La gira latinoamericana del presidente de gobierno comenzó muy al sur de
la región: en Chile y Bolivia. A diferencia del pequeño Marco de
Edmundo de Amicis, Pedro Sánchez no busca una madre, sino la foto
perfecta de sí mismo. Vive enamorado de su reflejo vestido como
presidente de Gobierno
Pedro Sánchez (i), recibiendo de manos del presidente de Bolivia, Evo
Morales, la máxima distinción del país andino, el gran collar del
"Cóndor de los Andes".
EFE
El 31 de mayo de 2018 fue el peor día
para dejar de fumar. Los ceniceros de Moncloa debieron de acabar
atiborrados de colillas. Se cumplen ya tres meses de aquel jueves que marcó el inesperado ascenso a la presidencia de gobierno de Pedro Sánchez,
el menos aventajado de la clase. El mismo al que las circunstancias lo
convirtieron en dinamitero de la legislatura popular y el aparejador de
un edificio en grietas con el que se ha aplicado, a fondo, para abrir
unas cuantas más. Sánchez, el hombre que gobierna con una margarita en
la mano, despellejando el jardín en que él mismo se mete cada semana.
Saco a Franco del Valle de los Caídos;
no saco a Franco del Valle de los Caídos. Convierto Cuelgamuros en
cementerio civil; no convierto Cuelgamuros en cementerio civil. Dicto
decreto para vaciar de funciones el Senado, ahora no lo dicto. No
defiendo a Llarena esta semana, pero la siguiente quizá sí. Acojo el Aquarius hoy,
en un mes no sé yo... y, por si acaso, devuelvo en caliente a los
inmigrantes a los que abrí las puertas. Cada día que nos acerca al otoño
de unas elecciones jamás convocadas, Sánchez prepara y ensaya una
campaña desde Moncloa. Acaso por eso tuerce la caligrafía a cada rato. El así o asá de los que quieren caer bien a todos. Esa letra del tipo la hija de los Clutter en A sangre fría. Un día de una forma, al siguiente de otra. Lo de Sánchez no es rectificación, es tartamudez. El eco de una cáscara.
El presidente español se ha puesto otra vez de perfil en los asuntos importantes, como en el más grave de la región: la tragedia venezolana
Desde
que emprendió su expedición a los Andes -su gira latinoamericana
comenzó muy al sur, en Chile y luego Bolivia-, a diferencia del pequeño
Marco de Edmundo de Amicis, Sánchez no busca una madre, sino la foto perfecta de sí mismo. Así ha ido: dejando a su paso un reguero de amor propio.
El presidente español se ha puesto otra vez de perfil en los asuntos
importantes, uno de ellos el más grave de la región: la tragedia
venezolana, para la que el socialista ha pedido diálogo entre los
ciudadanos. Ya. A los que cruzan desesperados la frontera no se les
había ocurrido. Diálogo, seguro. Los más de 300 presos políticos que
Maduro mantiene en cárceles militares pensarían lo mismo, alguna vez.
Pero conversar, lo que se dice conversar, con un grillete en el tobillo y
cinco ceros menos en la moneda... es complicado.
Varias estampas más coronan el álbum de viaje de Sánchez: junto a Evo Morales luciendo una distinción que sólo ha recibido Nicolás Maduro o su descubrimiento, ay caramba, de que existió un mártir llamado Salvador Allende.
Quién sabe, quizá hasta se le ocurra juzgar a Pinochet, aunque al día
siguiente tenga que convocar una rueda de prensa para anunciar que no
será posible porque, válgame Dios, el dictador llevaba ya unos años
muerto. La foto quedará, eso sí, estupenda. Pedro el Guapo, un bombón relleno con la crema fina de la más portentosa frivolidad.
Quizá a Sánchez se le ocurra juzgar a Pinochet, aunque al día siguiente tenga que convocar a la prensa para anunciar que no será posible porque, ay caramba, el dictador llevaba ya unos años muerto
Pedro Sánchez necesitó pedir un escaño prestado el día de
la moción de censura, ya que no disponía de silla en el hemiciclo.
Hasta ahí llegó con su silabario y su apresto de maniquí. El socialista
aprovechó un partido que se caía a trozos, el PP, al mismo tiempo que
disimuló sus propias tropelías. En las elecciones de 2015 Sánchez había
dejado al PSOE su peor resultado en España: 90 diputados. Seis meses después, en los comicios del 26J, fue a peor: consiguió 85,
cinco menos. Tras abstenerse para impedir la investidura de Rajoy -¡no
es no!, decía-, Sánchez dinamitó su partido. Abandonó su escaño y
dimitió la misma mañana de la votación.
Todos lo dieron por muerto. Pero dos años después resurgió de sus cenizas y derrotó a Susana Díaz en la carrera por la secretaría general del PSOE. Habría que atribuir su larga y milagrosa vida política a la resistencia de los que tienen una sola idea. A Pedro Sánchez le pueden los espejos,
por eso vive enamorado de su reflejo vestido como presidente de
Gobierno. Hay gente a la que sólo conoceremos por sus desgracias. Pero
hay otros, todavía peores, a quienes toca padecer por las desgracias que
ocasionan. Así es Sánchez, el milagro de un muerto viviente. El más
guapo de todo el cementerio. El barril de pólvora que rueda, cuesta
abajo, por la carrera de San Jerónimo.
KARINA SAINZ BORGO Vía VOZ PÓPULI
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