Desde mediados de los ochenta, el PSOE no ha presentado un candidato a la alcaldía de la capital que reúna los atributos necesarios. Y los madrileños han respondido con indiferencia, cuando no hostilidad
Imagen nocturna del Ayuntamiento de Madrid. (EFE)
Estás desorientado y no sabés
Qué trole hay que tomar para seguir
Y en ese desencuentro con la fe
Querés cruzar el mar y no podés.
'Desencuentro', tango (Cátulo Castillo)
Desde que murió Enrique Tierno en el apogeo de su popularidad (1986), el Partido Socialista no ha presentado un candidato a la alcaldía que, a juicio de los madrileños, reúna los atributos necesarios para merecer su confianza. En consecuencia, los vecinos de la capital han obsequiado a los sucesivos aspirantes socialistas con la indiferencia —cuando no la hostilidad— que se reserva para quien sientes que te falta al respeto.
Esta es la historia de una búsqueda que se hace eterna y de un desencuentro que ya dura más de 30 años.
Los madrileños son muy poco nacionalistas, por no decir que no lo son en absoluto. Es de los escasos lugares de España en que puedes vivir durante años sin que nadie te haga la pregunta fatídica: tú no eres de aquí, ¿verdad? En realidad, a nadie le importa un rábano de dónde vienes, ni la identidad ni los ancestros. Se dice que existen una bandera y un himno, pero jamás se ha visto a alguien enarbolar la primera o entonar el segundo.
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Lo que sí tienen los habitantes de la capital es la aguda conciencia de que este es un lugar muy importante en el que se manda mucho y se representa aún más. El “rompeolas de todas las Españas” que cantó Machado es lo que más se aproxima a un orgullo madrileño.
Los capitalinos tienen en alta consideración el puesto de alcalde de Madrid, y el baremo de su exigencia no es precisamente bajo. Para llenar los zapatos del cargo, hay que tener nivel potencial de primer ministro del país. Y no se acepta fácilmente que los principales partidos propongan a alguien que no sea primera figura de su equipo titular.
Esto es lo que nunca entendieron los sucesivos dirigentes socialistas, que llevan décadas buscando, sin encontrarlo, al mirlo blanco que les devuelva la alcaldía de la capital. Les bastaba con escuchar un mensaje simple: presente lo mejor que tenga. Pero se embarcaron una y otra vez en toda clase de experimentos fallidos.
A Tierno lo sucedió Juan Barranco, un centurión partidario al que habían puesto ahí para vigilar al viejo profesor. A la primera ganó (perdiendo ocho puntos) porque le aprovechó la herencia recibida. Pero a la segunda ya lo echaron sin contemplaciones. Su trayectoria fue espectacular: en tres elecciones llevó al PSOE del 49% al 28%.
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En 1999 lo intentaron con un remedo de Tierno. Fernando Morán, un político antaño apreciado pero ya olvidado por su propio partido y con la fecha de caducidad visiblemente sobrepasada, derrotó a Leguina en unas turbias primarias. El sucedáneo no coló, aunque Morán mejoró en ocho puntos el último resultado de Barranco.
En 2003 había fundadas esperanzas de ganar, ya que el PP sufría el desastre de la segunda legislatura de Aznar (guerra de Irak incluida). Consultado Javier Solana, probablemente el español más influyente en el mundo en aquella época, se mostró disponible. Pero Zapatero alumbró una idea mejor: una joven meritoria del PSOE, anónima para la sociedad, llamada Trinidad Jiménez. Aznar reaccionó de inmediato: colocó en la candidatura municipal a Alberto Ruiz-Gallardón, que en ese momento era de lejos el político más valorado del PP, y salvó cómodamente el ayuntamiento (la comunidad la salvaron comprando a dos diputados).
Lo de 2007 fue de traca. Trinidad Jiménez había logrado hacerse un espacio y un nombre en la oposición municipal, pero entonces decidieron que no servía, y lo anunciaron sin disponer de alternativa. Ahí empezó un culebrón inefable. Primero sondearon a Solana, que los envió a paseo. Bono se hizo querer un rato para terminar rehusando. A continuación filtraron el nombre de la vicepresidenta Fernández de la Vega, que hizo patente su indignado rechazo en privado y en público.
¡Los dirigentes socialistas más conocidos huyendo de la candidatura a la capital de España como si apestara! Todo ello transmitido en directo ante los ojos atónitos del electorado madrileño.
Finalmente, un asesor monclovita llamado Sebastián se ofreció, voluntarioso, a tomar el dorsal que nadie quería. Dicho y hecho. Naturalmente, Gallardón lo masacró, primero en un inolvidable debate y después en las urnas.
En 2011, un PSOE sin esperanzas, mustio y desarbolado por la crisis, encomendó el marrón a Jaime Lissavetzky, que había alcanzado cierta notoriedad como secretario de Estado de Deporte. Bastante hizo, dadas las circunstancias, manteniendo un 24% frente a Gallardón.
En 2015, para competir con un formidable dúo de mujeres (Esperanza Aguirre por el PP y Manuela Carmena por el emergente Podemos), se alineó a otro 'apparatchik', un tal Carmona, cuyo principal mérito conocido era haber participado en tertulias televisivas con más pena que gloria. Su tercer puesto, con el 15% del voto, pulverizó los récords negativos anteriores.
Ahora se aproximan elecciones municipales y nada hace pensar que han aprendido la lección. Nadie duda de que la decisión la tomará personalmente el protolíder, y se dice que, a falta de candidatos sólidos, lo fiará todo a Manuela Carmena, a quien está empujando para que vuelva a presentarse, bien en la lista de Ahora Podemos, bien en la del PSOE. Lo que se transmite con este movimiento es que, careciendo de figuras propias que den la talla, se recurre desesperadamente a la estrella del equipo contrario. Quien quiera que encabece la lista socialista partirá así con dos piedras al cuello: aparecerá como segundo plato y difícilmente podrá polemizar con una candidata rival a la que su propio partido ha querido fichar. La gestión municipal de Carmena, entronizada por sus adversarios.
“Imposible la habéis dejado para vos y para mí”, dice Luis Mejía al Tenorio. El eterno desencuentro del PSOE con Madrid puede terminar como el final terrible del tango:
Por eso en tu total fracaso de vivir,
Ni el tiro del final te va a salir.
IGNACIO VARELA Vía EL CONFIDENCIAL
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