Esta izquierda reaccionaria ha vuelto inoperante la escolarización universal al oscilar entre el amor roussoniano por el buen salvaje y la quimera totalitaria de transfigurar la mente en una pizarra en blanco.
ULISES CULEBRO
En una visita a las ruinas de Galta, en el norte de India, donde se ubican antiguos palacios y templos como el que está dedicado al dios-mono Hanuman, el premio Nobel mexicano Octavio Paz concibió su inclasificable obra El mono gramático. En sus veintinueve capítulos, recrea las hazañas prodigiosas -entre ellas, volar de la India a Ceilán en un salto- y las facultades portentosas -entre otras, ser gramático- de Hanuman. Nadie igualaba en erudición al «noveno autor de la gramática», según el Ramayana, el libro en sánscrito iluminado por el placentero dios Rama. Si "el mono gramático" evolucionó su condición animal con su sapiencia de antropoide lingüista, las nuevas hornadas de colegiales españoles involucionan a monos sin gramática.
Por si hiciera falta remachar cómo la formación vigente desde los noventa en adelante, con la Logse socialista multiplicando las legiones de escolares ignorantes de su ignorancia, España ha resuelto desterrar sus niveles de fracaso escolar que la encaramaban a la cabeza de Occidente, según corroboran los sucesivos informes de la OCDE, por el expeditivo procedimiento administrativo de decretar su inexistencia, aunque cada mañana, al despertar, el fracaso siga ahí impertérrito como el dinosaurio del microrrelato de Monterroso. Así, según el Real Decreto de Evaluación, Promoción y Titulación que el Consejo de Ministros aprobó el martes, los escolares se graduarán sin todas las asignaturas aptas, se les facultará para concurrir a la Selectividad con un suspenso y no habrá exámenes de recuperación en la ESO por obra y gracia de un despotismo gubernamental nada ilustrado. ¡Qué razón tenía Einstein con que "lo único más peligroso que la ignorancia es la arrogancia"!
Con la consolidación por la ministra Alegría de la "promoción general" de su antecesora Celaá, se blanquea la afrentosa estadística para que los malos resultados no dejen en evidencia al Gobierno haciendo bueno que las falsedades pueden clasificarse en mentiras, grandes mentiras y estadísticas. España, en el campo educativo, ya ha adquirido ese tercer estadio con un Ejecutivo socialcomunista que supedita la ciencia al adoctrinamiento hasta el punto de insultar a la ignorancia misma.
Si ya el desarrollo curricular de la ley de Educación con la impartición de las Matemáticas con sentimiento y perspectiva de género agravaba una norma que su progenitora Celaá escribió con hache y que despreciaba la ortografía, además de laminar los números romanos, la regla de tres o el mínimo común múltiplo, su sucesora Alegría, después de su amago de rectificación, agudiza la abolición del conocimiento prefigurando ese gregario hombre nuevo -el jovencito Frankenstein, hijo de la Alianza Frankenstein que maneja España- que no cavile por sí mismo.
Orillando el mérito y el esfuerzo, se busca soslayar una realidad, ligada al insoportable paro juvenil, que el Gobierno de cohabitación y sus socios no circunscriben a la Educación, sino que extienden a la contratación pública auspiciando hacer funcionarios, sin oposición, a los interinos con más de cinco años en su plaza. Con estas iniquidades, España sufraga un sistema público que naufraga a ojos vista tutelado por quienes ponen a sus vástagos a cubierto en centros privados, mientras a muchos padres se les fuerza a sufragar dos redes en paralelo. Relegando a quienes carecen de posibles, esta izquierda reaccionaria ha vuelto inoperante la escolarización universal al oscilar entre el amor roussoniano por el buen salvaje y la quimera totalitaria de transfigurar la mente en una pizarra en blanco en la que inscribir sus consignas políticas cuando no se les escapa que no hay desarrollo sin educación ni democracia sin ciudadanos bien formados.
En nombre del igualitarismo, se ha averiado la enseñanza como ascensor social limitando las potencialidades del alumno a su origen o clase social. Ello hace que la excelencia se reproduzca entre aquellos que disponen de pecunio familiar para sufragarse una enseñanza de calidad a salvo de estas escuelas de la ignorancia promovidas por gobernantes que condenan con fruición suicida al atraso a otros alumnos más desfavorecidos cuando España destina más dinero a ello que la ejemplar Finlandia donde los colegios privados menguan por falta de demanda.
En suma, el descalabro no proviene de que esos gobernantes no sepan cómo poner remedio al problema, habiendo claros referentes en países que han seguido un proceso inverso y cuyo ejemplo desdeñan, sino que hay que buscarlo en que se ha optado por perpetuar ese estado calamitoso. Por un simple procedimiento de ensayo y error en todos estos años, aunque sólo fuera por el cálculo de probabilidades por el que el burro de la fábula hizo sonar la flauta, ya habrían averiguado los motivos del barquinazo, si no fuera porque su escuela de la ignorancia persigue forjar monos sin gramática.
Esa deducción se revela pertinente cuando se amplían las horas de adoctrinamiento en detrimento de la ilustración por quienes, en su terquedad de acémilas, harían palidecer a aquel regidor que, al inaugurar un pilar público para que abrevara el ganado y toparse con que unos concejales opinaban que el caño estaba muy alto y otros lo contrario, se acercó a beber del chorro y, apartándose, zanjó la porfía: "Por Dios, no hay más que hablar que, si yo alcanzo, no habrá bestia que no alcance". Pues eso debe discurrir la oficialidad dizque educativa.
Por ese nefando camino, como en la distopía orwelliana de 1984, una sociedad empobrecida e ignara en la que el ser humano sea un crédulo fanático es clave para poder mutar el pasado arrojando a los «agujeros de la memoria», por medio del «Ministerio de la Verdad», toda prueba que entorpezca la constante reescritura del ayer al servicio de la cambiante conveniencia del hoy. No en vano, según la consigna del Partido, quien controla el pasado domina el futuro y quien gobierna el presente rinde un pasado que se revela impredecible. Por eso, van uncidas las demoliciones de la enseñanza y de la historia.
En efecto, si el martes se sentenciaba a la primera, el miércoles se trataba de tirar a la escombrera de la historia la ley de Amnistía de 1977 que, promovida por la izquierda y defendida con ardor por comunistas como Marcelino Camacho, fue fundamental para la reconciliación nacional y para una transición a la democracia que tomó cuerpo legal en la masivamente refrendada Constitución de 1978. Así, renegando de su devenir, los dos partidos de la coalición gubernamental socialcomunista presentaron una treintena de enmiendas al proyecto de ley de Memoria Democrática para declarar imprescriptibles los crímenes de lesa humanidad, de guerra, genocidio y tortura cometidos hasta llegar el PSOE al poder en 1982, pero excluidos los crímenes de ETA -mirando a bilduetarras e independentistas- y otras bandas con más asesinatos en democracia que en dictadura.
Aunque sus efectos prácticos sean nulos porque los posibles concernidos han muerto o tienen edades provectas y porque la Constitución prohíbe la retroactividad de las leyes penales desfavorables, no se trata de una simple maniobra de distracción, sino un órdago que pone en jaque el sistema constitucional deslegitimándolo desde su origen para fraguar un cambio de régimen de exclusiva gobernación por una izquierda frentepopulista. Sobre el sofisma de la ilegalidad de un "régimen surgido de un golpe de Estado", abrogaría el título de Rey de España otorgado por Franco a Juan Carlos I, así como todos las prerrogativas inherentes a la Monarquía, como no ocultan los aliados de un PSOE podemizado que se deja arrastrar como aquel otro bolchevizado de Largo Caballero de la Segunda República hasta erigirse en el Lenin español. Hay quienes, en este sentido, ven al ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, como el Torcuato Fernández-Miranda de la situación retrotrayendo la actual legalidad constitucional a la de aquella Segunda República.
De hecho, así lo verbaliza en primera persona el secretario de Estado de Agenda 2030 y dirigente máximo del PCE, Enrique Santiago,adalid de las dictaduras comunistas y abogado de la narcoguerrilla colombiana, cuyo sueño húmedo es asaltar la Zarzuela como los bolcheviques la residencia de los zares. El efecto penal real será tal vez inexistente, como admite quien asume el papel de antaño de Pablo Iglesias dentro del Gobierno, dejando el vedetismo para la vicepresidenta Díaz, pero eficaz para alentar un movimiento instituyente. Como el que desarbola democracias asentadas en países iberoamericanos, mientras las satrapías comunistas se eternizan con sus autocracias carcelarias.
A este fin, qué mejor que arrojar por el agujero de la memoria la foto del 14 de octubre de 1977 en el que la izquierda en bloque, encabezada por el PSOE y respaldada por el PCE, aplaude puesta en pie su aquiescencia cuasi unánime -sólo dos noes y 18 abstenciones de AP- a la Ley de Amnistía por las Cortes. En este sentido, como subraya Alexis de Tocqueville en su Democracia en América, "no debemos tranquilizarnos pensando que los bárbaros están muy alejados de nosotros, pues si hay pueblos que se dejan arrancar la luz de las manos, también los hay que la sofocan ellos mismos con los pies".
En este brete, pasma que el núcleo dirigente del primer partido de la oposición se ponga de soslayo elucubrando con que los españoles votarán al PP por ser "buenos gestores", mientras la izquierda le encierra en su "marco de referencia" para condicionar qué es lo que se ve, cómo se valora lo que ve y, sobre todo, qué respuesta merece. Lo que no será ineludible si deja que la mayoría Frankenstein molture la mentalidad de la opinión pública incluso sobre quién es un buen gestor. Si Sánchez endilga a Rajoy el recorte de 15.000 millones de Zapatero para evitar la bancarrota de España y que voto él mismo como diputado, qué milagrerías no se registrarán ante un PP que se debate entre lo inane y la añoranza del PSOE socialdemócrata de González que este rindió con su abrazo de Vergara con Sánchez en el marco del Congreso XL de Valencia.
Para colmo, el PP extiende su "guerra de los botones" por toda España y Génova para cerrar filas con Casado urde un disparatado contubernio de los críticos que recrea El hombre que fue jueves, de Chesterton. Su secretario general, Teodoro García Egea, evoca el personaje de Gabriel Syme, el poeta reclutado por Scotland Yard para infiltrarse en una célula anarquista de siete miembros identificados por los nombres de la semana, y que, al tratar de apresar al cabecilla Domingo, descubre que los aparentes sediciosos son policías. Una conjura de necios en el que "todos éramos -estalla uno de los fingidos anarquistas- un hatajo de policías imbéciles acechándonos mutuamente". Al contemplar tal pérdida del sentido de la realidad, el mono gramático de Octavio Paz se burlaría pegando saltos tan grandes como los que fantasea entre India y Ceilán.
FRANCISCO ROSELL Vía EL MUNDO
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