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miércoles, 22 de agosto de 2018

LOS NUEVOS DERECHOS HUMANOS


La victoria de los defensores de la vida en el Senado argentino y la frase de Pedro Sánchez en Twitter lamentando que los senadores argentinos hayan dado un “paso atrás" tumbando la despenalización del aborto me han llevado a preguntarme qué es lo que algunos entienden por ‘nuevos derechos humanos’.

Como católico creo que el mandamiento más importante es: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, y con toda tu fuerza y con toda tu mente. Y a tu prójimo como a ti mismo” (Lc 10,27). Una consecuencia directa del amor es el respeto. Nadie puede decir que ama al otro si no le respeta, o viceversa.

Tras los horribles sucesos de la Segunda Guerra Mundial, la ONU publicó el 10 de diciembre de 1948 la Declaración Universal de Derechos Humanos, en la que se reconoce que la libertad, la justicia y la paz tienen como base la dignidad intrínseca del ser humano. Podríamos incluso decir que esta Declaración es una espléndida formulación de la Ley Natural.

Pero con el paso del tiempo el positivismo, el relativismo, el marxismo y la ideología de género están volviendo a hacer estragos, tratando de imponernos unos así llamados nuevos derechos humanos, que en realidad son contradictorios con los auténticos derechos humanos. En nombre de la Libertad y de estas ideologías, se han proclamado y propagado nuevos derechos humanos, cuyo objetivo no es otro sino destruir los valores tradicionales, y muy especialmente los religiosos, a fin de crear un nuevo tipo humano alejado no sólo de los valores, sino también de la fe y de lo que hasta ahora se consideraba sentido común. La religión, y en especial la católica con su Ley divina y sus principios morales absolutos, obstaculiza la reducción de los imperativos de la vida a meras opiniones y por tanto es una seria dificultad para la secularización que pretenden aquellos que manejan con su poder los hilos del mundo. La libertad de religión, de expresión, de conciencia, de educación quedan en consecuencia seriamente amenazadas, así como se intenta destruir el matrimonjo y la mamilia. En pocas palabras se intenta imponer el totalitarismo del pensamiento único.

El cambio empieza por el propio lenguaje, porque manipular el lenguaje significa poder manipular la realidad. Como esta gente no tiene valores trascendentes, no cree en la diferencia entre verdad y mentira, y por eso nos hablan de posverdad, que es una manera fina y elegante de intentar tapar que nos están mintiendo descaradamente. El objetivo final de estos grupos, que son los grandes centros de poder que dominan el mundo, no es sino reducir la población mundial, especialmente en los países subdesarrollados, porque por supuesto para ellos no son los poderosos los que sobran.

Para realizar la revolución sexual que se pretende, y aunque las ciencias nos afirmen que cada una de nuestras células es masculina o femenina, según sea del cuerpo de un hombre o una mujer, nos intentarán convencer de que lo realmente importante es nuestra orientación sexual o identidad de género y de éste no hay solo dos, sino tantos como orientaciones sexuales, y éstas son muy numerosas.

Ahora bien, ¿cuáles son los nuevos derechos que se nos proponen? En un primer momento, la revolución sexual ha separado la sexualidad del matrimonio, favoreciendo un tipo de amor que huye del compromiso; luego, mediante la anticoncepción, ha provocado la separación entre sexualidad y procreación; y, finalmente, se ha desvinculado la sexualidad del amor, para acabar en el simple hedonismo. Con ello se intenta llevar la libertad sexual al máximo: no hay ningún criterio discriminante entre lo lícito y lo ilícito, lo normal y lo anormal, siendo, por tanto, permisibles y moralmente iguales todas las relaciones sexuales voluntarias. Para ellos, ser responsable significa sólo tomar precauciones contraceptivas a fin de evitar embarazos no deseados, y la obtención del placer es el principal objetivo de la sexualidad, que cada uno puede tratar de alcanzar según le venga en gana.

La permisividad absoluta, el rechazo de toda moral que no identifique bien con placer y el naturalismo biológico son el denominador común de este tipo de corrientes, que coinciden en una visión físico-anatómica del sexo, como si se tratara de un fenómeno puramente biológico, sin ninguna trascendencia ni significación. En esta visión laicista y atea de la sexualidad, propia de la ideología de género, se quiere realizar una revolución sexual, que libere la sexualidad de todo vínculo opresor. Pero solo se consigue su banalización, pues da igual ser homo que heterosexual, juntarse por una temporada que casarse definitivamente, tener hijos que no tenerlos, aceptarlos que destruirlos antes de que nazcan. Cada uno es dueño absoluto de su vida, y en parte, también de la vida de los demás, como ocurre en el caso del aborto provocado. Es un individualismo exagerado, en que está ausente la dimensión relacional, que es parte de nosotros mismos y que necesitamos para llegar a ser nosotros mismos. De este modo, la vida sexual se vacía de su carga de humanidad y se convierte en un simple objeto de consumo o juego, sin llegar a un compromiso de amor interpersonal y estable.

Estas corrientes llevan al desenfreno, a la corrupción de la conciencia y a la degradación de la persona. Sus defensores, aunque se consideran y autotitulan progresistas, en realidad con su libertinaje confunden la libertad con la ausencia de límites y no favorecen en absoluto el progreso de la dignidad humana, que es donde reside el auténtico progresismo, ni por supuesto son capaces de llenar el ansia de amor.


                                                               PEDRO TREVIJANO  Vía RELIGIÓN en LIBERTAD




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