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domingo, 30 de octubre de 2022

NO CON ESTE PSOE

El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. Europa Press
Confieso ser uno más de los miles de españoles que esta semana asistían perplejos a los preparativos del anuncio de acuerdo entre PSOE y PP, o mejor, entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, sobre la reforma del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ). Perplejo porque a lo largo de la semana había ido tomando cuerpo la especie de que el PP iba a terminar tragando con el nombramiento de ese sectario con balcones que responde al nombre de Cándido Conde-Pumpido, el de las togas y el polvo del camino, como nuevo presidente del Tribunal Constitucional (TC), la clave del arco que cierra el proyecto sanchista de demolición del edificio constitucional con la ayuda de la patulea que le mantiene en el poder, la destrucción del régimen del 78, proyecto que reclama el control del tribunal de garantías como condición sine qua non para llevar a efecto la labor de derribo y que, además, le proteja personalmente de cualquier asechanza que pudiera surgirle el día que, otro presidente del Gobierno y una Justicia independiente, alguien decida sentarlo en el banquillo por delito de alta traición (art. 102 de la CE). El control del Constitucional es la obsesión de Sánchez desde que accedió al poder, un Sánchez a quien importa una higa el CGPJ y sus vocales. Incluso está dispuesto a asumir cualquier tipo de compromiso, en línea con lo que viene proponiendo el PP, para que sean los jueces quienes se hagan cargo de al menos el 50% de su composición. Ya negará ese acuerdo o se apeará de él el día que le convenga. El desahogado que antes de junio de 2018 decía en La Sexta estar dispuesto "a recortar el poder de decisión del PSOE en todos esos órganos; estoy dispuesto a que el PSOE no sea quien proponga a los miembros del CGPJ, porque yo soy de los que creen que estas comodidades del bipartidismo a quien han hecho peor ha sido al PSOE", ya no puede engañar a nadie, salvo a quien se deje engañar. A él le importa controlar un TC dispuesto a tragarse el sapo de validar las leyes sometidas a recurso de inconstitucionalidad, las que están a punto de caramelo (la Ley Trans, por ejemplo) y las que están por venir y que tienen que ver con el estatus de Cataluña dentro (o fuera) de España, mediante un nuevo referéndum a pactar en la Mesa de Diálogo del socialismo con el separatismo. En eso Sánchez y Junqueras se parecen como dos gotas de agua. También a los chicos de ERC les obsesiona el control de la Justicia o más bien su desnaturalización, en concreto la revisión a la baja del delito de sedición en el Código Penal, y no ya para permitir el regreso triunfal del patético Puigdemont y demás huidos, sino, mucho más importante, para "ampliar el espacio de impunidad para cuando llegue el momento de hacer realidad el ho tornarem a fer", en palabras del columnista Ignacio Varela. Feijóo se ha asomado esta semana al precipicio. Ha estado a punto de firmar su propia sentencia de muerte o, por decirlo de otra forma, de perder las próximas generales muchos meses antes de ser convocadas Por eso resultaba estos días escandaloso ver al PP caminar cogido del ronzal por Sánchez hacia el acuerdo sobre el CGPJ cuando ya el lunes 24, el boletín oficial del sanchismo había anunciado ("El Gobierno se abre a reducir a la mitad la pena por sedición", Lo País) su intención de dar satisfacción a ERC, mientras el pánfilo de González Pons y Félix Bolaños, el siniestro mayordomo de Moncloa, negociaban los términos del pacto. Y por si en Génova no se hubieran enterado, 48 horas después, miércoles 26, la pintoresca María Jesús Montero, ministra de Hacienda, volvía a sacar a colación la reforma del Código Penal durante el debate de enmiendas en el Congreso a la totalidad de los PGE de 2023. "Traeremos a esta Cámara (…) la voluntad del Gobierno de homologar a los estándares europeos la calificación de determinados delitos en nuestro país". De modo que el PP estaba más que advertido, no obstante lo cual Feijóo y su magra guardia de corps siguieron adelante con los faroles. Resultado: Bolaños se ha burlado de Pons y Sánchez ha hecho lo propio con Feijóo. De la inclinación al engaño por parte de Sánchez estaba muy al tanto el malogrado Pablo Casado, que lo sufrió en sus carnes y que había llegado a la conclusión de que no era posible pacto alguno con quien está dispuesto a vender España a trozos para seguir un día más en el poder. Pero Feijóo no quiere parecerse a Casado (leit motiv de su política), no quiere encerrarse en el "no" perpetuo, consciente de la necesidad que un partido alternativa de Gobierno tiene de abrirse a pactos con otras fuerzas. Esta es la única explicación amable que cabe para el gallego al fiasco de esta semana: su buena voluntad para desbloquear la renovación del CGPJ a tenor de la promesa que días atrás hizo al comisario europeo de Justicia. Y de hecho es el propio Feijóo quien, en la conversación telefónica que en la tarde del jueves mantiene con un Sánchez "chulo y faltón" (Génova dixit) mientras volaba de regreso a España, le pide que le aclare si realmente piensa llevar a cabo la reforma de la sedición, y el vampiro le dice que sí, que naturalmente, faltaría más, que está en su programa de Gobierno y que no sabe de qué se extraña… convencido como estaba de tener al gallego entre la espada y la pared, como ayer sugería aquí Alberto Pérez Giménez: si firmas, mal; y si no firmas, peor, porque ya me encargaré yo de demoler tu figura a cuenta del "temblor de piernas". Y es entonces cuando el líder del PP huye despavorido de la boca del lobo en que se había metido y anuncia la ruptura del pacto, no sin que antes Ayuso y otros le hubieran advertido del riesgo que estaba corriendo. Esto no va a ser un paseo triunfal, Alberto, como pudo parecer tras la degollina de Casado. Estamos ante un enemigo formidable, un superdotado para el mal y un tipo sin ningún tipo de escrúpulos morales Porque hubiera resultado pura dinamita, en realidad hubiéramos asistido al final de la España constitucional tal como la hemos conocido, con sus grandezas y miserias, desde el 78, si el PP hubiera consentido poner la Justicia, teóricamente para reforzar su independencia, en manos de este bandolero, mientras por la puerta de atrás él mismo la desmantela para permitir a sus socios volver a delinquir con impunidad, todo ello para que nuestro pequeño sátrapa, que esa es la madre del cordero, pueda seguir gozando del apoyo de los 15 escaños de ERC en el Congreso. Ese es el crimen que hemos estado a punto de presenciar, y el drama de un país con su arquitectura constitucional supeditada a los intereses de una persona. "El Gobierno quiere una Justicia a la medida de los independentistas", dijo Feijóo el viernes en Vitoria. Pues claro, Alberto, y no es que lo quiera, es que se lo imponen sus socios, es el peaje que tiene que pagar para seguir vivo, pero eso lo sabe cualquier español mínimamente alfabetizado desde junio de 2018 sin necesidad de ser líder de la oposición, como sabe también que no es posible negociar nada con Sánchez y su banda a menos, claro está, que puedas cobrarte por adelantado a la manera de peneuvistas, separatistas y filoetarras, como ayer afirmaba el también columnista Ignacio Camacho. Feijóo se ha asomado esta semana al precipicio. Ha estado a punto de firmar su propia sentencia de muerte o, por decirlo de otra forma, de perder las próximas generales muchos meses antes de ser convocadas, porque semejante claudicación hubiera resultado insoportable para la dignidad de los votantes del centro derecha español. De la encerrona ha salido trasquilado pero vivo, que no es poco. Negociar sí, pero con otro PSOE. Con Sánchez y su banda, ni a aceptar una herencia. Los detalles de este drama con ribetes de farsa son de sobra conocidos. Ahora importa saber si en Génova han aprendido la lección y sacado alguna enseñanza provechosa con vistas al futuro. Porque esto no va a ser un paseo triunfal, Alberto, como pudo parecer tras la degollina de Casado. Lo he dicho ya otras veces pero conviene recordarlo: estamos ante un enemigo formidable, un superdotado para el mal, un tipo sin ningún tipo de escrúpulos morales, con una cantidad formidable de dinero para gastar a su antojo en la subvención de cada vez más grupos sociales encantados con la perspectiva de vivir a costa de un llamado Estado del Bienestar que no es otra cosa que el bienestar del Estado. Un sujeto dispuesto a todo con tal de repetir victoria en las generales de 2023. De aquí a noviembre de 2023 veremos cosas que nos helarán la sangre. De momento, aquel Feijóo que llegó en abril como presidente del Gobierno in pectore, no es más que el jefe de la oposición en octubre. Urge abrir ventanas, salir a la calle y hablar alto y claro. Abandonar cuanto antes la hura. Urge acabar con la abulia ideológica que tiene sedado al PP desde hace ya muchos años drenando cualquier ambición de cambio real En cualquier empresa que hubiera soportado un trauma semejante al del PP se impondrían cambios drásticos en su estructura gerencial. Convendría, por ello, saber si Cuca Gamarra, que el martes separaba campanuda la rebaja del delito de sedición de la negociación del CGPJ porque ambos asuntos "iban aparte", está en el puesto que corresponde a su valía, y convendría valorar si no es un drama para la historia universal de la literatura que González Pons desperdicie su enorme talento para la novela erótica por un arte tan menor como la política. Parece necesario reforzar la estructura de Génova con la incorporación de verdadero talento, tan escaso hoy, porque esta no es guerra para diletantes. Pero, por encima de todo, es urgente abordar de una vez por todas cuestiones que deberían estar en el ADN de un partido de centro liberal moderno y que el marianismo enterró hace tiempo convencido como estaba de poder vivir tranquilo en la deserción de la guerra cultural, la renuncia a la opción reformista y el apaciguamiento del socialismo peronista. Urge abrir ventanas, salir a la calle y hablar alto y claro. Abandonar cuanto antes la hura. Urge acabar con la abulia ideológica que tiene sedado al PP desde hace ya muchos años drenando cualquier ambición de cambio real. Casi todo lo que ha anunciado Feijóo en estos últimos meses, desde la deflactación del IRPF hasta el agravamiento de las penas de sedición y la tipificación del referéndum ilegal, lo registró Casado como proposiciones de ley hace muchos meses, alguna hace incluso años. Las iniciativas de Feijóo al respecto están por ver. Parece razonable otorgar al gallego un margen de confianza en el bien entendido de que llegar a la Moncloa no será nunca un paseo triunfal a pesar del profundo deterioro institucional y de la herida económica que su presidencia va a dejar en el bolsillo de los españoles. El PP debe volver a ser un partido al servicio de España y no una forma de vida para su cúpula, lo cual reclama abandonar el silencio habitual y proponer una dosis extra de actividad, de explicación alternativa, de propuestas, de presencia constante en los medios. Una admirable Inés Arrimadas a las puertas de su muerte política ha hablado más, y más brillantemente, en los últimos días de los problemas de España que todo el PP en los últimos meses. Vale insistir: lo que está en juego no es el futuro de Feijóo, sino el de la España constitucional.
Artículo de JESÚS CACHO Vía PÓPULI

EL CAMBIO QUE ESPAÑA NECESITA

El país avanza hacia un deterioro institucional dramático que los enemigos de la convivencia tendrán la tentación de presentar como una quiebra del sistema
GABRIEL SANZ
Felipe González define el liderazgo político democrático como la «identificación de un sentimiento». Es decir: de la emoción ciudadana que reclama una forma de entender la vida. El recuerdo de los 40 años de la victoria arrolladora del PSOE en 1982 nos devuelve al instante de conexión mágica en el que los anhelos de libertad y modernidad de los españoles coincidieron masivamente con la oferta política de un grupo de jóvenes socialistas que habían recuperado unas siglas históricas y sobre ellas fundaron la gran alternativa nacional, moderada y reformista de centroizquierda. El libro Por el cambio, de Ignacio Varela, convertido ya durante toda esta semana en un clásico, describe ese proceso de lanzamiento de un partido institucionalista de grandes mayorías populares formado en la cultura del consenso. La aplicación práctica fue otra cosa. Una de las virtudes que aquel PSOE sigue legando al actual es su capacidad de adherencia de toda una inteligencia en torno a la intelectualidad, la cultura y los medios de comunicación desde la que irrigar su influencia y proyectar una hegemonía estética y de valores. Una de sus representantes más conspicuas en los años 80 y 90 fue la directora de cine Pilar Miró, que en 1997, tras la salida de González del poder, le decía a Casimiro García-Abadillo para su libro El Balance: «El final, para mí, ha supuesto una gran decepción. No lo veo con ira o con tristeza. Tan sólo con pena, porque creo que perdimos la oportunidad histórica de hacer un gran cambio en este país... Lo que sucedió es que el pragmatismo acabó con los ideales que nos llevaron a ganar las elecciones del 82». La constatación de ese fracaso de la renovación ética comprometida fueron el crimen de Estado, la corrupción y la persecución, incluyendo episodios infames, de los periodistas que los investigaron. El ejercicio del poder sin apenas alternativa condujo a los socialistas a una concepción patrimonial del Estado que llevó a las primeras reformas que debilitaron los órganos constitucionales, como la del Poder Judicial. González inauguró así un patriotismo de partido que después siguieron los demás y que, por supuesto, se mantiene hoy con toda su fuerza. Tres de cada cuatro españoles, y por tanto esa valoración recorre todos los estratos y sensibilidades, tiene hoy un recuerdo positivo de Felipe González. Y si es así, sería estúpido y sectario negarle su papel protagonista indiscutible en la modernización del país a través de la consolidación del sistema de libertades, el impulso a la economía de mercado y la apertura a la inversión exterior, la construcción de un estado del bienestar propio de una gran nación europea o la integración en la CEE y el afianzamiento en la OTAN. La añoranza tiene que ver sobre todo con la nostalgia mitificada de aquella vivencia ilusionante vinculada al proyecto colectivo de país y la visión estratégica de Estado que encarnaba González. Esa alma institucional del PSOE, que tiene su seña de identidad en el compromiso jacobino con la igualdad entre españoles y la solidaridad interterritorial, comenzó a dar paso a otra más revolucionaria con José Luis Rodríguez Zapatero, que hizo de la aversión a la derecha y la alianza excluyente con los nacionalismos el eje de buena parte de su política. Pero con Pedro Sánchez asistimos ya a una alteración decisiva de la naturaleza fundacional del PSOE de la Transición y de Felipe González. «Es otro partido», lo dijo esta semana Alfonso Guerra. Es otro tiempo, hipermoderno. Conserva las siglas por la ventaja competitiva que permite su memoria sentimental y como soporte de adherencias para la inteligencia y el patriotismo de partido -a este sirvió ayer el propio González- pero no hay proyecto integrador ni visión estratégica de Estado, sino un instrumento político al servicio principal de una ambición personal. Sánchez ha desactivado los contrapesos internos y conecta su liderazgo carismático de manera directa con unas bases fuertemente ideologizadas y devotas de las políticas identitarias; de forma refleja, considera prescindibles los fundamentos institucionales del Estado de derecho y los consensos constitucionales, seguro como está de su dependencia presente y futura de las formaciones que tienen como objetivo existencial erosionarlos. Mantiene además una flexibilidad moral y una determinación proteíca por el poder, inigualables entre ninguno de sus adversarios, que le permite afligirlos incluso cuando se encuentra en las circunstancias más adversas. Todo esto es lo que acaba de comprobar Alberto Núñez Feijóo durante las últimas semanas pero, particularmente, en la negociación para renovar el Consejo General del Poder Judicial y el Constitucional. El líder del PP tiene una predisposición natural al pacto y un fuerte sentido de la responsabilidad: lo intentó, en un contexto que parecía propicio ante la urgencia provocada por la dimisión de Carlos Lesmes y las presiones de la UE. El planteamiento posibilista de Esteban González Pons contenía avances, quizá insuficientes por el enrocamiento del PSOE, e incluía la exigencia de garantías de que el desbloqueo del Alto Tribunal no serviría para recompensar el apoyo de ERC. El Gobierno, incluso ante la reticencia inicial de los independentistas, puso entonces todo su empeño en colocar encima del debate público una reforma ad hominem del Código Penal que rebajaría la pena por el delito de sedición a sus socios de investidura. Feijóo quedaba así en una situación humillante: el mismo Sánchez que aparentaba negociar de buena fe con él un refuerzo del orden constitucional ofrecía a Esquerra su desprotección. Y, por añadidura, la deslegitimación de la sentencia del Tribunal Supremo por el 1-O. Se le ponía así en riesgo de aparecer como cómplice del regreso de sus protagonistas. El líder del PP no tenía alternativa que no fuera a un altísimo coste. La información que hoy publica Lucía Méndez de la celebración en Moncloa es muy reveladora. Tras la encerrona, Sánchez presentará a Feijóo como responsable del bloqueo, aunque son sus alianzas con los enemigos del pacto constitucional lo que desbarata la confianza en él. Un acuerdo de Estado trasciende su propia letra y contenido: exige un compromiso con una cultura democrática y unos consensos, con la garantía de que se comparte una idea común de España y el Estado de derecho. El país avanza hacia un deterioro institucional dramático que los enemigos de la convivencia tendrán la tentación de presentar como una quiebra del sistema. La receta para resolverlo exige releer las primeras líneas de esta carta.
Artículo de JOAQUÍN MANSO Vía EL MUNDO

domingo, 23 de octubre de 2022

Una muchedumbre infantilizada, a la deriva

Una sociedad que acepta siempre lo último de forma acrítica es como una hoja seca a merced del viento
Una cola de gente con mascarilla en China
Unos de los rasgos más asombrosos de la sociedad actual es la enorme velocidad con que ciertas nociones o ideas novedosas, extrañas e insólitas, alcanzan aceptación generalizada por muy absurdas que sean. Basta que la televisión lance un mensaje repetitivo, envuelto en un relato sensiblero para que la idea subyacente se asuma de forma acrítica. Así, las creencias aparecen y languidecen constantemente, como si hubiera quebrado cualquier anclaje al pasado, como si gran parte del pensamiento navegara a la deriva de las emociones y las modas. Las pautas conocidas como “políticamente correctas” (hoy “woke”) surgen de repente y resultan inestables y cambiantes. Así, por ejemplo, ciertas palabras son constantemente sustituidas por otras nuevas, incluso inventadas, porque súbitamente pasan a considerarse ofensivas (y censuradas como racistas, sexistas etc.), aunque nunca lo fueran anteriormente. O el número de categorías de “identidad de género” va creciendo de manera asombrosa y cada cifra resulta tan aceptable como fue la anterior. La general aquiescencia es una señal de extendido conformismo y escasez de pensamiento crítico, especialmente entre las élites, el mundo académico y el mediático. Demasiados piensan que la postura crítica consiste en predicar esas pautas (aceptadas por el establishment) y atacar a quienes las cuestionan. El mundo al revés. ¿Por qué hay tanta gente dispuesta a creer cualquier cosa? ¿De dónde surge esa fuerte tendencia a adoptar rápidamente la opinión percibida como mayoritaria? En The lonely Crowd, (1950) David Riesman apuntó una interesante hipótesis: se estaba produciendo un cambio drástico en el carácter del individuo medio, una radical transformación en la manera de formar sus criterios. Y este cambio se encuadraba en una evolución mucho más amplia hacia una personalidad cada vez más flexible. Riesman identifica tres etapas históricas: individuo “guiado por la tradición”, “guiado por su propio interior” y, finalmente, “guiado por los demás”. Cada uno forma sus propios criterios, decidiendo el rumbo en cada situación nueva. No hay un camino marcado pero el individuo posee una brújula interior para orientarse Varios siglos atrás, en un entorno apenas cambiante, la mayoría se guiaba por la tradición. Con pautas rígidas, estables de una generación a otra, no era necesario buscar soluciones novedosas pues apenas había problemas nuevos. En un camino perfectamente delimitado, la rutina y el ritual dominaban el comportamiento. Las grandes transformaciones generadas por la revolución industrial, la ilustración o el auge del liberalismo, propiciaron un individuo con un carácter más flexible: guiado por su interior. Estos sujetos mantienen ciertos principios, unos valores básicos, pero, inmersos en una realidad más cambiante, ya no recurren a reglas fijas: cada uno forma sus propios criterios, decidiendo el rumbo en cada situación nueva. No hay un camino marcado pero el individuo posee una brújula interior para orientarse. El individuo guiado por los demás La aceleración del cambio tecnológico en el siglo XX y la cultura de masas, determinarían la aparición del sujeto guiado por los demás, que ha roto con el pasado y carece de principios para formar sus criterios: se limita a observar el entorno. Ya no existen grandes valores estables sino ideas rápidamente cambiantes al albur de las modas o la influencia de los medios. La etapa adolescente, con su irresistible influencia del grupo de amigos y sus impulsos emocionales, se extiende simbólicamente al resto de la vida, dando lugar a unos sujetos que buscan la aprobación del entorno como objetivo primordial. Se trata de una infantilización social que desprecia la edad y la experiencia por poco adaptativas al cambio tecnológico. El individuo ha perdido la brújula, pero posee un radar para detectar dónde se encuentran los demás. El libro, que alcanzó enorme éxito, fue interpretado como una crítica del carácter guiado por los demás y una reivindicación de quienes seguían conduciéndose por principios. No era esta, sin embargo, la intención del autor, que se limitaba a explicar la evolución hacia una mayor flexibilidad como un proceso de adaptación a un mundo cada vez más cambiante. Quizá no existía entonces suficiente perspectiva para prever las consecuencias. En una primera etapa, una masa vocinglera, considerando la vacuna como la panacea, pretendía despojar de sus derechos fundamentales a quienes no se inocularan La excesiva flexibilidad no es siempre provechosa si genera sujetos maleables, fácilmente moldeables por el poder, una masa amorfa que va adoptando formas caprichosamente cambiantes. Estas personas pueden sentirse libres, con mente abierta, pero son fácilmente influidas por el entorno, la televisión y, sobre todo, los grupos de presión. Y la supuesta flexibilidad es relativa pues, una vez convencidos, muchos mantienen una postura dogmática, incluso agresiva con quienes no comparten la creencia del momento. La guía por el entorno conduce a un mundo de contradicciones, como refleja el intencionado título del libro: la muchedumbre solitaria. Esta falta de anclajes sólidos explicaría la naturalidad con que se acepta hoy la alarmante ruptura de los principios que sostienen el estado liberal: la igualdad ante la ley, la libertad individual o la limitación de los poderes del gobierno. Así, cada vez surgen más leyes que vulneran estos principios, normas que delimitan derechos especiales para ciertos grupos, sin caer en la cuenta de que los derechos particulares no son más que privilegios. La muchedumbre se retrató en la pandemia La pasada pandemia ofreció una interesante radiografía de la falta de criterio y la flagrante desconexión del pasado, incluso del más cercano. Algo jamás aplicado, como el confinamiento de toda la población, que siempre fue descartado por contraproducente en todos los planes para pandemias, y por vulnerador de derechos fundamentales, fue impuesto en cascada en un país tras otro, simplemente porque otros gobiernos lo habían decidido antes: un criterio claramente guiado por los demás. La decisión de encerrar a la gente por parte de un régimen autoritario, China, conseguiría un efecto imitación que, ante la ausencia de anclajes, acabaría derribando casi todas las piezas del dominó. Prevaleció la inestabilidad de criterio sin que la mayoría fuera consciente de ello. En una primera etapa, una masa vocinglera, considerando la vacuna como la panacea, pretendía despojar de sus derechos fundamentales a quienes no se inocularan. Pero, una vez conseguida la vacunación masiva, esa misma muchedumbre cambió implícitamente de criterio, presionando obsesivamente para continuar con las mismas restricciones ¡como si la vacuna no hubiera servido para nada! También mostraron una completa desconexión del pasado al pretender, de manera conminatoria, histérica y furiosa, que una simple mascarilla era capaz de eliminar un virus respiratorio, algo que la humanidad sabía imposible desde mucho tiempo atrás. Largas décadas, o siglos, de saber acumulado se desvanecían repentinamente en la nada ante la abrumadora presencia de programas de televisión que rezumaban verdades científicas de aceptación obligatoria, como si fueran dogmas. Olvidaban que las proposiciones científicas nunca son verdades absolutas sino, por definición, provisionales, sujetas a crítica y posible refutación. Por suerte, siguen quedando bastantes personas guiadas por su propio interior aunque puedan constituir minoría frente a una gran masa que se alimenta de los medios y las modas. De ahí, quizá, la imposibilidad de comprensión mutua o el desconcierto de esta minoría ante la futilidad e inestabilidad de ciertos criterios de la muchedumbre. A pesar de las apariencias, el individuo guiado por su interior es suficientemente flexible y, por supuesto, más libre y crítico. Comparte con el grupo ciertos principios y valores, pero posee criterios propios. Aunque deba nadar a contracorriente, es menos manipulable porque los principios funcionan como freno a los instintos, a esa interesada influencia emotiva del entorno, los medios, los gobernantes y los grupos de presión. La flexibilidad es una cualidad valiosa… si va acompañada de juicio suficiente para determinar si algo novedoso es más adecuado que lo anterior. Sin apropiados elementos de juicio, los individuos pueden acabar prisioneros de dogmas, absurdas consignas o ridículas perífrasis (como todos, todas, todes), que no solo atentan contra el buen gusto; también contra la economía del lenguaje. O caer en un adanismo primario, dispuesto a arrasar con el pasado que, por definición, siempre fue malvado y equivocado. Difícilmente pudo imaginar David Riesman que, siete décadas después, esa misma muchedumbre exigiría a gritos en su país, Estados Unidos, nada menos que la retirada de las estatuas de Thomas Jefferson. Una sociedad que acepta siempre lo último de forma acrítica es como una hoja seca a merced del viento. Lo señaló Marco Tulio Cicerón: “si no aprendes nada del pasado, permanecerás siempre como un niño”.
Artículo de JUAN MANUEL BLANCO Vía VOZ PÓPULI

domingo, 9 de octubre de 2022

UNOS PRESUPUESTOS INDECENTES

La ministra de Hacienda, María Jesús Montero y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Europa Press
Christian Lindner, ministro alemán de Finanzas, se ha declarado esta semana partidario de volver cuanto antes a la disciplina fiscal y presupuestaria en el seno de la UE, de acuerdo con los criterios de Maastricht. Su declaración no ha sorprendido teniendo en cuenta su condición de líder del Partido Democrático Liberal (FDP) alemán, hoy parte de la coalición que gobierna el país, pero ha sido contestado en distintos foros con el argumento de que eso precipitaría la recesión en el continente. Sébastien Laye, que además de empresario es economista jefe del Instituto Thomas More, un think tank con sede en París, ha acudido en socorro de Lindner, urgiendo al Gobierno Macron a poner orden cuanto antes en las finanzas públicas galas. El momento no puede ser más inquietante. El fantasma de la crisis financiera de 2008 y la forma de abordarla entonces a base del jarabe de palo del ajuste duro sigue presente en el inconsciente colectivo de una clase política (y de gran parte de la económico-financiera, por no hablar de la élite burocrática que campa a sus anchas por Bruselas) europea, que se ha acostumbrado a la vida muelle que Mario Draghi y su "whatever it takes" (lo que sea necesario) inauguró en 2015, algo que acrecentó hasta el paroxismo la aparición del Covid, merced a la política del BCE inundando de liquidez el sistema (tipos de interés negativos) y comprando deuda soberana. Hoy ya sabemos que esa política de expansión monetaria ha conducido a una inflación (9% en el caso español, septiembre) convertida en la gran amenaza a la prosperidad colectiva. Para tratar de domeñar al monstruo, el BCE puso en marcha, con mucho retraso, una política monetaria restrictiva que choca frontalmente con las políticas presupuestarias expansivas que ha venido alentando Bruselas, con el argumento de la protección a los más débiles, de no pocos países de la Unión, caso de Italia, Francia y naturalmente España, políticas (apoyo a la demanda con inyección de liquidez al sistema) que podrían hacer fracasar los esfuerzos del BCE en su lucha contra la inflación mediante la subida de tipos. Cierto que tratar de frenar esa hidra tiene un impacto negativo en el crecimiento a corto plazo, algo a lo que se resiste una opinión pública y unos Gobiernos poco a nada conscientes de que hoy la gran amenaza que se yergue frente al bienestar de las familias no es el desempleo o el bajo crecimiento, sino la inflación y la caída del poder adquisitivo, una inflación que si no se le ataca de forma rápida y decidida podría enquistarse hasta convertirse en un problema de años. Este es el contexto, que el último informe del Banco de España (BdE) describía esta semana con tintes mucho más dramáticos, en el que el Gobierno Sánchez acaba de presentar su proyecto de Presupuestos Generales del Estado para 2023, unos PGE descaradamente expansivos que ignoran lo que está pasando a nuestro alrededor, porque, digámoslo ya, no son los PGE que España necesita y que le vendrían bien al país en estos momentos, sino los que convienen a Sánchez para, derrochando el dinero público con la liberalidad e irresponsabilidad propia del sujeto, tratar de ganar la reelección a la presidencia en 2023. Los Presupuestos que acaba de presentar el Gobierno son descaradamente expansivos. Ignoran lo que está pasando a nuestro alrededor, porque, digámoslo ya, no son los PGE que España necesita y que le vendrían bien al país en estos momentos, sino los que convienen a Sánchez para tratar de ganar la reelección a la presidencia en 2023 Unos Presupuestos que, de entrada, nacen muertos, porque la ministra Montero se ha sacado de la manga un crecimiento del PIB para el año próximo del 2,1%, estimación que el BdE ha dinamitado al calcular que no superará el 1,4% (1,5% en el caso de la AIRef), pero que muchos expertos reducen todavía más hasta dejarlo en el 1% pelado, dependiendo de la evolución del contexto internacional. En consecuencia, las estimaciones de ingresos no financieros (307.445 millones, con crecimiento del 6%, de los cuales 262.781 millones proceden de impuestos, aumento del 7,7%) contenidas en el proyecto son papel mojado (como, por desgracia, han sido todos los PGE preparados por este Gobierno desde que está en el poder). Ese punto de PIB de menor crecimiento es muy importante, porque significa no solo que vas a crecer menos, y por tanto vas a recaudar menos, sino que no vas a crear empleo, al contrario, te va a aumentar el paro con lo que ello significa en términos de recaudación. De modo que el capítulo de ingresos está brutalmente inflado y normalmente serán inferiores, incluso muy inferiores, a los que figuran en el proyecto, ello a pesar del efecto de la inflación y de los fondos estructurales Next Generation, la varita mágica con la que Sánchez piensa cuadrar las cuentas. Con los gastos ocurre lo contrario: están claramente infraestimados, en un calculado ejercicio de trilerismo presupuestario propio de un Gobierno acostumbrado a gastar como si no hubiera un mañana, de espaldas a cualquier racionalidad económica. Un trilerismo particularmente llamativo en el caso de las cuentas de la Seguridad Social, con ingresos claramente inflados para poder hacer frente a la enorme cuantía del gasto reconocido. Cuestiones estas que sin duda no quitan el sueño a un presidente cuyo objetivo es regar el patio, captar votos creando pesebres con cargo al erario público con la intención de atraer a más y más colectivos dispuestos a apoyar su reelección. Y para regalar dinero público primero hay que quitárselo al contribuyente asfixiándolo a impuestos y, por ejemplo, negándose a deflactar la tarifa del IRPF o a retocar tipos del IVA de acuerdo con el alza de los precios. Pensionistas, funcionarios (la masa salarial del Estado supera los 25.000 millones) y rentas del trabajo inferiores a 21.000 euros son los grandes beneficiarios de esta política que refleja a la perfección el carácter de un personaje, Pedro Sánchez Pérez-Castejón, que desde su llegada al poder en 2018 optó por ser el presidente de la mitad -en el mejor de los casos- de los españoles y que, en consecuencia, ha pergeñado unos PGE destinados a engatusar a esa mitad de españoles, los teóricamente de izquierdas, despreciando la posibilidad de confeccionar unas cuentas públicas destinadas a dar respuesta realista a las necesidades de todos los españoles. Particularmente escandaloso es el caso de las pensiones, partida que crece un 11,4% hasta superar los 190.600 millones, con una revalorización estimada del 8,5%. Escandaloso en tanto en cuanto supone una quiebra brutal de la equidad intergeneracional. Pensiones, funcionarios y servicio de la deuda se comen más del 50% del Presupuesto. Pero suben todos los rubros que tengan que ver con el reparto del dinero público, y por subir sube hasta el sueldo del propio presidente del Gobierno (el 4%) mientras permanece congelada la asignación del Jefe del Estado, S.M. el rey Felipe VI. Como escribía esta semana un lector de Vozpópuli al hilo de una sentencia de Thomas Paine ("There are two distinct classes of men in the nation, those who pay taxes, and those who receive and live upon taxes"), vivimos en una injusta sociedad dual formada por dos grupos de personas: el constituido por "Empresarios y trabajadores sujetos a la competencia, cuyos ingresos dependen de lo que producen y de lo que los ciudadanos deciden libre y voluntariamente adquirir y pagar por ello", y el formado por "Políticos, empresarios amigos del Gobierno, empleados públicos y liberados sindicales cuyos sueldos y privilegios -decididos por los políticos- son pagados obligatoriamente por los ciudadanos del primer grupo". El Gobierno Sánchez se ha dedicado plena y conscientemente a exacerbar esa maligna dualidad. El drama del aumento del gasto en pensiones, funcionarios y demás es que va a consolidar un gasto estructural estimado en no menos de 50.000 millones, situación que pone a las cuentas públicas en una posición muy delicada, muy débil para afrontar cualquier posterior impacto negativo exterior y que, en definitiva, coloca al país al borde de la quiebra Dice el proyecto de Presupuestos de la señora Montero ("Si tú recaudas por este producto solamente puedes gastártelo en Juanolas, no te lo puedes gastar en nada más; entonces, si las Juanolas no están…") que, con un crecimiento del PIB del 2%, objetivo imposible desde todos los puntos de vista, los ingresos crecerán un 6% sobre 2022 mientras los gastos lo harán un 7,6% más. La realidad es que los primeros quedarán bastante por debajo de esa cifra, mientras que los segundos se dispararán hasta cerca del 12%, con un déficit estructural (aquel que no depende de los vaivenes del ciclo) que podría irse hasta el 6%, una salvajada se mire por donde se mire, y una deuda pública a la que habrá que añadir no menos de 70.000 millones nuevos y cuya cuantía (1.501.773.618.989 euros ahora mismo, el 124,40% del PIB o 31.660 por habitante) no deja de crecer. El drama del aumento del gasto en pensiones, funcionarios y demás es que va a consolidar un gasto estructural estimado en no menos de 50.000 millones, situación que pone a las cuentas públicas en una posición muy delicada, muy débil para afrontar cualquier posterior impacto negativo exterior -precios del gas, por ejemplo-, y que, en definitiva, coloca al país al borde de la quiebra (la prima de riesgo española es ya la tercera más elevada de la UE, tras Grecia e Italia). Toda la política fiscal del Gobierno Sánchez durante 2020, 2021 y este 2022 ha ido en contra de las verdaderas necesidades del país, toda a aumentar ese déficit estructural. Todo en contra de la más elemental ortodoxia económica. Redoblar el gasto público (aquí disfrazado siempre de "social") es retroalimentar la inflación y destruir el poder adquisitivo de los hogares. Sánchez ha hecho estos años justo lo contrario de lo que tendría que haber hecho en términos de saneamiento de nuestras cuentas públicas. Lo acaba de refrendar con este indecente ("miserable o de mal aspecto, inconveniente u obsceno. Se aplica a las cosas que ofenden al pudor" según el María Moliner) proyecto de PGE. La posición de España queda muy comprometida. Una herencia envenenada casi imposible de manejar por quien, tras las generales de 2023, se haga cargo del timón colectivo, sea el mismo canalla que hoy nos gobierna u otro cualquiera. Si el Gobierno Zapatero dejó España en 2011 a los pies de los jinetes del Apocalipsis, Sánchez la va a dejar aún peor porque, además de gastar de una forma delictuosa en beneficio propio, ha imbuido estos años en el inconsciente colectivo de los españoles, a través de un poderoso aparato de propaganda que controla, la idea de que cualquier problema que le surja a Juan Español se lo resolverá raudo el Estado con cualquier tipo de ayuda, paguita, cheque o lo que sea menester, de modo que no tendrá ninguna necesidad real de buscarse un trabajo porque podrá vivir del cuento. Eso sí, votando siempre al gran Sánchez, un tipo de una radicalidad perdida en el tiempo, un radicalismo viejo imposible de encontrar en cualquier otro país europeo: la dicotomía ricos versus pobres, la aversión a la creación de riqueza, la guerra permanente contra la libre empresa (el último atentado: el destope de las cotizaciones máximas a la Seguridad Social)… Un impostor, un personaje tras el cual quedará la sombra alargada de un auténtico apóstol de la pobreza.
Artículo de JESÚS CACHO Vía VOZ PÓPULI

domingo, 2 de octubre de 2022

LA DURA VUELTA A LA REALIDAD

El mundo de ayer ha vuelto, y esa cosa llamada restricción presupuestaria que contaban los antiguos es bien real otra vez
Es difícil señalar la fecha exacta, pero en algún momento en los últimos veinte años el mundo se metió en un lugar muy, muy extraño. El fenómeno ocurrió a ambos lados del Atlántico, aunque Europa y Estados Unidos llegaron a ese mundo singular por caminos distintos. Hay quienes incluso dicen que Japón, que siempre vive en el futuro, llegó a esa extraña realidad en la década de los noventa. La fecha y el método para este viaje importan menos que el destino en todo caso. Lo que podemos decir es que, durante las pasadas dos décadas, las leyes habituales de la economía no han acabado de operar como decían los libros de texto en muchos lugares. En economía, hay relación más o menos clara y entendible entre tipos de interés, inflación, empleo, crecimiento económico y déficits fiscales. Los tipos de interés bajos tienden a crear inflación; tener pleno empleo también. Los déficits fiscales hacen que suban los precios. El dinero barato acelera el crecimiento económico, que a su vez puede tender a recalentar la economía. Estas son cosas que aprendes en tu primera clase de macroeconomía; los mecanismos detrás de todo ello son claros y sencillos. Lo que vimos a partir del 2000 es que los países desarrollados, sin embargo, dejaron de responder a estos esquemas. La reserva federal y el banco central europeo redujeron los tipos de interés a niveles históricamente bajos respondiendo a crisis económicas más o menos normales (el final del boom de los noventa, la resaca de la reunificación alemana y el 11-S); las economías a ambos lados del Atlántico respondieron con un crecimiento económico relativamente anémico primero, y con precios estables después. Estados Unidos, por ejemplo, tuvo un estímulo fiscal y bajada de impuestos, disparando el déficit. La inflación no se movió. Lo que si tuvimos fue una monumental burbuja financiera, una crisis que llevó a tipos de interés aún más bajos durante aún más años, déficits aún mayores, crecimiento económico anémico y… nada de inflación. Hay multitud de teorías al respecto, desde estancamiento secular a la gran moderación, pasando por China, desigualdades, o dios sabe qué, pero nada era lo que debería ser Por un motivo u otro, la relación entre tipos, empleo, crecimiento, inflación y déficits se había roto, o había cambiado, o se había disipado en algún otro lugar desconocido. Hay multitud de teorías al respecto, desde estancamiento secular a la gran moderación, pasando por China, desigualdades, o dios sabe qué, pero nada era lo que debería ser. Durante dos décadas, los líderes de Europa y Estados Unidos vivieron en un mundo donde endeudarse era gratis, los precios no subían, y la economía no parecía arrancar nunca del todo, a pesar de todo ese estímulo fiscal y monetario, pero donde, post 2010, tampoco había recesiones. Era rarísimo. Vinieron, sin embargo, tiempos económicos aún más extraños con la pandemia, y los gobernantes reaccionaron con más estímulo fiscal y monetario. La cosa funcionó, con las economías recuperándose con relativa rapidez al colosal golpe del 2020. Lo que pilló a casi todos por sorpresa, sin embargo, es que, con la recuperación, las viejas leyes de la economía edición siglo XX parecían volver a entrar en vigor, y esos problemas viejunos de los que hablaban nuestros padres y abuelos estaban de nuevo presentes. Resulta que una economía puede crecer lo suficiente rápido como para que escaseen los trabajadores. Y que los déficits fiscales pueden hacer que suba el precio de endeudarse. Y que, en contra de lo visto durante las dos últimas décadas, los precios pueden subir si la economía se recalienta demasiado. El mundo de ayer ha vuelto, y esa cosa llamada restricción presupuestaria que contaban los antiguos es bien real otra vez. Los gobernantes deben preocuparse de la tasa de desempleo natural y la curva de Phillips, que la demanda agregada no crezca más deprisa que la oferta y que emitir deuda puede tener consecuencias reales si resulta que los mercados no creen que puedas pagarlo y/o tu moneda se devalúa. Incluso las hipotecas van a tener tipos de interés positivos estos días, algo que no vemos desde tiempo inmemorial. En Europa, el euro ha protegido al bloque de grandes trastornos monetarios, pero la inflación es real, el frenazo económico considerable Las consecuencias de este retorno a la normalidad (relativa) son curiosas, y dependen en gran medida del país. Estados Unidos siempre ha sido un sitio donde los gobernantes pueden crear su propia realidad gracias a la enorme importancia del dólar. El país exporta inflación, gracias a la subida de su moneda en respuesta a la subida de tipos. Incluso con esas, el crecimiento económico se ha estancado, aunque sin que aumente el desempleo (por ahora). En Europa, el euro ha protegido al bloque de grandes trastornos monetarios, pero la inflación es real, el frenazo económico considerable, y las opciones de estímulo fiscal caras y limitadas. Las consecuencias económicas inmediatas de este retorno de la inflación y recesiones inducidas por los bancos centrales para controlarla son claras. Lo que creo que es más incierto y potencialmente peligroso es el hecho de que tenemos toda una generación de líderes que se han criado, por así decirlo, en un mundo donde ni déficits ni precios importan y que ahora afrontan un retorno a un mundo donde las políticas macroeconómicas tienen consecuencias. La eurozona y Estados Unidos son tan enormes que estas consecuencias no son inmediatas, pero la historia del Reino Unido estos días deja bien clarito que hay muchos, muchos políticos que se han olvidado de las viejas historias y sus lecciones. Los déficits importan. Los precios pueden subir. Nada es gratis, otra vez, y el dinero y la deuda aún menos. Los gobiernos tienen hoy menos margen de maniobra. Hacer política en un mundo así es mucho más difícil que en tiempos pre-covid, y las consecuencias de ello para nuestros sistemas políticos difíciles de estimar. Gobernar no es fácil, sin duda, pero las cosas se están complicando ahí fuera. Vamos a tener un invierno interesante.
Artículo de ROGER SENSERRICH Vía VOZ PÓPULI