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viernes, 31 de agosto de 2018

EL CATALANISMO O LAS MEDIAS TINTAS

El autor sostiene la imposibilidad de encajar el catalanismo político en España ya que, como proyecto político, o bien es una entelequia o bien constituye una farsa.


Constitución española.  CC


Asomándose estos días a las secciones de opinión se puede constatar que hay varios conceptos que se entremezclan con frecuencia y que creo interesante contribuir modestamente a aclarar. Se habla de catalanismo para legitimar determinadas posturas y de nacionalismo catalán y español para deslegitimar, por igual, a otras. Es un error.

Existen -quizá convenga decir que existieron- dos concepciones del nacionalismo. La primera, el nacionalismo político, de vocación ilustrada, se instrumentalizó para lograr que las sociedades occidentales de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX que se habían emancipado colectivamente a través de las revoluciones burguesas, librándose del yugo y la marginalidad a las que el absolutismo y la sociedad estamental les habían sometido, pudieran consolidar sus históricas conquistas.

Las declaraciones de los derechos fundamentales del hombre y la constitucionalización de las reglas del poder político precisaban de garantías que fueran más allá de su literalidad, no en vano habían roto abruptamente con constituciones materiales cuyos entramados de relaciones e intereses fácticos eran mucho más tupidos que un simple texto impuesto bajo el sol del nuevo soberano popular. Como los primeros constitucionalistas intuyeron, resultaba fundamental consolidar la base sobre la que se sostenía el nuevo acervo de derechos y libertades ciudadanas, es decir, de la unidad política. Era necesario robustecer el sentimiento de identidad nacional sobre el fondo de lo que en su día fue una nación histórica o renacentista a la que Westfalia le había proporcionado la estructura jurídica del Estado moderno, entonces sin legitimidad liberal-democrática.

Nacionalismo político


Una vez desprendido del tufo romántico que pronto comenzó a apestar la época, se fue consciente de que el sentimiento que había que afianzar o incluso hacer brotar era el de pertenencia involuntaria a una acumulación de vivencias comunes circunscritas a un territorio y de que esto debía comprenderse y aceptarse como algo dado por la historia. Las naciones, como comunidades circunscritas a un ámbito territorial, son hechos objetivos de existencia colectiva y su atribuida romántica voluntad de poder no es sino un sofisma que esconde la ambición personal de quien la reclama. La nación garantiza los derechos y libertades de sus ciudadanos en la medida en la que la unidad política de la que brota su poder constituyente sea inquebrantable.

Ese nacionalismo, quizá imprescindible en su época, devino en patriotismo -más tarde Habermas le añadió el pleonasmo “constitucional”-, y hoy se exhibe en todos los países que se precian de serlo, dígase EEUU, Francia, la Alemania e Italia actuales,Suiza, Noruega, y un largo etc., en donde la mera fundación de un movimiento cuyo objetivo sea quebrantar la unidad nacional es ilegal. Es el que hoy profesa toda persona celosa de sus derechos y libertades. Esa fue su función. Y está perfectamente justificado, a mi juicio, en la historia del progreso humano. 

Nacionalismo cultural


Todavía amenazante pese a las inmensas calamidades que ha ocasionado, y aunque ya proscrito por Naciones Unidas al finalizar las guerras que propició, existe otro nacionalismo que subsumió temporalmente al político en el lodazal decimonónico. Es el cultural, de corte romántico, antiilustrado. No se fundamenta sobre los derechos fundamentales individuales, sino sobre las cualidades subjetivas de una comunidad, sean estas religiosas, étnicas, identitarias o lingüísticas. La nación romántica, persona moral subjetiva con voluntad de poder, se encuentra por encima del individuo, cuyos derechos y libertades ignora, desprecia o conculca para su mayor gloria, que no es otra que la de alcanzar su destino soberano o su designio estatal.

El patriota entiende la nación como la garantía de las libertades individuales. Para el nacionalista romántico, las libertades individuales deben ser sacrificadas en beneficio de la nación. Es la diferencia entre el liberalismo y el fascismo. El patriotismo mantiene que las naciones no se votan, ni en parte ni en su totalidad, pues son hechos de existencia colectiva que vienen dados. Para el nacionalismo, las naciones son entes orgánicos con voluntad propia.

Ambas concepciones son absolutamente antagónicas, una está concebida para defender a todos los ciudadanos de los abusos de la condición humana, ya vengan del Estado o del propio entramado social. La otra sacrifica sus derechos en el altar de la subjetividad colectiva. 
Una está concebida para defender a todos los ciudadanos de los abusos de la condición humana, la otra sacrifica sus derechos
La desgracia para España es que la idealizada Transición, debido a intereses bastardos o la ligereza de sus redactores, rescató la aberración nacionalista romántica al incluir el término nacionalidad en la Constitución del 78. Sus redactores no supieron o no quisieron advertir dos cuestiones de importancia capital. Una, que el término nacionalidad porta intrínsecamente las mismas calificaciones de la nación romántica, es decir, de persona moral con voluntad de poder y destino en lo universal, pues fue el romanticismo decimonónico el que la definió como nación sin Estado propio. 
Querer compensar el efecto centrífugo de las nacionalidades con el centrípeto del patriotismo supuso un ejercicio de funambulismo pueril, una vez instalada a perpetuidad la precariedad nacional en nuestro sistema parlamentario de listas de partido. 

Transcurridos 40 años, el sentimiento de identidad nacional se ha hecho añicos. Otra, que todo movimiento independentista, al romper la unidad nacional en su propio territorio y ser al mismo tiempo consciente de la necesidad de la unidad política para la creación del Estado, necesita imponer un proyecto totalitario para crearla y mantenerla, poniendo a la nación por delante del individuo y aniquilando, como ya se está comprobando, todo atisbo de disidencia.

Por esa razón, el catalanismo como proyecto político, o bien es una entelequia o bien constituye una farsa. Como toda opción política territorial basada en el concepto subjetivo de nacionalidad es una fase previa al independentismo, cuyo desarrollo depende de las circunstancias, pero nunca de su razón de ser. Sin el catalanismo jamás se habría llegado al golpismo.

A todos los ingenuos que todavía apuestan por un encaje del catalanismo político en España, y compruebo leyendo la prensa que todavía son muchos y algunos muy cualificados, les sugiero que se desprendan de los brazos de Morfeo, vuelvan a larealidad y tomen conciencia de que en esta lucha no caben las medias tintas.


                                                                                  LORENZO ABADÍA***  Vía  EL ESPAÑOL

***Lorenzo Abadía es profesor asociado de Derecho Constitucional y autor del ensayo 'Desconfianza. Principios políticos para un cambio de régimen'.

La internacional de la derecha, el enemigo interno y el futuro de la UE

El final de la globalización y la entrada en un mundo en el que la geopolítica es más importante que nunca están causando problemas a Europa. Todo apunta a que se agravarán


Steve Bannon. (Reuters)


Están produciéndose movimientos serios en la Unión Europea. Es cierto que son reactivos, consecuencia de la decisión de Trump, es decir, de parte de las élites estadounidenses, de fortalecer económicamente su país y debilitar a la UE y a Alemania, pero no dejan de constatar fehacientemente los cambios políticos que están desarrollándose en el balance de fuerzas internacionales.

El ministro de Finanzas francés, Bruno Le Maire, y el ministro de Relaciones Exteriores de Alemania, Heiko Maas, señalaron el pasado lunes que la UE debería contar con sistemas de pago independientes de EEUU. Según publica Bloomberg, Le Maire afirmó su deseo de que “Europa sea un continente soberano, no un vasallo, y eso significa tener instrumentos de financiación totalmente independientes que hoy no existen”. Esta misma semana, Macron ha asegurado, en un discurso pronunciado ante los embajadores franceses, que Europa no puede apoyarse solo en los EEUU a la hora de asegurar su seguridad y su soberanía, y dejó caer que una menor hostilidad con Rusia sería conveniente.

Tensar la cuerda


Las afirmaciones son relevantes, porque si dos elementos son esenciales hoy en el juego del poder, esos son la financiación y las armas, y en ambos el eje europeo estaría manifestando su intención de alejarse de EEUU y de afirmarse como una potencia mucho más independiente. Es cierto que estas declaraciones tienen mucho de retórica del desafío, de tensar la cuerda frente a Trump, de señalar que si las cosas continúan por este camino, la UE también tiene sus bazas; la UE, al fin y al cabo, suele dar un paso hacia adelante y otro hacia atrás, con lo que acaba quedándose en el mismo sitio. Sin embargo, los hechos de los últimos meses señalan que la tensión va en aumento en lugar de disolverse.

El comercio con Francia es complicado a causa de la UE. Preferiría tener acuerdos solo con Francia. La UE es muy dura

En buena medida, porque EEUU lo ha decidido así. La guerra comercial iniciada por Trump es parte de ese propósito de recuperar hegemonía en el momento en que China se ha convertido en su principal rival, lo cual deja a Europa en una posición frágil, porque su principal aliado, aquel al cual estaba subordinada, ha decidido renegociar el acuerdo en términos mucho más beneficiosos para EEUU. La era de la globalización está tocando a su fin, y abre el paso a un tiempo en el que la geopolítica va a ser mucho más importante aún.

Acuerdos bilaterales


En ese nuevo escenario, Trump está desarrollando una estrategia decidida a minar a un rival comercial, como es la UE, y una buena manera de conseguirlo es fragilizarlo. Trump lo explicitó durante la reunión con Macron en Washington: “El comercio con Francia es complicado a causa de la UE. Preferiría tener acuerdos solo con Francia. La UE es muy dura con nosotros y eso tiene que cambiar”. Un escenario en el que la UE no existiera y que, por tanto, posibilitase tratados comerciales bilaterales sería particularmente provechoso para EEUU, ya que gozaría de condiciones más favorables que las negociadas con la Unión, cuyo poder de resistencia es mayor que el de sus partes aisladas. Esto es el Brexit.

Trump pretende ganar espacio a costa de quitárselo a sus aliados, y la Unión Europea es una diana comercial importante

Otro actor internacional poco amigable con la UE (esperable, dadas sus buenas relaciones con Trump) es Netanyahu, que está desplegando una notable acción diplomática en Europa del Este. La alta representante de la Unión para Asuntos Exteriores, Federica Mogherini, tenía previsto reunirse en junio con el presidente israelí, pero Netanyahu decidió no sentarse con ella. Semanas más tarde, sin embargo, dio una gran bienvenida al primer ministro húngaro, Viktor Orbán, un partidario de Trump y Putin poco amigo de la UE. Del mismo modo, Netanyahu se reunió este año en Alemania con Richard Grenell, embajador de EEUU en el país germano, quien había asegurado a Breitbart que pretendía empoderar a los partidos de derecha populista en toda Europa. Según Bloomberg, que citaba a Michael Oren, exembajador israelí en los EEUU, “el interés es romper la unidad europea en asuntos relacionados con Israel”. Un viceministro de Netanyahu declaró al diario: “Para mí, cuanto menos unida esté Europa, mejor. Soy optimista sobre eso. Una Europa unida no ha sido una bendición para este país”. Para la derecha conservadora de Israel, la UE ha sido un problema, porque, como anteriores líderes estadounidenses, ha tratado de jugar un papel moderador que se aleja de sus posiciones; forma parte del juego típico de la política internacional trazar alianzas con líderes que se alinean con tus pretensiones. Netanyahu está encontrando en el este algunos de ellos.

Las consecuencias internas


Dicho de otro modo, este regreso de la geopolítica tiene consecuencias en las alianzas internacionales, pero también dentro de los países. En el caso de la UE, la guerra de Trump contra China, cuyo objetivo es recuperar hegemonía estadounidense y frenar a la potencia ascendente, nos está perjudicando en diferentes sentidos. Trump pretende ganar espacio a costa de quitárselo a sus aliados, y la UE, como se ha visto en las medidas comerciales que ha tomado, es una diana importante. En ese juego, introducir elementos internos que minen a los adversarios es una táctica habitual. No podemos entender los movimientos de extrema derecha y los dextropopulistas en Europa sin comprender este carácter: lo que reste fuerza a mi adversario me beneficia. Por eso Trump apoyó al líder de UKIP y defendió el Brexit, por eso Bannon está por aquí, por eso se repiten en Europa las técnicas y las tácticas que funcionaron en EEUU, como el discurso acerca de los inmigrantes. Y tampoco podemos entender del todo a Puigdemont y a su facción dentro del independentismo catalán sin comprender que el único apoyo exterior que ha recibido ha sido de la extrema derecha estadounidense.

Abandonemos la retórica: hay una guerra por el poder internacional entre EEUU y China, y la UE está siendo la principal perjudicada

De manera que haríamos bien en tener en cuenta la variable geopolítica en los análisis sobre nuestras democracias, algo que escasamente se tiene en cuenta. El Brexit es buen ejemplo de este error. Fue definido por nuestros políticos como el deseo populista de regresar al viejo mundo de fronteras férreas, como la reacción ciega que trata de negar el progreso, como el producto del miedo frente a los cambios. Desde entonces, este ha sido el marco más utilizado: cada vez que un partido de estas características crecía electoralmente, se decía que explotaba el temor de las clases populares ante la globalización y ante el cambio tecnológico, que suponía la expresión de la ira de los perdedores, y que sus soluciones no eran más que el regreso a ese pasado de fronteras fuertes, autoridades firmes y familias tradicionales que ya sabemos dónde conduce: no era más que otra forma de volver a los totalitarismos. En lugar de afrontar los desafíos del futuro, se optaba por las soluciones salvíficas del pasado.

Una idea clara


Pero es hora ya de que nos dejemos de esta retórica vacía. Hemos iniciado una competición en la que llevamos las de perder, que es producto de la guerra larvada entre EEUU y China, y en la que jugamos un papel subordinado. La UE tiene que definirse, saber dónde quiere llegar, cuáles van a ser sus puntos fuertes y cuáles sus aliados, algo para lo que tiene enormes dificultades, entre otras causas, por su escasa cohesión. Pero si no hace esta tarea, su horizonte es la ruptura, más tardía o más temprana.

Las élites europeas siguen ancladas en el pasado y repiten con insistencia una fórmula que no les funciona desde el Brexit y el éxito de Trump

Buena parte de esa definición pasa por cambios en el frente interno. Los perdedores de la globalización, que son ya bastantes en Europa, están acercándose cada vez más a opciones políticas que abogan por marcharse de la UE, y cuyos líderes tienen una visión del mundo cercana a la de Trump. En este escenario, la actitud de las élites europeas, de aquellas que tienen en las manos los resortes de poder, es la misma que nos ha traído a esta encrucijada. Continúan haciendo y diciendo lo mismo: tenéis miedo, queréis vivir en el pasado, no temáis, abrazad el cambio. Siguen utilizando una fórmula, la de culpabilizar y menospreciar a los votantes de los partidos de derecha, que les dejó de funcionar el día que Trump llegó al poder. A pesar de ello, y de que no dejen de multiplicarse los problemas, continúan insistiendo en el marco perdedor. Sería más lógico que generasen reformas económicas que permitieran que el nivel de vida aumentase, que las poblaciones europeas tuvieran más razones para identificarse con la UE y que minasen a sus rivales políticos. Pero no tiene ninguna pinta de que ese vaya a ser el camino. Esto no va a acabar bien, entre la ceguera de unos y otros. En las próximas elecciones europeas, tendremos una buena pista de hacia dónde vamos.

PEDRO, DE LOS APENINOS A LOS ANDES

La gira latinoamericana del presidente de gobierno comenzó muy al sur de la región: en Chile y Bolivia. A diferencia del pequeño Marco de Edmundo de Amicis, Pedro Sánchez no busca una madre, sino la foto perfecta de sí mismo. Vive enamorado de su reflejo vestido como presidente de Gobierno

Pedro Sánchez (i), recibiendo de manos del presidente de Bolivia, Evo Morales, la máxima distinción del país andino, el gran collar del "Cóndor de los Andes". EFE


El 31 de mayo de 2018 fue el peor día para dejar de fumar. Los ceniceros de Moncloa debieron de acabar atiborrados de colillas. Se cumplen ya tres meses de aquel jueves que marcó el inesperado ascenso a la presidencia de gobierno de Pedro Sánchez, el menos aventajado de la clase. El mismo al que las circunstancias lo convirtieron en dinamitero de la legislatura popular y el aparejador de un edificio en grietas  con el que se ha aplicado, a fondo, para abrir unas cuantas más. Sánchez, el hombre que gobierna con una margarita en la mano, despellejando el jardín en que él mismo se mete cada semana. 

El presidente español se ha puesto otra vez de perfil en los asuntos importantes, como en el más grave de la región: la tragedia venezolana
Desde que emprendió su expedición a los Andes -su gira latinoamericana comenzó muy al sur, en Chile y luego Bolivia-, a diferencia del pequeño Marco de Edmundo de Amicis, Sánchez no busca una madre, sino la foto perfecta de sí mismo. Así ha ido: dejando a su paso un reguero de amor propio. El presidente español se ha puesto otra vez de perfil en los asuntos importantes, uno de ellos el más grave de la región: la tragedia venezolana, para la que el socialista ha pedido diálogo entre los ciudadanos. Ya. A los que cruzan desesperados la frontera no se les había ocurrido. Diálogo, seguro. Los más de 300 presos políticos que Maduro mantiene en cárceles militares pensarían lo mismo, alguna vez. Pero conversar, lo que se dice conversar, con un grillete en el tobillo y cinco ceros menos en la moneda... es complicado. 

Varias estampas más coronan el álbum de viaje de Sánchez: junto a Evo Morales luciendo una distinción que sólo ha recibido Nicolás Maduro o su descubrimiento, ay caramba, de que existió un mártir llamado Salvador Allende. Quién sabe, quizá hasta se le ocurra juzgar a Pinochet, aunque al día siguiente tenga que convocar una rueda de prensa para anunciar que no será posible porque, válgame Dios, el dictador llevaba ya unos años muerto. La foto quedará, eso sí, estupenda. Pedro el Guapo, un bombón relleno con la crema fina de la más portentosa frivolidad.
Quizá a Sánchez se le ocurra juzgar a Pinochet, aunque al día siguiente tenga que convocar a la prensa para anunciar que no será posible porque, ay caramba, el dictador llevaba ya unos años muerto
Pedro Sánchez necesitó pedir un escaño prestado el día de la moción de censura, ya que no disponía de silla en el hemiciclo. Hasta ahí llegó con su silabario y su apresto de maniquí. El socialista aprovechó un partido que se caía a trozos, el PP, al mismo tiempo que disimuló sus propias tropelías. En las elecciones de 2015 Sánchez había dejado al PSOE su peor resultado en España: 90 diputados. Seis meses después, en los comicios del 26J, fue a peor: consiguió 85, cinco menos. Tras abstenerse para impedir la investidura de Rajoy -¡no es no!, decía-, Sánchez dinamitó su partido. Abandonó su escaño y dimitió la misma mañana de la votación.  

Todos lo dieron por muerto. Pero dos años después resurgió de sus cenizas y derrotó a Susana Díaz en la carrera por la secretaría general del PSOE. Habría que atribuir su larga y milagrosa vida política a la resistencia de los que tienen una sola idea. A Pedro Sánchez le pueden los espejos, por eso vive enamorado de su reflejo vestido como presidente de Gobierno. Hay gente a la que sólo conoceremos por sus desgracias. Pero hay otros, todavía peores, a quienes toca padecer por las desgracias que ocasionan. Así es Sánchez, el milagro de un muerto viviente. El más guapo de todo el cementerio. El barril de pólvora que rueda, cuesta abajo, por la carrera de San Jerónimo. 


                                                                      KARINA SAINZ BORGO  Vía VOZ PÓPULI

jueves, 30 de agosto de 2018

Carta abierta a Pedro Sánchez: protejamos la democracia española


SEAN MACKAOUI



Señor Sánchez: Está a punto de cumplirse un año del golpe separatista contra nuestra democracia, uno de los episodios más negros vividos en los últimos 40 años en las instituciones españolas. En aquellos días de septiembre, que ningún demócrata debe dejar de recordar, el nacionalismo catalán consumó el desafío al Estado que llevaba décadas cultivando y meses acelerando y, mediante una violación flagrante de la Constitución, el Estatuto de Autonomía y los derechos más elementales de los ciudadanos, aprobó las leyes de ruptura que pretendían ser la base de la secesión de Cataluña. Todo ello silenciando a la oposición que representaba a más de la mitad de los catalanes, triturando las resoluciones del Tribunal Constitucional y haciendo caso omiso de las advertencias de los letrados del Parlament, que alertaron reiteradamente de los atropellos.
Fueron los días de la infamia del nacionalismo catalán (tendrían todavía dos corolarios: el intento de referéndum ilegal del 1-O y la esperpéntica declaración de independencia), cuando mostraron como nunca su verdadero rostro, quedando al desnudo con toda crudeza un carácter totalitario y antidemocrático que solo permanecía oculto a los ojos de quien no quería verlo. Dieron un auténtico golpe de Estado en una de las democracias más avanzadas y garantistas del mundo, pero si llegaron tan lejos se debió en gran parte a que esta cometió el error de no defenderse con todos sus instrumentos constitucionales de quienes planeaban con toda publicidad su liquidación. Aprendamos de ello.
La democracia española acabó imponiéndose. Nunca agradeceremos lo suficiente al Jefe del Estado su crucial intervención del 3 de octubre, capital para convencer al bipartidismo de que solo aplicando sin ambages la Constitución se podía neutralizar el desafío. Vital resultó también la actitud de los dirigentes de la Unión Europea, encabezados por Juncker, Tajani, Merkel o Macron, poniendo en su sitio sin contemplaciones a los golpistas. Y los catalanes constitucionalistas jamás olvidaremos las masivas y emocionantes manifestaciones de octubre con las que se rompió una espiral del silencio larvada a lo largo de cuatro décadas. La mordaza impuesta por el nacionalismo al discrepante saltó por los aires, la mayoría silenciada se revolvió valiente y decidida contra la deriva antidemocrática de Puigdemont y cía, dijo "basta" y el mundo entero comprobó cómo se desmontaba el castillo de mentiras independentistas.
Este clima le empujó, señor Sánchez, a aceptar la aplicación del artículo 155 en Cataluña, el cese de los golpistas y la convocatoria de elecciones autonómicas. Su partido todavía y pese a todo tuvo tiempo de dejar dos episodios de vergonzante contemporización con el nacionalismo (el rechazo a la moción de apoyo al Estado de derecho presentada por Ciudadanos en el Congreso y la espantada de los senadores Montilla y Antich para no votar el 155), pero logramos articular una respuesta conjunta del constitucionalismo para sofocar la rebelión. Cs, PP y PSOE nos unimos para desactivar el golpe, desalojar a unos dirigentes desleales con el Estado y dar la palabra a los catalanes. Cs ganó esas elecciones con unos resultados históricos y solo la injusta ley electoral impidió a Inés Arrimadas constituir el primer gobierno no nacionalista de la historia democrática de Cataluña.
Los separatistas aprovecharon su minúscula e injusta mayoría de escaños para volver al poder y lanzar una reedición del golpe a la democracia. La Generalitat está hoy presidida por un racista títere de Puigdemont que nos considera "bestias taradas" a los españoles, que en su investidura prometió "trabajar sin descanso por la república", que en el aniversario de los atentados del 17-A llamó a "atacar al Estado" y que esta misma semana ha vuelto a mostrar su intención "insoslayable de implementar la república catalana y hacerla real". Un señor al que usted desgraciadamente legitimó pactando con él para llegar al poder y al que debe la presidencia del Gobierno. Con el que usted compartió charla, regalos, paseos y risas en La Moncloa para oprobio de los demócratas en julio, prometiéndole "diálogo sin cortapisas" y sin exigirle siquiera que retirara de la fachada de una institución del Estado, la Generalitat, esa pancarta que nos insulta a todos los españoles diciendo implícitamente que nuestro país es una dictadura.
Si algo han demostrado estos últimos 40 años los nacionalistas es que son insaciables. Su partido, señor Sánchez, y el PP acumulan un historial de cesiones ante ellos que no han servido para nada más que para permitirles copar espacios crecientes de poder y avasallar impunemente a los millones de ciudadanos que no comulgamos con sus ideas supremacistas y sus planes rupturistas.
Esa política, dejar permanentemente la gobernabilidad de España en manos de quien quiere destruirla, ha sido un desastre, un tremendo error. Como lo fue no mantener y extender el 155 tras la investidura de un Torra que se niega a acatar la ley (y así se lo trasladé a Rajoy en nuestra reunión en Moncloa del 17 de mayo). Como lo fue que usted cometiera la irresponsabilidad de buscar, pactar y aceptar el apoyo de los golpistas para llegar al poder. No todo vale.
Le pido que, a la luz de la deriva autoritaria de Torra, dé marcha atrás. El presidente de Cataluña está actuando directamente contra la mayoría de sus ciudadanos y en general contra el pueblo español, alienta la ocupación del espacio público con simbología ilegal o ideológica, utiliza a los Mossos d'Esquadra como policía política para amedrentar a quienes rechacen esa ocupación, hace de la radio y la televisión públicas insoportables aparatos de agitación y propaganda separatista, reabre por todo el mundo las embajadas para desprestigiar a España que cerramos con el 155, ha puesto a sueldo de la Generalitat a golpistas prófugos de la justicia... El máximo representante ordinario del Estado en Cataluña utiliza todos los recursos que esa posición le proporciona para ir contra el Estado. Es surrealista, el mundo al revés, y no podemos tolerarlo. Usted tiene la obligación de actuar y defender a España, por encima de sus intereses personales.
Señor Sánchez, en nombre de mi partido y de sus millones de votantes y en mi condición de diputado de la Nación y de catalán constitucionalista que sufre a diario el acoso y el odio de los separatistas, le solicito encarecidamente una rectificación. Le emplazo a que admita que se ha equivocado de socios, que no se puede gobernar España de la mano de quienes quieren liquidar España y que los constitucionalistas tenemos que rehacer la alianza que hace un año permitió salvar nuestra democracia, esta vez para que no vuelva a ponerse a prueba la fortaleza de nuestro sistema y para proteger a los catalanes no separatistas.
Haga uso de sus facultades para, al amparo del artículo 155 de la Constitución, requerir a Torra a que asuma explícitamente el marco constitucional y su obligación de cumplir y hacer cumplir las leyes, empezando por la Carta Magna, y las resoluciones de los tribunales. Y, si se niega, aplique dicho artículo para quitar competencias a un mandatario que se sitúa fuera de la ley. Ciudadanos está dispuesto a sentarse a hablar de las formas de esa intervención, de las competencias concretas sobre las que debe efectuarse (Mossos, medios de comunicación públicos, finanzas, educación...), de la duración y los objetivos de la misma. Pero hay que actuar ya, antes de que sea demasiado tarde.
La situación es insostenible. Jueces, fiscales, policías, guardias civiles, concejales, periodistas y ciudadanos en general sufren a diario el señalamiento y el acoso separatista por hacer su trabajo o simplemente por no aceptar los postulados nacionalistas. Por hacer lo que usted no hace: cumplir con su obligación. Ese acoso lo está alentando la política de Torra y usted no puede abandonar a su suerte a quien lo padece. El Estado ha ido desapareciendo de Cataluña con los sucesivos gobiernos de PP y PSOE y desamparando a los constitucionalistas; es momento de revertir esa tendencia y de garantizar la libertad, la convivencia y la democracia en Cataluña. Tiene la obligación moral, cívica, democrática, de hacerlo. Para que triunfe el mal, basta con que los hombres de bien no hagan nada, constató Edmund Burke. Usted, señor Sánchez, no solo no está haciendo nada para frenar a Torra, sino que está legitimando su deriva por aguantar un tiempo más en La Moncloa. Rectifique, acepte nuestra mano tendida y vuelva al consenso constitucionalista; de lo contrario, usted también será responsable de todo lo que los separatistas hagan para sacar adelante sus planes de ruptura.

                                                                                 ALBERT RIVERA*  Vía EL MUNDO
*Albert Rivera es diputado y presidente de Ciudadanos.

"Los recusados de la Sala Segunda no mueven un papel. El juicio se dilata"

El 5 de septiembre, la Sala del 61 resolverá la recusación de cinco magistrados de la Sala Segunda. Los procesados presos han logrado dilatar la causa y acercar el juicio a mayo


Esteladas durante una manifestación en Cataluña. (Reuters)


El próximo 5 de septiembre, miércoles, se reúne la Sala del 61 del Tribunal Supremo para deliberar y resolver sobre la recusación de los magistrados de la Sala Segunda que formarán parte del tribunal de enjuiciamiento de la causa instruida por Pablo Llarena sobre el proceso soberanista. El pasado mes de julio —como en este mismo blog se adelantó el 27 de junio—, las defensas de Jordi Turull, Josep Rull, Jordi Sànchez, Oriol Junqueras y Raül Romeva, en una maniobra claramente dilatoria, recusaron a los magistrados Manuel Marchena, presidente de la Sala Segunda del Supremo, a Andres Martínez Arrieta, a José Ramón Berdugo, a Luciano Varela y a Vicente Magro. Aunque la sala podía haber rechazado de plano la recusación, como hizo Pablo Llarena con la que promovió Carme Forcadell contra él, la sala ha preferido que la cuestión se debata para que no pueda aducirse esta cuestión ante un eventual recurso de los procesados ante la Justicia europea.

La recusación se produce en todos los casos por supuesta parcialidad de los magistrados y por 'contaminación' de estos en trámites previos al estricto enjuiciamiento que se producirá en los próximos meses. El asunto lo deliberará y resolverá la sala que está prevista en el artículo 61 de la Ley Orgánica del Poder Judicial y que debería estar integrada por 16 magistrados: tres por cada una de las cinco salas del Supremo (el presidente, el magistrado más antiguo y más nuevo de cada una de ellas), bajo la presidencia de Carlos Lesmes, que es el presidente del Supremo y del Consejo General del Poder Judicial. Sin embargo, la Sala del 61 no podrá completarse porque tres de sus miembros (Manuel Marchena, Andrés Martínez Arrieta y Vicente Magro) están recusados y por ello no pueden participar en un debate y posterior resolución que les afecte directamente.


Beatriz Parera

LA POLICÍA DEBE SER COMPETENCIA EXCLUSIVAMENTE ESTATAL


Agentes de los Mossos d'Esquadra EFE


La Policía Nacional ha detenido al agresor que le partió la nariz a la persona que descolgaba lazos este fin de semana pasado. Los Mossos, por su parte, se dedican a identificar a quienes los retiran. ¿Qué está pasando con el orden público en Cataluña?

Lo básico debe ser competencia estatal


El problema del orden público en Cataluña, cada vez más degradado, tiene causas diversas, incluso complejas. No es un hecho aislado de lo que sucede en el resto de España, aunque tenga sus propios matices. El concepto de la autoridad, unido al del respeto hacia los demás, ha sido progresivamente degradado por progresismos suicidas. Desde la pseudo izquierda se ha machacado de manera constante el mantra de que la autoridad, la policía, vamos, es intrínsicamente malvada. Rara izquierda es esa, además de mentirosa, porque debemos recordar aquel principio revolucionario que habla de que la anarquía debe ser la máxima expresión del orden. En una sociedad utópica, y la anarquía es junto con el cristianismo la utopía más extrema de todas, las personas son responsables de sus actos, conscientes de sus responsabilidades y, por tanto, no precisan de leyes ni de agentes de la autoridad que recuerden cuáles son sus límites.
Confundir orden y ley con dictadura y fascismo es uno de los eslóganes mas perniciosos de la izquierda
Pero como sea que la condición humana es la que es, a lo largo de la historia nos hemos ido dotando de instrumentos sociales para evitar que la ley de la horca sea la que impere. Confundir orden y ley con dictadura y fascismo es uno de los eslóganes mas perniciosos de la izquierda caviar y ya no digamos de la comunista, que lo único que pretende es sustituir la ley democrática por la suya, profundamente dictatorial. Sabemos cómo acaba esa ley comunista: en el Gulag, igual que la nacionalsocialista finalizaba en Auschwitz.

En España, en las épocas de la transición, se llegó a la conclusión errónea de que había que erradicar el principio de autoridad, porque eso eran cosas del Caudillo, y así hemos llegado al día de hoy. En ese terrible y funesto proceder se enmarca el hecho de que, en Catalunya, a día de hoy, existan unos cuerpos de seguridad estatales vilipendiados por el separatismo, acusados de violentos, de torturadores, de serviles. Se les acosa, se les niega el alojamiento en hoteles y campings, se vilipendia a sus hijos en colegios. Son las fuerzas de ocupación, dicen los de la estelada. Es el mismo argumentario que siempre han utilizado los etarras, no lo olvidemos. De ahí que los Mossos sean la policía “buena” y el resto los cipayos o poco menos.
En España, en las épocas de la transición, se llegó a la conclusión errónea de que había que erradicar el principio de autoridad, porque eso eran cosas del Caudillo, y así hemos llegado al día de hoy
Que la policía autonómica, y aquí hablo de mandos y de un sector de la misma, se ha convertido en un órgano político al servicio del separatismo es un hecho indiscutible. No hay más que repasar los titulares de los diarios para comprobar que la perversión de la legalidad ha llegado hasta este cuerpo uniformado. Quienes cuelgan propaganda separatista ante la mirada complaciente de agentes de los Mossos ejercen su libertad de expresión; en cambio, quienes los retiran pueden acabar siendo multados, identificados, casi detenidos por ser peligrosos fascistas.

Tarradellas era mucho más listo que todo esto. El no quiso jamás disponer de una policía propia. Lo que deseaba aquel viejo zorro era tener mando sobre la Guardia Civil y la Policía Nacional, porque se consideraba el máximo representante del Estado en Cataluña. Luego pasó lo que pasó, y Pujol soñó con un cuerpo uniformado que le saludase y al que poder mangonear a su gusto. Pero no sería hasta el Tripartito que la cosa se desmadró. Recordemos que el despliegue de los Mossos, en detrimento de los otros cuerpos de seguridad, se efectúa bajo la presión de gobiernos catalanes presuntamente de izquierdas. Ese error lo estamos pagando muy caro los catalanes. Porque hay competencias que jamás deben delegarse en las autonomías, léanse las de educación, sanidad o las que afectan al tema que nos ocupa, el orden público. Es un principio democrático: iguales derechos para todos los habitantes del mismo país, del mismo territorio. Lo contrario es lo de siempre, crear privilegios para unos en detrimento de los otros.

De aquellos polvos vienen los actuales lodos


Fragmentar el orden público en policías autonómicas solo ha conllevado problemas. Ya no hablamos de la descoordinación entre diferentes policías en casos como el atentado yihadista de las Ramblas, sino de la aplicación del principio de legalidad que debe imperar en todo estado de derecho. La policía está para hacer que se cumpla le lay, la ley de todos, y no para satisfacer los deseos del hiperventilado político de turno. Esto, que se entiende en cualquier país europeo, en Cataluña se ha vuelto como tantas otras cosas del revés, y ahora resulta que Torra se indigna cuando fiscalía pretende investigar a los Mossos ante su pasividad con el separatismo. Torra y los suyos se pasan por el arco del triunfo la separación de poderes, fíjense, ellos que tanto afirman que en España no existe. Recuerden algunos que en el proyecto de constitución catalana a los jueces los nombraba directamente el poder político.

Al ser de mentalidad totalitaria y contar con los paniaguados que prefieren invertir en plastilina, taller de papiroflexia y otras memeces en lugar de dotar a la fuerza pública de medios y recursos humanos, han tenido hasta ahora la partida ganada. De ahí que les moleste que policía y guardia civil cumplan con su trabajo, que no es otro que el de proteger y servir. A ellos les atrae mucho más ver a Mossos ayudando a cargar cubos de plástico ejerciendo de urnas o ver como servidores del orden público llevan la estelada en las cachas de sus armas reglamentarias. Y si, ya sé que en los cuerpos nacionales existen algunos extremistas, pero eso es muy distinto del tema que nos ocupa. Una cosa es encontrar elementos que deshonran el uniforme que llevan y otra crear una policía política que, a despecho de la ley, ejerza de brazo armado al servicio de una caterva de golpistas.
Que la señora agredida haya presentado denuncia ante la Policía Nacional y no ante los Mossos es el más claro ejemplo de lo que digo. No se fía de los agentes autonómicos
Que la señora agredida haya presentado denuncia ante la Policía Nacional y no ante los Mossos es el más claro ejemplo de lo que digo. No se fía de los agentes autonómicos. Claro, ¿cómo se va a fiar, si son los mismos que permitieron el escrache al Parlament, haciendo ver que se oponían a la masa de fanáticos? Vean las imágenes en internet si no les puede el rubor de la vergüenza ajena.

Por todo lo visto hasta la fecha, lo mejor y más sabio sería poner a todas las fuerzas de la policía autonómica bajo el control de un cuerpo nacional; digo más, el remedio más efectivo sería su supresión, porque vamos a tener más uniformados que civiles. Además, disponiendo de cuerpos nacionales y locales, que esa es otra, ¿me quieren decir qué falta hace la Ertzaintza, la Policía Foral, los Mossos o lo que ustedes quieran decir? De nada, son un elemento más para que los covachuelistas de las autonomías medren y consigan opíparos cargos. Ah, y además para que cualquier orate disponga de una fuerza armada a la que emplear cuando y como le dé la gana.

Sánchez no hará nada en ese sentido, claro, pero lo triste es que el resto de partidos tampoco moverá un dedo. Hablar de recentralizar competencias es tabú. Creen que les haría perder votos cuando yo opino que pasaría justamente todo lo contrario. Porque la gente está harta de tanta majadería con las cosas realmente importantes, y el orden público es una de ellas.

Si uno no confía en su policía, como le pasa a la señora agredida, es el principio del fin.



                                                                                   MIQUEL GIMÉNEZ   Vía VOZ PÓPULI

EL ESCÁNDALO DE PENSILVANIA: LO QUE NADIE CUENTA

Como en todos los casos anteriores las fechorías son presentadas como una descalificación de la propia Iglesia y del sacerdocio





El informe para el Gran Jurado de Pensilvania sobre casos de pederastia, probados o presuntos, cometidos por sacerdotes de las diócesis de aquel estado durante 70 años, van ha constituir una nueva herida sobre un flanco débil de la Iglesia. Como en todos los casos anteriores las fechorías son presentadas como una descalificación de la propia Iglesia y del sacerdocio acudiendo a la acumulación de años para así presentar cifras agregadas más llamativas. No es una práctica jurídica habitual sumar supuestos penales distintos cometidos en lugares diferentes a lo largo de siete décadas. Como también es una manipulación definir los presuntos patrones de comportamiento de las autoridades eclesiales como “un manual para ocultar la verdad”. Todo eso es manipular los hechos para dar ese carácter orgánico que se quiere mostrar. La propia Iglesia institucional anonadada ante estos casos poco puede hacer más que condenarlos, pero eso no basta, porque esa condena puede significar esconder la cabeza bajo el ala, y así terminar dando razón a quienes instrumentalizan unos hechos lamentables.

La primera cuestión es por qué después de 70 años surge ahora esta verdadera Causa General contra la Iglesia Católica en Pensilvania, cuando la casi totalidad de los delitos o están prescritos, los presuntos culpables muertos, o en diversos de los casos, ya fueron juzgados en su momento. La respuesta concreta solo la tiene un político, el fiscal general de Pensilvania Josh Shapiro, que apunta ya hacia el Vaticano. Es necesario esclarecer todas las razones que han llevado a esta explosión de efectos retardados, cuando en realidad los juicios a que puede llegar no son más de un par o tres, porque la realidad pura y dura es que este escándalo obedece a situaciones del pasado. La futura trayectoria política de Shapiro, sus aspiraciones deben ser objeto de atención.

Pero que sean pretéritas no les quita importancia porque un solo caso daña ya terriblemente a la Iglesia. Hay que preguntarse qué hizo posible lo que sucedió décadas atrás para que tales aberraciones, como la del cura que violó en los años ochenta a 15 chicos, se hayan producido. La primera respuesta, la que explica la inmensa mayoría de casos, la que tipifica la cuestión de la pederastia en la Iglesia, es la de que se trataba de actos homosexuales. Esa es la constante en todos los casos numerosos en todas las diócesis americanas. Esto no significa que no se dieran abusos sexuales contra chicas, pero fueron siempre la excepción que confirma la regla, algo que por si solo no permitiría construir un escándalo. La homosexualidad es la gran amenaza interna para la Iglesia, el gran desafío para los seminarios, la gran cuestión para todos los obispos. El celibato atrajo en el pasado a un numeroso sector de homosexuales, que llegaron incluso a constituir un fuerte grupo de presión dentro del propio Vaticano. Ahora esto ha remitido, pero no está del todo terminado. La Iglesia debe garantizar que no tiene nadie con deseos homosexuales en su seno.

Y el tercer aspecto clave de este y otros escándalos es que se entiende desde la perspectiva católica, que exista una reserva a trasladar los casos a la justicia, porque ella no deja de ser una sociedad en sí misma con su propio Código Canónico y sus instancias de juicio o sanción. Otra cosa es el grado de aceptación que el estado secular disponga hacia este proceder, pero esta sería otra cuestión. No, lo que se trata ahora aquí es algo muy distinto. Se trata de que los responsables diocesanos en su momento no actuaron con la justicia eclesial necesaria para la gravedad de los casos. No en todos obviamente, porque sacerdotes de aquel pasado turbio fueron exclaustrados de la Iglesia y reducidos a la condición civil, y otros fueron juzgados por la justicia secular, pero muchos recibieron apercibimientos leves, o incluso no hubo interés en profundizar en los posibles casos.

Esas son tres grandes cuestiones de las que poco se habla: la instrumentalización ahora de hechos aberrantes del pasado adoptando siempre la fórmula tan contraria al derecho de la Causa General. La estrecha relación en el caso católico entre pederastia y homosexualidad, y la insuficiente aplicación de la justicia eclesial cuando esta precisamente dispone de medios para salvaguardar a la Iglesia del pecado de los hombres.



                                                                                  ForumLibertas.com

miércoles, 29 de agosto de 2018

YO TAMBIÉN QUIERO SER UN CATALÁN EQUIDISTANTE

Cristian Campos


Yo quiero ser un buen catalán equidistante. Uno de esos que, como explica Lluís Bassets este lunes en El País, "trabajan para unir y preservar Cataluña". Pero necesito instrucciones inequívocas. He intentando encontrarlas en el mismo artículo de Bassets, que, entiendo, se incluye a sí mismo en el lote de los prístinos (no tiene pinta el texto de ser una autocrítica). Pero sigo sin aclararme.

Quizá lo que ocurre es que desde aquí abajo resulta difícil oír las directrices radiadas por ese megáfono moral con el que los puros de corazón, equidistantes entre la enfermedad nacionalista y su cura democrática, nos aleccionan a los morlocks del subsuelo que intentamos "dividir y destruir Cataluña". ¡Vaya por Dios! ¡Y yo que sólo pretendía que se respetaran mis derechos civiles! ¡Que me dejaran vivir en un espacio libre de nacionalismo! Voy a tener que deconstruirme para averiguar dónde está el fallo

El caso es que leyendo el texto de Bassets me he topado con algunas instrucciones aparentemente contradictorias:
"Hay muchas formas de entender Cataluña": A la vista de la composición del Parlamento autonómico catalán, dos y media. La nacionalista, la constitucional y la equidistante. Esta última, en realidad, un tuneo de la primera: una rosa nacionalista de la que se han limado las espinas secesionistas.  

"Pero hay dos [formas] especialmente peligrosas por su radicalidad y su afán de ocupar el espacio entero de la vida pública": Hasta donde yo sé, sólo una de esas "formas de entender Cataluña" se ha atribuido la representación de todos los catalanes. En el sobreentendido, por supuesto, de que los catalanes que no encajan o que no se dejan encajar en el arquetipo idealizado de la catalanidad eterna e inmutable defendida por ella no merecen el título de tales.

"Hasta ahora, la virulencia de sus actitudes solo se había expresado en la forma desagradable pero finalmente inofensiva de los insultos y los ataques digitales y mediáticos": Error. Una de esas partes ha expresado esas "actitudes" por medio de leyes puesto que lleva gobernando la comunidad cuarenta años. La única diferencia es que desde el 6 y el 7 de septiembre de 2017 cuenta con resistencia en la calle y en las instituciones por la aparición de un partido no nacionalista capaz de ganarle las elecciones a los que se creían propietarios de la región. 

"[Gestos] que no ocultan el deseo mórbido de llegar más lejos, como una soterrada y obscena apelación al martirologio cruento": No conozco a nadie que desee que le partan la cara. Pero es llamativa la referencia al martirologio. Porque sólo una de las partes aludidas ha recurrido de forma sistemática al victimismo reiterado y cansino del "España nos roba", "España no nos entiende", "España no nos merece" y "España es Turquía". Puestos a buscar martirologio, en definitiva, mejor buscarlo en esas playas infestadas de cruces o en las periódicas demostraciones de solidaridad con presuntos delincuentes que fueron avisados una y otra vez, por amigos y enemigos, de las ilegalidades en las que estaban incurriendo. Roza la hipocresía, en fin, comparar las quejas obscenas de quienes han disfrutado durante cuarenta años del poder ejecutivo, legislativo y mediático en la comunidad catalana con las protestas, muy recientes, de quienes llevan esos mismos años callando frente a las imposiciones del régimen nacionalista. Régimen que, por cierto, ha hecho de "la astucia" para desobedecer las sentencias judiciales todo un arte. 

"Los resentimientos desbocados, los odios acumulados y los desprecios exhibidos, sentimientos en los que las dos tribus se hermanan": Hombre, hombre. "Hermanados", dice. Digamos que el asco que siente el cacique por sus súbditos, esos "bichos con baches", no es del mismo calibre ni de la misma catadura moral que el cabreo que puedan albergar esos súbditos contra su cacique. Como dice Cayetana Álvarez de Toledo aquí: "El asco es mucho peor que el cabreo. El cabreo tiene remedio y hasta vuelta atrás. El asco no admite negociación".

"Trabajan ambas por un objetivo idéntico: quieren aniquilar al adversario, rechazan cualquier transacción, la idea de un empate y no digamos ya la aceptación de la propia derrota": La idea de un empate entre el delito y la ley en un Estado democrático de la UE es obscena y debería repugnar a cualquiera que se considere demócrata. Y sí: el aniquilamiento democrático del supremacismo es, no sólo higiénico, sino imperativo. 

"Solo hay una cosa que no podemos hacer, que no debemos hacer, si queremos evitar esta demencial escalada: añadirnos ni que sea ocasionalmente a uno de los dos bandos que ahora andan buscándose por las esquinas del país": Esto lo ha respondido mucho mejor que yo Irene González. El equidistante no es imparcial: es un bando beligerante más que aspira a perpetuar su privilegiada posición de superioridad moral declamando constantes peticiones de diálogo y negociación que, siempre, de forma indefectible, como una maldición gitana, culmina con cesiones en el sentido deseado por el nacionalismo. ¿Por qué el referéndum de independencia, radicalmente inconstitucional, debería ser "negociable" y la libre elección de idioma en la escuela, el retorno de competencias al Estado o la transformación de la provincia de Barcelona en una comunidad autónoma más (como la de Madrid) son tabú a pesar de ser plenamente constitucionales? La negociación que sólo avanza en un sentido no es negociación: es chantaje. 

"No serán los lazos amarillos los que darán la libertad a los políticos presos. Ni su censura será la que los mantendrá encarcelados": Es una afirmación banal. Probablemente, sólo los que cuelgan lazos piensan que su fetichismo ideológico tendrá la más mínima influencia en la Justicia. En cuanto a los otros aludidos, no "censuran" nada. Limpian el espacio público de signos partidistas en defensa de, lo repito, presuntos delincuentes acusados por la Justicia de graves delitos. En concreto, el segundo golpe de Estado sufrido por la democracia española en sus 40 años de historia. No es moco de pavo. La libertad de los presos, en fin, la "dará" su absolución o el cumplimiento de su condena. Cualquier otra opción, incluida la del indulto, debería repeler a un demócrata. 

"Si los queremos en casa pronto, tan pronto como sea posible, tendremos que dejar atrás la guerra de los lazos": Yo no los quiero "en casa". Los quiero en la cárcel. Si son considerados culpables, por supuesto. ¿No es tomar partido "querer en casa" a presuntos golpistas y malversadores de fondos públicos?

"La oposición irreductible que separará cada vez más a los catalanes será (…) entre los que quieren dividir y destruir Cataluña y los que quieren unirla y preservarla": Qué paradoja. Querer unir y preservar Cataluña es un objetivo político legítimo, y no sólo legítimo, sino también elevado, pero los que quieren unir y preservar España son arrinconados, por radicales, en una esquina del tablero democrático por Bassets. En cualquier caso, este tipo de afirmaciones son, nuevamente, banales. Porque ya me explicará el autor cómo pretende "unir y preservar" Cataluña cuando la mitad de sus ciudadanos, es decir la mitad nacionalista, considerable irrenunciable el desunirla para así poder preservar sólo la mitad de su cultura, de sus costumbres, de sus idiomas y hasta de sus ciudadanos. Ya explicará Bassets, en fin, cómo pretende convencer a ese 47% de catalanes que han decidido que los cuarenta años de convivencia entre nacionalistas y no nacionalistas se han acabado aquí, en este preciso instante histórico, porque ha llegado la hora de apoderarse de lo que, de forma legítima, le pertenece a todos los españoles. 


Conocida la alternativa, en fin, creo que prefiero seguir siendo un mal catalán. 


                                                                                          CRISTIAN CAMPOS  Vía EL ESPAÑOL

Llarena, el Gobierno y el cabreo en Waterloo

Las palabras, los gestos y las demandas forman parte de una política secesionista cada vez más bronquista y agresiva, como ayer se demostró con las declaraciones de Puigdemont en Waterloo


Los CDR queman retratos de Felipe VI y del juez Llarena. (EFE)


¿Qué tiene de privada la declaración del magistrado instructor de la causa del proceso soberanista según la cual los encarcelados preventivamente son políticos presos y no presos políticos? Nada. Se trata de una apreciación pública, extraprocesal e íntimamente conectada con el procedimiento penal que Pablo Llarena ha instruido. Una demanda civil contra él basada en esas declaraciones porque implicarían parcialidad en el instructor —interpuesta, además, ante un juez belga— promovida por Puigdemont y otros huidos de la Justicia española es lo que el diario 'El País' denominaba ayer en su editorial una “argucia política”, es decir, una cortina de humo que solo busca presentar al Estado español, a través del magistrado de la Sala Segunda del Tribunal Supremo, como un “Estado delincuente” (sic de la demanda).

El asunto es en todas sus facetas tan evidente que cuesta entender por qué el Gobierno, a través de una comparecencia inconsistente de la vicepresidenta, Carmen Calvo, el pasado viernes, calificó estas declaraciones de Llarena como “privadas” y, en consecuencia, negó al magistrado asistencia letrada ante el juzgado belga que le ha citado el próximo día 4 de septiembre. Siguiendo el hilo de la argumentación de Calvo, el Ejecutivo solo intervendría si en el procedimiento en Bélgica se pone en cuestión la inviolabilidad de la función jurisdiccional del Estado español. La pregunta es inmediata: ¿pretende el expresidente de la Generalitat otra cosa diferente que la de presentar en su acción legal al Estado español como jurisdiccionalmente inválido, sectario y, consecuentemente, 'delincuente'?




La indignada reacción de las asociaciones de jueces, magistrados y fiscales, también de los que se reconocen progresistas, y de la oposición, el PP y Ciudadanos, además de una alarma evidente en la mayoría de los medios de comunicación, hicieron que el domingo el Gobierno, en una alambicada nota de prensa, rectificase, y que ayer la ministra de justicia, Dolores Delgado, de forma una tanto nerviosa y descoyuntada, declarase en RNE que el Ejecutivo sí iba a asistir a Llarena, al tiempo que negaba que esa decisión rectificase la que comunicó Carmen Calvo tras el Consejo de Ministros del viernes. Pero sí, ha sido una rectificación. Los medios fueron unánimes, empezando por este diario, que adelantó que la decisión inicial del Ministerio de Justicia infringía los términos del acuerdo de 2010 de este departamento con el Consejo General del Poder Judicial y contravenía el criterio de la Abogacía del Estado.

Veamos titulares. En 'El País' y a tres columnas en portada: “Jueces y fiscales fuerzan a la Moncloa a salir en defensa del juez Llarena”; en 'La Vanguardia' y a cuatro columnas en su primera página: “El Gobierno ya busca abogado para Llarena en Bruselas”; en la portada de 'ABC': “La rebelión de jueces y fiscales obliga a Sánchez a corregir a la ministra Delgado”; 'El Periódico', a toda página: “Sánchez asume ahora la defensa de Llarena”. Otros medios ('La Razón' o 'El Mundo') no abrían sus ediciones con este tema, pero sus titulares se orientaban en la misma dirección.




¿Por qué el Gobierno ha cometido este error? Cabrían dos interpretaciones. La técnica y la política. La política resulta la más verosímil: como quiera que el Gobierno ha impuesto una línea de “respuesta política” a los independentistas para “desinflamar el conflicto”, no era conveniente alinearse con el instructor (“el carcelero”, en la jerga separatista) dejando que el asunto discurriese con la mayor discreción posible. Esta versión cuadra con los esfuerzos voluntaristas de Pedro Sánchez, que ya encargó también a Carmen Calvo que respondiese a Torra cuando este dijo —el mismo 17-A ante la cárcel de Lledoners— que iban a “atacar” al Estado. La vicepresidenta tildó de “inaceptable” la expresión, pero añadió que era jurídicamente inocua y pidió lealtad… a la oposición.

El mejor de los deseos al Gobierno en su política de manejo de la crisis catalana. Pero la exigencia, también, del mayor de los realismos. Las palabras, los gestos y las demandas forman parte de una política secesionista cada vez más bronquista y agresiva, y el apaciguamiento gubernamental está comenzando a dar muestras de agotamiento. Y sobre todo empieza a colmar la paciencia social. La virulencia con la que Podemos, ERC y los exconvergentes han reaccionado y el cabreo del expresidente de la Generalitat y su 'custodio' desde Waterloo ante la rectificación gubernamental en este caso permiten suponer que esperaban cobrarse el trofeo del magistrado con la admisión de una demanda en el juzgado belga que rompía el espinazo de la soberanía jurisdiccional española y dejaba al instructor a los pies de los caballos. Solo por esa expresiva reacción, el Gobierno ya tiene la garantía de que su rectificación ha sido un acierto.


                                                             JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS  Vía EL CONFIDENCIAL