Populares y naranjas no disponen de caladero de nuevos electores. O se lo restan a Vox —y en ese propósito han errado la estrategia para conseguirlo— o están condenados al estancamiento
El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE)
La estrategia de Pedro Sánchez para ganar las elecciones del 28 de abril
está funcionando. Tanto por aciertos propios como por deméritos ajenos.
El perfil bajo del presidente del Gobierno, los constantes anuncios de
los viernes tras el correspondiente Consejo de Ministros, como el de este viernes, (los decretos leyes y esas 110 medidas programáticas)
sin consideración alguna a su coste presupuestario, la preterición
completa en sus discursos y propuestas de la situación en Cataluña —ayer
las ministras Batet y Celaá corrigieron al incorregible Iceta—
y un silencio sepulcral en el PSOE que ha digerido las purgas en las
listas electorales con un acatamiento disciplinario casi trapense son
las líneas maestras de un plan que cuenta, además, con los errores
previsibles que iba a cometer la derecha y que, efectivamente, está
cometiendo.
Como ha escrito Ignacio Varela en este diario, el voto se perfila posicional (izquierda-derecha) y ya no inspirado principalmente en razones territoriales (unidad nacional-proceso soberanista catalán). Mientras que en Andalucía, el impacto de la vecindad del Ejecutivo de Sánchez con el de Torra y los excesos intolerables del separatismo —además de otras circunstancias específicas de la comunidad— propiciaron la desmovilización de la izquierda y la ebullición de la derecha que, aunque fragmentada, sumó lo necesario para hacerse con la Junta, aquellas variables ya no concurren como entonces.
El desarrollo de la vista oral del juicio en el Supremo a los dirigentes políticos y sociales de la asonada de otoño de 2017 en Cataluña está demostrando que la insurrección secesionista incurrió en un minimalismo revolucionario casi patético. En esa misma línea, la errática trayectoria del gobierno de Joaquim Torra y el enfrentamiento entre los partidos independentistas —con la posibilidad muy verosímil de que el PSC sea la primera fuerza en Cataluña el 28-A—, desposee de su inicial dramatismo a la crisis independentista, lo que amortigua la motivación y la movilización de la derecha y tapona la migración del voto del PSOE hacia Ciudadanos.
La disminución de la intensidad de la crisis catalana —que Sánchez se encarga de acentuar al obviarla en su programa de manera taimada— impacta sobre los argumentarios de campaña del Partido Popular y de Ciudadanos (Vox va por libre) y les obliga a alterar el paso. Añadamos a este cambio de agujas la pésima gestión que ambos partidos han realizado en la confección de sus listas electorales. Los conservadores —además de prescindir del sector "marianista"— se han deslizado por la presentación de candidaturas banales en las que conviven desde toreros a pastores evangélicos, pasando por tertulianos. El caso de Ciudadanos es distinto, pero no distante.
Pero quizás lo peor de lo que les ocurre a los dos partidos de la derecha —mediatizados por la amenaza de Vox— es que no han sabido articular una relación virtuosa entre ambos. Rivera y Casado desconciertan con su extraña vinculación que pasa de la afinidad a la ácida discrepancia en el espacio de solo unas horas. Si Rivera, haciendo explícito lo obvio y con el solo propósito de convencer a sus posibles electores de que nunca gobernará con Sánchez, ofrece un gobierno de coalición a Casado, este le responde con la hiriente ironía de que le nombrará titular del ministerio de Asuntos Exteriores de su futuro (y muy improbable) gobierno. Rivera replica que le ofrecerá al popular el ministerio de Universidades. Un intercambio de golpes dialécticos profundamente estúpidos.
Mientras en el bloque de las derechas el trasvase de voto es endogámico y, además, no recibe suministros adicionales del socialismo, este se beneficia del desplome de Unidas Podemos. Los electores anteriores de Pablo Iglesias se refugiarán en la abstención o acudirán —voto útil— al PSOE de un Sánchez que ha logrado configurar un "filopopulismo" con algunas evocaciones de los morados. En Ferraz y la Moncloa trabajan con la caída de UP con mucho cálculo, porque su descalabro excesivo podría terminar por perjudicar la alianza con la que Sánchez maquina y en la que cuenta con el apoyo, suficiente pero reducido, de Pablo Iglesias; en todo caso un socio incómodo y de difícil manejo.
Al PP y a Ciudadanos les ocurre todo lo contrario: Vox imanta a su electorado y, por efecto del sistema electoral, lo fragmenta restándoles escaños en las circunscripciones con menos diputados asignados. De ahí la irrupción del expresidente Aznar —sintomática de la intuición de lo que Ignacio Camacho en 'ABC' supone podría ser un "batacazo" electoral de la derecha— con un mensaje central: "No hay que repartir armas, sino concentrar votos". Populares y naranjas no disponen de caladero de nuevos electores. O se lo restan sustancialmente al partido de Abascal —y en ese propósito, tanto Rivera como Casado han errado de momento la estrategia para conseguirlo— o están condenados al estancamiento. Y así, Sánchez ganará.
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS Vía EL CONFIDENCIAL
Como ha escrito Ignacio Varela en este diario, el voto se perfila posicional (izquierda-derecha) y ya no inspirado principalmente en razones territoriales (unidad nacional-proceso soberanista catalán). Mientras que en Andalucía, el impacto de la vecindad del Ejecutivo de Sánchez con el de Torra y los excesos intolerables del separatismo —además de otras circunstancias específicas de la comunidad— propiciaron la desmovilización de la izquierda y la ebullición de la derecha que, aunque fragmentada, sumó lo necesario para hacerse con la Junta, aquellas variables ya no concurren como entonces.
La
disminución de la intensidad de la crisis catalana impacta sobre los
argumentarios de campaña del PP y de Cs y les obliga a alterar el paso
El desarrollo de la vista oral del juicio en el Supremo a los dirigentes políticos y sociales de la asonada de otoño de 2017 en Cataluña está demostrando que la insurrección secesionista incurrió en un minimalismo revolucionario casi patético. En esa misma línea, la errática trayectoria del gobierno de Joaquim Torra y el enfrentamiento entre los partidos independentistas —con la posibilidad muy verosímil de que el PSC sea la primera fuerza en Cataluña el 28-A—, desposee de su inicial dramatismo a la crisis independentista, lo que amortigua la motivación y la movilización de la derecha y tapona la migración del voto del PSOE hacia Ciudadanos.
La disminución de la intensidad de la crisis catalana —que Sánchez se encarga de acentuar al obviarla en su programa de manera taimada— impacta sobre los argumentarios de campaña del Partido Popular y de Ciudadanos (Vox va por libre) y les obliga a alterar el paso. Añadamos a este cambio de agujas la pésima gestión que ambos partidos han realizado en la confección de sus listas electorales. Los conservadores —además de prescindir del sector "marianista"— se han deslizado por la presentación de candidaturas banales en las que conviven desde toreros a pastores evangélicos, pasando por tertulianos. El caso de Ciudadanos es distinto, pero no distante.
Pero quizás lo peor de lo que les ocurre a los dos partidos de la derecha —mediatizados por la amenaza de Vox— es que no han sabido articular una relación virtuosa entre ambos. Rivera y Casado desconciertan con su extraña vinculación que pasa de la afinidad a la ácida discrepancia en el espacio de solo unas horas. Si Rivera, haciendo explícito lo obvio y con el solo propósito de convencer a sus posibles electores de que nunca gobernará con Sánchez, ofrece un gobierno de coalición a Casado, este le responde con la hiriente ironía de que le nombrará titular del ministerio de Asuntos Exteriores de su futuro (y muy improbable) gobierno. Rivera replica que le ofrecerá al popular el ministerio de Universidades. Un intercambio de golpes dialécticos profundamente estúpidos.
Mientras en el bloque de las derechas el trasvase de voto es endogámico y, además, no recibe suministros adicionales del socialismo, este se beneficia del desplome de Unidas Podemos. Los electores anteriores de Pablo Iglesias se refugiarán en la abstención o acudirán —voto útil— al PSOE de un Sánchez que ha logrado configurar un "filopopulismo" con algunas evocaciones de los morados. En Ferraz y la Moncloa trabajan con la caída de UP con mucho cálculo, porque su descalabro excesivo podría terminar por perjudicar la alianza con la que Sánchez maquina y en la que cuenta con el apoyo, suficiente pero reducido, de Pablo Iglesias; en todo caso un socio incómodo y de difícil manejo.
Quizás
lo peor de lo que les ocurre a los dos partidos de la derecha es que no
han sabido articular una relación virtuosa entre ambos
Al PP y a Ciudadanos les ocurre todo lo contrario: Vox imanta a su electorado y, por efecto del sistema electoral, lo fragmenta restándoles escaños en las circunscripciones con menos diputados asignados. De ahí la irrupción del expresidente Aznar —sintomática de la intuición de lo que Ignacio Camacho en 'ABC' supone podría ser un "batacazo" electoral de la derecha— con un mensaje central: "No hay que repartir armas, sino concentrar votos". Populares y naranjas no disponen de caladero de nuevos electores. O se lo restan sustancialmente al partido de Abascal —y en ese propósito, tanto Rivera como Casado han errado de momento la estrategia para conseguirlo— o están condenados al estancamiento. Y así, Sánchez ganará.
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS Vía EL CONFIDENCIAL
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