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jueves, 30 de agosto de 2018

EL ESCÁNDALO DE PENSILVANIA: LO QUE NADIE CUENTA

Como en todos los casos anteriores las fechorías son presentadas como una descalificación de la propia Iglesia y del sacerdocio





El informe para el Gran Jurado de Pensilvania sobre casos de pederastia, probados o presuntos, cometidos por sacerdotes de las diócesis de aquel estado durante 70 años, van ha constituir una nueva herida sobre un flanco débil de la Iglesia. Como en todos los casos anteriores las fechorías son presentadas como una descalificación de la propia Iglesia y del sacerdocio acudiendo a la acumulación de años para así presentar cifras agregadas más llamativas. No es una práctica jurídica habitual sumar supuestos penales distintos cometidos en lugares diferentes a lo largo de siete décadas. Como también es una manipulación definir los presuntos patrones de comportamiento de las autoridades eclesiales como “un manual para ocultar la verdad”. Todo eso es manipular los hechos para dar ese carácter orgánico que se quiere mostrar. La propia Iglesia institucional anonadada ante estos casos poco puede hacer más que condenarlos, pero eso no basta, porque esa condena puede significar esconder la cabeza bajo el ala, y así terminar dando razón a quienes instrumentalizan unos hechos lamentables.

La primera cuestión es por qué después de 70 años surge ahora esta verdadera Causa General contra la Iglesia Católica en Pensilvania, cuando la casi totalidad de los delitos o están prescritos, los presuntos culpables muertos, o en diversos de los casos, ya fueron juzgados en su momento. La respuesta concreta solo la tiene un político, el fiscal general de Pensilvania Josh Shapiro, que apunta ya hacia el Vaticano. Es necesario esclarecer todas las razones que han llevado a esta explosión de efectos retardados, cuando en realidad los juicios a que puede llegar no son más de un par o tres, porque la realidad pura y dura es que este escándalo obedece a situaciones del pasado. La futura trayectoria política de Shapiro, sus aspiraciones deben ser objeto de atención.

Pero que sean pretéritas no les quita importancia porque un solo caso daña ya terriblemente a la Iglesia. Hay que preguntarse qué hizo posible lo que sucedió décadas atrás para que tales aberraciones, como la del cura que violó en los años ochenta a 15 chicos, se hayan producido. La primera respuesta, la que explica la inmensa mayoría de casos, la que tipifica la cuestión de la pederastia en la Iglesia, es la de que se trataba de actos homosexuales. Esa es la constante en todos los casos numerosos en todas las diócesis americanas. Esto no significa que no se dieran abusos sexuales contra chicas, pero fueron siempre la excepción que confirma la regla, algo que por si solo no permitiría construir un escándalo. La homosexualidad es la gran amenaza interna para la Iglesia, el gran desafío para los seminarios, la gran cuestión para todos los obispos. El celibato atrajo en el pasado a un numeroso sector de homosexuales, que llegaron incluso a constituir un fuerte grupo de presión dentro del propio Vaticano. Ahora esto ha remitido, pero no está del todo terminado. La Iglesia debe garantizar que no tiene nadie con deseos homosexuales en su seno.

Y el tercer aspecto clave de este y otros escándalos es que se entiende desde la perspectiva católica, que exista una reserva a trasladar los casos a la justicia, porque ella no deja de ser una sociedad en sí misma con su propio Código Canónico y sus instancias de juicio o sanción. Otra cosa es el grado de aceptación que el estado secular disponga hacia este proceder, pero esta sería otra cuestión. No, lo que se trata ahora aquí es algo muy distinto. Se trata de que los responsables diocesanos en su momento no actuaron con la justicia eclesial necesaria para la gravedad de los casos. No en todos obviamente, porque sacerdotes de aquel pasado turbio fueron exclaustrados de la Iglesia y reducidos a la condición civil, y otros fueron juzgados por la justicia secular, pero muchos recibieron apercibimientos leves, o incluso no hubo interés en profundizar en los posibles casos.

Esas son tres grandes cuestiones de las que poco se habla: la instrumentalización ahora de hechos aberrantes del pasado adoptando siempre la fórmula tan contraria al derecho de la Causa General. La estrecha relación en el caso católico entre pederastia y homosexualidad, y la insuficiente aplicación de la justicia eclesial cuando esta precisamente dispone de medios para salvaguardar a la Iglesia del pecado de los hombres.



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