Es la primera vez que el dirigente de un partido constitucionalista dimite de la idea de que la secesión de Cataluña no es compatible con este Estado de derecho, cualquiera que sea el apoyo que tenga
El primer secretario del PSC, Miquel Iceta. (EFE)
“Apreteu i feu bé d’apretar”, animaba Torra
en ocasión memorable a la muchachada de la 'kale borroka' catalana para
que no desfallezca en sus salvajadas. Con diferente intención y
contexto, la imprudente declaración del secretario general del PSC
a la revista 'Berria' envía al mundo separatista un mensaje similar:
ahora no puede ser, pero si conseguís que en 10 o 15 años el 65% de los
catalanes respalden la independencia, el Estado tendrá que ceder y
alcanzaréis la tierra prometida. Así que armaos de determinación y
paciencia y… 'apreteu'.
Sostiene Iceta que “si el 65% quiere la independencia, la democracia tiene que encontrar el mecanismo para hacerlo posible” (se entiende que lo que habría que hacer posible es la independencia). Y añade un doble consejo práctico que contiene una hoja de ruta: según él, “los independentistas deben retrasar el referéndum 10-15 años”. Calcula Iceta que ese es el tiempo que se precisará para decantar el 65% que haría inevitable la independencia. Mientras tanto, “los partidos políticos españoles deberían proporcionar mayor autogobierno y una financiación mejor a Cataluña”.
Hay que enlazar las piezas sueltas del discurso para encontrar el hilo del pensamiento. Según ese hilo, la separación de Cataluña de España ya no es un imposible constitucional, sino una mera cuestión de cifras y de plazos. En la escala de Iceta (lo dice tal cual) no bastaría el 47% ni tampoco el 51%, pero sí el 65%. Y no podría ser ahora ni “en el último penalti”, sino tras jugar un partido completo de algo más de una década hasta que maduren las condiciones que obliguen a España a “encontrar el mecanismo para hacerlo posible”.
Es la primera vez que el dirigente de un partido constitucionalista dimite de la idea de que la secesión de Cataluña no es compatible con este Estado de derecho, cualquiera que sea el apoyo que tenga. El mensaje del Estado a los independentistas fue hasta ahora inequívoco: abandonen toda esperanza, su objetivo es irrealizable. Lo que les dice Iceta es bien distinto: consigan el 65% y el muro cederá.
La declaración contiene una aberración jurídica y un disparate político. Lo primero, porque convierte la vigencia del principio de legalidad en un asunto de porcentajes. Ante un 65% de apoyo al independentismo, el artículo 2 de la Constitución debería decaer y el Gobierno de España, el Parlamento y el Tribunal Constitucional, renunciar a su obligación de defender la integridad territorial del país. Lo segundo porque, con esas palabras, el secretario general del PSC señala un camino viable hacia la independencia. Objetivamente, Miquel Iceta ha puesto precio y plazo a la capitulación del Estado de derecho. Sin duda, los dirigentes independentistas menos obtusos tomarán buena nota de lo que se les transmite desde el partido del actual Gobierno.
Esta nueva 'icetada' —no es la primera ni será la última— suscita, además de la sorpresa, un racimo de preguntas adyacentes para su autor:
Primera pregunta: ¿qué debería ocurrir para que en 10 o 15 años el 65% de los catalanes respalden la independencia? Deberían darse, al menos, tres condiciones: que durante todo ese tiempo un Gobierno independentista en Cataluña, transitando permanentemente sobre la raya fronteriza de la legalidad, explote a fondo todos los recursos de que dispone para influir sobre la sociedad; que permanezca en España un Gobierno dispuesto a permitírselo, y que las fuerzas constitucionalistas renuncien a combatir políticamente para impedirlo. ¿Cuenta Iceta con que esas tres cosas se producirán o las relaciona con la continuidad del actual estado de cosas en Sant Jaume y en la Moncloa?
Segunda pregunta: ¿por qué deberían los independentistas aplazar 10 o 15 años el referéndum? Aparentemente, porque ese es el tiempo que necesitarían para ganarlo. Pero se supone que un dirigente socialista debe desear —y luchar por ello— que el referéndum de autodeterminación no se produzca; y si llegara a celebrarse, que el independentismo lo pierda. Entonces, ¿por qué tanta solicitud en actuar como su consultor estratégico?
Tercera pregunta: si el independentismo no debería forzar el referéndum hasta estar seguro de contar con el 65% y, a su vez, esa cifra marca el punto en que la unidad de España dejaría de ser sostenible, es crucial saber cómo se contaría ese apoyo. Según el razonamiento de Iceta, esa constatación habría de ser previa al referéndum, porque solo entonces el Estado tendría que someterse a desmontar su propia legalidad y habilitar su realización, pese a la certeza de un resultado favorable a la independencia.
Además de la aparatosa contradicción con la postura de fondo que él y su partido exhiben, sería bueno que el dirigente socialista explicara el método previo que considera válido para certificar el 65%. ¿Quizás unas elecciones en que los partidos independentistas obtengan ese porcentaje? Se sabe que ese es exactamente el horizonte de Junqueras, pero sorprende que alguien como Iceta lo verbalice y, de alguna forma, lo convalide.
Cuarta pregunta: la tarea que atribuye a los partidos españoles (“proporcionar mayor autogobierno y una financiación mejor a Cataluña”), ¿tiene el objetivo de impedir el escenario que dibuja para dentro de una década, o el de servir como puente hacia él? Aunque Miquel Iceta lo niegue, esto queda confuso en sus palabras. Tampoco está suficientemente claro si semejante escenario le parece políticamente catastrófico o, en el fondo, asumible; si ve en él un desastre o una vía de salida, y si se propone trabajar en los próximos años para que no se produzca o a desviar la mirada mientras montan el entablado.
La estrategia que Iceta sugiere al independentismo —aplazar el referéndum hasta alcanzar el 65% y, en ese momento, forzar al Estado a abrir paso a la independencia— coincide milimétricamente con el plan que ERC defiende frente a Torra y Puigdemont. Esa aparente conexión es la primera preocupación que nace de sus palabras. La segunda es que quien habla es el más conspicuo inspirador y guionista principal de la política de Pedro Sánchez respecto a Cataluña.
De hecho, la reacción del Gobierno muestra que la declaración de Iceta solo le ha producido incomodidad preelectoral, y apenas ha merecido una suave reprimenda, más por razones de oportunidad que de fondo. Carmen Calvo le reprocha que sea “muy dado a hacer reflexiones”; y Ábalos, más práctico, que las haga en voz alta y en un momento inconveniente. Pero él es así: nunca se sabe si dice lo que piensa, si piensa lo que dice o ninguna de las dos cosas.
Poco a poco se va entendiendo mejor lo de quedarse en la Moncloa hasta 2030. Y seguro que el mensaje-guiño de Iceta ha llegado a su destino: con paciencia y sin incordiar demasiado mientras estemos nosotros, pero… 'apreteu'.
IGNACIO VARELA Vía EL CONFIDENCIAL
Sostiene Iceta que “si el 65% quiere la independencia, la democracia tiene que encontrar el mecanismo para hacerlo posible” (se entiende que lo que habría que hacer posible es la independencia). Y añade un doble consejo práctico que contiene una hoja de ruta: según él, “los independentistas deben retrasar el referéndum 10-15 años”. Calcula Iceta que ese es el tiempo que se precisará para decantar el 65% que haría inevitable la independencia. Mientras tanto, “los partidos políticos españoles deberían proporcionar mayor autogobierno y una financiación mejor a Cataluña”.
Con esas palabras, el secretario general del PSC señala un camino viable hacia la independencia
Hay que enlazar las piezas sueltas del discurso para encontrar el hilo del pensamiento. Según ese hilo, la separación de Cataluña de España ya no es un imposible constitucional, sino una mera cuestión de cifras y de plazos. En la escala de Iceta (lo dice tal cual) no bastaría el 47% ni tampoco el 51%, pero sí el 65%. Y no podría ser ahora ni “en el último penalti”, sino tras jugar un partido completo de algo más de una década hasta que maduren las condiciones que obliguen a España a “encontrar el mecanismo para hacerlo posible”.
Es la primera vez que el dirigente de un partido constitucionalista dimite de la idea de que la secesión de Cataluña no es compatible con este Estado de derecho, cualquiera que sea el apoyo que tenga. El mensaje del Estado a los independentistas fue hasta ahora inequívoco: abandonen toda esperanza, su objetivo es irrealizable. Lo que les dice Iceta es bien distinto: consigan el 65% y el muro cederá.
La declaración contiene una aberración jurídica y un disparate político. Lo primero, porque convierte la vigencia del principio de legalidad en un asunto de porcentajes. Ante un 65% de apoyo al independentismo, el artículo 2 de la Constitución debería decaer y el Gobierno de España, el Parlamento y el Tribunal Constitucional, renunciar a su obligación de defender la integridad territorial del país. Lo segundo porque, con esas palabras, el secretario general del PSC señala un camino viable hacia la independencia. Objetivamente, Miquel Iceta ha puesto precio y plazo a la capitulación del Estado de derecho. Sin duda, los dirigentes independentistas menos obtusos tomarán buena nota de lo que se les transmite desde el partido del actual Gobierno.
Objetivamente, Miquel Iceta ha puesto precio y plazo a la capitulación del Estado de derecho
Esta nueva 'icetada' —no es la primera ni será la última— suscita, además de la sorpresa, un racimo de preguntas adyacentes para su autor:
Primera pregunta: ¿qué debería ocurrir para que en 10 o 15 años el 65% de los catalanes respalden la independencia? Deberían darse, al menos, tres condiciones: que durante todo ese tiempo un Gobierno independentista en Cataluña, transitando permanentemente sobre la raya fronteriza de la legalidad, explote a fondo todos los recursos de que dispone para influir sobre la sociedad; que permanezca en España un Gobierno dispuesto a permitírselo, y que las fuerzas constitucionalistas renuncien a combatir políticamente para impedirlo. ¿Cuenta Iceta con que esas tres cosas se producirán o las relaciona con la continuidad del actual estado de cosas en Sant Jaume y en la Moncloa?
Segunda pregunta: ¿por qué deberían los independentistas aplazar 10 o 15 años el referéndum? Aparentemente, porque ese es el tiempo que necesitarían para ganarlo. Pero se supone que un dirigente socialista debe desear —y luchar por ello— que el referéndum de autodeterminación no se produzca; y si llegara a celebrarse, que el independentismo lo pierda. Entonces, ¿por qué tanta solicitud en actuar como su consultor estratégico?
Sería bueno que explicara el método previo que considera válido para certificar el 65%
Tercera pregunta: si el independentismo no debería forzar el referéndum hasta estar seguro de contar con el 65% y, a su vez, esa cifra marca el punto en que la unidad de España dejaría de ser sostenible, es crucial saber cómo se contaría ese apoyo. Según el razonamiento de Iceta, esa constatación habría de ser previa al referéndum, porque solo entonces el Estado tendría que someterse a desmontar su propia legalidad y habilitar su realización, pese a la certeza de un resultado favorable a la independencia.
Además de la aparatosa contradicción con la postura de fondo que él y su partido exhiben, sería bueno que el dirigente socialista explicara el método previo que considera válido para certificar el 65%. ¿Quizás unas elecciones en que los partidos independentistas obtengan ese porcentaje? Se sabe que ese es exactamente el horizonte de Junqueras, pero sorprende que alguien como Iceta lo verbalice y, de alguna forma, lo convalide.
Cuarta pregunta: la tarea que atribuye a los partidos españoles (“proporcionar mayor autogobierno y una financiación mejor a Cataluña”), ¿tiene el objetivo de impedir el escenario que dibuja para dentro de una década, o el de servir como puente hacia él? Aunque Miquel Iceta lo niegue, esto queda confuso en sus palabras. Tampoco está suficientemente claro si semejante escenario le parece políticamente catastrófico o, en el fondo, asumible; si ve en él un desastre o una vía de salida, y si se propone trabajar en los próximos años para que no se produzca o a desviar la mirada mientras montan el entablado.
La
estrategia que Iceta sugiere al independentismo coincide
milimétricamente con el plan que ERC defiende frente a Torra y
Puigdemont
La estrategia que Iceta sugiere al independentismo —aplazar el referéndum hasta alcanzar el 65% y, en ese momento, forzar al Estado a abrir paso a la independencia— coincide milimétricamente con el plan que ERC defiende frente a Torra y Puigdemont. Esa aparente conexión es la primera preocupación que nace de sus palabras. La segunda es que quien habla es el más conspicuo inspirador y guionista principal de la política de Pedro Sánchez respecto a Cataluña.
De hecho, la reacción del Gobierno muestra que la declaración de Iceta solo le ha producido incomodidad preelectoral, y apenas ha merecido una suave reprimenda, más por razones de oportunidad que de fondo. Carmen Calvo le reprocha que sea “muy dado a hacer reflexiones”; y Ábalos, más práctico, que las haga en voz alta y en un momento inconveniente. Pero él es así: nunca se sabe si dice lo que piensa, si piensa lo que dice o ninguna de las dos cosas.
Poco a poco se va entendiendo mejor lo de quedarse en la Moncloa hasta 2030. Y seguro que el mensaje-guiño de Iceta ha llegado a su destino: con paciencia y sin incordiar demasiado mientras estemos nosotros, pero… 'apreteu'.
IGNACIO VARELA Vía EL CONFIDENCIAL
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