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domingo, 24 de abril de 2022

ESPAÑA, VEINTE AÑOS PERDIDOS

El presidente nacional del PP, Alberto Núñez Feijóo (i) y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (d), durante una reunión en La Moncloa. EP />
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“En 2021, el español medio produjo un poco más de 23.000 euros, cifra corregida con la inflación, lo mismo que en 2005, lo que quiere decir que desde entonces nuestra economía no ha crecido. Ya no estamos hablando de una década perdida. Son 16 años sin crecer y vamos camino de las bodas de plata de carencia de crecimiento económico”. La frase pertenece al economista Jesús Fernández-Villaverde, catedrático de Economía en la Universidad de Pensilvania desde 2007, en una conferencia impartida hace escasas fechas en la Fundación Rafael del Pino de Madrid. “España tiene el mismo PIB per cápita que Estados Unidos en 1870, lo que equivale a decir que en 152 años no hemos sido capaces de reducir la distancia que nos separa de la primera economía del mundo. Hemos pasado de ser el 2% a solo el 1,37% de la economía mundial. Cada vez somos menos importantes. Nos vamos a convertir en un país periférico. El problema es que otros países sí han crecido. El PIB per cápita de Irlanda lo ha hecho en un 79% desde 2005. El de Alemania, en un 18,7%; Estados Unidos, un 17%. También Japón, con sus problemas demográficos, ha crecido un 7,8%. Incluso Portugal ha sido capaz de crecer en un 7%, ¿por qué nosotros no lo somos?” “¿Es que solo importa el crecimiento económico? ¿Es el PIB la única variable a considerar?”, prosigue Fernández-Villaverde. “Veamos. En 2005 trabajaban 19,2 millones de españoles; en 2021 lo hacen 19,6 millones. Hemos creado apenas 400.000 puestos de trabajo. No somos más productivos ahora que en 2005. Nuestra capacidad de producir no ha crecido, aunque la población sí lo ha hecho. El desempleo, por otro lado, ha pasado del 8% al 16%. El déficit estructural de las Administraciones Públicas, que en 2005 era del 3,43%, es ahora del 5,3%, mientras la deuda pública se ha disparado del 42% a cerca del 120% del PIB. Es decir, que producimos lo mismo, pero tenemos más desempleo, más déficit y mucha más deuda”. Han sido 16 años perdidos y lo que te rondaré morena. ¿Estamos condenados los españoles a perdernos en el furgón de cola del progreso? ¿Somos menos laboriosos que los habitantes de otros países? No lo parece. Españoles de primer nivel hay enseñando en las mejores universidades, compitiendo en los mercados de capitales de Londres o Nueva York, participando en compañías tecnológicas de Silicon Valley o dirigiendo la investigación médica en los mejores hospitales del mundo, por solo hablar de algunas de las profesiones liberales más relevantes del momento. Nuestro retraso es producto de decisiones de política económica equivocadas tomadas por los sucesivos gobiernos con el consentimiento de la ciudadanía. Negación de los ajustes pertinentes en épocas de vacas gordas para afrontar las crisis que siempre acaban por llegar y eterno olvido de las reformas imprescindibles para volver al crecimiento. “Todas las decisiones de política económica de las últimas semanas son exactamente iguales que las que se tomaron en el otoño de 1973, tras la primera crisis del petróleo. Una, negar la realidad. Dos, tomar medidas en el Consejo de ministros que van a dar un titular fantástico al día siguiente para dar la impresión de que se hace algo y tratar de ganar votos. Intentar solucionar la situación actual a base de gasto público con una deuda del 120% del PIB es hacer lo contrario de lo que habría que hacer”. El viernes supimos que la deuda pública alcanzó el pasado febrero su máximo histórico con 1,442 billones de euros, lo que supone casi un 5,5% más que hace un año (74.474 millones más), superando el 119% del PIB, según los datos publicados por el Banco de España. Esta es la verdadera tragedia de España, el cáncer que amenaza la prosperidad colectiva y la realidad que celosamente oculta el Gobierno y en buena medida la oposición. Llama poderosamente la atención que en situación tan amenazante, que devendrá en una crisis de deuda inevitable en cuanto nuestro Tesoro se vea obligado a salir a financiarse en el mercado tras la decisión del BCE de empezar a reducir sus programas de compra de deuda soberana, en el Parlamento y en los medios de comunicación se siga hablando única y exclusivamente de “desigualdad”, de “ayudas”, de “subvenciones” y, en definitiva, de gasto público. Ni una palabra sobre el crecimiento, sobre la necesidad de crecer, de generar riqueza y crear empleo, única forma de abordar el saneamiento integral de las cuentas públicas. En las últimas fechas se viene hablando con largueza de la conveniencia o no de bajar impuestos en la actual situación, un debate introducido por la llegada a la dirección del PP de Alberto Núñez-Feijóo, que este viernes hizo pública una propuesta al Gobierno Sánchez con rebajas fiscales por importe de 10.000 millones y cerca de 5.000 más de movilización de fondos del Plan de Recuperación para bonificar fiscalmente la energía a las rentas bajas. Y da la impresión de que, a pesar de haber contado en la elaboración de ese plan con la ayuda de “decenas de personas de la sociedad civil”, el PP no acaba de dar con la tecla, no es muy consciente de la gravedad de una situación que no se arregla con cataplasmas destinadas a transmitir a la ciudadanía la sensación de que la oposición también se mueve, se preocupa y plantea soluciones. Ocurre que en una crisis de oferta como la que nos ocupa consecuencia de la invasión de Ucrania, toda esa parafernalia del cheque, la ayuda y la subvención tiene un componente inflacionario evidente, tanto más grave con un guarismo que ahora mismo ronda el 10%. Nuestro retraso es producto de decisiones de política económica equivocadas tomadas por los sucesivos gobiernos con el consentimiento de la ciudadanía" Naturalmente que el Gobierno y su clerecía mediática se escandalizan ante la sola mención de una bajada de impuestos, porque lo suyo es justo lo contrario, exprimir a empresas y clases medias trabajadoras para poder gastar más, olvidando la otra parte de la ecuación, la necesidad imperiosa de reducir el gasto, de racionalizar el gasto público para hacer más con lo mismo o con menos, empezando por recortar drásticamente la escandalosa estructura de un Gobierno con veintitantos ministerios, algunos, caso del de Igualdad, con un presupuesto que supera los 5.000 millones, una situación insultante desde el punto de vista del contribuyente. Todo apunta a un futuro muy preocupante para una España enfrentada a la incertidumbre de la guerra en Ucrania y sus efectos sobre los precios, con alta inflación, fuerte subida de tipos de interés llamando a la puerta, un crecimiento raquítico, un endeudamiento insoportable, y un proceso de desglobalización en marcha cuyas consecuencias para una economía abierta como la nuestra, básicamente dependiente del turismo, se desconocen. Lo más dañino, con todo, es la presencia en el puente de mando del peor Gobierno de la democracia, el más endeble desde el punto de vista técnico y el más débil desde el parlamentario. Una coalición de socialistas y comunistas incapaz de acometer las reformas que el país necesita y, por supuesto, negado para abordar un proceso de consolidación fiscal que, más pronto que tarde, nos acabará imponiendo Bruselas, porque, por suerte, pertenecemos al club del euro y será la dirigencia de ese club la que nos imponga los ajustes a realizar y la que, en definitiva, nos salve de la clase política que padecemos y a la que resignadamente respaldamos cada cuatro años. Ello, en una situación de extrema debilidad del Estado que episodios como el del espionaje del “Pegasus” no hacen sino poner en evidencia. El ciudadano de una democracia parlamentaria en un país desarrollado espera que sus gobernantes cumplan con las obligaciones inherentes a su cargo, una de las cuales consiste en proteger la seguridad del Estado de sus enemigos internos y externos. El problema no es que el CNI haya expiado a los separatistas, que va de suyo (“Sí, yo disparé”, Thatcher en el Parlamento británico tras la muerte en Gibraltar de tres activistas del IRA), iba en el sueldo del mediocre Sanz Roldán, el problema es que lo han hecho tan mal, ha sido tal la chapuza que, en el caso del 'procès', el pasmado Rajoy aseguró que no habría referéndum y el CNI no fue capaz de detectar una sola urna antes del 1-O, ni de impedir la huida en el maletero de un coche del capo de la conspiración, entre otras muchas cosas. Milagros al margen, parece imposible imaginar a Pedro Sánchez (un enemigo formidable para el centro derecha, un auténtico campeón del marketing político) revalidando su presidencia en las próximas generales, sean cuando sean. Como ocurriera con Zapatero en 2011, Núñez-Feijóo está llamado a convertirse en el próximo presidente del Gobierno de grado o por fuerza, en solitario o con la ayuda de VOX. Será un desembarco en Moncloa doloroso, porque su presidencia no consistirá solo en aplicar la necesaria cirugía a nuestras cuentas públicas obligada por la pertenencia de España al euro, sino que, de una vez por todas y resistiendo las presiones de la calle, tendrá que poner en marcha esas grandes reformas eternamente aplazadas que este país necesita para salir del hoyo de crecimiento en que se encuentra desde 2005. Reformas que no solo tienen que ver con la economía, sino con el alma política de este desventurado país nuestro. Cambiar de raíz una “estructura político-administrativa que ha generado una serie de incentivos para que no se tomen las decisiones concretas que España necesita”, en palabras de Fernández-Villaverde. “Esta estructura ha llevado a una calidad democrática en deterioro y a una eficiencia económica cada vez más baja”. Cambiar radicalmente el sistema de formación y selección de elites (para que, entre otras cosas, tipos como Zapatero, Rajoy y Sánchez no puedan llegar a la presidencia del Gobierno), reformar la administración para hacerla más barata y eficiente, acabar con la colonización de las instituciones por los partidos políticos, cambiar el sistema electoral y, last but not least, poner en marcha una revolución educativa capaz de sacar de las aulas jóvenes cultos y con espíritu crítico, con conocimientos suficientes para discernir por su cuenta dónde le aprieta el zapato a la España en la que van a vivir su vida. />
Artículo de JESÚS CACHO Vía VOZ PÓPULI

domingo, 17 de abril de 2022

¿Seguirá el PSOE existiendo tras las próximas generales?

El presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez. Europa Press />
"Nunca los socialistas se han enfrentado a una catástrofe semejante", aseguraba el pasado domingo noche, pocas horas después de cerrados los colegios electorales, uno de los colaboradores habituales del diario Le Figaro. La candidata socialista, Anne Hidalgo, alcaldesa de Paris, apenas había alcanzado el 1,73% de los votos emitidos en las presidenciales galas. El peor resultado de la historia del Partido Socialista Francés. "Sé lo decepcionados que estáis esta noche", reconoció Hidalgo desde su cuartel general, instalado en una antigua estación de tren transformada en bar de moda en el distrito 14. "Haremos todos juntos el balance de lo ocurrido de manera objetiva, pero ya os advierto que yo nunca me rindo y que seguiré poniendo toda mi energía en la conquista de una Francia republicana más fuerte y más bella, porque es más justa". Nada de irse a su casa y abandonar la política tras batacazo tan monumental. Ella no se rinde y no está dispuesta a abandonar la dirección del partido socialista, a pesar de la evidencia de que han sido los votantes franceses los que han abandonado al partido socialista. Lo hicieron ya hace mucho tiempo, porque de François Mitterrand a esta parte el PSF no ha dejado de perder terreno en el corazón de la izquierda gala hasta convertirse en un partido testimonial. Lo mismo ocurrió hace ya mucho tiempo en Italia con el Partido Socialista Italiano de Bettino Craxi, exprimer ministro italiano entre 1983 y 1987, el político que terminó sus días en el exilio de Túnez tras huir de la justicia italiana por la trama de corrupción Tangentopoli. Desde entonces el PSI ha desaparecido del mapa, como ha desaparecido la Democracia Cristiana, el otro gran partido sobre el que se vertebró la vida política italiana tras el final de la II Guerra Mundial. Lo mismo ocurrió en Grecia con el PASOK, el partido socialdemócrata que gobernó el país durante gran parte de los ochenta y los noventa del siglo pasado, convertido hoy en un cadáver imposible de encontrar salvo en las hemerotecas. En el arco mediterráneo, solo el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) sobrevive a la liquidación por derribo de unas formaciones que hace mucho tiempo que dejaron de representar los intereses de aquellos a quienes teóricamente decían defender. Entre los grandes países de la UE, el socialismo solo resiste en España. Solo resiste el PSOE como una auténtica excepción, aún más llamativa tras los desastres que los Gobiernos del puño y la rosa han significado para la vida de los españoles Porque el Partido Socialista Portugués (PSP), al menos a las órdenes de su actual secretario general, Antonio Costa, hoy primer ministro portugués, sigue siendo fiel a los postulados de esa socialdemocracia que, unas veces gestionada por la izquierda y otras por la derecha, gobernó Europa tras la derrota del nazismo y hasta fecha muy reciente. Todo eso, sin embargo, es ya reliquia del pasado. En Italia desde luego, pero también en Francia. El PS está en trance de desaparición, cierto, como también lo está Los Republicanos (LR), el partido heredero de la derecha gaullista que, con el propio PS, dio vida a la V República. Entre los grandes países de la UE, el socialismo solo resiste en España. Solo resiste el PSOE como una auténtica excepción, aún más llamativa tras los desastres que los Gobiernos del puño y la rosa han significado para la democracia y el nivel de vida de los españoles. Justo es reconocer en los primeros de Felipe González una significativa aportación del socialismo democrático a la extensión de derechos sociales a casi todas las capas de población, además de contribuir a la consolidación de la democracia. Sin embargo, el final del felipismo en el año 96, precedido por la mayor cadena de escándalos que ha conocido la Transición, y hemos conocido unos pocos, dejó las instituciones convertidas en un solar sobre el que muchos entonces pensaron que jamás volvería a ondear la bandera del puño y la rosa. De desacreditar el vaticinio se encargaron los atentados del 11-M, aquella masacre que tan decisivamente cambió la historia de España, más los groseros errores cometidos por José María Aznar en su segundo mandato con mayoría absoluta. El recuerdo de la herencia dejada por los Gobiernos de Rodríguez Zapatero está muy presente en el imaginario colectivo como para que merezca la pena entrar en detalles. Convertido hoy en un simple comisionista del régimen criminal de Maduro y de otros de similar porte en Iberoamérica, Zapatero imprimió en el PSOE un giro de 180 grados a la praxis socialdemócrata que había presidido la vida de tantos partidos socialistas europeos, para convertirlo en una izquierda radical empeñada en la reinterpretación de la Guerra Civil, y la impugnación del gran pacto de reconciliación entre vencedores y vencidos plasmado en la Constitución del 78. Nueva vida a "las dos Españas" y puerta abierta a los viejos demonios familiares históricos de los españoles que la Carta Magna parecía haber encerrado bajo siete llaves. Su herencia en el terreno económico no puede calificarse sino de desastrosa, poniendo a España al borde de un rescate financiero del que el Gobierno Rajoy escapó por los pelos. Que fue quizá lo único bueno del Gobierno de una derecha que volvió al poder por una motivo casi de física elemental. Porque no había nadie más que pudiera llenar el vacío de poder dejado por la debacle zapateril. De la tragedia que para la España urbana, culta y sedicentemente liberal significó el fracaso de la segunda mayoría absoluta de que dispuso esa derecha para haber acometido las reformas de fondo que reclamaba el país ya desde mediados de los noventa, no hay mucho que escribir a estas alturas, porque está casi todo dicho. Alguien ha escrito estos días que Mariano Rajoy, a quien el PP sigue sacando en procesión cuando la ocasión lo requiere, no pasaba de ser "un vago atornillado a un sillón con la única virtud de la paciencia". Lo peor del personaje, no obstante, consistió en abrir la puerta al Gobierno de un buscavidas de la política, un descuidero enfermo de egolatría sin oficio ni beneficio y sin una ideología muy clara, si bien emparentado con la llegada al poder en otros países no muy lejanos de auténticos autócratas poco o nada escrupulosos con la ley y la dignidad de las instituciones. En España, a la crisis del socialismo ha respondido Sánchez haciéndose podemita, escorándose hacia la izquierda radical llevado en volandas por una militancia igualmente radicalizada que nada tiene que ver con las clases medias socialistas que prosperaron con la Transición Zapatero, Rajoy, Pedro Sánchez, incluso el pobre Casado recientemente defenestrado de la dirección del PP, no son sino evidencia de la degradación de los modernos "partidos del turno", PSOE y PP, responsables de haber conducido el brillante proyecto constitucional nacido en 1978 hasta el albañal de su actual degradación. De algún modo, España resulta hoy una anomalía en el panorama político de la UE. Ya se ha aludido a la compleja situación por la que atraviesan los dos partidos que construyeron la V República y dominaron la política gala durante más de medio siglo. La candidata de LR, Valérie Pécresse, consiguió el domingo pasado el peor resultado electoral de la historia de las derechas francesas con el 4,79% de los votos. Del pozo sin fondo en el que Anne Hidalgo y su 1,74% han hundido al socialismo francés ya se ha dicho casi todo. Un partido dividido entre quienes propugnan una especie de refundación y quienes son partidarios incluso de crear uno nuevo, olvidándose de las viejas siglas e incluso del socialismo, sustituido por un mejunje de ideas, entre ecologismo y feminismo, tan familiares a oídos españoles. Una España en la que PSOE y PP siguen, con todos sus achaques, manejando a su antojo el aparato del Estado, "anomalía" que algunos atribuyen a nuestro retraso en incorporarnos a las grandes corrientes de la historia, a ese terrible siglo XIX que España vivió aislada y ensimismada, enfangada en guerras civiles que impidieron su conexión con el naciente constitucionalismo europeo, y a una crisis del 98 que no hizo sino aislarnos aún más, aislamiento que no logró romper la llamarada fugaz de la República ahogada en el desorden que no supo reprimir. PSOE y PP. Ambos muy malitos, muy castigados por las deserciones, muy enfermos por la corrupción crónica. Del árbol hendido por el rayo de la incuria de los Gobiernos de Rajoy se desgajó su parte más liberal para formar Ciudadanos como expresión de protesta contra la renuncia criminal de la derecha a dar respuesta constitucional contundente al separatismo catalán. Mientras tanto, la parte más conservadora se refugiaba en unas nuevas siglas que hoy reciben los más furibundos ataques de los beneficiarios de un sistema que se cae a pedazos pero del que viven millones de gorrones aferrados a los bajos de la subvención. Lo de "facha" es el calificativo más suave que se puede leer diariamente en la prensa. La realidad es que en Vox, cúpula al margen, militan millones de españoles cabreados hasta la náusea con la quiebra de un país que lo es también de su proyecto vital, el de su familia, y el del futuro de sus hijos y nietos. La partida entre Santiago Abascal y Alberto Núñez Feijóo está por decidir y todo dependerá de la habilidad del gallego para pescar en caladeros de centro izquierda do mora mucho socialista avergonzado, manteniendo inhiesto el dique de contención que representa Díaz Ayuso frente al crecimiento de Vox. Al PSOE le surgió por la izquierda una corriente muy potente tras el movimiento del 15-M. Pablo Iglesias, un vividor de la política, un charlatán con ínfulas de los muchos que pueblan la novela picaresca española, pudo dar la puntilla con Podemos a un PSOE muy castigado por el desastre del Gobierno Zapatero, pero el muy cretino descubrió demasiado pronto sus cartas: como buen comunista, él solo pretendía hacerse rico cuanto antes y habitar casoplón con piscina y jardín. Elemental. Sánchez llegó al poder mediante una sentencia manipulada por la mafia judicial que hoy se ha apoderado de la justicia española sin el menor recato, sentencia que sirvió para orquestar una moción de censura que exigió el apoyo de quien todos sabemos. Tras las primeras generales de 2019, el sujeto despreció un acuerdo con Cs que le hubiera otorgado una cómoda posición (180 diputados) para gobernar para a la mayoría de los españoles, algo que nunca entró en sus planes, porque él ya había elegido compañeros de viaje. Las segundas generales de 2019, de las que salió mal parado, le arrojaron en brazos de Iglesias y del resto de "especies protegidas" de la periferia. Todos constituyen "la banda" tan gráficamente denunciada por Albert Rivera en su día. Hoy, en efecto, nos gobierna una "banda" al frente de la cual se halla un tipo al que en el otoño de 2016 el propio PSOE expulsó de la secretaria general por miedo a que terminara aliándose para gobernar con los enemigos de la Constitución y de la nación de ciudadanos libres e iguales. Pedro Sánchez Pérez-Castejón es el gran enemigo de nuestra democracia, la amenaza de nuestras libertades. No lo es la pequeña élite de Podemos dispuesta a soportar cualquier desplante con tal de conservar una buena nómina, ni lo son esos millones de votantes de Vox que buscan restaurar su proyecto vital El PSOE de Sánchez no se parece en nada al que conocimos en la Transición. Es otro partido cuya relación con la socialdemocracia clásica es pura quimera. La crisis terminal del socialismo galo hizo surgir en el país vecino el movimiento de la "Francia Insumisa" que lidera Jean-Luc Mélenchon, lo más parecido a nuestro Podemos o el 21,9% del voto en la primera vuelta de las presidenciales. En España, a la crisis del socialismo ha respondido Sánchez haciéndose podemita, escorándose hacia la izquierda radical llevado en volandas por una militancia igualmente radicalizada que nada tiene que ver con las clases medias socialistas que prosperaron con la Transición. Los supuestos intentos de Sánchez por "centrarse" de que alardean sus relatores solo pueden mover a la risa. Es imposible virar al centro para quien tiene los socios que tiene, vive en el alambre de la mentira permanente y en el deterioro continuado del prestigio de las instituciones. Con una crisis de deuda en el horizonte cercano, algo que parece inevitable tras la decisión del BCE de subir tipos y dejar de comprar toda la deuda neta que emitimos a partir del verano, la necesidad de un ajuste salvaje de nuestras cuentas públicas más que una necesidad se presenta como una obligación forzada por nuestra pertenencia al euro. El punto de no retorno para este aventurero sin escrúpulos. Si calamitosa es la situación de nuestras finanzas públicas, fenómeno agravado por las sucesivas crisis y la falta de crecimiento, peor lo es la pérdida de calidad de nuestra democracia a cuenta del deterioro constante al que están sometidas las instituciones desde junio de 2018. Tras el final del felipismo y su catarata de escándalos, tras el adiós del zapaterismo provocado por el hundimiento de la economía, parecía imposible asistir al experimento de un líder socialista todavía peor, más desvergonzado, más adánico. Lo hemos conocido, se llama Pedro Sánchez Pérez-Castejón. Es el gran enemigo de nuestra democracia, la amenaza de nuestras libertades. No lo es la pequeña élite de Podemos dispuesta a soportar cualquier desplante con tal de conservar una buena nómina, ni lo son esos millones de votantes de Vox que buscan restaurar su proyecto vital bajo la escarapela del respeto a la ley y a su modo de vida. Lo es este personaje a quien sostienen "esas élites culturales progresistas que han concentrado su energía intelectual y política en las minorías sexuales y étnicas generando unas violentas guerras culturales (…) mientras se olvidaban de los deseos, temores y necesidades de una mayoría de la clase media y obrera" (Eva Illouz, El gran retroceso). Lo es este personaje a quien aún parece respaldar el veintitantos por ciento del electorado. El presidente de casi todas las televisiones. Y el presidente del Ibex 35. John Adams, segundo presidente de los Estados Unidos, recordaba en una carta dirigida al filósofo John Taylor que "nunca ha habido una democracia que no se suicidara". ¿Acabará haciéndolo la española, o sabrá, urnas mediante, enviar a Sánchez y al PSOE por la senda que han seguido todos los partidos socialistas que en el arco mediterráneo han sido?./>
Artículo de JESÚS CACHO Vía VOZ PÓPULI

domingo, 10 de abril de 2022

Emmanuel tiene un problema con Marine

El presidente francés, Emmanuel Macron. Europa Press/>
Atardecer lluvioso en Chartres, valle del Loira, primera quincena de agosto. Frío en la calle y temblor asombrado ante la envergadura de una catedral que se convertiría en canon del arte gótico a lo largo y ancho del continente europeo. La lluvia golpea la ennegrecida fachada sur, que sigue reclamando una limpieza integral, y se hace piedra ante la maestría de los canteros que dieron forma al fantástico, inigualable pórtico norte, o los artesanos del vidrio que dieron luz a las mejores vidrieras del siglo XIII con su famoso "azul de Chartres". En su camino hacia esta icónica catedral adonde hoy, como todos los domingos de Ramos, peregrinarán miles de católicos franceses, el viajero ha pasado por lugares tan emblemáticos como Chambord o Tours, ha pisado catedrales, castillos, palacios, ha cruzado ríos profundos y bosques cerrados, toda la exhibición de riqueza que ofrece un país con el que la madre naturaleza fue pródiga en exceso, hasta tal punto generosa que, según una broma tan extendida como vieja, los dioses se vieron en la obligación de llenarlo de franceses para compensar. Los 67 millones de habitantes del país vecino están hoy llamados a las urnas para elegir presidente de la República. Un país rico, una potencia nuclear con un PIB que dobla al español, con empresas multinacionales, con presencia en la investigación tecnológica, con científicos, artistas y deportistas de renombre, con el aura que todo lo "francés" ha expandido por el mundo a lo largo de generaciones, pero que, tópicos al margen, se encuentra en una verdadera encrucijada de su historia, víctima de esa sociedad acomodaticia que se ha apoderado de tantos países occidentales, acostumbrada a disfrutar de las ventajas de un Estado del Bienestar que durante la pandemia ha llegado a dedicar el 65% -todo un récord mundial- del PIB a gasto público, que ha bajado los brazos, ha desertado de cualquier forma de sacrificio y se niega a aceptar las reformas que le permitirían responder a los desafíos del siglo XXI. Francia ha dejado de ser una gran potencia para convertirse en un país de segundo orden, muy lejos de esa Alemania con la que un París ensimismado en su "grandeur" ha pretendido competir por el liderazgo de la UE Un crecimiento prácticamente nulo desde hace años y que desde la década de los setenta del siglo pasado no ha vuelto al pleno empleo. Una productividad estancada y una deuda pública que ha escalado hasta los 2,82 billones (1,4 billones la española) y que ha convertido a Francia en un país que ha perdido su autonomía y hasta cierto punto su independencia puesto que depende, como España, de la "caridad" de un BCE que lleva tiempo comprando toda la deuda neta que emite, en un proceso a punto de expirar y que anuncia la posibilidad de una crisis de deuda inapelable en cuanto el tesoro galo, como el español, se vea en la tesitura de tener que salir a financiarse en el mercado. En realidad, Francia ha dejado de ser una gran potencia para convertirse en un país de segundo orden, muy lejos de esa Alemania con la que un París ensimismado en su "grandeur" ha pretendido competir por el liderazgo de la UE. La crisis del Covid no ha hecho sino confirmar el descuelgue de Francia de los países frugales, ricos, serios, devotos del santo temor al déficit, para incrustarlo de lleno en el llamado "Club Med", los países ribereños del Mediterráneo con deudas públicas insostenibles en el medio largo plazo. La sociedad gala es al mismo tiempo beneficiaria y víctima de un Estado elefantiásico, un Leviatán tan pesado como inmanejable que una mayoría se niega a reformar. Un Estado sobre el que cada día nuevos colectivos con vocación extractiva, y a menudo con la violencia por bandera, se cuelgan de sus faldas benefactoras con demandas ante las que el político en ejercicio, el Macron de turno, termina claudicando con la firma del correspondiente "cheque", algo que no hace sino engordar la deuda y multiplicar las dificultades del país para salir del hoyo. Los cimientos de la nación francesa están hoy muy dañados por el colectivismo, el odio de clases y el auge de la violencia, muy a menudo de carácter étnico. Los intentos de reforma se saldan con movimientos tan polémicos como el de los "chalecos amarillos" y desde luego con la claudicación de la "autoridad". El resultado es que cada nueva gran crisis -la financiera de 2008, la de los chalecos amarillos, la posterior y más reciente del Covid-, se salda con Francia bajando un nuevo peldaño en la escalera de las grandes potencias. Algunas certidumbres en apariencia sólidamente ancladas en el inconsciente colectivo del francés medio han saltado por los aires con la pandemia, tal que la de contar con uno de los mejores -desde luego de los más caros- sistemas de salud del mundo; o la de disponer de tecnología suficiente como para lanzar su propia vacuna antiCovid, o la de disfrutar de un Estado capaz de proteger a la nación ante cualquier desafío, o, en fin, la de compartir el liderazgo de la UE con esa gran potencia que es hoy la Alemania reunificada. A resultas de lo cual y como en tantos países de la Unión, desde luego en España, una ola de desconfianza en las instituciones se ha instalado en el corazón de esa nación llamada hoy a las urnas, en las instituciones y en una clase política que sigue tratando a los ciudadanos como menores de edad, a los que hay que atiborrar de propaganda para que vuelvan al correcto sendero por el que nosotros, las elites parisinas educadas en la "Grande École", queremos que mansamente caminen. Una Francia a punto de perder el control de su destino, con una población envejecida -como la española-, un crecimiento raquítico -como el español-, un desempleo estructural -ídem de lienzo-, unas pensiones que solo puede pagar endeudándose –como en España-, y una deuda pública fuera de control, también como la española. El futuro convertido en una gran incógnita. Desaparecidos los dos grandes partidos -la derecha gaullista y el partido socialista- que dieron vida a la V República, de enfrentarse a panorama tan desalentador se encargó a partir de 2017 Emmanuel Macron, un político sin partido que guarda algunas curiosas similitudes -desde luego su desparpajo y su capacidad para reinventarse- con nuestro Pedro Sánchez, aunque entre el exejecutivo de banca Rothschild y el jeta que plagió su tesis doctoral medie el mismo parecido que entre un huevo y una castaña. Las grandes reformas prometidas se han quedado a medio camino, cuando no han sido postergadas. El desempeño con el empleo ha sido una de las sorpresas agradables de su mandato. La inflación, otra. Con una tasa del 4,5% en marzo, una de las más bajas del mundo desarrollado, muy por debajo del 6,2% de Reino Unido, el 7,3% de Alemania, el 9,8% de España y el 11,9% de Holanda, la decisión tomada en 2021 de topar los beneficios de las empresas energéticas galas, en su mayoría estatales, ha resultado un éxito que ha beneficiado a los consumidores y ha relanzado su candidatura a la reelección, aspiración favorecida también por el protagonismo alcanzado con su papel de mediador ante Putin tras la agresión rusa a Ucrania. Emmanuel ha dejado de lado la retórica habitual de sus brillantes discursos para lanzarse a degüello contra su oponente bajo el argumento, tan poco sofisticado, tan familiar a oídos españoles, de la "extrema derecha" En las últimas semanas, sin embargo, las encuestas vienen mostrando una caída de las acciones de Macron en la bolsa de valores electoral, mientras suben como la espuma las de Marine Le Pen. De modo que Emmanuel ha dejado de lado la retórica habitual de sus brillantes discursos para lanzarse a degüello contra su oponente bajo el argumento, tan poco sofisticado, tan familiar a oídos españoles, de la "extrema derecha", un escenario insospechado a primeros de año, cuando el enemigo a batir era Eric Zemmour. El problema es que el propio Macron se ha comportado no pocas veces estos años de manera tan autoritaria, despótica incluso, ha utilizado la mano dura con tanta frecuencia y no solo con los chalecos amarillos, que es poco probable que los intentos de meter miedo con el avance de la "extrema derecha" no logren impresionar en demasía a esos millones de antiguos votantes socialistas que ahora prefieren hacerlo por la derechista Le Pen. De cara a la segunda vuelta, donde muy probablemente competirá con Le Pen, Macron volverá a prometer hincarle el diente a las grandes reformas pendientes: poner coto a la inmigración ilegal; recuperar el control de distritos enteros donde no rigen los valores republicanos; volver a un crecimiento robusto hoy olvidado; abordar la reforma radical del Estado Leviatán, reduciendo el número de sus funcionarios; seguir siendo una potencia militar mediante las oportunas inversiones; contener la explosión de la deuda pública; mejorar la eficacia de la sanidad sin necesidad de volcar en ella más y más recursos; devolver a Francia aquel sistema educativo ("El proyecto de educación, que está en el corazón de mi proyecto para sacar adelante al país, será una prioridad y debe poder iniciarse inmediatamente después de las elecciones", toda una declaración de principios que marca la frontera entre un político de calado y un desvergonzado charlatán de feria como Sánchez, capaz de reducir a escombros el sistema educativo español) que la hizo famosa, y todo lo demás. Celebrada la segunda vuelta y una vez elegido, las aguas volverían al cauce de los elegantes discursos huecos que han caracterizado su primer quinquenio. Hace ya mucho tiempo que Edmund Burke escribió que "un Estado que no dispone de los medios para su reforma, no dispone de los medios para su supervivencia". Al final, todo se reduce a una cuestión doctrinal. Ideológica si se quiere. Él mismo acaba de describir (entrevista en Le Figaroeste 6 de abril) la esencia del macronismo como el intento de "reagrupamiento de la socialdemocracia, la ecología del progreso que rechaza el decrecimiento, el centro político, los radicales, la derecha orleanista y parte de la derecha liberal y bonapartista". Acabáramos. La socialdemocracia. La verdadera ideología que, unas veces gestionada por la derecha, otras por la izquierda, ha dominado Europa desde el final de la II Guerra Mundial, pero que se ha demostrado ya como una herramienta inservible para dar respuesta a las demandas de crecimiento y progreso que reclaman las nuevas generaciones de europeos. Millones de franceses lo saben, razón de más para que sigan apostando por darle hilo a la cometa de un Estado benefactor llamado a colapsar más pronto que tarde. Hasta que el cuero aguante. Pero muy probablemente también lo sabe la ola creciente de votantes de esa "extrema derecha" que cada vez mete menos miedo en el cuerpo a la gente. Enmanuel tiene un problema con Marine/>
Artículo de JESÚS CACHO Vía VOZ PÓPULI

domingo, 3 de abril de 2022

DE CABEZA A LA POBREZA

La vida de Juan Español ha cambiado a peor. En el bar de la esquina, en el supermercado, en la gasolinera, en casa, con el recibo de la luz y el gas. Todo se ha vuelto más caro. La escalada del IPC en lo que va de año no deja de impresionar: 6,1% en enero, 7,6% en febrero y 9,8% en marzo, la más alta desde mayo de 1985, con Felipe en Moncloa y Boyer en Economía. Según Funcas, eso se traduce en una pérdida global del poder adquisitivo de los hogares de 16.700 millones, y ello siempre y cuando la curva empiece a ceder, que será peor en abril con seguridad, y consiga cerrar el año en un 6,8% de promedio. Frente a semejante realidad, la propaganda de Sánchez ofreciendo cataplasmas temporales con 6.000 millones (cifra equivalente al exceso de recaudación de Hacienda debida precisamente a la inflación) solo produce indiferencia cuando no desdén. Adiós al sueño de esa recuperación brillante que algunos auguraban antes de lo de Ucrania. Mejor guardar los ahorros de una vida, a los que ese 9,8% ha metido un buen bocado, en espera de tiempos mejores. Incertidumbre. Sobre la espuma de un Estado del Bienestar que aspiró a acompañar la vida del español medio desde la cuna a la tumba, flota ya el espectro de los cambios que no se hicieron a su hora, las reformas que se postergaron, las decisiones políticas que se tomaron mal, por meras razones ideológicas o de partido. Cuestan más los bienes y servicios que consumimos y valen menos nuestros ahorros. Todos vamos a ser más pobres, somos ya más pobres. Y no para un rato. Más pobres individual y colectivamente, como el país de segundo orden que somos, capaz de renunciar a su industria para convertirse en un proveedor de servicios básicamente turísticos. Decisiones políticas mal tomadas. Toda economía desarrollada se asienta sobre una potente estructura productiva, cuya columna vertebral es una industria boyante capaz de competir a escala global. España carece de músculo industrial porque, por decisión política, todo se desmanteló y liquidó por cuatro perras, muchas veces llegadas de Bruselas como contrapartida. La reindustrialización del país, objetivo a perseguir por cualquier Gobierno preocupado por el futuro, descansa hoy más que nunca sobre un pilar fundamental llamado autosuficiencia energética. Cuando estos días nos acercamos con nuestro coche a una estación de servicio, comprobamos en nuestras carnes el error de una Unión Europea convertida en rehén del gas y del petróleo rusos, por no hablar del procedente de las satrapías del Oriente Medio. Y el error de un país, el nuestro, totalmente dependiente del exterior para su aprovisionamiento energético, fundamentalmente del gas de Argelia y de la energía eléctrica (de origen nuclear) de Francia. Aquí las nucleares están prohibidas y las que existen, amenazadas de cierre inminente. Hace décadas que nadie invierte un duro en prospección petrolífera en la península y sus costas, y otro tanto cabe decir del fracking en un país donde la izquierda ecotonta está acostumbrada a imponer su ley con la anuencia de los Gobiernos de izquierda y de derecha, y la indiferencia de una sociedad civil en Babia. De construir pantanos ni hablamos, porque es franquista. España carece de músculo industrial porque, por decisión política, todo se desmanteló y liquidó por cuatro perras, muchas veces llegadas de Bruselas como contrapartida El resultado es que ya somos un país de segundo nivel, sumido en la tormenta perfecta de una crisis multisecuencial, que no deja de perder posiciones en los rankings internacionales que miden el nivel de vida de sus gentes. El PIB per cápita español en 2021 (25.410 euros) es idéntico al de 2004. El de Irlanda, una isla que hace décadas solo producía patatas, fue en 2021 de 83.990 euros. Pero, claro está, somos un país que ha sido capaz de elegir a un presidente como Zapatero, a otro como Rajoy y a un tercero, tres eran tres, como el profundamente ignorante y ególatra Sánchez, un tipo capaz de, por su cuenta y riesgo, tomar una decisión como la del Sáhara poniendo en grave riesgo el suministro del gas argelino. Un país que ha despilfarrado las capacidades que en materia de energía nuclear atesoraba, pero que está obligado a volver sobre una fuente fundamental en la composición de nuestro mix energético si queremos competir y crear empleo y mantener un cierto nivel de vida. Ya se ha escrito mucho sobre la decisión de Macron de instalar nuevas centrales nucleares. Esta misma semana, el Gobierno de Boris Johnson ha anunciado la sustitución de buena parte de las centrales nucleares británicas a punto de finalizar su vida útil por una serie de minireactores, fabricados por Rolls-Royce, los llamados Small Modular Reactors (SMR), que pueden ser fabricados en un lugar distinto al de su instalación y que además permiten abaratar costes y reducir el impacto medioambiental, ello en un esfuerzo por reducir la dependencia del gas y el petróleo y alcanzar lo que hoy es la gran meta de cualquier país desarrollado: la autonomía energética. Un asunto tabú en España. Nadie, en efecto, se atreve aquí a hablar del tema por miedo a la reacción en tromba de la izquierda ecotonta y sus altavoces mediáticos, pero alguien deberá romper el fuego de una energía cuya aportación resulta estratégica para lograr la autonomía energética. La nuclear y las renovables, naturalmente, tan ensalzadas por esa izquierda tan proclive a olvidar que el cobalto y otros minerales estratégicos esenciales en la construcción de las placas solares y los molinillos proceden de minas situadas en países como el Congo, en las que trabajan niños en condiciones de semi esclavitud. Tan proclive a olvidar, también, que con la instalación de las placas y molinillos que arruinan nuestros paisajes no participamos en la cadena de valor correspondiente, porque todo lo importamos del extranjero, de países como Alemania, que aquí no creamos ni valor añadido ni puestos de trabajo. Urge poner remedio de inmediato a nuestra dependencia energética, en el bien entendido de que no es posible esperar resultados de un programa de esta naturaleza en el corto/medio plazo. Razón de más para, cuanto antes, poner manos a la obra en procura de esa autonomía energética, y hacerlo por encima de las ideologías, como un imperativo patriótico, una cuestión de soberanía nacional y de bienestar colectivo. La situación de las cuentas públicas, que no hace más que empeorar con cada decisión que adopta un Ejecutivo superado por las circunstancias, no admite demora y reclama cirugía radical en forma de ajuste La misma urgencia reclama la necesidad de proceder a la consolidación de unas cuentas públicas en situación insostenible. Este es, quizá, el mayor nubarrón que se yergue sobre el bienestar y el nivel de vida de los españoles. La amenaza inminente de empobrecimiento colectivo. En un escenario de bajo o nulo crecimiento y alta inflación, con un BCE obligado a subir tipos y cerrar el grifo de las compras de deuda soberana, la evolución de la prima de riesgo española es tan perfectamente descriptible como imaginable. La espada de Damocles de una crisis de deuda es algo más que una hipótesis. Nuestra deuda pública alcanza ya los 1,42 billones de euros -datos del BdE correspondientes a enero-, tras doblar prácticamente su tamaño en una década. Una espiral vertiginosa que no parece preocupar a nadie, menos aún a este Gobierno de ignorantes, y que indica que España lleva tiempo viviendo por encima de sus posibilidades, gastando mucho más de lo que ingresa. El dique de contención de la más elemental prudencia ha sido rebasado por argumentos variopintos, desde la pandemia a la guerra de Ucrania, pasando por esa bandera tan querida de la izquierda, la lucha contra una "desigualdad" que en realidad no aspira más que a igualar a todos en la más ignominiosa pobreza. Una deuda que habrá que pagar, porque solo los comunistas de Podemos y algún otro iluso creen el cuento de la cancelación de la deuda, de que la deuda soberana no se va a pagar nunca. Basta preguntar a los acreedores internacionales qué piensan al respecto. Una deuda cuya amortización, en el horizonte de subida de tipos e inflación galopante, exigirá cada vez más y más recursos. Es decir, más impuestos. Más pobreza colectiva. Este es un país condenado a la irrelevancia por culpa de una clase política depauperada y de una sociedad que la ha tolerado con su voto cada cuatro años Cualquiera que sea el Gobierno que se haga con las riendas en sustitución de este que ahora padecemos deberá tomar cartas en el asunto de inmediato. El panorama no deja de ser aterrador para un PP que acaba de estrenar presidente. La situación de las cuentas públicas, que no hace más que empeorar con cada decisión que adopta un Ejecutivo superado por las circunstancias, no admite demora y reclama cirugía radical en forma de ajuste que una sociedad entre hedonista e infantil como la española difícilmente soportará. Pero no hay vuelta atrás. Este es un país condenado a la irrelevancia por culpa de una clase política depauperada y de una sociedad que la ha tolerado con su voto cada cuatro años. Una sociedad envilecida, muy castigada por unas leyes educativas que parecen perseguir la destrucción total de la nación de ciudadanos libres e iguales. No hay en un país riqueza natural comparable a la de una población bien educada. Es la tercera forma de pobreza que amenaza el horizonte español a largo plazo: la existencia de unas leyes educativas que el nuevo Gobierno deberá enviar a la basura al día siguiente de llegar al poder. Que el PSOE haya decidido acabar con la enseñanza pública de calidad en nombre de no sé qué igualdad es uno de esos crímenes que un país serio no debería perdonar nunca a su autor. Los socialistas han decidido condenar a los hijos de las familias españolas con menos recursos a la sempiterna pobreza, al privarles del ascensor social que suponía, para cualquier joven inteligente, una buena educación pública. Los buenos empleos quedarán reservados para los hijos de las familias de clase media y alta, capaces de pagar los mejores centros educativos privados. Desde luego para los hijos de la elite socialista, que naturalmente jamás osarán llevar a sus hijos al colegio público del barrio. Un Gobierno que ha destruido la Educación, que ha laminado el Estado de Derecho (la utilización de la Ley Concursal para premiar los servicios prestados por la FGE Lola Delgado, es la última de sus fechorías) y que se ha convertido en el mayor peligro para el bienestar de las familias españolas. Sacarlo del poder cuanto antes es ya una cuestión de urgencia nacional. />
Artículo de JESÚS CACHO Vía EL MUNDO