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martes, 28 de marzo de 2023

MI HISTORIA DE AMOR CON LAS SOLUCIONES

Hace unos días dejé constancia en este Diario de que había decidido escribir una “Historia de las soluciones”. Repasando mi memoria y mi Archivo pienso que no es más que el desenlace de una larga historia. Siempre he admirado -o tal vez envidiado- a quienes encuentran soluciones a los conflictos o a los problemas. Me han contado que de niño me divertía haciendo muchos nudos en una cuerda y deshaciéndolos pacientemente. Solucionar significa precisamente deshacer nudos. Me interesaron mucho las matemáticas porque es la única disciplina que tiene en su ADN la resolución de problemas. Guardo desde hace años un ejemplar gastado de How to solve it, un libro clásico de Georges Polya, en el que está subrayada una frase: “Resolver problemas es un arte práctico, igual que nadar o jugar al futbol (…) Si alguien desea aprender a nadar debe tirarse al agua, y si alguien desea ser un buen resolvedor de problemas debe resolver problemas”. También recuerdo la contagiosa pasión por este tema de Miguel de Guzmán, y la importancia que daba a “familiarizarse” con el problema antes de intentar resolverlo. La filosofía debería tener esa vocación solucionadora, pero se ha demorado con delectación en los problemas, tal vez paralizada por una cierta desesperanza de poder resolverlos. En el proceso formativo de los políticos -esa gran disciplina cada vez más necesaria- debería desarrollar la habilidad para encontrar soluciones. El talento político que deberíamos desarrollar consistiría en convertir los conflictos en problemas. Veo aparecer y reaparecer el tema en todo lo que he escrito. La Teoría de la inteligencia creadora interpreta la creatividad como la búsqueda de soluciones a problemas. En Ética para náufragos escribí que las morales históricas “son breviarios de soluciones”. “Muchas normas son resúmenes contundentes de soluciones a problemas ya olvidados. Soluciones que podrían explicarse, pero cuya eficacia aumenta si se imponen por la vía expeditiva de la obligación moral”. En Competencia social y ciudadana dediqué un capítulo a la resolución de conflictos. Me parecía que había que introducir este enfoque en la educación. Todos vamos a tener que enfrentarnos con dificultades y problemas y conviene que aprendamos a resolverlos. En esa época me interesaron mucho las investigaciones sobre el “coping”, el modo de afrontar las dificultades. Los expertos señalan que hay dos actitudes frente a los problemas personales. Intentar resolverlos o intentar eliminar las emociones desagradables provocadas por los problemas. En este caso, se busca la negación del conflicto, la huida, la tranquilidad emocional por cualquier medio, da igual que sea el yoga, un viaje o una droga. Para Escuela de parejas estudié a John Gottman y su teoría de que lo importante no es que haya conflictos, sino como se resuelvan. Cuando giré hacia la Historia, la preocupación por el enfoque aporético, problemático, me siguió. Expliqué en El deseo interminable que la historia puede entenderse como un continuo, azaroso y con frecuencia equivocado esfuerzo por resolver el problema de la felicidad. Embarcado ya en la Historia de las soluciones necesito averiguar si la historia puede considerarse una búsqueda continua de soluciones de suma positiva, en la que todos los afectados encuentren respetadas sus “pretensiones legítimas”, es decir, sus presuntos derechos. Esa es la tesis de Robert Wright en Nadie pierde, Tusquets, 2005. Y también de Steven Piker en Los ángeles que llevamos dentro, Paidós, 2012, p. 124). Ambos son optimistas históricos y hay que ponderar adecuadamente sus argumentos. Recordaré al lector que “juegos de suma cero” son aquellos en que uno gana y otro pierde. Esa es la estructura del conflicto, del enfrentamiento en que sólo puede haber un vencedor. Los juegos de suma positiva son aquellos en que todas las partes pueden tener un beneficio. El comercio, por ejemplo. Y los de suma negativa son aquellos en los que todos pierden, como la guerra total. A la pregunta que me intriga – ¿es posible una política de suma positiva? – las ideologías responden de manera diferente. Los conservadores suelen pensar que el desarrollo es un juego de suma positiva, porque beneficia a todos. Los progresistas, que es de suma cero, porque solo beneficia a unos privilegiados. Los conservadores piensan que si se aumentan los derechos de unos disminuyen los de otros (suma cero); los progresistas que la ampliación de derechos beneficia a todos. Los conservadores piensan que cambiar el statu quo, las instituciones, es bueno para unos y malo para otros (suma cero), mientras que los progresistas piensan que es bueno para todos. Shai Davidai piensa que, a pesar de esas diferencias, los estadounidenses tienden a interpretar la política como un juego de suma cero, una historia de vencedores y vencidos, lo cual le parece un error. Esta suposición penetra los debates políticos. Por ejemplo, muchos americanos piensan que el descenso de los prejuicios antinegros ha sido seguido por un aumento de los prejuicios contra los blancos. La protección a la mujer, supone una desprotección de los hombres. Los negociadores que asumen que sus intereses son opuestos a los de sus contrincantes con frecuencia no contemplan los acuerdos que podrían ser beneficiosos para ambos y por lo tanto fallan en conseguir soluciones win-win. Las consecuencias adversas del pensamiento de suma cero especialmente prevalente en la política USA son la incapacidad para reconocer la compatibilidad de los valores de ambas tendencias. (Davidai, S., & Ongis, M. (2019). The politics of zero-sum thinking: The relationship between political ideology and the belief that life is a zero-sum game. Science Advances, 5, 3761). Esta actitud caracteriza lo que he llamado “política ancestral”, basada en el conflicto, y puede convertirse en una profecía que se autorrealiza por el hecho de enunciarla. Si creo que la única solución es vencer, voy a desencadenar las hostilidades. La teoría política de Carl Schmitt sería un ejemplo. La “política ilustrada”, en cambio, contemplaría la posibilidad de plantear los enfrentamientos en formato “problema”, lo que permitiría una solución de suma positiva, win-win. El talento político que deberíamos desarrollar consistiría en convertir los conflictos en problemas. Lo que nos interesa saber es si esa solución es posible o es solamente una consoladora utopía. Para muchos autores, el comercio -suma positiva- conduce a la paz. Para otros, no. John Gaddis escribe: “Son cosas agradables en las que creer, pero hay poquísimas evidencias históricas que les den validez” (The long peace: Inquiries into the history of the Cold War, Oxford University Press, 1989). En Biografía de la inhumanidad he contado el éxito que tuvo en 1910 el libro de Norman Angell La gran ilusión. Años después ganó el Premio Nobel de la Paz. Su tesis era sencilla y racionalmente irrefutable: la interdependencia financiera y económica de las naciones hace imposible una guerra, porque si la hubiera, el vencedor sufriría tanto como el vencido, por lo que nadie sacaría ningún beneficio” (p. 20). Ian Morris, ha dedicado un grueso volumen – Guerra ¿para qué sirve? – a intentar demostrar que la guerra ha tenido un papel esencial en el progreso de los pueblos. No estoy de acuerdo con esta tesis. Me parece más adecuado distinguir entre “conflicto” y “problema”. En el planteamiento de la historia como conflicto asistimos a un desfile de triunfadores y perdedores. En el planteamiento de la historia como problema, el único vencido debe ser el problema. Lo que me interesa es asegurarme de que esta tesis es verdadera.
Artículo de JOSÉ ANTONIO MARINA en su Blog DIARIO DE UN INVESTIGADOR

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