"No pienses en Cataluña ni hables de economía, estúpido", anota en
letras bien grandes Iván Redondo tanto en la pizarra del Consejo de
Ministros como en la del cuartel general del PSOE.
/ULISES CULEBRO
En su
regreso al futuro de la España zapateril de 2008 por parte de
Pedro Sánchez, su jefe de gabinete y gurú electoral,
Iván Redondo,
quien ya debe tener escritas algunas cuartillas de su futuro libro de
éxito, Yo hice presidente a un doble perdedor, ha concebido una campaña
vintage. Pero minuciosa en sus propósitos hasta el punto de contabilizar el número de votos -un tercio del censo del
28-A-
que pueden reportar esos viernes electorales del Consejo de Ministros.
Esta Mesa tan bien provista se erige en comité de la costosa campaña
emprendida por un presidente que promovió hace nueve meses una
investidura Frankenstein para comparecer ventajosamente a las urnas.
Como en el camarote de los hermanos Marx, se echa en falta un
Chico Marx que le grite a Sánchez, mientras
Harpo hace
sonar su bocina: "¡...Y dos huevos duros!". Pero ya se sabe que los
votantes suelen dar su sufragio a quienes les prometen el oro y el moro,
aunque sepan que eso no hay erario que lo aguante. Mucho menos una
España avejentada en la que cada vez más viven del Presupuesto a costa
de los menos. Estos cirineos deben cargar con la cruz a cuestas de este
clientelismo neocaciquil.
A este fin, Redondo rescata del baúl de los recuerdos muchos de los artilugios de
Zapatero
para enmascarar la grave crisis que entonces como hoy se cernía sobre
los españoles. Además la agravó disparando el gasto político con el
objetivo añadido de aprovisionarse de los sufragios precisos que
reafirmaran en el poder a aquel presidente por accidente merced al
big bang de la masacre islamista del
14-M de 2004.
En
su odisea electoral de 2008, como ahora su legatario Sánchez, Zapatero
puso sordina a todas las señales de alarma y apeló a un ardid de
burlador de ópera como el
Don Giovanni de
Mozart.
En concreto, al cuadro en el que el libertino es amenazado con ser
desenmascarado por una pretendiente a la que deshonra prometiéndole
matrimonio. Para escapar del atolladero, el donjuán recurre a su fiel
Leporello para que le explique a la dama boba que él es persona disoluta
y promiscua en conquistas. A ver si así desiste de su estéril empeño.
"Cuéntaselo todo -concluye-, excepto la verdad".
De igual guisa, Zapatero burló a
Rajoy endilgándole a
Solbes el papel de Leporello en su ya histórico debate con
Pizarro.
Así lo hizo su vicepresidente plantándose para la función un aparatoso
parche en el ojo. De este modo, no se le veía la viga mientras afeaba la
paja en la pupila de un desconcertado contrincante. A éste no le sirvió
de nada cantarle por jotas las verdades del barquero. Pero
una cosa era salvar aquel entuerto y otra vivir engañado mucho tiempo con unas ensoñaciones de las que Zapatero se despertó abruptamente. Una llamada de
Obama le advertía en mayo de 2010 de que se acabó lo que se daba y que debía recoger sus bártulos de La Moncloa.
Curiosamente,
su campaña de reelección había estado inspirada en la del presidente
estadounidense. Fue a raíz de que su jefe de gabinete en la oposición,
el sociólogo malagueño Torres Mora, creyera encontrar la solución a los
problemas de comunicación del PSOE en un afamado libro del
neurolingüista
George Lakoff. Este profesor en Berkeley
había teorizado -y puesto al servicio de Obama- que quien se apodera
del marco (mental) domina el discurso político. Lo ejemplificó con una
experiencia docente. Tras encarecer a sus alumnos que "no penséis en un
elefante" (símbolo republicano), éstos no pudieron quitarse de la cabeza
al paquidermo, lo que equivalía a enfocar los asuntos desde la óptica
republicana.
En su manual, el taumaturgo rememora la pifia de
Nixon
al manifestar que no era un chorizo. Dicho lo cual, faltó tiempo para
que todo el mundo lo viera como tal. Parejo desliz al de Zapatero cuando
el 14 de abril de 2010 -aniversario del
naufragio del Titanic-
no tuvo mejor golpe de gracia que proclamar en Singapur que el barco de
la economía española "va a seguir navegando con fortaleza porque es un
poderoso transatlántico". Nada más pronunciar la palabra
«transatlántico» (que se asoció a
Titanic), el Directorio
franco-alemán -junto a EEUU y China- lanzaría un misil la línea de
flotación del zapaterismo causando el naufragio de su timonel. Para su
fortuna, ya no existían los
juicios de residencia que depuraban las responsabilidades de los servidores de la Corona en la América española.
Al
igual que Zapatero no quiso pensar en la crisis, atendiendo al método
Lakoff, Sánchez lo emula.
Lo acreditó en la presentación de un programa
con idéntico número de medidas (110) al de escaños de
Rubalcaba
en las elecciones de 2011 que le costaron el mando del PSOE y que ahora
su sucesor se plantea como una aspiración desde los 85 que atesora.
Así, en el prontuario que desplegó con una escenografía característica
del Obama presidencial, cuya estética -riel de banderas incluido- ya
calcó con sus polémicas instantáneas en un Falcon que emplea con la
habitualidad de un utilitario, no se registra ninguna referencia al
proceso independentista de Cataluña ni a la depresión económica en
lontananza, pero sí un largo incensario de gasto político.
"No penséis en Cataluña ni habléis de economía, estúpidos",
anota en letras bien grandes Iván Redondo tanto en la pizarra del
Consejo de Ministros como en la del cuartel general del PSOE, si es
distinguible lo uno de lo otro. Entre
James Carville, asesor de
Clinton, y George Lakoff, consultor de Obama, su opción -muletilla aparte- es clara.
Se
entiende que Sánchez no quiera pensar en ninguno de esos dos elefantes.
No le hacen gracia ni las alarmas del Banco de España ni que
Miquel Iceta saque los pies del tiesto al no descartar un referéndum pactado
"si el 65% de los catalanes quiere la independencia".
Al plantear un porcentaje y un plazo, el líder del PSC ya está
admitiendo implícitamente el ficticio derecho de autodeterminación de
Cataluña y de expropiación al resto de los españoles de su soberanía. No
supone, desde luego, una entera novedad por parte del PSC. Sus
diputados votaron favorablemente una iniciativa nacionalista en esa
dirección rompiendo la disciplina de voto del PSOE en tiempos de
Rubalcaba. Entre ellos, la actual ministra
Batet.
Pero
sí evidencia el disimulo táctico con los socios de investidura de un
Sánchez que se ha allanado a los independentistas. Cesó al abogado del
Estado por reclamar delito de
rebelión para los golpistas del 1-O.
No retiró los lazos amarillos de los edificios y espacios públicos
-pese al compromiso del ministro Marlaska- hasta que ha intervenido la
Junta Electoral. Y ha debido de ser el presidente del Tribunal Supremo,
Carlos Lesmes,
el que proteste ante el Senado francés por el nefando comunicado
suscrito por 41 de sus miembros cuestionando el Estado de derecho en
España. Todo ello sin que La Moncloa diga esta boca es mía ni haga nada
con las legaciones de la Generalitat en el extranjero desde las que
encizaña contra la democracia española. Luego el ministro
Borrell se
escandaliza porque la prensa internacional se trague la comida basura
de quienes no le dejan siquiera asomarse a su ilerdense pueblo natal, lo
que interioriza un PSC que le veta en sus listas a las generales.
La certeza de ese programa oculto está encima de la mesa, como la carta robada del relato de
Poe. De hecho, tras la
Rendición de Pedralbes con
Torra
-así permanece en la resolución oficial del Consejo de Ministros del 8
de febrero-, se cede en la existencia de "un conflicto", se compromete
"una respuesta democrática" (consulta), se consiente un relator y se
excluye cualquier alusión a la Constitución. Al respecto, no se precisa
ningún perspicaz detective
Dupin que descubra el memorándum que reposa sobre el escritorio de Sánchez.
En
parangón con lo que ya hizo en los comicios autonómicos, tratando de
agraciarse el apoyo de los nacionalistas del «ahora paciencia, mañana
independencia» con su defensa del indulto para los rebeldes de octubre,
Iceta, con el mismo afán y propósito, anticipa la estrategia que Sánchez
soterra para que no le cueste su derrota en gran parte de España.
Asimismo, el PSC trata de concitar igualmente el voto útil de antiguos
votantes de Podemos y de los Comunes de
Ada Colau, la
emperatriz del Paralelo.
Pero, al igual que ha sobrevenido con los globos sonda económicos del
Gobierno, estos anuncios obran consecuencias por sí mismos al adquirir
el marco de referencia independentista.
Han evitado al elefante,
pero no al burro secesionista, un pollino al que no se le puede apartar
la cara si no se quiere ser coceado y marcado con sus herraduras. Como
Zapatero cuando trazó con
Maragall una estrategia suicida, Sánchez no sopesa que
ha entregado a los separatistas su arma más letal, el del relato, para que se haga inevitable el desmembramiento de España.
En esa encrucijada, lo primordial para Sánchez y el bloque que encabeza (Podemos e independentistas) es que la
alternativa a la andaluza entre PP, Cs y Vox
se haga tan odiosa que galvanice el voto a favor de su comunidad de
intereses. Para escamotearlo, se vale de Vox. Daríase la paradoja de que
una formación que, siendo hija de las concesiones del PSOE al
separatismo y de los paños calientes del PP, cooperó decisivamente a
arrebatarle el poder a su enemiga íntima
Susana Díaz podría ser ahora el ancla de Sánchez azuzando el fantasma de Vox, una vez corporizado al sur de Despeñaperros.
Mucho más cuando Vox causa el mismo fenómeno que explica el fulgor
Trump.
Evocando a su elefante, Lakoff opina que, cuanto más se discuten sus
opiniones, más se activan e incrustan en la mente tanto de derechistas
como de izquierdistas. "Ataques o apoyes a Trump -pondera-, ayudas a
Trump".
FRANCISCO ROSELL Vía EL MUNDO