Aquarius de ida y vuelta
El MV Aquarius lanzaba el
domingo pasado un angustioso grito pidiendo auxilio. Se encontraba en
alta mar con 141 inmigrantes a bordo recogidos en las costas de Libia y
solicitaba un puerto europeo en el que desembarcarlos. Hace dos meses
hizo lo mismo tras la negativa de los Gobiernos de Italia y Malta a
acoger el buque. Corría el mes de junio y en España se había producido
un repentino cambio de Gobierno. El nuevo inquilino de la Moncloa
vio que la ocasión la pintaban calva para marcar distancias con su
antecesor y, ya de paso, darse un manguerazo de publicidad en los medios
afines.
Los 630 del Aquarius concluyeron su accidentado viaje en
el puerto de Valencia con gran cobertura mediática. Lo más granado de la
izquierda española se apelotonó en el muelle para hacerse la foto. Sólo
faltaba Berlanga rodando la segunda parte de "Bienvenido Mr. Marshall"
pero en clave tercermundista. En los años cincuenta nuestros abuelos
soñaban con americanos que, como decía la canción, venían a España
"gordos y sanos". Los nietos buscamos la redención de nuestros propios
pecados con el envés de aquellos americanos de la posguerra.
Todo
"por razones humanitarias", que son las que esgrimió el Gobierno antes
del desembarco como si hasta el día anterior el país hubiese estado
cerrado a cal y canto. España, sin embargo, era ya un campeón mundial de
las razones humanitarias. Nuestro pequeño país acoge a cinco millones
de inmigrantes llegados de todas las partes del mundo. El 10% de la
población es inmigrante. El caso de España es, además, un éxito. No se
han formado guetos y la conflictividad étnica es muy baja si la
comparamos con la de otros países de Europa a los que siempre ponemos
como ejemplo a seguir.
Las comunidades de inmigrantes de Hispanoamérica y Europa del Este tienen un nivel de integración muy alto
Las dos grandes comunidades de inmigrantes en España son
las provenientes de Hispanoamérica y Europa del este. En ambos casos su
nivel de integración es muy alto, proliferan los matrimonios mixtos y,
tanto los ecuatorianos como los rumanos, viven en los mismos barrios que
los españoles, puerta con puerta, sin ningún problema.
Con
los hechos en la mano no se puede decir que el nuestro sea un país
insolidario, racista o cerrado sobre sí mismo. Precisamente por eso
chocaba la tonelada de almíbar que el Gobierno vertió sobre el caso
Aquarius. Era todo tan artificioso, tan propagandístico que echaba para
atrás.
Muchos advirtieron que la capacidad de acogida
del país es limitada. No podíamos permitirnos recibir a todos los que
quieren salir de África que, a tenor de lo que vemos a diario, parecen
ser millones. No es ya que no quepan, nuestro país, a fin de cuentas,
está vacío, sino que no tenemos donde emplearles para que se ganen la
vida honradamente.
Open Arms, ¿por qué ellos no?
Dos
meses después de aquello arribó a las costas del estrecho otro de estos
barcos que rescatan náufragos frente a las costa libia. Se trataba del
Open Arms. El buque llegó, atracó y se deshizo de su carga humana. Nadie
estaba esperando a excepción de los servicios de emergencia. El
Gobierno, que tan obsequioso se había mostrado con los del Aquarius se
limitó a aplicar los protocolos habituales para cualquiera que entra
ilegalmente en España.
¿Qué diferencia había entre el
Aquarius y el Open Arms? Ninguna o, mejor dicho, una diferencia
política. Entre la llegada del primero a Valencia y la del segundo a
Algeciras las autoridades europeas intervinieron para recordar lo que
todos, incluido el Gobierno, ya sabíamos: que, en virtud de los acuerdos
suscritos con otros países europeos, España no tiene plena soberanía
sobre sus fronteras. No puede entrar, en definitiva, quien diga el
Gobierno.
La Comisión Europea es clara al respecto,
todo el que entre sin visado y sin contrato de trabajo tiene que ser
deportado a excepción de los que soliciten y obtengan el estatus de
refugiado. Podrá parecernos una ruindad propia de países ricos, pero es
lo que hacen todos los países del mundo. En ninguna parte puedes llegar y
quedarte. Esto es así en Luxemburgo y en Camerún, en Canadá y en El
Salvador.
¿A qué venía entonces lo del Aquarius? A
nada, era simplemente una operación de propaganda, el concierto de
bienvenida que se dio a sí mismo el nuevo Gobierno. A Pedro Sánchez le
supo a gloria, no a así a Bruselas y a otros mandatarios europeos que
llevan muchos más años en el cargo y conocen de primera mano como la
inmigración descontrolada es un torpedo en la línea de flotación de
cualquier Gobierno.
Sánchez ha tenido que soportar una foto desagradable con Merkel en Sanlúcar, donde la alemana le ha tirado de las orejas
Angela Merkel vio como se esfumaba su cómoda mayoría en
el Bundestag tras la crisis de los refugiados en 2015 que, por lo demás,
gestionó con gran torpeza. En Italia el país ha sufrido un terremoto
político. Ha enviado a Matteo Renzi a una jubilación anticipada y ha
puesto el Gobierno en manos de dos recién llegados cuyo único punto en
la orden del día es la inmigración.
Bajo el esquema
Schengen cualquiera que entre por uno de los países miembros puede
circular libremente por todos los demás. No hay puestos fronterizos, no
hay controles de ningún tipo. Se pueden hacer los 5.000 kilómetros que
separan Andalucía de Laponia sin encontrarse con un sólo paso aduanero a
pesar de que se atraviesan ocho Estados.
El problema
es, por lo tanto, de carácter europeo. Y eso es lo que Sánchez ignoró. A
cambio de la foto de Valencia ha tenido que soportar otra mucho menos
agradable en Sanlúcar, donde la canciller Merkel le ha tirado de las
orejas delante de todo el país. Es difícil hacer tanto el ridículo en
tan poco tiempo.
Pero lo más grave no es eso, lo
verdaderamente doloroso es la crisis migratoria que el Aquarius ha
desatado en el estrecho. En Algeciras estamos viendo las mismas estampas
que nos llegaban desde Sicilia o las islas del Egeo. La administración
local no se puede hacer cargo de todos los que llegan. El alcalde de la
ciudad ya se ha quejado y, con él, la presidenta de la Junta, que es tan
del PSOE como el propio Sánchez. No es para menos, a Algeciras llega un
Aquarius a diario, algunos días especialmente ajetreados llegan dos.
En
ese punto arranca el segundo capítulo del que nadie quiere hablar. A
pesar de que la directiva comunitaria indica que todo indocumentado ha
de ser devuelto a su país de origen, la realidad es que no hay modo de
hacerla cumplir. Se les envía a un CIE y luego se les libera en espera
de que pueda llevarse a cabo la orden de expulsión.
Una
vez en la calle los inmigrantes tienen que buscarse la vida. Desconocen
el idioma y las costumbres por lo que son presa fácil de las redes de
contrabandistas que los emplean como vendedores ambulantes. De ahí
difícilmente saldrán. El sector informal es un círculo vicioso que se
retroalimenta. El resto ya lo conocemos.
Eso a Sánchez
y, por extensión, a todos los traficantes de buena conciencia les da
igual. El inmigrante ha cumplido el papel que el político le había
asignado. A partir de ahí lo que sea de él es lo de menos. Habría que
revisar quién es el desalmado aquí.
FERNANDO DÍAZ VILLANUEVA Vía VOZ PÓPULI
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