Ningún político no separatista había admitido en 40 años de democracia la viabilidad de la desintegración de España
Ignacio Camacho
Sólo el
apabullante control que el Gobierno ejerce sobre la agenda mediática y
la falta de mordiente que la derecha está demostrando en su campaña
pueden explicar que el escándalo de las declaraciones de Miquel Iceta
haya durado apenas un par de jornadas. Ante una oposición menos dividida
y sobre todo menos desorientada, el PSOE estaría ahora mismo cercado
por las consecuencias de esas palabras y sufriría severas dificultades
para mantener su ventaja. Porque no se trata de una manifestación más o
menos extemporánea de un subalterno sin jerarquía orgánica, sino del
principal asesor del presidente en política catalana. Y sobre todo
porque no sólo es la primera vez que un político teóricamente
constitucionalista (?) admite como un horizonte viable -y se supone que
legal- la idea de que Cataluña se separe de España, sino que aconseja a
los partidarios de la secesión un calendario y una estrategia para
lograrla. Ese chocante giro en una cuestión tan decisiva carece de
precedentes en cuarenta años de democracia, durante los que la
indisolubilidad de la nación y la unidad del Estado han sido las bases
incuestionables e incuestionadas de la convivencia ciudadana. Ninguna
sociedad política europea dejaría pasar sin debate una novedad clave, de
trascendencia neurálgica, sobre su problema colectivo de mayor
relevancia.
Sin
embargo, el gabinete sanchista ha salido del trance sin excesivo
aprieto. Un portavoz se ha limitado a decir que se trataba de una
reflexión individual formulada en circunstancias inapropiadas -el
escenario preelectoral- y en el momento incorrecto. Nadie se ha
molestado siquiera en negar el fondo de la sugerencia ni en desmentir el
contexto. Y no ha pasado nada: 48 horas escasas de relativo jaleo,
opacado en seguida por la polémica de los abortos neandertales y el
desplante de Borrell a un periodista extranjero. Sánchez continúa
levitando sobre sus viernes electorales llenos de ofertas de empleo
mientras su principal representante en Cataluña pone fecha y método a
una independencia que significa la fisión desintegradora del Estado de
Derecho.
Pero el
mensaje está enviado. Y coincide con el proyecto del separatismo más
pragmático, el de ERC, el partido con el que Iceta coquetea desde hace
años, el que puede resolver la próxima investidura con el respaldo de
sus parlamentarios. Esperad, ha venido a decirles, no tengáis urgencia
con los plazos; reunid una mayoría amplia mientras nosotros gobernamos y
dentro de una década no habrá forma de sujetaros. Un recado dirigido
también a los votantes soberanistas menos hiperventilados: en Madrid hay
alguien dispuesto a escucharlos. El viaje a su Ítaca mitológica es
viable si saben respetar el itinerario.
Ahí queda
dicho. Y ocurrirá si los españoles no son conscientes del peligro. Aún
está viva la oportunidad de impedirlo. Dentro de diez años no valdrán
lamentos retrospectivos.
IGNACIO CAMACHO Vía ABC
No hay comentarios:
Publicar un comentario