Hasta ahora no existían. Los pensionistas andaban tranquilos, con sus
nietos, su dominó, sus paseítos y su fútbol en el bar. Hasta que llegó
la maldita carta
El líder de Ciudadanos, Albert Rivera, en un acto del partido.
Ciudadanos vía Flickr
Nueve millones de pensionistas. Nueve millones de votos.
Nueve millones de papeletas. Se trata del segmento de la población más
anhelado, buscado, perseguido y camelado por todos los partidos en
estos lluviosos días de invierno. Los políticos se acuerdan de Santa
Bárbara cuando truena.
En las calles se escucha ahora la queja tronante de una
marea creciente de gargantas enfurecidas. La tercera edad se ha
encabritado y pide lo suyo. Le enviaron una carta con el aumento del
0,25. Una afrenta. Un insulto. “Me escribe el Gobierno para decirme que
me han subido 1,05 euros al mes de pensión. Que se lo metan por ahí”.
Las teles han descubierto el filón. Nada más telegénico que el grito
embravecido de los desvalidos.
Hasta ahora no
existían. Los pensionistas andaban tranquilos por ahí, con sus nietos,
su dominó en los ‘centros de día’, sus paseítos cuando el sol y su
fútbol en el bar. Se les suponía felices. Hasta que llegó la carta
maldita. Y se lanzaron al Congreso, primero. Y a las plazas de toda
España, después. Bilbao, no se sabe porqué, se ha convertido en el
epicentro del cabreo. Todos los lunes, al sol, o a lluvia. Miles de
ellos coreando insultos contra Mariano, Fátima
y los demás. “Lo peor que le podía pasar al PP”, dicen en Génova,
estremecidos. “Mileuristas, parados, universitarios…no pasa nada. Pero
cuando te gritan éstos, hay que echarse a temblar”.
"El mosqueo sube de tono. En Moncloa le echan la culpa a los sindicatos y a Podemos. Toda una estrategia del error"
El ‘caladero’ escupe bilis y se retuerce de ira. El vivero de votos está encorajinado. Sólo reciben inconexos balbuceos de Montoro,
que se explica mal. Y alguna excusa displicente de Rajoy. El mosqueo
sube de tono. En Moncloa le echan la culpa a los sindicatos y a Podemos.
Toda una estrategia del error. La oposición en bloque se frota las
manos. Reclama un pleno monográfico para hurgar en el talón de Aquiles.
Ciudadanos se relame. El báculo del PP se resquebraja.
El 30 por ciento de los jubilados vota al PP. El 19,5, al PSOE, según las últimas estadísticas. Sólo un 8,5 se inclina por Rivera y un 1,6 por Podemos. La abstención es del 36,2. Los números cantan. Gran parte del ‘suelo estable’ del partido en el Gobierno reposa en estas cifras.
‘Aún está verde’
De
ahí la alarma de unos y la satisfacción de otros. Los 2,7 millones de
pensionistas que votan a Rajoy representan el 43,2 por ciento de su
electorado total, según el estudio de La Razón. Esa franja de votante supone el 32,5 por ciento para el PSOE. Ciudadanos apenas lo huele.
Tras
el pleno al quince en Cataluña, el bombazo del ‘cuponazo’, el bingo de
la equiparación de salarios de las policías, el reto de Rivera estriba
ahora en aprovechar esta gran oleada de indignación. Rivera ya ha
desplazado a Podemos en la franja de los 30 a los 44 años. Trata ahora
de meter su cuña renovadora entre los mayores de 50 años. Tiene que
derribar la gran muralla generacional. No es desafío fácil. “Para el
votante mayor, el líder naranja aún está verde”, dicen los analistas.
“Rivera no es político para viejos”, añaden. Hasta ahora. El último CIS
detectaba ya un mínimo corrimiento de la inclinación de voto en esa
franja rumbo a Ciudadanos. Pequeño pero perceptible.
“Sigo
siendo del PP, a pesar de Rajoy y a mi pesar”, confiesan algunos. Es un
voto firme, acendrado, casi inmóvil. Al menos hasta ahora. La rebelión
de los cayados. Con ‘y’ griega. Murmuraban en silencio, mascaban sus
cuitas, se lamentaban en paz. Nunca les faltó la pensión. Buena parte de
ellas, muy por encima de los salarios medios. Pero se ha encendido la
llama y el Gobierno aún no ha sido capaz de apagarla. Ni lo ha
intentado. Rajoy irá al Congreso la semana próxima. Quizás debería
cambiar su discurso. En lo de Ana Rosa no convenció. Rivera observa con atención la movida. La mayoría silenciosa rasgó su mutismo en Barcelona y entronó a Arrimadas
al frente del Parlament. La revuelta de los cayados puede asestarle el
golpe de gracia a la mayoría inconmovible de Mariano en toda España. Era
el PP un partido para viejos. Veremos.
JOSÉ ALEJANDRO VARA Vía VOZ PÓPULI
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