Puestos a enchufar gente, hay que empezar siempre por la familia
Juan Manuel de Prada
Lo que
fastidia al facherío patrio es que el doctor Pedro Sánchez, en apenas
unas pocas semanas, haya conseguido que España vuelva a tener el
esplendor que tuvo en tiempos de la Segunda República, cuando el Estado
se convirtió –nos los cuenta Julio Camba– en una «central de energía
eléctrica» que cogía toda la riqueza nacional y la distribuía a
domicilio, mediante el procedimiento del enchufe. «Y los socialistas
–continuaba Camba–, creyendo, como creen, que el Estado debe absorber
todas las funciones sociales, son partidarios entusiastas del sistema de
los enchufes».
Pero, puestos a enchufar gente, hay que empezar siempre por la familia. Los papas del Renacimiento empezaban por sus sobrinos («nepotes»), a los que beneficiaban con el capelo cardenalicio. Durante la Segunda República, en cambio, se estilaba más enchufar a yernos y cuñados, pues la política en serio exige beneficiar a la familia política; y así, Wenceslao Fernández Flórez pudo escribir: «Es difícil que el cretino, simplemente cretino, llegue a intervenir en el régimen republicano; pero el cretino yerno o cuñado de personaje tiene todas las puertas de acceso al Poder abiertas de par en par». Azaña, por ejemplo, tenía la obsesión de enchufar en todo puesto o sinecura que pillase a su cuñado Cipriano Rivas Cherif, a quien amaba sobremanera. Se cuenta que en cierta ocasión lo nombró Jefe de Protocolo de la Presidencia de la República; pero en algún periódico, por errata o malevolencia, salió que lo habían nombrado Jefe de Protoculo. Ramón Pérez de Ayala le mostró divertido la errata a Gregorio Marañón, quien dictaminó: «A veces, el camino más corto para llegar a un cargo es el recto».
En esta España que reverdece el esplendor enchufista de la Segunda República nadie disfruta de mejores enchufes que Begoña Gómez, Begoñísima, en lo que se prueba que el doctor Sánchez, además de feminista fetén, es marido amantísimo. Pero Begoñísima, puesta a buscar enchufes, no quiso saber nada de protocolos y caminos rectos; de modo que se escapó de la sauna (quiero decir, del calorón de Madrid) y se metió en una de esas academias para repetidores, tan florecientes en los años ochenta y noventa, que expedían unos titulillos de la señorita Pepis sin valor alguno; pero donde al menos no se pasaba calor de sauna, porque tenían aire acondicionado. Así, disfrutando del chorrito del aire acondicionado, Begoñísima se sacó su titulillo de la señorita Pepis, que luego convirtió en licenciatura por arte de birlibirloque. ¿Cómo no iba a enamorarse de una mujer que tunea su currículum el doctor Pedro Sánchez, que escribió su tesis mientras escuchaba el aleteo de los angelitos negros (aunque con camiseta blanca) de Machín? Aquel flechazo dura hasta hoy, en que Begoñísima acaba de ser enchufada en el Instituto de Empresa, una institución con la que el gobierno del doctor Sánchez firma convenios. A esto antaño se le llamaba tráfico de influencias; pero el feminismo fetén nos enseña que una mujer tiene que tener dinero y habitación propia (a ser posible, con su chorrito de aire acondicionado, para que nadie pueda confundirla con una sauna).
JUAN MANUEL DE PRADA Vía ABC
Pero, puestos a enchufar gente, hay que empezar siempre por la familia. Los papas del Renacimiento empezaban por sus sobrinos («nepotes»), a los que beneficiaban con el capelo cardenalicio. Durante la Segunda República, en cambio, se estilaba más enchufar a yernos y cuñados, pues la política en serio exige beneficiar a la familia política; y así, Wenceslao Fernández Flórez pudo escribir: «Es difícil que el cretino, simplemente cretino, llegue a intervenir en el régimen republicano; pero el cretino yerno o cuñado de personaje tiene todas las puertas de acceso al Poder abiertas de par en par». Azaña, por ejemplo, tenía la obsesión de enchufar en todo puesto o sinecura que pillase a su cuñado Cipriano Rivas Cherif, a quien amaba sobremanera. Se cuenta que en cierta ocasión lo nombró Jefe de Protocolo de la Presidencia de la República; pero en algún periódico, por errata o malevolencia, salió que lo habían nombrado Jefe de Protoculo. Ramón Pérez de Ayala le mostró divertido la errata a Gregorio Marañón, quien dictaminó: «A veces, el camino más corto para llegar a un cargo es el recto».
En esta España que reverdece el esplendor enchufista de la Segunda República nadie disfruta de mejores enchufes que Begoña Gómez, Begoñísima, en lo que se prueba que el doctor Sánchez, además de feminista fetén, es marido amantísimo. Pero Begoñísima, puesta a buscar enchufes, no quiso saber nada de protocolos y caminos rectos; de modo que se escapó de la sauna (quiero decir, del calorón de Madrid) y se metió en una de esas academias para repetidores, tan florecientes en los años ochenta y noventa, que expedían unos titulillos de la señorita Pepis sin valor alguno; pero donde al menos no se pasaba calor de sauna, porque tenían aire acondicionado. Así, disfrutando del chorrito del aire acondicionado, Begoñísima se sacó su titulillo de la señorita Pepis, que luego convirtió en licenciatura por arte de birlibirloque. ¿Cómo no iba a enamorarse de una mujer que tunea su currículum el doctor Pedro Sánchez, que escribió su tesis mientras escuchaba el aleteo de los angelitos negros (aunque con camiseta blanca) de Machín? Aquel flechazo dura hasta hoy, en que Begoñísima acaba de ser enchufada en el Instituto de Empresa, una institución con la que el gobierno del doctor Sánchez firma convenios. A esto antaño se le llamaba tráfico de influencias; pero el feminismo fetén nos enseña que una mujer tiene que tener dinero y habitación propia (a ser posible, con su chorrito de aire acondicionado, para que nadie pueda confundirla con una sauna).
JUAN MANUEL DE PRADA Vía ABC
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