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sábado, 31 de marzo de 2018

LA SEMANA SANTA Y LA POLÍTICA

Esta tradición con cinco siglos de antigüedad se ha ido convirtiendo en un festejo popular tan desprovisto de significado político como alejado del mensaje religioso


Los ministros Rafael Catalá, José Ignacio Zoido, Íñigo Méndez de Vigo, Juanma Moreno y Antonio Sanz. (EFE)


Todos los años reproducimos la misma polémica. Que si la bandera en los cuarteles, que si los políticos en las procesiones, que si las calles, que si el Cristo de la Buena Muerte... He de decir que esta polémica es bastante cansina para un católico dudoso como un servidor. He de comenzar diciendo que esto de ser católico es solo una manera accidental de ser cristiano y que por tanto no ha de confundirse el mensaje con el mensajero. La Iglesia católica es solo el mensajero. No conviene liarse criticando los ropajes, el burro o la alabarda del heraldo. Lo importante es leer la carta que lleva en su mano. Esté su mano sucia o limpia, opulenta o menesterosa, enjoyada o desnuda. El mensaje señores es lo importante.

La Semana Santa hispana, aunque ya existían cofradías antes, tomó impulso durante la contrarreforma como una reacción a la iconoclasta reforma protestante y como manera de contar la pasión a un pueblo mayoritariamente analfabeto. Un pueblo que no leía la Biblia y no entendía el latín de las misas, y que utilizaba la mediación de la madera policromada para entender el mensaje. Mientras los protestantes utilizaban la imprenta y la Biblia como manera personal de relacionarse con el altísimo, desechando la imaginería al tenerla por idolatría, los católicos hispanos se refugiaron en esas imágenes tan vívidas de la Pasión.

Mientras los protestantes utilizaban la imprenta y la Biblia para relacionarse con el altísimo, los católicos hispanos se refugiaron en las imágenes

Maderas llenas de sangre y llagas, para asegurar la intermediación de la Iglesia, mantener el negocio del arrepentimiento y, lo que era más esencial en el catolicismo, que era la unidad del mensaje en unos tiempos confusos y convulsos. De esto trata la Semana Santa hispana. En esta tarea estaban juntos el poder eclesiástico y el terrenal, porque para ambos era un asunto peligroso este de las conciencias libres de intermediarios. Recordemos que los reyes lo eran "por la gracia de Dios". Tan peligroso era el asunto, que fueron los puritanos británicos los primeros en cortar la cabeza a un rey, más de 100 años antes que los franceses. Desde entonces lo civil y lo eclesiástico han caminado juntos en las celebraciones de la Semana Santa, salvo breves interrupciones.

Es, pues, una tradición con cinco siglos de antigüedad que, como todas, ha ido perdiendo su sentido originario y se ha ido convirtiendo en un festejo popular tan desprovisto de significado político como alejado del mensaje religioso. Las calles de hoy no se llenan mayoritariamente de fervorosos creyentes, seamos realistas, se llenan de turistas que quieren revivir un espectáculo que ancla a su país con una historia de siglos. Quieren desplazarse por unos momentos a otro mundo y a otra época, pero no mostrar sometimiento al poder de la Iglesia. La Semana Santa tiene hoy de demostración de poder eclesiástico lo mismo que Villalar de los Comuneros de celebración de sometimiento a la nobleza castellana.



Es por esta razón por la que a muchos católicos nos la refanfinfla el hecho de que los políticos vayan o no vayan a las procesiones, que la Legión desfile o no, o que la bandera ondee a media asta o permanezca en lo alto de los mástiles. Es solo una tradición. No tiene que ver con lo que nosotros pensamos, sentimos o creemos. Es más, a muchos nos gustaría ver a los políticos más alejados para que las procesiones retomaran algo de su sentido de contemplación del Misterio de la Buena Noticia y que no se redujeran a la celebración a un acto social.

De hecho, muchos políticos católicos no vamos de portaestandartes y nos limitamos a respetar la manera de vivir de los demás. Pero también nosotros creemos que solamente el pueblo puede decidir cómo celebra y cómo vive sus tradiciones y su historia. Los amantes del pueblo y de la libertad podrían simplemente, si tienen el valor suficiente, proponer cuándo se presenten a las próximas elecciones, cómo quieren que sus administraciones nacionales, autonómicas o municipales gestionen o participen en estos eventos. Tan sencillo como eso.

A muchos nos gustaría ver a los políticos más alejados para que las procesiones retomaran algo de su sentido de contemplación del Misterio

Por mi parte yo acudiré un año más al único acto de la Semana Santa al que procuro no faltar: la vigilia del Sábado Santo. Esa reunión de cobardes asustadizos. Hombres y mujeres esperanzados pero dubitativos. Personas que han creído, pero que también han negado tres veces… o más. Gentes que esperan, juntas y a escondidas, saber si todo era verdad o mentira. Esa celebración en la que la luz se abre paso poco a poco a través de la oscuridad. Así vivimos muchos nuestros días y nuestra fe.
Sin certezas, sin muchas luces, pero con algo de esperanza en que todo esto tenga algún sentido.

Por lo demás me gustaría dejarles con una frase de un italoargentino nacido en Buenos Aires pero residente actualmente en Roma. "Un Estado debe de ser laico. Los estados confesionales habitualmente acaban mal. Va contra la historia", Jorge Mario Bergoglio.



                                              FRANCISCO IGEA ARISQUETA   Vía EL CONFIDENCIAL

LA FERTILIDAD DE EUROPA



Ningún país europeo, con la excepción de Francia, presenta una tasa de fertilidad que permita el mantenimiento del actual volumen de población, es decir, la equivalente a dos hijos por mujer. 

A esta se acerca bastante Irlanda también, que hasta los años noventa poseía la tasa de fertilidad más alta entre todos los países de Europa Occidental, pero que ahora se halla en fase descendente, aunque de evolución desigual, con una tasa de 1,96. 

La distancia respecto al umbral que asegura la estabilidad de la población, con todo, varía mucho según los países. Hay algunos, como Reino Unido y Suecia, que tienen tasas superiores a 1,8 hijos por mujer y que, sobre todo, dan muestras de estabilidad, cuando no de tendencia al aumento, en comparación con los años noventa del siglo pasado. 

Algo parecido puede decirse de otras naciones, como Países Bajos, con una tasa más baja, en torno al 1,7, pero también superior a la de los años noventa y a la primera década del siglo XXI. 

En el otro extremo están los países que los demógrafos consideran de baja fertilidad, los de menos de 1,5 hijos por mujer, entre los que se encuentran casi todos los países del Mediterráneo, con la excepción de Chipre, pero incluyendo a Italia y España, así como un buen número de países de Europa del Este, y también Alemania, por más que esta se halle próxima al umbral del 1,5.

Una población con una fecundidad por debajo del nivel de reproducción es una población que envejece inexorablemente, provocando desequilibrios en el gasto sanitario y en el de las pensiones, que pesa sobre las cada vez más reducidas generaciones jóvenes. 


Además, con toda la sabiduría y experiencia que podemos reconocer a los ancianos, si estos prevalecen en la población es más difícil que una sociedad sea capaz de generar innovación cultural, científica y tecnológica. Tampoco hay que olvidar que en las sociedades democráticas las decisiones relativas a la fertilidad son fruto de la libertad. Esto significa que ofrecen la posibilidad de decidir el tener o no tener hijos o la de tener el número deseado, al reducirse las restricciones materiales y culturales que limitan la libertad de elección. 

Sin embargo, el hecho de que en todas las sociedades europeas, y de manera más acusada en las de menor fertilidad, exista una brecha entre el número deseado de hijos y el número de hijos que efectivamente se tienen, indica que aún hay limitaciones para una libre decisión en materia de fertilidad que podrían ser alentadas por decisiones políticas. En esta perspectiva, las diferencias entre los países anteriormente señalados pueden ofrecer pistas significativas.

Las tasas de fecundidad más altas se localizan en los países en los que la tasa de empleo femenino es más alto, la posibilidad de modificación del nivel de compromiso con el trabajo resulta más fácil y reversible, y las subvenciones de los costes de los hijos a través de servicios y/o transferencias monetarias son más generosas. 

Por el contrario, en países como Italia, donde una baja tasa de empleo femenino viene acompañada por un apoyo estatal al coste de los hijos escaso y a menudo fragmentario y por servicios insuficientes, la fertilidad no solo es baja, sino que tiende a disminuir. Al mismo tiempo, la pobreza infantil es alta. En la medida en la que la mayor parte de las mujeres espera, y desea, incorporarse al mercado laboral e invertir en una profesión, la posibilidad de disponer de instrumentos para conciliar esta aspiración con la maternidad se convierte en crucial para las opciones de fertilidad.

Es difícil, e incluso poco oportuno, proponer una política europea en apoyo de la fertilidad. Lo que no obsta para reconocer que ciertas directrices europeas a favor de la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres, así como la directiva sobre permisos de maternidad y parentales, la definición de los objetivos mínimos de cobertura para los servicios de la infancia, y más recientemente la adopción del discurso sobre la inversión social han contribuido a reformular las políticas en apoyo de la fertilidad como políticas a favor de la igualdad de oportunidades y, al mismo tiempo, de la inversión social. 


Pero para desarrollar estas políticas es necesario que los distintos países se muestren sensibles hacia su propio capital humano, masculino y femenino, autóctono o inmigrante, invirtiendo en él y no desperdiciándolo. Y es necesario que a los jóvenes se les ofrezcan perspectivas de vida lo suficientemente positivas. Ambas condiciones son particularmente frágiles en muchos de los países con las tasas de fertilidad más bajas.



                                                                   Chiara Saraceno
                                                                   Socióloga
                                                                  Vía EL PAÍS 

La muerte del “prusés” y el parto de un futuro para España

Jordi Turull, antes de entrar en prisión efe


Resultó que la sacerdotisa del Movimiento indepe, la aguerrida dirigente de ERC que llamaba a la resistencia numantina contra el invasor hispano, la que hace apenas unos meses exigía a Puchimón que ni un paso atrás, la que con ojos llorosos juraba que “nosaltres no ens rendirem, lluitarem fins al final”, puso el viernes pies en Polvorosa y, en lugar de dar la cara ante el juez Llarena, se fugó a Suiza en deslumbrante paradoja del destino del prusés, atronadora coda final al fracaso de un proyecto totalitario que ha fracturado en dos la sociedad catalana, ha malherido sus instituciones autonómicas y ha arruinado su economía.

La farsa se ha derrumbado. Con su huida del escenario del crimen, la bella Marta, la Marta corta de entendederas que todos conocemos, se salvó de ingresar en prisión como le ocurrió al resto de líderes independentistas. Cuando das un golpe de Estado y lo pierdes, lo menos que puedes esperar es la cárcel. Antaño, quien se alzaba contra el poder establecido era pasado por las armas sin juicio previo en la playa de San Andrés o ante un tapial de adobe encalado. Afortunadamente hoy las cosas han cambiado. A la cárcel. No hay otro final posible en una democracia. Más de media Cataluña respira hoy aliviada.

El prusés se ha cocido a fuego lento en la salsa de su radical impostura. Algunos lo adelantaron hace tiempo: “éstos terminarán a tortas, porque las contradicciones son tan obvias que, privados de cualquier apoyo internacional, se vendrán abajo sin necesidad de que Madrid mueva un dedo para acabar con el quilombo”. 

El prusés se apaga, tras haber logrado embarcar en la aventura a dos millones de catalanes que cayeron en las redes de un Movimiento identitario supremacista y xenófobo. 

El Gobierno, en efecto, apenas ha necesitado mover ficha. Un triunfo del tancredismo de Mariano. Y un 155 blando que ni siquiera fue capaz de tocar la poderosa maquinaria de agitprop nacionalista. 

En una vergonzante demostración de falta de agallas, Rajoy ha dejado en manos de la Justicia el desmoche del golpe, perdiendo una oportunidad de oro para haber asestado al independentismo un correctivo capaz de ponerlo fuera de juego durante décadas. 

La cobardía de Rajoy y el miedo de un Felipe González, autor de esalamentable frase según la cual “Ojalá no se le ocurra [al magistrado Llarena] meter en la cárcel a ninguno de ellos”, en referencia a lo ocurrido el viernes.

Felipe González y Mariano Rajoy. PSOE y PP. Las dos patas con las que ha caminado la Transición desde la muerte de Franco. Dos políticos amortizados; dos partidos en descomposición. Dos goletas gemelas, “El Prusés” y “La Transición”, que se hunden en el océano de las miserias de la historia. Los dos lastrados por el peso de la corrupción. 

El primero dinamitado por la soberbia altanería de quienes han pretendido acabar con la democracia española, echando un pulso a uno de los Estados nación más antiguos de Europa. La maquinaria judicial de ese Estado, lenta pero inexorable, ha llegado para poner a unos golpistas en fuga y a otros en prisión.

Al margen de la destrucción que le es consustancial, el prusés no ha logrado ninguno de sus objetivos. El separatismo sale del lance fracasado y roto en al menos cuatro bloques. La vía emprendida en septiembre de 2012 está cegada. Anulada incluso la posibilidad de un Govern nacionalista operando dentro de los márgenes de la legalidad, sencillamente porque la CUP lo impediría, razones todas que abonan la inevitabilidad de unas nuevas autonómicas en julio.

Hay quien sigue opinando, por el contrario, que el separatismo no dejará escapar la oportunidad de formar Gobierno y acceder cuanto antes al Presupuesto. Bastaría con que Puigdemont y su acólito Comín renunciaran a sus escaños para que el bloque indepe pudiera elegir presidente –tal vez alguna de las tontas ilustradas que están en lista de espera- por 66 votos contra 65, con la abstención de la CUP. 

Seguir chupando del bote en la esperanza de, mediante el lavado de cerebro continuo que posibilita el control de la Educación y el aparato de agitprop, ensanchar la base social del independentismo –el gran objetivo-, de modo que dentro de unos pocos años seamos capaces de superar la barrera del 50% de los votos y lograr un cierto respaldo exterior. Porque el prusés ha muerto, pero el independentismo no. 

Para reducir el independentismo a sus porcentajes habituales, a los cauces por los que siempre discurrió hasta que el sacamantecas Pujol y su consejero delegado, Artur Mas, decidieron en 2012 echarse al monte para escapar de la Justicia, sería necesario desalojar primero a Mariano de la Moncloa y al PP del Gobierno. 

El parto de un futuro para España

Derrotar al independentismo reclama como premisa hacer brotar del corazón de esta España atrapada en el fango del final de la Transición un poderoso impulso regenerador capaz de dar a luz un país distinto, capaz de diseñar un futuro digno de ser vivido por la inmensa mayoría. Una sociedad abierta, en una España democrática. 

Porque, lo hemos dicho muchas veces, hace muchos años, el problema no es Cataluña: el problema es España y la pobre calidad de la democracia española, atrapada en la corrupción en la que han medrado los grandes beneficiarios del sistema: PSOE y PP, los nacionalistas vascos y catalanes, y el rey Juan Carlos en la cúspide de la pirámide. 

La Transición es el pasado, cierto, pero lo que ha de venir, lo que está por nacer, no acaba de superar un parto que entre todos deberíamos intentar que fuera lo menos doloroso posible. El parto de un futuro para España. El de una democracia liberal que, bajo el imperio de una ley igual para todos, sea capaz de asegurar la prosperidad, la seguridad y la libertad de los españoles.

Es obvio que con los mimbres podridos de la Transición es imposible abordar siquiera el diseño de ese futuro. Tanto PP como PSOE han dejado de ser partidos democráticos, entendido ello en los términos que establece el mandato constitucional, para convertirse en algo parecido a bandas, grupos de poder corroídos por la división interna en los que los distintos clanes luchan a muerte por mantener a salvo su parcela, con desprecio del bien común. 

Algunas ramas verdes le han salido al viejo olmo seco español. La primera y más potente es la del rey Felipe VI, el motor capaz de poner en marcha, ante la insoportable indolencia, probablemente delictuosa, de Rajoy, la actuación de los jueces contra los protagonistas del golpe. Todo lo ocurrido estos días está en el famoso discurso de Felipe VI, en el nítido mandato que el Monarca envía al poder judicial conminándolo a hacer cumplir la ley. 

Ese es el verdadero “auto” con el que un juez independiente como Llarena ha enviado a la cárcel a los sediciosos. Porque el Gobierno Rajoy ya estaba dispuesto a pastelear de nuevo, poniendo al ex conseller Forn en libertad a través del Fiscal General del Estado, pobre Sánchez Melgar. Ha tenido que ser el Supremo, en un rapapolvo histórico, quien impidiera el atropello que pretendía cometer un Gobierno que no cree en nada, una gente cuyo único interés reside en conservar el poder como sea.

Un partido y un Gobierno que, si pudiera burlar la vigilancia de los jueces y la presión de la calle, pondría a los golpistas en libertad para poder seguir ocultando su visceral incapacidad y sus miedos a afrontar la realidad, en la esperanza de que esos golpistas que ayer mismo, en el tono fanfarrón propio del totalitarismo, amenazaron a las instituciones democráticas con la violencia callejera, se avinieran a cumplir la ley por una especie de prodigio divino. Felipe VI ha rescatado el honor de la institución monárquica. 

El Rey, primero, y los cientos de miles de catalanes que se echaron a la calle en las dos memorables manifestaciones que en octubre llenaron Barcelona y que lograron despertar de su letargo a tantos españoles decididos a gritar basta desde sus balcones engalanados con la rojigualda. Parece un razonable punto de partida para abordar la construcción de un futuro. 

Y con el Rey, un partido, Ciudadanos, a cuya orilla está mutando en masa el que antaño fue voto PP y, en menor medida, PSOE. Con Rivera al frente y con esa esplendida realidad en que se ha convertido Inés Arrimadas. Ciudadanos como proyecto de esa nueva derecha liberal que reclama la modernidad española, sin que de momento se pueda contar con la izquierda moderada, convertida hoy en un agujero negro imposible de descifrar bajo el miserable liderazgo de un Pedro Sánchez podemizado.

Pedir opinión al pueblo español en referéndum

Un futuro que pasa por enterrar Procés y Transición al tiempo, y trabajar en la concreción de un gran proyecto de regeneración nacional capaz de embarcar las ambiciones de las nuevas generaciones hasta el 2050. ¿Qué tipo de España queremos para ese horizonte no tan lejano? Un futuro que pasa por una reforma de la Constitución y que, en algún momento, antes o después, debería contemplar una llamada a las urnas para, referéndum mediante, permitir al buen pueblo español manifestar opinión sobre qué tipo de organización territorial y competencial quiere para el Estado. 

Es hora de poner remedio a algunas cosas que han funcionado mal en un Estado autonómico convertido en un despilfarro muy al gusto de las èlites extractivas locales. Poner remedio a aquel error que supuso el “café para todos”. ¿Será suficiente un buen acuerdo de financiación autonómica para satisfacer las aspiraciones de los millones de catalanes que quieren seguir siendo españoles? 

No se me ocurre ninguna forma mejor de saberlo que preguntando a los propios españoles. Nada se podrá hacer, sin embargo, mientras no logremos despojarnos del lastre en que para el futuro español se ha convertido Rajoy y el Gobierno del PP. 


Todo pasa, pues, por hacer realidad ese vuelco electoral que permita de una vez a este gran país levantar el vuelo hacia el futuro de libertad y progreso que merece. Hasta entonces, resignación.



                                                           JESÚS CACHO  Vía VOZ PÓPULI

viernes, 30 de marzo de 2018

CATALUÑA: DE LA TRAGEDIA A LA FARSA

/ AJUBEL


La tragedia se ha convertido en farsa. Camarillas independentistas disputan el mando de sus búnkeres irrelevantes de Barcelona y Bruselas. Algunos se han trasladado a un exilio alejado de la realidad. En este país de las 1.000 maravillas, la independencia es simbólica y la república catalana sólo existe en un mundo virtual en el que Puigdemont dará la bienvenida a un rey mago que vendrá a humillarse y pedir misericordia. Otros reinventan una historia en la cual Trapero y Forcadell intentaban distanciarse del butifarrendum. La hada madrina de Anna Gabriel ha agitado su varita mágica para trasformar a esa Cenicienta en una princesita improbablemente suiza. La tentación de desdeñar todas esas payasadas y travesuras es casi irresistible.

Pero en política el descuido no es aconsejable. En EEUU casi todos los intelectuales nos reíamos de Donald Trump cuando se presentó como candidato a la Presidencia. El Huffington Post llegó a excluir las noticias de la campaña Trump de sus páginas serias, relegándolas a la sección de entretenimiento, al lado de las aventurillas de estrellas de telenovelas. Y Trump llegó a la casa a pesar del desprecio de quienes no lo tomamos en serio. En Italia, un payaso por vocación, Silvio Berlusconi, ha cedido el paso al mando de la vida política a un payaso profesional, Beppe Grillo, cuyos gritos parecen más altos que las carcajadas de los políticos de verdad. En Inglaterra, Jeremy Corbyn, a quien los columnistas ridiculizaban cuando se le eligió por un accidente racionalmente inexplicable como líder del Partido Laborista, ya juega el papel de gran hombre de Estado y tiene serias opciones de suceder a May. La ridiculez de hoy puede ser la realidad de mañana.

En el caso catalán, el peligro sigue presente porque en el cuento de hadas donde habita el independentismo una minoría de votantes constituye una base legítima para disolver una democracia, socavar la Constitución, prescindir de las leyes y tiranizar a la mayoría. Mientras nos reímos de Puigdemont, él se mofa de los demás. Ojo: el último en reírse es el que ríe más fuerte.

Entre muchos aspectos incomprensibles del soberanismo sobresale la paradoja de que el catalanismo siempre se ha vanagloriado de su propia sofisticación y europeísmo, en contraste con el supuesto encerramiento en sí mismo del resto de España. Actualmente, los partidarios de la secesión se comportan como sátrapas orientales dignos de la política de Kazajistán. Cabe contemplar el problema en su contexto europeo y recordar que en el resto de Europa occidental los desafíos separatistas se han resuelto o se están resolviendo por vías legales, dentro de las constituciones vigentes. Así es en el Reino Unido ante los independentistas de Escocia y el País de Gales, y el desafío separatista en Irlanda del Norte. En Francia, los bretones y corsos que optan por declaraciones unilaterales son muy pocos y la respuesta a sus quejas se busca a través del diálogo. En Bélgica el balance entre flamencos y valones es precario, pero se mantiene pacíficamente. En la antigua Checoslovaquia, los checos y eslovacos lograron separarse sin romper la legitimidad del Estado anterior. En Italia el nivel de descontento entre los de la Liga Norte y los demás es alto, pero no vemos ninguna muestra de una quiebra constitucional. Ysi en Alemania el secesionismo bávaro llegara a imponerse, estoy seguro de que se mantendría dentro de la constitucionalidad.

Los únicos casos europeos -y se encuentran bastante al margen de la Unión Europea- donde los secesionistas han seguido los pasos del soberanismo catalán, declarando la independencia sin respetar la Constitución, son Kosovo y algunas comunidades de la franja oriental europea que añoran, por lo visto, el pasado soviético: Transnistria, que abandonó la república moldava de forma unilateral en 1992; y los territorios que han proclamado su independencia de Ucrania para unirse con Rusia.

¿Puede Cataluña ser como Crimea?

Ya sabemos la respuesta de los partidarios de la quiebra. El alzamiento -si se me permite la palabra- catalán es consecuencia legítima de las tiranías de Madrid, que no quiso hacer caso a los reproches de un número elevado de catalanes, descontentos por el rechazo de varias cláusulas de Estatuto y del reparto aparentemente injusto de los Presupuestos del Estado. Es cierto que el Gobierno ha menospreciado los agravios de Cataluña y se ha mostrado indiferente ante la necesidad de una reforma constitucional. Pero de tiranía nada, si no es la que ejercía el Govern, negándoles a los padres el derecho a que sus hijos aprendan la verdad de la Historia española y condenándoles a no tener un dominio del español. En una democracia auténtica, cuesta tiempo satisfacer a todos. La regla primordial del contrato social es que aceptemos los aspectos de la Constitución y de las leyes que no sean de nuestro agrado, y tratemos pacíficamente de cambiar estas normas. Mientras tanto, nos debemos a nuestros conciudadanos.

Un caso modélico es Escocia. El Partido Nacional escocés domina la política en esa parte del Reino Unido, con una mayoría aplastante en el Parlamento y una hegemonía abrumadora entre los representantes escoceses en Westminster. Pero los independentistas reconocen honradamente que tales circunstancias no constituyen una base adecuada para reclamar su futuro soñado. Siguen aguantando e intentando persuadir a una mayoría suficiente que apueste por separarse del Reino. Ni siquiera rechazan la Monarquía, que ha mantenido la paz del país en circunstancias más favorables que las que se encontró Juan Carlos I a la hora de asegurar el porvenir democrático en España.

Si Escocia logra independizarse, será una Monarquía con su majestad británica como jefe del Estado simbólico. Mientras tanto, el Reino Unido está llevando a cabo el mayor cambio constitucional que ha registrado el país desde 1972: el Brexit, lo que supone una gran desventaja para la economía escocesa. Los nacionalistas escoceses están aprovechando la oportunidad para hacer propaganda, pero también se dan cuenta de que mientras formen parte del Reino Unido están obligados a someterse a las decisiones políticas, democráticamente registradas, a nivel estatal.

Cabe contrastar las palabras del himno escocés con las de Els Segadors. Flower of Scotland (Flor de Escocia) es el himno que cantan en partidos internacionales de fútbol y rugby, sobre todo, cuando su selección se enfrenta a la de Inglaterra. Suena la gaita, cortesía de los gaiteros de batallones escoceses del ejército británico. El vulgo se alza cantando como si fueran a despertar a los muertos. Flor de Escocia, como Els Segadors en la versión que hoy se emplea, es una confección moderna, compuesta en los años 60 del siglo pasado, por el gran folclorista Roy Williamson tomando como referencia una canción tradicional.

Como en el caso de Els Segadors, Flor de Escocia apela a eventos históricos bastante lejanos y de poca relevancia a día de hoy: Els Segadors a una guerra civil de 1640; Flor de Escocia a una batalla de 1314, cuando el ejército escocés detuvo a los ingleses. Pero mientras Els Segadors celebra la violencia y honra las hoces ensangrentadas de unos insurgentes despiadados, Flor de Escocia muestra un tono de reconciliación: "Aquellos días son del pasado /Y allí deben quedarse. / Pero podemos surgir de nuevo / Para ser de nuevo aquella nación / Que confrontó al rey soberbio / Y le mandó a casa para pensarlo bien".

Siguiendo el ejemplo de lo mejor de la tradición británica, Flor de Escocia es una obra maestra de autocrítica y subestimación, que representa la mayor victoria de la Historia escocesa, como si fuera un rechazo cortés de un intruso que se mandó volver a casa para reflexionar. Incluso hay lectores de The Scotsman, el gran periódico de Escocia, que quieren cambiar la letra por ser excesivamente agresiva. He ahí el espíritu de un nacionalismo digno de un gran pueblo. Vuelvo a plantear la pregunta clave a nuestros amigos catalanes: ¿Queréis ser la Crimea de Occidente? ¿No les vale más ser como los escoceses?



                                                                FELIPE FERNÁNDEZ ARMESTO* Vía EL MUNDO

*Felipe Fernández Armesto es historiador y titular de la cátedra William P. Reynolds de Artes y Letras de la Universidad de Notre Dame (Indiana, EEUU).

LA POLÍTICA COMO VOCACIÓN

El autor reflexiona sobre los problemas de convertir la política en una profesión lucrativa y pide cambios que saquen al político de su burbuja y lo hagan depender de los ciudadanos.


REMKO DE WAAL Agencia EFE


Cuando todavía reverberan las voces de menosprecio que Mariano Rajoy dirigió a los cuadros de Ciudadanos, tachándolos de aficionados, a más de un directivo popular, presidente incluido, le habría convenido haber leído La política como vocación de Max Weber. No se preocupen los filántropos, la satisfacción intelectual que les habría producido conocer un error perfectamente descrito en la teoría política para no cometerlo en la práctica, se verá compensado con la ignorancia de haberlo cometido, pues no lo leerán nunca, precisamente por lo que pretendo explicar.

Que la política consiste en la lucha por el poder, es algo que a nadie con el grosero gusto de leer se nos escapa, desde que nos iniciamos con Maquiavelo y después con toda la escuela realista que ha seguido su estela.

Max Weber lo definió en innumerables obras y ocasiones: “Quien hace política aspira al poder; al poder como medio para la consecución de otros fines (idealistas o egoístas) o al poder por el poder, para gozar del sentimiento de prestigio que él confiere”. Es a través de estos matices donde el gran sociólogo alemán encontró una diferencia de orden sustancial. Para él había dos modos de hacer de la política una profesión: o se vive para ella o se vive de ella. La diferencia, empero, no es crematística.
Castas parasitarias de políticos han engrosado la nómina del Estado en España los últimos veinte años
Vive para la política quien la convierte en el centro de gravedad de su existencia, “hace de ello su vida en un sentido íntimo”, ya sea disfrutando del ejercicio del poder logrado, desarrollando su programa, u obteniendo la tranquilidad de conciencia que otorga poner la vida al servicio de una causa que le transciende. Vivir de la política como profesión es convertirla en una fuente permanente de ingresos. Ambas formas no son excluyentes. Quien no disponga de dinero de cuna o no haya sabido ganarlo en suficiente cantidad como para no tener que depender de él antes de dedicarse a la res publica, necesitará que la profesión de la política le financie sus necesidades vitales.


La diferencia fundamental entre el político de fuste y el funcionario de la política se halla en el lugar que Weber nos sugirió y que no es otro que la vocación. Trasladada a nuestros días, un verdadero aficionado a la política, entendiendo por ello a quien no ha vivido permanentemente de ella, puede resultar mucho más profesional que quien cree serlo. Viviendo para la política, ha podido dedicarle más energía y recursos, mientras desarrollaba otra actividad profesional, que quien lleva veinte años cobrando del erario público por calentar un escaño. Y sin costarle un euro al Estado. No habría más que analizar la libertad de su pensamiento, la hondura de su razón, el espíritu creador de su obra, las iniciativas políticas que ha emprendido desde la sociedad civil y el dinero que todo ello le ha costado personalmente. Incluso comprobando cual ha sido su actividad económica entre cargo y cargo público. Alguien así, vive para la política sin vivir de la política porque tiene vocación. Si hoy tiene un cargo público, es consciente de su carácter temporal. Y se ha preparado para ello.

Sin embargo, puede haber, y los hay, profesionales que han hecho de la política su modus vivendi, sin la menor vocación. Es el caso de quien vive de ella sin vivir para ella. También resulta fácil identificarle. Carece de ideales y no tiene otro objetivo que el disfrute, no tanto del poder como de las prebendas que éste le regala como dádiva divina. Aquel cuyas obras completas suponen algún puñado de tuits y concede más espacio en el salón de su casa (no tiene despacho profesional propio) a los videojuegos de sus hijos que a su famélica biblioteca. Aquel que cubre la dignidad del amor propio del que carece con la indignidad de la soberbia que rebosa. Habiéndole sido negada la gracia de la creatividad y del sentido del esfuerzo, le suelen hacer los programas que tan poco le cuesta traicionar. Los llamamos las castas parasitarias y si alguien cree que no existen, entreténgase en analizar la vida de muchos políticos que han engrosado la nómina del Estado los últimos veinte años.
Si la política profesional es lo que representa el PP, es necesario que haya un partido de aficionados
Por eso resulta tan paradójica la actuación del Partido Popular, al tildar de aficionados a los dirigentes de Cs. No porque otros partidos no se encuentren en la misma situación, sino porque al menos han tenido la decencia de no señalar en los demás aquellos vicios respecto a los que se han convertido en un auténtico referente.

No era fácil encontrar en la España de los últimos treinta años un partido más ayuno de vocación, cuyas muestras no solo transitan el obsceno incumplimiento de su credo y el inmovilismo vegetativo ante muchos de los problemas de España, mostrando el pulso exclusivamente al cortoplacismo oportunista, sino que han ido dando puntual cuenta de la hechura política de sus miembros desde el congreso de Valencia. Tal es su sentido de la profesionalidad, que, por seguir ingresando la nómina del Estado que consideran opositada, procuran esconderse en la grey para que su opacidad natural no arroje incómodos destellos. ¿Acaso era esa la profesionalidad a la que se refirió Max Weber?

Nada habría que decir, en primer lugar, si ese y el resto de los partidos estuviesen financiados por sus afiliados. Allá ellos. Pero no es así. Si la política profesional es lo que representa el PP, era absolutamente necesario que llegara un partido de aficionados a cambiar las reglas de juego. Era preceptivo que gente dedicada a otras actividades profesionales diera el paso para intentar modificar hábitos y patrones de conducta enquistados desde hace tiempo. La gran revolución pendiente ha de consistir en descastar al político, en sacarlo de la burbuja y en hacerlo dependiente de los ciudadanos, pues solo con vocación aguantará en la brecha.

Con la vieja política que representa el PP, no habrá solución para los más acuciantes de nuestros males. Por eso se han ido engordando los problemas básicos, en vez de haber sido resueltos. Un sistema que permite que decenas de miles de personas que han demostrado no disponer de la más mínima vocación vivan profesionalmente de la política y no sepan qué hacer fuera de ella, lo dice todo de sí mismo.


                                                                                    LORENZO ABADÍA***  Vía EL ESPAÑOL

*** Lorenzo Abadía es analista político, doctor en Derecho y autor del ensayo 'Desconfianza. Principios políticos para un cambio de régimen' (Unión Editorial).


¿DIOS SE HA ESFUMADO?



En España, en buena parte de ella, en la cultura que la domina, en las cifras que señalan el vigor de la creencia en Dios, parece como si Dios se estuviera esfumando progresivamente, como si desapareciera del mapa. Ha muerto tan intensamente que los jóvenes ya no tienen ni noticia. Se pierde incluso el recuerdo; se está volatilizando, ciertamente es así.

Pero no es así. Dios está donde siempre, y espera como siempre. Es la Realidad Ultima que da sentido a todo. Es de nuestros corazones y mentes donde se difumina, es en nuestra cultura común donde desaparece. Somos nosotros y no Él quienes nos difuminamos.

Sería un error pensar que el mundo es como España. Al revés, somos una excepción a la religiosidad del mundo. ¿Por qué? En todo caso, el laicismo y la indiferencia crecen y la tendencia no cambiará haciendo lo de siempre, porque está fuertemente asentada en la dinámica demográfica. Mueren, como es lógico, las gentes de más edad, donde hay más católicos practicantes, y se incorporan jóvenes de 18 años en los que la experiencia religiosa es minoritaria. Necesitamos una gran transformación, capaz de alterar el declive. “Siempre hay que recomenzar. Tan solo nuevos comienzos temporales aseguran una continuación de la regla perpetuamente eterna” sostiene Péguy. Empezar siguiendo a Santa Teresa de Jesús: “Confianza y fe viva / mantenga el alma / que quien cree y espera / todo alcanza“.   Empezar con la virtud cantada por Kipling: “Si puedes contemplar, roto, aquello a lo que has dedicado la vida / y agacharte y construirlo de nuevo …”

Y es que la oscuridad de la ausencia de Dios permite ver los resplandores que brillan dispersos. Parroquias formidables, grupos de evangelización, Guías y Scouts de Europa y otros grupos de jóvenes, algunos movimientos y organizaciones, forman un entramado fulgurante de fuego y brasas surgidas de la fe y de la esperanza, la más pequeña de las virtudes como la califica Péguy.

Recomenzar, sí, pero ¿cómo? Lo resumiremos en una visión y misión que no es nuestra: La Iglesia no debe seguir a la sociedad, sino vivir para ser seguida. Hay que asumir que solo hablan bien de ella cuando concuerda con la ideología dominante. Su gran riesgo es que yendo detrás del mundo ofrezca buenas escuelas, se transforme en un magnífico hospital, una gran ONG, pero pierda la capacidad de explicar y conducir a la gracia y el misterio de Dios porque ya no recuerde cómo se hace.


                                                                                        EDITORIAL de FORUM LIBERTAS

SALVAS DE FOGUEO EN EL PARLAMENT

Quedaron en simples salvas de fogueo las proposiciones del bloque independentista que piden la libertad de sus presos y el derecho de Puigdemont a repetir como presidente efectivo


La líder y portavoz de Ciutadans, Inés Arrimadas, durante su intervención de este miércoles en el Parlament. (EFE)


El secesionista catalán llora de rabia y quema contenedores porque, después de rebelarse contra la Constitución, el Estado niega el derecho de sus dirigentes a la participación política (artículo 21 de la Declaración Universal de Derechos Humanos).

Es como el conductor que patalea porque, después de saltarse un semáforo en rojo y cargarse a un ciclista, el juez no le reconoce el derecho a la libre circulación (artículo 13 de la misma Declaración de DD HH).

El ciclista del cuento acabó en la cárcel. Los impulsores del plan secesionista, también. Pero entretanto quisieron solemnizar en el Parlament su irreprimible ataque de contrariedad por el atropello a los derechos de Puigdemont, Sànchez y Turull a ser presidentes de la Generalitat, aún sabiendo que los tres habían estado concertados en una ofensiva para proclamar la independencia en una parte del territorio nacional.

Es como el conductor que patalea porque, tras saltarse un semáforo en rojo y matar a un ciclista, el juez no le reconoce el derecho a la libre circulación

El resultado fue un pleno con aires de vuelta a las andadas. De carácter 'simbólico'. O sea, declamatorio. Menos mal. Si no, estaríamos ante un supuesto de desobediencia al Tribunal Constitucional (presencialidad y permiso del juez), y ese es un riesgo que no quiere correr el presidente de la Cámara, Roger Torrent.

Por tanto, y aunque fuesen aprobadas por una mayoría de diputados, se quedaron en simples salvas de fogueo las proposiciones del bloque independentista que piden la libertad de sus presos y el derecho de Puigdemont a repetir como presidente efectivo y no simbólico de la Generalitat.

No corrieron mejor suerte las proposiciones presentadas por los grupos no independentistas. Balas de fogueo, fuegos artificiales, cartas a los Reyes Magos, igualmente. La de Ciudadanos, por la dimisión de Torrent, que renunció a la neutralidad exigible a un presidente del Parlament. Los comunes volvieron a reclamar la imposible transversalidad. Y los socialistas de Iceta hicieron una apuesta buenista por la reconciliación de una Cataluña política y social, hoy por hoy partida en dos.

El caso es que el 'simbólico' pleno de ayer visualizó una especie de vuelta a las andadas del bloque secesionista. Se entiende, a la luz de un doble chute de adrenalina.

Aunque fuesen aprobadas por una mayoría de diputados, se quedaron en simples salvas de fogueo las proposiciones del bloque 'indepe'

Por un lado, las movilizaciones callejeras, no exentas de la violencia prevista en los planes secesionistas. La reacción de la ciudadanía como alternativa al fracaso de la vía política estaba prevista en el 'Libro blanco para la transición nacional' (2014). Y el propio presidente del Parlament, cuando aún no lo era, ya había advertido de que había que estar preparados porque “van a llover hostias” (el vídeo arrasa en las redes sociales).

El otro chute, aunque muy mal traído, se lo ha proporcionado el Comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, al acusar recibo de una queja de Jordi Sànchez (clave en la trama civil del golpe al Estado).

Se oculta que el comité se ha limitado a pedir al Reino de España su versión del caso en un plazo de hasta seis meses. Además, le recuerda que debe respetar los derechos políticos de Sànchez y los de cualquier otro ciudadano.


Lo cual es como recordar al usuario del ferrocarril que está prohibido cruzar las vías.



                                                                                ANTONIO CASADO  Vía EL CONFIDENCIAL

jueves, 29 de marzo de 2018

LOS CREYENTES SIEMPRE GANAN

Obedeciendo a mi creciente (y puede que preocupante) tendencia a la misantropía, me disponía a pasar una apacible Semana Santa enclaustrado en mi domicilio y dedicándome a mis actividades favoritas: leer, escribir, dormir y atiborrarme de series en Movistar o Netflix. A lo sumo, pensaba aventurarme en el exterior para comprar la prensa, hacerme con vituallas y, probablemente, entrar en alguna iglesia --siempre fuera del horario de misas-- para sentarme en un banco, pensar en mis cosas y esperar una epifanía que no llega nunca. Es una costumbre que tengo, muy propia de los agnósticos a los que les gustaría creer, y más de una vez he estado a punto de seguir el ejemplo de Isabelle Adjani en la película de Andrzej Zulawski La posesión y plantarme ante la efigie de Cristo crucificado para echarme a llorar, a ver si el Salvador se ablandaba y se decidía a dirigirme la palabra de una vez.

Hace poco, me quejaba en esta misma sección de la Semana Santa de mi infancia, que me resultaba aterradora por su negritud y su aburrimiento, por sus cirios, sus saetas y sus tíos con capirote, pero estos días a punto he estado de echarla de menos; sobre todo porque ahora se le puede dar esquinazo a la exhibición pornográfica de la fe, que puede que mueva montañas, pero resulta una pesadez para los que no gozamos de ella. ¡Qué más quisiera yo que ser como el padre Cruells de mi infancia en los escolapios, que un día nos dijo que, aunque le demostraran la inexistencia de Dios, él seguiría creyendo en Él gracias a la fe!
Este año los catalanes hemos conseguido reinventar la Semana Santa gracias a la fe en un nuevo Mesías, el cesante Carles Puigdemont
Pero resulta que este año los catalanes hemos conseguido reinventar la Semana Santa gracias a la fe en un nuevo Mesías, el cesante Carles Puigdemont. Debí olerme la tostada cuando sor Lucía Caram --seguida poco después por Joan Tardà-- tuiteó una comparación entre KRLS y JC Superstar, a raíz de la detención del expresidente y su encierro temporal en el penal alemán de Neumünster, que albergó, por cierto, al gran escritor Hans Fallada (1893-1947), autor de la mejor novela que uno haya leído sobre las alegrías y miserias del alcoholismo, El bebedor, publicada póstumamente en 1950: el alcohol, como la religión y la patria, también tiene una mística, aunque sus creyentes te lo hagan dudar cada vez que se caen del taburete.

El procés siempre ha tenido un componente religioso. Establece una división entre los creyentes y los que no lo son, entre los que tienen fe y los que carecen de ella. Ese componente se ha visto potenciado por el prendimiento del Mesías un domingo de ramos. Y la Semana Santa tradicional --que debe seguir celebrándose, pero en sordina, pues hasta el abad de Montserrat está más preocupado por el destino de Puchi que por el de Jesucristo-- ha sido sustituida por una semana de pasión nacionalista. Las procesiones se han convertido en las manifestaciones de Òmnium y la ANC. Los capirotes son ahora los hoodies de los creyentes de los CDR, que parecen una mezcla de los Jóvenes de Acción Católica y las Damas del Ropero, pero en versión alternativa. Las misas se celebran en el Parlament, bajo la atenta supervisión de monseñor Torrent, empeñado en superarse a sí mismo y proponer como Sumo Sacerdote de la tribu --tras haberlo intentado con un prófugo de la justicia y un presidiario-- a un presidiario prófugo de la justicia. Todos estos actos sagrados son convenientemente retransmitidos por TV3, que contribuye con entusiasmo a crear la imagen de unos nuevos cristianos maltratados por esos nuevos romanos que son los españoles (incluyendo a los catalanes impíos).

Un calvario sustituye a otro, pero los creyentes siempre acaban imponiéndonos su agenda a los demás.


                                           RAMÓN DE ESPAÑA   Vía EL ESPAÑOL

JESUCRISTO, QUE LA TIERRA TE SEA LEVE

Los romanos enterraban a sus muertos y en la lápida grababan esa inscripción, con la que despedían al fallecido y le deseaban una trascendencia rápida y fructífera hacia la otra vida


El Cristo de la Buena Muerte, el pasado año en su recorrido por el centro histórico de Sevilla. (EFE)


Me acordé de ti cuando acabó de pasar la cofradía, porque imaginé que ante la imagen de aquel Cristo muerto en la cruz podrías haber repetido, en un acto reflejo, ese epitafio que ahora incluyes en cada pésame para añadirle a ese acto un toque incuestionable de ideología y de ateísmo: “Jesucristo, que la tierra te sea leve”. En este caso, ante esta cofradía, podrías haberlo hecho perfectamente por el realismo de esta imagen, el Cristo de la Buena Muerte, por todo lo que rodea a ese concepto y por la peculiaridad del fenómeno religioso, tal y como lo concebimos los españoles, sobre todo los andaluces, atrayendo la divinidad hasta las aceras, convirtiéndola en un fenómeno cotidiano, sin reverencias ni distancias, acaso como la predicó el propio Jesús.

Fíjate que, cada vez que veo a este Cristo de la Buena Muerte, se hace inevitable que me acuerde de un querido sacerdote, ya fallecido, José María Javierre, que sucumbió a la Semana Santa de Sevilla cuando se tropezó con este crucificado en la calle. Javierre, nacido en un pueblo de Huesca, venía de recorrer medio mundo, pero llegó a Sevilla en la primavera de 1958 y ya no se fue más. “Se lo conté a mis amigos alemanes y vinieron a verlo. Nadie se explicaba cómo podía existir un pueblo que festejaba la buena muerte. ¿Cómo es posible la buena muerte?”.

La dimensión de la religiosidad popular, tal y como la vivimos en España, pero sobre todo en Andalucía, rebasa con mucho los límites habituales de la relación del ser humano con la divinidad. Cuando en la Biblia se dice que Jesús vino al mundo para que Dios se hiciera hombre, “se hizo carne y habitó entre nosotros”, lo que está trasladando es la gran aportación filosófica del cristianismo a la historia, porque colocó al hombre en el centro de la divinidad. Por eso es tan relevante esta forma de celebrar la Semana Santa, porque parece la plasmación misma de ese acercamiento de Dios al hombre.

Se lo conté a mis amigos alemanes y vinieron a verlo. Nadie se explicaba cómo podía existir un pueblo que festejaba la buena muerte

En Sevilla, esa identificación llega a situaciones verdaderamente estremecedoras por su realismo, como, por ejemplo, cuando se abre un periódico y se encuentra un titular a cuatro columnas como este: “El Cristo de la Buena Muerte será intervenido tras la Semana Santa”, como si el mismo Jesús estuviera aplazando el paso por el hospital para no defraudar a los suyos y cumplir escrupulosamente con su papel. “El año pasado, el Cristo de la Buena Muerte ya fue llevado una mañana a un centro médico donde se le realizaron varias pruebas, entre ellas un TAC y varias radiografías, que confirmaron el diagnóstico”, seguía diciendo la noticia.

Desde que Juan de Mesa lo talló en 1620, lo que ha sorprendido a todo el mundo de ese Cristo es la placidez de la muerte; el rostro sereno, relajado y dulce es la victoria final de un hombre que acaba de morir torturado, humillado, vilipendiado. Esa es la Buena Muerte con la que el escultor supo resumir en un gesto el mensaje de una religión entera. Porque es de eso de lo que se trata, en el fondo, del mensaje que transmitía Jesucristo con su ejemplo de vida. Lo curioso de todo esto, y por eso me he acordado de ti, es que en tiempos de Jesús, hace 2.000 años, ya se utilizaba ese epitafio que ahora se ha vuelto a poner de moda.

Los romanos enterraban a sus muertos y en la lápida grababan esa inscripción, 'sit tibi terra levis' (que la tierra te sea leve), con la que despedían al fallecido y le deseaban una trascendencia rápida y fructífera hacia la otra vida. No me negarás que es muy curioso que ese mismo epitafio se vuelva a utilizar ahora ignorando el carácter religioso que tenía para los romanos, lo que debería desconcertar a los ateos que lo utilizan hoy, acaso desconociendo su origen y su verdadero sentido.




De todas formas, lo fundamental para mí es el absurdo intento de arrasar con el cristianismo como referencia cultural. A veces, parece que ese desprecio se ha convertido en un signo de identidad de nuestra progresía, al identificar cristianismo, religión y fe con conceptos reaccionarios. Desde el origen de los tiempos, la religión primero y con posterioridad la filosofía y las ideologías políticas se asientan en la angustia del hombre y se ofrecen para darle una explicación y prometerle una salida. “La búsqueda de una salvación al margen de Dios está en el corazón de todo gran sistema filosófico”, sostiene el filósofo francés Luc Ferry.

Y luego añade: “Es el cristianismo el que aportará la idea de que la humanidad es esencialmente una y que todos los hombres son iguales en dignidad, idea inaudita en la época y que el universo democrático heredará en su totalidad”. Si en el cristianismo se sustituyó el epitafio romano por el descanse en paz, ‘requiescat in pace’ (RIP), que seguimos utilizando hoy, deberíamos saber que al hacerlo homenajeamos también la aportación fundamental que supuso esa nueva consideración del hombre que nos trajo el cristianismo. Incluso el ateísmo más ilustrado ha comprendido, asumido y aceptado esa aportación y, más allá, la necesidad que tiene el hombre de contar con una esperanza en esta vida que le dé un sentido a su propia existencia. San Manuel Bueno, mártir: “Que se consuelen de vivir, que crean lo que yo no he podido creer”.

"Que la tierra te sea leve". Qué estupidez y qué insensatez. Como se utiliza hoy ese epitafio, y con el sentido transgresor y anticatólico que se le quiere dotar, no solo se muestra una gran ignorancia sino que se socava lentamente el rico e imprescindible marco de valores que fomenta el cristianismo. Se trata una vez más de contemplar el fenómeno religioso desde ese punto de vista, filosófico y humanístico, sin mojigaterías, y saber que el humano necesita crecer con esos valores fundamentales para poder considerarnos como tales. Desprenderse de ellos, y no sustituirlos por un marco equivalente, solo puede producir desastres sociales. Así que déjate de modas y quédate un momento contemplando el rostro amable de ese Cristo de la Buena Muerte. Si cierras los ojos y respiras, esa imagen grabada en tu mente te producirá una paz interior que es posible que te explique muchas cosas.


                                                                           JAVIER CARABALLO  Vía EL CONFIDENCIAL

LA DEMAGOGIA SURGE DE LAS PALABRAS, LA VERDAD DE LOS HECHOS





No, no son las mujeres, ni los jubilados, considerados como bloque quienes reciben un peor trato o son discriminados, sino las madres por la brecha salarial y la desigualdad de oportunidades, las viudas perceptoras de una parte desproporcionadamente pequeña de la pensión de sus esposos difuntos y los parados de larga duración para quienes el gobierno ha sido incapaz de desarrollar una política digna de este nombre, y la oposición parlamentaria proponerla. También los jóvenes, porque son quienes en una mayor medida han visto reducir sus ingresos a causa de la crisis, acentuando el problema que hace años que se arrastra: el desequilibrio generacional en las prestaciones, mucho peores entre los menores de 25 años que en los mayores de 65.  Tampoco son los homosexuales, solos o en pareja, los más discriminados, sino las familias numerosas, los inmigrantes y los pobres que viven en la calle.

Son todos estos grupos los que deben recibir políticas de apoyo: madres viudas de bajos ingresos, parados de larga duración, jóvenes, familias con hijos, inmigrantes y homeless. Pero ni la ceguera de la ideología dominante ni el mercado electoral conducen a gobernar con justicia a la sociedad, por el desastre de los partidos; “la clase discutidora“ en feliz descripción de Fernando Vallespin, la clase inútil, podría añadir, porque de sus manos surgen más pugnas, peleas y descalificaciones, que buenas políticas.

La ideología dominante controlada por la perspectiva de género predica la lucha de clases entre hombres y mujeres, y esa concepción ha decretado que son “todas” las mujeres las que están discriminadas, con lo cual difuminan y perjudican a las que realmente lo están.

Las madres, porque ellas son la principal explicación de la llamada “brecha de género” que implica un ingreso por hora trabajada inferior, entre un 11 y un 14%, al percibido por los hombres. Hablar de brecha de género es en realidad hablar de brecha de maternidad. Un problema que no se resolverá mientras los poderes públicos no establezcan los medios adecuados. Desde la conciliación a unas ayudas y servicios reales a los hijos, desde los incentivos para la contratación de madres a las disposiciones para que puedan alcanzar la igualdad de oportunidades. La mujer debe poder elegir siendo madre si prefiere quedar al cuidado de sus hijos o mantener su vida laboral. El derecho a elegir es fundamental, y no existe. Y junto con las madres, son las viudas que, después de una vida entregada a levantar una familia, percibe con 65 años 8.905 euros al año, u 8.330 euros si está en una edad previa a la jubilación. Si es un hombre la pensión mínima será, asimismo muy baja entre10.988,60 euros si tiene cónyuge a cargo y 8.449€ si no es el caso. Todos ellos resistirán muy mal el embate de la inflación con un aumento limitado al 0,25%, como lo constata la evidencia de que el riesgo de pobreza relativa en España estaba en el 2016 en 10.269 €. Esta constatación no significa que aquel pírrico aumento no resulte lesivo para todos los jubilados, sino que existe un grupo que resulta severamente castigado y cuya solución es prioritaria. Porque, como conjunto, los jubilados son el único colectivo que no ha salido mal parado de la crisis. Si antes que ella (2008) su renta media era de 26900 euros (entre los 65 y 74 años) y era la mas baja de los tres grupos de edad, la de menores de 35 años (34.300€) y lógicamente el de la edad de rentas más altas (45-54años), en el 2014 era la única que había crecido hasta los 29700 € y se han acercado mucho al grupo de renta máxima, que ha decrecido (33200 €), superando al de los más jóvenes, que ha descendido hasta los 25.500 €. También son el colectivo con mayor media de riqueza y asimismo el único que ha crecido, 394.400 €, casi cinco veces más que los jóvenes de menos de 35 años, y cerca de doblar la cifra de la población del 45-54 años. Todo esto enmarca la naturaleza de las políticas justas a aplicar y su jerarquía interna.

Los parados de larga duración significan algo más de un millón de personas, un número grande para el sufrimiento, pero abarcable para unas políticas públicas específicas dirigidas a recuperarlos para el empleo. España es uno de los países con peores políticas activas, y esto es trágico. Y no sirve el argumento de que una parte de ellos en realidad trabajen en negro, entre otras razones, porque abordar esta cuestión significa también disminuir esa bolsa de fraude.

En su conjunto, los jóvenes sí que han visto muy destruida su situación y perspectivas. Su tasa de paro está en el 37,5%, 21 puntos porcentuales por encima de la UE; más del doble, dicho en otros términos, y el 29,6 se encuentran en riesgo de pobreza, 7 puntos más que el conjunto de la población española. Los que trabajan constatan como sus ingresos son los que mas han caído. La cifra de ninis también bate récords europeos, con el escándalo añadido de que la aplicación de los fondos de la UE, la llamada garantía juvenil, ha sido un fracaso. O sea, que en este caso ya no es una cuestión de dinero el problema, sino de funcionamiento de las Administraciones públicas.

Y que decir de la explotación laboral de los trabajadores inmigrantes, sobre todo en el ámbito rural, aprovechando su situación irregular que les impide trabajar. Hay ahí un agujero negro moralmente inaceptable, donde han caído decenas de miles de personas.

Pero donde la falta de atención supera todos los límites es en el caso de los homeless, la gente que vive en la calle. Es la situación de más radical pobreza, carecer de cuatro paredes en las que refugiarse, y también la más fácil de erradicar por su dimensión. En una ciudad como Barcelona, con finanzas saneadas, gobernada por una opción, la de Ada Colau, que se vanagloria de dar prioridad a los más desfavorecidos, el número de personas que viven en aquellas condiciones no ha disminuido en lo absoluto. Son algo más de un millar de personas. Mucha burocracia, asistentes y discursos para producir la nada con sifón. Finlandia, el país nórdico de menor renta, lo ha resuelto totalmente.

Y mientras, el discurso y las leyes han dado a la homosexualidad condiciones de privilegio, los grupos realmente discriminados, como los apuntados, a los que cabría añadir las mujeres traficadas, más indefensos más pobres, vulnerables y atacados, están al margen de toda norma legal. No solo eso, sino que en el caso de determinadas comunidades, como Cataluña, su Parlamento se negó a incluir en su ley antidiscriminación a todo grupo que no fuera el LGBTI.

Y la injusticia con las familias con hijos, especialmente las numerosas. También en ayudas se está a la cola de Europa, abandonando a su suerte a quienes precisamente más contribuyen al futuro del país. En sus manos está la población activa, los ingresos fiscales y el pago de las pensiones futuras. A pesar de ello, sus padres experimentan una doble discriminación, el coste sin apenas compensación de sus hijos, y la desventaja frente a quienes no se encuentran en esta circunstancia, para alimentar un plan privado de pensiones.

Es la cultura dominante del génder y sus lobbys financiados por los poderes públicos en una medida determinante, los que señalan que es y que no es discriminación en lugar de partir de los hechos. Todo ello con la colaboración cómplice de unos grupos de comunicación que, en lugar de aproximar la realidad actúan como simple correa de trasmisión ideológica.



                                                                        JOSEP MIRÓ i ARDÈVOL   Vía FORUM LIBERTAS

Un juez envía a la cúpula de los Mossos a la Audiencia Nacional por presunta sedición

Entre los investigados está el actual jefe de los Mossos, nombrado por Juan Ignacio Zoido. El juzgado les reprocha invadir funciones judiciales al interpretar las órdenes del Constitucional y del TSJ de Cataluña

Ferrán López junto a Josep Lluís Trapero . Efe


El Juzgado de Instrucción 3 de Cornellà de Llobregat (Barcelona) se ha inhibido en favor de la Audiencia Nacional en la causa que instruía sobre el 1-O, al considerar que existen indicios de un presunto delito de sedición contra ocho mandos de la cúpula de los Mossos d'Esquadra, ha informado el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC).

Los mandos que aparecen en el auto, y que elaboraron las pautas de actuación del dispositivo para impedir el referéndum, fueron el entonces mayor Josep Lluís Trapero -ya investigado por la Audiencia-, los comisarios superiores Ferran López -actual jefe del cuerpo- y Joan Carles Molinero; otros dos comisarios, dos intendentes y la jefa de asesoramiento jurídico.

El Juzgado, que da por concluida la instrucción, cree que la cúpula de los Mossos presuntamente cometió un delito de sedición con las "pautas de actuación" de obligatorio cumplimiento para todos sus miembros, que perseguían su incapacidad e inacción con el fin de permitir la celebración del referéndum de independencia, según el TSJC.

En su auto, recogido por Europa Press, el juez atiende a la petición de la Fiscalía de enviar la causa a la Audiencia Nacional para que decida, porque los hechos cometidos por la Jefatura de Mossos "con intención de atacar directamente la forma de gobierno de la Nación" no se limitan a un partido judicial sino a toda Cataluña.

El juez -que incoó diligencias de oficio- asegura que el dispositivo diseñado por la Jefatura de los Mossosd'Esquadra para el 1-O "se dirigió directa e inmediatamente a evitar el cumplimiento de la orden" del Tribunal Constitucional y del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC) de impedir el referéndum y cita un informe de la Guardia Civil que insiste en que el dispositivo se elaboró a sabiendas que iba a naufragar, en sus palabras.

Asegura que camuflaron estas intenciones "bajo la apariencia de una preferente aplicación de los criterios de congruencia, oportunidad, proporcionalidad, paz social y convivencia e invadiendo así las funciones del Poder Judicial", puesto que a la Policía Judicial solo le corresponde cumplir las órdenes y no valorar las mismas, advierte.

"No son jueces ni intérpretes de jueces, sino cumplidores de las órdenes de los jueces, sin que puedan arrogarse la potestad de decidir cuál es el mal mayor a evitar, como se pretendió realizar por la policía catalana", reprocha.

Dieron fiesta a los antidisturbios


Ha criticado que no existe explicación lógica a que ese día se permitieran vacaciones y fiestas a un número importante de unidades antidisturbios y que ni siquiera usaran las que estaban de servicio: "Es inexplicable que se llamara al servicio a la mitad del cuerpo, unos 7.500 efectivos, cuando consta de 17.000" y en unas elecciones trabajan 12.000.

También ha cuestionado que solo se enviara una patrulla de dos agentes por colegio "cuando era notorio y conocido que se agolparían cientos de votantes" y que los centros de coordinación regionales y central omitieran continuadamente el envío de ayuda.

Según el juez, es incomprensible que no adelantaran su actuación cerrando los centros de votación hasta 36 horas antes para evitar "el más que seguro incumplimiento de la resolución judicial", ya que a su juicio, actuando antes, se hubiera preservado la paz social.

Por todo ello, considera que hay una "intención torticera" en el plan diseñado por la cúpula de Mossos y apunta, además del mayor Trapero, a otros siete mandos que participaron en la redacción de las 'pautas de actuación' para el 1-O.

Se trata de los entonces comisarios superiores de Coordinación Territorial y Central -López y Molinero-, el comisario jefe de Planificación de la Seguridad, otro comisario de la Jefatura de Mossos, dos intendentes y la jefa del Servicio de asesoramiento jurídico de la Dirección General de los Mossos.


                                                                                                            VOZ PÓPULI