José Antonio Marina
Periódicamente surge la afirmación de que España es una Nación de naciones, plurinacional, multinivel, lo que suele provocar escándalo en muchas personas que piensan que de esa manera se agrede a la inviolable y sagrada unidad de la Patria. Tampoco contenta a los independentistas radicales, que opinan que en ese modelo seguirían sometidos a una nación más grande y poderosa.
En mi tozudez por aclarar mis ideas sobre el conflicto de Cataluña, hoy voy a explorar lo que da de sí la multinacionalidad.
¿Qué sería ya de los españoles si no hubiera habido aragoneses, valencianos, murcianos, andaluces, asturianos, gallegos, extremeños, catalanes, castellanos…?
En primer lugar, hay que recordar que según el Diccionario de Autoridades “nación” es la «colección de habitadores de alguna provincia, país o reino«, el equivalente a la ‘gens latina’. No es, pues, una noción abstracta, sino un nombre colectivo. Tampoco tenía significado político. Se daba por sentado que en España había muchas naciones.
En ‘El político’ (1540), Gracián escribe: ”En la Monarquía de España, donde las provincias son muchas, las naciones diferentes, las lenguas varias, las inclinaciones opuestas, los climas encontrados, así como es menester gran capacidad para conservar, así mucha para unir”. El escritor y economista catalán Antoni de Capmany Surís y de Montpaláu, diputado en las Cortes de Cádiz en 1812, intentó hacer compatibles la “gran nación” y las “pequeñas naciones”. Criticaba la homogeneidad francesa. «En la Francia organizada, que quiere decir aherrojada, no hay más que una ley, un pastor, y un rebaño destinado por constitución al matadero. En Francia no hay provincias, ni naciones, no hay Provenza ni provenzales, Normandía ni normandos, se borraron del mapa del territorio y hasta sus nombres, como ovejas que no tienen nombre individual, sino la marca común del dueño”. Defiende la diversidad española frente al Napoleón invasor: “¿Qué sería ya de los españoles si no hubiera habido aragoneses, valencianos, murcianos, andaluces, asturianos, gallegos, extremeños, catalanes, castellanos…? Cada uno de estos nombres inflama y envanece y de estas pequeñas naciones se compone la masa de la gran nación, que no conocía nuestro conquistador, a pesar de tener sobre el bufete abierto el mapa de España a todas horas».
El Reino Unido es un Estado compuesto de cuatro naciones: Escocia, Gales, Inglaterra e Irlanda del Norte.
En otros países también se utiliza el término “naciónes”, haciéndolas compatibles dentro de un mismo Estado. Así, por ejemplo, el Reino Unido es un Estado compuesto de cuatro naciones: Escocia, Gales, Inglaterra e Irlanda del Norte. En Estados Unidos no tienen ningún problema en considerar que los americanos nativos son naciones: «The Hopi Tribe is a sovereign nation located in northeastern Arizona». Ya ven, los hopi de Arizona no solo son nación, sino nación soberana. Sus leyes son superiores a las de los Estados, aunque de menor rango que las federales. En Canadá se habla también de las First Nations para referirse a las naciones indígenas, con importantes cuotas de soberanía.
Desde el Panóptico, la historia nos permite evitar las mitologías. La Monarquía hispánica de los Austrias era un conglomerado dinástico de diversos “reinos, Estados y señoríos”, unidos según la fórmula “aeque principaliter”, bajo la cual los reinos constituyentes continuaban después de su unión siendo tratados como entidades distintas, de modo que conservaban sus propias leyes, fueros y privilegios. “Los reinos se han de regir y gobernar-decía Solórzano en el siglo XVII- como si el rey que los tiene juntos lo fuera solamente de cada uno de ellos (…) En todos estos territorios se esperaba que el rey, y de hecho se le imponía como obligación, que mantuviese el estatus e identidad distintivo de cada uno de ellos”. Eso ciertamente causaba muchas complicaciones al gobernante, que en cada uno de los reinos tenía potestades diferentes. En la corona de Castilla era donde tenía más libertad, y donde le era más fácil gobernar. Eso produjo un efecto contradictorio: Castilla soportaba la mayor parte de los gastos de la monarquía, pero en compensación, constituía su núcleo y castellanos eran la mayor parte de los cargos de la administración. Algo de lo que siempre se quejaron las “naciones” periféricas.
La aspiración de concentrar el poder impulsó al conde duque de Olivares, valido de Felipe IV, a intentar homogeneizar todos los reinos: Multa regna, sed una lex. Muchos reinos, pero una sola ley: la de Castilla. Este proyecto fue plasmado en el famoso memorial secreto preparado por Olivares para Felipe IV, fechado el 25 de diciembre de 1624, cuyo párrafo clave decía:
“Tenga Vuestra Majestad por el negocio más importante de su Monarquía, el hacerse Rey de España: quiero decir, Señor, que no se contente Vuestra Majestad con ser Rey de Portugal, de Aragón, de Valencia, Conde de Barcelona, sino que trabaje y piense, con consejo mudado y secreto, por reducir estas reinos de que se compone España al estilo y leyes de Castilla, sin ninguna diferencia, que si Vuestra Majestad lo alcanza será el Príncipe más poderoso del mundo”.
El Reino Unido no pretendió homogeneizar y mantuvo sus naciones componentes: Inglaterra, Escocia, Gales, Irlanda del Norte
Es bien sabido que el enfrentamiento con Olivares condujo en 1641 a la primera Republica catalana, presidida por Pau Claris.
Las naciones como colectivos son anteriores a la Nación-Estado. Lo que ahora llamamos Naciones —Francia, España, Reino Unido, Italia, etc.— se formaron por conquista y por matrimonios, y fueron sometidas a un proceso de homogeneización por un grupo de poder, frecuentemente una familia o una dinastía. A finales del siglo XVIII, Pablo de Olavide escribía: “España es un cuerpo compuesto de otros cuerpos separados y pequeños que, enfrentados unos a otros, se desprecian mutuamente, manteniéndose en un estado continuo de guerra civil. La España moderna puede considerarse un cuerpo sin energía, una república monstruosa formada por pequeñas repúblicas enfrentadas unas con otras”. Cuando empezó el proceso de unificación de Italia en 1861, tan solo el 2,5% de los italianos hablaba lo que hoy conocemos como italiano. Fue necesaria una férrea disciplina para imponerlo. En 1868, Massimo d’Azeglio escribía: “Hemos creado Italia, ahora tenemos que crear italianos”. Cuando empezó el proceso de unificación de Italia en 1861, tan solo el 2,5% de los italianos hablaba lo que hoy conocemos como italiano. Fue necesaria una férrea disciplina para imponerlo. En España, sucedió lo mismo. El Reino Unido no pretendió homogeneizar y mantuvo sus naciones componentes: Inglaterra, Escocia, Gales, Irlanda del Norte. La unificación de Estados Unidos necesitó una guerra civil. Francia, que se considera una nación muy antigua, tardó mucho tiempo en alcanzar la homogeneidad. Según Eugen Weber – Peasant into Frenchmen: The modernization of Rural France, 1870-1914-, en la década de 1860, una cuarta parte de la población de Francia no sabía hablar francés, y otra cuarta parte lo hablaba solo como segunda lengua. El francés era el lenguaje de ParÍs y de la élite educada. En la Francia rural, los campesinos hablaban bretón, picardo, flamenco, provenzal u otros dialectos locales. El desarrollo industrial favoreció la unificación lingüística de la mano de obra, que no se terminó hasta la primera guerra mundial, cuando el servicio en las trincheras puso fin a un proceso iniciado por la necesidad económica. Por eso, Gellner sostiene que el nacionalismo es fruto de la industrialización. Jose Luis Villacañas, en su monumental La inteligencia hispana, (I,XXII) indica que España, que consiguió tener un poder estatal unitario desde una época muy temprana, no consiguió articular una nación hasta fechas muy tardías. Alcalá Galiano a comienzos del XIX reconocía que una tarea de los liberales tenía que consistir en “hacer a la nación española una nación, que no lo es ni lo ha sido hasta ahora”. Álvarez Junco, en su obra Mater dolorosa, que debía ser de obligada lectura para nacionalistas españoles y nacionalistas periféricos, explica con mucho detenimiento la genealogía del sentimiento nacional español y de la identidad española. Los liberales defienden la idea de nación como una herramienta en contra de la monarquía absoluta. Los monárquicos abominaban de la idea de nación. Lo suyo era el reino. El hecho de que en la actualidad los nacionalismos sean de derechas es una de las sorpresas que la Ciencia de la Evolución de las Culturas nos depara.
La Nación, con mayúscula, no es, pues, un ente natural, sino ficticio y forzado.
Solo la piedad política del abate Sieyés, en plena Revolución Francesa, pudo decir que Dios mismo las había creado, igual que había hecho con las especies animales o vegetales. Queda un tema por tratar que tendré que dejar para el siguiente Panóptico: los constitucionalistas españoles manejaron la idea de “Nación de naciones”, ¿por qué no figuró en la Constitución? ¿Por qué, si nuestra historia era la de una España multinacional, esa idea escandaliza tanto a los nacionalistas españoles?.
JOSÉ ANTONIO MARINA
Revista EL PANÓPTICO número 39
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