domingo, 20 de noviembre de 2022
Médicos y enfermeros: ¡adiós mi España querida!
domingo, 13 de noviembre de 2022
Otro año más de barra libre para gastar lo que quiera
EL MALESTAR POLÍTICO
He dudado si comenzar el diccionario con un fenómeno tan difícil de precisar. Me ha animado a ello la información que he guardado sobre el movimiento francés de los “chalecos amarillos”. Pierre Rosanvallon considera que lo peculiar de este movimiento es que no puede identificarse con otras revueltas, protestas o movilizaciones anteriores (Rosavallon, P. Les épreuves de la vie, Seuil, 2021). Se trata de un “malestar convergente”. En primer lugar, por su procedencia social: hay obreros, empleados, artesanos profesionales liberales, jubilados. Además, porque no había una reivindicación concreta. El movimiento comenzó por la subida de un impuesto. Pero lo que les ha unido ha sido el sentimiento de haber sido despreciados. El deseo de reconocimiento es una de las grandes fuerzas políticas.
“En este momento, en muchos países avanzados podríamos hablar del “malestar dentro del estado del bienestar”.
Es difícil definir el malestar. No es el sufrimiento, ni la guerra, ni la pobreza. Es, podríamos decir, una inquietud, una irritación, una incomodidad sorda y constante. Quizá la mejor definición sea la de la Enciclopedia Espasa de 1919: “sensación vaga e indefinible de mal funcionamiento orgánico, general o local”.
En este Diccionario tendremos que incluir también el término “bienestar político”. En este momento, en muchos países avanzados podríamos hablar del “malestar dentro del estado del bienestar”. Hace unos años, la revista Time tituló en portada: “¿Por qué si estamos tan bien nos sentimos tan mal?”. Solo voy a ocuparme de su significado político.
Isabel Ortiz, de la Columbia University, y colaboradores han estudiado los movimientos de protesta en su libro “World Protests: A Study of Key Protest Issues in the 21st Century”. Han analizado cerca de tres mil casos en 101 países durante el periodo 2006-2020. Han detectado cambios. Desde 2006 las protestas sobre reivindicaciones concretas se hicieron más políticas, suscitadas por el mal funcionamiento de las democracias, decepción con los políticos y falta de confianza en los gobiernos. Disminuyeron las protestas con objetivos concretos (p.e. la reforma educativa) y surgieron “ómnibus protests”, en las que convergen muchos objetivos diferentes, reclamando, por ejemplo, una “democracia real”. Al menos 52 de esos actos movilizaron a más de un millón de personas y en el 42% de los casos se consiguieron algunos cambios. Raymond Aron dio una explicación del malestar político en las naciones democráticas: las expectativas no se cumplieron. “Las modernas sociedades democráticas -escribió- invocan ideales en gran medida irrealizables y a través de la voz de sus gobernantes aspiran a un dominio inaccesible de su destino”. (Aron, R. Autobiografía, Alianza, 1985, pp. 122-123). Sostuvo una tesis que tendré que comprobar. Según él, no es la pobreza o la escasez la que incitan a la revolución, sino la interrupción del bienestar. “El Reinado de Luis XVI fue la época más prospera de la Antigua Monarquía, y ésta misma prosperidad precipitó la Revolución”. Es la quiebra de las expectativas la que desencadena el descontento público y la revolución, que “acentúa y va en aumento el odio a las antiguas instituciones” y añade: “Cabe decir que a los franceses les pareció más insoportable su posición cuanto mejor era. Hechos así producen asombro —añade—; la historia está repleta de espectáculos semejantes”. Ya veré si esto es verdad.
El malestar puede derivar en resentimiento, en indignación, en acciones violentas, pero me gustaría lexicalizar ese “estado embrionario”, que resulta tan evidente y tan esquivo como el de “clima emocional”. En la película “Network”, de Sídney Lumet, un predicador moviliza a millones de espectadores con una única consigna. “Gritad: ¡Estoy harto!”. Algo parecido sucedió con el movimiento Indignados, estimulado por éxito del panfleto del mismo título de Stéphane Hessel, que en España dio lugar al movimiento 15 M, y a la posterior aparición de Podemos. En el caso de los gilets jaune, como en el de otras manifestaciones del malestar las reclamaciones no son generales, no son de clase, son biográficas: “Es que no puedo encender la calefacción”, “Es que mis hijos no encuentran trabajo”, “Es que cuando he pagado la hipoteca, la luz, el agua y la comida no me queda nada”. Nadie dice “Nosotros, los chalecos amarillos…”, sino ”mi problema es este”. Esto sucede en todos los movimientos populistas, que triunfan mientras se apoyan en ese “malestar político”, pero fracasan cuando tienen que diseñar soluciones para los problemas individuales o diseñar programas generales. En todos ellos, también en el de los chalecos amarillos, había un rechazo a la representación, a los partidos políticos, a los sindicatos, a los portavoces: las redes permitían intervenir a los individuos. En especial Facebook ha tenido protagonismo.
Los populismos han reconocido la importancia de estos “motores afectivos” (expresión de Íñigo Errejón, (Cf. Mouffe, C. y Errejón, I., Construire un peuple. Pour une radicalisation de la démocratie, Cerf, Paris, 2017, pp. 96-99). “Los partidos populistas -escribe Rosanvallon- se han convertido en empresario de emociones. Dan forma al “descontento” social actuando como fuerzas del resentimiento, de la indignación, de la amargura o de la desconfianza que se expresan de manera difusa”
“Nos quedamos en su “pórtico afectivo”: el malestar”.
El “malestar político” puede acabar centrándose en un sufrimiento concreto y provocar revueltas. Los motines del trigo, las rebeliones luditas contra la mecanización, los movimientos feministas, las “insurrecciones de las barricadas, tan frecuentes en Paris de 1827 a 1871, por ejemplo. Pero ya tendremos ocasión de hablar de ellos. En esta entrada nos quedamos en su “pórtico afectivo”: el malestar.
Artículo de JOSÉ ANTONIO MARINA en su DIARIO DE UN INVESTIGADOR PRIVADO.
domingo, 6 de noviembre de 2022
LA ECONOMÍA Y LAS EMOCIONES
Desde Adam Smith, que escribió además de La riqueza de las naciones una Teoría de los sentimientos morales, la economía ha estado relacionada con la psicología. Sin embargo, la utilización de modelos abstractos y matemáticos marginó este enfoque. Es cierto que Keynes habló de la influencia de los animal spirits, de las emociones, en la toma de decisiones económicas, que consideraba en gran parte irracionales. Dos premios Nobel de Economía, George A. Akelrod y Robert J. Shiller utilizaron esa expresión como título de uno de sus libros: Animal spirits: Cómo influye la psicología humana en la economía (Gestion,2000). Me sugiere este comentario la concesión del Nobel de Economía a Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos durante dos períodos de 2006 a 2014, quien «demostró en un trabajo de 1983, con análisis estadístico y fuentes históricas, que el pánico bancario conducía a la quiebra de los bancos y que este fue el mecanismo que convirtió una recesión relativamente ordinaria en la depresión de los años 30, la crisis más dramática y severa del mundo que hemos visto en la historia moderna», dijo John Hassler, miembro del comité del Premio Nobel de Economía. Esto interesa al “proyecto gamma”. No sólo por la función económica del pánico, sino por lo que supone emocionalmente vivir una crisis económica.
¡Bienvenidos al club de la “psicohistoria pasional”!
Ha llegado el tiempo de la “economía conductual” lo que exige tener en cuenta las emociones. ¡Bienvenidos al club de la “psicohistoria pasional”! Un psicólogo, Daniel Kahneman fue galardonado con el Nobel, premio que también recibió Robert Thaler, gran defensor de esa renovada Economía. Pero el filón no está explotado. No basta con estudiar los componentes motivacionales de la actividad económica, si previamente la hemos separado de la vida diaria y de los movimientos sociales. La pobreza es un fenómeno económico, que no se capta con estudios estadísticos, sino conociendo como se ha vivido y vive la pobreza, a lo largo de los siglos. En El deseo interminable he aprovechado las obras del historiador inglés Edward P. Thompson que dedicó gran parte de su obra a estudiar las rebeliones sociales. Tenía la convicción de que las rebeliones motivadas por los comienzos de la industrialización no eran solo la demostración de una situación económica insoportable, sino que estaban impulsadas por expectativas morales (E.P. Thompson, “The Moral Economy of the English Crowd in the Eighteenth Century”, Past and Present, nº 50,1971, pp. 76-136. Thompson, E.P. La formación histórica de la clase obrera, Laia, Barcelona, 1977. Gauthier, F., De “la economía moral” a “la economía política popular”: la fructífera intuición de Edward P. Thompson”, Sociología histórica, 3/2013:397-426).
También he aprovechado la Historia económica de la felicidad, de Emanuele Felice que recorre la historia de la relación entre desarrollo económico y felicidad, preguntándose si la prosperidad material hace más felices a los seres humanos.
Artículo de JOSÉ ANTONIO MARINA Vía su "Diario de un investigador privado"
DESFASCISTIZACIÓN DEL FASCISMO
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