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domingo, 27 de febrero de 2022

PAISAJE DE FONDO

Ojalá el Partido Popular encuentre de nuevo la unidad y la sensatez y el Partido Socialista prescinda un día del aventurero temerario y amoral que lo ha desnaturalizado
El líder del PP, Pablo Casado, conversa con la presidenta, Isabel Díaz Ayuso. EFE/ Juan Carlos Hidalgo/>
Los frenéticos y nada edificantes acontecimientos de la última semana, que han ofrecido el insólito espectáculo de la autodestrucción de uno de los dos grandes partidos nacionales, conducen inevitablemente a una amarga pregunta: ¿cómo se ha llegado a este desastre? Los medios, en su febril seguimiento de las sucesivas etapas de esta tragicomedia, se han fijado predominantemente en los protagonistas con nombre y apellidos, en sus declaraciones, sus maniobras, sus intrigas y sus tremendos errores. Esta es, sin duda, la parte más entretenida del folletín, pero es más interesante el paisaje de fondo, los antecedentes que explican tal catástrofe, en la que personas situadas en posiciones de muy alta responsabilidad política se han comportado con una mezcla de puerilidad, miopía estratégica, estupidez y bajeza moral que produce a la vez asombro y rechazo. Hay dos factores que a lo largo de décadas han ido gestando el cuadro desolador que es hoy la política española con las dos principales fuerzas parlamentarias en un estado lamentable, una en manos de un desaprensivo carente de escrúpulos capaz de entregar España a sus peores enemigos con tal de alcanzar, conservar y explotar el poder y la otra pilotada por un dúo intelectual y éticamente imberbe que a punto ha estado de reducirla a escombros. Las listas electorales elaboradas por el jefe reemplazan las necesarias preparación, experiencia y probada honradez por la lealtad sumisa a la dirección El primero es la gradual y sostenida degradación -salvando las honrosas excepciones que sin duda existen- del nivel profesional, académico, humano y moral de nuestra clase política desde la Transición hasta la actualidad. Esta evolución descendente se debe, como se ha señalado reiteradamente, a la combinación de un sistema de partidos y de una ley electoral que anula el vínculo entre representantes y representados y que elimina la sana competencia entre candidatos generadora de calidad. Las listas electorales elaboradas por el jefe reemplazan las necesarias preparación, experiencia y probada honradez por la lealtad sumisa a la dirección, lo que se traduce en asambleas legislativas formadas por empleados de la cúpula y no por personas dotadas de la independencia de criterio, el prestigio y los conocimientos que requiere el servicio a la Nación. El segundo es la proliferación de profesionales de la política que empiezan muy jóvenes su carrera en este campo sin haber demostrado previamente su capacidad de hacer algo útil en la vida que demuestre que pueden ganarse el sustento sin depender del presupuesto público. Una vez atrapados en el ámbito endogámico de la organización, van trepando los peldaños que en los distintos niveles institucionales y orgánicos les permiten ir mejorando sus ingresos, su influencia y su estatus social. Dado el elevado tiempo que exigen los caminos de progreso en este itinerario mentalmente esterilizante, a saber, la conspiración de pasillo, los codazos a los rivales internos y la adulación a sus superiores jerárquicos, descuidan sus estudios que o bien realizan de manera deficiente o dejan inconclusos. Sin ir más lejos, España tiene en estos momentos un ministro de Cultura carente de titulación universitaria, un presidente del Gobierno que se doctoró mediante un fraude y un cabeza de filas de la oposición -en vías de salida- que fue invitado a dejar una universidad privada de élite por falta de rendimiento para acabar recalando en un centro público de educación superior donde terminó sus estudios de Derecho recorriendo atajos sospechosos. En lugar de concentrarse en el diseño y difusión de un ambicioso programa de reformas estructurales que saquen a España de la partitocracia ineficiente, corrupta y peligrosamente endeudada en la que se contorsiona impotente para transformarla en una democracia representativa saludable, una economía vibrante y un referente internacional de prestigio y de éxito, la extinta pareja que ha timoneado el Partido Popular durante los últimos tras años ha dedicado ímprobos esfuerzos a triturar el más valioso activo electoral con el que cuenta y a controlar los órganos territoriales de la formación. Solamente unas biografías vacías de todo logro personal que no sea el laborioso ascenso desde las Nuevas Generaciones hasta la planta séptima de Génova 13 pueden explicar un comportamiento tan absurdo como contrario a los intereses del país y de los propios impulsores de semejantes desatinos. De promocionar a Isabel Díaz Ayuso a la máxima categoría en la esfera autonómica para, tras su espectacular victoria electoral, intentar liquidarla política y personalmente ¿Qué trayectoria es ésta de ser primero amigo y potencial aliado de Vox para a continuación convertirse en su más despiadado debelador, de nombrar a Cayetana Álvarez de Toledo portavoz en el Congreso para cesarla al cabo de un año cuando su trabajo era excelente, de promocionar a Isabel Díaz Ayuso a la máxima categoría en la esfera autonómica para, tras su espectacular victoria electoral, intentar liquidarla política y personalmente, de arrancar con vigor de alazán una recuperación de los principios liberal-conservadores abandonados en el período de tecnocracia indolente de Rajoy para terminar en parada de pollino diluyendo esas mismas ideas y valores en una deshuesada elocuencia de papagayo parlanchín sin contenido ni propósito reconocible? Ojalá el Partido Popular encuentre de nuevo la unidad y la sensatez y el Partido Socialista prescinda un día del aventurero temerario y amoral que lo ha desnaturalizado envileciéndolo con las peores compañías. Sólo así España podrá enfilar de nuevo el rumbo que emprendió con tanto ímpetu y optimismo hace cuarenta y cuatro años y que la venalidad, la impericia, la ceguera para el largo plazo y la ausencia de sentido de Estado de sus políticos le ha hecho lamentablemente perder/>
Artículo de ALEJO VIDAL-QUADRAS Vía VOZ PÓPULI

VENGAR LA DERROTA DE LA GUERRA FRÍA

En El maestro Juan Martínez que estaba allí, el gran escritor sevillano Manuel Chaves Nogales narra las andanzas de este bailarín flamenco que, después de triunfar en los cabarés de media Europa, se ve atrapado en la Rusia revolucionaria de febrero de 1917. Sin poder salir del país, junto a su compañera Sole, asistió a los rigores y estremecimientos de la Revolución de Octubre y la sangrienta guerra civil que enfrentó a los soldados zaristas y a los bolcheviques en un «allí» que fue la ciudad de Kiev, la capital de la Ucrania invadida este último jueves de febrero por el reinstaurado sovietismo ruso. Como subraya Andrés Trapiello al prologar el rescate de esta ejemplar novela o crónica novelada, si se quiere, El maestro Juan Martínez que estaba allísufrió un silencio despreciable, junto al de un autor al que se le relegó al ostracismo por su clarividencia y capacidad para contar la verdad de las cosas en el momento de los hechos, «solo porque llama a nuestra atención sobre unos crímenes atroces, pero muy prestigiados intelectualmente ». Al cabo de aquellos 10 días que conmovieron al mundo, la pareja de artistas se topó de golpe y porrazo en pleno régimen soviético transformándose para subsistir en modélicos bolcheviques. Bajo la opresión del Kremlin tras la ocupación relámpago de Ucrania, es difícil no apreciar de nuevo la infelicidad -remarcada por el dolor sangriento de las bombas que retrotraen a las incursiones aéreas de la Alemania nazi de 1941- de aquellos infelices habitantes de Kiev. Como Juan Martínez y Sole, asfixiados como pececillos entre las mallas de una burocracia soviética obstinada en quitarle a cada uno su medio de vida y a los que Stalin infligió la atroz hambruna del invierno de 1932, con sus tres millones y medio de muertos inmolados en el altar de su abstruso y criminal plan quinquenal. Sin que nadie, excepto los ucranianos y la voz única de Orwell clamando en el desierto, conservara memoria de aquel horrendo Holodomor (Matar de hambre, en ucraniano) hasta transcurridas décadas de un ominoso silencio que se sostuvo con la complicidad y asistencia de renombrados intelectuales dogmáticos. Lo cierto es que, después de permitirse el lujo de vivir como si los horrores del siglo XX no hubieran existido hasta el punto de revisitar hoy el mundo trágico de ayer, Occidente presencia impotente la irrupción en Ucrania de un tipo vesánico como Vladimir Putin que, por boca de su cínico ministro de Exteriores, Serguéi Lavrov, asegura que lo hace para salvar la independencia con un Gobierno títere como los de la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Este atentado contra la libertad y la integridad de un pueblo no se mueve más que a la verborragia del momento ya sanciones económicas de dudosa aplicación práctica que se diluirán -como tantas veces- ante la irremisible política de hechos consumidos del Kremlin, quien compensará los daños con la munificencia de una China al acecho de Taiwán y con la impunidad de una población tiranizada sin tregua desde hace siglos. Después de destruir, encarcelar y envenenar a sus opositores, este antiguo agente del KGB que persigue entronizarse como zar de todas las Rusias podrá decir lo que el general Narváez , aquel espadón de Loja sostén de Isabel II, cuando recibió la extremaunción. Al ser cómodo en el lecho de muerte y rogarle el oficiante que perdonara a sus enemigos a las puertas de la muerte, quien presidiera varias veces el Consejo de Ministros alzó una ceja y, enarcándola, espetó al aturdido sacerdote: «¿Enemigos dice, padre ? ¡Yo no tengo enemigos, los he fusilado a todos! ». Aprovechando la caótica retirada de Afganistán y el alejamiento de EEUU de Europa tras ser su paraguas militar desde la II Guerra Mundial, Putin despliega su política expansionista para aplastar la democracia ucraniana restaurando el intervencionismo criminal de Brézhnevcontra la Primavera de Praga de 1968 y otras revueltas populares del otro lado del Telón de Acero. «Cada partido comunista -especificaba la doctrina brezheviana- es libre de aplicar los principios del marxismo-leninismo y del socialismo en su propio país, pero no de desviarse de dichos principios si quiere seguir siendo un partido comunista... El debilitamiento de cualquiera de los vínculos dentro del sistema mundial del socialismo afectan directamente a todos los países socialistas, que no pueden mostrarse indiferentes ante ello». Ante la arremetida contra Ucrania que prueba lo poco aprendido de las enseñanzas de la Historia, resulta tan vigente como pertinente la «pregunta culminante» que Churchill formuló el 16 de octubre de 1938 ante los intentos pangermanistas de anexionarse Austria y Checoslovaquia (el nominado Anschluss ) . Ésta no era otra que, si aquel «mundo grande y optimista de antes de la guerra, donde cada vez hay más esperanza y placer para el hombre común», haría frente bien con sumisión, bien con resistencia, a la amenaza que tenía ante sus ojos, pero que muchos no querian ver. Cuando llegara el Día D y la Hora H, dudaba que «todavía quedarían medios de resistencia» debido a la política de apaciguamiento con el nazismo del primer ministro Chamberlain, tan denostada por él como apreciada por la opinión pública. Con la tragedia de una guerra mundial de por medio, cuando pareciera que ya estaba malquista, resurge aquella política de condescendencia con el totalitarismo signada por el acuerdo de Múnich de septiembre de 1938 por el que Chamberlain, según Churchill, teniendo que optar entre la guerra y el deshonor escogió el deshonor y se encontró con la guerra. Creyendo haber labrado la paz de su tiempo, consintió el órdago que Hitler había lanzado al Gobierno checoslovaco para que le entregara los Sudetes, provincias de habla alemana, a cambio de paralizar un expansionismo que, a los seis meses, se tragaría Chequia y absorbería Eslovaquia tras dejarla independizarse previamente. Al año atropellaba Polonia con el salvoconducto de la URSS, lo que originó el estallido de la Gran Guerra Mundial, por medio del pacto suscrito por Ribbentrop y Molotov en Moscú en agosto de 1939 por el que nazis y comunistas se repartían Europa central, lo que jaleó Stalin con un brindis en honor de Hitler dado el «gran amor que siente la nación alemana por su Führer». Acusando a Ucrania de nazificación para perpetrar su invasión, Putin sigue los pasos de Hitler para apoderarse de los países vecinos que adquirieron su independencia con la implosión de la fenecida URSS . Como Alemania entonces, se considera con derecho a sojuzgarlos y lleva tiempo dando pasos en este devenir. Así, en 2008, desmembró Georgia, sin que pasase nada; en 2014 arrebató Crimea a Ucrania, saldándose con unas multas ridículas comparadas con el valor enorme de lo robado y que le animaron a penetrar ulteriormente en las provincias orientales ucranianas hasta poner en jaque al régimen de Kiev. Al tiempo, como el que engulle a dos carrillos, Putin enseña los dientes a Finlandia ya Sueciasi se empecinan en solicitar su ingreso en la Alianza Atlántica como la recién conquistada Ucrania. Sin réplica adecuada en tiempo y forma por una Europa dependiente energéticamente de Rusia y que, a base de ceder al matonismo ruso por una mal concebida realpolitik , pese a tener de su parte la fuerza y la razón, lo hace crecer exponencialmente. Resentida tras perder la guerra fría EEUU-URSS (1961-1991), como le acaeció a la Alemania nazi tras su hecatombe en la Gran Guerra saldada con el humillante Tratado de Versalles para limitar futuras aventuras militaristas, la Rusia de Putin ansia sacarse la espina . No sólo recupera el terreno perdido, sino procura su hegemonía europea con una guerra híbrida que combina la invasión de los países fronterizos, así como el socavamiento y desestabilización de las democracias europeas. No en vano, interfiere en sus procesos electorales o referendos con su arsenal de noticias falsas e intoxicaciones para manipular los estados de opinión de la gente. Sin olvidar su fragmentación abonando el secesionismo en la Europa de los 27. Se atribuye a Putin la aseveración de que tener nostalgia del comunismo equivale a no tener cerebro, pero no lamentar la consunción de la URSS supondría no tener corazón. En este sentido, después de perder la primera Guerra Fría, se aprest a ganar la segunda a las democracias occidentales saliendo de la hibernación que el oso ruso ha prolongado desde un largo invierno que se remonta a 1991 a raíz de disolverse la URSS cuando parecía haber produjo un fin de la historia que ahora regresa abruptamente hacia un pasado que se juzgaba sepultado. La caída del Muro de Berlín y los sucesos de la plaza de Tiananmén en 1989 aparentaban haber enterrado el comunismo o, al menos, en el caso chino, que no podría seguir siendo igual que antes de esas rotundas muestras de protesta. Lejos de ello, acomete la demolición de una Europa que, sin el esfuerzo común, se derrumbará si es que ella no se abate a sí misma huyendo del presente con unos delirantes planes de futuro activados en la Agenda 2030 que encomienda sus aprovisionamientos neurálgicos a terceros de los que se hace rehén y dependiente. Como se ha constatado dramáticamente durante la falta de suministros sanitarios básicos en la pandemia del Covid-19 y luego se ha prolongado con provisiones materiales a la industria continental. No extrañará, por tanto, que la tormenta en ciernes y los afanes imperialistas de rusos y chinos hayan cogido a la OTAN, de cara a la cumbre de Madrid , reorientando su estrategia hacia el cambio climático y olvidando que el Tratado del Atlántico Norte se hizo para frenar las ambiciones imperialistas soviéticas que última ahora recobra tras evidenciarse que el comunismo sólo se impone por la mentira y el uso de la fuerza. Aunque haya sido reprobado por la historia, pero no por los tribunales como sí lo fue el nazismo en Nuremberg, nadie debería ignorar la historia ni hacer un ejercicio deliberado de ceguera voluntaria para no mirar de cara la realidad exigente de los hechos. En esta encrucijada, ser engañado no es ninguna excusa ni hacérselo tampoco en un momento comprometido en que, como explícito el dramaturgo y luego el presidente checo Havel , gran resistente contra el comunismo, «la esperanza no es la convicción de que las cosas saldrán bien, sino la certificacion de que algo tiene sentido, sin importar su resultado final». Bien lo supieron El maestro Juan Martínez que estaba allí (en Kiev) y su relator Chaves Nogales, dos errabundos de esa libertad que, en cualquier momento, puede arriar su bandera en esa plaza de Maidan, emblema del fin del comunismo y de la independencia de un país que luchó por su libertad y la de todos, sin que el mundo se percate realmente de lo que está en juego. Si el biógrafo de aquel bailarín aprisionado en un Kiev tan revuelto antaño como hogaño concluye que «acaso no se deba nunca superar la medida de lo humano», tampoco conviene no disminuirla a fin de preservar la dignidad de ser libres . Por eso los tañidos de la Gran Campana del Lavra en Kiev serán también los sollozos de los demócratas/>
Artículo de FRANCISCO ROSELL Vía EL MUNDO

domingo, 20 de febrero de 2022

LA GANGRENA DE LOS PARTIDOS DEL TURNO

A caballo entre dos siglos, el Partido Conservador de Cánovas y el Liberal de Sagasta conformaron durante la Restauración alfonsina lo que se dio en llamar el "sistema del turno", una forma de alternancia bipartidista, nacido del Pacto de El Pardo (1885), mediante el cual un partido sucedía a otro en el Gobierno de la nación con la bendición del Palacio Real. El sistema hizo crisis a partir de 1917, víctima de la corrupción galopante de un régimen que mantenía lejos del poder a grandes capas de población en una España rural y agraria, con un escandaloso porcentaje de analfabetos, con el poder en manos de una oligarquía que no pagaba impuestos y un ejército derrotado tras la crisis del 98 que intentó lavar su honor con aventuras como la del Annual; un país, en suma, pobre y recluido sobre sí mismo, alejado de las corrientes de modernidad que soplaban en Europa. La incapacidad del régimen para regenerarse desde dentro, corroído además por las divisiones internas (Romanones contra García Prieto en el Partido Liberal; Dato contra Maura en el Conservador) tuvo su epitafio en la dictadura de Primo de Rivera y, más tarde, en la huida de Alfonso XIII, la proclamación de la República y la Guerra Civil. Partido Popular (PP) y Partido Socialista Obrero Español (PSOE) han sido los partidos del "turno" de la transición, los pies sobre los que ha caminado un sistema gestado en torno al rey Juan Carlos I en estrecha alianza con ambas formaciones y en un club en el que se dio entrada al nacionalismo burgués catalán y vasco, más el PCE como inevitable pátina democrática. Bajo el paraguas de la Constitución del 78, esta alianza ha protagonizado la época de mayor prosperidad que ha conocido España en su historia, años durante los cuales el cogollo del régimen tejió una tupida red de intereses con las grandes empresas económico financieras de la nación, con el respaldo de unos medios de comunicación a los que se encargó la tarea de mantener a una población embebida en el consumo de espaldas a una corrupción que ya a finales de los ochenta comenzaba a hacer estragos. Los cuatro años del primer Gobierno Aznar fueron seguramente los mejores del periodo. La consiguiente mayoría absoluta le otorgó la posibilidad de enmendar el rumbo de un país que para entonces ya tenía claro dónde estaban los agujeros negros del diseño constitucional (la organización territorial, por ejemplo), pero el virrey de la derecha prefirió emplearse en bodas y bautizos en lugar de abordar el calafateado a fondo que el sistema reclamaba. El crecimiento, que se creyó sin fin -pensó-, lo arreglaría todo. La transición ha muerto, en efecto, pero lo nuevo o por venir no acaba de nacer, víctima la nación de las miserias de unos partidos del "turno" cuya descomposición se ha acelerado en los últimos años a pasos de gigante El destino de la nación cambió para siempre con los atentados del 11-M de 2004, episodio sobre el que siguen existiendo grandes lagunas. La masacre dio paso a un Gobierno presidido por un personaje menor en lo intelectual y moral, empeñado en cuestionar el pacto constitucional y en el rechazo al "abrazo de Vergara" que significó la reconciliación entre vencedores y vencidos tras el final del franquismo. La abdicación de Juan Carlos I, víctima obligada de una corrupción consentida por los jefes de los partidos "dinásticos", marcó en 2014 el final de la transición y la apertura de un periodo de incertidumbre que se prolonga hasta hoy. La transición ha muerto, en efecto, pero lo nuevo o por venir no acaba de nacer, víctima la nación de las miserias de unos partidos del "turno" cuya descomposición se ha acelerado en los últimos años a pasos de gigante. Tras la debacle del Gobierno Zapatero, la sede del PSOE fue tomada al asalto por un aventurero sin escrúpulos que en el otoño de 2016 había sido expulsado de la misma ante el temor del establishment socialista de que terminara haciendo lo que finalmente hizo, aliarse con los enemigos de la nación de ciudadanos libres e iguales para hacerse con el poder. El PSOE de Sánchez no tiene nada que ver con el de un Felipe, y más que un partido es una "partida" que el sujeto controla con mano de hierro y el respaldo de una militancia muy escorada a la izquierda, muy radicalizada. La mayoría absoluta del PP tras las generales del 20-N de 2011 fue quizá el último intento del centroderecha por enmendar el rumbo de colisión emprendido por ZP. La valiente decisión de un país que se encomienda al buen hacer de un cirujano dispuesto a acometer las reformas que reclamaba el sistema. La traición de Rajoy dejó a la derecha malherida y rota en los tres bloques que hoy conocemos. Aquella mayoría de 10.866.000 votos cosechada en 2011 quedó reducida a 4.373.000 en las generales del 28 de abril de 2019 que significaron el debut de Pablo Casado al frente de Génova: nada menos que 6.492.000 votos perdidos en la gatera de la incuria por un partido que había dejado de ser útil a los españoles. La repetición electoral del 10-N de 2019 sirvió para que recuperara 674.000 votos del botín perdido, pero sobre todo para constatar la tragedia de un PSOE echado al monte de la izquierda radical que, en poco más de seis meses y en el Gobierno, perdió 720.000 votos, circunstancia que llevó a Pedro Sánchez la misma noche electoral a echarse en brazos de Pablo Iglesias para formar el Gobierno de coalición que hoy ocupa el poder, un acontecimiento llamado a tener graves consecuencias en el futuro español. En las recientes elecciones autonómicas celebradas en Castilla y León (CyL), el PP perdió 54.916 votos respecto a los cosechados en 2019. Fue la suya una victoria pírrica que dejó graves heridas en el inconsciente colectivo de una cúpula que había planteado ese adelanto electoral como un plebiscito llamado a fortalecer la figura de Casado en detrimento de la de Isabel Díaz Ayuso, una semifinal que, tras repetir movimiento en Andalucía, debía conducirle directamente a la Moncloa. Todo al garete. De modo que no se puede entender lo ocurrido esta semana en Madrid sin valorar la frustración provocada por los resultados de CyL. El PSOE, por su parte, se ha dejado en la cita castellano leonesa una cifra significativamente mayor, exactamente 117.613 votos respecto a los logrados en 2019. La lectura que cabe extraer del episodio es que los partidos garantes de la transición se acercan aceleradamente a su ocaso: a pesar de la potencia de sus maquinarias territoriales, PSOE y PP no despiertan ningún entusiasmo electoral, ya no sirven para la función capital de asegurar el futuro del país. Da la sensación de que Casado no mantiene ningún vínculo con el mundo empresarial, académico, cultural o científico. Un partido sin contacto con la realidad, enfrascado en sus miserables luchas internas Son partidos desconectados del mainstream social. El espectáculo protagonizado esta semana por la cúpula de Génova no podría entenderse en una formación que mantuviera viva esa imprescindible red de valores compartidos con la derecha sociológica a la que dice representar, esa tupida malla de intereses, incluso de afectos, con la sociedad civil, con los centros de poder económico-financieros, con las elites culturales y científicas, porque en ese caso alguien les habría advertido de que lo que han hecho no se podía hacer, alguien habría evitado una voladura que, más que un error, es un crimen que deja inerme a la derecha política y a la propia democracia española. Da la sensación de que Casado no mantiene ningún vínculo con el mundo empresarial, académico, cultural o científico. Un partido sin contacto con la realidad, enfrascado en sus miserables luchas internas, cuyo devenir hacia la irrelevancia banqueros y empresarios contemplan con la mayor de las indiferencias. Gravísima, desde luego, la responsabilidad contraída por esas elites del dinero en la deriva de una formación llamada a defender los principios de economía de mercado que amparan su actividad, elite bien dispuesta, sin embargo, a acudir a cualquier acto -mano tendida a la egipcia manera, rodilleras nuevas- convocado a toque de silbato por Sánchez. Unos partidos que, alejados de su base social, se han convertido en agencias de colocación, pequeñas estructuras mafiosas fuertemente jerarquizadas y reacias a la entrada de aire fresco -caso de Álvarez de Toledo- susceptible de poner en peligro el statu quo. Tanto en el Gobierno como en la jefatura de la oposición hay poder y dinero bastante como para vivir una vida de confort imposible de alcanzar en el sector privado. La profesionalización de la política ha traído el fruto amargo de la mediocridad más aplastante. Profesionalización y proletarización, fenómeno particularmente llamativo en la derecha en tanto en cuanto el coste de oportunidad del ejercicio político es menor en la izquierda. Los titulados en universidades de prestigio, con posibilidades de iniciar buenas carreras profesionales, huyen de una actividad donde van a cobrar comparativamente bajos sueldos, además de ver su vida privada expuesta al escrutinio público. El resultado de este mecanismo de selección adversa, que diría Sartori, es la llegada al poder de los mediocres, gente dispuesta a defender su sinecura a sangre y fuego contra adversarios o simples compañeros de partido, caso de Díaz Ayuso. Un camino que indefectiblemente conduce a las cloacas. Las lista de episodios sórdidos en torno a la sede de Génova y sus moradores daría para completar varios volúmenes. Empezando por las acusaciones de corrupción a Rita Barberá, con dimisión y abandono del partido, que provocaron su muerte prematura, y siguiendo por la filtración, desde el ministerio de Hacienda de Cristóbal Montoro, de la declaración tributaria de Esperanza Aguirre en puertas de las municipales madrileñas; la filtración de las sociedades en el exterior del ministro José Manuel Soria para obligarlo a dimitir; el pintoresco ciudadano sirio, confidente del CNI, que sirvió para llevar a Eduardo Zaplana a la cárcel de Picassent; el video con las cremas robadas por Cristina Cifuentes que acabó con su carrera política; la persecución contra Ignacio González, expresidente de la Comunidad de Madrid (espionaje en Colombia por los mismos detectives a los que ahora han recurrido contra Ayuso y/o montaje en torno al piso en Marbella) que terminó apartándole de la CAM; el seguimiento a Javier Arenas a través de la agencia Método3… La lista sería interminable y la conclusión, clara: el PP es un partido podrido por el uso y abuso de prácticas mafiosas contra sus propios militantes, tan podrido que probablemente ya no sea suficiente con vender la sede de Génova para limpiarlo. El PP es un partido podrido por el uso y abuso de prácticas mafiosas contra sus propios militantes, tan podrido que probablemente ya no sea suficiente con vender la sede de Génova para limpiarlo Poco que añadir en un PSOE convertido en agencia de colocación, caso de los amigos del presidente enchufados en la dirección de las empresas del sector público con sueldos de vértigo, o los más de 800 asesores colocados entre Gobierno y Moncloa, gente en su inmensa mayoría puesta a dedo con cargo al erario. Cientos de millones en la compra de material sanitario a través de sociedades interpuestas, Ábalos o Illa al aparato, y una corrupción más sutil, más difícilmente detectable, como la del marido de la vicepresidenta y ministra de Economía, Nadia Calviño, ocupado en el reparto de los fondos UE, o la del marido de la ministra de Energía, Teresa Ribera, y su vigilia desde la Sala de Supervisión Regulatoria de la CNMC del cumplimiento de las decisiones que adopta su esposa, o el caso de ese ministro de Justicia de facto llamado Baltasar Garzón, expulsado de la carrera judicial, abogado del narco desde su despacho privado y pareja de la FGE, Dolores Delgado, o la separación de poderes vertida por el albañal de la demolición del Estado de Derecho. Un partido que se ha apoderado de la Caja, dispuesto a regar con dinero público a un creciente número de colectivos, voto cautivo, con desprecio a la realidad de una deuda pública que no deja de crecer y se yergue como la gran amenaza para las futuras generaciones. Pero no hay peor ciego que el que no quiere ver. Ahora parece que, de acuerdo con lo políticamente correcto, el problema de PSOE y PP es Vox. La amenaza para la feble democracia española se llama Vox. ¡Qué simplismo tan vano sobre la crisis española! Pero Vox no es el problema, sino la manifestación de la descomposición del PP. Como el Gobierno Frankenstein no es el problema, sino la evidencia del pudridero moral del PSOE. Es por ahí por dónde habría que empezar a abordar el saneamiento del sistema, democratizando los partidos del turno si es que ello fuera posible. Excepción hecha de Díaz Ayuso, no hay en el PP capital político suficiente para contener el tsunami de un Vox camino de la frontera del 20% del voto. No desde luego un Casado incapaz en su mediocridad de romper la burda línea argumental de un Sánchez para quien el PSOE puede perfectamente pactar con los herederos de las pistolas (esos traviesos chicos con los que el ministro Marlaska negocia beneficios penitenciarios), pero el PP no puede hacerlo con Vox en modo alguno. Incapaz de romper, aunque cabe la posibilidad de que nunca haya querido hacerlo. Los partidos del turno se defienden como gato panza arriba de sus enemigos comunes, unen fuerzas cuando en el horizonte aparece un peligro capaz de poner en riesgo su corrupto duopolio. Lo hicieron en diciembre de 1993, cuando un pletórico Mario Conde, acunado al oído de un Juan Carlos I que auspiciaba un Gobierno de concentración capaz de superar la crisis del felipismo, se convirtió en una amenaza real para PSOE y PP. El propio Conde terminó ofreciendo su cabeza en la bandeja de un Banesto en situación de quiebra. La historia se repite: Casado ha reconocido ante Herrera que "un funcionario de la Administración" le pasó unos papeles "con conceptos de intermediación y también datos fiscales" del hermano de la presidenta madrileña y, en lugar de denunciar la filtración de datos personales desde Moncloa, vía Hacienda, se los guarda con la intención de extorsionarla. El corolario de este episodio es que Sánchez ha subarrendado en Casado la tarea de acabar con su mayor amenaza política, la señora Ayuso, y Pablo ha aceptado gustoso tal cometido. Con independencia de las explicaciones que la aludida deba dar sobre las actividades de su hermano, es evidente que Casado no puede seguir un día más al frente de PP. Incapaz bajo su liderazgo de aglutinar la victoria frente a Sánchez, romper ahora la baraja acerca al PP a la victoria, no le aleja. A veces hay que derribar una ermita para construir una catedral. Con independencia de las explicaciones que Ayuso deba dar sobre las actividades de su hermano, es evidente que Casado no puede seguir un día más al frente de PP. A veces hay que derribar una ermita para construir una catedral La decadencia de los partidos dinásticos, intensificada tras la abdicación real en 2014, ha cogido ya velocidad de crucero. Sensación clara de vacío de poder. Pulsión de país que ha perdido amarre con la realidad del mundo competitivo y globalizado de nuestros días, y navega sin rumbo con los rufianes disputándose el trono sobre los restos del naufragio. Y en medio, en la mayor de las orfandades, el rey Felipe VI, último bastión en pie, tembloroso torreón de una fortaleza asediada por ingentes fuerzas enemigas. ¿Quién apoya hoy al monarca? ¿Dónde están sus defensas? ¿Dónde, el sistema de alianzas que permitió a su padre reinar varias décadas? Un rey a merced del capricho o la necesidad de un Sánchez forzado un día a poner la institución en almoneda para salvar su carrera política. Un rey sujeto por el faldón de las corrupciones paternas, sometido al chantaje de un Gobierno que mantiene a Juan Carlos I en el exilio de Abu Dabi, y con causas abiertas en los tribunales que la señora Delgado nunca acaba de cerrar. Un país sin liderazgos de ningún tipo, ni en la política ni en la empresa, terreno propicio para el sálvese quien pueda. Caben pocas expectativas a la hora de pensar en la tan demandada regeneración democrática si ha de depender de unos partidos tan moralmente degradados como los citados. Tal vez habría que pensar en dar cristiana sepultura a ambos, como punto de partida para facilitar la irrupción de una nueva clase política digna de servir a este gran pueblo que tantas humillaciones lleva soportando. No nos engañemos, los partidos del "turno", como los de la Restauración, se defenderán cual gato panza arriba. Antes de que desaparezcan definitivamente, como desapareció el PSI y la Democracia Cristiana en Italia, atravesaremos tiempos muy convulsos, porque los beneficiarios del sistema van a ofrecer resistencia, como vienen haciendo desde 2014. No queda ninguna institución de referencia a la que agarrarse, en un país enfrentado a problemas muy serios que podrían alterar una paz social cogida con alfileres. El destrozo es enorme. Y para nuestra desgracia, aquí no tenemos ningún Matarella ni ningún Draghi/>
Artículo de JESÚS CACHO Vía VOZ PÓPULI

domingo, 13 de febrero de 2022

BOLA DE PARTIDO EN CASTILLA Y LEÓN

ULISES CULEBRO/>
En su gran película sobre Abraham Lincoln, Steven Spielberg pone en boca del presidente que abolió la esclavitud que «hacer vaticinios es una de las labores menos provechosas de la vida». Mucho más «si, al buscar nuestro destino, nos lanzamos -arguye- sin ser conscientes de los obstáculos y acabamos hundiéndonos en un pantano, ¿de qué sirve saber dónde está el norte?». Con tal ponderación en el visor, toda prudencia es poca para aventurar cuál será el desenlace de la batalla de nebuloso final que este domingo de «Febrerillo, el loco: un día peor que otro/ si malo es un día, peor es el otro» se libra en Castilla y León y cuya campaña ha registrado una inestable climatología política como para no saber bien qué deparará este 13-F. No está la cosa como para gallardas apuestas como aquella de enero de 1967 del meteorólogo Eugenio Martín Rubio en un espacio del tiempo de aquella TVE en blanco y negro. «Si mañana no llueve en Madrid, me corto el bigote», arriesgó creyendo tener todos los ases en la mano y hubo de afeitarse su bigotito franquista. Pero sí para que el presidente del PP, Pablo Casado, se mese la barba de Rajoy que empezó a dejarse en agosto de 2019 coincidiendo con la primera toma de posesión de Ayuso como presidenta madrileña y que ya imprime carácter a quien, tras ganarle la sucesión de Rajoy a la pretendiente oficial con un discurso reprobatorio, se ha acomodado a la barba y se ha plegado a la conducta política del expresidente, cuyo quietismo disipó la mayoría absoluta popular dispersando muchos votantes entre Ciudadanos y Vox. Ello dejó el camino expedito para el golpe de gracia de la moción de censura Frankenstein de Sánchez, quien hoy saca a España de la lista de las mejores democracias del mundo y la degrada a democracia defectuosa, mientras intercambia -como hizo con los golpistas catalanes- presos etarras por apoyo a los Presupuestos del Estado y rezaga la recuperación de su economía tras experimentar la mayor caída en la fase álgida del Covid-19. Todo un regalo de los dioses, en suma, de quien puede convertir los campos de trigo en erial de rastrojos. A la espera de saberse si la moneda lanzada al aire cae de cara o de cruz, operando que este 13-F concluya en Día de los Enamorados o en Matanza del Día de San Valentín, el presidente en funciones de Castilla y León, Alfonso Fernández-Mañueco, contiende con unas expectativas que se dispararon en un primer momento hasta acariciar el sueño imposible de la mayoría absoluta del periodo 1991-2015 o, al menos, sumar tantos escaños como para impedir una mayoría alternativa del PSOE como Ayuso en Madrid. Ambas hipótesis se han desvanecido a medida que se enfriaban las brasas del fuego que desató la barbacoa que el ministro de Consumo, Alberto Garzón, montó utilizando como yesca las páginas del diario británico The Guardian al aseverar que «España exporta carne de mala calidad y procedente de animales maltratados». Cuando en sus manos estaría evitarlo, si fuera el caso, como titular de esa dirección general convertida en ministerio para goce y disfrute de tal inutilidad. Sumido en una prolongada afonía para no perjudicar a los partidos de la coalición socialcomunista, los sondeos se han amoldado a la realidad intangible de que Mañueco no fue el más votado hace tres años, así como a la fragmentación política y provincial de la autonomía más extensa de España. Con la amenaza añadida de una alta abstención, cualquier augurio naufraga. Sin descartar la hipótesis de que, con menor cosecha que en 2019, el socialista Tudanca gobierne con el coro de grillos de pequeñas minorías provinciales -cual versión local de la Alianza Frankenstein, con estos cantonalistas supliendo a los soberanistas- y con Cs y Podemos como tenor y barítono para finiquitar 35 años de dominio del PP. Intercambiándose los papeles entre las grandes formaciones nacionales, ello reeditaría lo acontecido en 2018 en Andalucía cuando Moreno Bonilla, con los peores logros del PP, se entronizó presidente con el aval de Cs y Vox tras 40 años de hegemonía socialista. Tal carambola sería un regalo inesperado para Sánchez al que resarciría sin comerlo ni beberlo de su fiasco en Madrid y le daría alas para nuevas osadías con un electorado que trasladaría la impresión de tragar con carros y carretas después de su presencia testimonial para no expiar en cabeza propia la derrota que Casado persigue infligirle. Con su hiperactivismo del que juega en tierra propia, como palentino de nacimiento y abulense de vivencias privadas y políticas, Casado busca a la par cobrarse la pieza de Sánchez, como Ayuso hizo en Madrid. Pero también bajarle los humos a ésta y aclararle que quien gana las contiendas es la marca del partido, por encima del cabeza de lista. Como parte esto último del atolondrado plan de Génova de aprovechar los congresos provinciales para menoscabar a los barones críticos con su proceder y neutralizar una eventual oposición territorial que cuestionara el liderazgo nacional. Todo ello encaminado a disponer, si no culmina en 2023 su asalto a La Moncloa, de las oportunidades que sus antecesores, si bien computando las dos citas de 2019 como una por el procedimiento del cuento la vieja. Con la excepción de Núñez Feijóo, quien puso pie en pared desde primera hora, los barones autonómicos han padecido más quebraderos de cabeza con la dirección nacional que con sus socios de gobierno o parlamentarios, e incluso que con la oposición que les ha correspondido en suerte. De hecho, Mañueco evitó su anunciada decapitación merced a la moción de censura fallida del PSOE de hace un año, Moreno Bonilla afrontó la desestabilización del PP andaluz negándose a clausurar el congreso provincial de Sevilla y a Ayuso se le regatea presidir, a diferencia de sus homólogos, el PP en Madrid. Craso error de Casado porque, si no lo hace alzado sobre los hombros de todos ellos, no llegará a parte alguna. Sin duda, sus desavenencias con Ayuso adquieren los rasgos esperpénticos de la alocada comedia La mujer del año. En ella, Katharine Hepburn y Spencer Tracy interpretan a una pareja de periodistas en la que ella descuella hasta merecer el galardón que da título a la película y a causa del cual su matrimonio está a punto de saltar por los aires la noche en la que ella recibe esa distinción en una cena de gala de la que él se ausenta. Dispuesta a reconciliarse con su marido, ésta transige cuando éste le comenta que no le gusta ni que sea sólo la señora Craig ni tampoco únicamente Tess Harding. «Pero, ¿por qué no puedes ser Tess Harding Craig?». Cegado por el éxito de Ayuso, Casado no ha tenido la agudeza de aquel periodista deportivo y abona un conflicto que se le ha ido de las manos hasta hacer aparecer a ésta, a ojos vista de muchos votantes, no como la luz que ilumine su camino de sombras hacia La Moncloa, sino el contraluz de quien quiere el poder, pero no transmite para qué. Como le advirtió Aznar en su incursión en la campaña de la Castilla y León que presidió por un corto periodo y que fue su palanca nacional. En vez de usarla de guía, se la pone como objetivo como el ave marina que, en la oscuridad de la noche, se precipita veloz contra la luz del faro. Si en su libro Sobre la Agresión, obra que le ganó el Premio Nobel de Medicina, el zoólogo austriaco Konrad Lorenz se refiere a las secretas pulsiones que precipitan a los seres a atacar a otros miembros de su especie, qué decir cuando se trata de los compañeros de partido, a los que el canciller alemán Konrad Adenauer incluyó como un grado mayor de peligrosidad que los enemigos a secas y los enemigos mortales. Con este escenario de fondo, no ha ayudado el cruce de estrategias entre Mañueco y Génova. El presidente en funciones quiso emular a Ayuso anticipando elecciones antes de que se consumiera el plazo de un año para que el PSOE pudiera presentar una segunda moción de censura que esta vez sí podría respaldar su vicepresidente Igea, pero sin ser Ayuso, justo es reconocerlo, y sin poder contar las veces que hubiera deseado con ella por querer Génova el foco para Casado hasta que no quedó otra que tocar a rebato en la frontera de lo irreversible. Por su parte, la dirección nacional del PP, como Felipe González con Adolfo Suárez hasta desembocar en la cita andaluza del 23 de mayo de 1982, prólogo de su mayoría absoluta de octubre de ese año, arde en deseos de encadenar victorias en Castilla y León y Andalucía, después de Madrid, donde la opinión generalizada era que a Ayuso le saldría el tiro por la culata y había que ponerse a cubierto. En ese envite, fue clave cómo la presidenta madrileña lidió el toro crecido de Vox a la que Ayuso frenó con inteligencia sin cerrar ninguna vía al entendimiento ulterior. Al revés que Casado, que favorece su crecimiento y complica cualquier acuerdo postelectoral descalificando a Abascal en idénticos términos que esa izquierda que pone en almoneda la Constitución y la integridad territorial de España, así como deslegitima las instituciones democráticas, sin cortarse un pelo. A este respecto, Plutarco ya dejó escrito que la paciencia era amiga del éxito, y la precipitación, de los fracasos. En la tesitura de este domingo, Mañueco y Casado tendrán que fiarse a la suerte en este punto de partido en el que la bola electoral, tras golpear en el borde de la red y rodar vacilante sobre su dobladillo blanco, marcará el destino de ambos. Como al protagonista de la cinta de Woody Allen en Match Point al que se le apagó su buena estrella y terminó de buscavidas enseñando a manejar la raqueta a las hijas casaderas de la alta sociedad británica que entretenían su ocio en los verdes jardines de aquel brumoso Edén. Por eso, hay que atrapar el presente, pues lo restante, o se ha vivido o es incierto, como anota el emperador Marco Aurelio en sus Meditaciones/>
Artículo de FRANCISCO ROSELL Vía EL MUNDO.

lunes, 7 de febrero de 2022

A LOS DIPUTADOS DE TODOS LOS PARTIDOS

La dirección de UPN pretende expulsar a Sayas y Adanero. Sin embargo, su gesto, un acto de responsabilidad ante la nación, no será en vano
El jueves, en un valle del debate sobre la reforma laboral, subí a la cantina del diputado, detrás de la última fila del hemiciclo. Es un lugar agradable y tranquilo. Sin periodistas, se entiende. Santiago sirve café o cervezas en la barra, según la hora, y siempre hay algún rostro amable con el que comentar el penúltimo capítulo de la imparable degradación nacional. Allí, sentados en un rincón, estaban Sergio Sayas y Carlos García Adanero. Ya era público que el líder de UPN, Javier Esparza, había pactado con el aliado y blanqueador de Bildu su apoyo a la reforma laboral, y me acerqué a darles ánimos. Conversamos un rato. Les hice alguna broma sobre los males de la disciplina de partido, pero no quise preguntarles qué iban a votar. Habría sido una vulgaridad. La conciencia no necesita instigadores y ellos tienen principios. Son dos parlamentarios de calidad, militantes de la democracia, a los que nuestro a menudo cochambroso hemiciclo distingue con un silencio pulcro cada vez que toman la palabra. Lo comenté en mi Políticamente indeseable: si en España las listas electorales fueran abiertas y no el cortijo de las cúpulas de los partidos, Sayas y Adanero saldrían elegidos a hombros de felices mayorías. Llegó la hora de votar. Imaginé el agujero en sus estómagos y, movida por una intuición esperanzada, calculé el lugar exacto de sus escaños para poder cotejar su voto en la pantalla. ¡Rojo! Salté como un resorte. «¡Bravo, bravo!». Lo que vino después es demasiado grotesco para merecer glosa. La dirección de UPN pretende expulsar a Sayas y Adanero. Sin embargo, su gesto, un acto de responsabilidad ante la nación -y es lógico que esto no lo entiendan Sánchez, Zapatero y Lastra, tres tránsfugas morales-, no será en vano. Todo el esperpento que ha rodeado la aprobación de la reforma laboral, culminando en el harakiri del gran partido de la derecha navarra, ha servido para dejar en evidencia no sólo el grado de envilecimiento de la política española, sino también una de sus principales causas: la partitocracia. No todo tiempo pasado fue peor. Para comprobarlo no hace falta remontarse a la muchas veces idealizada Transición: esos reformistas adultos, esos discursos cuajados de belleza y de verdad, ese patriotismo inteligente e integrador. Basta recordar cómo lucía el Congreso a mediados de los 2000, cuando, joven periodista, lo pisé por primera vez, y examinar su presente postración. Retrocedamos al inicio de esta legislatura de zafarrancho: el 3 de diciembre de 2019, otra sesión memorable. Entonces, empoderada y enfática, le pedí desde mi escaño a Meritxell Batet que garantizara la legalidad de los juramentos de los diputados. Me contestó un puntito irritada: «Muchas gracias, señora Álvarez de Toledo, por velar por el buen hacer de esta presidenta. (...) La Presidencia hará una aplicación flexible de la normativa, como indica el Constitucional. Creo que se puede usted quedar tranquila». Un minuto después se desataba la juerga. Un proetarra: «¡Por la república vasca!». Una comunista: «¡Contra el franquismo y el fascismo!». Un defensor del golpismo: «¡Con lealtad al mandato democrático del 1 de octubre!». Y otro: «¡Por la libertad de los presos políticos y la vuelta de los exiliados». Y un tercero: «¡Hasta la constitución de la república catalana!». Muy tranquila, sí. En aquel edificante episodio antinacional asomaba ya el flagelo: una partitocracia convertida en cesarismo, hasta el punto de socavar la democracia. Sólo desde una sumisión ciega no ya a la siglas sino a la encarnación coyuntural de esas siglas puede entenderse la trayectoria de Batet como presidenta del Congreso: la impunidad de los socios de Sánchez en sus insultos al Rey y a las instituciones del Estado. El cierre ilegal del Congreso. El sectarismo a la hora de dar y quitar la palabra: las injurias de la derecha son la libertad de expresión de la izquierda. Hasta el estrambote final. Una presidenta del Congreso habría dado al desarbolado diputado Casero -y a sí misma- la oportunidad de no pasar a la Historia. Pero Batet no preside el Congreso, sólo su mitad. Como Sánchez no gobierna para la nación sino para su facción. Su visión mutilada del cuerpo político lo explica todo: el partidista reparto del dinero europeo; la decisión de jugar con la salud pública, poniendo y quitando mascarillas en función de su propia salud política; y también la agria paradoja de su mandato: el PSOE mengua, pero el poder de su líder sigue intacto e incluso se refuerza gracias al aplauso servil de su bancada y sus barones. También en esto el PSOE es el marco. Partidos dirigidos por oligarquías cada vez más cerradas e impermeables a la deliberación interna. Partidos que priman la obediencia al mérito en el diseño de sus órganos ejecutivos y listas electorales. Que ni siquiera informan de antemano a sus grupos del sentido de su voto en debates trascendentales. Que tratan a sus diputados como ganado al que arrear en la dirección que en cada momento decrete su pastor. Partidos, en definitiva, que por proteger a sus cúpulas acaban desprotegiendo a sus bases y perjudicando a la nación. Cada vez menos mandan cada vez más sobre partidos más pequeños. Le ocurrió a Ciudadanos en épocas de Albert Rivera. Y le ha ocurrido también al PP. La fragmentación de su espacio electoral en, como mínimo, dos pedazos (y ya veremos el reparto) es una consecuencia de esa deriva. Y la dificultad de reagrupar el constitucionalismo en Cataluña, también. Miré a mi grupo. Me alegró ver que muchos compañeros, incluida la dirección, aplaudían la decisión de Sayas y Adanero de romper la disciplina de voto en defensa de sus convicciones y del interés de España. Significa que hay esperanzas. Lo apunté en el recurso contra la multa que me han impuesto por no apoyar el reparto con Sánchez de los magistrados del TC: la Constitución prohíbe expresamente el mandato imperativo y afirma que el voto de los diputados «es personal e indelegable». Además, la sentencia del TC 10/1983 deja claro que los diputados no somos meros cojines de nuestros escaños, en afilada expresión de Sayas, ni muñecos de un ventrílocuo: «Las listas de candidatos son simples propuestas y la representación, en el sentido jurídico político del término, surge sólo con la elección y es siempre representación del cuerpo electoral y nunca del autor de la propuesta». También lo señalé en mi recurso: la disciplina de voto tenía como loable objetivo fortalecer a los partidos surgidos tras la dictadura y simplificar el proceso de formación de voluntad del Parlamento; pero como toda expresión de autoridad requería contrapesos y esos contrapesos han volado. Cuando sólo queda la disciplina, la deliberación se evapora. Cuando la autonomía del parlamentario se castiga, la sumisión y la mediocridad proliferan. Con un agravante: si la cúpula lo decide y dicta todo, si las posiciones de la dirección son las únicas no ya relevantes sino conocidas, el diputado deja de tener cualquier responsabilidad. Se convierte, a ojos de muchos ciudadanos, en un perfecto irresponsable. Es decir, en perfectamente prescindible. De los 350, 330 para casa y el resto ya veremos. A la afirmación de la autonomía constitucional del parlamentario se une otra consideración obvia. La defensa del ideario del propio partido, recogido en los programas electorales y, como en el caso de los diputados de UPN, en infinidad de vibrantes intervenciones parlamentarias, no puede ser nunca objeto de sanción. Si lo fuera, el castigo tendría el absurdo cariz de la autolesión. Esparza, por ejemplo, estaría firmando su ruptura con el electorado navarro. La degradación nacional no será fácil de parar, no. Es una misión colectiva, que entre otros improbables exige que los medios de comunicación dejen de vender basura y los ciudadanos de consumirla. Pero ese es, precisamente, el sentido de la política: la promoción del interés general, incluso contra la corriente, que a unos arrulla y a otros amedrenta. Los diputados -de todos los partidos- estamos llamados a una urgente tarea de regeneración democrática. ¿Para qué y a quién servimos? Somos la voz y el voto de los ciudadanos, la primera fila. Nuestra es la representación de la nación y nuestra es, por tanto, también la obligación de proteger al Parlamento frente a la arbitrariedad, la chabacanería, el desprecio a las formas, que es el desprecio a las normas, y el abuso de poder. Esa responsabilidad requiere de cada uno de nosotros un grave examen de conciencia. Y sobre todo una masa crítica de conciencias dispuestas a defender su libertad. Artículo de CAYETANA ÁLVAREZ DE TOLEDO que es diputada del PP por Barcelona. Vía EL MUNDO

domingo, 6 de febrero de 2022

SÁNCHEZ NO TIENE REFORMA

Con la complicidad de Batet y la anuencia de la mayoría parlamentaria, la defección del poder legislativo está suponiendo que éste se degrade en escribanía de gobierno y que sus funciones le sean arrebatadas
Artículo de FRANCISCO ROSELL Vía EL MUNDO En la más grandiosa de sus novelas hasta ocupar un puesto cimero en la Literatura española -Fortunata y Jacinta, ambientada en el Madrid que media entre la caída de la I República y la Restauración borbónica-, Benito Pérez Galdós pone en boca del personaje de Evaristo Feijoo, coronel retirado y alter ego del autor canario, un mirífico consejo destinado a su protegida Fortunata: «Niña, falta a los principios si es menester, pero guarda siempre la santidad de las formas». Lástima que una mujer metida en lecturas como la presidenta de las Cortes, Meritxell Batet, no se atenga, en su alta función como tercera autoridad del Estado, a la admonición de quien, a juicio de Azorín, supo captar «el ambiente espiritual de las cosas» y contribuyó a la conciencia nacional de unos españoles a los que hizo vivir España. Yendo de la literatura a la política hasta obtener acta de diputado, Galdós supo bien el terreno donde se adentraba enterado de que la política, lejos de ser campo para lucir las supremas dotes de la inteligencia, «era un arte de triquiñuelas y de marrullerías». «No sé qué tiene para la gente de este siglo el tal mando -anota su episodio nacional sobre Gerona- que trastorna las cabezas más sólidas, da prestigio a los tontos, arrogancia a los débiles, al modesto audacia y al honrado desvergüenza». Aquel retrato de época parece corresponderse hoy con estos tiempos igualmente «bobos» en los que, abundando desvaríos y destrozos en la arquitectura constitucional, pareciera verificarse la maldición de Narváez: «Las cosas en España no tienen remedio». Tras echar el candado a las Cortes durante el estado de alarma por la Covid-19 -algo que no se produjo ni en la Inglaterra de la II Guerra Mundial, donde Churchill afrontó una moción de censura-, lo que le valió la condena del Tribunal Constitucional, y de ser conminada por el Tribunal Supremo a privar del escaño al diputado condenado e inhabilitado de Podemos, Alberto Rodríguez, bajo amenaza de incurrir en delito de desobediencia, amparándose en un informe de los letrados de la Cámara, lo que sacó de sus casillas al tribunal al reinterpretar el fallo para incumplirlo, la presidenta del Congreso mentía este jueves a la Cámara en el pleno de convalidación del decreto-ley de reforma laboral. Lo hacía de modo flagrante para desatender la petición del PP de que se subsanara el supuesto «error informático» de su diputado Alberto Casero que posibilitó que saliera adelante in extremis y por un voto esta contrarreforma en la que una parte sustancial de la Alianza Frankenstein -PNV, ERC y Bildu- que llevó a Sánchez a La Moncloa y lo sostiene en ella lo dejó en la estacada. En suma, un golpe de doble efecto. De un lado, para remarcar su dependencia; de otro, para poner en su sitio a la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, hundiendo sin salir de puerto su tentativa de armar una nueva plataforma izquierdista que subsuma a Podemos, Izquierda Unida, Comunes y Compromís junto con Más País. Todo ello después de que uno y otra se comprometieran a reducir a escombros la reforma de Rajoy en 2012 y tener que preservar algunas vigas maestras por imperativo de la Unión Europa para la percepción de fondos postcovid. Al denunciar la portavoz parlamentaria del PP que, con carácter previo a la votación se había comunicado a la Mesa de la Cámara el supuesto fallo informático, Batet cortó a Cuca Gamarra sin dejarla seguir su exposición. «Precisamente -arguyó- porque la Mesa es conocedora y ha podido analizar lo que usted me va a plantear (...), no le voy a dar la palabra». Con su refutación, después de dar por derogada la contrarreforma para rectificarse al momento convalidándola, no sólo faltaba a la verdad certificando en falso una sesión de la Mesa del Congreso que no había tenido lugar, sino que admitía implícitamente la pertinencia del requerimiento y que la petición debía haber sido atendido antes de procederse a la votación de los presentes en el hemiciclo. Al darle de este modo por ganada al Gobierno una votación que tenía perdida y que le complicaba la vida, la mendaz maniobra de Batet «fue peor que un crimen: fue un error», atendiendo a lo dicho por Fouché al tener noticia del secuestro y ejecución del duque de Enghien por orden de Napoleón. Después de ser pillado in fraganti en el comité federal de su defenestración como secretario general del PSOE en octubre de 2016 cuando sus afines colocaron unas urnas preñadas de papeletas detrás de una cortina para convocar con urgencia un congreso extraordinario sin control y con el hoy ministro Bolaños al frente de la Comisión Federal de Ética y Garantías mirando para otro lado, Sánchez no está dispuesto a perder otra votación. Ya sea «por lo civil o por lo criminal», como les espetó el ex seleccionador Luis Aragonés, para entonces sabio no sólo de Hortaleza, a sus pupilos del Atlético de Madrid tras echarles en cara que estaban «haciendo el gilipollas». Con la complicidad de la Batet y la anuencia de la mayoría parlamentaria, la defección del poder legislativo está suponiendo que, en la práctica, el Congreso se degrade, acuñando una expresión argentina de los 90, en «escribanía de gobierno». De esta guisa, los culiparlantes refrendan en un abrir y cerrar de ojos los decretos-leyes del Ejecutivo y aceptan que sus funciones le sean arrebatadas por quien, con menos escaños propios que ningún antecesor desde la restauración democrática, se arroga incluso funciones de jefe de Estado transgrediendo el orden institucional. Así, en este labrantío de anomalías, Sánchez ha batido todas las marcas en promulgar decretos-leyes -71 hasta finales del 2021 y subiendo- hasta mutar en uso común lo que la Carta Magna circunscribe a casos de «extraordinaria y urgente necesidad», cuando no se meten de matute asuntos que nada tienen que ver con el objeto de las disposiciones. En un suma y sigue sin punto final, mezcla medidas anticovid con designaciones para la comisión de control del CNI, la revalorización de las pensiones con la obligatoriedad de las mascarillas en el exterior o subidas impositivas encubiertas, como ya ha sentenciado el Tribunal Constitucional, sin que ello ponga freno al desafuero de quien restringe el Parlamento a validar los decretos como el de la reforma laboral. ¡Como si España fuera un régimen corporativo en el que la delegación de la soberanía nacional se constriñe a respaldar sin debate lo que sindicatos y empresarios aparejen extramuros! Este precedente puede ser la falsilla para otros tejemanejes -tipo mesa de la autodeterminación para Cataluña- que, abundando en las concesiones que ya viene haciendo, Sáncheztein prohijará para reconciliarse con sus separatistas socios Frankenstein. Una postiza porfía la del enredo de la reforma laboral tras la cual todos ellos volverán allí donde nunca se fueron dejando a Arrimadas compuesta y sin el noviazgo pasajero de quien no tiene enmienda ni propósito de ella. Es incorregible al estar en su naturaleza. Como el escorpión que clava su aguijón mortal a esa buena samaritana rana tras ayudarle a vadear el río. Ni siquiera finge jugar a la «geometría variable» como Zapatero. Por eso, los diputados navarros Sayas y Adanero, estando al tanto del percal, han hecho bien en sostenerse firmes en sus principios. Acceder al chantaje de Sánchez con la amenaza de reprobación al alcalde de Pamplona era la muerte en vida de UPN en pleno proceso de absorción foral por el soberanismo vasco. Junto a su gusto por el decreto-ley, Sánchez se ausenta del Parlamento cuando le conviene como sucede desde el 22 de diciembre. Sin someterse al control de la oposición y sin que ni siquiera la crisis de Ucrania, con el envío de la fragata Blas de Lezo al Mar Negro, le mueva de su absentismo hasta el 16 de febrero. De esta manera, se vive una ilusión de control del Gobierno que no es tal por parte de un Parlamento que consiente que el Consejo de Ministros haga un sayo con las leyes que aprueba la Cámara. Como es perceptible con los Presupuestos Generales del Estado. Con claro desprecio de la Constitución que prometió guardar y hacer guardar, pero que ahora guarda y hace guardar en un cajón para preservar a unos socios que abjuran de ella, Sánchez encarna una deriva autoritaria que procura municionar con fondos europeos que maneja como si fueran de libre representación. Con esa discrecionalidad, propiciará los agios y el clientelismo que hoy se depuran a trancas y barrancas en Andalucía y que, tras la condena a los ex presidentes Chaves y Griñán, alcanzan a la parentela de su sucesora, Susana Díaz, y a la del aspirante autonómico y ex alcalde de Sevilla Juan Espadas. El fondo de reptiles -instruido por la juez Alaya, a raíz de las pesquisas de EL MUNDO- cimentó 40 años de hegemonía socialista concertada con sindicatos y empresarios con los caudales consignados para unos parados que no aminoraban como tampoco los agraciados de ERES en empresas que jamás pisaron. En la España del reparto libérrimo de los peculios europeos, con los ERE podridos de referencia, se manifiesta esta apreciación del gran politólogo Giovanni Sartori a raíz de la macrooperación judicial Mani Pulite: «Antes, en Italia se decía que el que no robaba era un tonto. Después comenzó a actuar la justicia y hoy se dice que el que no roba es un tonto, pero el que roba y es descubierto es más tonto todavía». Ni que decir tiene que este deterioro institucional origina la agonía de democracias fiada a gobernantes que subvierten las reglas de juego al arribar al poder y que presentan como suerte providencial -«baraka»- lo que no encierra otra cosa que valerse de cualquier medio para no perder ese mismo poder como fin último y único de su política. A este respecto, quien presenta una carta protocolaria de la presidenta de la Comisión Europea como un aval a su gestión de los fondos europeos debiendo ser corregido desde Bruselas y que no conoce límites hasta rebajar a la categoría de aprendiz a su maestro Zapatero, «el Maquiavelo de León», es capaz de extremar las cosas al límite y luego erigirse en el mal menor al revés de un jefe de la oposición como Pablo Casado que hace justo lo contrario con gran perjuicio a la hora de desalojar a Sánchez de La Moncloa. Como su estúpida guerra con la presidenta madrileña Díaz Ayuso, en vez de valerse de ella como palanca, y su demonización, venga o no a cuento, de una formación como Vox, con la que deberá pactar y a la que fortalece con sus torpezas, en vez de debilitarla sagazmente como Ayuso. Todo ello a costa de su propio interés y al de los candidatos hoy en Castilla-León y mañana en Andalucía, cuyas citas electorales marcarán el designio de los comicios generales que Sánchez pregona tras su presidencia de turno europeo en el último semestre de 2023. Por esa vía, más extraviada que el disputado voto del congresista Casero, Casado no obrará, evocando la Alocución al pueblo español de Galdós para ser diputado, que «los sordos oigan, que los distraídos atiendan y que los mudos hablen» contra los excesos y atropellos de Sánchez. Aprendiendo la lección de mayo en Madrid, éste se reserva para Andalucía. No se elige el tiempo que se vive ni la coyuntura que toca afrontar, pero sí la respuesta que se da. Ésa es la responsabilidad de Casado.

EL MODELO VENEZOLANO

Una vez instalados en el poder, este tipo de procesos adquieren un carácter irreversible
El pasado martes la Fundación Foro Libertad y Alternativa organizó en el Real Casino de Madrid un acto con nutrida asistencia de público -hubo bastante gente que no pudo acceder al quedar el aforo desbordado- sobre las narcodictaduras iberoamericanas actuales, con especial énfasis, como es natural, en la Venezuela chavista. Los tres ponentes que intervinieron son figuras de indiscutido prestigio intelectual y político, dos venezolanos exiliados en Madrid para escapar de la tiranía de Maduro y un peruano-español que reside hace mucho tiempo en nuestro país. Miguel Henrique Otero, editor del diario El Nacional, empresa hoy confiscada por la dictadura bolivariana, Antonio Ledezma, exalcalde de Caracas, encarcelado por el régimen caribeño y huido a España para salvar la vida y Mario Vargas Llosa, el archiconocido premio Nobel de Literatura, disertaron brillantemente sobre la situación en Hispanoamérica, nuestro antiguo solar transoceánico, en el que abundan los sátrapas totalitarios que aúnan la corrupción desatada, la represión más cruel y el empobrecimiento dramático de las sociedades sobre las que han clavado sus zarpas. Venezuela, Cuba, Nicaragua, casos de especial gravedad por la brutalidad de las oligarquías colectivistas que las oprimen y saquean, Perú, sumido en el caos institucional provocado por un presidente de la república prácticamente analfabeto, Argentina, desarbolada por el peronismo desde hace medio siglo e incapaz de levantar cabeza, Chile, cuyo nuevo primer mandatario es todavía una incógnita, pero que se desliza por la pendiente abajo del indigenismo, el desorden y la demagogia, dibujan un panorama tan inquietante como desalentador. Desde Europa, las democracias avanzadas que la componen pueden permitirse el lujo de contemplar el desalentador espectáculo ofrecido por la América de nuestra estirpe como un fenómeno exótico y lejano, sin influencia directa sobre su discurrir civilizado, próspero y previsible. Sin embargo, hay una excepción a esta plácida indiferencia europea hacia lugares percibidos como remotos y habitados por gentes levantiscas y primarias y esta excepción somos nosotros, España. Dos son los motivos por los que todo lo que suceda en las exuberantes islas antillanas, en las lujuriantes selvas amazónicas, en las heladas cumbres de los Andes o en las vastas planicies de la pampa nos afecta de manera muy cercana y emocionalmente perturbadora. El primero es que somos lo mismo, procedemos de un tronco multisecular común, hablamos la misma lengua y nuestras sangres están mezcladas en una íntima comunión de cuerpos y almas iniciada con incontenible fuerza hace más de quinientos años. Nada de lo que acontezca al otro lado del Atlántico nos es ajeno, de la misma forma que un dolor o una disfunción en una parte de nuestra anatomía altera inevitablemente al resto. El segundo es que el proyecto de destrucción de las libertades y de instauración de un orden social totalitario que animan iniciativas como el Foro de Sao Paulo o el Grupo de Puebla también las tenemos en casa. Cinco ministros del Gobierno de Pedro Sánchez se adscriben a esta corriente deletérea y no pocos dirigentes de sus partidos han colaborado personal y activamente con sus propósitos. No cabe duda de que conspicuos personajes ahora en el poder en España tienen la voluntad manifiesta de importar a nuestros pagos las ideas y las políticas que están destrozando a una lista creciente de naciones iberoamericanas. Lo acontecido en el Congreso revela un desprecio por la separación de poderes comparable a los desmanes que perpetra un energúmeno de la calaña de Diosdado Cabello Los ejemplos proliferan y se multiplican. Uno es muy reciente. La desaprensiva actuación de la presidente del Congreso, Meritxell Batet, impidiendo que el diputado del PP Alberto Casero pudiera rectificar su voto equivocado posiblemente por un fallo informático revela un desprecio por la separación de poderes comparable a los desmanes que perpetra un energúmeno de la calaña de Diosdado Cabello. Otro es el hecho de que el CIS fabrique los resultados de las encuestas a medida de la conveniencia del Partido Socialista sin el menor pudor para orientar así las urnas en la dirección de sus profecías con evidente intención de autocumplimiento. Un tercero lo ofrece la neutralización del Consejo General del Poder Judicial imposibilitando que haga nombramientos mientras su composición no sea la que plazca al Gobierno. Y qué decir de una Ley de Vivienda que vulnera el derecho de propiedad e interviene de manera lesiva en el sector inmobiliario con descarada ignorancia del libre mercado. Por último, aunque la relación podría seguir, el anuncio del Gobierno de que prepara una reforma de la Administración en la que el acceso a los cuerpos de elite del Estado se hará más por “aptitud y actitud” y menos por “conocimiento”, indica claramente el objetivo de conseguir un funcionariado adicto con total desprecio de los principios de mérito, capacidad, independencia y objetividad. No es extraño que la idea haya surgido de Miquel Iceta, que nunca pasó de los primeros cursos de su fallida licenciatura. Por supuesto, lo fácil y consolador es acusar de catastrofistas y alarmistas a los que señalamos la infiltración venenosa en nuestro edificio constitucional de doctrinas probadamente fracasadas allí donde se han ensayado para desgracia de los pueblos que han sido utilizados como cobayas de experimentos arrasadores de ingeniería social, pero el problema de este tipo de procesos, tal como ha demostrado amargamente la experiencia histórica, es que una vez instalados adquieren carácter irreversible por su capacidad de eliminar todos los mecanismos de protección del imperio de la ley, la democracia y la libertad. Si queremos mantener a España dentro del perímetro civilizatorio de la cultura política y ética occidental hemos de permanecer constantemente alerta y utilizar con acierto y decisión los instrumentos legales, ideológicos y políticos que nos alejen del modelo venezolano instaurado por el siniestro espadón que comenzó la transformación de uno de los países potencialmente más ricos del mundo en el piélago de miseria, emigración despavorida, terror y narcotráfico en el que en estos días bracean y apenas sobreviven desesperados los venezolanos. Artículo de ALEJO VIDAL-QUADRAS. Vía VOZ PÓPULI.

jueves, 3 de febrero de 2022

LA BELLEZA

Artículo de BELÉN GONZÁLEZ Vía MURCIAPLAZA Burl Yves decía a Paul Newman en La gata sobre el tejado de zinc que "la verdad es dolor, sudor, pagar deudas (...), los sueños malogrados, y el nombre que no aparece en los periódicos hasta que uno se muere". Pero, si bien es cierta esta afirmación, quién no necesita pequeños acontecimientos que complazcan al espíritu para sobrevivir a nuestra realidad diaria; quién no necesita la delicadeza para hacerse fuerte y que no se le endurezca el corazón; quién no necesita tratarse bien y que lo traten bien para lograr el equilibrio; quién no necesita un refugio, un abrazo, una caricia, una patria; quién no necesita la belleza. Dice Javier Gomá que "las obras más perfectas (…) atraen con el paso del tiempo, a veces no sin vacilaciones iniciales, la admiración de las personas de buen gusto y, después, suscitan la aclamación general de la sociedad, que las recibe como modelos y las integra con orgullo en el glorioso canon patrio". El éxito incontestable de estas obras, que emanan de unos pocos, nos impregna de dignidad de forma individual cuando, como colectivo, reconocemos su importancia mediante actos llenos de belleza como el que Emmanuel Macron -y por ende los franceses- dedicó a Jean-Paul Belmondo en París tras su fallecimiento, en el que una orquesta interpretaba de forma rotunda la composición Chi Mai del italiano Ennio Morricone al paso del féretro adornado con la bandera de Francia. Sentí que no sólo era un homenaje al trabajo de Belmondo, sino a los franceses, a Occidente, a nuestras costumbres, a nuestro modo de ver la vida, a nuestras obras y, por qué no decirlo, a cada uno de nosotros mismos a título individual. . Al igual que el posterior homenaje a Joséphine Baker, fue un gran y bello acto de patriotismo capaz de iluminar en cada uno de los franceses una identidad necesaria en un momento en el que no somos plenamente conscientes de la necesidad de la defensa de nuestros derechos y libertades en un mundo globalizado en el que España es frontera. Dicen expertos vinculados al Ministerio de Defensa que, ante una invasión, un porcentaje alarmante de la población española no se defendería al no existir una cultura en esta materia, porque a los partidos políticos no sólo no da votos comunicar esta necesidad de formación -no militar sino en defensa en términos generales- sino que se los quita. No vemos que la seguridad es un concepto global, como afirma el diplomático Nicolás Pascual de la Parte, y que posibilita la actividad normal del ciudadano cuando, a modo de ejemplo, comercia o viaja, siendo un bien público nacional. Estas libertades habituales nuestras que asumimos en Occidente con la naturalidad de la costumbre, distan mucho de ser algo al uso en otras partes del mundo, de ahí la importancia de ser capaces de identificarlas como algo valioso y de defenderlas, puesto que en algunos lugares del planeta, ni el nombre aparece en los periódicos cuando uno fallece, ni existen los sueños, ni pueden llegar a malograrse, quedando la vida reducida a sudor y a dolor. Todo esto nos lleva a pensar en la necesidad de una Europa más fuerte y cada vez con más políticas comunes ahora que dicen que estamos ante una nueva Guerra Fría y la tensión aumenta tras la posición de Rusia sobre Ucrania. Afirma Josep Piqué, que de la respuesta de Occidente tomará buena nota China respecto a su reivindicación de Taiwán. Pero, ¿qué se espera de un comportamiento patriótico en el siglo XXI? Desde la responsabilidad individual, lo primero que se me ocurre es no contribuir a la agitación de las masas; lo segundo, estar vigilantes ante las amenazas a nuestro Estado de Derecho que puedan provenir tanto de dentro, como de fuera; lo tercero, no dar pábulo a mercaderes de falsos remedios; lo cuarto, pensar que con nuestro iter laboral, profesional e intelectual, podemos ayudar al bienestar del resto de los españoles en la medida de nuestras posibilidades en un mundo cada vez más competitivo en el que no debemos caminar separados porque cada uno de nosotros somos una pieza importante del engranaje de España. Pero también hemos de ser conscientes de que un patriotismo sano también se alimenta de la belleza y que ha de ser sutil para que este arraigue en las almas y no sea percibido como algo tosco o banal que, a la postre, despierte un eterno conflicto entre los ciudadanos perdiéndose en batallas estériles. El pasado domingo, coincidiendo con el cumpleaños del Rey Felipe VI, vimos la belleza del esfuerzo, de la elegancia y del patriotismo sutil en Rafa Nadal al ganar su Grand Slam número 21, convirtiéndose así en el mejor tenista de la historia, siendo hoy nuestra bandera un motivo de concordia con un significado profundo basado en lo que nos une.