Taurus reedita 'Vida y tiempo de Manuel Azaña (1880-1940)', de Santos Juliá, una de las mejores biografías en español que puede ayudar a entender la política contemporánea
Vicente Rojo, con Manuel Azaña.
El 18 de julio de 1938, Manuel Azaña,
aún presidente de la República, dio el último discurso de su vida. Fue
en el Ayuntamiento de Barcelona. Ahí se reunieron, dos años casi exactos
después de la rebelión militar, las personalidades más importantes de
la República y la Generalitat, además de numerosos invitados. El
discurso que Azaña pronunció, con Negrín a un lado y Companys al otro,
duró una hora y 12 minutos. El odio y el miedo, dijo, "han cavado en España un abismo que se va colmando con sangre española".
El daño irreparable que se había hecho a España con esa guerra, que
Azaña creía que si no se internacionalizaba perdería el bando legítimo,
se debía a "un dogma que excluye de la nacionalidad a todos los que no
lo profesan, sea un dogma religioso, político o económico". Lo contrario
de ese dogma era “la verdadera base de la nacionalidad y del
sentimiento patriótico: que todos somos hijos del mismo sol y tributarios del mismo arroyo”. De aquello hace 80 años.
Lo cuenta Santos Juliá en el extraordinario 'Vida y tiempo de Manuel Azaña (1880-1940)', que acaba de reeditar Taurus. Es una de las mejores biografías que se han escrito en lengua castellana,
y el retrato de uno de los políticos españoles más fascinantes,
complejos y discutidos del siglo XX español. Pero no solo un político.
Juliá dedica centenares de páginas al Azaña previo a la política: el descendiente de liberales de Alcalá de Henares,
con vocación literaria temprana pero una dificultad constante para
desarrollarla; el abogado y funcionario de la Dirección de Registros y
Notariado, que visitó en varias ocasiones París ―algunas de ellas, con
becas del Gobierno― para impregnarse de la cultura y política francesas,
que veía como posible modelo para una España modernizada.
Pero también al Azaña que despliega una amplia actividad política antes de ser propiamente un político: fue secretario del Ateneo de Madrid ―el escenario de muchos de los grandes debates intelectuales madrileños de la época―, se posicionó claramente contra el bando alemán durante la Primera Guerra Mundial, y fue director de revistas literarias como 'España' o 'La Pluma', en las que fue dejando claro cuál era el centro de su pensamiento: la modernización del Estado español, de su Administración pública. Una idea que no era tan frecuente en su época, en la que aún dominaba la obsesión con el carácter de la nación y sus supuestas taras irresolubles o, peor aún, solo resolubles si se hacía cargo de ellas un 'cirujano de hierro'.
Esto último fue lo que acabaron pensando varios miembros de la llamada Generación del 98, uno de los fenómenos más funestos y contraproducentes de la vida intelectual española,
cuya espantosa influencia sigue vigente en el pensamiento político
español. Como bien explica Juliá ―cuya biografía es objetiva y no hace
esta clase de juicios de valor―, con el tiempo Azaña los consideraría
unos literatos siempre dispuestos a andar a la contra, pero sin una idea
política clara ni planes serios para reformar el Estado (lo cual sigue
siendo así en muchos casos). Cuando Alfonso XIII cedió el poder a la dictadura de Primo de Rivera,
Azaña se convenció de que la monarquía ya no sería cómplice de la
democratización profunda del país, como había pensado hasta ese momento,
y radicalizó su republicanismo.
El primer Estado catalán de 1934 también acabó con todo el Govern entre rejas
De Ortega y Gasset,
con quien mantuvo un enfrentamiento sonado en el Congreso a causa del
Estatuto de Cataluña de 1932, con frecuencia opinaba que, aunque pensara
en términos filosóficos, tampoco entendía propiamente la política. Es
probable que Azaña tuviera razón, pero en el caso catalán Ortega acertó
al pensar que el problema del encaje de Cataluña se podía 'conllevar' pero no solucionar definitivamente, como creían Azaña y tantos otros políticos de izquierda españoles, de entonces y ahora.
En todo caso, como Ortega, Azaña fue un hombre soberbio y con un acusado instinto de superioridad; un gran orador que dio discursos memorables, pero que en demasiadas ocasiones pensó que los discursos arreglan los problemas por sí mismos. A uno de ellos, de tres horas, el periódico 'El Sol' lo llamó "masa gigantesca de oratoria". "Soy un intelectual, un demócrata y un burgués", declaró en una entrevista realizada durante los primeros días de su presidencia. "Yo soy el español más tradicionalista que hay en la Península", dijo cuando le acusaron de ser antiespañol por querer aprobar el estatuto para Cataluña. "Solo ―añade Juliá― que lo es de la tradición auténtica, la liberal y popular, no la que nació tras la monstruosa digresión impuesta por la monarquía imperial y católica".
España
se encuentra hoy en una situación distinta y mejor que la de los
tiempos de Azaña. Pero sus lecciones siguen siendo enormemente útiles
para nuestra época, sobre todo porque aún no hemos solucionado algunos
de los problemas que ya estaban vigentes entonces. Cuestiones como la
incapacidad intelectual para entender que los debates sobre la nación
suelen ser estériles, porque lo que cuenta es la organización del Estado, las leyes y lo material. O, de manera relacionada, la casi permanente crisis catalana.
"La patria es moderna" —dice Azaña—; "supone la igualdad de los ciudadanos ante la ley; es democrática"
"La
patria es moderna ―dice Azaña―; supone la igualdad de los ciudadanos
ante la ley; es democrática”. Sin duda, Azaña cometió errores. Algunos,
seguramente, fueron inevitables: no sabemos si alguien podría haber sido
mejor presidente en un país sumido en la Guerra Civil. Pero su altura de miras y su genuino liberalismo de izquierdas,
hoy tan disperso, son un ejemplo del que no solo nuestros políticos
pueden aprender. El libro de Santos Juliá los aborda con rigor y la
habilidad de los biógrafos que saben divulgar. Si quieren entender algo
mejor el pasado español que todavía influye tanto en nuestra vida
presente, hay pocos libros tan valiosos como 'Vida y tiempo de Manuel Azaña'.
RAMÓN GONZÁLEZ FERRI Vía EL CONFIDENCIAL
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