta ha sido la semana de la exaltación del bipartidismo. O, al menos, de la nostalgia por aquella etapa en la que había dos partidos que se alternaban en el poder, que se reconocían mutuamente la capacidad para gobernar, que se repartían parcelas del Estado y que solo recurrían a los partidos minoritarios cuando les era estrictamente necesario. Los tiempos en los que las minorías estaban formadas por partidos con voluntad de arrimar el hombro por un Estado por muy nacionalista que fuera o por otro de izquierdas que no aspiraba a gobernar.

 

En esta semana, en la política española se ha suspirado por aquellos tiempos, pero el bipartidismo viene a ser como las hombreras: triunfaron en los 80, se añoran tanto como se detesta su recuerdo y, finalmente, parece imposible que puedan volver. Al menos, no volverán con aquel esplendor y aquel alarde.

 

Pero, de pronto, en el Congreso asomó esta semana el recuerdo del bipartidismo en varios episodios y quedó clara la estrategia coincidente de PSOE y PP para recuperarlo. Especialmente, se observó en el acto que la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, organizó en la Cámara con presencia del Rey para recordar el intento de golpe de Estado del 23-F, 40 años después de que fracasara.

Foto: Pedro Sánchez, frente a Casado. (EFE)

Batet improvisó un protocolo, necesariamente restringido por el covid, pero con un papel estelar para el líder de la oposición, personificado en Pablo Casado. No es habitual la referencia protocolaria de líder de la oposición, aunque esté recogido en un decreto de hace décadas.

Lo más extraordinario es que el propio Rey incluyó una referencia al líder de la oposición a su discurso. Eso ocurrió cuando la ultraderecha avanza y cuando hay quien se plantea la necesidad de reforzar al PP como partido de Estado para frenar el sostenido ascenso de Vox.

 

Ambas intervenciones provocaron malestar en fuerzas políticas diferentes a PSOE y PP. Por ejemplo, altas fuentes de Unidas Podemos aseguran no entender ese reconocimiento y explican que en el rechazo a esa amenaza de vuelta al bipartidismo está la explicación de algunos movimientos del partido de Iglesias.

 

Lo más extraordinario es que el propio rey Felipe VI incluyó una referencia al líder de la oposición a su discurso en el Congreso

 

En los años 80, cuando Felipe González disfrutaba de su mayoría absoluta, cristalizó el concepto bipartidista del líder de la oposición, encarnado entonces en Manuel Fraga, presidente de Alianza Popular. Se habló entonces de las "escenas del sofá" de González con Fraga y este disfrutó de la idea por su reconocido amor por Gran Bretaña, el paraíso del bipartidismo, favorecido por la ley electoral mayoritaria.

 

El siguiente episodio de la nostalgia del bipartidismo ha sido el de las negociaciones entre PSOE y PP para la renovación institucional, aunque en este caso se ha constatado que ya no es real. Félix Bolaños y Teodoro García Egea han negociado de forma bilateral para sumar los votos que exige la mayoría cualificada para los nombramientos. En el caso de RTVE, el pacto se cerró porque, a su vez, cada uno negoció luego con PNV y Unidas Podemos, pero siempre de forma bilateral. Como en los viejos tiempos.

 

Y hubieran querido que siguiera esa forma de operar para el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), pero ya no son tiempos de bipartidismo y por eso todo ha sido tan complicado que no han podido cerrar el acuerdo. El PP no quería hablar con Unidas Podemos y exigía que no designara vocales, y el PSOE intentaba integrar a su socios de Gobierno de coalición. Como el PP ha vetado vocales que sospecha son propuestos por los de Pablo Iglesias, Unidas Podemos, a su vez, no quiere salir del reparto y por eso veta a uno propuesto por el PP y todo ha quedado finalmente bloqueado. La semana que viene volverán, previsiblemente, a intentarlo.

Foto: El vicepresidente segundo y ministro de Derechos Sociales y Agenda 2030, Pablo Iglesias, a su salida de la sesión de control al Gobierno. (EFE)

Se puede decir que la movilización del resto de partidos por evitar la vuelta del bipartidismo es lo que, finalmente, ha hecho imposible el acuerdo sobre el CGPJ. Por un lado porque Unidas Podemos presionó para no quedar fuera del pacto entre los dos grandes partidos y por otro porque la amenaza política de Vox llevó al PP a borrar cualquier asomo de presencia del partido de Iglesias en las negociaciones y en el resultado.

 

En tiempos del bipartidismo estos pactos eran más fáciles. Lo más que hacían los dos grandes partidos era, una vez repartidos los sillones entre ellos, ceder cada uno a los socios que quisieran. Por eso siempre entró algún vocal de PNV, de CiU o de Izquierda Unida. Ahora hay partidos que quieren entrar y participar en las negociaciones. Y otros como Vox y Ciudadanos que, además, critican con dureza el pacto dentro y fuera del Congreso.

 

El propio Pedro Sánchez, en un vídeo que ha circulado estos días de 2016, hablaba con acierto de la "comodidad del bipartidismo" para pactar los nombramientos. Además, en aquellos tiempos que ahora PSOE y PP añoran, ambos partidos eran libres de pactar o no, mientras que ahora Pablo Casado ha retrasado el acuerdo durante dos años y mantiene los vetos que bloquean el acuerdo precisamente por temor a la presión de Vox, partido que ha crecido a su derecha. Antes el PP podía actuar sin temor y ahora Casado confiesa en la tribuna del Congreso ser "consciente del coste a corto plazo" de sus posibles acuerdos con el Gobierno, pensando en el desastre electoral de Cataluña. No es casual, de hecho, que haya esperado al cierre de las urnas del 14F para rectificar y sentarse a negociar.

 

Lo más que hacían los dos grandes partidos era, una vez repartidos los sillones entre ellos, ceder cada uno a los socios que quisieran

 

"Que se besen, que se besen", coreaban los diputados de Vox en el hemiciclo el jueves cuando se conoció el acuerdo, y ahora Casado y Abascal pugnan por liderar la oposición y tiene alto coste político pactar lo que prescribe la Constitución sobre nombramientos.

 

El recuerdo nostálgico del bipartidismo planeó también en el debate del miércoles en el pleno del Congreso sobre la pandemia. "La alternancia del centroderecha y del centroizquierda fue el polo de atracción de la inmensa mayoría del país y consiguió llevar a los extremos a la irrelevancia, tanto por la izquierda como por la derecha" y "debemos compartir y ensanchar el espacio de la moderación y hacerlo tan grande como para que los dos podamos ganar dentro de él", le dijo Casado a Sánchez en lo que sonó como una invitación formal y nostálgica a recuperar juntos el bipartidismo.

 

Iglesias, Arrimadas, Rufián y otros se movían incómodos en sus escaños escuchándolo. Alguno de ellos advirtió enseguida fuera del hemiciclo de que ese bipartidismo ya no volverá, que no hay más que contar escaños para constatarlo.

 

El recuerdo nostálgico del bipartidismo planeó también en el debate del miércoles en el pleno del Congreso sobre la pandemia

 

"El PP tiene un sitio en la democracia española", le respondió el presidente del Gobierno. Sánchez, además, incluyó en su intervención trazas identificables de la alarma que ha provocado en Moncloa el ascenso de Vox, por más que sea una bendición electoral para el PSOE. La ultraderecha no para de crecer y miembros del Gobierno se preguntan si no será mucho mejor a largo plazo reconocer al PP como partido de la oposición; y ahí está, en parte, la explicación del esfuerzo forzado para marcar a Casado como líder de la oposición, como en los tiempos del bipartidismo.

 

Por primera vez, Moncloa ha dado muestras de estar dispuesto a frenar a Vox después de años de favorecer la polarización por interés electoral. Y algo se movió esta semana en el Congreso en este sentido.

 

Hasta 2015, ese bipartidismo era claramente identificable en los resultados de todas las elecciones generales. Así, la suma de votos de PSOE y PP ha estado siempre en un 70% de media, llegando al 78% en 2000, el 80% en 2004 y el 83% en 2008. Esos porcentajes tienen traslación casi abrumadora en el reparto de escaños, ya que el sistema está diseñado para favorecer claramente a los dos partidos más votados.

 

La suma de votos de PSOE y PP ha estado siempre en un 70% de media, llegando al 78% en 2000, el 80% en 2004 y el 83% en 2008

 

Esa tendencia empezó a quebrarse en 2015, cuando aparecen Podemos y Ciudadanos, y esa suma se queda en el 50% y en las dos elecciones generales de 2019 bajó al 45% y al 48%. Coincide, obviamente, con los gobiernos con menor apoyo parlamentario y los tiempos de inestabilidad. Cuando no hubo mayorías absolutas, PNV y CiU apuntalaron gobiernos, pero ahora solo mantienen esa función los nacionalistas vascos, pero cada vez se precisa sumar más partidos para apuntalar mayorías, por la fragmentación creciente del Parlamento.

 

La añoranza de ese bipartidismo está también en la estrategia de los dos principales partidos. Básicamente, el PSOE quiere comerse a su compañero de Gobierno y el PP a Vox, y los dos esperan ganar algo en el caladero de Ciudadanos.

 

Les favorece el largo periodo sin elecciones que, en teoría, se abre ahora en España. Es tiempo de estrategias de medio plazo, en este caso de recuperación de viejos hábitos. Sin embargo, hay otro factor que puede perturbar ese intento común: la atomización de partidos y la fragmentación parlamentaria, con formaciones emergentes y en algunos casos locales como Teruel Existe, Foro Asturias, Nueva Canaria, Coalición Canaria, Más País…

 

                                                  FERNANDO GAREA  Vía EL CONFIDENCIAL

NO PODEMOS CONFORMARNOS CON RETROCEDER SIEMPRE

 El ateísmo y la satisfacción del deseo, especialmente el sexual, es decir, el subjetivismo que sostiene que la autonomía de la persona radica en la satisfacción de sus deseos, es una concepción tan hegemónica, que sirve para medir el bien, la justicia, la libertad y el progreso.

Los cambios habidos en estos últimos años van siempre a peor. ¿ Acaso no cambiarán nunca su sentido? Para entender lo que estamos viviendo es necesario una sucinta recapitulación de los hechos:

  1. El desplazamiento de la naturaleza del estado laico, es decir, neutral desde el punto de vista religioso, hacia la cancelación de Dios en la vida y las instituciones públicas. Su reconversión en estado ateo.
  2. La consagración del deseo sexual y de su satisfacción inmediata como uno de los ejes principales de las políticas públicas, hasta formar parte del corazón del propio estado, al que han dotado así de ideología, liquidando la idea de lo que es y significa el estado liberal, definido precisamente por su neutralidad ideológica. La idea de que Polonia y Hungría son estados iliberales es equivocada. En todo caso son un tipo de estado de esta naturaleza, como España lo es respondiendo  a otra matiz ideológica que corresponde al feminismo e identidades  de género, las dos corrientes antagónicas surgidas de la perspectiva de género, de manera parecida a lo que acaeció, salvando las distancias, con el marxismo, y el leninismo y trotskismo. El común denominador es su carácter totalitario que excluye cualquier otra visión que no sea la suya, se aplica a través de las leyes del estado, y censura, discrimina, o prohíbe otras concepciones opuestas.
  3. Se ha producido así una doble y gran ruptura histórica. La formulación del deseo y su satisfacción sexual, como causa política, y la creación de un estado doctrinario que nos aboca a lo desconocido, por las consecuencias prácticas de sus leyes en este ámbito, cuyos resultados solo son evidentes a largo plazo, y aún así tienden a ser ocultados por el propio estado, como sucede con el aborto, que es una de las rupturas de más dilatada implantación en el tiempo. Son las leyes sobre el aborto la primera causa que ha situado el sexo en el centro del escenario político y ha señalado la primacía de la satisfacción sexual sobre la vida humana. Aquella satisfacción es tan decisiva que el acto que comporta, la relación sexual, no es responsable de sus consecuencias, la vida humana engendrada.
  4. El ateísmo y la satisfacción del deseo, especialmente el sexual, es decir, el subjetivismo que sostiene que la autonomía de la persona radica en la satisfacción de sus deseos, es una concepción tan hegemónica, que sirve para medir el bien, la justicia, la libertad y el progreso. Es bueno, justo, y un avance para la humanidad todo lo que la sirve, y malo injusto y contrario al progreso todo lo que la niega.
  5. Esta dinámica de realización del deseo, que tiene su eje central en la sexualización de la sociedad, se verifica en todos los ámbitos.
  6. La educación que quieren imponer y que están imponiendo a nuestros hijos en la escuela, los programas de nuevo negativos de entretenimiento en la televisión están llenos de ello. La proliferación de juguetes sexuales, su extensión a través de los medios de comunicación, la práctica de filias que hace pocos años atrás se hubieran considerado dignas de tratamiento psiquiátrico, el crecimiento de la pornografía y la prostitución, y de la violencia sexual, a pesar de la ingente cantidad de recursos que se dedica para evitarla. Nunca como ahora había habido tanta, porque está fuertemente en la pornografía, la prostitución y la promiscuidad sexual.  Y es que es imposible sexualizar la sociedad, postular que la autenticidad es dejarse llevar por el deseo sexual, convertirla en eje político, y no pagar al mismo tiempo un precio por sus consecuencias.
  7. Este escenario acaba determinando prácticas totalitarias, que comportan la cancelación de personas y la censura de opiniones, la intromisión en las relaciones entre hombres y mujeres, y el diseño de sus conductas en unos términos nunca vistos. Una intromisión que se extiende sobre los hijos, sobre todo -una vez más- en todo lo relacionado con la sexualidad, que obsesiona a quienes nos gobiernan y su cultura dominante. Se intenta resolver por la justicia y por medio de la represión lo que tendría que ser el resultado de la formación de las conciencias en el respeto; también en el respeto sexual. Pero, claro, el problema es que para ello es necesario situar las relaciones sexuales en el plano de importancia y trascendencia que tenían, pero qué ha sido suprimido, convirtiéndolas más bien en un acto superficial, epidermis y efímero, sin responsabilidad sobre sus consecuencias. Es la consecuencia de la desvinculación sobre uno de los motores más potentes de la vida humana, que precisamente por su potencia es necesario encauzarlo. Esto es lo que ha hecho nuestra cultura a lo largo de los siglos hasta llegar a este momento estúpido de la historia, que llama represión a lo que es respeto y reconocimiento de la dignidad del otro.
  8. Esta cultura y la política que la expresa significa también la discriminación de los hombres, que en igualdad de condiciones sufren una mayor pena por el mismo delito, por el simple hecho de ser hombre y no por la naturaleza del delito, ni por la existencia de causas que lo agraven. Esto es lo que determina desde el 2005 la Ley Integral de Protección contra la Violencia de Género que, además, fue considerada en su momento como plenamente constitucional, lo cual no significa que no esté equivocada y que no deba ser cambiada.
  9. Esta cultura y esta política conllevan también la progresiva liquidación de la patria potestad, y esto afecta tanto al padre como a la madre. Cada vez más ellos serán únicamente responsables de alimentar y cuidar a sus hijos, pero sin ninguna autoridad sobre ellos, porque también cada vez más, quienes decidirán serán los menores o el propio estado a través de su burocracia.  Es lo que sucede con diversas de las leyes existentes, que conceden capacidad de decisión a los hijos, a pesar de ser menores de edad. No pueden votar, pero sí que pueden mantener relaciones sexuales cómo y con quien quieran. Pueden decidir sobre su muerte, proponen  que lo hagan sobre su cambio de sexo. Pueden hacer todo eso pero no beber alcohol por ser menores. Son la destructivas y caóticas contradicciones de la sociedad desvinculada.
  10. También significa la existencia de privilegios, que son calificados de nuevo derechos para las personas y grupos LGBTI, hasta llegar al extremo de invertir la carga de la prueba, de manera que no hay presunción de inocencia, sino necesidad de demostrar que no se es culpable.
  11. La perspectiva de género, que algunos confunden ingenuamente con una cuestión de igualdad entre hombres y mujeres, está destruyendo la naturaleza de lo que significa ser hombre y ser mujer, de la naturaleza de los esposos, del ser padre y madre, de la familia, es decir, el núcleo duro que configura nuestra sociedad, el núcleo que aporta el capital social y moral necesario para que después el resto de las instituciones sociales los transformen, lo mejoren y los amplíen, construyendo así el capital humano, que es el fundamento del desarrollo económico y del bienestar.
  1. La perspectiva de género difumina y oculta la desigualdad económica, y es una de las causas que ha favorecido el crecimiento de la desigualdad económica, porque el foco político ahora no está situado sobre ella, sino sobre la desigualdad entre hombres y mujeres, como si esta- excepto en el desatendido caso de la maternidad- no fuera una prolongación de las relaciones de producción y de la distribución del crecimiento de la productividad. El Ministerio de igualdad de España, que no tiene ni una sola competencia económica, es un excelente ejemplo de esta coartada.
  2. Resulta de especial gravedad la cancelación de Dios en la vida pública, que liquida también toda una cultura moral, la cristiana, sobre la que se cimienta nuestra sociedad. La desaparición de la idea de perdón y reconciliación de nuestro horizonte común es una de las tantas y graves consecuencias de este nuevo ateísmo liberal.
  1. Todo esto tiene un sujeto colectivo político que lo dirige. Es la alianza objetiva entre el liberalismo no perfeccionista de la globalización y el progresismo cosmopolita del deseo. Ambos tienen una coincidencia objetiva en el cosmopolitismo alejado de la fraternidad humana, forjada por ser hijos de Dios, y en la ideología del deseo, construida desde la perspectiva de género.
  2. Hay que denunciar que esta alianza es la principal responsable de todas las crisis y de todas las rupturas que sufrimos. Hay que desenmascarar sus intentos de confundir, presentando a otros como responsables de lo que ellos desencadenan. Han encontrado en el muy impreciso concepto de populismo el chivo expiatorio necesario, cuando en realidad y en muchos casos este populismo no es otra cosa que expresión, más o menos instrumentalizada políticamente, del malestar de muchas personas que han perdido la esperanza.
  3. Sólo podemos afrontar todo esto, primero con el esfuerzo, el sacrificio, la fe viva, la oración y la confianza en Dios. También con el amor. No podemos combatir el daño que nos infligen desde la mirada humana, sino desde la mirada de Dios. Y después, en el ámbito de la práctica, con la unidad en las tareas y esfuerzos en la coordinacion dirigida a construir la corriente social que exprese un nuevo sujeto colectivo cristiano.

 

                                        JOSEP MIRÓ i ARDÈVOL   Vía FORUM LIBERTAS

 

 

                                                            

ACABAR CON LA JUSTICIA Y CON LA OPOSICIÓN

 Casado se empecina en borrarse y en facilitarle la tarea a un presidente que llegó al poder a lomos de la mentira y que, desde que mora La Moncloa, no ha dejado de engañarle un solo día

Acabar con la Justicia y con la oposición

De sobra se sabe que Churchill no sólo fue el sagaz estadista que libró a Inglaterra de la invasión nazi, sino que desplegó una mordacidad y crueldad infinitas contra sus adversarios, pero también contra los enemigos que pululaban en sus filas, como advirtió a un novel diputado al aterrizar en la jauría de la Cámara de los Comunes. Conocida su enemistad contra Lady Astor, a la que, tras endilgarle ésta que «si usted fuera mi esposo, no dudaría en envenenar su té», le atizaría: «Señora, si usted fuera mi esposa, no le quepa duda de que me lo bebería»; no lo fue menor con el jefe de la oposición laborista, Clement Attlee, a la sazón vicepresidente suyo en el gabinete de unidad nacional que dirigió los días más críticos para el país. Así, entre sus viperinas invectivas, descuella su aguijonazo de que «un taxi vacío se detiene ante el 10 de Downing Street y de él desciende Attlee».

Empero, aquel «hombrecillo modesto con muchas razones para serlo» no sólo no se dejó avasallar por quien quiso enterrarlo y se negó a su propuesta de referéndum de 1945, alegando con tino que era «estratagema de dictadores y demagogos», sino que lo sucedería inopinadamente ese mismo año. Valiose de la necesidad de alivio de luto de un agotado elector tras un quinquenio de «sangre, sudor y lágrimas» guiado por quien retornaría en 1951. Pese a sus desdenes, no sacó del mapa al Don Nadie Attlee ni consiguió que se desvaneciera.

Sin embargo, a raíz de defenestrar a Cayetana de Álvarez de Toledo como portavoz parlamentaria, de su diatriba ad hominem contra Abascal, al que repuso de su mala intervención en la censura de Vox contra Sánchez, y de su negligente campaña catalana con su agria vendimia al desdecirse de sí y de los suyos, el líder del PP, Pablo Casado, se empecina en borrarse y en facilitarle la tarea a un presidente que llegó al poder a lomos de la mentira y que, desde que mora La Moncloa, no ha dejado de engañarle un solo día. Todo ello ante la rendición complacida de quien, de no poner remedio a su camino de perdición, va a reducir a un partido de Gobierno -justo cuando conmemora el vigésimo quinto aniversario de la victoria de Aznar- a formación bisagra.

Casado está en un tris de rememorar al Fraga de Alianza Popular

Si ante esta deriva se bromeaba en esta página con que debería afeitarse la barba de Rajoy para sacudirse la letargia y modorra de los años bobos en los que el ex presidente malgastó la mayoría absoluta agraciada por los españoles para enmendar los desafueros, no sólo económicos, de Zapatero, sin ser moco de pavo estos, Casado está en un tris de rememorar al Fraga de Alianza Popular al que González buscó arrellanar en el sillón de la oposición con el título honorífico de jefe de misma.

Si éste usó la vía del elogio con aquello de que le cabía el Estado en la cabeza, el actual inquilino de La Moncloa anhela lo propio por la vía contraria de la humillación. Como antaño hizo con Albert Rivera y luego con su sucesora, Inés Arrimadas, cuando ésta ofreció el voto de Ciudadanos para pactar los vigentes Presupuestos del Estado sin la dependencia independentista de la mayoría Frankenstein que le hizo jefe del Ejecutivo con el menor número escaños propios que ningún otro presidente en 44 años. Si de la mano de la máxima de Deng Xiaoping de que «no importa si el gato es blanco o negro con tal de que cace ratones» González procuró que el viejo león de Perbes, que luego se enfeudaría en Galicia, perpetuara al PSOE como el PRI mexicano, Sánchez juega al ratón y al gato con la oposición a su derecha, singularmente con Casado, para perennizarse.

No extraña que anduviera sobrado el miércoles en las Cortes. Investido de poderes excepcionales con la excusa de la pandemia, no usa tales aldabas contra el coronavirus, sino contra sus contrincantes y en favor de un cambio de régimen que consolide una monarquía presidencialista rumbo a una república. Válese de los desatinos fiscales del Rey emérito para descoronar al hijo como cabeza de la nación. Así, se retiró del ruedo parlamentario con la confortable sensación de esas figuras del toreo que hallan la comprensión de un tendido que asume que el lote que le tocó en suerte no tenía un mal pase al no embestir ni siquiera en el tercio de varas. No en vano, al tomar la palabra, Casado alzó la bandera blanca y verbalizó su rendición preventiva. «Yo ya hice mi parte, consciente de su coste a corto plazo», compungió en alusión a su acre ruptura de hostilidades con Abascal, a la par que interpelaba a Sánchez para que, en justa correspondencia, se desmarcara de sus extremados socios y aliados para ensanchar el bloque de la centralidad.

Salvando las distancias, Casado semejaba el eco desvaído de Chamberlain cuando creyó apaciguar en 1938 a Hitler y obtener «la paz para nuestro tiempo» a base de ceder ante quien preparara la II Guerra Mundial, al igual que Sánchez sólo pretende los votos del PP para la preceptiva renovación del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), esto es, culminar su asalto a las instituciones y poner a sus pies el gobierno de los jueces para que estos, mediante el socavamiento de su independencia, se perviertan en los jueces del Gobierno. Al grito de «¡rindan togas!», manda hacer puñetas la Justicia y fuerza que los jueces echen al suelo sus ropones para alfombrar su paso triunfal a la manera que las rondallas de tunos cortejando féminas en sus pasacalles.

Así, lejos de conmoverse con su imploración, dispensó a Casado un displicente «necesita mejorar» como el que otrora le otorgó su sosias Iglesias al quitarle de en medio a la avispada Álvarez de Toledo y al poner a caldo a Abascal, al tiempo que Sánchez le puso el deber añadido de acallar a la presidenta madrileña Díaz Ayuso, cuya cabeza servida en bandeja de plata sería de su gusto y placer. Pero a la que asiste la razón al demandar que el PP no se puede permitir «bizquear» ni desdibujarse si tiene «claro» su proyecto. A este respecto, un hechizado Casado aparentaba el miércoles, en plena rebatiña de las instituciones por lotes al modo de lo que Italia designa como lottizzazione, haber sido hipnotizado por la mirada de tigre de Sánchez.

Como le enseña crudamente el director del zoo hindú a su beatífico hijo en la oscarizada película La vida de Pi, ignora que cuando miras a los ojos de un felino lo que se ve son los sentimientos de uno mismo reflejados en la fiera, no su intención depredadora. Por eso, nada más rescatarlo casi de las garras del tigre de Bengala cuando se disponía a dar buena cuenta de su infantil presa, el airado progenitor se empeña en darle una cruel lección de vida a su vástago contra los ruegos maternos.

Así, enfrenta al pequeño Pi a la horrible escena de contemplar cómo el felino al que se había acercado amistosamente, sin advertir del peligro de ponerse al alcance de su zarpa y colmillos, despedaza a la cabra viva que manda traer. Con gran dolor, Pi aprendería una enseñanza de vida que le servirá cuando, como único superviviente humano del naufragio desencadenado cuando su familia emprende una mudanza de continente -zoo incluido, a modo de Arca de Noé-, encara la odisea de atravesar el Océano Pacífico en una balsa en la inadvertida compañía del tigre bengalí del que le libró su padre.

Abandonado al infortunio y expuesto a la temible tesitura de morir tragado por las olas o por las fauces del atroz compañero de singladura, el errabundo logra conjurar el miedo urgido por el instinto de supervivencia y urde un plan para salir bien parado. En su fuero interno, Pi debió evocar la leyenda que figuraba en el zoo y que inquiría al visitante: «¿Sabes cuál es el animal más peligroso del zoológico?». Al lado, una flecha señalaba una pequeña cortina que escondía la respuesta. Descorrida, aparecía un espejo que reflejaba al curioso y le plantaba ante su realidad.

En cierto modo, puede ser la circunstancia de un Casado espejeado en unas primarias que ganó discurseando como Churchill y que, al cabo de casi un trienio de su inesperada elección, habla y actúa como Chamberlain. Tratando de hacerse perdonar la vida y creyendo que así se solidificará como jefe de la oposición hasta que Sánchez -Dios mediante- se aburra. Si Casado se ha hecho el cálculo de que, declinando de su compromiso de despolitizar la Justicia para entrar en la rebatiña de cargos como en RTVE, va a irle mejor, yerra averiando gravemente las instituciones que deben velar por el buen funcionamiento del sistema democrático. Tal desvirtuación entrañará mayor corrupción al supeditar la Justicia a políticos que colocan y quitan jueces para tapar sus vicios y agios.

Si hay constitucionalistas que determinan que la diferencia sustancial entre cartas magnas como la estadounidense y la española es que la primera está hecha para que los gobernantes teman al pueblo y se anden con ojo al ejercer el poder, mientras que la segunda invierte la prelación, mucho más se aprecia a medida que la partitocracia de los viejos y nuevos actores acentúan ese vicio oculto. Por ejemplo, siguiendo la estela de la reforma socialista de 1985 de la Ley Orgánica del Poder Judicial por el que se procedió, con Alfonso Guerra como oficiante, a las exequias de Montesquieu y su sacrosanta división de poderes.

Como es hábito en él, refutando lo que aseveró como candidato a Jordi Évole en 2014, Sánchez no iba a «renunciar a todas aquellas comodidades que han hecho peor al PSOE», como la elección partidista del CGPJ, sino a excederlas. Con trágalas, como tratar de empotrar en el mismo al juez José Ricardo de Prada. Su manipulación del testimonio de Rajoy como testigo que sirvió de palanca para la moción de censura que aupó a Sánchez a La Moncloa, habiendo sido desautorizado por instancias judiciales superiores, sería más un mérito de guerra que un baldón. Sin duda, un alarde de despotismo autoritario como el de nombrar ministra de Justicia a Dolores Delgado, con su pareja el juez Garzón en la sombra al estar inhabilitado, y luego fiscal general del Estado, pese a cosechar reprobaciones, siendo la primera ex ministra que se adueña del Ministerio Público a través de las reprensibles puertas giratorias.

Con su desistimiento a plantar cara a Sánchez, Casado declina a relevarlo con la presteza que exige la emergencia española. Pero también a ser jefe efectivo de la oposición. Al tiempo, arriesga -a medio plazo- las precarias mayorías con las que el PP gobierna Andalucía -primera prueba de fuego, salvo argucia de Sánchez y de su gurú Redondo- o Madrid, junto a ayuntamientos como el capitalino o Zaragoza.

Dijérase que a Casado y a su mesa camilla sólo les urge el control interno de un partido -como busca con la celebración de congresos provinciales telemáticos- que puede quedar en las raspas para que el presidente del PP pueda seguir siendo aspirante el día siguiente de unas elecciones próximas que daría por perdidas. A este paso, no es que le venga grande la sede en venta de la calle Génova, es que le puede bastar con realquilarle una planta vacía al PSOE, dado que su estado mayor puede adquirir La Moncloa en propiedad y su comité electoral hacer del ala oeste su domicilio habitual.

 

                                                                    FRANCISCO ROSELL   Vía EL MUNDO

domingo, 21 de febrero de 2021

"Un tiro al presidente de España"

 Fuego frente a la Bolsa de Barcelona en la quinta noche de disturbios contra el encarcelamiento de Pablo Hasel. 

Fuego frente a la Bolsa de Barcelona en la quinta noche de disturbios contra el encarcelamiento de Pablo Hasel. Efe / Toni Albir 

El viernes, después de tres días con sus noches y las calles ardiendo, el aprendiz de sátrapa que nos gobierna se dignó condenar la violencia desatada por quienes le sostienen en Moncloa. Lo hizo cuando su silencio se había convertido en un clamor ante la evidente quiebra de ley y orden. De modo que salió de su escondite y se fue a Extremadura a sentar cátedra. “En una democracia plena, y la democracia española es una democracia plena, es inadmisible el uso de cualquier tipo de violencia”. Mala cosa que una democracia necesite adjetivos para tenerse por tal y que además sea alguien como él, precisamente él, el encargado de adjetivarla. Tardó tres días con sus noches y hubiera tardado tres años si la presión social no le hubiera obligado a salir de la hura y dar la cara, condenar a su socio de Gobierno, pero la puntita nada más, porque de inmediato se alineó con sus tesis al anunciar su intención de “ampliar y mejorar la protección de la libertad de expresión”, como si no estuviera suficientemente garantizada por la ley y los tribunales, como si el comunista desnortado del rap, ese prototipo de ser mal nacido y bien alimentado, no gozara ya de protección bastante para agredir o amenazar de muerte -incluso para plantear que “le metan un tiro al presidente de España” (sic)- a quienes considera sus enemigos de clase.

Difícil condenar una violencia que en Barcelona promueven los comandos del separatismo y en Madrid alienta el socio del Gobierno de coalición. Así de abracadabrante es la situación española. A estas alturas de la película está claro que Iglesias está enviando a Sánchez un mensaje en una botella para recordarle quién controla la calle y cómo puede hacerle la vida imposible si se le ocurre deshacer la entente. “Las casualidades no existen en política”, escribía ayer aquí Alberto Pérez Giménez, “y las calles se incendian cuando las urnas, los tribunales, el giro al centro o los ministros económicos ponen en aprietos a Podemos”. Idea en la que abundaba también Miquel Giménez: “Sánchez se expone a tener un país ardiendo por los cuatro costados si decide cortar amarras”. ¿Y por qué quieren los indepes que arda Roma, cuando afirman campanudos que han arrollado en las catalanas, que ya controlan más del 50% del voto, y que ahora sí que sí van a ir de cabeza a la proclamación unilateral de la independencia? ¿Por qué esa ofuscada paranoia de quemar la calle cuando dicen haber ganado? Porque es rotundamente falso que hayan ganado.

Un rastro de inconsolable despecho recorre hoy el universo separatista y estalla en furia y fuego por las calles de Barcelona al asumir en secreto que la Ítaca nacionalista está cada vez más lejos

El 14 de febrero el nacionalismo se dio una costalada de campeonato. Resulta que ERC, que a juzgar por la propaganda separata ha sido la gran triunfadora del lance, perdió el domingo 332.254 (el 35,5%) de los 935.861 votos que logró en 2017, y eso con una masa de fieles muy movilizada. Y resulta que En Comú Podem se dejó 131.734 (el 40,25%) de los 326.360 votos que obtuvo en 2017, a pesar de lo cual ha repetido el mismo número de escaños (8), ello gracias a un sistema electoral que ni PSOE ni PP han querido alterar en más de 40 años de democracia y que hace que a Junts le cueste 17.750 votos lograr un escaño, mientras que Ciudadanos necesita 26.317. Pues bien, según TVE, la televisión pública ocupada por los paracaidistas de Iglesias, la marca catalana de Podemos “ha resistido bastante bien el embate de las urnas” (la “Isobaras” en La hora de la 1 de TVE), a pesar de haberse dejado por el camino, ya digo, el 40,5% de los sufragios alcanzados en 2017. Por no hablar de la CUP, los chicos de la gasolina, que ha pasado de 4 a 9 escaños a pesar de haber perdido 6.169 votos respecto a los 195.246 que contabilizó en 2017.

La aritmética, cabezona como es, invita a una lectura de los resultados muy poco caritativa con el mundo indepe. En efecto, las tres formaciones independentistas (ERC, Junts y CUP), que en 2017 obtuvieron 2.079.340 sufragios, se quedaron el domingo en 1.360.696, lo que equivale a decir que el eje nuclear del separatismo ha perdido 718.644 votos de unos comicios a otros, un 34,6% ni más ni menos. Aquella cifra de 1.360.696 votos equivale al 17,6% de la población total de Cataluña (7.722.203 personas, según el censo de 2020) y al 25,04% de su censo electoral (5.433.979 personas). Ese 25% llega hasta el 26% si a los tres citados se le suman los votos de partidos minoritarios (incluido el PdCAT de Artur Mas, qué papelón el del delfín de Jordi Pujol) que no han obtenido escaño. La conclusión es clara, el independentismo ha perdido 11 puntos (del 37% al 26%) del censo electoral entre 2017 y 2021, y de hecho el voto separatista se encuentra hoy en niveles similares a 1980. La otra conclusión, más demoledora aún, es que con el 17% de la población y  el 26% del censo no se independiza ni una escalera de vecinos.

El hundimiento del centro derecha

Esta es la verdad. El resto es propaganda. Una propaganda que vorazmente devora un centro derecha al que le ha dado un aire. Porque resulta que el único partido que ha perdido las elecciones catalanas, si a los signos externos hemos de atenernos, ha sido el PP. A Pablo Casado le ha faltado tiempo para levantar la mano y decir “sí, yo soy el derrotado”, al punto de que para corroborarlo anunció el martes la venta de la sede de Génova, de donde se infiere que por primera vez un edificio carga con el mochuelo de un fracaso electoral. Maravillosa aportación al pensamiento político contemporáneo. Es evidente que su resultado ha sido malo, pésimo si se quiere, porque se ha dejado en la cuneta 76.603 (el 41,2%) de los 185.670 votos que obtuvo en 2017 (que ya era muy malo para un partido que aspira a gobernar), pero lo asombroso es que el PP se cuelgue mansamente el sambenito y asuma en público su derrota. Es otra de las variantes del drama español: la aparente ausencia de vida inteligente en Génova 13.

Y una desazón profunda, un rastro de inconsolable despecho recorre hoy el universo separatista y estalla en furia y fuego por las calles de Barcelona al asumir en secreto que la Ítaca nacionalista está cada vez más lejos y que el hedor que despide la ciénaga ha alejado ya del templo a casi el 35% de la feligresía. Se repite la historia con más de 80 años de retraso. Separatistas, comunistas airados y anarquistas antisistema ocupando la calle. Con la derecha local comprando la soga con la que va a ser ahorcada y el PSC flirteando con unos y otros. Una copia casi perfecta de los barceloneses años treinta. “Anarquistas y comunistas se matan a tiros en Barcelona”, titulaba el 5 de mayo de 1937 La Almudaina, diario de la mañana, Palma de Mallorca: “Situación caótica. La FAI y la CNT contra la Generalidad a la que apoyan socialistas y comunistas. Los prohombres de los partidos desde la radio de la Generalidad pedían anoche ansiosamente ¡alto el fuego! ¡alto el fuego! Los hospitales llenos de heridos y muertos. Llamamiento a los “rebassaires” para que acudan a Barcelona a defender el Gobierno”. Leído ayer: “Esquerra se alinea con la CUP y Junts para modificar el modelo policial catalán”. El trío separata quiere que los Mossos d’Esquadra ofrezcan amablemente un libro y una rosa, como en Sant Jordi, cuando vean venir a un energúmeno dispuesto a rociarles con gasolina y prenderles fuego. Hasta aquí ha llegado la paranoia separatista. “Me muero de ganas de montar una empresa en Cataluña”, tuiteaba un tal Ricardo esta semana. “Todo son ventajas”.

El trío separata quiere que los Mossos d’Esquadra ofrezcan amablemente un libro y una rosa, como en Sant Jordi, cuando vean venir a un energúmeno dispuesto a rociarles con gasolina y prenderles fuego

En esta Cataluña en fase terminal no hay lugar para un Salvador Illa, qué descansada vida, que ha sesteado durante meses mintiendo a los españoles desde su despacho en Sanidad con las cifras de muertos de la pandemia. No es lugar para tímidos taimados. Pronto será un mueble más aparcado en un Parlament dominado por la abrasiva doctrina separata. También su mentor se dará pronto cuenta de que los resultados del domingo le han dejado mensajes inquietantes. Porque ERC, la pareja de baile con la que pensaba aliviarse en Madrid y en Barcelona, ha decidido elegir a Junts y a la CUP, los de siempre, como socios para formar nuevo Govern. Son los eternos complejos de inferioridad de una Esquerra incapaz de abandonar la sombra del “padre”, incapaz el menestral de romper con el amo de la finca, antes Pujol y ahora Puigdemont. La reedición de ese Gobierno empeñado en una independencia imposible priva a Sánchez de su fórmula de oro: un tripartito en Barcelona y otro en Madrid y a vivir que son dos días. El sueño húmedo de Iván Redondo en las sentinas de Moncloa, porque era la receta que podía asegurarles un tranquilo discurrir a lo largo y ancho de la legislatura.

¿Abocados a nuevas generales?

Esa esperanza se ha evaporado, de modo que a Sánchez le va a resultar más difícil seguir contando con el apoyo del independentismo para mantenerse en el machito, lo que quiere decir que a los españoles nos va a costar todavía más aguantar en Moncloa a este descuidero de la política sin ideología conocida. Razón que abona la tesis de que el sujeto podría estar acariciando la idea de disolver las Cortes y convocar nuevas generales el próximo otoño o, a lo más tardar, la primavera de 2022. Con la alegría del rebote económico que la vacunación traerá bajo el brazo y antes de que la crisis de deuda empiece a enseñar la oreja. Con Podemos convirtiendo el Gobierno de coalición en un perpetuo sin vivir. Y con el PP a por uvas, ocupado los próximos meses en la búsqueda de piso y en la mudanza. Es fácil imaginar la escena: “Lo he intentado todo, he tratado de gobernar con comunistas, con independentistas y hasta con filoetarras, pero me ha resultado imposible. Vuelvo a someterme a la confianza de los españoles y lo hago por el bien España. Envuelto en su bandera. Para salvar nuestra democracia del peligro fascista que representa la extrema derecha de Vox”. El cuento completo.

Y mientras tanto, España (esa “aventura truncada, orgullo hecho pedazos” de Blas de Otero) se desangra. Consumado cínico, el doctor Sánchez fue a Extremadura a recitar lo que llevaba aprendido sobre la violencia y volvió raudo a su guarida, dispuesto a ver pasar los días desde la atalaya de Moncloa mientras las calles siguen ardiendo. Vuelve “El problema de España; España como problema; el laberinto español; las dos Españas; España, país dramático…” con que Fernando García de Cortázar da inicio a su espléndido Y cuando digo España (Arzalia). La España que ayuna de un proyecto motivador, carente de cualquier “viva pasión o noble empeño” que cantaba Rubén Darío. Las décadas, más bien los siglos, empleados en angustiosa búsqueda de modernización, democracia y consenso para un país en apariencia condenado al atraso, la pobreza y la barbarie, parecen haber servido de poco. De nuevo nos enfrentamos a una de esas coyunturas que amenazan con hacernos perder pie con la convivencia y el progreso. “Aquí todo es muy sencillo –dice un personaje de La calle de Valverde, de Max Aub- estamos todos contra todos”. A punto de regresar a lo peor de nuestra historia. Otra vez. Lo que hoy se vive en España huele a enfrentamiento civil, a caos, a ruptura, a sálvese quien pueda. Una semana peor que la anterior. Es la España jaula de locos “atacados de una manía extraña: la de no poder sufrirse los unos a los otros”, que escribió Ganivet en su Idearuim español. Nada que hacer mientras este aventurero de la política, necesitado del respaldo de lo peor de cada casa para continuar hozando en el poder, siga en Moncloa. 


                                                             JESÚS CACHO   Vía VOZ PÓPULI