La red social está viviendo una suerte de tormenta perfecta al calor de su uso torticero por parte de aquellos interesados en manipular elecciones o difundir bulos
Facebook. (EFE)
Me preguntaba Luis Enríquez -CEO de Vocento- el pasado jueves, en el encuentro que mantuvimos en Málaga con motivo de los Premios Genio,
si no tenía la impresión de que los medios nos habíamos convertido en
esos prisioneros que eran llevados a los campos de concentración por
unas fuerzas mucho menos numerosas que ellos. Hacía referencia a la dictadura de Google y Facebook
sobre la audiencia y los ingresos de una parte importante de la
industria. Mi respuesta fue "sí", pero con un solo matiz, no poco
relevante: "a estos vagones no nos ha obligado nadie a subirnos, lo
hemos hecho solitos".
Se trata esta de una diferencia esencial toda vez que lleva implícita la posibilidad de poderse apear de esa muerte segura cuando
uno quiera, de poder recuperar el control sobre los contenidos y sobre
los ingresos a voluntad propia. Al menos en teoría porque, de hecho,
para muchos no es una tarea fácil sino tanto más complicada cuanto mayor
sea el síndrome de Estocolmo respecto a estos gigantes, cuanto más esté incardinada dentro de la organización un sentimiento de dependencia que,
en contra de lo que estos gigantes postulan, devalúa la marca -que es
fagocitada por el distribuidor- y dificulta la monetización -toda vez
que se trata de un usuario que va en busca de algo concreto y todo lo
demás le estorba-.
Es evidente que
huir de ese esquema requiere un replanteamiento de estrategia que
necesariamente ha de pasar por un ‘back to the basics’: reflexionar
sobre a qué nos dedicamos y, sobre todo, para qué queremos dedicarnos a
ello. Somos un instrumento fundamental para la higiene de la sociedad, a
través de la revelación, la denuncia y el control. Desde ese punto de
vista, la esencia de lo que hacemos descansa en el producto, no en su
distribución. ‘Sin chicha no hay dicha’ por mucho que
invirtamos en el canal. El reto no es que los lectores te encuentren,
sino que te busquen. Y para ello solo hay una clave: la información.
Construir la casa por los ingresos olvidando esta premisa básica es
receta inevitable para el desastre. Es la parte que está en nuestra mano
y que no es ni mucho menos baladí. El mundo está hecho para los
valientes.
Los medios somos un instrumento fundamental para la higiene de la sociedad, a través de la revelación, la denuncia y el control
Pero hay otro elemento que juega a favor
de los soportes y que incide mucho en perjuicio de las redes sociales y
algo menos en el de Google. Y es la credibilidad. Es evidente que el
buscador no discrimina en función de la veracidad de las url, por más
que trate de dar preeminencia en sus distintas revisiones de algoritmo a
quienes presentan una oferta propia y diferencial. Por tanto, se la
pueden colar. Por su parte, Facebook está viviendo una suerte de tormenta perfecta al calor de su uso torticero por parte de aquellos interesados en manipular elecciones o difundir bulos.
El debate de las ‘fake news’ está ligado indisolublemente a la red
social, con todo lo que eso supone en términos de su denostación como
‘medio de comunicación’ y de oportunidad para el sector de recuperar las
riendas del negocio. Una muesca más en el revólver de su ocaso junto
con el estancamiento de usuarios o a las acusaciones derivadas de su
carácter adictivo para jóvenes y no tan jóvenes que tanta polémica han
suscitado en las últimas semanas.
Al final, nadie tiene la receta del éxito,
ni mucho menos, pero no se puede negar que las noticias propias;
elaboradas por gente con criterio y capacidad para diferenciar entre la
realidad y la intoxicación, esto es: periodistas; de manera adaptada al
canal por el cual se van a consumir; que conectan con las nuevas
necesidades de ciudadanos y corporaciones públicas y privadas; y que
solo piensan en el lector sin perseguir la gloria de quienes las
escriben, publican o impulsan son ingredientes que permiten llevar mucho
terreno ganado cuando el conjunto de la ciudadanía se dé cuenta quién
es quién en la ‘batalla’ por contar lo que sucede, cómo sucede y por
quién sucede. Es de cajón. Fiabilidad y confianza frente a intoxicación e
intereses. Pero si no hay una decisión previa de rebelarse contra los
guardianes del tren y recuperar la identidad, de poco o nada servirá.
El reto está ahí.
ALBERTO ARTERO Vía EL CONFIDENCIAL
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