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sábado, 4 de agosto de 2018

SOLUCIONES


QUIQUE GARCÍA / EFE


ES DE suponer que los prometedores resultados del PSOE en las últimas encuestas avalan de manera automática todas las iniciativas del nuevo Gobierno. Tiene su lógica: la única medida del éxito político es la conquista y conservación del poder. ¡La posteridad, para los archiveros! Hay razones, pues, para seguir como hasta ahora. Eso incluye a Cataluña, donde la reunión de la Comisión Bilateral entre el Gobierno central y el autonómico constituye la mejor expresión del famoso "enfoque político" prometido por Sánchez cuando lideraba la oposición.

Ocurre que la estrategia diseñada por el Gobierno es tan sencilla que casi resulta difícil verle el mérito; hasta que recordamos que la aparente sencillez es a menudo la marca del genio. Eso que la ministra Batet ha llamado "un proyecto para Cataluña" no consiste sino en sentarse a estudiar con buenos ojos la mayor parte de las reivindicaciones del independentismo, salvo aquellas que rebasen el marco constitucional o queden fuera del alcance del poder ejecutivo. Se habla así de transferencias competenciales, inversiones públicas y deuda, mientras se retiran recursos de inconstitucionalidad interpuestos contra leyes de la Generalitat. ¿Hacer política era esto? Produce vértigo aplicar esta lógica retrospectivamente: ¡cuántos disgustos nos habríamos ahorrado si se hubiera tomado este camino desde el principio! Por ejemplo, dando a Artur Mas el pacto fiscal que exigía cuando España coqueteaba con la bancarrota.

El cálculo del Gobierno es que mediante esta maniobra de seducción podrá desactivarse al independentismo más coyuntural, reduciéndose a porcentajes manejables el número total de secesionistas. Esto convertiría el procés en algo que se hizo contra el PP y no contra España. Es verdad que con ello se avala una vez más el marco explicativo nacionalista, conforme al cual el golpe de septiembre/octubre fue consecuencia inevitable de una recentralización opresiva. O que se sigue hablando de "Cataluña" para designar a una parte minoritaria de los catalanes, devueltos así a su estado primario de invisibilidad política. Se renuncia, en definitiva, a dar la batalla ideológica contra el nacionalismo. Pero no se puede tener todo.

Serán los votantes quienes juzguen si con el nacionalismo se puede seguir haciendo lo que se ha hecho siempre, conllevarlo mediante concesiones, o si el procés ha dejado una huella más honda de lo que parece en nuestra conciencia pública. De momento, nos conformamos con las encuestas.


                                                                      MANUEL ARIAS MALDONADO  Vía EL MUNDO 

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