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jueves, 9 de agosto de 2018
LO DEL MÁSTER COMO SÍNTOMA
Tenemos un problema de
respetabilidad universitaria. Llueve sobre mojado gracias al llamado
Plan Bolonia o a los absurdos sistemas de acreditación del profesorado
Pablo Casado, mostrando documentación de su máster. (EFE)
A los ojos de un profesor de universidad veterano,
como es quien esto firma, todo lo que aflora en el marco del tema del
máster del líder del PP es motivo de reflexión que supera la concreta
cuestión que tanto interés suscita en este tórrido agosto, y que va más
allá del hecho concreto que afecta al Sr. Casado y a la URJC.
Ante
todo, tenemos un problema de respetabilidad universitaria, y no porque
las noticias sobre lo que ha sucedido puedan dañar más a la universidad
como máxima institución cultural y educativa del Estado, consecuencia,
por desgracia, inevitable, pero sin olvidar que llueve sobre mojado
gracias al llamado Plan Bolonia,
a los absurdos sistemas de acreditación del profesorado, al exceso de
centros de educación superior, públicos y privados, y tantos otros
motivos, sino porque, a pesar de todo eso, la universidad sigue siendo merecedora de respeto, del mismo modo que la vida de un moribundo es tan digna de protección como la de un robusto joven.
El
problema es que el muestrario de estudios calificados como másteres
—con ese absurdo anglicismo que, encima, procede del latín 'magister', y
debiera denominarse maestría— se ha desarrollado vertiginosamente,
entre otras cosas, gracias al deterioro de los estudios de grado —había
que suprimir las licenciaturas y 'aligerar' los contenidos de las
carreras—. Hay que incluir, también, en este triste cuadro, el progresivo desprestigio de los títulos de doctor,
que en altísimo porcentaje premian trabajos carentes del menor interés,
y los premios los confieren comisiones integradas muchas veces por profesorado de segunda o tercera división, pero eso merecería una reflexión separada en la que no puedo entrar.
Ingente cantidad de títulos
El
número de másteres que se ofrecen es claramente desorbitado (como lo
son los precios a los que muchas universidades ofrecen esos títulos). Se
cuentan por cientos, y su calidad intrínseca es, en muchos casos, más
que dudosa, pues, con todo el respeto a las seguras excepciones, es
imposible disponer de tal cantidad de profesorado de alto nivel, y, así
las cosas, las consecuencias son previsibles.
El éxito comercial
de los tales másteres ha de asociarse a un previo fracaso, tácitamente
aceptado: las carreras universitarias y los títulos que se conceden a
los que las han cursado, por sí solos, es seguro que nada demuestran, y el máster es el remedio mágico para poder cribar entre licenciados o graduados del montón
y los que realmente se han formado. El papelito que acredita ese
'complemento formativo' permite la redención de los vulgares licenciados
o graduados, que así decoran su anodino currículo.
Basta
acercarse a la información que se da de algunos másteres para comprobar
que, a veces, ni siquiera aparecen los nombres de los profesores
A
partir de esa premisa, los másteres los ofrecen y dan no solo
universidades públicas y privadas, sino también instituciones y algunas
empresas, al margen del valor que se les quiera reconocer. Basta
acercarse a la información que se da de algunos de ellos para comprobar
que, a veces, ni siquiera aparecen los nombres de los profesores que los
imparten. Pero eso no parece importar, pues lo que de verdad interesa
es tenerlo, pues si antaño se decía que convenía ser “licenciado en algo”, hoy se dice, y se incrusta en la cabeza de los estudiantes, que hay que tener un “máster de algo”, para aspirar a lo que sea, pues es esencial para poder presentarse en público.
Otra
dimensión del tema es la que atañe a la 'clase política' española, hoy
enzarzada en la discusión y echándose los trastos a la cabeza, pasando
por el microscopio el currículo de 'los otros', sin que nadie ose referirse al bajo nivel académico y profesional de muchos de los políticos.
Es alarmante el número de ellos que no han ejercido profesión alguna, o
que tienen una actividad meramente teórica, o un título universitario
que nada significa.
La explicación es de sobras conocida:
en la generosa juventud, decidieron sacrificarse en el altar del
interés de la patria y entregaron su vida a la política al precio de
abandonar unos magros estudios o no intentar ejercer la carrera
teóricamente estudiada, y, claro está, solo faltaría que eso fuera óbice
para desempeñar las más grandes responsabilidades. Pero, en ese
contexto, quien más quien menos desea que de sí mismo, por si acaso, no
pueda decirse cosa semejante, y un máster puede compensar otras carencias, o eso se cree.
Las opiniones serenas escasean
En
otra línea patética, también hay que contemplar el inevitable juicio
paralelo, que, como es lógico, tiene que producirse y crecer día a día
hasta que aparezca otro tema que lo desplace. Mientras tanto, cómo no,
se aprovecha la ocasión para opinar sobre derecho procesal y penal,
comenzando por el cuestionamiento de los aforamientos, en concreto, de
los parlamentarios, confundiendo la inmunidad y el aforamiento, y, de
paso, dejando caer, unos y otros, insinuaciones sobre la imparcialidad del Tribunal Supremo,
cual vientecillo llamado a transformarse en huracán si se tercia, como
en el aria de la calumnia de don Basilio. Vuelve a solicitarse la
supresión de todos los aforamientos, y, en cambio, siempre que se
intenta discutir serenamente sobre el tema, pierde repentinamente su
interés. Se aprovecha la
ocasión para opinar sobre derecho procesal y penal, comenzando por
cuestionar los aforamientos, confundiéndolos con inmunidad
Las
valoraciones penales también son jugosas, y no entraré en ellas por el
respeto que se debe tener a la exclusividad de la jurisdicción, lo que
significa que nada diré sobre el caso concreto del máster del Sr. Casado,
tema que no conozco con el rigor y profundidad necesarios para poder
opinar (gajes del oficio de jurista), cosa que solo podría hacer cuando
existiera una resolución definitiva. Pero, entre tanto, sí puedo opinar sobre las badulacadas que se oyen a propósito de la cuestión.
Por ejemplo, se dice que, al fin y al cabo, si la administración de una
universidad o sus profesores han violado sus obligaciones, en relación
con las condiciones que han de exigirse y verificarse para la concesión
de una convalidación o un aprobado o de un título, eso no puede salpicar
a quien se haya podido beneficiar, pues a nadie le amarga un dulce, y
la responsabilidad es exclusivamente de los otros, y, si quisieron ser
especialmente afectuosos con este o aquel, allanando el camino, eso no
puede censurarse al que acepta tan especial y amable trato.
Ante ese tipo de comentarios, el profesor viejo solo puede decirse que
son coherentes con la hispana cultura de la recomendación y el aprobado
gratuito, que nadie querrá ver como una prevaricación sino como algo cercano a la obligación social,
y al que se haya beneficiado de él nadie lo calificará de mentiroso
cuando diga que ha 'estudiado' algo. Tengo registrados en la memoria
incidentes en los que amigos, o meros conocidos, se enfadaron conmigo
por mi negativa a aprobar a un estudiante de nivel asnal. A veces, para
completar el cuadro, me aseguraban que el sujeto en cuestión no pensaba
ejercer la carrera, que solo deseaba el título por satisfacción
personal, y que, total, qué más me daba. Si se me ocurría objetar que
con ese argumento ofendían a la vez a la institución universitaria y a los estudiantes normales, la reacción era de incredulidad, ornada con calificativos de maniático, estrecho, etc.
Por supuesto, no podían entender que el profesor que hace eso conscientemente, prevarica, como el estudiante que copia, o que se beneficia de que un profesor amiguete le regala el aprobado, tampoco puede entender que es un falsario,
sin entrar a analizar y valorar jurídicamente la relación entre el
estudiante y el profesor, pues esa es harina de otro costal, y cuestión
muy delicada, que solo un correcto proceso puede esclarecer, a partir de
las pruebas de toda clase que recabe un instructor o un fiscal. Pero lo
que está fuera de duda, por más que hoy se oiga lo contrario, es que
esta clase de problemas, que en la pequeña dimensión de una
recomendación y un aprobado no pasan de mala práctica universitaria,
cuando alcanzan la afectación a un título, no pueden sustraerse al conocimiento de la jurisdicción penal.
GONZALO QUINTERO OLIVARES* Vía EL CONFIDENCIAL
*Gonzalo Quintero Olivares es catedrático de Derecho Penal.
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