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domingo, 28 de noviembre de 2021

Democracia y virtudes; el discurso de Iván Redondo y la partitocracia

 Churchill dijo que la democracia es el menos malo de los sistemas políticos. Esta frase encierra un claro trasfondo en el sentido de que la democracia puede ser -es- en su práctica muy defectuosa. La cuestión es el por qué lo es y qué podemos hacer para evitarlo, porque la fractura de la democracia significa el hundimiento del sistema occidental de vida.

 

 Hay una lectura posible, la más habitual, que encierra una gran parte de verdad: es la de la perspectiva institucional, el equilibrio entre instituciones, que el Ejecutivo no se convierta en un cesarismo como en España, que el Poder Judicial sea realmente independiente, que el sistema atienda a atraer y mantener a los mejores, que sea inclusivo y que no se den líneas rojas ni pretensiones de absolutismo moral que impidan el ejercicio de la libertad. Esto último es importante y vale la pena aclararlo.

Uno puede estar convencido de que posee la verdad y, en contra de lo que dice un determinada ontología liberal, esto no tiene nada de malo en sí mismo, como los propios liberales hacen cuando consideran que su sistema es el fin de la historia. El problema radica cuando este convencimiento se traduce en el menosprecio, la discriminación y la falta de respeto hacia el otro, y busca cancelarlo de la vida pública.


Para que una democracia sea buena y cumpla con sus finalidades necesita de las virtudes para funcionar

Las virtudes, para Alasdair MacIntyre, vendrían a ser esas cualidades necesarias para distinguir y realizar el bien y aplicar las normas, tanto en el ámbito de las prácticas como en el del florecimiento de las personas. Definir el florecimiento como máximo bien y los bienes relativos a él, sólo es posible con las virtudes (1981) MacIntyre, define la virtud como “aquellas disposiciones que no sólo mantienen las prácticas y nos permiten alcanzar los bienes internos a las prácticas, sino que nos sostendrán también en el tipo pertinente de búsqueda de lo bueno ayudándonos a vencer los riesgos, peligros y distracciones que encontremos."

Necesita de políticos, no en el sentido profesional del término, sino en cuanto a que son personas poseedores de determinadas virtudes generales y específicas, que sienten la vocación de ponerla en práctica mediante el servicio a su comunidad para construir el bien común.

Ser político significaba en la antigua Atenas disponer de los suficientes recursos éticos en forma de virtudes para acudir a la Asamblea y asumir el servicio que ella quisiera asignarte. Por esta razón, el calificativo de apolítico era un insulto terrible porque significaba que aquella persona no tenía ningún valor moral para aportar a su comunidad.

Como en toda profesión deben existir unas virtudes específicas porque son particularmente necesarias para la misma. Por ejemplo, en la política se presupone que la honestidad es una de estas condiciones necesarias. Su práctica no debería nacer de las leyes, siempre vulnerables, sino del corazón del hombre. El problema radica en que la virtud, para que pueda ser ejercida antes necesita ser enseñada y practicada por una comunidad que la reconozca.

Y ese es el problema, porque nuestra sociedad, desde la enseñanza de los niños hasta la edad más avanzada, ha olvidado reconocer y valorar las virtudes. Cuando existe un déficit de virtudes hay, sin duda, una responsabilidad personal en ello, siempre la hay, pero también significa que hay una quiebra profunda de aquella sociedad. Pensar que pueda existir una democracia que funcione bien sin personas virtuosas que se dediquen a ella es otro grave error de nuestra sociedad desvinculada.

La democracia funciona mal porque los hombres que viven en ella no son virtuosos, esto puede verificarse claramente en sus prácticas, y también en el tipo de, digamos, formación que reciben los jóvenes en las organizaciones de los partidos. La verdad es que nuestra política está plagada de vicios y la prueba de ello es la baja calificación que alcanzan sus instituciones y sus profesionales en todas las encuestas de opinión.

Solo hace falta leer los artículos y escuchar las intervenciones de Iván Redondo, el hasta hace poco gurú político de Sánchez, para constatar que la política, tal y como la conciben, y la ética de la virtud están en lados opuestos. Y lo peor es que el discurso de Redondo es comprado por muchos como un maitre a penser de la política.

Deberíamos tener la lucidez necesaria para asumir que vamos rodando por esta pendiente, la de la política como la entiende la partitocracia.
 
 
                                                EDITORIAL de FORUM LIBERTAS

"Bárbaros, ¿qué queréis?". "¡Puerto de mar!"

Del comodín de la 'España vaciada' puede valerse Sánchez para desbaratar la alternancia

 "Bárbaros, ¿qué queréis?". "¡Puerto de mar!" 

ULISES CULEBRO

Como todo es posible en Granada desde antes de convertirse en tópico y título de película, en el municipio serrano de Pitres, el gran oligarca alpujarreño Natalio Rivas protagonizó un elocuente episodio de aquel periodo de la historia que ahora se repone con caracteres de estreno y marchamo político de la España vaciada. Pródigo en mercedes, al visitar esta localidad a 1.250 metros sobre el nivel del mar, el dadivoso prócer no se anduvo con chiquitas e interpeló a los lugareños en estos términos: "Bárbaros [gentilicio del lugar desde la rebelión morisca] de Pitres, ¿qué queréis?". Y ellos, siendo realistas, reclamaron lo imposible. "¡Puerto de mar!", vocearon a coro. Oído lo cual, el bragado preboste no se arredró: "Concedío lo tenéis".

Al fin y al cabo, Natalio Rivas tenía claro que las promesas sólo comprometen a quienes se las creen y, al parecer, los pitreños también. De hecho, sin disponer aún del puerto reivindicado una centuria atrás, Pitres sí cuenta con cofradía de pescadores, jalona sus calles con pertrechos navales y profesa advocación a la Virgen del Carmen, patrona de los marineros. Claro que, dado el carácter circular de la historia, no hay que descartar que otro cacique del siglo XXI, con la prosopopeya de Natalio Rivas, pero menos atildado, retome aquel alcanforado compromiso y lo agite como bandera de enganche de una de esas candidaturas localistas que proliferan cual champiñones. Como efecto rebote, pero reforzándola en la práctica, de las regalías con las que Sáncheztein provee a sus aliados en los Presupuestos contra el Estado que, feudatario de ellos, ha apañado para pervivir en La Moncloa.

Si se relata que sus paisanos celebraron su designación como ministro de Instrucción Pública en la plaza del Ayuntamiento de Granada, con Rivas saludando desde el balcón consistorial al vítor de "¡Natalico, colócanos a tós!", la Alianza Frankenstein ha hecho otro tanto festejando esta semana con un Jueves de Piñata la aprobación por el Congreso de unas cuentas que, a su lado, aquellas que Fernando el Católico le recriminó al Gran Capitán tras sus victorias en Italia serían un dechado de rigor sin engrandecer el Reino de España como sí fue el caso del héroe de Ceriñola. Sin el sentido de la medida y de la contención de un Sagasta -"ya que gobernamos mal, por lo menos gobernemos barato"-, Sáncheztein gasta con pólvora del rey con tal de sostenerse en el poder hasta dejar exhaustas las arcas públicas.

Desde esta óptica del egoísta interés personal, Sánchez juzga un éxito tener unos Presupuestos a costa de la demolición de una nación que, a este paso, será declarada en ruina. Como esa Jefatura Superior de la Policía Nacional en Barcelona a la que el Ejecutivo ha suprimido de los Presupuestos del Estado las partidas para obras de mantenimiento a instancias de quienes han convertido este edificio de Vía Layetana en objeto de acoso de la turba separatista y de deseo para albergar un recinto memorial del secesionismo. Pocos caseros tan negligentes de su responsabilidad histórica como Sánchez en consonancia con lo que suele acaecer con aquellos logreros de la fortuna que, como algunos afortunados con el gordo de la Lotería, dilapidan lo embolsado con pareja facilidad con la que les llovió del cielo.

Luego de hacer del independentismo el boyante negocio que es hoy, a modo de arancel político en parangón con el de Cambó en 1922 para proteger al textil catalán y que ha persistido desde antaño con sus cíclicas variantes como el Covid, el separatismo no solo no ha perdido fuelle tras el fallido golpe de Estado de 2017, sino que se ha apoderado -con el concurso añadido del brazo político de ETA blanqueado por el PSOE con reverencias- del Estado sin mayor resistencia política ni escrúpulo moral por quien tiene encargada su salvaguarda como presidente del Gobierno. Es más, ha transitado -indulto de por medio a sus golpistas- de desafiar violentamente al Estado a acometer una nueva tentativa híbrida contra el régimen constitucional y su integridad territorial. "Los catalanes no nos han ayudado a traer la República, pero ellos serán los que se la lleven", anotó Antonio Machado acreditando que este hoy ya tuvo su ayer y puede ser ese mañana escrito y vivido por el gran poeta sevillano.

Más cuando, frente a ese movimiento centrífugo que amenaza desbaratar España, disgregada en un imposible puzle de cantones mal avenidos por mor de agravios y victimismos, escasean los hombres de Estado capaces de liderar un proyecto centrípeto que ilusione al conjunto de la nación. Por contra, esta dejadez de España, mientras la fabulación nacionalista goza de un prestigio inexplicable entre la izquierda retardataria, lo que le permite imponer su relato hasta ganar esa partida con dados trucados, favorece el rebrote de lo que, reflexionando sobre los males de entonces, Unamuno nominó "caciquismos, fulanismos y otros ismos", pero que tal vez conviniera rebautizar como fulanismos, cualesquerismos y otros ismos con aquella pasión suya por enriquecer el idioma con neologismos que lo fecundaran. Como hizo con fulanismo para describir esa enfermedad de las naciones en las que cotiza más una determinada personalidad que la ideología o al partido que representan.

Qué mejores moldes de fulanismos, cualesquerismos y otros ismos que los que ya destapan sobre el tapete verde sus naipes de tahúres de la política y los que están por ver envidar bajo el comodín de esa España vaciada del que puede valerse Sánchez, cual marca blanca por su aspecto, pero turbia por su fin último, para desbaratar cualquier alternancia y amortiguar la mengua de votos que le acarrea sus inabarcables concesiones a la recua de socios y aliados hechas abiertamente o de tapadillo para no soliviantar a la opinión pública.

De esta guisa, aventando los agravios que procura con su propia mano, surgen localismos de distinto jaez que pueden reforzar, paradójicamente, al mismo Sánchez que los desata. Así, errando de medio a medio, la cura de los males de la alianza Frankenstein no vendrá de estos fulanismos, cualesquerismos y otros ismos; al contrario, este sarampión particularista debilitará la fortaleza de la nación bajo el señuelo de la España vaciada reduciendo a ésta a un Estado sin nación. Un mero ente administrativo cuyos bienes puede sortear a conveniencia el inquilino de La Moncloa para pagar la hipoteca contraída con sus benefactores políticos y detractores de España que, como todo particularismo, reemplazan los grandes problemas seculares con cuestiones domésticas.

A este respecto, el gran Julio Camba se jactaba de que, con un millón de pesetas, era capaz de convertir a Getafe, a dos pasos de Madrid, en un Estado en 15 años. "Me voy allí -detallaba- y observo si hay más hombres rubios que morenos o si hay más morenos que rubios. Y si en la mayoría, rubia o morena, predominan los braquicéfalos sobre los dolicocéfalos (...), y este tipo sería el fundamento de la futura nacionalidad. Luego recojo los modismos locales y constituyo un idioma. Al cabo de unos cuantos años, yo habría terminado mi tarea y me habría ganado una fortuna. Y si alguien osaba decirme entonces que Getafe no era una nación, yo le preguntaba qué es lo que él entendía por tal, y como no podría definirme el concepto de nación, lo habría reducido al silencio".

Así fue como Patxi López calló precisamente a Sánchez en el debate que, junto a Susana Díaz, sostuvieron en 2017 para escoger secretario general del PSOE. "Vamos a ver, Pedro, ¿sabes lo que es una nación?", le interpeló, y, al responderle con un sincopado "por supuesto", López quiso saber más: "¿Sí?, ¿qué es?". Sánchez quedó en evidencia: "Pues es un sentimiento que tiene muchísima ciudadanía, por ejemplo, en Cataluña o en el País Vasco, por razones culturales, históricas o lingüísticas". Luego lo ha corroborado con sus pactos y su proceder de veleta.

En cierto modo, con la rebatiña del último escaño en circunscripciones con pocos puestos, como ya sucede con regionalistas cántabros o con Teruel Existe, Sánchez instrumentalizaría estos fulanismos. El PSOE ya obró así con el aventurerismo político del fallecido presidente del Atlético de Madrid, Jesús Gil (a quien González indultó como antes Franco y proyectó para lanzarlo como candidato nacional desde la Alcaldía de Marbella) para torpedear las aspiraciones de Aznar, al igual que Mitterrand con Le Pen padre al que abrió la televisión pública de par en par y reformó la ley electoral para franquear las puertas de la Asamblea Francesa al Frente Nacional para que Chirac quisiera y no pudiera.

Contrariamente a la máxima hanseática inscrita a la entrada de sus urbes -El aire de la ciudad hace libre-, estos cantonalismos evocan los burgos podridos que pusieron en solfa el sistema británico y por el que una minoría terrateniente manipulaba las elecciones hasta que se reorganizó la representación por la Great Reform Act de 1832 y su posterior ampliación, como acontecía en la España de la Restauración y que, según Azaña, aún subsistía en la II República. Sin llegar a tales extremos, el sistema electoral vigente en España desde 1977, elaborado para evitar la fragmentación en forma de sopa de letras que proliferó con el sarpullido primaveral de la llegada de la democracia, beneficia la sobrerrepresentación de algunas provincias (Soria es el caso más exagerado) y de los grupos que concentran su sufragio en pocas demarcaciones (nacionalistas y regionalistas), lo que provoca desigualdad en la representación y que, con la segmentación actual, reavive la sopa de letras que ilustra que Sánchez haya recurrido a 11 minorías para sus Presupuestos Frankenstein.

Cuando falta un ideal colectivo que dé unidad a la gobernación de un país, se incurre en el cantonalismo con sus odios y luchas cabileñas hasta estallar en la Sala del Consejo de Ministros como en 1873, cuando su presidente, el catalán Estanislao Figueras, harto de estar harto, estalló: "Señores, voy a serles franco: estoy hasta los cojones de todos nosotros". Sentenciado lo cual, marchose a casa, hizo las maletas y tomó el primer tren a París. No era para menos en la desquiciada España cantonal de la I República en la que la "nación jumillana", tras expresar su deseo de "vivir en paz con todas las naciones vecinas y, sobre todo, con la nación murciana, su vecina", avisaba que, si esta osaba traspasar su frontera, Jumilla se defendería como los héroes del Dos de Mayo.

Ya se sabe: pueblo chico, infierno grande, aunque un clásico del Siglo de Oro, Fray Antonio de Guevara, hoy en el olvido y precursor de los ideólogos de la España vaciada puesta en boga por el escritor madrileño Sergio del Molino, hiciera su canto moral en defensa de la vida natural frente a las complicaciones urbanas en su Menosprecio de corte y alabanza de aldea en una España imperial que nadaba en la abundancia del oro proveniente de las recién descubiertas Indias y en la que el campesinado padecía asfixia tributaria. Ni que decir tiene que el predicador real y obispo de Mondoñedo, sin abandonar la Corte, nunca se comportó con menosprecio de Corte y dejó la alabanza de aldea para que surtiera efecto para los demás. En realidad, más que aconsejar al cortesano su ida a la bucólica aldea, Guevara recomienda al aldeano que no se encamine a la Corte a buscar lo que no le corresponde y en la que él hizo carrera y oficio.

Lo mismo que el cacique alpujarreño Natalio Rivas embaucando a aquellos bárbaros de Pitres como sus émulos políticos de la España vaciada que, sobre la realidad de una España rural vacía, promueven esta plataforma electoral sobre la premisa de que esa despoblación se debe a una estrategia política planificada y cuya iniciativa puede dar, a la postre, cobertura y salvoconducto para facilitar la ruptura de una España que ya no es, como presumió Américo Castro, una idea tan fuerte como para sostenerse durante los 700 años de lucha contra el islam. Huyendo del fuego separatista, España puede caer de bruces en las brasas humeantes del agravio y el resquemor particularista avivado por fulanismos, cualesquerismos y otros ismos coetáneos.

 

                                                                           FRANCISCO ROSELL  Vía EL MUNDO

Ganar la batalla, perder la guerra

El jefe del Partido Comunista y secretario de Estado para la Agenda 2030 del Gobierno Sánchez, Enrique Santiago, pedía el viernes muy alarmado a los trabajadores del metal de Cádiz que no se manifiesten, que no salgan a la calle, que se quedan en casa, por favor, que Gobierna la izquierda, diantre, y dónde se ha visto que un obrero como Marx manda se rebele contra un Gobierno de izquierda, y no un Gobierno de izquierda cualquiera, no, sino un Gobierno social comunista, el único Gobierno de UE con comunistas dentro, de modo que un obrero con conciencia de clase está obligado a cruzarse de brazos y aceptar su suerte, los del Metal de Cádiz y los de esos sectores que han anunciado manifestaciones en los próximos días y semanas para denunciar su precariedad laboral y económica, que se aguanten, coño, que sí, que sabemos que les sobran razones, pero manifestarse cuando gobierna la izquierda es de obreros fachas dispuestos a desgastar a Sánchez y su banda y a servir de coartada a la derecha.

Un discurso que por manido suena tópico, pero que en boca de un miembro de este Gobierno resulta de una obscenidad inusual y viene a demostrar que esta gente no solo ha perdido el juicio sino también la vergüenza. Esto no da más de sí. Los costes de producción no dejan de aumentar, la inflación rebrota con fuerza y el crecimiento se torna raquítico cuando cabía esperar un auténtico boom a tenor del retroceso ocasionado por la pandemia. 

Y al Gobierno Sánchez ya no le basta con tener a los sindicatos mayoritarios enchufados a la teta del Presupuesto y con mando en plaza. Ni CCOO ni UGT parecen dique suficiente para frenar la marea de indignación que sube calle arriba. Esto, en efecto, no da más de sí. El precio de la luz, el coste de los carburantes, la inflación, el paro… 

A los trabajadores del metal se unen los transportistas, que han anunciado paros para esta Navidad que podrían llegar a bloquear el país; también los agricultores y ganaderos, castigados por una subida de sus inputs que convierte en ruinosos campos y granjas, por no hablar de las fuerzas y cuerpos de Seguridad del Estado dispuestos a salir a la calle para protestar contra una reforma de la llamada "ley Mordaza" de inconfundible sabor izquierdista, que dejaría a los agentes indefensos ante los bárbaros habituales prestos a hacer mangas y capirotes con la ley y el orden.

Muchos de los sectores económicos no expuestos al férreo control de los liberados sindicales, en buena parte sometidos a una tensión insospechada tras la dureza de la pandemia y en muchos casos abocados a la quiebra, tienen motivos más que sobrados para la protesta. Casi todos enfrentados a un horizonte incierto. Hartos de un Gobierno tan sectario como ineficiente, cuya regla de oro consiste en tirar del gasto público para tratar de solucionar todos los problemas. 

Pero no hay alpiste para tanto gorrión. El consenso de los economistas sostiene que el crecimiento del PIB para el año en curso no irá más allá del 4,5%, muy lejos del 6,5% previsto en los PGE, un abismo de dos puntos que tendrá su traducción en los ingresos fiscales y naturalmente en el déficit, en el enorme agujero que está engendrando este Gobierno manirroto. 

En consecuencia, la deuda pública no deja de crecer, y todo lo fía Sánchez a unos dineros que la UE ha prometido regalarle y que no acaban de llegar, unos dineros gratis total sobre los que sigue reinando el mayor secretismo y que, de llegar, lo harán con cuentagotas y en cuantía inferior a la prometida, porque están sujetos a una condicionalidad que este Gobierno arrastrado no es capaz de cumplir por incuria, por desconocimiento de la materia o por simple sectarismo ideológico.

Una situación que empieza a ser desesperada. De hecho, gente importante hay en el mundo de la empresa que empieza a sugerir estos días que España ya está atrapada en alguna suerte de intervención por las autoridades de Bruselas, que España ya está de facto intervenida, juicio que basan en la tardanza en llegar de esos fondos y de los compromisos contraídos por el Ejecutivo con la Comisión, cuya expresa literalidad, más allá de lo conocido esta semana, el Gobierno se niega a hacer pública. 

Las esperanzas que el aventurero que nos gobierna tenía puestas en esos dineros caídos para apuntalar su poder, se van disipando. Esto, conviene reiterarlo, no parece dar más de sí.

Es en estas circunstancias cuando lo que está ocurriendo en el PP cobra todo su dramatismo, toda su trascendencia. Porque, cierto, sabemos que este es el peor Gobierno de la democracia, peor incluso que el del Zapatero y no digamos ya el del inane Rajoy. Sabemos que la etapa Sánchez tendrá un alto coste en términos de calidad democrática y de deterioro económico, pero esa herida podría y debería ser asumible si en el horizonte temporal la ciudadanía contara con la referencia de una alternativa clara, un liderazgo de centro derecha liberal capaz de alimentar la esperanza de un cambio de rumbo a plazo fijo, capaz, llegado el momento y tras las correspondientes generales, de arreglar los entuertos dejados por este salteador de caminos y proponer al país una serie de cambios en profundidad capaces de enterrar de una vez el pasado y embarcar a España en la carrera por el futuro.

Esa esperanza se ve hoy cortocircuitada por la brutal pelea de egos que está teniendo lugar en el PP, por el choque de protagonismos que enfrenta a la sede de Génova con la Puerta del Sol, una refriega imperdonable por estulta e injustificada. La incredulidad por lo que está ocurriendo alcanza visos de desesperación entre los náufragos de la España liberal, al punto de que será difícil encontrar un solo votante del PP que no se muestre escandalizado ante lo que los medios relatan todos los días. 

Porque la situación no puede ser más crítica. Esta misma semana, el Gobierno social comunista se ha encargado de recordarnos su verdadera condición al sacar a relucir la Ley de Amnistía de 1977 y los crímenes del franquismo, para tratar de acallar el rumor creciente de las protestas de quienes no pueden más y marchan calle arriba dispuestos a salvar del naufragio su medio de vida y el de sus familias. Alguien ha escrito que Sánchez ha vuelto a echar mano del "comodín del 36" para infundir miedo.

El conflicto no solo desacredita al PP como eventual alternativa al PSOE, es que refuerza al Gobierno Sánchez, da aire a quien se está ahogando, abre una ventana de oportunidad al callejón sin salida en que él solito decidió encerrarse el día que optó por uncir el yugo que los enemigos de la nación de ciudadanos libres e iguales le ofrecieron. Es Casado y su gente quien regala a Sánchez el argumento del "yo seré malo, pero el que aspira a sucederme es peor"

Y, en efecto, ¿cómo confiar en que la actual cúpula de Génova pueda ser la solución al drama, inmersa como está desde hace semanas en una batalla sin cuartel con los cuchillos cachicuernos de los celos más enfermizos? Diversos grupos económicos han remitido estos días a Casado un mensaje claro: "Pablo, arréglanos de una vez lo de Madrid, porque esa pelea no solo te hace daño a ti y a tu partido, sino al país entero, hipotecando un futuro que no tienes derecho a poner en peligro". 

El palentino, sin embargo, sigue aparentemente preso de los compromisos contraídos con su "consejero delegado", aun a riesgo de que el Consejo de Administración de España S.A, decida un día no lejano mandar a ambos a la calle con una patada en el culo.

Y no se trata de imponer el principio de autoridad, tampoco de saber quién tiene o no razón, cuestión que debería dilucidarse a posteriori; se trata de que hay asuntos de tanta trascendencia para el futuro de España que perderse en los vericuetos de una pelea de gallos más que un error es un crimen. 

Lo dijimos aquí semanas atrás y lo volvemos a repetir con el máximo respeto y en la determinación de no volver a insistir (una y no más, Santo Tomás): Pablo, desde el afecto personal, desde el respeto que merece tu dedicación, tu bonhomía y tu capacidad de trabajo, debes poner fin a este dislate y cambiar el rumbo hacia el único norte que hoy importa a la España liberal: el de cuadrar un proyecto ganador capaz de devolver la esperanza a millones de españoles. No empeñes tu futuro en esta absurda escaramuza. Porque, si al final logras "matar" a Ayuso, ganarás una batalla pero seguramente perderás la guerra.
 
 
                                           JESÚS CACHO   Vía VOZ PÓPULI

domingo, 21 de noviembre de 2021

Monos sin gramática y sin memoria

Esta izquierda reaccionaria ha vuelto inoperante la escolarización universal al oscilar entre el amor roussoniano por el buen salvaje y la quimera totalitaria de transfigurar la mente en una pizarra en blanco.

 Monos sin gramática y sin memoria 

ULISES CULEBRO

En una visita a las ruinas de Galta, en el norte de India, donde se ubican antiguos palacios y templos como el que está dedicado al dios-mono Hanuman, el premio Nobel mexicano Octavio Paz concibió su inclasificable obra El mono gramático. En sus veintinueve capítulos, recrea las hazañas prodigiosas -entre ellas, volar de la India a Ceilán en un salto- y las facultades portentosas -entre otras, ser gramático- de Hanuman. Nadie igualaba en erudición al «noveno autor de la gramática», según el Ramayana, el libro en sánscrito iluminado por el placentero dios Rama. Si "el mono gramático" evolucionó su condición animal con su sapiencia de antropoide lingüista, las nuevas hornadas de colegiales españoles involucionan a monos sin gramática.

Por si hiciera falta remachar cómo la formación vigente desde los noventa en adelante, con la Logse socialista multiplicando las legiones de escolares ignorantes de su ignorancia, España ha resuelto desterrar sus niveles de fracaso escolar que la encaramaban a la cabeza de Occidente, según corroboran los sucesivos informes de la OCDE, por el expeditivo procedimiento administrativo de decretar su inexistencia, aunque cada mañana, al despertar, el fracaso siga ahí impertérrito como el dinosaurio del microrrelato de Monterroso. Así, según el Real Decreto de Evaluación, Promoción y Titulación que el Consejo de Ministros aprobó el martes, los escolares se graduarán sin todas las asignaturas aptas, se les facultará para concurrir a la Selectividad con un suspenso y no habrá exámenes de recuperación en la ESO por obra y gracia de un despotismo gubernamental nada ilustrado. ¡Qué razón tenía Einstein con que "lo único más peligroso que la ignorancia es la arrogancia"!

Con la consolidación por la ministra Alegría de la "promoción general" de su antecesora Celaá, se blanquea la afrentosa estadística para que los malos resultados no dejen en evidencia al Gobierno haciendo bueno que las falsedades pueden clasificarse en mentiras, grandes mentiras y estadísticas. España, en el campo educativo, ya ha adquirido ese tercer estadio con un Ejecutivo socialcomunista que supedita la ciencia al adoctrinamiento hasta el punto de insultar a la ignorancia misma.

Si ya el desarrollo curricular de la ley de Educación con la impartición de las Matemáticas con sentimiento y perspectiva de género agravaba una norma que su progenitora Celaá escribió con hache y que despreciaba la ortografía, además de laminar los números romanos, la regla de tres o el mínimo común múltiplo, su sucesora Alegría, después de su amago de rectificación, agudiza la abolición del conocimiento prefigurando ese gregario hombre nuevo -el jovencito Frankenstein, hijo de la Alianza Frankenstein que maneja España- que no cavile por sí mismo.

Orillando el mérito y el esfuerzo, se busca soslayar una realidad, ligada al insoportable paro juvenil, que el Gobierno de cohabitación y sus socios no circunscriben a la Educación, sino que extienden a la contratación pública auspiciando hacer funcionarios, sin oposición, a los interinos con más de cinco años en su plaza. Con estas iniquidades, España sufraga un sistema público que naufraga a ojos vista tutelado por quienes ponen a sus vástagos a cubierto en centros privados, mientras a muchos padres se les fuerza a sufragar dos redes en paralelo. Relegando a quienes carecen de posibles, esta izquierda reaccionaria ha vuelto inoperante la escolarización universal al oscilar entre el amor roussoniano por el buen salvaje y la quimera totalitaria de transfigurar la mente en una pizarra en blanco en la que inscribir sus consignas políticas cuando no se les escapa que no hay desarrollo sin educación ni democracia sin ciudadanos bien formados.

En nombre del igualitarismo, se ha averiado la enseñanza como ascensor social limitando las potencialidades del alumno a su origen o clase social. Ello hace que la excelencia se reproduzca entre aquellos que disponen de pecunio familiar para sufragarse una enseñanza de calidad a salvo de estas escuelas de la ignorancia promovidas por gobernantes que condenan con fruición suicida al atraso a otros alumnos más desfavorecidos cuando España destina más dinero a ello que la ejemplar Finlandia donde los colegios privados menguan por falta de demanda.

En suma, el descalabro no proviene de que esos gobernantes no sepan cómo poner remedio al problema, habiendo claros referentes en países que han seguido un proceso inverso y cuyo ejemplo desdeñan, sino que hay que buscarlo en que se ha optado por perpetuar ese estado calamitoso. Por un simple procedimiento de ensayo y error en todos estos años, aunque sólo fuera por el cálculo de probabilidades por el que el burro de la fábula hizo sonar la flauta, ya habrían averiguado los motivos del barquinazo, si no fuera porque su escuela de la ignorancia persigue forjar monos sin gramática.

Esa deducción se revela pertinente cuando se amplían las horas de adoctrinamiento en detrimento de la ilustración por quienes, en su terquedad de acémilas, harían palidecer a aquel regidor que, al inaugurar un pilar público para que abrevara el ganado y toparse con que unos concejales opinaban que el caño estaba muy alto y otros lo contrario, se acercó a beber del chorro y, apartándose, zanjó la porfía: "Por Dios, no hay más que hablar que, si yo alcanzo, no habrá bestia que no alcance". Pues eso debe discurrir la oficialidad dizque educativa.

Por ese nefando camino, como en la distopía orwelliana de 1984, una sociedad empobrecida e ignara en la que el ser humano sea un crédulo fanático es clave para poder mutar el pasado arrojando a los «agujeros de la memoria», por medio del «Ministerio de la Verdad», toda prueba que entorpezca la constante reescritura del ayer al servicio de la cambiante conveniencia del hoy. No en vano, según la consigna del Partido, quien controla el pasado domina el futuro y quien gobierna el presente rinde un pasado que se revela impredecible. Por eso, van uncidas las demoliciones de la enseñanza y de la historia.

En efecto, si el martes se sentenciaba a la primera, el miércoles se trataba de tirar a la escombrera de la historia la ley de Amnistía de 1977 que, promovida por la izquierda y defendida con ardor por comunistas como Marcelino Camacho, fue fundamental para la reconciliación nacional y para una transición a la democracia que tomó cuerpo legal en la masivamente refrendada Constitución de 1978. Así, renegando de su devenir, los dos partidos de la coalición gubernamental socialcomunista presentaron una treintena de enmiendas al proyecto de ley de Memoria Democrática para declarar imprescriptibles los crímenes de lesa humanidad, de guerra, genocidio y tortura cometidos hasta llegar el PSOE al poder en 1982, pero excluidos los crímenes de ETA -mirando a bilduetarras e independentistas- y otras bandas con más asesinatos en democracia que en dictadura.

Aunque sus efectos prácticos sean nulos porque los posibles concernidos han muerto o tienen edades provectas y porque la Constitución prohíbe la retroactividad de las leyes penales desfavorables, no se trata de una simple maniobra de distracción, sino un órdago que pone en jaque el sistema constitucional deslegitimándolo desde su origen para fraguar un cambio de régimen de exclusiva gobernación por una izquierda frentepopulista. Sobre el sofisma de la ilegalidad de un "régimen surgido de un golpe de Estado", abrogaría el título de Rey de España otorgado por Franco a Juan Carlos I, así como todos las prerrogativas inherentes a la Monarquía, como no ocultan los aliados de un PSOE podemizado que se deja arrastrar como aquel otro bolchevizado de Largo Caballero de la Segunda República hasta erigirse en el Lenin español. Hay quienes, en este sentido, ven al ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, como el Torcuato Fernández-Miranda de la situación retrotrayendo la actual legalidad constitucional a la de aquella Segunda República.

De hecho, así lo verbaliza en primera persona el secretario de Estado de Agenda 2030 y dirigente máximo del PCE, Enrique Santiago,adalid de las dictaduras comunistas y abogado de la narcoguerrilla colombiana, cuyo sueño húmedo es asaltar la Zarzuela como los bolcheviques la residencia de los zares. El efecto penal real será tal vez inexistente, como admite quien asume el papel de antaño de Pablo Iglesias dentro del Gobierno, dejando el vedetismo para la vicepresidenta Díaz, pero eficaz para alentar un movimiento instituyente. Como el que desarbola democracias asentadas en países iberoamericanos, mientras las satrapías comunistas se eternizan con sus autocracias carcelarias.

A este fin, qué mejor que arrojar por el agujero de la memoria la foto del 14 de octubre de 1977 en el que la izquierda en bloque, encabezada por el PSOE y respaldada por el PCE, aplaude puesta en pie su aquiescencia cuasi unánime -sólo dos noes y 18 abstenciones de AP- a la Ley de Amnistía por las Cortes. En este sentido, como subraya Alexis de Tocqueville en su Democracia en América, "no debemos tranquilizarnos pensando que los bárbaros están muy alejados de nosotros, pues si hay pueblos que se dejan arrancar la luz de las manos, también los hay que la sofocan ellos mismos con los pies".

En este brete, pasma que el núcleo dirigente del primer partido de la oposición se ponga de soslayo elucubrando con que los españoles votarán al PP por ser "buenos gestores", mientras la izquierda le encierra en su "marco de referencia" para condicionar qué es lo que se ve, cómo se valora lo que ve y, sobre todo, qué respuesta merece. Lo que no será ineludible si deja que la mayoría Frankenstein molture la mentalidad de la opinión pública incluso sobre quién es un buen gestor. Si Sánchez endilga a Rajoy el recorte de 15.000 millones de Zapatero para evitar la bancarrota de España y que voto él mismo como diputado, qué milagrerías no se registrarán ante un PP que se debate entre lo inane y la añoranza del PSOE socialdemócrata de González que este rindió con su abrazo de Vergara con Sánchez en el marco del Congreso XL de Valencia.

Para colmo, el PP extiende su "guerra de los botones" por toda España y Génova para cerrar filas con Casado urde un disparatado contubernio de los críticos que recrea El hombre que fue jueves, de Chesterton. Su secretario general, Teodoro García Egea, evoca el personaje de Gabriel Syme, el poeta reclutado por Scotland Yard para infiltrarse en una célula anarquista de siete miembros identificados por los nombres de la semana, y que, al tratar de apresar al cabecilla Domingo, descubre que los aparentes sediciosos son policías. Una conjura de necios en el que "todos éramos -estalla uno de los fingidos anarquistas- un hatajo de policías imbéciles acechándonos mutuamente". Al contemplar tal pérdida del sentido de la realidad, el mono gramático de Octavio Paz se burlaría pegando saltos tan grandes como los que fantasea entre India y Ceilán.

 

                                                             FRANCISCO ROSELL   Vía EL MUNDO

¿TIENE ESPAÑA REMEDIO?

Sólo una reacción firme y potente de los sectores de la sociedad civil donde se albergan las reservas de energía saludable que aún nos quedan, podrá corregir el rumbo equivocado de un pueblo que merece el éxito

sanchez felipe españa 

El Rey Felipe VI (d) recibe en el Palacio de Marivent al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (i). Europa Press 

 El pasado miércoles asistí en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas a la presentación del libro de Guillermo Gortázar Romanones, una excelente biografía del que fuera destacada figura política durante el reinado de Alfonso XIII. En la mesa de participantes en este acto estaban Octavio Ruiz Manjón, Benigno Pendás, Miguel Herrero, Alejandro Nieto y el propio autor. Todos ellos, salvo Herrero, que se limitó a presidir mayestáticamente la sesión, tuvieron interesantes y doctas intervenciones sobre el biografiado y su época, pero hubo una de las exposiciones que me impresionó especialmente y fue la de Alejandro Nieto.

Desde la serena atalaya de sus noventa años cumplidos, desgranó con lenta e inexorable cadencia la serie de fracasos experimentados por España a lo largo de los siglos XIX y XX en sus sucesivos intentos de construir un régimen democrático viable y estable. En su medido relato aparecieron con destellos ígneos el Rey felón, los espadones, las guerras carlistas, la Reina irrefrenable, el caos grotesco de la Primera República, la erosión imparable de la Restauración, el Monarca entrometido, el regeneracionismo primoriverista, el desorden sangriento de la Segunda República, la cruenta Guerra Civil, la larga dictadura y el último intento de dejar atrás nuestros demonios familiares mediante la reconciliación nacional y la Constitución de 1978.

Llegado aquí, se interrogó Nieto con tranquila amargura y sin señalamientos explícitos, si el revanchismo revisionista practicado desde 2004 por los Gobiernos socialistas y sus aliados separatistas, bolivarianos y filoterroristas, junto a la pasiva resignación imperante en la orilla liberal-conservadora, no serían el anuncio de un nuevo y decepcionante tropiezo en nuestro interminable y empedrado camino hacia la paz social, la solidez institucional y la prosperidad material.

Mientras le escuchaba se suscitó en mi mente una pregunta que me asalta desde que hace diecisiete años se inició la oscura empresa de demolición que ya campa desatada. Una pregunta que me considero en condiciones de formular con precisión como espectador y víctima de los entresijos del poder. El posible derribo de la obra de la Transición que se está gestando ante nuestros ojos impotentes acompañados de la alarmante indiferencia de la mayoría de nuestros conciudadanos, ¿se debe a deficiencias intrínsecas del edifico constitucional, institucional y electoral erigido tras la muerte de Franco por una alianza de los representantes del sistema que se apagaba y las fuerzas de una oposición hasta entonces impotente o han sido más bien los responsables de desarrollarlo y administrarlo desde su instauración los que lo han conducido al precipicio al que ahora se asoma?

No se construyó la mejor estructura deseable, sino la que fue posible en las circunstancias de aquel trance, se suele decir para justificar las evidentes vías de agua con las que se botó el casco de la nave

Existe una extendida corriente de pensamiento que disculpa los errores de diseño del orden constitucional del 78 -el bodrio del Título VIII, el Estado de partidos, la circunscripción provincial, el reparto proporcional de escaños, la constitucionalización de los privilegios vasco y navarro, el incomprensible artículo 150.2, la cesión de la educación a las Comunidades Autónomas…- por la búsqueda del indispensable equilibrio entre ruptura y continuismo que garantizase el éxito del paso sin traumas del autoritarismo a la democracia. No se construyó la mejor estructura deseable, sino la que fue posible en las circunstancias de aquel trance, se suele decir para justificar las evidentes vías de agua con las que se botó el casco de la nave en la que hoy surcamos el océano proceloso de la historia.

Desde esta óptica, serían los gobernantes y las élites políticas que han estado al cargo de pilotar nuestro barco colectivo los que, por su partidismo, cortoplacismo, ignorancia del pasado, menguante nivel intelectual y humano, venalidad y sectarismo ideológico, han arrastrado a nuestra baqueteada Nación al borde de la catástrofe que en estos días aciagos se barrunta en el horizonte.

Algo no marcha como debiera

Probablemente, este sea un falso dilema y la lamentable situación en la que nos hallamos traiga causa de la combinación de los dos factores mencionados. Las vigas endebles y las paredes cuarteadas de la morada que nos alberga por un lado y la incompetencia y la carencia de sentido de Estado de los encargados de su mantenimiento y correcto funcionamiento por otro. Sin duda, una muestra palpable de que algo no marcha como debiera en nuestra res publica radica en el hecho lacerante de que, en un país con tanta gente con talento, honrada y patriota, trepen con anómala frecuencia a los estratos más altos de la política aquellos que, expuestos a las inclemencias del mercado laboral, ocuparían puestos de rango menor o engrosarían las cifras de desempleo o que, sometidos a una evaluación seria de su categoría moral, no pasarían la criba más benevolente.

La conclusión es que sólo una reacción firme, sostenida y potente de los sectores de la sociedad civil donde se albergan las reservas de energía saludable que aún nos quedan, podrá corregir el rumbo equivocado de un pueblo que merece el éxito que un tropel de profesionales del rencor, el pillaje, la envidia y la destrucción, le niegan con siniestra contumacia.

 

                                                            ALEJO VIDAL-QUADRAS  Vía VOZ PÓPULI