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martes, 28 de marzo de 2023

MI HISTORIA DE AMOR CON LAS SOLUCIONES

Hace unos días dejé constancia en este Diario de que había decidido escribir una “Historia de las soluciones”. Repasando mi memoria y mi Archivo pienso que no es más que el desenlace de una larga historia. Siempre he admirado -o tal vez envidiado- a quienes encuentran soluciones a los conflictos o a los problemas. Me han contado que de niño me divertía haciendo muchos nudos en una cuerda y deshaciéndolos pacientemente. Solucionar significa precisamente deshacer nudos. Me interesaron mucho las matemáticas porque es la única disciplina que tiene en su ADN la resolución de problemas. Guardo desde hace años un ejemplar gastado de How to solve it, un libro clásico de Georges Polya, en el que está subrayada una frase: “Resolver problemas es un arte práctico, igual que nadar o jugar al futbol (…) Si alguien desea aprender a nadar debe tirarse al agua, y si alguien desea ser un buen resolvedor de problemas debe resolver problemas”. También recuerdo la contagiosa pasión por este tema de Miguel de Guzmán, y la importancia que daba a “familiarizarse” con el problema antes de intentar resolverlo. La filosofía debería tener esa vocación solucionadora, pero se ha demorado con delectación en los problemas, tal vez paralizada por una cierta desesperanza de poder resolverlos. En el proceso formativo de los políticos -esa gran disciplina cada vez más necesaria- debería desarrollar la habilidad para encontrar soluciones. El talento político que deberíamos desarrollar consistiría en convertir los conflictos en problemas. Veo aparecer y reaparecer el tema en todo lo que he escrito. La Teoría de la inteligencia creadora interpreta la creatividad como la búsqueda de soluciones a problemas. En Ética para náufragos escribí que las morales históricas “son breviarios de soluciones”. “Muchas normas son resúmenes contundentes de soluciones a problemas ya olvidados. Soluciones que podrían explicarse, pero cuya eficacia aumenta si se imponen por la vía expeditiva de la obligación moral”. En Competencia social y ciudadana dediqué un capítulo a la resolución de conflictos. Me parecía que había que introducir este enfoque en la educación. Todos vamos a tener que enfrentarnos con dificultades y problemas y conviene que aprendamos a resolverlos. En esa época me interesaron mucho las investigaciones sobre el “coping”, el modo de afrontar las dificultades. Los expertos señalan que hay dos actitudes frente a los problemas personales. Intentar resolverlos o intentar eliminar las emociones desagradables provocadas por los problemas. En este caso, se busca la negación del conflicto, la huida, la tranquilidad emocional por cualquier medio, da igual que sea el yoga, un viaje o una droga. Para Escuela de parejas estudié a John Gottman y su teoría de que lo importante no es que haya conflictos, sino como se resuelvan. Cuando giré hacia la Historia, la preocupación por el enfoque aporético, problemático, me siguió. Expliqué en El deseo interminable que la historia puede entenderse como un continuo, azaroso y con frecuencia equivocado esfuerzo por resolver el problema de la felicidad. Embarcado ya en la Historia de las soluciones necesito averiguar si la historia puede considerarse una búsqueda continua de soluciones de suma positiva, en la que todos los afectados encuentren respetadas sus “pretensiones legítimas”, es decir, sus presuntos derechos. Esa es la tesis de Robert Wright en Nadie pierde, Tusquets, 2005. Y también de Steven Piker en Los ángeles que llevamos dentro, Paidós, 2012, p. 124). Ambos son optimistas históricos y hay que ponderar adecuadamente sus argumentos. Recordaré al lector que “juegos de suma cero” son aquellos en que uno gana y otro pierde. Esa es la estructura del conflicto, del enfrentamiento en que sólo puede haber un vencedor. Los juegos de suma positiva son aquellos en que todas las partes pueden tener un beneficio. El comercio, por ejemplo. Y los de suma negativa son aquellos en los que todos pierden, como la guerra total. A la pregunta que me intriga – ¿es posible una política de suma positiva? – las ideologías responden de manera diferente. Los conservadores suelen pensar que el desarrollo es un juego de suma positiva, porque beneficia a todos. Los progresistas, que es de suma cero, porque solo beneficia a unos privilegiados. Los conservadores piensan que si se aumentan los derechos de unos disminuyen los de otros (suma cero); los progresistas que la ampliación de derechos beneficia a todos. Los conservadores piensan que cambiar el statu quo, las instituciones, es bueno para unos y malo para otros (suma cero), mientras que los progresistas piensan que es bueno para todos. Shai Davidai piensa que, a pesar de esas diferencias, los estadounidenses tienden a interpretar la política como un juego de suma cero, una historia de vencedores y vencidos, lo cual le parece un error. Esta suposición penetra los debates políticos. Por ejemplo, muchos americanos piensan que el descenso de los prejuicios antinegros ha sido seguido por un aumento de los prejuicios contra los blancos. La protección a la mujer, supone una desprotección de los hombres. Los negociadores que asumen que sus intereses son opuestos a los de sus contrincantes con frecuencia no contemplan los acuerdos que podrían ser beneficiosos para ambos y por lo tanto fallan en conseguir soluciones win-win. Las consecuencias adversas del pensamiento de suma cero especialmente prevalente en la política USA son la incapacidad para reconocer la compatibilidad de los valores de ambas tendencias. (Davidai, S., & Ongis, M. (2019). The politics of zero-sum thinking: The relationship between political ideology and the belief that life is a zero-sum game. Science Advances, 5, 3761). Esta actitud caracteriza lo que he llamado “política ancestral”, basada en el conflicto, y puede convertirse en una profecía que se autorrealiza por el hecho de enunciarla. Si creo que la única solución es vencer, voy a desencadenar las hostilidades. La teoría política de Carl Schmitt sería un ejemplo. La “política ilustrada”, en cambio, contemplaría la posibilidad de plantear los enfrentamientos en formato “problema”, lo que permitiría una solución de suma positiva, win-win. El talento político que deberíamos desarrollar consistiría en convertir los conflictos en problemas. Lo que nos interesa saber es si esa solución es posible o es solamente una consoladora utopía. Para muchos autores, el comercio -suma positiva- conduce a la paz. Para otros, no. John Gaddis escribe: “Son cosas agradables en las que creer, pero hay poquísimas evidencias históricas que les den validez” (The long peace: Inquiries into the history of the Cold War, Oxford University Press, 1989). En Biografía de la inhumanidad he contado el éxito que tuvo en 1910 el libro de Norman Angell La gran ilusión. Años después ganó el Premio Nobel de la Paz. Su tesis era sencilla y racionalmente irrefutable: la interdependencia financiera y económica de las naciones hace imposible una guerra, porque si la hubiera, el vencedor sufriría tanto como el vencido, por lo que nadie sacaría ningún beneficio” (p. 20). Ian Morris, ha dedicado un grueso volumen – Guerra ¿para qué sirve? – a intentar demostrar que la guerra ha tenido un papel esencial en el progreso de los pueblos. No estoy de acuerdo con esta tesis. Me parece más adecuado distinguir entre “conflicto” y “problema”. En el planteamiento de la historia como conflicto asistimos a un desfile de triunfadores y perdedores. En el planteamiento de la historia como problema, el único vencido debe ser el problema. Lo que me interesa es asegurarme de que esta tesis es verdadera.
Artículo de JOSÉ ANTONIO MARINA en su Blog DIARIO DE UN INVESTIGADOR

domingo, 26 de marzo de 2023

Reformar las pensiones, quemar las calles

Imagen de las protestas en Francia EFE
Arde Francia, paralizada por un Gobierno que parece haber perdido el control del orden público y sometida al terror organizado de una ultraizquierda que cada noche sopla las brasas de una Revolución que, más de 200 años después de la original, encuentra en la negativa radical a aceptar cualquier reforma que ponga en riesgo el nivel de vida del francés medio la mecha lista para incendiar la calle. Por la mañana, piquetes de sindicalistas levantan barricadas interrumpiendo el tráfico, ocupando rotondas y bloqueando accesos a centros comerciales o industriales. Por la tarde-noche, y al amparo de las manifestaciones autorizadas, grupos organizados de ultraizquierda se lanzan a quemar todo lo que encuentran a su paso, desde las montañas de basura que la alcaldesa Anne Hidalgo ha dejado amontonar en las calles de París, hasta vehículos, mobiliario urbano, escaparates… El objetivo prioritario, naturalmente, son las fuerzas del orden. Es gente más joven, más urbana y más politizada que los "chalecos amarillos” de la Francia profunda, convertidos en encarnación de la ira contra todo lo establecido. Con perfecta estrategia de guerrilla urbana, encapuchados y de negro, juegan al gato y al ratón con miles de policías y con los temibles Brav-M, cuerpo motorizado de intervención rápida. A todos dan esquinazo desapareciendo antes de las cargas, para reaparecer después en grupos muy numerosos en lugares desprotegidos en los que volver a sembrar el caos. “Sin previo aviso, los matones se dispersan y luego se reagrupan repentinamente para multiplicar los disturbios”. Más de 930 incendios se reportaron en París el jueves, con cientos de policías heridos, algunos de extrema gravedad. Grupos de extrema izquierda son los que se han adueñado de París, Marsella, Nantes, Amiens, Dijon, Brest y tantos otros lugares. Con un Macron superado por los acontecimientos, condenado, o eso piensa mucha gente, a retirar una reforma claramente insuficiente para las urgencias de las finanzas públicas galas, que apenas pretende aumentar de 62 a 64 años la edad de jubilación. Un Macron que se ha visto obligado a aceptar la humillación de solicitar a Londres un aplazamiento de la visita oficial de Carlos III, lo que supone reconocer que París no puede garantizar el viaje real en condiciones de seguridad. Un episodio que muchos han interpretado como una señal más del colapso, del declive general de un país obligado a aceptar reformas drásticas para seguir instalado entre los países punteros de la UE, un país que soporta una deuda pública que ha superado ya los 3 billones, con una desindustrialización galopante (déficit comercial de 160.000 millones en 2022), con pérdida de nivel de vida culpa de la inflación (entre 9 y 10 millones de pobres según el INSEE, el INE galo), con aumento de la pobreza (casi 2,5 millones dependiendo de ayudas alimentarias), con una importante tasa de paro, pero también con aumento de la violencia, con barrios enteros convertidos en guetos de la inmigración en los que resulta arriesgado adentrarse a ciertas horas, con una sanidad pública en declive, con un sistema educativo, antaño viejo orgullo patrio, en caída libre… Un episodio que muchos han interpretado como una señal más del colapso, del declive general de un país obligado a aceptar reformas drásticas para seguir instalado entre los países punteros de la UE, un país que soporta una deuda pública que ha superado ya los 3 billones y con una desindustrialización galopante" Los responsables de este en apariencia inevitable viaje de Francia hacia el abismo son varios. Naturalmente que los líderes de los partidos con representación en las Cámaras, que han permitido este clima casi insurreccional por puro interés partidista. Lamentable el papel de la derecha republicana (LR), con parte de su representación jugando a la “revolución”, aunque nada comparable al de Jean-Luc Mélenchon, líder de la coalición de izquierda Nupes (LFI, socialistas, comunistas y ecologistas), ese moderno Lenin que, más que dispuesto a pescar en río revuelto, parece buscar la destrucción del país. Naturalmente, unos sindicatos a los que está afiliado apenas el 9% de los trabajadores y que parecen haber perdido el control de la protesta a manos de esa ultraizquierda, con sus “matones” al frente, dispuesta a echarle un pulso al Estado. “Acostumbrados al sentimiento de impunidad que les ha permitido durante años sembrar el terror en nuestras calles, los matones de la izquierda radical se han embarcado en su siniestro ritual de destrucción. ¿62 o 64 años, qué más da? Su único objetivo es humillar al Estado y derribarlo”, escribía el jueves Trémolet de Villers, editorialista de Le Figaro. Como ocurre en España, la conducta de esa extrema izquierda siempre encuentra plácido acomodo, disculpa puntual en gran parte de los medios de comunicación franceses, por no hablar de la intelectualidad gala. Siempre dispuestos a justificar los excesos de la izquierda comunista, siempre listos para cargar las tintas contra la derecha dura. Una derrota, conviene aclarar, que empieza por el lenguaje. En efecto, la palabra “extrema” solo se aplica a la derecha (así, extrema derecha o ultraderecha), nunca a la izquierda. En Francia, como en España.
Artículo de Jesús Cacho Vía VOZ PÓPULI

martes, 7 de marzo de 2023

Las nuevas fronteras de la red: METAVERSO, ALGORITMOS, «BLOCKCHAIN»

© iStock / Khanchit Khirisutchalual
Desde hace algún tiempo, los términos «metaverso», «algoritmos» y «blockchain» aparecen en las ocasiones y contextos más diversos. En cuanto al metaverso, incluso una simple búsqueda revela el vertiginoso crecimiento en el uso del término en artículos, enlaces, vídeos, blogs. Sólo en el año 2021, la frecuencia con que se lo menciona aumentó un 7.200% respecto a 2020: 12.000 artículos en inglés, frente a los menos de 4.000 del año anterior[1]. El mismo Facebook envió un mensaje revelador: el 28 de octubre de 2021 cambió su nombre por el de «Meta» y está diseñando un tipo especial de visor, llamado «Oculus», que permitirá a la gente entrar en el metaverso de forma similar al acceso social que practican actualmente mediante los dispositivos electrónicos. Para muchos, sin embargo, esta palabra no parece significar mucho más de lo que evoca. ¿De qué se trata? Un poco de historia El término «metaverso» apareció en la literatura en 1992, año en que se publicó la novela de ciencia ficción Snow Crash, de Neal Stephenson. En ella, el metaverso describe un planeta, dos veces mayor que la Tierra, que envuelve y cambia todas las esferas de la vida humana. La visión que muestra la novela, en línea con la vertiente de ciencia ficción actual, no es positiva, sino distópica. Presenta la posibilidad de asumir múltiples identidades para escapar de la situación frustrante y banal del mundo real, para entrar en el convincente y prestigioso mundo del metaverso[2]. Si entendemos el metaverso como un mundo paralelo, la idea nació mucho antes de la novela de Stephenson. Un relato de Stanley Weinbaum de 1935, Las gafas de Pigmalión, presentaba un nuevo dispositivo capaz de ofrecer películas en las que el espectador «está dentro de la historia, habla con las sombras y las sombras le responden, y en lugar de estar en una pantalla, la historia le rodea y él está en ella»[3]. Una herramienta no muy diferente de lo que Google y otros gigantes digitales han intentado crear décadas después. Los ejemplos literarios podrían multiplicarse[4]. A medida que fue avanzando la historia, puede decirse que algo de lo que preveían aquellas narraciones se ha hecho realidad, y, por tanto, puede conjeturarse que una parte cada vez más importante de nuestro tiempo – laboral, relacional, recreativo, afectivo – se vivirá en ese entorno virtual aumentado. Esto no sólo implicará la presencia de un mundo paralelo, sino un creciente poder de influencia en la conducción de la vida por parte de las empresas que lo gestionarán, tanto más si una de ellas consigue tener el monopolio del mismo[5]. Conscientes de la complejidad de una cuestión que sigue siendo en gran medida hipotética, nos limitamos a presentar algunas posibles vertientes y las cuestiones que están en juego. ¿Qué es el metaverso? «Metaverso» es la unión de dos términos: meta (que en griego, como en inglés y español, significa «más allá») y verso, que es la contracción de la palabra universo. En línea con lo que se argumentaba en Snow Crash, no se trata de una aplicación o de un enlace, sino de un mundo real que cada cual puede crear a su gusto, y que está al mismo tiempo abierto a todos aquellos que, de común acuerdo, quieran formar parte de él. Algo todavía más hipotético que real, pero en lo que las grandes empresas están invirtiendo enormes sumas para desarrollar la tecnología que lo haría posible: 70.000 millones de dólares (Microsoft); 10.000 millones (Facebook-Meta); 1.600 millones (Unity Software); 39,5 millones (Google)[6]. El objetivo para el futuro es obtener ganancias de al menos 10 veces más en los próximos 3-4 años. A pesar de la dificultad para precisar su significado real, muchos parecen entender por este término la transición de la Web2 a la Web3. La Web2 se caracterizaba por la interactividad, como las redes sociales. La Web3 ofrecerá la posibilidad de una inmersión total en el entorno Web. De este modo, la información ocupará el lugar de las cosas, hasta el punto de hacer indistinguible la diferencia entre el mundo virtual y el físico. Aplicaciones cada vez más sofisticadas permitirán realizar todas las actividades y operaciones de la vida: las reuniones de negocios se celebrarán en salas virtuales, perfectamente reproducidas, con la presencia no sólo de colegas de todo el mundo, sino también de avatares que garantizarán un rendimiento óptimo. Permaneciendo en la propia habitación, será posible pasear por ciudades indistinguibles de su «gemela física», entrar en cines, museos, parques. Pero no faltará el aspecto relacional: unas tarjetas virtuales especiales (o token) permitirán acceder a clubes más o menos exclusivos. La gente incluso se ha casado en el metaverso, organizando una ceremonia completa con salones, invitaciones, alquiler de trajes, música y refrescos: todo igual que en los eventos físicos, aunque ese matrimonio, de momento, no tiene valor legal[7]. Las nuevas oportunidades también estarán relacionadas con la salud. Ya existen aplicaciones destinadas a supervisar y motivar actividades relacionadas con el bienestar, «diseñadas como “recordatorios para beber”, que instan a la gente a aumentar su consumo de agua; o wearable tools, que vibran y encienden una luz cuando la gente come demasiado rápido; o aplicaciones de “neuroseñalización”, que transmiten directamente impulsos eléctricos diseñados para energizar o relajar a las personas»[8]. Algunas de ellas, como StepN, permiten a quienes hacen los ejercicios propuestos ganar fichas informáticas con las que comprar objetos virtuales. La economía digital En este escenario sin precedentes hay, como siempre, ante todo un beneficio económico. Uno de los aspectos más importantes de la Web3 es precisamente la blockchain, las transacciones económicas. En el metaverso, las transacciones no son rastreables, no remiten a bancos ni a sitios institucionales, lo que permite a cualquiera realizar transacciones económicas sin costos, intermediarios ni impuestos, garantizando el anonimato total. Por eso muchos hackers, cuando bloquean un sitio importante (como ocurrió en Italia con la Agenzia delle entrate o la Regione Lazio) piden un rescate en moneda virtual. Las monedas son digitales, pero tienen poder adquisitivo real en comercios de distintas ciudades, como Lugano y Singapur. Bitcoin y Ethereum son las más conocidas, pero cientos de ellas circulan por la red, y al parecer un 20% de la población de EE.UU. las utiliza, con un importe total que ronda los 2 billones de dólares[9]. Los videojuegos son otro sector en expansión del metaverso, hasta el punto de considerarse, junto con la economía, el campo por excelencia de la Web3, frecuentado también por niños. Uno de los más populares es Roblox, en el que los participantes entran en el espacio de otras personas e invitan a otros amigos a participar. Algunos videojuegos permiten a pacientes ancianos o supervivientes de accidentes una terapia de rehabilitación más eficaz: gracias a ellos, uno puede ser seguido paso a paso por un asistente-avatar amable y competente, que siempre está disponible para realizar los ejercicios requeridos. Inscríbete a la newsletter Cada viernes recibirás nuestros artículos gratuitamente en tu correo electrónico. Incluso la psicoterapia, aún vista con reticencia por muchos, permitirá un acceso más fácil a ella, pues se superan las inhibiciones de la relación física, lo que permite hablar de los propios problemas con mayor comodidad (un aspecto, también este, señalado desde hace tiempo)[10]. Al ofrecer experiencias de inmersión total, el metaverso podría presentar oportunidades aún más eficaces para el tratamiento de trastornos psicológicos. Piénsese, por ejemplo, en las fobias. En terapia, se puede hablar de ellas, elaborar un programa en el que uno se comprometa a recorrer poco a poco los temidos espacios abiertos, o cerrados, pero para algunos incluso estos pasos graduales siguen siendo demasiado arduos. El metaverso permite pasar del plano de la sugestión a su inmersión operativa, recreando entornos apropiados, situaciones por las que transitar con la ayuda de un terapeuta avatar amable. De ahí su aspecto correctivo y, por supuesto, también su posible implicación manipuladora. Los juegos y la economía están tan entrelazados que son una llamativa fuente de ingresos, hasta el punto de que en algunos países, como Filipinas o Corea del Sur, se han convertido en una ocupación a tiempo completo. ¿Es realmente factible el metaverso? Aunque mucho permanece en un nivel hipotético, las posibilidades que ofrece el metaverso son ya inmensas, sobre todo en materia de educación y trabajo, como hemos visto durante el confinamiento. Sin embargo, su plena factibilidad está ligada a ciertos parámetros «físicos» que no pueden ignorarse. Uno de ellos es la energía. La implantación de ambientes virtuales supone un gasto energético muy elevado: una sola transacción económica equivale a lo que consume una familia estadounidense en tres días. El uso de la criptomoneda Ethereum requiere la cantidad de electricidad de toda Libia. Según el Cambridge Centre for Alternative Finance (CCAF), las transacciones de Bitcoin consumen 121 teravatios de energía al año, lo que equivale a la cantidad de naciones enteras como Polonia o Argentina, y supera a Países Bajos (108,8 TWh), Emiratos Árabes Unidos (113,20 TWh) y casi a Noruega (122,20 TWh). Para hacerse una idea de su magnitud, con 121 teravatios se podría alimentar a todas las calderas del Reino Unido durante 27 años[11]. La grave crisis energética actual hace aún más problemático ese consumo exponencial, con graves repercusiones políticas. De hecho, la continua demanda de energía ha llevado a la «criptocomunidad» a invertir en países que la revenden a precios más bajos, provocando el colapso del sistema. Esto es lo que ocurrió en Kazajstán a principios de 2022: al no poder satisfacer la creciente demanda de energía necesaria para calcular las criptomonedas, y no haber obtenido los beneficios económicos deseados, el Gobierno se vio obligado a subir el precio considerablemente, con repercusiones en los bienes de consumo, la inflación y la incapacidad de un segmento cada vez mayor de la población para hacer frente a la nueva situación. Como consecuencia, las crecientes protestas y el malestar en todo el país provocaron la dimisión del ministro de Innovación, Askar Zhumagaliyev, y la rápida migración de los mineros de bitcoin a otras costas más hospitalarias, donde, sin embargo, pronto se recreó la misma situación de crisis[12]. El otro punto incierto es precisamente el mundo blockchain. Si, como se supone, es un aspecto esencial del metaverso, su viabilidad será muy difícil, no sólo por los costes energéticos, sino sobre todo por la ausencia de un control estructural. Es precisamente la falta de órganos de control lo que podría provocar crisis que se desencadenan con facilidad y que son muy difíciles de gestionar. El Gobierno de Estados Unidos decidió tomar medidas contra el sistema mixto Tornado Cash (que alcanza un valor estimado de 75.000 dólares cripto), prohibiéndolo el 8 de agosto de 2022, y en Holanda uno de sus operadores fue detenido acusado de blanqueo de capitales para financiar acciones delictivas. Y lo que es más importante, el mercado de criptomonedas no tiene – ¿pero podrá tenerlo alguna vez? – su propia regulación codificada y reconocida internacionalmente, poniendo de manifiesto una peligrosa inestabilidad: Bitcoin y Ether experimentaron en mayo de 2022 un dramático desplome, perdiendo el 57 y el 70% de su valor. Otro punto crítico es la contaminación. Las energías renovables no son una política compartida, y varios países – como China y Kazajstán – prefieren el carbón y el petróleo (o la energía nuclear). Las compras en línea son cómodas, pero tienen un precio muy alto en términos ecológicos. En el año 2020, las emisiones de dióxido de carbono de los grandes minoristas alcanzaron picos preocupantes: 60 millones de toneladas (Amazon), 38 millones (UPS), 29 millones (DHL), 19 millones (FedEx), 18 millones (Walmart). Aunque el metaverso sigue siendo hipotético, muchos de sus problemas son realidades. Los costos en términos humanos Otro debate se refiere a las consecuencias en términos de calidad de vida. Ya nos encontramos cada vez más ocupados en «actividades paralelas», que discurren al margen de lo que deberían ser las verdaderas prioridades, pero que ocupan la mayor parte de nuestro tiempo: «Somos como el rey Sísifo empujando su piedra colina arriba: leemos, contestamos, borramos, reenviamos, sólo para descubrir que han llegado otros mensajes mientras estamos escribiendo el mismo correo electrónico. Un estudio del Wall Street Journal sobre 15.000 personas demostró que los profesionales pasan más de la mitad de la semana laboral estándar en reuniones: veintiuna horas y media»[13]. La cantidad de reuniones al día en los últimos dos años ha aumentado un 250%, por lo que las tareas laborales (correos electrónicos, informes, investigación, etc.) quedan relegadas al final de la jornada, restando tiempo al descanso. Además, la inflación de reuniones y actividades realizadas únicamente para preparar el trabajo que debemos realizar disminuye el rendimiento efectivo, afectando a la producción real de riqueza. La web corre el riesgo de reducirse a transacciones que consumen tiempo y energía sin afectar al producto final. Pero, sobre todo, al confundir lo virtual y lo real, todo se convierte en trabajo y cada vez es más difícil desconectarse, porque incluso los descansos, el ocio, los intereses y las relaciones están impregnados de lo digital. Por otro lado, la peculiar característica de la web es que nos incita a estar conectados lo máximo posible para conocer las últimas notificaciones, posts, mantener o superar el número de seguidores y el nivel de engagement, aprovechando las ventajas que otorga el algoritmo de turno, y esto no sólo a nivel personal, sino también a nivel corporativo[14]. Con consecuencias para la salud y la capacidad de ser eficiente, registrando niveles preocupantes de estrés y ansiedad que afectan la calidad del sueño, acortan las pausas para realizar actividades físicas esenciales y son perjudiciales no sólo para la salud, sino también para el bienestar, el rendimiento intelectual, la creatividad y el equilibrio psicológico[15]. En 2014, tres neurocientíficos – John O’Keefe, May-Britt y Edvard Moser – ganaron el Nobel de Medicina con el descubrimiento de las neuronas Gps, cuyo nombre no es casual: facilitan la localización personal y ayudan a configurar la memoria autobiográfica y la identidad social. Estas neuronas se activan cuando se asiste a lugares físicos bien definidos: se es alumno o profesor al entrar en un aula, o administrativo en la oficina, atleta en el campo de deportes, etc.; también se memorizan personas y acontecimientos en función del encuentro en la vida física[16]. Son precisamente las neuronas Gps las que parecen ser la causa del malestar que a menudo sienten quienes se someten a sesiones de inmersión total (full immersion): náuseas, sensación de vómito, problemas de visión son algunos de los síntomas provocados por la falta de localización física. Una situación similar a la de quienes realizan actividades en el coche – leer, escribir, consultar el iPhone – olvidándose de mirar por la ventanilla: se pierden los puntos de referencia y uno se empieza a sentir mal. La nueva tendencia del metaverso muestra que las relaciones físicas se están convirtiendo en un bien cada vez más escaso, sustituido por un número creciente de entornos virtuales, pero con un alto costo en términos de salud, especialmente para los niños pequeños: «Los niños que pasaban más de dos horas al día mirando una pantalla obtuvieron peores resultados en las pruebas de inteligencia emocional e intelectual. Lo más inquietante es que, durante los diversos estudios, se descubrió que los cerebros de los niños que pasan mucho tiempo frente a las pantallas son diferentes. En algunos, se observó un adelgazamiento prematuro de la corteza cerebral. Otro estudio encontró una asociación entre el tiempo pasado frente a una pantalla y la depresión»[17]. Relaciones virtuales Las relaciones también están experimentando cambios significativos. Desde hace tiempo, existen aplicaciones que permiten hablar con un asistente de voz, siempre cortés e informado de lo que se le pide: recuerda plazos, citas, pone la canción favorita, indica las tiendas más cercanas, la previsión meteorológica, acciona aparatos domésticos (luces, coche, aire acondicionado, puerta de casa). Actualmente hay muchos disponibles: Alexa, Google Assistant, Siri, Cortana, producidos por numerosas empresas multinacionales (Apple Inc., Amazon Inc., Alibaba Group, Bose Corporation, Samsung Electronics, Xiaomi, Alphabet Inc.) El asistente de voz también puede convertirse en un eficaz influencer: otro gran campo de inversión en el ámbito del marketing virtual, que pronto podría sustituir a los influencers de carne y hueso, ya que no envejecen, pueden funcionar continuamente, son mucho más baratos y son capaces de causar un impacto significativo en los compradores potenciales. Parece haberse hecho realidad lo que pudimos ver hace 20 años en la película S1m0ne, del director Andrew Niccol, donde el holograma de un avatar informático (Simone) provoca un éxito sin precedentes en términos de popularidad, exposición mediática y mensajes de amor de los espectadores que se enamoran de un personaje tan fascinante como misterioso. Una vez más, esto ya no es simple ciencia ficción, pues existe una inversión de unos 15.000 millones de dólares para desarrollar los influencers virtuales. En Italia, Zaira, una influencer que se describe a sí misma como genderless, hizo su aparición el 20 de marzo de 2022 y ya cuenta con 100.000 seguidores: el 45% son mujeres de entre 18 y 34 años, y el 15% muy jóvenes. Basándose en una enorme cantidad de información, Zaira da consejos, información, oportunidades de inversión y opciones de orientación en un tono suave y cautivador. Y pronto competirá con otros avatares que intentan captar clientes o cuotas de mercado en los malls del comercio electrónico. Este es otro aspecto del metaverso que también está creciendo rápidamente: se estima que el volumen de negocio pasará de 2.800 a 30.000 millones en menos de 10 años[18]. Pero los niños también crecen con estos nuevos inquilinos: ¿qué influencias pueden tener en su psique y su capacidad relacional? Los humanos tendemos a humanizar las máquinas, a atribuirles sentimientos, dando importancia y significado emocional a simples frases estereotipadas como «buenos días», «hola», «¿cómo estás hoy?»[19]. La ascendencia que pueden tener en un niño es enorme. Dona APOYA A LACIVILTACATTOLICA.ES Queremos garantizar información de calidad incluso online. Con tu contribución podremos mantener el sitio de La Civiltà Cattolica libre y accesible para todos. Un vídeo publicado por una madre en Tik Tok, que alcanzó rápidamente casi 4 millones de visualizaciones, muestra a un niño que no puede dormir y que recurre a la única presencia que siente a su lado, la asistente de voz Alexa. El niño le dice que quiere un papá. Alexa introduce el pedido en la lista de cosas a comprar, preguntando si quiere algo más. Pero el niño no pide nada más, sólo quiere un papá. El estudio de televisión que emitió el vídeo comentó la escena riéndose, sin sentir el dramatismo de aquella petición[20]. La búsqueda de una figura humana que pueda tranquilizar y, sobre todo, abrazar con calidez y ternura sigue siendo irreprimible en un niño. Al mismo tiempo, el niño no puede entender lo que los dispositivos electrónicos no pueden hacer por él. Esto también tiene graves consecuencias cognitivas: «Algunas investigaciones científicas nos dicen que, a los cuatro años, los niños aprenden más intentando leer junto a uno de sus padres que solos. Además del desarrollo del calor, la excitación fisiológica y las emociones, en ese preciso momento se crea el vínculo especial entre el niño y sus padres: de humano a humano»[21]. Un peligro que no hay que subestimar es la posibilidad de que los asistentes de voz sean pirateados por hackers sin escrúpulos, que podrían enviar mensajes destructivos a los niños que se quedan solos con este aséptico compañero. Con consecuencias dramáticas. Esa fue la razón por la que en Alemania se prohibió en 2017 la venta de una muñeca electrónica, Cayla, pues era especialmente vulnerable a la manipulación informática por parte de hackers malintencionados. La invasión de lo virtual en todos los ámbitos de la vida también registra una curiosa inversión de tendencia. Significativamente, las clases altas, incluidos los inventores y diseñadores del metaverso, prefieren la dimensión offline para ellos y sus seres queridos. Los creadores de redes sociales, iPhones y smarthpones, y los ejecutivos de los gigantes de Silicon Valley (eBay, Google, Apple, Yahoo, Hewlett-Packard, etc.) ponen límites precisos a sus hijos, sin preocuparse de ser impopulares o, como dice Chris Anderson (ex director de Wired y CEO de 3D Robotics), «fascistas». El hecho es que ninguno de ellos accede a iPhones y smartphones antes de una edad mínima establecida (normalmente 14 años), y pueden utilizarlos durante un tiempo determinado al día (normalmente 30 minutos). El ordenador se utiliza para fines estrictamente escolares: no se permite ninguna pantalla en el dormitorio, y en la mesa de comedor todo se apaga estrictamente para poder conversar. Se produce así una nueva inversión de la escala social: los más ricos huyen de la red y sus artilugios. Precisamente porque la dirigen, pueden permitirse el lujo de no responder a correos electrónicos, convocatorias de reuniones y llamadas telefónicas, para gestionar su tiempo en función de sus propios intereses[22]. En una época en que la mayoría tiende a vivir en la red, la minoría más adinerada se desmarca y aprovecha bienes que ahora se consideran lujos, como el contacto con la naturaleza y las actividades físicas, indispensables para el crecimiento intelectual y humano. ¿Una nueva «gobernanza»? La web, como cualquier invento, da con una mano y quita con la otra. El encanto de las nuevas y cada vez más atractivas oportunidades que ofrece la red corre el peligro de ocultar la segunda mano, que, sin embargo, hay que reconocer para seguir utilizando estos importantes inventos con libertad y no ser utilizados por ellos, generando nuevas formas de dominación. El creciente número de apps que regulan múltiples aspectos de la vida (salud, inversiones, ocio, relaciones afectivas, entrevistas de trabajo) están dirigidas por algoritmos que calculan el nivel óptimo a alcanzar. En este sentido, se habla de «algocracia» (término ya presente en el Cambridge Dictionary de 2019) para referirse a la gobernanza del futuro: hace tiempo que se ha confiado a los algoritmos el poder de tomar un gran número de decisiones delicadas, con consecuencias incluso graves para el futuro de millones de personas desprevenidas[23]. Al igual que la blockchain, el sistema algocrático tampoco conoce el control de un organismo central: en la práctica, goza de un poder absoluto, porque no responde ante nadie. Es comprensible el carácter problemático de esta tendencia, que evoca la pregunta de la República de Platón: ¿quién supervisa al supervisor? ¿Quién controla los algoritmos? A diferencia de los gobiernos democráticos, no es posible rastrear sus nombres, pero el poder que tienen es inmenso y cada vez más invasivo. Además, no hay posibilidad de intervenir en ellos ni de conocer el uso real del aluvión de información del que hacen uso cada vez que se accede a Internet. Si la democracia es la posibilidad de controlar a quién gobierna (Popper), o una forma de poder público (Bobbio), cabe imaginar escenarios inquietantes, combinados con dudas sobre la capacidad real de los algoritmos para resolver problemas complejos[24]. ¿Qué hacer entonces para evitar ser «colonizados» por el metaverso? El punto central no es si debemos utilizarlo o no (de hecho lo hacemos, y en varios casos simplifica muchas actividades), sino introducir normas precisas que establezcan su control, fiabilidad y límites. Por tanto, la cuestión es esencialmente ética: ¿es posible enseñar valores a las máquinas y a los motores de búsqueda? Algunos dicen que sí, y han introducido un neologismo al respecto, «algor-ética»[25]. Un valor importante es, por ejemplo, la transparencia. Si para entrar en un sitio se está obligado de hecho a aceptar cookies, un planteamiento ético exigiría saber a quién se enviará la información personal y qué uso se hará de ella. Cuando se llega al meollo de la cuestión, resulta que ni siquiera las aplicaciones de salud utilizan con celo los datos del usuario. Un estudio de 24 aplicaciones de mHealth (salud móvil) mostró que sus datos se compartían con otros 216 «proveedores de servicios», de los cuales sólo tres operaban en el ámbito de la salud[26]. Intentar una reflexión crítica y competente es un elemento indispensable para la libertad y la protección del bien común. Pero para que la ética entre en el mundo de los algoritmos (y sobre todo de sus operadores), es importante que sea actual. Aquí es donde entran en juego las instituciones. La Unión Europea promulgó en 2018 el GDPR (General Data Protection Regulation) para la protección de datos personales, que, sin embargo, hasta ahora no ha resultado muy eficaz. De hecho, en muchos casos se ha incumplido impunemente[27]. Una de las razones de este fracaso, señala Veronica Barassi, es que en la base de la protección se encuentra un concepto de privacidad demasiado ligado a la concepción individualista liberal, en detrimento de la dimensión global, sobre todo en un horizonte como el previsto por el metaverso. Esto constituye una grave aporía de la legislación actual, «que traslada gran parte de la responsabilidad a los padres, cuando éstos rara vez pueden elegir». Por eso, añade Barassi, hay que cambiar la perspectiva con la que se aborda el problema: «En lugar de preguntar a los padres qué pensaban de la privacidad de sus hijos, debí preguntarles cómo habían vivido los años de la gran transformación tecnológica, y si se habían dado cuenta de que cada vez se extraían más datos de sus hogares y de la vida de sus hijos»[28]. Estas nuevas cuestiones obligan a replantearse los dogmas del individualismo y el libre mercado – que vuelven a proponer en el ámbito digital el escenario mostrado por el capitalismo salvaje del siglo XIX – y a lanzar un debate público en el que participen instituciones y gobiernos. No en vano, una de las diferencias decisivas entre Internet y el metaverso es que nadie es dueño de Internet, aunque existan múltiples buscadores: cada uno de ellos simplemente permite entrar en él. Y es que el correo electrónico y la Web fueron introducidos y acompañados por instituciones públicas, gobiernos, universidades, centros de investigación, organizaciones sin ánimo de lucro. Si hubieran sido obra de particulares, quizá el resultado habría sido muy distinto. Hoy, por desgracia, son precisamente las instituciones públicas las grandes ausentes en este nuevo gran proceso. Y, conociendo a los directivos de las grandes empresas, es probable que el futuro no sea muy diferente de cómo lo han descrito los novelistas. Se trata de garantizar la democracia y la libertad en el complejo y fascinante, pero también inquietante, mundo del metaverso.
Artículo de GIOVANNI CUCCI publicado el 3 de febrero de 2023 en LA CIVILTÀ CATTOLICA Copyright © La Civiltà Cattolica 2023

domingo, 5 de marzo de 2023

UN GOBIERNO HOSTIL A LA LIBRE EMPRESA

Azote de esos "poderes ocultos" del mundo del dinero que manejan a su antojo a la derecha y conspiran sin descanso contra “el Gobierno de la gente”, Pedro Sánchez-Pérez Castejón está siempre dispuesto a recibir en Moncloa a cualquier oligarca extranjero que lo pida, ya sean millonarios americanos dedicados a la caridad del cambio climático, jefazos de los fondos de inversión, capos de las tecnológicas del Silicon Valley o tycoons de multinacionales farmacéuticas. Siempre dispuesto a ver qué cae en el cesto. Lo contaba aquí Fernando García-Romanillos el 12 de febrero: “Desde que iniciara sus denuncias sobre los poderes oscuros, Sánchez se ha visto con 38 responsables de grandes corporaciones, ninguno español. El acoso verbal, primero, y fiscal, después, del Jefe del Ejecutivo sobre una teórica plutocracia española, una derecha económica que junto a la política y mediática buscarían torcer el brazo del "Gobierno de coalición progresista", comenzó en junio pasado, decayó algo a partir de noviembre y se ha vuelto a manifestar vigorosamente a partir de enero”. Fue a finales de julio, en el contexto de los nuevos impuestos extraordinarios a banca y energéticas, cuando el presidente del Gobierno, hecho insólito en una democracia moderna, señaló con el dedo a dos grandes empresarios: “He escuchado las críticas de Ana Botín y de Galán… y si Botín y Galán protestan es que vamos por la buena dirección”. Este jueves noche el golpeado fue el presidente de Ferrovial: “Del Pino no es un empresario comprometido con España”, añadiendo que va a seguir de cerca la evolución de este episodio. Atención, Rafael, cuídate. El jefe de “la banda” que desde junio de 2018 gobierna España te amenaza como cualquier vulgar capo mafioso. Conviene decir que la salida en tromba de la práctica totalidad del Ejecutivo contra la familia Del Pino por haber tomado la decisión –que deberán ratificar los accionistas en junta general- de trasladar la sede social de Ferrovial a Holanda tiene algo de puesta en escena, de teatro del guiñol, de engañabobos sobreactuado destinado a desviar la atención sobre el asunto que de verdad les preocupa. Nada es lo que parece en un Gobierno que ha hecho de la mentira su santo y seña. Es cierto que la iniciativa de Del Pino, a quien hay que reconocer que le ha echado un par, ha cabreado sobremanera a un Sánchez cuya imagen, esa imagen que de sí mismo ha vendido en el exterior y que las lamentables gentes de Bruselas parecen haberle comprado sin el menor escrutinio, queda dañada por un episodio que podría afectar a sus aspiraciones europeas. Es verdad, también, que la iniciativa ha roto la supuesta adhesión que buena parte del empresariado español ha venido mostrando a este granuja desde hace tiempo, algo de lo que ha presumido con fruición, no obstante lo cual, lo que ahora mismo tiene en vilo al PSOE es el escándalo del “tito Berni” y el dinero público, ese que supuestamente se destina a “sanidad y la educación”, malgastado en clubs de alterne. Es la sangría del “tito Berni” en calzoncillos entre putas y rastrojos lo que tiene a Sánchez en un sin vivir, cabreo en vena de Juan Español, bomba de racimo que retrata en el imaginario colectivo al peor PSOE, el de Luis Roldán, el de Juan Guerra, el de “m´ijo tié dinero p’asar una vaca”, el EREgate de Griñán, el putiPSOE, la vuelta de esa izquierda golfa amorrada al dinero público de siempre. Es cierto que la iniciativa de Del Pino, a quien hay que reconocer que le ha echado un par, ha cabreado sobremanera a un Sánchez cuya imagen, esa imagen que de sí mismo ha vendido en el exterior y que las lamentables gentes de Bruselas parecen haberle comprado sin el menor escrutinio, queda dañada por un episodio que podría afectar a sus aspiraciones europeas" A tres meses de municipales y autonómicas y a ocho de generales, eso es dinamita para las urnas socialistas. Por eso cargan las tintas contra una de las grandes fortunas españolas –en un país tan carente como necesitado de ellas-, en la esperanza de que el sectarismo y el odio de clase que con tanta eficacia ha sembrado este Gobierno mendaz haga olvidar al frutero, al taxista, al ama de casa, el aberrante episodio del “tito Berni”, un escándalo de corrupción atiborrado de esa caspa, ese barro, ese desaliño que solo puede prosperar en gentes reñidas con la elemental higiene de una concepción liberal de la vida en sociedad. Dicho lo cual, el episodio de Ferrovial entraña, en mi opinión, la máxima importancia, en tanto en cuanto pone sobre la mesa un asunto capital para la prosperidad, también para las libertades, colectivas: la existencia de un Gobierno hostil a la actividad empresarial, un Gobierno enemigo de la libre empresa, un Gobierno convertido en un peligro para el nivel de vida de todos y cada uno de los españoles. La decisión del consejo de administración de Ferrovial, además de legítima, parece tener todo el sentido. Lo explicaba aquí muy bien Juan T. Delgado (“Ferrovial se hace un Uber y otras bofetadas para Sánchez”) este miércoles. Desde Príncipe de Vergara 135 se han esforzado en dar todo tipo de explicaciones para justificar el movimiento, enfatizando que tendrá un mínimo impacto en su actividad en España. Todo ha sido en vano. Porque ministras y ministrillos han salido en tromba, maricón el último. Oír hablar de “patriotismo” a Sánchez, escuchar la palabra “patria” en boca de un personaje que ha indultado a delincuentes confesos, suprimido el delito de sedición, abaratado la malversación, puesto en la calle a violadores, etc., etc., que ha dejado, en suma, a la nación indefensa ante sus peores enemigos, es sentir esa “patria” arrastrada por el barro de quien, rehén de todo tipo de extremismos, está dispuesto a seguir tirando del faldón de una España que hoy camina zombi, malherida, por el páramo ibérico, convencidos todos de ser apenas manantial, como la familia Del Pino, como las clases medias españolas en su conjunto, al que exprimir a impuestos, al que esquilmar en beneficio del sátrapa y su troupe, Sánchez y su banda. Dice la patética Calviño que este Gobierno tiene muchos amigos empresarios. Me extraña. No creo que los Botín, Pallete y compañía estén hoy dispuestos a dejarse ver al lado del pájaro. Dudo que Fainé apueste por él un penique, y menos aún Sánchez Galán. No creo que Ortega o Roig perdieran un minuto por sentarse junto a Belarra, Montero & Cia. Sé de cenas celebradas esta semana en Madrid en las que empresarios de copete -¿qué tal, José Manuel Entrecanales?- celebraron como propia la victoria moral de un Del Pino a quien la violenta reacción de esta patulea ha venido a dar la razón si es que no la tuviera. El empresario amigo es, debe ser, el millonario comunista Roures, titular de Mediacapital BV, holding con sede en Holanda desde hace 20 años y dueño de Mediacable, la firma a través de la cual financia un diario en internet y “Canal Red”, la televisión de Pablo Iglesias. Empresario amiguísimo debe ser Juan Manuel Serrano, presidente de Correos por decisión de su sanchidad, el nepotismo al poder, que ha puesto a la empresa pública al borde de la quiebra. También, un suponer, los Rosauro Varo o el brillo de esa nueva “beautiful” dispuesta a enriquecerse al calor de Moncloa, por no hablar del gran Javier de Paz, el hombre que estos días trata de unir las piezas rotas del jarrón empresarial socialista, punto de engarce entre su Gobierno y el de Zapatero, con amigos tan poderosos como los presidentes de la Audiencia Nacional y del Constitucional, o la Justicia al servicio de la Política bajo el siniestro manto del gran corruptor. Dice la patética Calviño que este Gobierno tiene muchos amigos empresarios. Me extraña. No creo que los Botín, Pallete y compañía estén hoy dispuestos a dejarse ver al lado del pájaro. Dudo que Fainé apueste por él un penique, y menos aún Sánchez Galán. No creo que Ortega o Roig perdieran un minuto por sentarse junto a Belarra, Montero & Cia" Y uno tiene la sensación de que Ferrovial no ha dicho una palabra sobre la primera razón, la verdadera, de este viaje a Holanda, ni mú sobre lo más relevante, sobre el miedo que hoy late en cualquier planteamiento empresarial que se haga en España, el temor que suscita la incertidumbre regulatoria y el pánico a invertir en un país que soporta un Gobierno abiertamente hostil a la empresa, que considera al empresario poco menos que un delincuente dispuesto a enriquecerse con la plusvalía del trabajador, vuelta al siglo XIX, un Ejecutivo para quien la empresa es apenas un bulto sospechoso al que freír a impuestos con los que atender “a la gente”, esa gente que en voluntaria servidumbre nos entregará después su voto, qué menos, pero dinero con el que “tito Berni” y sus señorías se pagarán sus juergas con izas, rabizas y colipoterras. Un Gobierno que ha subido impuestos, o los inventa por razones “extraordinarias”, decenas de veces en los últimos años, que ahoga a las empresas con cotizaciones sociales y una catarata legislativa –auditorías, controles, barreras-, insoportable, que anuncia subvenciones en el BOE y las archiva sin previo aviso, todo en un intervencionismo atroz de difícil digestión. Una carga fiscal y legislativa onerosa que, si soportada con cierta resignación por las grandes, hace muy difícil la vida a los millones de pymes (todas refugiadas bajo el paraguas de los 50 empleados) de las que depende la parte del león del empleo en España. Un Gobierno al que, más allá de la propaganda, no le preocupa gran cosa el empleo porque está convencido de que es el Estado quien debe proveerlo. Empleo público, naturalmente. En lo ocurrido tiene su parte de responsabilidad el tradicionalmente silente, por no decir cobarde, empresariado español. Los Ferrovial et álii no han movido un dedo, que se sepa, para defender el Estado de Derecho, la seguridad jurídica de los negocios y el libre emprendimiento. Porque es probable que el destrozo al que estamos asistiendo no hubiera tenido lugar si esta gente, con evidentes especiales responsabilidades, hubieran tenido valor cívico bastante para emitir opinión, simplemente eso, denunciar lo que estaba ocurriendo. Asistir estos días en directo al desmoronamiento del sanchismo, con Prisa y RTVE como adelantados del espectáculo, produce el regusto amargo de la venganza por fin cobrada aunque salpimentada por el daño insoportable a los arbotantes de un sistema que ha soportado la convivencia y la prosperidad de este país desde la muerte de Franco. Es, conviene repetirlo una vez más, el resultado de aquella gran charlotada que terminó siendo la expulsión de Sánchez de la secretaria general del PSOE después de que le descubrieran metiendo papeletas en una urna tras una cortina en Ferraz. Otoño de 2016. Lo echaron, pero lo dejaron vivo. Y poco después le entregaron las llaves del tesoro. Todo lo que el asturiano Javier Fernández temía que el “patriota” pudiera perpetrar, lo ha perpetrado en estos casi cinco años de estancia en Moncloa. Todo y por su orden. Todo y con total impunidad. En la seguridad de que todo le sería permitido por un país que ha terminado sin pulso. Echarle, echarlos, se ha convertido en una cuestión de supervivencia para España.
Artículo de JESÚS CACHO Vía VOZ PÓPULI.