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domingo, 25 de abril de 2021

LO QUE LES SACA DE QUICIO DE AYUSO

Los enemigos de Isabel Díaz Ayuso la odian más por sus virtudes que por sus defectos

Lo que les saca de quicio de Ayuso 

ULISES CULEBRO 

En una de sus crónicas sobre "el advenimiento de la II República", Josep Pla refiere el encuentro (en realidad, choque) de José Ortega y Gasset con Alfonso XIII en una casa principal del País Vasco y en el que el monarca aprovechó para interesarse sobre qué disciplina académica impartía el insigne catedrático. Al responderle "de metafísica, Señor", el Rey gastó una broma que éste encajó mal: "Eso debe de ser muy complicado". El escritor del Ampurdán elevó la anécdota a categoría al colegir que el encontronazo determinó que el pensador se pasara al campo republicano del que luego abjuraría al no ser "la niña bonita" del alumbramiento.

Tras romper amarras con su explosivo "¡Españoles, vuestro Estado no existe! ¡Reconstruidlo! Delenda est Monarchia", Ortega entonó parejo réquiem por el nuevo régimen por su descontrol del orden público, con quema de iglesias y conventos. A este propósito, hay que confiar que no fuera éste el "vinculo luminoso" del que habló Pedro Sánchez en su vindicación republicana de este 14 de abril en las Cortes. Pero cualquier cosa es posible cuando se erosiona, por ejemplo, la independencia judicial hasta merecer la reprobación europea y se da trato de papel higiénico a las páginas del BOE con la firma del Rey debajo de leyes que evacuan fobias y sectarismo contra el adversario. Como el pedestre preámbulo de la ley orgánica que suprime las penas a los piquetes sindicales publicada este viernes en la Gaceta del Estado. Cual pasquín panfletario y totalitario, el redactado de la norma acusa al primer partido de la oposición de emprender, desde que accedió al poder en 2011, "un proceso constante y sistemático de desmantelamiento de las libertades".

Ante esta muestra de "la política de lo peor" del Gobierno socialcomunista que mueve a una preocupación creciente en las cancillerías europeas, cabe preguntarse qué van a dejar para los mítines. Ortega habría repetido aquella frase tan premonitoria y que ahora se revela proverbial: "¡No es esto, no es esto!". En su decepción y desencanto, el adalid de la "nueva política" -con el aporte de otros intelectuales del fuste de la Agrupación al Servicio de la República- abandonó su escaño para no ir de la Metafísica a la Sofística como el también filósofo y hoy cartel del PSOE a la Presidencia de Madrid, Ángel Gabilondo, otro ejemplo preclaro de cómo Sánchez pudre lo que toca o se le acerca.

A base de rectificarse a sí mismo un día sí y el siguiente también ha devenido de metafísico docente a sofista practicante que oscila entre muñeco de guiñol de Sánchez y pelele de un desahuciado Iglesias, quien desde la noche del miércoles le dicta lo que debe hacer para merecerlo al haberse puesto en sus manos de la forma lastimosa y lastimera en la que lo hizo en el debate televisivo de los seis candidatos a la Comunidad. Bregando consigo mismo y con sus innúmeras contradicciones, mientras parecía dormitar apoyado en el atril para no desplomarse cual púgil noqueado que besa la lona, Gabilondo recordaba el sueño metafísico de quien soñó ser una mariposa y, al despertar, no sabía bien si era un hombre que había soñado ser mariposa o una mariposa que ahora soñaba ser un hombre. Así, un autodefinido "soso, serio y formal", pero privado ya de los dos últimos atributos por su incoherencia, sólo se despertó dos veces para alivio de una inquieta audiencia que no avizoraba signos suficientes de vida en quien semejaba ser un holograma en muchos lances.

El primer respingo de su larga cabezada lo pegó para proclamar sin venir a cuento: "¡Yo no soy Sánchez!". Una aparente tautología que encierra una verdad más cierta: caso de gobernar, trasplantará a Madrid la política de quien le marca la campaña desde La Moncloa y le ha hecho la lista de arriba abajo, incluyendo quien le remplazará, pese a semanas negándolo para pescar en el caladero de indecisos que votaron a Ciudadanos hace dos años. Ante su volteo de campana, debiera escribir bajo su foto electoral lo que el poeta galo Gérard de Nerval anotó al pie de un retrato suyo: "Yo soy el otro".

Como prueba fehaciente de que ya es "el otro", o sea Sánchez, en su segunda sacudida en su duermevela, creyendo tal vez estar al otro lado de la pantalla sentado en su cuarto de estar, Gabilondo reparó en la nota puesta por los asesores en el intermedio. Tras repetir monocorde por donde se asomaba que, "con este Iglesias, no" -con escaso éxito, ésa es la verdad, dado el precedente de Sánchez repudiando el "gobierno del insomnio" para concluir en el catre juntos- le encarecía leyendo como un misal la nueva directriz: "Pablo, querido Pablo, tenemos 12 días para ganar las elecciones". No se conoce caso semejante de quien incumple sus promesas sin llegar al escrutinio.

Advirtiendo que Gabilondo salía del debate peor librado de lo que entró, la factoría de La Moncloa le ordenó tirar de la anilla del chaleco salvavidas sin esperar a divulgar la encuesta flash del CIS amalgamada para sembrar la esperanza en la izquierda y avivar su movilización. Si ya era apreciable el fracaso de aparentar moderación para atraerse a los ex votantes indecisos de Cs, siguiendo la estela de Sánchez de encender el piloto para girar a la derecha y luego irse a la izquierda como maniobró para atropellar a Albert Rivera, una parte chasqueada del electorado socialista ponía rumbo a Más Madrid. Su candidata, Mónica García, se beneficiaba de la novedad frente a un desacreditado Netflix Iglesias y su hartón de series en su casoplón de Galapagar desentendido como vicepresidente del COVID.

Junto a estos votantes socialistas huidos están también los que engrosaban la abstención o aquellos otros, desprejuiciados, que muestran la papeleta de Isabel Díaz Ayuso. Figuran, entre estos, apellidos bien reconocibles del PSOE, como Leguina o Redondo Terreros, al lado de intelectuales de la izquierda beligerante con ETA como Fernando Savater, perplejo de cómo el antaño grande Marlaska se vale del brazo político de la banda terrorista para soslayar su reprobación o como dicta la suerte de la mayoría Sáncheztein.

A la conducta errática de Gabilondo, al que La Moncloa ha mantenido al no disponer de tiempo para removerlo, dada la audaz reacción de la presidenta de la Comunidad de anticiparse a una eventual moción de censura de Cs y el PSOE como en Murcia, se une el desgaste de Sánchez entre los votantes socialistas, como se observa escudriñando las tripas del último sondeo del CIS. En ese brete, el PSOE tira de manual de emergencias para amortiguar el fiasco cosechado en el debate en el que el bloque de izquierdas no sacó de sus casillas a Ayuso ni logró arrinconarla en el ring.

Así, para amortiguar un eventual triunfo del centroderecha, sin descartar que suene la flauta, el PSOE retorna al "nos conviene que haya más tensión" de Zapatero en 2008, según registró un indiscreto micrófono al término de su entrevista con Iñaki Gabilondo. Como si entre Gabilondos anduviera el juego, el hoy candidato del PSOE aparca su aire frailuno y recupera las dotes de cuando repartía tortas como panes entre los alumnos de los Corazonistas de Vitoria. Iñaki Gil, corresponsal de EL MUNDO en París, no olvida la leche que le soltó Cromañón Gabilondo. Aún hoy, como un acto reflejo, se lleva la mano a la mejilla ayer dolorida.

Es lo que acostumbra el PSOE cuando las cosas vienen mal dadas y ha de toparse con unas encuestas a las que darles la vuelta «como sea». En esa tesitura, aviva la tensión y azuza la discordia volando los puentes de tránsito de votantes a otras formaciones, así como agita al átono electorado que acrecienta la abstención. A este fin, tremola la bandera del voto del miedo vociferando: "¡Qué viene la ultraderecha!". Para este menester, Sánchez e Iglesias se necesitan asistidos por Iván Redondo, el valido presidencial, quien le confesó al líder podemita cuando lo invitó a La Tuerka antes de enrolarse con Sánchez que, en una situación comprometida para su asesorado, no dudaría en inventar un percance.

En un momento de gran descrédito de Iglesias, pese a la complicidad de ciertos medios en debates-encerrona contra el centroderecha como el de la Ser en el que Ayuso hizo bien en no caer en una trampa que se veía a la legua, el vicepresidente por unos meses hasta que ase aburrió del coñazo de gobernar busca pescar en aguas revueltas porque en aguas claras no se le percibe por lo que dice ser, sino por lo que es. Quien promueve, jalea y justifica el sabotaje de mítines rivales, no puede exigir a los demás lo que él no condena, sino alienta. Mucho menos llegar a la impostura de pretender erigirse en Petronio de las elegancias democráticas.

En manos tan desaprensivas, España periclitará como democracia sin demócratas como la "República sin republicanos" de la que Ortega se alejó como otros exiliados primero en su propio país y luego fuera de él. Más cuando «cráneos privilegiados», como el apreciado Muñoz Molina, después de combatir a secesionistas y bilduetarras por denostar la democracia española como si fuera "Francoland" al cabo de 45 años de la muerte del dictador, descubren hoy que llevan viviendo "26 años infernales" en Madrid. Cualquiera lo diría. Como denunciaba Orwell, muchos colegas despreciaban con ardor a Churchill como admiraban con primor al sanguinario Stalin. Son los mismos que Martin Amis retrata, empezando por su padre, en su certero Koba, el Temible.

En América, existe el dicho de que "quien se quema con leche, llora cuando ve a la vaca". Habrá que ver, si mirando a La Moncloa, el electorado madrileño se apercibe y evita encomendarse a quienes infligen daños profundos a la democracia y al bienestar. Desgraciadamente, atendiendo al manifiesto liberticida de esos intelectuales orgánicos de la izquierda, se abunda en la apreciación del gran hispanista Raymond Carr de que, probablemente, no exista nación alguna en el que la mitología de la izquierda haya pasado tan fácilmente a ser considerada verdad histórica como en España. Con la complicidad -hay que subrayarlo- de una derecha que interioriza esa desfiguración al renunciar a dar la batalla de las ideas y consentir implícitamente una superioridad moral -más bien doblez- que no se justifica.

No es la circunstancia, desde luego, de Ayuso, a la que sus enemigos odian por sus virtudes, no por sus defectos. Ello saca irremisiblemente de quicio a quienes, a su vez, tratarán de hacer lo propio con ella en estos días límite de campaña. A la presidenta madrileña, con sus yerros y aciertos, hay que juzgarla por los enemigos que tiene y que honran una trayectoria jalonada por una meritoria lucha contra el COVID sin comprometer irreversiblemente la libertad y el bienestar de sus conciudadanos. Por cosas tan principales y primordiales, Madrid, cual rompeolas de España, marcará el designio de esta piel de toro el 4 de mayo frente a quienes conciben la política, como sintetizó Borges con su mirada ciega puesta en Argentina, para "conspirar, mentir e imponerse".

 

                                                             FRANCISCO ROSELL  VíaEL MUNDO



 

Quién tiene el poder: lo que hay detrás de la jugada de Florentino

Las tensiones existentes entre dos clases diferentes de élites explican de una manera diáfana la propuesta de la Superliga y la suerte que está corriendo (de momento)

 

Foto: El presidente del Real Madrid, Florentino Pérez. (Reuters) 

El presidente del Real Madrid, Florentino Pérez. (Reuters)

La propuesta de la Superliga liderada por Florentino Pérez es un ejemplo claro de cómo funciona el poder en esta época. No se trata de si el contenido de la iniciativa, una liga con los más importantes equipos europeos, puede ser atractiva o no para los aficionados, que en el fondo es un aspecto secundario. Tampoco resulta especialmente útil poner el foco en las personas al frente de la iniciativa, que resulta atractivo en el plano comunicativo, pero poco más. Lo importante es la forma en que revela las grandes tensiones entre las estructuras de nuestras sociedades y las personas que acumulan más poder y recursos en ellas. Los problemas que genera esta dinámica se manifiestan en la economía, en la política y, en última instancia, en el plano social.

 

En síntesis, la propuesta encabezada por Florentino Pérez es el intento de un grupo de actores privilegiados de establecer una estructura al margen de las existentes que les permita canalizar en su favor buena parte de los recursos del sector. Se trata de una competición cerrada, o abierta únicamente para una parte muy limitada de los posibles participantes, que se desarrollaría al margen de las arquitecturas institucionales del fútbol, como la UEFA, la FIFA y las correspondientes ligas nacionales.

 

Si una gran empresa descubre potencial en una de menores dimensiones, o la ve como un posible rival, la adquiere y se acabó la competencia

 

Una de las cosas más interesantes del fútbol, si lo comparamos con otros sectores de la economía, no es que un equipo con pequeño presupuesto pueda ganar a uno de los más ricos del mundo, porque al final, sean once contra once en el campo. Lo que lo diferencia realmente viene después. La competencia en nuestra época funciona de una manera peculiar: si una empresa grande descubre potencial en una de menor dimensión, o la ve como un posible rival, la adquiere y se acabó la competencia. Los grandes monopolios tecnológicos son un ejemplo claro de crecimiento a partir del músculo que ofrece la capacidad de adquirir las iniciativas innovadoras; así se aseguran frente a posibles riesgos. En otros sectores ocurre algo muy parecido: si una compañía de seguros, o un banco, o cualquier otro ejemplo que se nos ocurra, quiere aumentar sus ingresos, compra al competidor, absorbe su tecnología, o su red o sus clientes, y cierra la empresa adquirida. La oleada todavía creciente de fusiones y adquisiciones, que acaba creando oligopolios, proviene de la adopción plena de esta perspectiva. Y habitualmente con argumentos paradójicos: es muy frecuente que esta clase de compra se afirme como indispensable para poder competir mejor en un entorno global; es decir, para que haya competencia se acaba con la competencia.

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Las soluciones a los problemas

En el fútbol no se puede hacer exactamente eso. Si el Leicester gana la liga inglesa, el Manchester City no puede comprar el Leicester para que se desaparezca y quedarse con sus socios y sus seguidores. Los grandes equipos fichan a los jugadores más relevantes de los más pequeños, pero no compran los clubes. Y si fuera posible, tampoco sería útil: la competición perdería todo interés.

 

Para estos problemas, también hay soluciones. La historia del capitalismo contemporáneo la ha constituido su capacidad de adaptarse a las circunstancias, de transformar lo existente para generar más situaciones de ventaja, de ir moviendo las estructuras para que los actores más relevantes adquieran más poder. Las barreras de acceso son una de esas tácticas que suelen utilizarse cuando la competencia es inevitable. Las hay de muchos tipos, como el control de las redes de distribución, la consolidación de oligopolios que desaniman del todo a nuevas firmas, o el mismo acceso dispar al capital y al crédito, que define muy bien quiénes están hoy en posición de poder (Archegos puede obtener enormes cantidades de dinero para jugárselas en apuestas de casino sin aportar garantías, pero si un ciudadano común quiere montar un negocio tiene que llevar todo tipo de avales, incluso excesivos, para que el banco se lo conceda; los bancos centrales compran bonos de empresas cotizadas, pero no aportan capital para ayudar a las pymes; y así sucesivamente).

 

La aspiración de los propietarios de los clubes ricos es natural: forma parte de la vida cotidiana de la economía de las últimas décadas

 

Una de estas tácticas, habituales en sectores en los que la competencia no puede ser eliminada, es el establecimiento de redes privadas, en ocasiones expresas, en otras informales. Un ejemplo de estas lo encontramos en las titulaciones universitarias. Cuando muchas personas, gracias a su talento y al esfuerzo, pueden obtener credenciales académicas, aparece la siguiente vuelta de tuerca a través de nuevos canales de selección en los que los títulos se deprecian. Las puertas que dan acceso a los mejores trabajos son las de las universidades de élite, en general anglosajonas, que no solo ofrecen conocimiento, sino que sobre todo facilitan la red adecuada de vínculos. Pero el ingreso en ellas, y su elevado coste, provoca que, de hecho, se conviertan en un reducto casi exclusivo (al modo de la Superliga) de clases privilegiadas. Esta situación ha sido muy criticada en el ámbito anglosajón, pero las modificaciones en los últimos años han ido en el sentido de hacer estos entornos aún más elitistas.

¿Por qué el fútbol no?

Una forma de red cerrada expresa la encontramos en el proyecto de la Superliga. Entre los promotores de esta nueva estructura figuran fondos de inversión, millonarios estadounidenses, jeques árabes, presidentes de grandes constructoras o descendientes de poderosas familias europeas, que son quienes rigen actualmente los destinos de los clubes con mayor recorrido global. Su propósito es lanzar una nueva competición con la que esos clubes se aseguren los mayores ingresos y adquieran todavía mayor visibilidad. En realidad, la aspiración de los propietarios de estos clubes es natural, porque forma parte de la vida cotidiana de la economía de las últimas décadas: los actores más poderosos tratan de separarse del resto para conseguir mayores beneficios y, con ese objetivo, conforman una nueva estructura que les desvincula de las trabas organizacionales existentes.

 

Esto no es la secesión de las élites, sino la pelea por los recursos entre dos tipos de élites

 

Esto lo hemos visto en repetidos momentos durante la globalización: las instituciones que ejercían el control les han permitido condiciones especiales de funcionamiento a empresas de gran tamaño, en general argumentando que así se favorecía la competencia. La desestructuración general de los instrumentos de vigilancia y supervisión que hemos vivido en estas décadas ha sido constante. Paradójicamente, cuando Florentino y los suyos han intentado hacer lo mismo, les han dicho que no, que con el fútbol no, ya que hay muchos aficionados en contra, que es parte de la cultura, etc. Es cierto que esos argumentos se podían haber utilizado para sectores mucho más importantes que el del fútbol, empezando por el tecnológico y acabando por el de la misma cultura, pero lo que se obvió en esos casos, en este ha generado resistencias enormes, también estatales.

 

Es fácil entender estos movimientos como el intento de secesión de una élite que trata de escaparse de las estructuras comunes y de forjar un mundo aparte. Pero no es estrictamente cierto, aunque tenga algo de verdad: a lo que asistimos es a la confrontación entre dos clases de élites que hace tiempo que viven en una realidad alejada de la del conjunto de los ciudadanos. Por así decir, se secesionaron hace tiempo, solo que ahora se pelean entre ellas.

No hay ángeles en esta guerra

En el caso del fútbol es evidente: recordemos que la UEFA, la FIFA y las ligas nacionales están sometiendo al deporte a una presión insistente en los últimos años encaminada a la obtención de cada vez más recursos, con más partidos, más fuentes de ingresos, más de todo, yendo a menudo en contra de la misma competición, de los futbolistas y de los aficionados, que tienen que pagar precios mucho más elevados. Ha habido dirigentes de estas instituciones inmersos en procesos de corrupción, se han tomado decisiones extrañas, como la de celebrar el Mundial en Qatar, y se han conformado estructuras muy opacas. De modo que ahora pueden salir en defensa de los aficionados, de un fútbol más puro y honesto, del deporte popular, pero quienes están en estas organizaciones son hombres de negocios haciendo negocios, justo lo mismo que la Superliga. No hay ángeles en esta guerra.

 

Lo curioso es que existe una tensión, y en el fútbol se percibe porque está estructurado internacionalmente, entre los clubes más ricos y los gestores de la estructura: es decir, entre la élite del dinero y quienes constituyen la élite porque dominan la estructura. Es una pelea por el dinero que el fútbol genera, y poco tiene que ver con los deseos de los aficionados. Ambos apelan a ellos, pero estos no son más que una fuente de ingresos, y cuanto mayor sentido de la pertenencia y más fidelidad a su club, más dinero se dejan.

 

Desde este punto de vista, es probable que la propuesta de Superliga empeore las cosas, que lleve al fútbol por un camino peor porque conceda casi todos los recursos a un puñado de clubes en detrimento del resto. Pero evitar la materialización de la propuesta de Florentino no soluciona el problema.

 

La batalla la ha ganado, de momento, esa parte de la élite futbolística que ha sabido poner a los aficionados, al pueblo, de su lado

 

La Superliga no es más que otro paso adelante en el alejamiento del fútbol de sus aficionados y de la conversión de estos en simples fuentes de ingresos, de la pérdida de la posibilidad de competir para los clubes de pequeñas y medianas ciudades (no es mundo para pymes), de la cada vez mayor diferencia entre los grandes y todos los demás. Pero eso no lo ha traído la Superliga, estábamos ya plenamente inmersos en esa dinámica. Ahora se le ha querido dar una vuelta de tuerca más, como ha ocurrido en el resto de la economía, y con los métodos típicos del resto de la economía.

 

La batalla la ha ganado, de momento, esa parte de la élite futbolística que ha podido poner a la gente de su lado. En otros sectores, la apelación al riesgo ('el sector se muere si no hay cambios') funciona de continuo, como le pasa a la banca con los ERE ('hay que despedir para salvar el empleo'). Aquí existen identidades claras, vínculos emocionales fuertes, pertenencias inequívocas que muestran desagrado e indignación cuando son ignoradas o, como es el caso, despreciadas, y por eso el proyecto ha podido pararse.

 

Sin embargo, nada de esto evita el problema de fondo. Las estructuras institucionales futbolísticas, al igual que los clubes más ricos, solo quieren exprimir la vaca al máximo. Y no se trata de que no dé bastante leche, sino de que quieren mucha más. Eso es lo que habría que detener. Y no solo en el fútbol: a la economía real le ocurre exactamente lo mismo, con los problemas que eso está causando en Occidente. Y desde luego, todo esto contiene una lección política, pero de eso ya hablaremos en el artículo de mañana.

 

                                            ESTEBAN HERNÁNDEZ  Vía EL CONFIDENCIAL

Dos estilos de vida, dos modelos de sociedad

 

Pedro Sánchez e Isabel Díaz Ayuso

Esto se parece cada día más a un régimen chavista que a una democracia europea. De sobresalto en sobresalto, la ciudadanía recibió el viernes la bofetada de una ley publicada en el BOE en cuyo preámbulo se acusa al PP de “desmantelar las libertades”. Convertir al BOE en el Granma, el Pravda o el Mundo Obrero. Un periódico de partido. En efecto, aprovechando el preámbulo de la Ley Orgánica que modifica el artículo 315.3 del Código Penal para suprimir el delito de coacciones de los piquetes en las huelgas, el Gobierno arremete con total desparpajo contra el primer partido de la oposición acusándolo de haber llevado a cabo, a partir de 2011 y mientras gobernó, “un proceso constante y sistemático de desmantelamiento de las libertades y especialmente de aquellas que afectan a la manifestación pública del desacuerdo con las políticas económicas del Gobierno”. El mundo de la abogacía y la judicatura todavía no ha salido de su asombro. “Hemos visto mucho con este Gobierno, pero nunca nada como esto”. 

La exposición de motivos del texto legal incluye otras duras descalificaciones contra la reforma laboral aprobada en su día por el Gobierno Rajoy, al asegurar que “prácticamente excluyó la negociación colectiva de los trabajadores y devaluó o directamente eliminó otros muchos de sus derechos” (…) “No pareció suficiente y por ello se reforzaron, con ataques directos, todas las medidas que exteriorizaron el conflicto, utilizando la legislación en vigor, como la Ley Orgánica 4/2015, de 30 de marzo (…) y trabajando, en el medio plazo, para desplegar un entramado de leyes que asfixian la capacidad de reacción, protesta o resistencia de la ciudadanía y de las organizaciones sindicales, hacia las políticas del Gobierno”. Un texto propio de un régimen con vocación totalitaria, dispuesto a utilizar las instituciones para demonizar a la oposición, con el objetivo puesto en hacer desaparecer toda voz discrepante. Una evidencia del grado de postración al que ha llegado nuestra democracia, y una alerta sobre los riegos a que nos enfrentamos si no somos capaces de sacar cuanto antes del poder a la banda que nos gobierna, con su jefe a la cabeza.

Y todo ello con el bochorno añadido de la firma del rey de España, Felipe VI, sancionando una Ley Orgánica que deroga el delito de coacciones en el ámbito de la huelga, de modo que los temidos piquetes que amenazan a los trabajadores que pretenden acudir a su puesto de trabajo en un día de huelga podrán a partir de ahora hacer de su capa un sayo y actuar con total impunidad. Pedro Sánchez lleva al BOE su pretendida polarización de los españoles en dos bloques enfrentados, y fuerza al rey, que lo es de todos, a poner su firma en un texto legal que obliga a todos sin distinción alguna. Tal es la dimensión de la aberración cometida. Es verdad que el artículo 91 de la Constitución compele al monarca a sancionar, sin posibilidad de veto, cualquier norma que, procedente de las Cortes Generales, le sea sometida a firma, pero también lo es que hay otros cauces para evitar que su neutralidad quede dañada por operaciones de este porte. ¿No hay nadie en Zarzuela que le advierta de que, por constreñido que sea su papel constitucional, hay cosas que no puede firmar? ¿Nadie que le diga, Señor, tiene usted que llamar al presidente y decirle que un texto perfectamente posible en la antigua RDA no se puede pasar a la firma del Jefe del Estado de un país democrático?  

De modo que los piquetes ya pueden volver a cerrar locales y coaccionar a los trabajadores que se nieguen a secundar una huelga. Bonita forma de estimular la creación de empresas. Perfecta base legal para promover la creación de empleo. Alejandra Olcese publicaba aquí esta semana una noticia según la cual “los inspectores de Trabajo multarán a las empresas que no controlen el riesgo de estrés, ansiedad o malestar psicológico de sus trabajadores”, una aberración más a añadir a la interminable lista de gravámenes, y no solo fiscales, que soporta cualquier actividad, por no hablar de la reciente obligación que tienen las empresas de confeccionar una “auditoría salarial” para demostrar que pagan lo mismo a hombres y mujeres. Intervencionismo atroz de quien no cree en la libre empresa, que obliga a los gestores a un extenuante esfuerzo burocrático, con su correspondiente coste, al margen del que normalmente exige el negocio. Todos son, pues, “facilidades” para contratar. Nada extraordinario, ciertamente, en un Gobierno de izquierda radical al que en realidad la creación de empleo le importa un rábano porque lo suyo es el paro y la miseria del país; lo suyo es acabar con las clases medias a base de freírles a impuestos para, desde ese paisaje de tierra quemada, hacer realidad su paraíso socialista. No puede acabar con la pobreza quien, en realidad, vive de ella.

La contaminación ha llegado hasta el BOE. Y el desprecio por las instituciones, hasta la figura del Rey. Sánchez es el enemigo de la felicidad y la prosperidad de los españoles

Todo lo relatado ha ocurrido la misma semana en que hemos sabido que el Gobierno Sánchez y su comunista ministra de Trabajo parecen dispuestos a seguir riéndose de la Comisión Europea con una reforma laboral que hacen mangas y capirotes de las instrucciones de Bruselas, y que, comme il faut tratándose de una señora tan estrechamente ligada a CCOO toda su vida, pretende llevar a cabo la reforma regresiva con la que siempre han soñado, lo cual, como es obvio, solo servirá para cronificar las miserables cifras de paro que sufre el país. ¿Se saldrá con la suya esta gentecita? ¿Logrará engañar de nuevo a Bruselas? El miércoles, mientras Yolanda Díaz lucía palmito reuniéndose allí con el vicepresidente económico, Valdis Dombrovskis, llegaba a la mesa de derogación de la reforma laboral una última propuesta del Ejecutivo que, lejos de la flexibilidad que reclama la CE, persevera en otorgar un mayor poder de negociación a los convenios sectoriales a costa de los de empresa y en limitar el poder de los empresarios para recortar sueldos de sus plantillas, amén de recuperar la ultraactividad de los convenios, Una de los grandes cambios que incluyó la reforma laboral de Rajoy en 2012. Todo el poder para los sindicatos.

Un Gobierno enemigo de la libre iniciativa y unos ministros que jamás han pagado una nómina, capaces, sin embargo, de protagonizar el escandaloso silencio con el que han acogido la orgía de despidos que esta semana ha anunciado la gran banca española, que ellos le tienen mucho respeto a la banca, mucha afición al dinero. Nada menos que 8.300 empleados pondrá en la calle la nueva CaixaBank, cifra a la que hay que sumar los 3.800 que el BBVA despedirá de acuerdo con el ERE conocido el jueves, las casi 3.600 bajas que en enero anunció el Santander y las 1.800 del Sabadell. Con ser todas cifras mayúsculas, lo de CaixaBank tiene una miga especial por la sencilla razón de que la fusión CaixaBank-Bankia tuvo como padrino al Gobierno Sánchez, accionista de control de Bankia, y que el Gobierno Sánchez se sienta en el consejo de administración de la entidad resultante. Y bien, señores del Gobierno, no había otra forma más suave, menos brutal, de acometer el obligado recorte de plantilla? ¿Es esa toda la estrategia de futuro que se le ocurre al señor Goirigolzarri? ¿Esa, toda la ambición de crecimiento que atesora?

Resuena por eso atronador el silencio de un Gobierno sedicentemente de izquierda radical que, escondido ante el impacto social de esta escabechina, no ha dicho esta boca es mía. Bueno, sí, ha tirado del cinismo marca de la casa en la izquierda a la hora de criticar con la boca pequeña los sueldos de los ejecutivos bancarios, inaceptables desde todo punto de vista en la situación de depresión por la que atraviesa un sector maduro como este, víctima de la revolución tecnológica, la aparición de nuevos intermediarios y la tesitura de tipos de interés. Campeona mundial de hipocresía ha resultado ser la ministra de Economía, esa eterna esperanza llamada Nadia Calviño, quien ha criticado los despidos y ha pedido al Banco de España que vigile los sueldos de los altos ejecutivos bancarios. Y ahí ha estado bien Pablo Casado, cuando ha criticado el cinismo de un Gobierno que conocía de sobra la escabechina laboral que preparaba CaixaBank, porque se sienta en el consejo de la entidad, y no ha dicho ni mu.

el Gobierno Sánchez y su comunista ministra de Trabajo parecen dispuestos a seguir riéndose de la Comisión Europea con una reforma laboral que hacen mangas y capirotes de las instrucciones de Bruselas

Este es el camino de perdición por el que transita este país víctima de un Gobierno en minoría al que sostiene lo peor de cada casa en la bancada de la izquierda radical. No hay posibilidad de progreso bajo la dirección de una gente incapaz de hacer realidad otra cosa que no sea el reparto de la miseria que generan sus políticas liberticidas y contrarias al emprendimiento. No habrá forma de aprovechar la lluvia de millones que el sátrapa espera recibir de Bruselas para blindar su poder sobre la base de una sociedad cautiva y desarmada y el apoyo de un nuevo ramillete de millonarios crecidos al calor de una corrupción a lo grande. La contaminación ha llegado hasta el BOE. Y el desprecio por las instituciones, hasta la figura del Rey. Sánchez es el enemigo de la felicidad y la prosperidad de los españoles, el gran riesgo para su convivencia en paz. El resto de la banda, con Pablo Iglesias a la cabeza, es apenas la mano de obra especializada que el sátrapa necesita para acabar su labor de demolición.          

“La derecha madrileña es la misma de siempre, la que dice que hace 80 años se vivía mejor, la que hace una semana en el Congreso justificó el golpe de Estado del 36, ¿os imagináis esa derecha en el Gobierno? Pues esa derecha ya está en el Gobierno con su representante que es Ayuso. Así que el 4 de mayo, a echarla”, mitin, ayer, de Adriana Lastra, uno de los lastres del PSOE. “Quiero transmitir a los jóvenes la cultura del esfuerzo y de la libertad, y decirles que lo que más cuesta en la vida es lo que más se valora. Por eso hay que salir todos los días a pelear, a trabajar, a estudiar, a conquistar y a vivir como vosotros consideréis, con responsabilidad. Quiero también trasladaros la cultura del sacrificio, la pelea y esa maravillosa palabra llamada voluntad. Porque con voluntad todo se consigue en la vida. Pelead por vuestros sueños. Escapad de los discursos del todo gratis. Sed libres”. Mitin, también ayer, de Isabel Díaz Ayuso. Dos estilos de vida. Dos modelos de sociedad. Socialismo o libertad.

 

                                                               JESÚS CACHO   Vía VOZ PÓPULI

lunes, 19 de abril de 2021

CÓMPLICES O CIUDADANOS

 La autora apela a la ciudadanía para que no permita que la propaganda oficial que oculta la verdad nos manipule. Dice que debemos ser muy críticos si queremos vivir en una sociedad justa, igualitaria, libre.

 Cómplices o ciudadanos 

LPO

Greenblatt disecciona en El tirano los dramas políticos de Shakespeare para mostrar cómo todo un país puede caer bajo la tiranía, en qué circunstancias revelan su fragilidad las instituciones más sólidas o por qué quienes se respetan a sí mismos se someten a líderes indecentes que creen poder decir y hacer lo que quieran. La trilogía de Enrique VI apunta a la complicidad generalizada y al silencio de los que esperan algún provecho. En Macbeth, el poder absoluto se impone porque por un tiempo subsiste la impresión de que el viejo ordenamiento permanece en pie, de que aún rige el imperio de la ley. El genio de Shakespeare ilumina las sombrías verdades del poder y la condición humana.

Siglos atrás, Platón consideraba adulto al ciudadano que se ocupa de las leyes y la política de su ciudad. Hoy la democracia sigue siendo el sistema que permite participar en aquellos asuntos. Partiendo del pluralismo y de la confianza entre electores y elegidos, el poder legislativo que delibera, admite enmiendas y compromisos, tiene una gran fuerza de cohesión, pero sólo si se abre al flujo de la opinión pública no organizada. Es el potencial crítico de la sociedad civil, con su entramado de estructuras y acciones comunicativas independientes, el que confiere o no validez a los discursos políticos, estratégicos y económicos.

La incompetencia de los políticos, sus mendacidades e incumplimientos han debilitado la confianza. El odio al adversario ha sustituido a los objetivos constructivos de la política y su lenguaje, lejos de comunicar verdades o argumentar propuestas, se obstina en eludir los requisitos del significado. Los partidos representan, pero son incapaces de dar completo sentido a nuestra condición de ciudadanos. Hablamos de descontento en la democracia pero en el fondo yace un malestar más hondo, procedente de la ausencia de control sobre las fuerzas que realmente gobiernan nuestras vidas.

Los populismos dicen defender a los desposeídos, pero aprovechan la justa indignación social, sin remediar sus causas. Dividen a la sociedad ignorando su diversidad, desprecian el valor de las instituciones y sustituyen la argumentación por la charlatanería apelando a la retórica emocional más barata e incluso al triste espectáculo de la telebasura. Ya Aristóteles advirtió que «la democracia puede perecer por la desfachatez de los demagogos».

Si hoy la estrategia populista es asumida por algunos partidos tradicionales y puede seguir agravando los problemas de la sociedad y de las persona, se debe a la manipulación que el emotivismo ejerce sobre el pensamiento perezoso. Sabemos que nuestro discurso mental se inserta en esquemas previos de valor y referencia que nos resistimos a cuestionar aunque la realidad los refute a diario. Emociones elementales precipitan oleadas de solidaridad o de odio grupal que conducen a la ruptura social y, en último término, explican que políticos probadamente incompetentes, mendaces o corruptos conserven su electorado.

El ciudadano adulto debe rechazar cualquier forma de servidumbre intelectual o moral para explorar nuevas vías de participación y control sobre el ejercicio del poder. Asegurar la separación y el sistema de contrapesos entre los poderes del Estado; fortalecer las instituciones frente al asalto partidista y sectario, erradicar la corrupción en todos los ámbitos, también en el de la misma lucha contra la corrupción; garantizar la recuperación económica y las condiciones de vida digna para todos son sólo algunos... la lista de los apremios democráticos es larga.

La catástrofe social y económica encadenada a la crisis sanitaria y su desacertada gestión demandan una acción ciudadana más crítica y decidida, cuyas exigencias, a riesgo de generar tensión, contribuyan a la construcción de una ética pública que impulse la transparencia y la rendición de cuentas. Según Habermas, la disensión completa el ideal de ciudadanía democrática porque nuestra libertad comunicativa y nuestra agencia moral no pueden delegarse totalmente. Los logros en el terreno de la justicia y la libertad, siempre insuficientes y provisionales, no pueden quedar a merced de quienes ya han malbaratado la confianza de sus electores y defraudado a todos.

Ante la propaganda que oculta la verdad y la ausencia de intenciones serias, los ciudadanos -ni súbditos ni cómplices- debemos ser muy críticos si queremos vivir en una sociedad justa, igualitaria, libre y solidaria, atenta a las necesidades de todos y capaz de asumir el entramado de deberes y esfuerzos que nos aguardan en un país económicamente hundido y en un planeta amenazado. Deberes que atañen a los poderes públicos, pero también a cada uno de nosotros porque demandan debate, pactos y respuestas que sólo funcionarán si cuentan con la participación de todos.

Ser ciudadano libre y autónomo, escribió Diego Gracia, es más que difícil, heroico. La libertad nos confronta con la libertad de los demás y con el valor de las cosas valiosas. En tiempos convulsos, nos convoca al discernimiento y la disconformidad valiente; a riesgos e incomodidades que vale la pena asumir porque nos jugamos mucho, pero es mucho también lo que cada uno puede aportar. Podemos hacer que toda reflexión -especulativa, artística o expositiva- y toda práctica individual sean una crítica de la vida pública y una visión de otras posibilidades de vivirla sobre valores de justicia, civismo y solidaridad, mayoritariamente compartidos pese a lo que pretendan burdas estrategias de confrontación.

No debemos permitir que la propaganda oficial nos manipule bajo pretexto de empoderarnos. Nada puede sustituir la tarea personal de armarse por dentro con los recursos intelectuales y morales que permiten distinguir la honestidad de las patrañas y expresar la disensión con serenidad y coraje, como tantos que en cualquier tiempo son capaces de arrostrar las consecuencias de su coherencia. La autoeducación ciudadana es una tarea permanente que puede emprenderse a cualquier edad porque se funda en la comprensión y el disfrute de lo mejor, de todo lo que suscita una respuesta y hace de ella una función política y social. Ahora el autocultivo es un apremio cívico y moral para identificar y rechazar los bulos y la desinformación, acaso sobre todo la que procede del constante impulso del poder hacia su autopreservación; para denigrar la colonización cultural, sectaria e ignorante y la manipulación ideológica de los medios de comunicación alineados; para exigir una independencia mediática y reservar nuestra confianza a las informaciones objetivas y al periodismo de calidad, comprometido con los hechos; para denunciar enérgicamente la monitorización de redes sociales o cualquier forma de censura y limitación de las libertades democráticas.

Cuando la política fracasa sólo los ciudadanos pueden llevar los requerimientos de la vida en común al procedimiento democrático por excelencia que, como dice Cortina, no es la negociación en beneficio de los negociadores, sino el diálogo, la transacción y el consenso.

Los ciudadanos vivimos y trabajamos en empresas, fábricas e instituciones, en universidades, hospitales y escuelas... nos integramos en asociaciones, cívicas, culturales o benéficas, tenemos familias y amigos... Cada uno en su ámbito puede reflexionar y comunicar, denunciar abusos y desviaciones de poder aunque arrostre con ello incomodidades y rechazo. Todos debemos poner en acto nuestro entendimiento y experiencia para situarnos al norte de las preocupaciones sociales y las necesidades de las personas, para formar la masa crítica del debate que ha de precipitar la renovación política, social y económica que necesitamos. La madurez ciudadana interpela al silencio o la complicidad con lo mal hecho. Exige tensar nuestra razón y nuestra imaginación para dar respuesta al más amplio radio de persuasiones y hacer que las esperanzas razonables, tan débiles ahora, sean realidades posibles mañana.

 

                                                                       CONSUELO MADRIGAL*  Vía EL MUNDO

*Consuelo Madrigal es Académica de Número de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.