Créeme, Lidia, si te digo que no ansío otra cosa que esa, encontrar una explicación a un comportamiento que a mí me parece irracional, alejado de todo principio de realidad
Foto: Reuters.
No dices ‘hola’, ni ‘buenos días’, Lidia, vas directa al grano de tu
incomodidad: “Soy catalana y tu artículo me ha molestado bastante”.
Luego añades algo que me lleva a contestarte aquí, por esa sensación que
tienes de aislamiento e incomprensión: “No espero que nos entiendas”.
Verás, Lidia, desde que comenzó el conflicto de Cataluña lo que estoy
buscando es precisamente eso, entenderos, entenderte. No a los
dirigentes de Esquerra Republicana o de cualquiera de los otros partidos o asociaciones que defienden la independencia de Cataluña; no, quiero entender a los ciudadanos como tú,
de toda clase social, de toda formación profesional e intelectual, que,
por cientos y cientos de miles, han decidido apoyar la independencia.
Créeme, Lidia, si te digo que no ansío otra cosa que esa, encontrar una explicación a un comportamiento que a mí me parece irracional, alejado de todo principio de realidad. Y como me duelen mis amigos de Cataluña, como me gusta esa tierra y me gustan los catalanes, lo único que quiero es entender. No esperes que no te entienda, espera lo contrario, porque eso es lo que queremos muchos españoles que ya andamos desesperados de no entender nada. Seguro que conoces bien a Antonio Machado, otro que se murió sin entender a los independentistas catalanes. Si te parece, Lidia, vamos a agarrarnos a un consejo suyo para empezar a hablar. “¿Tu verdad? No, la verdad. Y ven conmigo a buscarla, la tuya, guárdatela”.
He escrito antes, Lidia, que me decías en tu mensaje que eres catalana y que estabas molesta. Y lo he escrito en castellano, pero en realidad no ha sido así. Voy a transcribir la literalidad de lo que dices, tal como lo dices, así que si hay alguna incorreción gramatical que te la disculpen a ti: “He leído tu artículo. Sóc catalana, el teu article m'ha molestat bastant. No espero que ens entenguis, però si algún día deixem de pertanye a Espanya, (espero que Ben aviat), potser hauras de publicar alguna cosa Ben contraria a lo que ara escrius. No cal que em contestis, ja qué el teu nivell de paraules es molt mes superior al meu”.
Lo primero que me sorprendió de tu mensaje, Lidia, es que solo hayas puesto en castellano las cuatro primeras palabras. Dime, ¿qué sentido tiene que si quieres decirme algo, incluso si quieres reprocharme algo, lo hagas en una lengua distinta a la que compartimos? La única explicación que le encuentro es lo que añades a continuación: “No espero que nos entiendas”. A mi juicio, esa es la clave de todo, porque significa lo contrario de lo que expresa. En realidad, lo que pareces desear es que no te entienda, que no os entienda. Más que un “no espero que nos entiendas”, lo que de verdad significa esa frase es “espero que no nos entiendas”. Por eso cambias al momento el castellano por el catalán, para marcar distancias. Y no porque yo tenga nada contra el catalán, que me gusta y entiendo a duras penas, sino porque a ti te parece que es una barrera importante para marcar distancias.
Hace tiempo que vengo observando que lo primero que argumenta un catalán que defiende la independencia es que nadie los entiende, que nadie los escucha, que nadie los atiende. Ese es el valor social de tu mensaje, que podría representar el sentimiento de cientos de miles de ciudadanos catalanes que apoyan la independencia. Como he defendido otras veces, el arraigo social del independentismo tiene una fase de aislamiento, de ensimismamiento, que, al final, es más decisiva que todas las demás. Eso es lo que ha ocurrido en Cataluña.
Pero no es verdad, Lidia, no es cierto que en España nadie os escuche, porque resulta que no se habla de otra cosa. Parece que no hay otro problema, que nadie más tiene un problema ni lo ha tenido jamás en estos 40 años de democracia y de libertad que hemos compartido. De hecho, Lidia, lo que tendrían que hacer muchos catalanes, al menos por un solo día, es escuchar a los demás, a sus vecinos aragoneses o valencianos, o a las familias de tantos castellanos, extremeños o andaluces que se quedaron a vivir en su tierra mientras sus hijos se marchaban con un hatillo a buscar algo más que un mendrugo a esa gran ciudad que ha sido siempre Barcelona. Estoy convencido de que ese día se acababan muchos prejuicios. Sin aislamiento, no hay independentismo.
En el artículo que escribí, y que tanto te ha molestado, todo surgía de un deseo que, con seguridad, puede compartir todo el mundo: pedía que la historia fuera implacable con el independentismo,
que fuera cierta. ¿Alguien puede desear que la historia nos recuerde
como no fuimos? Ya sabemos que la historia la han escrito siempre los
vencedores, pero a estas alturas de la humanidad, y en las sociedades
desarrolladas en las que vivimos, nadie puede tener la pretensión de
manipular tanto los acontecimientos que acabe desvirtuándolos. Pero
trascendamos de eso, Lidia: incluso en ese empeño torticero tiene que
haber límites. Por eso vuelvo a repetirte que utilizar el atentado de Barcelona como una espoleta para activar la causa independentista es una enorme infamia.
Si miras a tu alrededor, observarás que la agitación ha ido creciendo desde el aniversario del atentado. Porque estaba programado así, el primer peldaño del ‘otoño caliente’ que vienen anunciando. Para mí, Lidia, eso rebasa el terreno de lo admisible, de lo comprensible. Con ese ánimo, lo repito otra vez: “Ojalá, sí, ojalá la historia sea implacable y sea cierta, que cuente con fidelidad y con lealtad la verdad de estos días de infamia independentista”. Pero tú no te sientas ofendida ni molesta, que seguramente solo serás una damnificada más de esa grosera utilización de la desgracia.
Lidia, yo anhelo el día en el que en Cataluña uno se pueda sentar en un bar y volver a hablar de lo que piensa, sin miedos ni recelos. Que camine por las calles y por las plazas sin verse acosado por una simbología que se hace asfixiante, que está diseñada para ser asfixiante, abrumadora. Incluso si los partidarios de mantenerse en España fueran minoritarios, tendrían derecho a sentir suyas las calles y las plazas, porque la libertad de cada uno de nosotros, no dejemos de repetirlo, acaba justo donde empieza la de tu vecino.
Son muchos los amigos catalanes que en su propia familia no quieren hablar, ni pueden hablar, por miedo a romper para siempre con sus hermanos, con sus primos, con sus padres. Los que tenemos la suerte de no ser catalanes, solo podemos encontrar algunas referencias similares en las historias que se cuentan del franquismo, y ya ves el tiempo que ha pasado desde que se murió el dictador aunque, como dijo el poeta, un muerto en España está más vivo como muerto que en ninguna otra parte del mundo.
Si me dejas, un consejo más, y acabo con eso. Es solo para que lo pienses, para que lo pensemos todos. Y, al menos, la próxima vez no des por hecho que no te entiendo, porque lo que quiero es todo lo contrario: poder entenderte o que tú me entiendas a mí. “Busca a tu complementario, que marcha siempre contigo, y suele ser tu contrario”. También eso es de Machado. Recibe, Lidia, un afectuoso saludo.
JAVIER CARABALLO Vía EL CONFIDENCIAL
Créeme, Lidia, si te digo que no ansío otra cosa que esa, encontrar una explicación a un comportamiento que a mí me parece irracional, alejado de todo principio de realidad. Y como me duelen mis amigos de Cataluña, como me gusta esa tierra y me gustan los catalanes, lo único que quiero es entender. No esperes que no te entienda, espera lo contrario, porque eso es lo que queremos muchos españoles que ya andamos desesperados de no entender nada. Seguro que conoces bien a Antonio Machado, otro que se murió sin entender a los independentistas catalanes. Si te parece, Lidia, vamos a agarrarnos a un consejo suyo para empezar a hablar. “¿Tu verdad? No, la verdad. Y ven conmigo a buscarla, la tuya, guárdatela”.
Los días de la infamia independentista
He escrito antes, Lidia, que me decías en tu mensaje que eres catalana y que estabas molesta. Y lo he escrito en castellano, pero en realidad no ha sido así. Voy a transcribir la literalidad de lo que dices, tal como lo dices, así que si hay alguna incorreción gramatical que te la disculpen a ti: “He leído tu artículo. Sóc catalana, el teu article m'ha molestat bastant. No espero que ens entenguis, però si algún día deixem de pertanye a Espanya, (espero que Ben aviat), potser hauras de publicar alguna cosa Ben contraria a lo que ara escrius. No cal que em contestis, ja qué el teu nivell de paraules es molt mes superior al meu”.
Lo primero que me sorprendió de tu mensaje, Lidia, es que solo hayas puesto en castellano las cuatro primeras palabras. Dime, ¿qué sentido tiene que si quieres decirme algo, incluso si quieres reprocharme algo, lo hagas en una lengua distinta a la que compartimos? La única explicación que le encuentro es lo que añades a continuación: “No espero que nos entiendas”. A mi juicio, esa es la clave de todo, porque significa lo contrario de lo que expresa. En realidad, lo que pareces desear es que no te entienda, que no os entienda. Más que un “no espero que nos entiendas”, lo que de verdad significa esa frase es “espero que no nos entiendas”. Por eso cambias al momento el castellano por el catalán, para marcar distancias. Y no porque yo tenga nada contra el catalán, que me gusta y entiendo a duras penas, sino porque a ti te parece que es una barrera importante para marcar distancias.
Hace tiempo que vengo observando que lo primero que argumenta un catalán que defiende la independencia es que nadie los entiende
Hace tiempo que vengo observando que lo primero que argumenta un catalán que defiende la independencia es que nadie los entiende, que nadie los escucha, que nadie los atiende. Ese es el valor social de tu mensaje, que podría representar el sentimiento de cientos de miles de ciudadanos catalanes que apoyan la independencia. Como he defendido otras veces, el arraigo social del independentismo tiene una fase de aislamiento, de ensimismamiento, que, al final, es más decisiva que todas las demás. Eso es lo que ha ocurrido en Cataluña.
Pero no es verdad, Lidia, no es cierto que en España nadie os escuche, porque resulta que no se habla de otra cosa. Parece que no hay otro problema, que nadie más tiene un problema ni lo ha tenido jamás en estos 40 años de democracia y de libertad que hemos compartido. De hecho, Lidia, lo que tendrían que hacer muchos catalanes, al menos por un solo día, es escuchar a los demás, a sus vecinos aragoneses o valencianos, o a las familias de tantos castellanos, extremeños o andaluces que se quedaron a vivir en su tierra mientras sus hijos se marchaban con un hatillo a buscar algo más que un mendrugo a esa gran ciudad que ha sido siempre Barcelona. Estoy convencido de que ese día se acababan muchos prejuicios. Sin aislamiento, no hay independentismo.
No
es cierto que nadie os escuche, porque resulta que no se habla de otra
cosa. Parece que no hay otro problema, que nadie más tiene un problema
Si miras a tu alrededor, observarás que la agitación ha ido creciendo desde el aniversario del atentado. Porque estaba programado así, el primer peldaño del ‘otoño caliente’ que vienen anunciando. Para mí, Lidia, eso rebasa el terreno de lo admisible, de lo comprensible. Con ese ánimo, lo repito otra vez: “Ojalá, sí, ojalá la historia sea implacable y sea cierta, que cuente con fidelidad y con lealtad la verdad de estos días de infamia independentista”. Pero tú no te sientas ofendida ni molesta, que seguramente solo serás una damnificada más de esa grosera utilización de la desgracia.
Los catalanes que no sabían escuchar
Lidia, yo anhelo el día en el que en Cataluña uno se pueda sentar en un bar y volver a hablar de lo que piensa, sin miedos ni recelos. Que camine por las calles y por las plazas sin verse acosado por una simbología que se hace asfixiante, que está diseñada para ser asfixiante, abrumadora. Incluso si los partidarios de mantenerse en España fueran minoritarios, tendrían derecho a sentir suyas las calles y las plazas, porque la libertad de cada uno de nosotros, no dejemos de repetirlo, acaba justo donde empieza la de tu vecino.
Son muchos los amigos catalanes que en su propia familia no quieren hablar, ni pueden hablar, por miedo a romper para siempre con sus hermanos, con sus primos, con sus padres. Los que tenemos la suerte de no ser catalanes, solo podemos encontrar algunas referencias similares en las historias que se cuentan del franquismo, y ya ves el tiempo que ha pasado desde que se murió el dictador aunque, como dijo el poeta, un muerto en España está más vivo como muerto que en ninguna otra parte del mundo.
Si me dejas, un consejo más, y acabo con eso. Es solo para que lo pienses, para que lo pensemos todos. Y, al menos, la próxima vez no des por hecho que no te entiendo, porque lo que quiero es todo lo contrario: poder entenderte o que tú me entiendas a mí. “Busca a tu complementario, que marcha siempre contigo, y suele ser tu contrario”. También eso es de Machado. Recibe, Lidia, un afectuoso saludo.
JAVIER CARABALLO Vía EL CONFIDENCIAL
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