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miércoles, 1 de agosto de 2018

LA GUERRA 'CÁLIDA' DEL RELATO

/REUTERS


"La guerra ha acabado", según la declaración de sus supuestos protagonistas, Donald Trump y Vladimir Putin. ¿Con una reunión de dos horas? Para tan sorprendente armisticio caben diversas interpretaciones: o la tensión belicosa no era para tanto o el lenguaje de los fuertes liderazgos, que muchos consideran propios de machos alfa, se mueve por otros recovecos distintos a los tradicionales. Siguiendo esta teoría, encontramos que una persona narcisista tiende a atribuirse poderes tan especiales como el de narcotizar al oponente con sus embaucadoras palabras; y ahí situaríamos el fin de una guerra por ensalmo. Aunque, si tomamos la propia definición de guerra como la desavenencia, rompimiento, lucha o combate que es, probablemente, lo que ha cambiado es el enfoque de lo que en sí es una guerra.

Tomemos el ejemplo de Trump, presidente de la primera democracia del mundo. Sólo con disparos de palabras, Trump ha cambiado de enemigos, dejando atrás a Rusia y señalando a Europa. Y su concepto de la guerra ha saltado de tableros: guerra comercial contra el mundo, látigo atómico reactivado para responder ciberataques, cruzada contra la prensa para desacreditar al libre periodismo, fundamento de una democracia. Trump, que llegó a la Casa Blanca quejándose de que EEUU ya no ganaba guerras, hoy ataca con la modalidad del relato endosando fakes news, como una nueva arma con la que batallar en el Siglo XXI. Respecto a Rusia, la Unión Europea ha certificado que el entorno de Putin utilizó ciberataques para influir para que triunfara el Brexit e impulsar procesos antieuropeos mediante el relato. También tras la desinformación.

Cuando, aún no hace dos años, el diccionario Oxford eligió como palabra del año la posverdad, el mundo la aceptó como la consecuencia natural de la nueva era en la que habíamos entrado, sin entrenamiento previo: la digital derivada de la irrupción en tan sólo un quinquenio de lo que hoy forma parte de nuestra fuente de conocimiento y de la nueva comunicación humana: Google, Wikipedia, blogs, Facebook o Twitter. En el último quinquenio se ha conformado el nuevo panorama mundial de la riqueza hasta el punto de que las tecnológicas son hoy las cinco mayores compañías del mundo.

Semejante ciclón nos ha acarreado otras consecuencias que han impactado sobre el orden planetario establecido: la industria tecnológica ha desplazado a los tradicionales sectores industriales, se desbarata lo que teníamos por orden jurídico económico y mercantil convencional, se introducen métodos de actuación abusivos de dominio y competencia, y a los ciudadanos se les despoja de la privacidad de sus datos como evidenció Facebook. Diríase que las instituciones democráticas están braceando como náufragos entre las averías que nos abre el mundo digital y el ejemplo más paradigmático sería la histórica sanción que la Unión Europea ha impuesto a Google. Por si lo dicho fuera poco, apuntemos también que por los nuevos canales circulan montañas de desinformación para lo cual tampoco estábamos ni preparados ni advertidos.

Investigadores del Instituto Tecnológico de Massachusetts han comprobado que las noticias falsas difundidas por Twitter en los últimos diez años han impactado más que los hechos porque las fakes llegan antes a las emociones, con un 70% más de probabilidades de ser retuiteadas por humanos. Siendo ésto cierto, miles de bots están programados para replicarlas de forma automática produciendo cascadas de tuits interesados.

Ya no es noticia que hoy la guerra mayormente se libra a través de la tecnología fabricada para configurar una opinión pública a la carta de quienes quieren propagar la mentira. Y en esa ciberguerra es donde Occidente queda más expuesto por poseer sistemas políticos democráticos en los que prima la libertad de información frente al control de los regímenes planificados por los estados.

Mientras Europa reclama armarse de hackers y se sorprende del vendaval de las palabras de Trump, diríase que los europeos aún no hemos entendido cómo se mueven los peones de las nuevas guerras; en el caso de Europa, pinzada entre enemigos externos tradicionales como Rusia y las hostilidades sobrevenidas desde Estados Unidos, lo que contribuye a enardecer discrepancias internas, es decir, a fortalecer nuestras propias debilidades.

Y, si bien es cierto que Europa ha identificado estas nuevas amenazas de la desinformación, también es cierto que aún no ha diseñado la forma de protegerse de ellas. El grupo de expertos reunido por la Comisión Europea propuso, para acortar las patas de las noticias falsas, no tanto regular como sí impulsar el periodismo de calidad con ayudas indirectas para las cabeceras que hacen periodismo en tiempos de crisis y no sirven información basura; para modernizar y digitalizar los medios que no atienden a los hechos alternativos, sino a la verdad como el objetivo ético y de fiabilidad que debe regir al periodismo en democracia. Bien, pues, escuchados los expertos, Europa aún no ha decidido cómo contener las correcciones que nos invaden, a meses de que el Parlamento Europeo celebre elecciones. Hoy los euroescépticos componen la tercera parte del Parlamento, y ya hay voces que advierten de que, con la ayuda de la desinformación, podrían llegar a ser mayoría. Lo que nos colocaría en una posición ridícula: un europarlamento con voluntad mayoritaria de volarse a sí mismo. Gentes que no estarían por unir Europa, sino por fundirla y por volver al útero materno agitando emotivos eslóganes populistas y un nacionalismo feroz con diminuta ambición en un mundo global. He aquí una nueva modalidad de guerra de este imprevisible siglo XXI.

Urge, pues, que los ciudadanos aprendamos a escarbar entre los bulos para rescatar la verdad. Y la primera urgencia debería ser la formación de nuestros jóvenes para reforzar su condición de libres ciudadanos.

Igual que se identificó que en la televisión hay entretenimiento e información, los menores, que son los más vulnerables, deberían conocer que en las redes pueden encontrar entretenimiento, de un lado; e imputs de información para conformar opiniones, de otro. Pero deberían saber que sólo en el periodismo se encuentra la información veraz y contrastada. De lo contrario corremos el riesgo de ver alterada nuestra convivencia sin haber participado ni siquiera en el proceso de demolición.


                                                                               GLORIA LOMANA*   Vía EL MUNDO
*Gloria Lomana es periodista y escritora.

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